NOCHE III - Noches de insomnio
NOCHE III
—
Bueno, como saben en el Arte
no hay categorías como "excelente", "regular" o
"malo" — nos explicó el profesor Ademar mientras caminaba entre nuestros taburetes. Etel y yo estábamos por el final, junto
a la ventana —. Cada dibujo tiene algo particular de su creador y no hay manera
de calificar esos trabajos. La técnica es una cosa, pero la manera de emplearla
es otra. — Sacó un fólder repleto de los dibujos a carboncillo que habíamos
hecho en la clase del viernes pasado, cuando nos pidió que dibujáramos lo que
quisiéramos—. Todos tienen talento, chicos. Tal vez el de algunos esté más
pulido que el de otros, pero eso se arregla con práctica.
—
¡Ya dígalo de frente:
algunos simplemente apestamos en dibujo! No sería la primera vez que fracasara
en la vida — exclamó dramáticamente un chico sentado adelante, y todos rompimos
a reír.
El profesor Ademar nos llamó a cada uno por el apellido para ir a
recoger nuestros dibujos. En su turno, el chico de antes recogió su cartulina,
y pude distinguir algo parecido a una mancha negra titulada “Mi gato”.
Bueno, creo que lo de “apestamos en dibujo” no es del todo falso.
—
Franco. — Etel se puso de pie y se acercó
sonriente. El profesor Ademar le entregó su dibujo, claramente muy satisfecho.
La clase pasada también me había sentado junto a ella así que ya
sabía qué había dibujado. La vi iniciar con palitos y círculos por doquier que
no me parecían tener una forma definida; pero cuando volteé de reojo, cuarenta
minutos después, me encontré con una réplica exacta del árbol del patio de
atrás.
Etel tenía muy buena mano para estas cosas.
—
Daquel — oí. Me puse de pie
y fui a recoger mi intento de dibujo —. Está muy bien, solo hay que practicar
en el sombreado si quieres enfocarte en siluetas humanas. —Asentí, pero antes
de volver a mi sitio vi una cartulina con el dibujo de un precioso violín en
medio. Estaba tan perfectamente hecho que parecía una foto en blanco y negro —.
Lagares.
Una chica se acercó desde la última banqueta ubicada al otro
extremo de donde estábamos Etel y yo. Tenía el cabello negro a la altura del
mentón, vestía unos jeans desteñidos y una camisa a cuadros demasiado ancha
para lo delgado que era su cuerpo.
—
Muy buen trabajo, Lagares.
— La aludida asintió sin siquiera sonreír —. Franco y tú tienen mucho talento
para el dibujo.
El chico de la mancha negra exclamó que lo del “talento en todos”
había sido una tremenda mentira, y el profesor Ademar trató de corregirse
mientras reía nerviosamente.
Aprovechando que varios empezaron a reclamar entre risas, volteé y
me dirigí a la chica del dibujo:
—
Está muy bonito. ¿Te gustan
los violines?
—
Para nada, los detesto — me
respondió escuetamente, sin siquiera mirarme, y volvió a su sitio, indiferente.
¿Eh? ¿Pero qué...?
—
¿Mmm? ¿Sisa? — me llamó
Etel cuando volví a mi banqueta, confundida.
Traté de pensar qué de malo pude haber dicho para recibir
semejante respuesta, pero no encontré nada.
Volteé a ver a la chica anterior: hojeaba con desinterés una
revista de cómics.
—
¿Lagares? ¿Zara Lagares? —
me preguntó Loi al día siguiente después de clase, mientras permanecíamos
sentados en el césped con Etel y Tomas.
Me encogí de hombros porque no sabía si era la única Lagares en el
Club de Pintura.
—
Traía una revista de...
—
¿Cómics? — me preguntó
Tomas; asentí y me confirmó que sí se trataba de ella.
Lo noté algo incómodo.
—
¿Eh? ¿Qué pasa?
—
No le hagas caso, Sisa — me
dijo Etel estirándose —. Todo el mundo sabe que a Zara le falta un tornillo.
—
¡Por no decir todos! —
agregó Loi con una mueca—. Es muy callada. No habla con casi nadie y la mayoría
de veces es por culpa suya: suele ser muy poco amable cuando intentas acercarte
a ella. Aún no entiendo cómo demonios llegaron a salir, Tomas.
Él torció el gesto y se encogió de hombros:
—
En el fondo es muy buena
persona. Somos vecinos así que la conozco desde que somos niños — me comentó —.
Simplemente digamos que tiene una manera diferente de ver la vida.
—
¿Dices que le preguntaste
si le gustaban los violines? — me preguntó Etel—. Bueno, tal vez eso explique
su respuesta de “los detesto”—. No comprendí—. Ay, Sisa, probablemente lo haya
dicho en alusión a ti, ya que ahora eres el nuevo blanco de Tomas.
No supe qué responder: eso de “nuevo blanco” me predispone un
poco.
