NOCHE XIII - Noches de insomnio
NOCHE XIII
Sisa
— Buenos días señorita Queta y compañeros. El día de hoy
tengo el placer de presentarles mi trabajo de exposición que habla acerca de la
carrera artística de JOB…
—
¡Te odio, Tomas! — lo interrumpieron desde atrás.
—
Amira, guarda silencio
mientras tu compañero expone su trabajo — la reprendió nuestra tutora.
—
Así es, “Amira”, déjame
exponer mi trabajo — dijo Tomas con superioridad; Loi le sacó la lengua.
La diapositiva inicial mostró la foto de un chico muy joven, de
cabello teñido de rosa fosforescente y ojos verde brillante. Tenía un piercing
en el labio inferior y otro en la ceja derecha.
Tomas tomó una gran bocanada de aire para continuar con su exposición:
—
JOBEY es el nombre
artístico que Samin Nerses adquirió para iniciar su carrera en la música
electrónica. Tiene 24 años y nació en Frantzon, en la ciudad de Khilari. Apenas
lleva cinco años en el campo artístico, pero ya tiene tres álbumes de estudio
con canciones creadas por él y con colaboración de otros artistas para las
voces. Su último trabajo se lanzó este año, el mes pasado, y ya rompió con los
récords de ventas de la revista…
—
¿Están viendo la sonrisita
de campeón en su cara? — nos murmuró Loi a Etel y a mí desde la carpeta de
adelante.
Me dio algo de risa su mirada irritada.
—
Tu tema también ha sido
interesante — le comenté.
—
Bueno, sí. La verdad es que
leer Orgullo y Prejuicio no ha sido tan malo. Y el señor Darcy tiene sus lados
interesantes… Aunque en el fondo no sea más que un imbécil.
—
¡Óyeme! — protestó Etel
indignada.
—
¡Wow! ¿En serio se ha hecho
30 cambios de look en toda su carrera? — pregunté en voz bajita cuando Tomas
mostró un artículo de Internet a propósito de eso.
—
Síp, Bellota. A veces da la
impresión de estar algo loco— me respondió Etel con una risita —. Pero es parte
de su encanto. ¡El año pasado me teñí el pelo de verde por él!
Observé con sorpresa la última foto que apareció en la
diapositiva. El tal Samin Nerses o, para ser más exactas, JOBEY, aparecía en la
portada de una revista de música con unos audífonos enormes sobre el cuello,
los ojos verdes brillándole intensamente y el cabello corto ahora teñido de
azul eléctrico.
La verdad es que la exposición de Tomas fue una de las más
interesantes porque el tema de JOBEY en sí era bastante llamativo: en sus
inicios, por ejemplo, realizaba mezclas electrónicas con música clásica. Oímos
el fragmento de una pista que tenía de base a Vivaldi y me sonó casi a gloria.
—
Sus fans más acérrimos
saben de sobra que JOBEY es vegano. Por otro lado, él mismo ha revelado que
tiene más de diez tatuajes “inacabados” en todo el cuerpo.
¡Vaya! ¡¿Tantos?!
—
¡Te odio con todo mi
corazón, Tomas Gerdau! — exclamó Loi a la salida—. Has tenido de tarea buscar
información sobre JOBEY ¡y encima has obtenido la mejor nota por haber
“disfrutado” tu trabajo!
—
No puedo hacer nada al
respecto. Así es la vida, mujer — le respondió satisfecho.
—
Niños, niños, ¡tengo que
irme a casa volando porque papá ha regresado de viaje y almorzaremos con él! — anunció
Etel. Los tres asentimos y la vimos alejarse rápidamente.
El papá de Etel trabaja fuera de Lirau. Siempre que viene a casa
se pone muy contenta.
—
Yo tengo ensayo con
Godzilla, ¿me llevas, Bellota?
—
¡Claro, Loi! Vam…
—
Yo también voy — dijo Tomas
de la nada—. Me han suspendido las prácticas de tenis de toda esta semana.
—
Genial, entonces tendré más
tiempo para desquitarme contigo.
—
¡Ouch, mujer! ¡Mi brazo!
¡No lo aprietes de esa formaaaa!
Llegamos al edificio de ensayos, Loi se despidió de ambos mientras
Tomas se frotaba la muñeca que había sido magullada en todo el trayecto, y
después la vimos desaparecer por la puerta principal.
—
¿Y tú, Sisa? ¿Qué dices?
¿Te llevo a…? ¿Te acompaño a…tu casa?
—
¿Mmm? ¿Pasa algo? — le
pregunté por el repentino nerviosismo.
—
Es difícil cuando te quedas
a solas con la chica que te gusta. — Ehhh—.
¡No! ¡No quiero incomodarte, lo siento!
—
Ehh…está…está bien. Solo
que… solo que no iré a casa. Tengo algo que hacer en otro lado.
—
Te he asustado y no quieres
que te acompañe, ¿verdad? — me dijo desanimado.
—
¡No! ¡No es eso! Lo que
pasa es que tengo que encontrarme con alguien en un rato y…
—
¿Mmm? Entonces… ¿te parece
si te invito un helado mientras esperas?
—
Bu-bueno.
En realidad, había quedado con Alen para ir a ver a Hethos quien
iba a ponerme bajo una especie de hipnosis llamada Li-kay o algo así. La última visión que había tenido no había
vuelto a repetirse ni a darme mayores vestigios, así que después de tanto
tiempo esperando, creyeron que lo mejor era actuar ya.
Estábamos frente a la heladería a la que solía traernos Loi,
cuando de repente recordé algo:
—
Tomas, hace tiempo me
contaste que eras muy cercano a Zara Lagares, ¿verdad?
—
¡Eh! ¡Aggrrhh! — Y se
atragantó con el helado.
Le di un par de palmaditas en la espalda mientras esperaba que se
recuperara.
—
¿Por qué…? — Tomó algo de
aire y después me observó fijamente—. ¿Por qué me preguntas eso?
—
Solía verla los miércoles
en el Club de pintura, pero ha faltado a las dos últimas sesiones.
—
¿Zara? Bueno, es que está
de viaje. Fue a visitar a sus abuelos en Libiak.
—
¿De viaje? — Qué mala suerte—. ¿Y sabes cuando
regresa o algo?
—
Mmm, pues me parece que ya
debe estar por retornar. A sus papás nunca les ha gustado que pierda clases en
la escuela.
—
Ah, ya veo.
Ya han pasado casi dos semanas, pero aún sigo preguntándome lo
mismo: ¿por qué demonios vi a Zara Lagares en la visión que tuve? ¿Acaso…?
¿Acaso sería la famosa Albania? ¿Y por qué hablaban de un hombre comprometido?
Y en realidad la pregunta principal era ¿por qué justamente yo
veía todas esas cosas?
—
Ya no estoy interesado en
ella, si es lo que quieres preguntarme.
—
¿Ah? — Volví al presente, y
me encontré a Tomas parado frente a mí.
Se había detenido y sostenía su cono de helado con un ligero
temblor en la mano.
—
Sisa, bueno, yo… yo sé que
ahora lo único que compartimos es una bonita a-a…amistad.
Elevé la mirada y repentinamente sentí que el cuerpo se me tensó.
Tomas es un gran amigo, es muy simpático, pero…pero…
« Alen…»
¡Cállate, horrible voz!
Reaccioné: los dedos de Tomas habían atrapado los míos con
suavidad.
—
Tal vez suene raro, tomando
en cuenta que las chicas siempre están bromeando con el hecho de que me gustas,
pero… — Apreté los labios porque soy muy mala para estas cosas: también termino
poniéndome nerviosa y no se me ocurren respuestas ingeniosas ni nada.
—
Tomas, espera…
«Eres lindo, y te estimo,
pero…»
«Alen, Alen, Alen…»
¡Basta!
—
Solo quería confirmar que
cuando digo que me gustas, no estoy bromean…
—
¡Oye! ¿Qué haces con la
chica de mi amigo? — oímos por detrás.
¡¿Qué cosa?!
Giré y me encontré con los ojos azules de Tarek.
—
¿Disculpa? — preguntó Tomas
elevando una ceja. Tarek me tomó por el brazo y me jaló hacia atrás —. ¿Y puedo
saber quién eres tú?
No, ¿en qué momento Tomas puso ese tono de voz tan frío?
—
¿Yo? Tarek Rye, mucho gusto
— le respondió con jovialidad.
—
¿Dijiste “la chica de tu
amigo”?
—
¡No, seguro escuchamos mal!
— exclamé, poniéndome entre ambos.
Tarek se veía muy apacible, pero sentía que Tomas no estaba muy
tranquilo que digamos.
—
No, han escuchado bien.
Eres la chica de mi amigo, ¿o no? — Volteé a mirar a Tarek, exigiéndole con la
mirada que dejara de decir tantas tonterías—. ¿Bellota? Mi amigo: ¡Alen!
—
¿Pero-qué-estás-diciendo? —
lo reprendí entre dientes, sin comprender.
—
¿Alen? — repitió Tomas—.
¿Quién es Alen? ¿No es el tipo del mue…?
—
Alen soy yo — oí por
detrás. Sentí que el alma se me cayó a los pies cuando lo vi acercarse con
gesto fastidiado, casi de manera aburrida—. ¿Y ahora qué problemas estás
causando, Tarek?
—
¿Yo? ¡Yo solo vine a…!
—
Discúlpenlo, a veces solo
dice estupideces. — Le extendió la mano a Tomas que se veía como alguien al que
acababan de golpear en la cabeza. No se lo reprocho porque yo estaba igual—.
Mucho gusto, soy Alen Forgeso, “amigo” de Sisa —aclaró—. No tengo nada con
ella, tampoco planes futuros. Así que no te preocupes.
Tragué despacio y decidí darle una buena mordida a mi paleta de
chocolate para enfocarme en otra cosa.
“No tengo nada con ella,
tampoco planes futuros”.
Ah bueno, gracias por aclararlo. Estúpido calehim directo.
—
Eh, bien, ¿nos…vamos? — me
preguntó Tomas con vacilación.
—
Oh, disculpa que tenga que
llevármela, pero tenemos algo pendiente que hacer — añadió Alen —. Tal vez ella
lo haya olvidado, pero es muy importante para mí.
—
¿Qué? ¡Yo no he olvidado
nada! — repliqué disgustada—. Quedamos a las seis y apenas son las cuatro y… —
Tomé el brazo de Tarek de un jalón (se quejó por mi rudeza), y observé la hora
en su reloj—. ¡Apenas son las cinco y diez!
—
Es muy importante así que
mejor lo hacemos de una vez, ¿te parece? Después puedes volver a tu cita o lo
que sea.
—
¿Qué te pasa? — le pregunté
sin creer que sonara tan indiferente.
—
Nada, ¿nos vamos?
Fruncí el ceño y por un momento pensé en decirle que podía irse al
infierno si quería, pero de ahí recordé que también había quedado con Hethos y
él no tenía la culpa de nada.
—
Tomas, eh… lo siento. Nos
vemos mañana en la escuela — me disculpé, llevándomelo un par de metros lejos.
—
¿Estás segura de irte con
esos tipos? — me preguntó preocupado.
—
Oh, sí, son buenas
personas, no te preocupes. — Asintió, se despidió de mí y cruzó la pista.
Volteó de reojo y volví a despedirme moviendo la mano.
—
Eh, Bellota, ¡eres toda una
rompecorazones! — exclamó Tarek cuando retorné.
—
¡¿Puedo saber de dónde
salió lo de que era su chica?! — exploté furibunda. A su lado, Alen suspiró y
se dio la vuelta —. ¡Y tú, ¿a dónde crees que vas?!
—
A la tienda de Hethos, niña.