—
No, no creo que sea eso —
respondió Tomas pensativamente —. Zara siempre ha odiado los violines; no es
reciente. No le gusta su sonido, pero le fascina su forma.
Loi puso cara de espanto mientras repetía que Zara estaba loca, y
Etel rompió a reír con fuerza.
—
Además, nadie aquí aparte
de ustedes sabe que toco el violín — reflexioné.
—
Yo que tú me ando con
cuidado, Sisa — me advirtió Loi, como si alguien nos espiara —. Que tu hobby
predilecto sea tocar el violín, y seas el nuevo objeto de adoración de un chico
que tiene por ex a una chica que odia los violines, pues definitivamente es
para andarse con cuidado.
—
¿Adoración? — dije en medio
del ataque de risa que me atacó.
Tomas me sonrió:
—
Es cierto — dijo con tanta
firmeza que automáticamente la risa se me paró. Etel y Loi soltaron un gritito
y después empezaron a sacudirme con fuerza.
Nunca he sido buena con ese tipo de comentarios así que cambié de
tema al instante. Mencioné lo bonito que había quedado el trabajo de Etel, y funcionó
muy bien porque tanto Loi como Tomas preguntaron qué nueva cosa maravillosa
había salido de sus manos.
—
¡Oh, creo que lo tengo
aquí! — exclamó.
—
¿Y tú, Sisa? ¿Qué hiciste?
— me preguntó Loi interesada.
Yo también tenía la carpeta de dibujo en la mochila, así que
desdoblé la cartulina y se la pasé después de que vieran el de Etel, y tanto
ella como Tomas alabaran su excelente talento.
—
Mmm, siluetas — me dijo Loi
observándolo con detenimiento. Saqué la botella de agua que tenía en mi mochila
y bebí un poco —. Te faltó tiempo, ¿no?
La miré con curiosidad; Tomas también se acercó para verlo y soltó
un silbido:
—
A uno le falta rostro —
señaló.
¿Mmm?
Me incliné y… ¡Ey, es
cierto! A uno le falta rostro.
—
Pero si fuiste de las
primeras que acabó, no te pudo faltar tiempo — apuntó Etel. Bueno sí; el
profesor Ademar nos dio dos horas y yo terminé media hora antes. Lo recuerdo
porque intenté terminar pronto para irme a practicar con el violín y no llegar
tan tarde a casa.
—
¿Qué son? ¿Gemelos? — me
preguntó Loi con curiosidad.
—
Si te soy sincera…la verdad
es que no me puse a pensar en lo que dibujaba.
Ya ni siquiera recordaba por qué había dibujado a dos personas del
mismo tamaño, una al lado de la otra; y por la forma del cuerpo supongo que son
hombres.
—
Vaya, vaya, esto me
recuerda tanto a esa vez que… — inició Tomas pensativamente.
—
¿Experiencia sobrenatural? —
le preguntó Etel con avidez. Tomas le respondió que algo así y ella soltó un
“¡Estupendo!”.
—
Cuando tenía cinco años desperté
en medio de la noche…— inició con voz lúgubre. Nos dijo que su hermano mayor
había obtenido la tan ansiada habitación individual y debido a eso él también había
empezado a dormir solo—. Una noche me levanté, y les juro que claramente vi a
dos sujetos parados en la puerta de mi habitación. — Loi lo miró desencajada—. No
sé por qué lo he recordado al ver el dibujo de Sisa.
Etel chilló “¡fantasmas!”, sumamente emocionada.
—
Pero eso suele suceder
cuando eres pequeño, ¿verdad? — nos preguntó como esperando un “¡claro que
sí!”—. ¡Uno a esa edad ve cosas que otros no y por eso…! — Loi y yo negamos con
la cabeza, divertidas por su búsqueda de apoyo.
Etel, por otro lado, rodaba por el césped entusiasmada:
—
¡Amo cuando empiezan estas
charlas! — exclamó—. ¡A ver, ya! ¡Todos tienen que contar algo semejante a lo
de Tomas!
—
A mí no me ha pasado nada
raro así que paso — sentenció Loi, desinteresada, y le cedió el turno a Etel. Me
dio mucha risa verla tan concentrada.
—
A ver...mmm, algún dato
raro… ¡Ya! — Me sobresalté ante la fuerte palmada que dio —. Creo que en la
casa de Loi penan.
—
¡¿Que en mi casa qué?! — chilló
ella perpleja.
—
Siempre que entro al salón
principal y me dejas sola, oigo que alguien arrastra algo de metal en el piso
de arriba y da pasos fuertes — concluyó demasiado encantada para lo tétrico que
sonaba el relato.
Iba a decir que probablemente era alguien caminando en el segundo piso,
pero...
—
¿La habitación que está
encima no es la que era de su tatarabuela? — consultó Tomas pensativo; Etel
asintió y Loi puso gesto de horror —. Vaya, vaaaya…
—
No me jodan, ¡y ahora cómo
se supone que dormiré hoy! Te odio, Etel. Mi habitación está junto a la de mi
tatarabuela.
—
Bueno, es lo más raro que
se me ocurrió — se excusó sonriendo. Loi le lanzó un azote en el brazo, con su
suéter enrollado y tan fuerte que sonó—. ¡Auch! Tu turno, Sisa
—
A ver…
¿Algo raro? Mmm...
Iba a mencionar al chico que vi caminando por mi calle la primera
noche que pasé en Lirau, pero después recordé que en realidad eso no tenía nada
fuera de lo común.
Ya lo había visto como cuatro veces en las dos semanas y media que
ya llevaba aquí. Siempre salía de casa sin voltear, a pesar de que los que
parecían ser sus padres se quedaban mirándolo con angustia; y la única persona
con la que mantenía un trato más cercano era la pequeña niñita que también
vivía ahí, y que probablemente era su hermani...
¿Eh?
¡Momento! ¡Lo raro es que ando muy pendiente de él!
—
¿Sisa?
Sacudí la cabeza con fuerza, asombrada por lo último, y como Loi y
Etel me miraban expectantes lancé lo primero que se me ocurrió:
—
No puedo soñar.
¿Por qué demonios ando siguiendo los pasos de ese chico? Digo, ¡ni
siquiera he hablado con él! Solo…solo sé que tiene el cabello marrón y es más
alto que yo. Claro, y que de no ser por esa mirada de asesino en serie con la
que lo vi la última vez, pues hasta diría que tiene un rostro angelical…
¿Eh?
—
¿Qué pasó? — indagué
desconcertada al comprobar que se habían quedado mudos.
—
¿No puedes soñar? — me
preguntó Loi. Asentí —. Cuando dices "soñar" hablas de
"anhelar" cumplir algo o...
—
No, no. Hablo de soñar al
dormir — le expliqué divertida.
—
¿No será que sí sueñas solo
que no recuerdas lo que soñaste? — me dijo Etel que me miraba igual de
confundida que Tomas. Solté una pequeña risa porque era lo que siempre me
decían y negué con la cabeza —. Vaya…
—
No puede ser — me dijo Loi
con amabilidad—. Todos los seres humanos sueñan, Sisa. Lo que pasa es que la
mayoría no recuerda qué ha soñado. A
ver, trata de hacer un esfuerzo y dime, ¿recuerdas cuándo fue la última vez que
tuviste un sueño?
—
La verdad es que no — le
respondí con sinceridad—. Por eso es que mi abuela llegó a la conclusión de que
nunca he soñado.
—
Vaya, eso sí que es raro —
comentó Tomas y frunció los labios —. ¿Y cuando te duermes...?
—
Simplemente cierro los ojos
y al despertarme los abro. — Sonaba a comentario sarcástico, pero realmente era
así.
La tía Ruth me había dicho, entre risas, algo al respecto el año
pasado.
—
¿Sabes, Sisa? — me llamó
Etel cautelosamente —. No creo que sea tu caso, ¿ok? Pero una vez leí en
Internet que los que no sueñan es porque tienen tan poca paz interior, que no
pueden ingresar al mundo de los sueños.
Oh, ¡hablando de lo que me había dicho la tía Ruth…!
Ella me había dicho exactamente lo mismo, pero agregó que era
imposible que un niño no tuviera paz interior ya que yo no había dejado de
soñar en cierta etapa de mi vida, sino que "nunca" lo había hecho.
—
Sí, ya he escuchado eso;
por eso mi abuela me regaló esto. Supuestamente es para alejar a las malas
vibras, protegerme y todo eso. — Y saqué la cadenita de plata que llevaba en el
cuello.
Era delgada y traía una pequeña pluma de plata a modo de dije; me
la regaló un par de meses después de mi llegada a la casa. Nunca me la quitaba
porque me hizo jurar de pequeña que no lo haría; y aunque admito que al
principio lo usaba más por miedo que por otra cosa (decía que me protegería de
“criaturas de la noche”), ahora si no me lo quito es porque fue un regalo muy
especial de parte de ella.
—
¿Tú crees que alguien con
esa carita de niña buena no tenga paz interior? — dijo Tomas con ironía. Elevé
una ceja, un tanto ofendida por lo de "niña buena", y Loi soltó una
risa mientras decía que él tenía razón.
—
Eso de que no puedas soñar
es algo que me ha dado mucha curiosidad.
Y algo que me ha destruido toda la felicidad del día, es pensar que
probablemente el fantasma de mi tatarabuela anda bailando zamacueca en su
habitación.
Y hubiéramos seguido riéndonos por el comentario sino fuera porque
tuvimos que incorporarnos de volada, ante la evidente reprimenda que nos
ganaríamos de parte de uno de los conserjes, que se acercaba con cara de “¿y
ustedes qué hacen aquí a estas horas?”.
—
¡Dentro de dos semanas y
media ya saldrá a la venta el último álbum de JOBEY! — comentó Tomas con
emoción —. Le he pedido a Ronald que me separara uno así que...