— El gesto altivo me enfadó aún más—. Cuando dije que teníamos prisa no era
para arruinarle el plan de conquista a tu amiguito; era porque realmente
tenemos prisa.
—
Oye, hermano, no le hables
en ese tono — intervino Tarek—. Después de todo si aparecí así fue porque…
—
Porque eres un idiota, por
eso — añadió cortante.
—
¿Qué te pasa? — dije ahora
yo—. ¿Por qué estás así?
—
¿Así cómo?
—
¡Así! ¡Malhumorado y sin
motivo aparente!
—
La que está disgustada eres
tú, escúchate: hablas como si fueras una anciana renegona. ¿Y qué si Tarek le
dijo que eras mi novia? ¿Acaso eso fue lo que te molestó?
—
¡Claro que sí porque no es
cierto!
No. En realidad, lo que me había molestado era que el muy idiota
dejara en claro, de manera muy rotunda, que no estábamos saliendo.
Aunque bueno, eso ha sido demasiado infantil de mi parte. Sí, lo
acepto.
—
Estabas llamándome, casi
pidiendo ayuda. No entiendo por qué demonios ahora estás tan disgustada.
—
¿Llamándote? ¡Yo no estaba
llamándote!
« Sí lo hacías. Mentalmente
lo hacías»
¡Cállate, voz del mal!
—
Te hice un favor — me dijo
altivamente—, por lo menos muéstrate agradecida.
—
¡¿Agradecida?! ¡No es como
si Tomas haya estado forzándome o algo!
—
Ah, ¡entonces es eso! — me
dijo con ironía—. He malinterpretado tus emociones y ¡oh! arruiné el “momento
mágico” entre ustedes. Lo siento mucho, no volverá a suceder.
Giró de nuevo y se fue caminando en plan de “no me importa nada”. Pero
se detuvo a unos metros, volvió indiferente y me quitó mi paleta de chocolate.
—
Me llevo esto — anunció impávido; le dio un
mordisco y se fue de manera campante.
—
¡No había ningún “momento”!
— casi grité—. ¡Y esa es mi paleta!
¡Ayy, pero qué idiota! ¡Lo peor es que no puedo hablar con tranquilidad porque exploto
cada vez que se hace al interesante!
—
Alen sintió que lo llamabas
— me explicó Tarek observándome con temor: supuse que por mi ceño fruncido—.
Aparecimos aquí y después percibió que estabas algo incómoda
—
¿Incómoda?
—
Me pidió que interviniera,
y bueno…lo primero que se me ocurrió fue decir eso. Lo siento mucho, Bellota — se
excusó apenado.
—
¿Puedo saber por qué tiene
ese carácter de los mil demonios?
—
Yo conozco a miles de
demonios, Bellota. Créeme que en este caso el término está mal aplicado.
Lo vimos alejarse con una mano en el bolsillo y con la otra
balanceando de tanto en tanto la paleta que me había quitado.
—
Ese calehim tiene el carácter de por lo menos tres legiones de demonios
malhumorados, Bellota. Puedo jurártelo.
No discuto eso.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Alen
He pasado infinitas veces cerca a terrenales que siempre repiten
lo mismo: “las chicas son los seres más complicados del universo”. Recuerdo que
me daba risa el escuchar semejantes declaraciones porque en el universo hay más
seres a parte de los humanos, y había especies que resultaban más complicadas
que ellos.
Sin embargo, creo que he estado equivocado por completo.
La oí, claro que la oí. Repetía “Alen, Alen” incesantemente; y
cuando aparecí al frente, siguiendo el eco con mi nombre, la vi parada con una
paleta de helado en la mano y un tipo observándola con demasiada atención.
Y era evidente que en su mapa emocional claramente se leía “ayuda,
estoy incómoda”.
»— ¿Estás seguro? — me había preguntado Tarek. Le respondí que no
había duda alguna: ¡era evidente! Es más, ni siquiera era necesario emplear el
mapeo para percibir su malestar. Ese sujeto, quien fuera que sea, estaba
demasiado cerca e indudablemente la estaba molestando.
¿Y por qué la miraba tanto? ¿Y por qué demonios ella se veía tan
nerviosa?
«Porque está incomoda, por
eso»
Sí, definitivamente era por eso.
Y el eco con mi nombre aún resonaba con fuerza.
Tarek había intervenido, y después percibí un brusco cambio en
ella: ya no está incómoda, ahora está sorprendida, algo alterada. Y cuando
aparecí yo, una ola de disgusto la llenó por completo.
Los terrenales tienen razón: qué complicadas son las chicas. Uno
que va a ayudarlas y ellas que se enfadan por nada.
Y si arruiné el momento con el niño ese, muy sencillamente podía
hablar con él mañana o ni bien termináramos la sesión de Li-kay. No me parece un gran sujeto, pero si le gusta…
—
Alen, deja ese reloj en su
sitio — oí. Hethos me miraba con advertencia: en mi mano izquierda descansaba
uno mediano a punto de ser lanzado al piso.
—
¿Por qué tienes tantos de
ellos? — le pregunté dejándolo en su sitio—. Sabes que los odio.
—
Oye, yo detesto el aroma
del chocolate y no me quejo cuando te pones a comerlos aquí, en la tienda.
De acuerdo, perdí.
—
¿Dónde está Sisa? — pregunté.
—
Está arriba. Le pedí que
fuera a beber algo de agua para iniciar. ¿Qué rayos le has hecho? Ha llegado
con una carga de malhumor muy densa.
—
Creo que le arruiné el plan
con un chico que le gusta — respondí con indiferencia.
—
¿Y puedo saber por qué
hiciste eso?
—
Sentí que me llamaba.
—
¿Es que acaso no habían
quedado en que solo acudirías si decía tu nombre en voz alta?
Solté un bufido fastidiado: genial, Hethos acaba de dejarme como
un completo imbécil.
—
Cuidado — me dijo con
seriedad. Entrecerré la mirada ante su tono:
—
¿Con qué?
—
Solo “cuidado” — repitió.
Lo miré, exigiéndole una explicación—. Los celos significan…
—
¿Celos? — Elevé una ceja y
lancé una carcajada: ¿yo? ¿Celoso? ¡Por favor! Tengo cosas más importantes en
las que pensar.
Una de ellas, por ejemplo, en la famosa Zara Lagares que, según
apuntaba todo, parecía ser Albania.
—
Bueno, la verdad es que tu
reacción ha sido tan natural que me disculpo por haber sugerido algo semejante
— aceptó Hethos.
¿Celoso yo? Pero qué disparate.
—
¡Listo! Aquí está, y ya más
tranquila — anunció Tarek. Ella bajaba, siguiéndole los pasos por las escaleras
de madera.
Su mirada chocó con la mía; sus ojos se desviaron, aún cargados de
disgusto.
—
¿Es en serio? ¿Aún sigues
enfadada?
—
Alen — me advirtió Hethos.
—
¿Qué? No podremos hacer
nada si ella sigue con ese humorcito.
—
¿Yo? — reclamó con esa
vocecita chillona que pone cuando se enfada—. ¡El único que anda de mal humor
aquí eres tú!
—
Por favor, Sisa, no me
salgas con eso.
—
¡¿Que no te salga con qué?!
¡Dios, pareces un niño!
Hethos elevó una ceja:
—
La niña tiene razón —
puntualizó.
—
¿Qué? ¿Y tú de lado de
quién estás?
—
¡Chicos, no peleen! — pidió
Tarek.
—
Mira, ¡no pasa nada! Mañana
puedo ir a hablar con el chico ese y decirle que no fue mi intención
interrumpirlos, ¿sí? ¿Mejor?
—
¡No interrumpiste nada!
—
¡¿Entonces por qué demonios
estás tan enfadada?! — exploté. Ella abrió la boca, contrariada…
…para después lanzar un suspiro, llena de frustración:
—
Ya, lo siento. Tienes
razón, estoy enfadada y sin razón alguna. — Noté que su ánimo decayó
bruscamente. Algo muy extraño me pasó porque también quise disculparme, pedirle
que, si sus ojos iban a ponerse así de tristes, tal vez sí merecía que me
gritara lo que quisiera.
Sentí la mirada de Hethos sobre mí: cuando no lleva las gafas
puestas sus ojos resultan excesivamente escudriñadores. Lo miré de reojo;
estaba muy serio.
—
¿Empezamos? — preguntó. Ambos
asentimos.
Me senté junto a Tarek sobre uno de los sofás que había en la
trastienda.
—
De acuerdo, niña, ven aquí.
Recuéstate con comodidad, cierra los ojos y respira lentamente. Tomarás aire a
profundidad, y te diré cuándo puedes expulsarlo, ¿de acuerdo?
—
Está bien. — Se acomodó en
el sillón inclinado que Hethos le indicó y siguió al pie de la letra las
instrucciones.
No pasaron más de diez minutos para que yo también sintiera que ya
estaba más relajada.
—
Listo, vamos a empezar,
pero antes te explicaré brevemente el proceso — anunció él. Ella lo observó con
muchísima atención—. Haremos que te introduzcas en tu propia mente, ¿sí? No
duele ni nada por el estilo. Cuando estés bajo el poder del Li-kay, te pediré que te bebas este vaso
con agua — señaló el objeto de cristal que reposaba junto a la mesita de al
lado—, pero diciéndote que es “El agua de la verdad”, ¿de acuerdo?
—
¿Existe El agua de la
verdad? — preguntó Tarek con asombro.
—
Claro que no — le
respondí—. Cuando Hethos emplea el Li-kay,
puede dar cualquier orden y el receptor no dudará de sus palabras. Si él le
dice que lo que beberá es “Agua de la verdad”, su mente trabajará pensando que
realmente tiene que ser sincera. Mostrar hasta aquello que permanece en lo más
profundo del inconsciente.
—
Y si le dice que está
bebiendo litros de alcohol… ¿veríamos a una Bellota ebria? — reflexionó
divertido.
Lo miré con mala cara.
—
Cuándo dicen todo…
¿significa que verán “todo, todo” lo que hay en mi mente? — preguntó ella y
sucedió de nuevo.
Ahí está, otra vez se ha puesto nerviosa de la nada.
¡Quién entiende a los humanos! Tienen una capacidad para cambiar
de emociones de manera tan drástica que me irrita un poco.
—
No, no vamos a ver tu mente
porque eso implica otros sellos, y además es imposible: tenemos prohibido
allanar su privacidad de pensamiento. Te preguntaré exactamente qué ves con
respecto a las visiones que sueles tener, y también te pediré que escribas lo
que puedas en la hoja que está junto al vaso con agua.
—
Eh… bien.
—
¿Mmm, Hethos? ¿No
deberíamos salir de la habitación o algo? — preguntó Tarek—. Digo, qué tal si
Alen o yo hacemos algún ruido y ella reacciona.
—
Oh, pierde cuidado. El
único que puede hacer que la persona bajo Li-kay
reaccione es el mismo que lo ha inducido. En este caso soy yo: ustedes pueden
hacer todo el alboroto que quieran, pero ella no despertará hasta que yo se lo
ordene.
—
Eso suena a la hipnosis que
practican los psiquiatras — comentó Sisa.
—
Es técnicamente lo mismo.
¿Quién crees que le enseñó el método al primer humano que lo empleó? Aunque es
evidente que no lo hacen tan bien pero bueno.
Ella abrió la boca, sorprendida.
—
¿Entonces tú…?
—
Eso sí, ni bien terminemos
no será inusual que te sientas algo débil— agregó Hethos ignorando la pregunta —.
Es normal. Después de todo, la mente humana no está acostumbrada a usar todo su
potencial.
—
¿Es verdad que si usáramos
toda nuestra capacidad seríamos capaces de teletransportarnos? — preguntó con curiosidad.
—
Eso… es algo que no puedo
revelar — le respondió de buen humor—. Bueno, ya basta de tanta charla.
¿Empezamos, niña?
—
¡Ok!
—
Bien. Escucha, quiero que observes esto. — No pude evitar fruncir el ceño ante el reloj de bolsillo que
colgaba de los dedos de Hethos—. Lo observarás con cuidado, fijamente, sin perderte
ni un solo movimiento, ¿de acuerdo?
—
Está bien— respondió ella
con empeño.
Me eché sobre el respaldar del sofá mientras esperaba en silencio:
sé que Hethos es muy bueno en esto, pero es la primera vez que estoy
presenciando que lo lleve a práctica.
—
¿Lo sientes? ¿Ves cómo se
dirige de izquierda a derecha a una misma velocidad? — Ella asintió sin dejar
de observar el dichoso reloj dorado. Claramente vi la energía de Hethos
envolviendo la forma circular—. Ok, ahora escucha los sonidos de tu corazón y
crea una armonía entre el ritmo y los movimientos del péndulo.
Tarek y yo observamos en silencio. Los ojos de Sisa empezaron a
entrecerrarse lentamente:
—
¿Tienes sueño? Sí, ¿verdad?
Adelante, entrégate sin problema; no pasa nada.
A mi lado, Tarek se frotó los ojos:
—
¿Es normal que a mí también
me dé sueño? — me susurró y casi lo golpeo.
—
No mires el reloj, observa
cualquier otra cosa.
—
A la cuenta de diez
entrarás en ti misma, ¿de acuerdo, niña? — anunció Hethos. El tic tac de los
relojes de la tienda empezaron a fastidiarme —. Uno, dos…
La vi recostarse con mayor confianza y a sus ojos perder la
batalla: se cerraban cada vez con mayor frecuencia.
—
…ocho, nueve, diez.
Los ojos se cerraron completamente. Tarek se reincorporó,
sorprendido.
—
De acuerdo, escúchame
atentamente, Sisa Daquel: el vaso que tienes al lado contiene una porción de
“Agua de la verdad”. Te la beberás cuando te lo indique, y después entrarás a
ese mundo que tanto nos interesa. Viajarás e intentarás buscar todo lo
relacionado a Albania, Alen Forgeso y Zara Lagares, ¿entendido?
Ella asintió sin abrir los ojos.
—
Después tomarás la pluma y
la hoja junto a ti, y redactarás tan rápido como puedas todo lo que alcances a
vislumbrar, ¿me has comprendido? — Ella volvió a asentir mecánicamente. Me dio
la impresión de que Hethos podía manipularla a su antojo, y fue extraño porque
sentí el impulso de ponerme delante de ella —. Beberás a la cuenta de tres e
iniciarás el viaje a la cuenta de cinco, ¿entendido?
Dijo que sí nuevamente.
—
Uno…dos…tres.
Sisa tomó el vaso con la mano derecha y lo llevó a sus labios. Se
bebió el contenido de un trago, y después volvió a su posición normal.
—
Excelente. Ahora emprenderás
el viaje: uno…dos… — Sentí que el cuerpo se me tensó cuando la vi fruncir el
ceño: no le gustaba la idea de irse —…cuatro…cinco…
¡Li-kay!
Su cuerpo perdió fuerza y cayó inconsciente sobre el respaldar.
—
¿Alen? ¿Qué estás haciendo?
Reaccioné cuando oí la voz de Tarek. Me miraba sorprendido porque
me había puesto de pie inconscientemente.
—
No voy a lastimarla — me
dijo Hethos que tomó asiento sobre la silla de enfrente —. Dejemos que ahora
recorra el camino que le he indicado.
Un silencio expectante se desató en la habitación. Solo era
quebrado por los horribles “tic-tac” de los relojes de afuera.
—
¿Creen que vea algo? —
preguntó Tarek interesado.
—
De que va a ver algo,
definitivamente lo hará. Aunque como es la primera sesión de Li-kay, tal vez no obtengamos demasiada
información.
Me crucé de brazos sin dejar de observarla. Permanecía echada, con
el cabello desordenado y un gesto apacible en el rostro.
Me recordó a la vez en la que fui a verificar lo de sus sueños.
La vez que la besé.
—
¿Alen? ¿Qué sucede? Estás
tenso — me dijo Hethos.
—
Nada, estoy bien. Solo
pensaba que ojalá vea lo necesario — respondí, esquivando sus ojos.
Tic-tac
Tic-tac Tic-tac
Mierda.
—
¿Eh? ¿A dónde vas, hermano?
—
Arriba, el sonido de esos
malditos relojes va a volverme loco.
Le di una última mirada: seguía recostada, como dormida, sin decir
nada.
Me perdí por los escalones de madera.
Abrí la única ventana que Hethos tenía en el segundo piso: el sol
estaba a punto de irse, pero aún ingresaba a modo de pequeños rayos anaranjados
en la estancia. Cuando me encuentro muy débil, siempre suelo venir aquí. Tiene
una cama junto a la pared, una pequeña cocina a gas, y esas figuras que suele
tallar en piedra cuando no tiene ganas de hacer otra cosa más que relajarse.
Hethos sería, para los humanos, algo así como un hombre que ha
entrado en la vida espiritual de la manera más pura. No come y solo bebe agua.
Aunque bueno, en nuestro caso, no es necesaria la comida terrenal.
Nunca entendí bien por qué tenía que ayudarme. La primera vez que
lo vi simplemente se acercó y me dijo: “Yo seré tu Sabiduría, aquello que te
guiará para tomar la decisión correcta”. ¿Por qué? Nunca me lo ha querido
decir, o él mismo no lo sabe. Siempre se escapa con la frase de “órdenes de los
de arriba”.
¿Cuánto ha pasado? ¿Media hora? Sí, me parece que sí.
Seguía sentado ahí, en el piso y observando los pocos rayos del
sol, cuando de repente la oí:
—
¡No!
Me puse de pie bruscamente:
era su voz.
—
¡NO! ¡ALEN! ¡NO!
—
¡¿Qué sucede?! — increpé,
apareciendo en el primer piso.
Sisa estaba ahí,
moviéndose frenéticamente sobre su sitio y con los ojos aún cerrados. Su mano
derecha se movía sin control sobre el papel, y se veía sumamente angustiada.
—
¿Qué le pasa? — exigí.
—
Nada — me respondió Hethos,
reticente—, probablemente las imágenes la están abrumando, pero todo es mental
así que no siente dolor.
Quise tomarme las cosas con la misma tranquilidad, pero no
entendía cómo conseguía hacerlo. La voz le salía entrecortada y estaba
completamente pálida. “Alen, Alen”, era todo lo que escuchaba, y después
quejidos incómodos.
Lo que sea que estuviera viendo la agobiaba, y me estaba llamando…
—
Páralo — ordené. Ya era
suficiente por hoy, ya había hecho demasiado.
No era necesario prolongar un procedimiento que a fin de cuentas
tal vez ni tenía resultados.
—
Tranquilo, ya te dije que
no le duele. Es normal que le resulte molesto: los humanos no están
acostumbrados a ser puestos bajo los efectos del Li-kay, pero no es nada del otro mundo.
Tarek me lanzó una mirada de soslayo, inseguro: ella seguía
moviéndose, incómoda. No parecía ser tan “sencillo” como Hethos planteaba.
El papel bajo sus dedos empezaba a arrugarse.
—
¿Que no le duele? — repetí
incrédulo —. ¿Es que acaso no estás viendo cómo está, Hethos? Páralo, lo que
sea que estés haciendo, ya páralo.
—
No estoy haciendo nada,
ella simplemente está viajando entre sus visiones.
—
¡NO! ¡NO! — Los quejidos se
transformaron en gritos, la palidez se hizo más notoria —. Alen…Alen, no… ¡NO!
Le duele, le duele mucho.
—
Hethos, haz que despierte —
solicité—. Ya fue suficiente.
—
Ella está bien.
Simplemente…
—
¡Simplemente y un carajo,
detenlo! — bramé enfadado.
¿Acaso era tan difícil de entender? A ella no le estaba resultando
sencillo, y yo no tenía por qué seguir obligándola a hacerlo.
—
Alen, no es nada — la
indiferencia me irritó; casi hasta podría golpearlo—, apenas ha empezado a
escribir y…
—
Pero si está llorando —
musitó Tarek de la nada.
Y eso fue todo.
—
Alen, no, ¿qué hac…? ¡Alen!
—
¡Déjala en paz, Hethos! —
bramé, quitándolo de mi camino. El gesto de sufrimiento me consternó.
No, ella no podía estar llorando de esa manera. Ella no debía llorar…
—
¡Te estoy diciendo que no
le duel…!
—
¡Mierda, Hethos, que la
despiertes! — Tarek me observó sorprendido, tal vez porque ni yo mismo comprendía
por qué explotaba de la ira. ¡Hethos no tenía derecho a tocarla! ¡Ni él, ni
nadie! ¡No iban a lastimarla!
¡Nadie tenía por qué tocarla!
—
Escúchame, ella…
—
Sisa, ¡Sisa! — Lo ignoré y
me incliné lo suficiente para tomarla en brazos porque empezó a moverse con
desesperación, como si tuviera un ataque, como si se ahogara —. Estoy aquí,
¡estoy aquí…! ¿Me escuchas? ¡No va a pasarte nada!
—
¡Alen, deja a la niña en
donde está!
Yo iba a estar siempre con ella; para protegerla, para evitar que
le hicieran daño. Siempre…siempre estaría para ella...
Todo lo que dure mi existencia,
siempre estaría con ella.
“Albania”, resonó en algún lugar de mi mente. Pero le resté importancia,
porque ahora mi prioridad era ella
—
¡QUE DEJES A LA NIÑ…!
—
¡NO LO HARÉ! — bramé y
entonces oí la voz, sumamente baja y terriblemente consternada:
—
¿A-Alen?
El gesto angustiado se había relajado, el ritmo cardiaco regulado.
La observé y me encontré con sus ojos abiertos de par en par:
—
Estoy aquí — confirmé la
pregunta silenciosa, y sus brazos me envolvieron.
Sentí algo tibio empaparme la camiseta: aún lloraba, estaba helada
y no dejaba de temblar.
Vámonos, Bellota.
—
¿Cómo lo hiciste? — me
preguntó Hethos con seriedad. Pasé de largo, con ella en brazos, porque lo
último que quería era hablar con él —. ¡ALEN!
—
¡¿Qué demonios quieres?! —
le espeté con rudeza.
—
¿Cómo la despertaste? ¡Es
imposible que otro aparte del que induce el Li-kay
despierte al receptor!
—
¡No lo sé! — respondí
furioso, y sus brazos se aferraron con más ímpetu a mi cuello, como pidiendo
que me calmara. No estalles, no explotes
de la cólera.
—
Ya te dije que la niña no
sentía nada, solo…
—
Vete a la mierda, Hethos; y
hazme el favor de dejarnos en paz.
Me lanzó una última mirada de advertencia que ignoré por completo,
y después me concentré lo suficiente para llevármela lejos. Él y Tarek se
convirtieron en una mancha difusa.
—
¿Sisa? — la llamé cuando
llegamos. Me tambaleé un poco porque la habitación pareció girar.
Transportarme con alguien no me cuesta demasiado trabajo…si me
alimento antes, claro.
La senté con suavidad en el sofá de la sala y después me arrodillé
en frente de ella, tratando de restablecerme yo también.
—
¿Estás bien? — tanteé. Se secó
las mejillas y asintió, pero se le escapó un sollozo: sus emociones estaban muy
apagadas —. Nunca más haremos algo parecido, ¿de acuerdo?