—
Bueno, eso si no se agotan
todos — lanzó Loi en tono de superioridad—. Es por eso que yo, como buena mujer
precavida, ya le pedí a Iago que moviera un par de contactos para obtenerlo. — Nos
regaló una sonrisita llena de suficiencia—. Lo tendré en mis manos el próximo
sábado.
—
¡¿Qué?! ¡¿El próximo
sábado?! — gritó Tomas exaltado. Loi asintió campante —. ¡Cómo te odio!
Etel tuvo la amabilidad de ponerme al día diciéndome que Ronald
era un amigo de Tomas que trabajaba en una discotienda, y que JOBEY era un DJ
famoso que sacaba canciones buenísimas. La parte de Iago no tuvo que ser
explicada porque de sobra sabía que era el hermano mayor de Loi, que trabajaba
en la clínica de su familia como oncólogo.
—
Es uno de los mejores DJs actuales, Sisa, ¿y
ni así lo conoces? — me preguntó sorprendida.
Bueno, me gusta la música, pero soy más de las que le van a la
antigua por influencia del abuelo. Y con respecto a las últimas, pues hay
muchas que me gustan, pero a veces ni siquiera me sé los títulos.
—
Por cierto, el lunes
probablemente vayamos a Izhi. No ha llovido desde ayer así que tal vez haya
algo de sol por lo menos por dos semanas. Iríamos mañana, pero tenemos lo del
trabajo en grupo — me susurró Etel mientras Loi y Tomas seguían en su batalla
verbal. La miré con curiosidad por el tono secreto —: Tomas va a salir con que
estamos locas así que quede entre nosotras tres, ¿sí?
—
¿Locas? — indagué curiosa—.
¿Y eso?
—
Ya sabes, por lo del chico
del muelle y…
Ah, ya, ok, ok. Comprendo.
El primer día de clases Tomas mencionó algo de que Etel y Loi
andaban persiguiendo a un "famoso-anónimo-solitario-que-viendo-el-mar-se-veía-muy-profundo-y-genial".
Al principio pensé que hablaba de mi hermano, pero días después ambas me
explicaron que se trataba de un chico al que habían visto un par de veces por
el bosque Izhi. Me sorprendió muchísimo que me hablaran de él con tanta emoción,
y también me entró una curiosidad inmensa ante la descripción que me dieron:
»— ¡Lo único que hace es contemplar el mar, Sisa! — me había dicho
Etel desfalleciente. Iba a decirle que era muy normal sentarse a ver el mar;
pero después me lanzó que “un chico guapo viendo el mar con ese gesto de
angustia que traía en el rostro”, era casi como la perfecta representación de
Hamlet pensando en vengar o no a su padre después de retornar a Dinamarca.
La descripción fue algo estrambótica, sí. Se lo atribuí a la clase
de Literatura que habíamos tenido hace poco.
Loi, por otro lado, me resumió de manera muy concisa toda la
situación:
»— Está buenísimo, hermana. Y cuando digo buenísimo es realmente
“bue-ní-si-mo”.
Loi y Etel piensan casi lo mismo, lo diferente es la manera de
expresarlo.
De repente oímos un par de gritos y algunos chicos que reconocí de
mi clase empezaron a llamar a Tomas antes de que saliéramos de la escuela.
—
¿Qué? — gritó él sin
comprender.
— ¡Práctica de tenis, a las siete! — le respondió uno.
— ¡¿Ah?!
Loi adquirió la misma expresión de espanto
que acababa de poner Tomas. Bajó la mirada al bolso que traía junto a su
mochila y resopló, contrariada.
—
Eh, bien, iré por mi
raqueta a casa — aceptó él no muy convencido —. ¡Les doy el alcance en un rato!
—
¡Puedes usar las de
repuesto! — exclamó uno, cruzando la pista.
—
¡Es que sin la mía no me
siento muy cómodo que digam…! ¡Caray, chicos!
Ninguno le creyó el tonito simulado, por lo que llegaron a
nosotros y prácticamente se lo llevaron a rastras de vuelta a la escuela en
medio de sus protestas.
Se despidió de nosotras moviendo una mano desde la otra acera.
—
¿Loi? — oí a Etel después
de que el equipo de tenis secuestrara a Tomas —. ¡Loi!
—
¡Maldición! ¡Yo también tenía
ensayo a las seis! ¡Inés la loca, va a matarme! — exclamó agotada.
—
¿Hasta qué hora? — le
pregunté.
Había conocido a la famosa profesora Inés la semana pasada y no
era difícil de comprender el tono alterado de Loi: era una mujer de treinta y
tantos años a lo mucho, de contextura delicada, muy de bailarina profesional,
pero con una mirada de militar que asustaba.
—
Nueve de la noche.
—
¡Apenas son las seis y
media! — exclamó Etel—. Llegas de volada si te vas en taxi.
Casi nos abalanzamos sobre el primer auto que pasó. El conductor
nos miró algo divertido al oírnos gritar al unísono el lugar de destino.
—
¿Vienes, Sisa? — El taxi
voltearía a la casa de Etel y de ahí podría llegar a la mía, pero aún era
temprano y quería aprovechar para practicar con el violín antes de retornar.
Me pidieron que me cuidara, que saludara a Joan de su parte (sí, ya los había presentado. Prácticamente me amenazaron para hacerlo la misma semana de inicio de clases), y después me quedé sola, frente a la escuela.
Bueno, podemos ir a ensayar un poco.
Tomé el autobús y aguardé mientras observaba la calle llena de
establecimientos y letreros luminosos. Los dientes me castañearon un poco ante
el viento helado que me golpeó directamente cuando me bajé. Si practicaba hasta
las ocho más o menos, podría llegar a casa antes de las nueve y no habría
ningún problema. Saqué mi celular y le envié un mensaje de texto a Joan,
avisándole. Cinco minutos después me llamó para pedirme que fuera con cuidado,
y casi al segundo de colgar, se me apagó. No sé por qué siempre olvido cargar
la batería.
Llegué al pequeño parque que ya usaba como lugar para practicar: era
perfecto porque estaba muy iluminado y no había casi nada de gente alrededor. Como
el mar estaba en la parte de abajo, podía escuchar el tenue sonido de las olas.
Me acomodé en el banco de siempre, saqué el violín, le puse el
soporte que había podido comprarle el año pasado y lo afiné en un par de
minutos. Rebusqué en mi mochila el mp4 que Joan me había regalado, para
emplearlo a modo de grabadora, y lo puse sobre la banqueta antes de elevar el
arco y dejarlo deslizarse suavemente por las cuerdas.
Las notas resonaban en mis oídos, y de la nada terminé trasladándome
al campo lleno de espigas cerca a la casa del abuelo. La brisa húmeda se
convirtió en un viento frío surcándome el rostro, y el sonido del mar se
transformó en el de su silbido.
»— Abuelo, ¿eso es una guitarra chiquita?
»— ¡Pero qué cosas dices, Cachorra! — Oigo la risa estridente. Joan también ríe pero lo hace solo
porque la risa del abuelo es contagiosa: él tampoco sabe qué es esto que hemos
encontrado —. Se llama violín, y suena
muy bonito cuando se toca de manera correcta.
»— ¿Es tuyo?
»— Así es. Lo tocaba hace tiempo, pero ahora ya estoy algo
oxidado. Esta parte es el mango, ¿lo ven? Lo de aquí son las cuerdas, y esta
simpática vara se llama arco.
Corín aparece al inicio de las escaleras que dan al sótano,
mirándonos con curiosidad. El abuelo sonríe y le pide que baje; y segundos
después los tres somos testigos de esa magia llamada música. Veo los dedos del
abuelo apretando con suavidad las cuerdas y su otra mano guiando el arco con
destreza. Me deslumbro, el corazón me palpita con fuerza, porque yo también quiero
hacerlo, quiero tocar así de bonito.
Quiero hacer música.
»— ¿Yo puedo intentarlo? — le pregunta Joan entusiasmado, el abuelo asiente y se inclina
para mostrarle cómo sostenerlo. Lo pone sobre su hombro, le pide que mantenga
elevado el rostro pero que observe al violín. «Deben sentirlo», nos dice, «sostenerlo
como si tuviera vida». Mi hermano
sigue cada paso y entonces oigo que canta, ¡nuevamente canta!
Joan sonríe y el abuelo le dice que ahora deje que lo intente
Corín.
»— Con suavidad, hija — le pide cariñosamente, pero yo siento que Corín lo sostiene con
demasiada fuerza. «Le duele», quiero
decirle, pero él solito se defiende bastante bien cuando ella pasa el arco por
sus cuerdas y suelta un llanto enfurecido. El abuelo se inclina y le pide que
lo intente de nuevo, pero Corín lo avienta al piso y se pierde escaleras
arriba, muy enfadada.
Lo recojo rápidamente porque ambos podrían ponerse a llorar: el
abuelo porque es su violín y a mí tampoco me gusta que traten mal mis cosas, y
el violín mismo porque se ha dado un buen golpe contra el suelo. El abuelo Cides
me sonríe, me acaricia la cabeza y me indica cómo sostenerlo. Le digo que
quiero hacerlo con cuidado porque ya no quiero escucharlo llorar y él lanza una
carcajada diciendo « ¡qué cosas tan raras
hay en esa cabecita!». Tomo su brazo… ah, no, se llama “mango”, y después
sostengo el arco temblando ligeramente. El abuelo asiente y dejo que cuerdas y
arco se encuentren.
Y lo escucho…
¡RUUUM!
—
¡Ah!
Volví en mí bruscamente y me detuve. Una moto había pasado a una
velocidad temeraria por algún lugar cercano.