—
No…está bien, estoy bien. —
Tomé su rostro y delineé con cuidado los surcos que habían dejado las lágrimas —.
¿Dónde estamos?
—
Ehh, pues… ¡bienvenida a mi
departamento de soltero! — respondí en un intento de animarla. Creo que
funcionó porque elevó una ceja, algo divertida—. Así lo llama Tarek.
Entonces se quedó en silencio por un breve instante, e inició: “Te
vi…”, me dijo, y traté de explicarle que eso era lo de menos.
—
Escúchame: te vi… estabas…
estabas gritando.
—
No quiero saberlo, Bellota —repuse,
pero me tomó por los brazos, exigiendo atención:
—
Estoy bien, Hethos tiene
razón, Alen. Físicamente no me dolía nada, pero…
—
El dolor más fuerte no es
el físico, Bellota. — Sus ojos tristes me abatieron —. ¡Mira lo que te he
hecho! Lo siento tanto, en serio. Tal vez deba pedirle a Tarek que me dé un
buen par de puñetazos por imbécil.
—
Estoy bien. Lo que sucede
es que vi…vi a una chica, era Albania, su nombre completo es Albania Formerio.
Estaba parada frente a un risco, las olas del mar chocaban con fuerza en la
parte de abajo. Llovía, se oían truenos…
—
Sisa, no es necesa…
—
¡Sí es necesario, Alen! —
exclamó exaltada—. ¡Estaba llorando desconsolada…! Creo que alguien muy importante para ella
había muerto. Tenía una carta en la mano; la leía y leía miles de veces más,
como para cerciorase de las palabras que veía escritas. Y nuevamente lloraba;
lloraba repleta de angustia.
Me sentí más apenado que nunca: sabía lo sensible que era ella con
el dolor ajeno. Nunca debí acceder a que lo hiciéramos.
—
Y después te vi a ti. — La
observé, confuso. Ella se perdió entre recuerdos, hablando más para sí misma—:
No sé cómo, pero te vi también sobre ese risco. Y llorabas, también llorabas. Y
fue demasiado…demasiado…
Y volvió a sollozar. Me incliné, buscando apaciguarla, y se aferró
con ímpetu a mi cuello.
—
Te dolía. Te estaban
haciendo daño y realmente te dolía. ¡Te dolía muchísimo!
¿Entonces el ataque…? ¿El llanto?
—
Sisa, ¿llorabas…por mí?
¿Por qué, Bellota? ¿Por qué
llorarías por alguien como yo?
—
Es que realmente te dolía
muchísimo, y yo quería… ¡No sabía cómo acercarme para intentar ayudarte! ¡Gritabas
como nunca he oído gritar a nadie! Y…y…y pedías que tuvieran piedad. Rogabas
que te mataran, ¡que no podías soportar más dolor!
—
Ahora no me duele nada — le
confirmé. Sequé las lágrimas de su rostro y ella asintió —. Si el sentir dolor
implica verte llorar de esta forma, te prometo que viviré huyendo de él, ¿de
acuerdo?
Sonrió levemente y después asintió, más tranquila.
—
Solo vi a Zara una vez.
Charlaba con otro sujeto. — Asentí sin pedir más explicaciones—. Tal vez
podríamos pedirle a Hethos que vuelva a…
—
No, no va a suceder.
No había forma de que
volviéramos a intentar algo semejante.
—
Pero…
—
Pero nada, no vamos a
hacerlo nunca más.
—
¡Alen!
No. A lo mejor ella tenía dentro de sí las respuestas para todas
las preguntas que llevaba conmigo por vidas, pero si el precio era verla en ese
estado tan vulnerable, no había forma de que yo accediera. Hethos puede
replicar las veces que quiera que el dolor que sentía no era real, pero yo no
lo veía así. Era obvio que a ella le afectaba muchísimo someterse a la lectura
interna, y yo no estaba dispuesto a jugar con su mente de manera tan ligera.
Nos quedamos en silencio hasta que sentí sus dedos acariciando mi
rostro.
—
Podría funcionar. Solo que
para la próxima voy a ser más cuidadosa, y no gritaré tanto — me dijo como si ese
hubiese sido el principal problema—. Probablemente esta vez ha sido así porque
fue la primera y…
—
La primera y la última
—sentencié con seguridad—. No habrá una segunda.
—
Alen, quiero ayudarte. Y si
puedo…
—
Sisa, ¿de qué me sirve que
me ayudes si te lastimas en el proceso? No soy tan cruel como para pedirte que
hagas algo así por mí.
Ella no lo entiende, ¡no lo comprende…! Y a lo mejor yo tampoco lo
entiendo muy bien, porque no aguanto verla sufrir de ese modo.
—
Alen, déjame ayudarte.
Podré soportarlo, ¡te lo juro!
—
Tal vez el que no pueda
soportarlo sea yo — confesé y me rendí por completo. Sus ojos se abrieron un
tanto, y en ese momento recién caí en la cuenta de que estábamos demasiado
cerca. Podía sentir la tibieza de sus mejillas, hasta contemplar detalladamente
la textura de sus ojos, y de pronto todo pareció verse tan lejano. Todo…todo
excepto ella.
Cielos, ¿qué es esto? ¿Por qué repentinamente siento que en realidad no estamos lo
suficientemente cerca?
El aire parecía hacerse espeso, denso, porque era lo único que
explicaría porque me estaba costando tanto trabajo respirar. De pronto los ojos
se cerraron, el cuerpo le tembló, y todo se maximizó en mi contra. Ella huele
como a flores, como a miel…
Me deslicé lentamente y mis labios se encontraron con la comisura
de los suyos. La voz de Hethos resonó con fuerza, las alarmas disparándose sin
control: “cuidado”, repetía, y miles
de ideas empezaron a bombardearme la cabeza: “No debes besarla, ¿qué sucede contigo?, no caigas, no caigas”.
Pero a ella se le escapó un suspiro, mis sentidos colapsaron…
“No caigas”
Caí.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Sisa
La cabeza me giró sin control cuando sus labios chocaron contra
los míos, y después una misteriosa sensación se apoderó de todo mi cuerpo.
Ansiedad, temor, exaltación, no sé…no sé qué es.
Hundí mis dedos en su cabello mientras no dejaba de besarlo. Sentí
sus manos aferrándose a mi cintura, y después su boca atrapando mi labio
inferior. Por un momento pensé que aún no reaccionaba del Li-kay, porque
no era posible sentir que el alma se me escapara del cuerpo.
Me incliné para besarlo con mayor facilidad porque él seguía de
rodillas, y algo estalló. Oía mi respiración agitada chocando contra la suya; su
boca acariciando mis labios lentamente. Pasé de su cuello a su pelo y terminé
hundiendo los dedos, esperando no soltarlo jamás. Una de sus manos subió hasta
capturar una de las mías, y nuestros dedos se entrelazaron nuevamente. Me
aferré a ellos con tanta fuerza que dolió.
No quería soltarlo. No lo soltaría. Nunca…
“Porque era mío…”
—
¡Chicos!
¡BROM!
Di un respingo, completamente asustada, cuando oí la voz de Tarek
seguida de un estruendo. Volteé al frente y recién comprendí que Alen había
vuelto a retroceder con tanto ímpetu que había terminado impactando contra una
de las paredes.
Uno de los cuadros que decoraba la sala cayó por el impacto. El
vidrio frontal se hizo añicos.
—
Uy, ¿qué pasó? — nos
preguntó Tarek con curiosidad. Sentía la respiración agitada y las mejillas
enrojecidas —. ¿Mmm? ¿Acaso estaban haciendo cosas malas, niños traviesos?
—
¡No, claro que no! — casi
grité.
—
Deja de decir tonterías,
Tarek — dijo Alen con ligera incomodidad. Miré a cualquier otro lado menos al
frente —. ¿Qué haces aquí?
—
Urgente: Hethos quiere
hablar contigo, hermano.
¿Hethos?
—
¡Yo también quiero ir! —
repliqué, poniéndome de pie.
—
Tú nada — me reprendió él.
—
Tiene razón, Bellota; lo
mejor es que descanses porque la sesión de Li-kay
seguramente te ha dejado algo agotada.
—
¡Estoy bien! — me defendí, pero
la cabeza me traicionó y todo pareció moverse bruscamente.
Aunque no sé si es por eso del Li-kay
o… lo último.
—
Tarek, ¿puedes llevarla a
casa?
—
¡Alen, no! — protesté, pero
él se negó con firmeza:
—
Ya no, Sisa. Fue la primera
y la última vez.
—
¡Pero…!
—
¡Pero nada! Y soy el mayor
así que obedece sin chistar —. ¡Pero qué terco!
—
Vamos, Bellota. — Tarek me
tomó por la muñeca pese a mi ceño muy fruncido. Vi los ojos miel por última vez
y al instante una mancha borrosa los suplantó.
Aparecimos en mi vecindario; a un par de casas de la mía.
—
No nos demoramos casi nada,
¿verdad? — oí de Tarek, tan cantarín como siempre. Me incliné violentamente por
la horrible sensación en el estómago —. Ups, lo siento, no tengo tanta
experiencia transportando humanos.
—
Estoy…estoy bien — mentí.
Solo quería llegar a casa
porque por lo visto devolvería el almuerzo.
—
Vamos, Bellota — sugirió y
tuve que pedirle que me dejara ahí. Si Gisell salía y lo veía todo empeoraría
—. De acuerdo, pero verificaré que ingreses a tu hogar sana y salva, ¿de
acuerdo? — Su sonrisa jovial me animó un tanto —. Ve, ve, y no olvides hablarle
bien de mí a la princesa cuando la veas en la escuela.
—
Lo…lo tendré en cuenta.
Casi corrí a casa. Saludé de manera veloz a Gisell que estaba en
la sala revisando unos papeles y después subí de dos en dos los escalones. Abrí
la puerta del sanitario, puse la música de mi celular al máximo volumen y me
dejé ir por completo.
Aj, qué asco.
Me cepillé los dientes y me mojé el rostro. Al final decidí ir a
mi habitación por mi toalla de baño para darme una ducha. Me quedé alrededor de
cuarenta minutos solo remojándome en el agua mientras intentaba no pensar en
los horribles pasajes que había visto en la sesión de Li-kay; pero el asunto no mejoraba porque si no pensaba en eso,
automáticamente mi mente volaba a su departamento, el sofá, su boca y…
—
¡Ya! — me reprendí agotada.
Finalmente me puse
el pijama, pero al abrir la puerta...
—
¡Ay! ¡Corín, no hagas eso!
— protesté al encontrármela, ceñuda.
—
Estás embarazada, ¿verdad?
—
¿Ah? — De haber visto mi
rostro creo que me habría lanzado a reír: esa pregunta había superado todo —. Corín,
el día en el que me digas algo coherente voy a agradecértelo mucho, en serio.
¿Embarazada? ¡Si ni siquiera tengo novio! A menos que creas que fue obra del
Espíritu Santo o algo así.
Pasé rumbo a mi habitación, pero me siguió los pasos:
—
Pues una vez ya te
encontramos aquí, con un chico y sin camiseta. Eso no habla bien de ti.
Rodé los ojos, fastidiada:
—
Sí, tengo dos meses. Lo
admito. — Y cerré la puerta.
Saqué los deberes que tenía para mañana: Dios, tengo una tonelada
de ejercicios de Álgebra.
Me dispuse a terminarlos cuanto antes, y después de cenar ya
estaba echada sobre mi cama, escuchando música y evitando pensar demasiado en
todo lo que había sucedido por la tarde.