Bajé el violín y detuve la grabación; Joan tiene razón: debería
practicar en casa. A veces me dejo llevar y termino en un estado algo extraño.
Muy bien podrían haber venido a robarme y me hubiera dado cuenta cuando ya no
tenía ni mochila ni violín.
¡Y encima ya son las ocho y media!
Guardé todo en su sitio, corrí como alma que lleva el diablo al
paradero y llegué en menos tiempo del que pensé. Bajé del autobús, atravesé un
par de calles y después me vi ya dentro de mi vecindario, trotando en medio de
las dos hileras de perfectas casas.
Crucé a la acera de enfrente y cuando estaba pasando por la casa
de rejas negras observé de reojo que tenía las luces encendidas: la pequeña
niña del tutú rosa que había visto hace tiempo estaba sentada en el escalón del
pórtico, con una muñeca al lado. Entonces se puso de pie con una enorme sonrisa,
porque el mismo chico que andaba quién sabe por qué motivo en las madrugadas,
venía por el lado de en frente con las manos en los bolsillos.
Casi corrí a escabullirme detrás de uno de los árboles.
La niña abrió la reja y prácticamente se lanzó sobre el recién
llegado, que la acogió afectuosamente. Dio un par de vueltas con ella para
después besarla sobre la cabeza y dejarla con cuidado en el piso. Me asomé un
poco más y los vi entrar juntos a la casa, de la mano: ella dando un brinquito
por cada paso que daba y él sonriendo divertido.
La puerta se cerró y un par de minutos después las luces de una
habitación en el segundo piso se encendieron. Probablemente era la del chic...
—
¡Ay, no!
Descorrieron las cortinas bruscamente, y yo a duras penas pude
ocultarme tras el árbol de nuevo. « ¡¿Por
qué rayos estás haciendo esto?!», me increpé algo irritada. Casi podía
jurar que el chico se había dado cuenta de que alguien lo andaba espiando.
Me acomodé la mochila y el estuche del violín y decidí salir de mi
escondite con la mayor dignidad posible. Digo, no necesariamente tendría que
estar espiándolo a él: hay muchísimas razones para estar detrás de un árbol.
Tal vez una tarea de Botánica; sí, sí.
Tomé una gran bocanada de aire y emprendí el retorno a casa. Di un
par de pasos y después, con mucha discreción, volteé de reojo para echar un
vistaz...
Mala idea…
No sé cómo lo hizo, pero nuevamente estaba en el pórtico y mirando
hacia mi dirección. Muy, muy fijamente.
—
Vete a casa, ¡vete a casa!
— me exigí y caminé todo lo rápido que pude, intentando que no se viera como
una huida.
¿Qué me pasa? ¿Por qué he salido corriendo como si fuera una
criminal?
« Bueno, porque estabas
espiándolo y espiar está mal»
¡Momento! Yo no estaba espiándolo: llegaba a casa y él apareció
como invocado. Casi como si hubiera alguien que esperara que nos encontráramos
y estuviera poniendo las piezas una a una.
Bien, eso ha sonado a muy mala excusa.
—
¿Eh? ¿Qué pasó, Bellota? —
me preguntó Joan después de la cena, mientras cumplía con mi turno de lavar la
vajilla—. Te he visto muy callada en la mesa y… ¡Ya deja de enjuagar tanto ese
pobre plato! Vas a borrarle los grabados.
—
Nada, estoy bien — le
respondí sin ganas de entrar en detalles. Joan se encogió de hombros y salió
después de tomar una manzana del cesto de frutas.
Terminé con todos los utensilios y apagué las luces de la cocina. Gisell
estaba tan contenta por su nuevo trabajo en la oficina que hasta me sonrió
desde la sala. La miré con algo de curiosidad, y después de dar las buenas
noches me fui directo a mi habitación.
Han sido algo de cuatro noches las que lo he observado caminando
por la madrugada. Recuerdo que la primera simplemente lo vi de paso, la segunda
parecía retornar furioso, enojado. Y la tercera y la cuarta…
La tercera y la cuarta parecía retornar algo triste.
No era como si desde la altura de la que lo observo pueda ver
todos los gestos de su rostro; pero por algún extraño motivo su lenguaje
corporal me hizo llegar a esa conclusión: las últimas veces aquel chico
misterioso y huraño retornaba a su hogar, sin dejar de observar la luna con
tristeza.
—
El asunto en realidad es de
cuándo acá yo ando espiando a chicos que apenas y conozco — resoplé disgustada.
Me dispuse a acomodar las cosas que debía llevar mañana a la
escuela, y mientras sacaba los libros de Física e Historia me topé con el
dibujo que había hecho en el Club de Pintura. Debería haberlo enrollado como
sugirió el profesor Ademar; así no estaría todo aplastado y arrugado.
Intenté alisarlo un poco para meterlo en el archivador que tenía bajo
mi cama. Lo busqué a tientas sin inclinarme por completo, y terminé con un tajo
en el dedo pulgar provocado por el protector de plástico.