¿Qué está sucediendo?
Alen y yo… bueno, es la segunda vez que nos besamos. Sé que la
primera vez lo hice porque quería ayudarlo a recuperarse, pero ahora… La verdad
es que no distingo bien si el beso de hoy lo inicié yo, o...lo inició él.
¿Entonces…?
« ¡Entonces, nada!
Quítatelo de la cabeza, nunca va a pasar nada. Él está empeñado en buscar su
nombre, en volver a su lugar de origen. ¿Qué crees? ¿Que se enamorarán y se
quedará aquí, contigo?»
Pu-pues…
—
No. No lo creo.
Me entretuve jugueteando
con los hilos que se descocían de la funda de mi almohada. Cerré los ojos por
breves segundos y después volví a ver aquella imagen: ella, Albania, parada al
borde de un precipicio. No había visto su rostro, pero de alguna manera sabía
que era ella. La lluvia torrencial había empapado su largo vestido blanco y las
ondas de su cabello. Abajo, las olas chocaban vehementemente contra los
peñascos.
» ¿Por qué? ¿Por qué él? ¿Por qué él? Oh, Dios, ¿acaso es mi
castigo? ¿Es el precio que debía pagar por codiciar parte de la belleza de tu
creación?
Asió con más fuerza
el papel que traía en la mano. Lloraba con tanto desconsuelo, que por un
momento pensé que el cielo estaba igual de devastado que ella.
» La belleza no lo es todo, Albania — dijo otra voz: era una mujer, pero no reconocí nada más. Ya no
estábamos en el precipicio frente al mar; ahora era una sala perfectamente
amoblada, con lámparas suspendidas en el techo y con miles de velas
manteniéndolas encendidas.
» ¡Cállate, cállate!
» Te empeñaste en conseguir algo que no te pertenecía, y ahí
tienes tu pago a cambio.
» ¡No me atormentes más! ¡No!
» Podría haber sido más feliz al lado de… — No alcancé a escuchar el nombre; el sonido
pareció volverse difuso—…más que a tu
lado.
» ¡Basta!
Y nuevamente el
precipicio, con las olas estallando con fuerza abajo, y la lluvia cayendo. Distinguí
un cuerpo en el suelo rocoso, completamente mojado, pero no reconocí de quién
se trataba.
Entonces apareció, él…Alen,
de rodillas, consternado y profundamente desesperado. Observó al cielo, y sus
ojos fulguraron: violeta eléctrico intenso, como dos faros en medio de una
tempestad.
Y después solo
recuerdo que gritaba y pedía que lo mataran porque la tortura era aún peor.
Había sido
horrible. Verlo así, tan diferente al Alen que solía ver. Sus sonrisas, ese
matiz burlón…todo suplantado por una especie de agonía eterna.
Salí de la cama
para conectar la batería de mi celular, y de casualidad me enfoqué en la hora.
Genial, ya eran más de las doce y yo aún sin pegar ojo.
Decidí bajar por un
poco de agua para disponerme a dormir así no quisiera. Y cuando estaba por
regresar…
¡No!
….un par de ojos
color carmesí me dieron el encuentro.
Iba a soltar un grito,
pero la voz se me apagó, como si alguien le hubiera quitado potencia a mis
cuerdas vocales.
Miré aterrada el
recién llegado que sonreía, muy animado:
—
Sisa, cariño. Vamos a tener
una agradable charla, ¿de acuerdo?
Durand acababa de
aparecer en la sala.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Alen
—
¿Tú reconoces algo?
—
Parece ser un mensaje — respondí.
Hethos se rascó la barbilla.
—
Esto parece un juego de
detectives; y la verdad es que cuando hay demasiadas cosas por investigar, ya
no resulta divertido.
—
Dímelo a mí, tú por lo
menos sabes que estás aquí para ayudarme. Yo no sé ni cómo me llamo — respondí
de mala gana.
Tomé nuevamente el pedazo de papel con la letra de Sisa plasmada
en él:
El fuerte de caballería fue atacado.
El Sr.---- estaba en el
escuadrón de vigía.
Su cuerpo no ha sido hallado, pero el Capitán Mayer asegura que lo
vio caer en batalla.
Lamentamos la pérdida.
Aún no llegaba a comprender por qué Sisa había redactado algo que
parecía ser una carta. El “Sr….”, ¿señor qué? Faltaba el nombre.
Lo que restaba de la hoja, había sido empleada para frases que no
conectaban del todo.
“Albania Formerio llora porque lo ha perdido”
“Sin él no tengo por qué seguir…”
“La belleza no…”
“Mi felicidad y el aire que respiro son cosas diferentes”
“…amo más”
“Es lo que te mereces”
“Nunca fue tuyo”
“Adiós…”
“Zara charla con un sujeto”
“Alen grita”
“Alen grita”
“Alen grita”
“AÝUDENLO”
—
¿Qué es esto? —
murmuré extrañado.
¿Algo de esto tendría que ver con mi estadía en el Mundo Terrenal?
—
Para haber sido la primera
vez me parece que ha sido una sesión muy productiva — comentó Hethos—. Creo que
en la siguiente tal vez ella podría…
—
No habrá una segunda vez —
lo interrumpí inmediatamente.
Sentí el brusco cambio de humor.
—
¿Qué?
—
No habrá una segunda, es lo
que dije.
A la mierda, que se enfade: ya está decidido. No iba a permitir
que Hethos volviera a ponerla en ese estado.
—
¿Qué sucede, Alen?
—
¿Qué sucede? — repetí—.
Sucede que a ella le afecta demasiado todo esto del Li-kay, así que no voy a exponerla más.
—
“¿Exponerla?” Ya te dije
que no le hace daño.
—
¿Y su mente? ¿Qué con eso?
Viste como lloraba; no puede hacerlo.
Recordé sus ojos llorosos, su voz llamándome. No, no iba a
lastimarla de nuevo.
—
Claro que puede hacerlo, la
estás subestimando — replicó Hethos con firmeza—. El que parece está dificultando
las cosas es otra persona. — Se sacó las gafas y los ojos violeta me
reprendieron, enfadados —. Alen, no te desvíes del verdadero objetivo.
—
No estoy desviándome de
nada — respondí desafiante.
—
Estás aquí por algo. Si me
han encomendado ayudarte en la tarea de encontrar tu nombre es porque tu
situación requiere de mucho cuidado. Tu caso es relevante; si solo fueras un
deshonroso caído ahora ya estarías conviviendo con demonios a modo de castigo;
pero eres un calehim, ¿sabes lo que
eso significa?
—
Hethos, para…
—
No, te lo voy a repetir así
estés harto porque parece que lo estás olvidando. Tu condición de calehim significa que tu sentencia fue
ejecutada con la esperanza de que retornaras a nuestro mundo. ¡Tu falta no
merecía castigo eterno! Te otorgarán el perdón, y si estoy aquí, contigo, es
porque tu situación es muy especial.
—
Ya lo sé — murmuré, y por
un segundo el par de ojos preciosos me cruzaron por la mente. ¿Por qué aparecen tan seguido?
La voz de Hethos resonó con seriedad y los disolvió:
—
Recuerda que nosotros no
estamos creados para “amar”.
—
En ningún momento dije lo
contrario — señalé. No entendía la relación; pero Hethos asintió y me palmeó la
espalda.
¿Amar? Qué extraño sonaba.
—
Por cierto, ¿qué hiciste
antes de venir aquí?
—
Mmm, ¿por qué la pregunta? —
Tomé la peculiar daga que reposaba sobre uno de los estantes: me pregunto
cuándo la habrá conseguido. Es un arma, pero está tallada de manera muy
cuidadosa.
Es curioso que existan cosas que son mortíferas, pero a la vez
hermosas.
—
Estás completamente lleno
de energía.
—
¿Cómo lo sabes?
—
Es tanta que puedo sentirla.
— Dejé la daga en su lugar. Lo único que había hecho antes de venir a verlo
había sido estar con ella…en mi departamento…
Besándola.
—
Comí un par de chocolates —
respondí con torpeza.
Pero qué respuesta para más estúpida.
—
¿Chocolates? — Me lanzó una
mirada suspicaz. Traté de no verme incómodo —. En fin, no es mi asunto.
Relajé el semblante y me enfoqué en los adornos de cristal de la
mesa de en frente.
—
Cuidado, Alen — oí. Giré y
me lo encontré volviendo a la trastienda—. Cuidado
¿Cuidado? ¿Por qué?
Mis ojos volaron a la daga anterior. Hermosa…pero también mortífera.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Sisa
—
¿Me prometes que no harás
ningún sonido? Los chillidos humanos me ponen de mal humor. — Asentí encogida
porque estaba demasiado cerca y su presencia me había puesto los pelos de punta
—. De acuerdo.
La presión en mi garganta se aflojo, solté un suspiro y comprobé
que había recuperado la voz.
—
Por cierto, ni te molestes
en llamar a Forgeso porque no vendrá. — La declaración me espantó—. Oh, no, no
le he hecho nada; pierde cuidado. Simplemente he invocado una barrera para
evitar molestas interrupciones. No te oirá así lo llames en voz alta.
—
Tal vez…tal vez deberías
bajar un poco la voz — sugerí, intranquila —. Hay más personas en esta casa y…
—
¿Humanos? Solo ven lo que
quieren ver y escuchan lo que quieren oír. — Retrocedió y encendió las luces
solo tronando sus dedos. Me sobresalté pensando en Gisell—. ¡Oh! ¿Alguien allá
arriba quiere unirse a nuestra pequeña reunión? —gritó teatralmente.
—
¡Shh!
—
¿Qué tal algo de música? —
Señaló en dirección al equipo de sonido de la sala y el último disco que había
estado escuchando Corín llenó el ambiente.
La música de JOBEY estalló a todo volumen.
—
¡Basta! ¡Se despertarán! — grité
exaltada.
—
No va a pasar nada, cariño.
Vamos, siéntate a mi lado y charlemos un poco.
Apagó la música de inmediato y fue a posicionarse sobre el sofá
individual de la sala. Me quedé estática en mi sitio porque me aterraba estar a
solas con él. Solo sabía que era un demonio, pero a diferencia de Tarek él sí
me provoca una desconfianza absoluta.
—
¿Preciosa?
—
¿Qué…? ¿Qué quieres? — le
pregunté manteniendo mi distancia.
—
Primero quiero que te
comportes como una dama y te sientes al lado de tu invitado.
Lancé un grito porque apareció en frente de mí en menos de un
parpadeo, me tomó por la muñeca y aparecimos en el sofá.
—
¿Qué-qué haces aquí? —
pregunté con toda la valentía que pude.
Su presencia era algo aterradora: los cabellos negros
perfectamente peinados, la sonrisa burlona.
Sus ojos habían vuelto a adquirir un color oscuro.
—
Solo pasaba a saludarte.
—
Yo…yo no te invoqué — dije
y sonó a disculpa. Elevó una ceja y soltó una carcajada:
—
Pues siéntete halagada
porque simplemente quise pasar a verte. ¿Ya te he dicho cuán fascinante me
pareces?
La respiración se me disparó sin control. Que se vaya, por favor.
—
Oh, ya lo comprendo: te he
asustado, ¿verdad? Mi repentina aparición ha sido demasiado brusca. Tal vez ha
sido lo del efecto de los ojos. — Los cerró y al abrirlos nuevamente me
encontré con los iris, rojo sangre, brillando intensamente. Los vellos de la
nuca se me erizaron.
Rompió a reír de muy buen humor:
—
A veces me sorprende lo
fácil que resulta asustar a los humanos. — ¡Qué
arrogante! —. Pensé que serías
diferente; que tendría que usar trucos más complejos. Tal vez hacerte creer que
tu abuelo había muerto, o que tu hermano acababa de suicidarse. ¡O mejor aún!
Que se suicidó, pero después de matar a tu abuelo; ya sabes cómo de
descontrolados son ustedes los terren…
¡PAFF!
No lo aguanté más: mi mano se movió casi por instinto.
—
¡Eres un idiota!
—
Vaya, eso…no me lo esperaba
— murmuró. Todo el cuerpo me temblaba después de la bofetada que le propiné. Me
da miedo, sí, pero no iba a venir a decir tantas estupideces como esa.
Y menos a mencionar al abuelo y a Joan.
—
¿Qué quieres? Ve al punto y
rápido. Estaba por irme a dormir así que estás interfiriendo con mis horas de
sueño — señalé con firmeza.
—
Brava, eres brava… está en
tus genes, es inevitable. — ¿Qué?—.
Por cierto, nadie me toca, nena. Esa bofetada la vas a pagar en algún momento.
—
“No quiero el ayer, ni el
hoy, ni el mañana”— lancé rápidamente.
—
¿Mmm? Vaya, el errante ya
hizo su trabajo — indicó con fastidio. Me erguí sobre el sofá porque me sentí
con más seguridad—. Pero recuerda que la protección que te brinda esa expresión
es solo para evitar que “juegue” contigo. Si voy más en serio…en sí no sirve de
nada.
¿Qué…?
—
Lo-los demonios no pueden
matar humanos, ¡está prohibido! — balbuceé torpemente.
—
Sí, pero puedo hacer que un
tercero lo haga — añadió con una sonrisa.
El aire dejó de pasar a mis pulmones. Traté de ubicar algún objeto
con el que defenderme (tal vez los jarrones que adornaban la sala), pero lo oí
soltar una carcajada:
—
Pero para tu buena suerte
no tengo intenciones de lastimarte, Sisa Daquel. —Traté de mantenerme en calma
pero su presencia me incomodaba de sobremanera—. En fin, hablemos de negocios
que es para lo que he venido.
—
¿De negocios? — repetí sin
comprender.
—
Tú quieres ayudar al calehim por algún estúpido motivo que no
tengo ganas de analizar. Y yo puedo ser de ayuda.
—
También le has ofrecido
ayuda a Alen y él no ha aceptado, ¿por qué lo haría yo?
¿Qué creía? ¿Que iba a ser tan tonta como para hacer tratos con un
demonio?
—
¿Sabes cuál es la
diferencia entre ambos, pequeña? Que Forgeso es un maldito engreído que no
quiere aceptar la ayuda que quiero brindarle. Pero tú… tú pareces más sensata,
más humilde. — Se echó sobre el respaldar y suspiró—. La ayuda siempre es bien recibida, ¿o no?
—
¿Por qué un demonio querría
ayudar a un ángel? — pregunté con desconfianza.
—
Corrección: un demonio
queriendo ayudar a un calehim. — Se
acomodó parte del cabello negro y elevó las cejas, agotado—. El Mundo Terrenal
está mucho mejor sin ángeles o calehims que
andan destruyendo nuestra paz. Su presencia incomoda a los míos, nos irrita.
—
Pero ellos siempre han
estado aquí — rebatí.
«No te dejes embaucar, no
te dejes embaucar»
—
Sí, pero no tan
directamente. Un calehim es un ángel
atrapado en el cuerpo de un humano, por lo tanto puede intervenir de manera más
directa en asuntos terrenales. Es odioso sentir su presencia: los míos están
muy ofuscados. Es por eso que resultaría beneficioso para nosotros que
sencillamente retornara a su hogar, y siguiera haciendo su trabajo desde el
lugar que le corresponde.
—
¿Es que acaso Alen es el
primer calehim en este mundo?
—
¿No te han dicho eso? — Reconocí
ese tono entre inocencia y sorpresa que uno lanza para crear duda—. Ok, te has
dado cuenta de mis intenciones. En fin, respondiendo a tu pregunta: no, no es
el primero de todos los universos; pero sí es uno muy especial. En el pasado de esos otros universos ya hubo unos, en el
futuro habrá más, pero la diferencia radica en la relevancia del caso de
Forgeso. Su primera misión, su sentencia, su absolución… todo en él es de vital
importancia.
—
¿Qu-qué? ¿Otros universos?
—
No creerás que este
universo y este presente son los únicos, ¿verdad? — Torcí el gesto porque no
entendí nada. Él resopló, aburrido—: Por esto los humanos me parecen tan
tontos. Escucha, ¿sabes lo que es una cebolla?
—
¡Claro que sí! — respondí ofendida.
—
Bien, ¿qué cosa tiene una
cebolla? ¿Capas? — Asentí—. De acuerdo, imagina que toda una capa es un
universo. Encima hay otra y después otra más y así sucesivamente. Ninguna capa
puede ver a la otra porque cree que es la única; pero en realidad hay más capas
paralelas sobre esa misma capa, e inclusive bajo ella.
—
Como… ¿algo así como
universos paralelos?
—
Exacto. — Chasqueó los
dedos y sonrió—: Puede que estés charlando aquí, conmigo, dentro de tu casa;
pero en “otra capa” tal vez esto no es una casa, tal vez es un cementerio y
están velando a alguien. No sé…
» Pero bueno, no nos desviemos del tema. Su sistema es muy
estricto: si infringes las reglas sencillamente te quitan las alas, y ¡adiós!
Los míos les dan una cálida bienvenida, ¡oh, sí! La verdad es que somos muy
hospitalarios con aquellos que se rebelan contra su aburrido régimen. — Soltó
un suspiro, embelesado, y continuó—: La condición de calehim solo se da en determinadas ocasiones porque implica que se
tiene una oportunidad para retornar. En el caso de Forgeso, parece que parte
del precio para volver es recordar su nombre.
—
Espera, ¿y qué tiene que
ver esto con lo que me decías sobre que su presencia los incomodaba?
—
Como ya te dije, Forgeso no
es un calehim cualquiera arrojado a
la existencia humana a ver cómo intenta volver por su cuenta. Sus superiores le
han otorgado cierta ventaja: le dieron algunas pistas y además lo enviaron con
un guía: Abdiel es un Principado, perteneciente a un coro elevado; no sabes lo
mal que nos hace sentir su esencia.
—
¿Abdiel?
—
Ah, sí: tú lo conoces como
Hethos.
Lo miré, algo confundida:
—
Pero… Tarek no piensa
igual. Cuando lo veo cerca de él no parece estar incómodo.
—
Seir es un sucio errante,
¡ya no pertenece a los nuestros!
Noté una nota de desprecio en su voz. Desconfié aún más porque
Tarek era demasiado amable como para ser repudiado.
—
Hay más de ellos alrededor,
tal vez el mismo Forgeso no es consciente de sus presencias. Lo están
vigilando: los Phaxsi, los Tronos,
las Potestades, las Virtudes... Incluso algunos de los míos afirman haber visto
a un Khari. Ángeles y otros seres
están rondándonos. Hay muchos siguiéndole los pasos.
—
¿Por…? ¿Por qué?
—
Bueno, no me hagas más
preguntas porque ya me aburrí de contestar. Dime, ¿quieres hacer negocios
conmigo? No te voy a pedir estupideces como “entrégame tu alma o algo así”,
porque no necesito más tropas.
—
¿Tropas?
—
El alma de un humano,
dependiendo de su valor, equivale a una buena cantidad de soldados que se unen
a nuestras tropas. Aquel que hace tratos con humanos usualmente obtiene eso
cuando el involucrado fallece. Y ya paremos con el tema, no me hagas darte más
explicaciones.
—
¿Por qué querría pedirte
ayuda? Hethos y Alen ya están averiguando por su cuenta y…
—
El calehim ha vagado por el Mundo de los terrenales durante nueve
vidas, nena. ¿Sabes lo que eso significa? — Tragué despacio ante el tono
triunfal. La sonrisa se le amplió—: Significa que lo están haciendo mal.
—
Pero…
—
Yo solo he venido a ofrecer
mi ayuda. Para mí sería muy sencillo tronar los dedos y romper su Sello de
olvido — me dijo seriamente—. Lo sé todo, Sisa Daquel, porque mi especialidad
es responder preguntas sobre todo tipo de intervalo temporal: Pasado, Presente,
Futuro. Tal vez el futuro me cueste un poco más pero el pasado es pan comido, y
eso es exactamente lo que él busca. Sé todo sobre él, sé por qué está aquí, sé
por qué no recuerda su nombre… y también sé qué es lo que tiene que hacer para
retornar.
—
¿Estás diciéndome la
verdad? — pregunté algo aturdida. Sonrió:
—
Pero él no quiere aceptar
mi ayuda. Tal vez tú quieras hacer el trato conmigo en vez de él.
—
Eres un demonio… Hethos
dijo que ustedes no hacen las cosas por nada — añadí en voz baja.
—
No voy a suplicarte que
aceptes el trato, solo he venido a ponerlo sobre la mesa. — Se puso de pie y me
observó desde su altura—. No sabes el sufrimiento que él lleva dentro de sí, pequeña.
—
¿De…? ¿De qué hablas?
—
Para todas las creaciones
del Todo, el nombre es lo que te
proporciona la certeza de una identidad, es por eso que cada uno tiene una
denominación única e irrepetible. Bueno, ustedes los humanos tienen eso llamado
homónimos, así que son la excepción. Forgeso ahora carece de identidad; el
Sello de olvido que tiene involucra su nombre porque toda su existencia depende
de él. Primer punto: no sabe ni siquiera quién es. Segundo punto — sonrió y sentí
que la piel se me erizó—: el Mundo Terrenal es para los míos una exquisitez
completa. Jugamos con los humanos, los llevamos hasta el extremo de sus más
bajos instintos, y nos divertimos tanto observando cómo se destruyen unos a
otros. —La sonrisa divertida me crispó: ¿cómo
podía hablar así?—. ¡Oh, no! No es que nosotros los obliguemos a hacer
“cosas malas”, eso sería justificarlos; simplemente encendemos la mecha, y
después ustedes ya se encargan de ver a quién va dirigida la bomba.
» Pero para un ángel…adaptarse a vivir en este mundo infernal es
casi una tortura diaria. Si bien el Arte y las expresiones más sublimes los
hacen sentirse vivos, no todo tu mundo es de ese estilo. Solo basta con ver las
portadas de los diarios: un día un hombre le salvó la vida a una niña, sí, ¡qué
humanitario! Pero en la otra hoja países enteros se destruyen unos a otros sin
contemplaciones en eso llamado “guerra”. Millones dicen creer en “dioses
amorosos”, pero repudian a aquellos que encuentran el amor de manera distinta a
la “comúnmente aceptada”. Hipócritas, destructivos, egoístas. Panoramas llenos
de hambruna, asesinatos, discriminación…. Esas cosas suenan normales para
ustedes, fascinantes para nosotros, pero terribles para ellos.
Sentí una pizca de vergüenza recorriéndome el cuerpo, porque así
quisiera negarlo, así era la humanidad.
—
Va a llegar un momento en
el que no lo soportará, y preferirá morir a seguir aquí, porque este no es su
lugar. Esa bipolaridad que tiene es parte del proceso de adaptación. Su cuerpo
de humano no contrasta con su esencia de ángel, y en algún momento podría
terminar demente. ¿Sabes lo que significa eso?
Lo miré en silencio, sintiendo un nudo horrible en la garganta.
—
Ustedes los humanos tienen
eso llamado sanatorio mental, o manicomio, para ser más exactos, en donde ponen
a aquellos que ya no viven en la realidad convencional. —Y la sonrisa que me
dedicó me abrumó: parecía disfrutar tanto lo que me decía —. Pero ellos no
tienen nada de eso; un ángel que ya no puede controlarse así mismo ya no sirve,
sería un estorbo…
No…
—
Tendría que ser exterminado
sin miramiento alguno.