—
¡Auch!
Saqué el fólder y lo lancé de mala gana sobre mi escritorio.
Busqué la botellita de alcohol que tenía en uno de mis cajones para desinfectar
la herida. Me ardió un poco pero la sangre se disolvió por completo.
—
Tal vez sea un vampiro y
venga ahora mismo por la sangre de mi dedo — murmuré divertida…
¡PAM!
…y al instante oí un golpe sordo en la ventana.
—
¡Ay, madre!
Pensé que había venido en forma de murciélago; pero antes de que
huyera despavorida a la habitación de Joan, alguien gritó: “¡Bellota!”.
Me asomé por la ventana, solo para encontrarme a mi hermano con
Petardo saltando de aquí para allá en el jardín. El golpe sordo había sido
porque el muy tonto había lanzado la pelotita de hule hacia acá.
— ¡Romperás mi ventana! — le grité disgustada. Me hizo un par de muecas y después me pidió que bajara.
Como aún no me había puesto la ropa de dormir e insistió tanto, decidí hacerle caso.
—
¿Qué te pasa, Bellota loca?
Te he visto muy callada desde la cena.
—
Nada — le respondí cuando
llegué a él y Petardo se paró de dos patas sobre mí.
—
¿Estás triste porque tu
hermano adorado ya se irá?
Fue como si me lanzaran un baldazo de agua.
Sus clases iniciaban en mayo, pero se iría antes para arreglar
todo el papeleo del ingreso. Faltaban dos semanas y media para que regresara a
Asiri.
Lo había olvidado por completo.
—
Creo que no era por eso —
añadió divertido y lanzó la pelotita a la otra acera. Petardo soltó un ladrido
y salió disparado hacia ella.
«Él va a irse para hacer
algo que le gusta», me repetí. Intenté sonreír, pero fracasé al
pensarlo: me quedaría sola con Gisell y Corín en esta enorme casa.
«Además estará con el
abuelo».
Sí, sí.
—
No te librarás mucho tiempo
de mí porque ni bien acabe el bachillerato ¡yo también me regreso a Asiri! — agregué
convencida.
No quería que se pusiera triste al pensar que yo lo estaba.
—
Vas a estar bien, Bellota. —
Y me jaló por las mejillas de un lado a otro, ignorando por completo mis
intentos por golpearlo —. Ya tienes a Loi y a Etel. A Tomas aún no lo conozco,
supongo que ha de estar loco si le gustas pero en fin… ¡Ouch!— Le lancé un
manotazo: Loi y Etel hablaban de más las veces que las llevaba a verlo.
Nos quedamos jugando un tanto, él despeinándome y yo golpeándolo,
hasta que nos percatamos de algo extraño: había demasiado silencio. No
ladridos, no protestas. ¿Mmm?
¡Oh-oh!
—
¡Petardo! — exclamamos al
unísono.
Observamos en todas las direcciones, pero ni rastro de él. Por un
momento me asusté tanto que no me importó llamarlo a gritos en medio de lo
silencioso que estaba el vecindario.
—
Le lancé la pelota hacia
allá, ¿a dónde demonios se ha ido ese perro? — comentó Joan preocupado.
Caminamos por la pista mirando de aquí para allá, y cuando volví a
gritar su nombre, oí un ladrido a lo lejos.
—
¡Por allá! — exclamé:
terminamos acercándonos más y más a la casa de aquel chico, la de las rejas
negras. Tragué despacio cuando distinguí a Petardo sentado en el jardín, con la
lengua afuera y al lado de tres personas.
El hombre y la mujer que había visto hace un tiempo estaban ahí; y
junto a ellos la pequeña niña del tutú rosa. Traía un bonito vestido color
vino, del estilo que traen las muñecas de porcelana.
—
¡Perro gordo! ¿Dónde rayos
te metes? — lo regañó Joan al llegar a él.
— ¿Es suyo? — nos preguntó la mujer con amabilidad.
Tenía el cabello de color rubio oscuro y se veía bastante joven.
—
Sí, es un perro algo loco: corre
como una bala. Me disculpo si les provocó algún inconveniente — añadió Joan tan
simpático como siempre. La mujer le restó importancia; nos explicó que lo
habían oído ladrar con insistencia y cuando salieron, vieron que su pelota
había dado a parar dentro de su jardín.
Observé a la pequeña niña: traía el cabello amarrado en un moño
sencillo, y cuando elevó la mirada me topé con un par de ojos avellana
inmensos. Claramente era idéntica al hombre, pero tenía los ojos de la mujer.
Eran sus padres.
—
¿Te gusta, princesa? —
preguntó su padre, poniéndose de cuclillas junto a ella. La pequeña asintió con
energía y después me sonrió con emoción—. Disculpen, chicos, no… ¿no estará a
la venta?
—
¿Petardo? — repitió Joan; el
hombre asintió—. No, lo siento mucho. Sería como venderles a mi hermana, así que
no — respondió con humor, y la pareja soltó una carcajada.