No, eso no es posible. Hethos nunca dijo algo así. Ni Tarek, ¡ni
el mismo Alen!
—
Para eso existe la
jerarquía de los Phaxsi, preciosa —
apuntó satisfactoriamente—. Son los que se encargan de los calehims y ángeles que ya perdieron la cordura. Los aniquilan,
porque ya no son útiles para el
sistema.
Todo el cuerpo se me tensó de manera violenta. Por un momento tuve
una breve visión: Alen siendo perseguido por un grupo de ángeles, tal vez con
hermosos ojos violeta pero con naturaleza exterminadora.
—
Y eso es correr con suerte,
porque si el rumor de que un Khari anda
cerca es cierto, Forgeso no solo va a ser aniquilado, sino que será de la
manera más dolorosa y despiadada que puedas imaginar.
—
¿Kha-Khari? — balbuceé aterrada.
—
Esta será la última
pregunta que responda: los Khari son
de otra raza, ni ángeles ni demonios ni humanos. Son hasta un mito entre
nosotros: se cree que son las fuerzas violentas del Todo. Cuando se transgreden las reglas de manera extrema, los Khari son los encargados de infligir los
castigos; y son muy severos porque para ellos todo es o blanco o negro, no hay
nada a medias. Si ustedes siguen como están, en un futuro probablemente también
se encuentren cara a cara con ellos. Tal vez una pandemia, o un cometa
estrellándose contra su planeta sea la manera más delicada de castigarlos.
—
¿Qué?
—
¡Listo! Basta de preguntas.
Durand elevó una ceja y después me tendió algo: era una tarjeta
mediana, de color negro.
—
Tengo asuntos que atender.
Si en algún momento consideras mi propuesta o quieres saber más de ella, ven a
buscarme. Así digas mi nombre real no vendré, ahora tendrás que venir tú a mí.
Y desapareció.
Tragué despacio. Las luces nuevamente estaban apagadas; oí desde
el segundo piso un ronquido.
Volví a mi habitación, cerré la puerta y encendí mi lámpara de
noche. La tarjeta que Durand me había entregado era de color negro, con puntos
brillantes, semejantes a la Vía Láctea.
Una sola palabra se distinguía en ella:
ORÁCULO
Y una dirección en la parte posterior.
Me quedé observándola por unos segundos. Después la guardé en el
cajón de mi velador y me recosté velozmente, cubriéndome con los cobertores
hasta la cabeza.
»—…un ángel que ya no puede
controlarse así mismo ya no sirve, sería un estorbo. Tendría que ser
exterminado sin miramiento alguno.
Alen.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡Hey! — Di un pequeño
brinco en mi sitio cuando Tomas apareció delante de mí, sosteniendo una pelota
de fútbol. No fue hasta que escuché a algunos chicos pedirme disculpas desde la
cancha de cemento, que comprendí que mientras caminaba por poco y me da en la
cabeza.
Tomas había conseguido detenerla con las manos.
—
Oye, ¿qué pasa? ¿Estás
bien? — Lo miré algo desconcertada—. ¿Nerviosa?
—
¿Mmm? — No terminé de
comprender su pregunta.
Pero no me dijo más ya que debía irse pronto a su práctica de
tenis.
—
Tranquila, Bellota: ¡ya
verás que todo saldrá bien! — me gritó alejándose.
—
¿Qué? — Fruncí el ceño, aún
más confundida —. ¡Tomas!
Etel apareció detrás de mí, suspirando:
—
Yo creo que Loi debe estar
bastante mal para haber faltado a clases, ¿no crees? — Sí, debe ser eso. Ni
siquiera había enviado ningún mensaje explicándonos su ausencia—. Has estado
sumamente pensativa estos últimos días, Sisa. Tranquila, ya verás que todo
saldrá bien.
—
¿Eh? ¿Por qué Tomas y tú me
han dicho casi lo mism…? — estuve por preguntar, pero en ese momento oímos una
bocina.
Un hombre nos saludaba desde un auto.
—
¡Oh! ¡Pero si es papá!
Bueno, Bellota, te llamo a las seis, ¿sí? No estés tensa, relájate. ¡Yo sé que
todo ha salido bien, ya lo verás!
—
¿Eh? ¿Pero de qué hab…?
—
¡Voy, papá! Adiós, Bellota.
¡Fuerza! — Me abrazó y después se perdió por las escalinatas de la puerta
principal.
¿Ah? ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué Tomas y Etel han sonado tan
similares y aun así no los he comprendido?
Salí de la escuela sin darle muchas vueltas al asunto: probablemente
habían estado hablando de algo, y como ando distraída no les presté la atención
necesaria.
No podía dejar de pensar en las palabras de Durand con respecto a
Alen. Me encontré con él y Tarek el sábado, cuando saqué a pasear a Petardo,
pero no les dije nada sobre la visita que había recibido.
Tarek ya me había dicho que los demonios no son propensos a
brindar su ayuda sin obtener nada a cambio… Pero si Durand ya me había dicho
que no iba a pedirme mi alma, ¿cómo pensaba que iba a pagarle? No se me ocurría
nada valioso que pudiera pedirme, lo que hacía las cosas más sencillas.
« Pero es un demonio»
Sí, ahí radicaba el punto principal. Se trataba de un demonio, y
por lo que he oído de labios de Hethos, Tarek, el mismo Alen y la sociedad
completa, es que no se debe confiar en ellos.
Terminé dando un paseo por el parque en el que solía practicar con
el violín. Saqué el celular y le marqué al abuelo: me contestó muy animado,
diciendo que Joan aún no retornaba de la universidad. Charlamos un poco sobre
la escuela y después tuve que colgar porque me dijo que estaba esperando a unos
amigos.
Guardé el celular y me quedé allí, apoyada sobre el malecón y
observando el mar. Cuando empezó a correr algo de viento decidí que lo mejor
era volver a casa, y comentarle a Alen sobre la visita inesperada de Durand. De
paso aprovecharía para preguntarle directamente si eso de que podía perder la
razón era cierto.
Tomé el autobús: fue un viaje algo triste porque ni siquiera saqué el celular
para escuchar música. Me entretuve observando a las personas caminar, viendo
sus expresiones y preguntándome qué clase de vida tendría cada una.
»— Oh, no, no es que nosotros los incitemos a hacer “cosas malas”,
eso sería justificarlos; simplemente encendemos la mecha, y después ustedes ya
se encargan de ver a quién va dirigida la bomba.
No somos así… no…
« No todos»
El sol estaba ocultándose lentamente. Bajé del autobús y caminé
para llegar a casa. El viento me despeinó un tanto y extrañamente sentí que
Durand tenía algo de razón: los humanos somos egoístas… Y digo “somos”, porque
ahora que lo pienso, si Alen recupera su nombre se irá para siempre, y tal
vez…por un lado me gustaría que no fuera así.
El celular vibró dentro de mi mochila. Para cuando sentí la forma
rectangular, la llamada ya había terminado.
Etel.
Ah, sí, dijo que me llamaría a las seis.
¿Mmm?
Volvió a vibrar, pero esta vez fue el nombre de Loi el que
apareció en la pantalla. Apreté el botón de contestar y lo puse sobre mi…
—
¡SISA! ¡SISA! ¡OH, POR DIOS! ¡OH, POR DIOS!
—
¿Loi? — Me asusté un poco
por el tono de voz, pero después comprobé que reía—. ¿Qué sucede?
—
¡LOS RESULTADOS! ¡LOS RESULTADOS ACABAN DE SER COLGADOS EN LA
PÁGINA WEB!
La temperatura se me bajó de un tirón.
—
¡PASÉ! ¡PASÉ A LA SEGUNDA FASE! O sea ya lo sabía, pero ¡igual!
¡PASÉ!
¿Qué día…? ¿Qué día es hoy?
—
¿Q-qué?
—
¿Sisa? Sisa, ¿viste lo tuyos?
—
Loi…Loi ¿qué…? ¿De qué
hablas?
—
¡HOY ES 28, BELLOTA! ¡28 DE MAYO! ¡¿LO OLVIDASTE?!
¡Pero cómo ha sido posible! ¡Si es lo único en lo que he estado
pensando con tanto ahínco!
—
¿Lo olvidaste? ¡Eres un caso! Espera, entraré a la Facultad de Música.
Aguardé sumamente ansiosa, escuchando a mi corazón bombear con
fuerza a través de mis oídos. ¡¿Cómo se me pudo pasar algo así?! ¡Pero qué
descuidada!
Oí que Loi dejó de teclear: me vino un horrible ataque de
temblores.
—
Sisa… ¿aún sigues ahí? — Le respondí que sí—. Por
favor, cógete de algo ahora mismo. Alguna silla, tu cama...
—
Estoy fuera de casa…
Un horrible nudo en
la garganta empezó a incomodarme ante el silencio: ya, era obvio. No pas…
—
¡PASASTE, MIERDA! ¡PASASTE! ¡PASASTE! ¡PASASTE!
¿Qué…? ¿Qué dijo? ¡¿Qué
dijo?!
—
¡¿QUÉ?! — chillé —. ¡Loi,
Loi! ¿Estás…? ¡¿Estás segura?!
—
¡SÍ, SÍ! ¡AQUÍ ESTÁ TU NOMBRE! ¡TU NOMBRE!
Solo sentí algo semejante dos veces en toda mi vida: la primera fue
cuando Joan me sacó a jugar al patio la primera vez que nos vimos y exclamó
emocionado que siempre había querido una hermana más; y la segunda cuando el
abuelo dijo “mi nieta” al referirse a mí, a la semana de mi llegada. Ni
siquiera supe cómo describir ese momento, porque sentía como si de la nada
fuera el ser con más suerte en el mundo entero; y ahora me sentía exactamente
así. Podrían pedirme que caminara entre las nubes, y a lo mejor me salían un
par de alas y lo hacía.
Loi me dijo que llamaría a Etel y a Tomas, y me recomendó que fuera
por un té de hierbas para el ataque de risa y lágrimas que se me había desatado.
Aceleré el paso rumbo a casa para llamar al abuelo y a Joan de una
vez por todas, pero de repente distinguí una figura viniendo en sentido
contrario, y prácticamente la enorme felicidad que sentía llenándome el pecho
empezó a desbordarse, porque ya ni siquiera podía disimular las enormes ganas
que tenía de abrazarlo y contarle todo lo que significaba para mí el haber
pasado esta primera etapa.
Sonrió al verme y ¡ya no pude contenerme más! La sonrisa se me
amplió y después me encontré corriendo hacia él, contentísima.
—
¿Bellota?
—
¡Alen! — grité y
prácticamente me lancé sobre él. Lo oí soltar una carcajada:
—
¿Puedo preguntar por qué
estás tan animada?
—
¡Pasé! ¡Pasé! ¡Pasé! —
exclamé saltando de la emoción.
Abrió los ojos, sorprendido:
—
¿Los resultados? ¿Lo de
Gaib Art?
—
¡Sí! ¡Sí! — grité
frenéticamente. ¡Estaba feliz, realmente estaba muy feliz!
Me miró con una ceja en alto y después rompió a reír, igual que
yo:
—
Te gustan las alturas,
¿verdad?
—
¿Eh? ¿Por qué?
—
Solo respóndeme. — Asentí—:
¿Aun si es muy, muy, muuuy alto?
—
Sí, supongo que sí.
—
Bueno, entonces déjame
darte un obsequio por esta grata noticia.