La pequeña volteó a mirarme insistentemente. En su mirada casi leí un: “dámelo, por favor”.
Negué amablemente con la cabeza, y una sensación curiosa me atacó.
Esta niña…
Es como si ya conociera a esta niña.
—
No se puede, princesa. Ya
es de otra familia — explicó su padre cuando la vio aferrarse con más fuerza al
cuello de Petardo —. Se pondría muy triste si lo alejas de los seres que ama.
Te hará feliz a ti, pero él será infeliz, ¿quieres eso?
Estaba acostumbrada a oír decir a los padres “no, es no, y punto”,
fue por eso que me sorprendió que este hombre tratara de explicarle a su
pequeña hija por qué no podía cumplírsele el pedido, con infinita paciencia y
ternura.
— ¿Sí, cariño? — confirmó
ahora la mujer. La pequeña frunció los labios, algo decepcionada, pero luego asintió.
Petardo elevó una pata como para agradecerle.
—
Igual puedes salir a jugar
con él. Vivimos a un par de cuadras y algunas noches lo saco a pasear — sugerí.
Me sonrió contentísima y volteó a mirar a sus papás, como confirmando su
permiso para verlo —. Le gustan mucho los niños, así que no tienen por qué
preocuparse. Es muy cuidadoso — afirmé. Los Pastores alemanes a veces se ven
intimidantes por su tamaño, pero Petardo era muy cariñoso.
Joan me despeinó por completo a modo de felicitación.
—
¡Ya! — murmuré, empujándolo
un poco y él rompió reír.
—
Parece que se llevan muy
bien. ¿Son hermanos? — nos preguntó la mujer. Le respondimos que sí —. Y me parece
que tú debes ser el mayor… — añadió gentilmente para Joan —. Dime, ¿eres tan
buen hijo como pareces ser?
—
Bueno, la mayoría de veces
mi madre sería más feliz si me regalara a otra familia, pero se hace lo que se
puede — le respondió en tono bromista y con eso se los ganó por completo.
Me dio la ligera impresión de que la pareja parecía encantada y a
la vez algo entristecida por la amabilidad de mi hermano. Me pregunté si no
estarían comparándolo con aquel chico, el que parecía ser su hijo, que caminaba
por las madrugadas y tan distante se veía.
—
Ya es algo tarde. Debemos
irnos, Bellota.
—
Síp.
—
Vamos, Naina, también es
hora de irse a la cama — anunció la mujer, y el hombre tomó en brazos a la
pequeña que se despidió de mí, moviendo la mano.
Naina: así se llamaba. Sonaba tan a princesa de cuento.
—
Parecen muy buenas
personas, ¿verdad? — dije al aire mientras volvíamos a casa. Joan me dijo que
sí por la ternura con la que trataban a su hija —. Mmm, ¿qué pensarías de una
persona que es poco amable con esos señores? — me atreví a preguntarle.
—
¿Qué pensaría? Mmm, pues
que es un completo imbécil…
Mira pues, yo ando pensando lo mismo.
—
…o que no los conoce por
completo. — Lo miré y se encogió de hombros—. Suele suceder: la gente trata mal
a gente que no se lo merece porque no los conoce a fondo.
—
Las personas no deberían
tratar mal a otras personas por mucho que no las conozcan — sentencié y Joan me
aplastó la cabeza —. ¡Ayy!
—
Bellota, si todos pensaran
como tú…— Esperé un halago pero solo obtuve una carcajada burlona— ¡… el mundo
estaría patas arriba! — Intenté golpearlo mientras caminábamos y Petardo empezó
a ladrar, animado—. Por cierto, me pregunto qué problema tendrá.
—
¿Eh? ¿Por qué lo dices?
¿Joan también habría visto al chico que se paseaba por las
madrugadas?
—
¿No te diste cuenta? — Negué
con la cabeza—. Bellota, esa niña no ha pronunciado ni una sola palabra.
Ah, hablaba de la niñ…
¡Es cierto! Esa niña no había dicho absolutamente nada durante
toda la plática.
—
Los niños a esa edad son
gritones, no pueden dejar de parlotear — me explicó muy seguro—. Solo basta con
recordar a Corín cuando tenía siete años.
—
¿Cómo sabes que tiene siete
años? — lancé por molestar.
—
Bueno, es una suposición.
Ya llegábamos a casa; de repente lo oí suspirar.
—
¿Qué pasa?
— Sería tan triste que sean tan cariñosos con ella porque le pasó algo antes. — Lo observé de reojo: a Joan siempre le han simpatizado los niños. Siempre tan amable y juguetón con ellos. Por eso el abuelo decía que si había decidido especializarse en Pediatría le iría mejor que bien.
Comprendí lo que había deducido.
Una niña que no habla pero que es muy querida por sus padres…
…tal vez había sufrido una experiencia traumática con
anterioridad.
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