Lo miré con curiosidad cuando me tomó por la mano, y después todo
se convirtió en una mancha borrosa.
Cerré los ojos porque el viento sopló con una fuerza insólita, y
cuando los abrí por poco y me muero de la impresión:
—
¡Ay!
¡Madre Santa! ¡¿Cómo
llegamos aquí?!
Observé a todos lados, preguntándome en dónde estábamos, y
comprobé que habíamos terminado sentados sobre el último piso metálico de una
antena de telecomunicaciones, que para rematar ya estaba sobre un edificio que
parecía ser bastante alto.
Mis pies colgaban casi en el vacío.
—
¡Wow! — Me eché para atrás,
algo asustada por la altura.
—
Tranquila, lo tengo todo
controlado. No corres ningún riesgo si estás conmigo.
Volteé y me lo encontré sentado a mi lado, observando tranquilamente
el sol que ya iba a ocultarse a través del mar, y con los brazos apoyados sobre
el entramado de fierros que le servía a modo de alféizar.
—
¿Demasiado alto? — me
preguntó en tono juguetón.
El aire soplaba con muchísima fuerza y hacía algo de frío…
…pero todo se veía tan hermoso.
—
¿Siempre vienes aquí? —
pregunté maravillada.
—
Sí, es difícil que te
molesten por estos lares.
—
¡Vaya! Todo…todo se ve tan
pequeño.
Los edificios parecían pequeñas construcciones de lego, y ni que
decir de las personas porque ni las distinguía.
—
Felicitaciones, Bellota
artista. — Me acomodé un mechón de cabello, algo abrumada por todo el paisaje y
su misma voz—. Lo conseguiste; te dije que sería fácil para ti y tu violín.
—
Mu-muchas gracias.
La vista era espectacular y por un brevísimo espacio de tiempo sentí
que estando aquí, tan alto, el mundo se podía contemplar de otra manera. Ahora
que lo pienso, existe algo llamado aire que usualmente no solemos valorar, algo
llamado sol que como vemos a diario ya no nos asombra. Algo inmenso llamado cielo
que nos cobija y que muy pocas veces alabamos por su belleza.
El mundo, el mundo…
—
Sí, tu mundo es hermoso —
lo oí decir—. Es demasiado hermoso, pero a veces ustedes lo olvidan por
completo. ¿Has sentido la lluvia mojarte el rostro? Es uno de los placeres más
sublimes de la vida, pero son muy pocos los que disfrutan de ella.
El mismo espacio me apabulló un tanto: el viento soplando, las
construcciones viéndose menos imponentes de lo que parecen desde allá abajo. En
realidad, somos más pequeños de lo que creemos: viéndonos desde arriba somos
coomo pequeñas hormigas en medio de un mundo que es muchísimo más grande que
nosotros mismos.
Ya estaba acostumbrándome a toda la vista, hasta que sentí que se
movió.
Se había puesto de pie:
—
Una vez me dijiste que
tocabas el violín porque sentías que volabas, ¿verdad? — Me sorprendió que
recordara un detalle como ese—: Bueno, como en sí el hecho de ya haber pasado a
la segunda fase para ingresar a Gaib Art es un mérito, voy a darte un obsequio
más.
—
¿Eh? — Me tendió la mano
para que me pusiera de pie a su lado. Temblé un poco porque me encantaban las
alturas, pero lo máximo que había llegado a disfrutar había sido la azotea de
un edificio de siete pisos, y era casi nada al lado de esto.
Finalmente me reincorporé y él se inclinó un tanto para verme a
los ojos.
—
Escúchame, Bellota. Voy a
echarte un poco de “polvo de hadas”. — Solté una risa cuando él fingió lanzarme
algo sobre la cabeza—. Y ahora te pediré que…
—
¿Sí?
El viento sopló con fuerza y me obligó a cerrar los ojos. Para
cuando los abrí, me encontré con una sonrisa que no supe descifrar en su rostro.
—
…confíes en mí y te lances
al vacío.
Me lance…al vacío…
—
¡¿QUÉ?! — grité, y como me
moví un poco y temí caer me aferré a sus brazos—. Alen, está bien que tú seas
algo así como un ser indestructible, ¡pero por si lo has olvidado yo sí puedo
morir!
Elevó las cejas bastante divertido y después me observó con burla:
—
¿Tienes miedo?
—
¡Claro que sí! ¿Qué te
pasa?
Una cosa era subirme a una moto con él y otra, muy distinta, era
lanzarme desde la parte más alta de esta antena que ya de por sí estaba sobre
un edificio igual de alto.
¡No! ¡Ni loca!
—
Pero acabo de echarte
“polvo de hadas”— agregó ligeramente decepcionado.
—
No creo que tu polvo de
hadas sea tan eficaz como el de Campanita — rebatí dubitativa.
—
¿No confías en mí? — Quise
decirle que eso era trampa, porque si me observaba fijamente, con los ojos
brillándole más que nunca gracias a ese sol que ya se iba, yo no podía negarme
del todo.
—
Es que está muy alto — agregué
en voz bajita.
—
Confía en mí, Sisa. —
Tragué despacio y observé hacia abajo: Dios, estamos muy alto. Estrellarse
contra el pavimento desde esta altura definitivamente no sería nada agradable. ¡Es
más! ¡El término “agradable” está completamente fuera de contexto porque
evidentemente terminaría muerta!
Pero él…es decir…se trata de Alen. Después de todo, nada a su
alrededor es normal.
—
Ya, sí. Confío en ti —
repetí temerosa.
—
Bueno, entonces “adelante”
— me dijo invitándome a…bueno, a lanzarme.
Me acerqué un poco al borde y vi la mancha borrosa que
supuestamente era la parte de abajo. Tomé una bocanada de aire, mientras
pensaba si estaba haciendo lo correcto o no, y después me di la vuelta con
cuidado, pasando mi cuerpo por el entramado de fierros, y aferrándome tanto a
ellos que los nudillos se me pusieron blancos.
—
¿Qué haces?
—
No puedo hacerlo de frente,
siento que moriré de un infarto — confesé.
Me puse de espaldas al vacío, sosteniéndome de una de las varas de
metal. Tomé una gran bocanada de aire y después sentí un horrible escalofrío.
—
¿Quieres darme algo más de
polvo de hadas? — pedí temblorosa.
—
¡Claro! — exclamó encantado,
y fingió echármelo sobre la cabeza otra vez.
Le di un último vistazo al inmenso cielo ya anaranjado opaco. Me
quedé en silencio por unos segundos, solo oyendo el silbido del viento
retumbando en mis oídos. Por un momento dudé, y hasta planeé lanzar una
carcajada y volver a mi sitio anterior; pero…
—
Confía en mí… — Y me miró
con esa absurda mirada de sol—…Sisa.
El viento me despeinó un tanto. Sus dedos me acomodaron parte del
cabello que cubría mi rostro.
¿Confío en él?
No sé si peco de ingenua o de estúpida, pero claro que confío en
él.
Tomé una gran bocanada de aire y al instante solté la varilla. La
sensación de vacío me tensó por completo, porque pasé rompiendo el aire de
manera veloz mientras observaba que los fierros que conformaban la antena se
hacían cada vez más pequeños.
Y por un segundo imaginé a Alen cayendo así, sin fuerzas, a este
mundo que tan poco conocía cuando fue sentenciado.
Cerré los ojos con ímpetu: la velocidad empezó a marearme, y
cuando estaba por soltar un alarido porque sentía que me estrellaría contra
algo, me tomaron en brazos.
—
¡Ah! — Abrí los ojos
violentamente y me lo encontré muy cerca de mí. Con sus brazos sosteniéndome y
su sonrisa sincera más hermosa que nunca—. ¿Qué…?
Miré alrededor por sobre su hombro, y entonces comprobé que sí…sí…
Sí estaba…
—
¡Vuelas! ¡Alen, vuelas! —
grité emocionada. Algo que salía de su espalda llamó mi atención —. ¡Alas!
¡Tienes alas!
Las figuras que sobresalían de su espalda se movían con ímpetu a
un mismo ritmo y parecían estar hechas de humo plateado. Eran demasiado
hermosas para ser descritas, como varios rayos de luz con formas ondeadas, pero
no tan definidas porque se veían etéreas.
—
Bueno, no son “alas” en el sentido estricto de
la palabra — me explicó con el ceño fruncido—. Son los vestigios de mis alas
verdaderas. No puedo sacarlas en este cuerpo porque no son compatibles con él.
—
¿Y siempre vuelas? — Negó
con la cabeza—. ¿Entonces estás invirtiendo energía al hacer esto?
—
Algo.
Iba a decirle que el paseo estaba bien hasta ahí, porque había
oído decir a Hethos que él perdía energía con mucha facilidad cuando empleaba
parte de los poderes que le quedaban; pero sentí que perdimos el equilibrio y
prácticamente lo estrangulé.
¡Dios, nos caem…!
—
¡Eres un caso! — explotó divertido.
Comprobé que lo anterior había sido una mala jugada de su parte porque de tanto
en tanto se movía como si fuéramos a caer, y cuando yo lanzaba un grito él
estallaba en carcajadas.
Estaba demasiado absorta con el paisaje y con ese lado tan
juguetón que me estaba mostrando, que no podía enfadarme. Vi el mar a lo lejos
y las casas de Lirau que parecían casi de juguete; las luces de algunos
edificios ya encendidas, los árboles de las zonas verdes y la inmensa carretera
por la que llegué de Asiri.
Lo estreché con cariño y apoyé mi mentón en su hombro.
—
¿Y si alguien nos ve?
—
Nadie va a vernos, Bellota.
En este momento solo somos tú y yo.
Se me escapó un suspiro: a
veces…solo a veces siento que es tan perfecto.
—
Gracias — murmuré. Los ojos
me picaron un poco: quise decirme que a lo mejor era a causa del viento gélido,
pero en realidad era una reacción más emocional que física.
Qué hermoso resultaba ver el mundo desde aquí arriba.
—
Felicitaciones, Bellota. Y
escucha esto atentamente: el próximo año volveré a darte polvo de hadas, pero
en esa oportunidad será para celebrar tu ingreso oficial a Gaib Art.
—
¿Es una promesa?
—
Es una promesa.
Volvimos a la antena, me depositó con suavidad en la superficie
metálica, y cuando mis zapatillas tocaron zona firme él hizo lo mismo a mi
lado.
El humo plateado se desvaneció violentamente.
—
Supongo que quieres llamar
a tu abuelo y a tu hermano.
Asentí y en un par de segundos aparecimos al frente de su casa.
—
¡Gracias, Alen! ¡Ha…! ¡Ha
sido lo mejor del mundo!
Lo abracé con fuerza, y me sentí tan condenadamente bien cuando me
acarició el cabello. Me dijo que no era nada, y al alejarme de su cuerpo, noté
lo débil que se veía.
Estaba muy pálido y aunque trataba de disimularlo, le costaba
mucho trabajo respirar.
—
Has perdido energía,
¿verdad?
—
Ya te he dicho que soy algo
llorón, pierde cuidado — añadió divertido. Entonces tomé algo de aire y sin
pensarlo demasiado me puse de puntillas y lo besé con suavidad. Mi corazón
golpeó con fuerza cuando sentí la textura suave de su boca; me separé con
delicadeza y me lo encontré observándome, algo sorprendido.
—
Gracias por todo— le dije y
di media vuelta, rumbo a casa, con una simpática sensación de flote en mi
interior que poco a poco empezó a esfumarse.
Crucé a la otra acera y caí en la cuenta: me había prometido más
polvo de hadas el próximo año…pero eso solo sería posible si él no se iba.
Solo si no se iba…
Ojalá se quedara conmigo.

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