NOCHE IV - Noches de insomnio
NOCHE IV
Mil quinientas ochenta y tres ovejas, mil quinientas ochenta y cuatro...
— No, ya, así no se puede
seguir. — Y me quité los cobertores de un tirón.
A través de las cortinas el cielo ya se veía claro. Tomé el
despertador de mi mesa de noche y… ¡Por Dios: son las cinco de la mañana! ¡No
he pegado el ojo más que para dormir solo tres horas!
Me había despertado bruscamente a las tres de la mañana (como
sucedía últimamente quién sabe por qué maldito motivo), y apenas me había
echado a dormir a las doce todo porque Joan y yo nos quedamos viendo una
película.
Lo único bueno era que mis ojos no parecían estar reclamando el
haber dormido más.
Me quedé un buen rato observando el techo, oyendo el canto de
algunos pajaritos que se posaban sobre el árbol que teníamos cerca a la entrada,
y ese típico sonido de vacío que se siente en las calles cuando es muy
temprano. Más tarde, un pequeño rayo de luz fue asomándose; descorrí las
cortinas un poco y comprobé que el día de hoy, por lo visto, el sol sí se había
dignado a salir.
Volví a intentarlo: me envolví lo más
que pude en las cobijas con los ojos fuertemente cerrados. Traté de
concentrarme en la tibieza de mi guarida, en la suavidad de las sábanas
rozándome los brazos y lo esponjoso de mi almohadón…
—
No,
olvídalo.
De acuerdo, ya no hay forma de volver a
coger sueño otra vez.
Aproveché para tender mi cama y
enfocarme en hacer cualquier cosa que me entretuviera hasta que tuviera que
bajar a tomar el desayuno. Tomé el violín, destensé las cuerdas para darle el
respectivo mantenimiento que se merecía cada cierto tiempo e intenté alargar el
proceso todo lo posible. Más tarde aprovecharía que Gisell y
Corín irían al cine y estaría sola en casa para echarle algo de resina y de
paso afinarlo.
Terminé con él y como apenas eran las seis y media decidí hacer algo con
el desorden que había dejado desde el viernes sobre mi escritorio. Cogí el
archivador con todos los dibujos que había ido guardando desde hace varios
años, y cuando estaba por guardar el que había hecho para la clase del profesor
Ademar, noté un detalle que me resultó un tanto curioso (por no decir
espeluznante).
Etel, Loi y Tomas habían señalado que mi dibujo se veía algo
particular porque de las dos personas que había dibujado de pie, una no tenía
rostro.
Yo creo que los tres me mirarían con espanto si vieran lo de
ahora:
—
¿Pero qué...?
Tenía varios esbozos similares. Dos personas paradas una al lado
de la otra, misma altura...
...pero siempre una no tenía rostro.
Hojeé rápidamente entre todas y comprobé que el patrón no era
reciente. Incluso en los dibujos más antiguos, los que hice cuando estaba en
primaria, encontraba por lo menos dos veces el mismo modelo: dos sujetos idénticos
en fisionomía, pero uno sin rostro.
—
¡Joan! — grité, pero comprendí
que probablemente aún dormía así que preferí seleccionar los dibujos en lo que esperaba
que la gente en casa despertara.
A ver, estos tres son de cuando tenía cinco años si no me
equivoco. Veo dos sujetos, uno sin rostro. El de aquí parece...ah, sí, aquí
atrás está el año: lo hice cuando tenía nueve; nuevamente dos sujetos. Este
otro es de...sí, de cuando tenía trece; este también. Y este otro es de hace
dos años. Y estos dos del año pasado. Dos hombres, uno no tiene rostro otra
vez.
Tengo exactamente nueve dibujos con el mismo patrón, contando con
el que acabo de hacer, realizados durante mis diecisiete años de vida.
—
No pues, Sisa, si querías
algo raro ahí está.
Tomé todos los dibujos y traté de darle una explicación lógica a
todo este asunto. Digo, son “mis” dibujos, ¿no? Por lo tanto debería poder
responder por qué siempre dibujo a dos cuando bien podría dibujar a uno, no
ponerle cara a ambos, o por lo menos saber por qué siempre son hombres.
—
Bueno, Bellota, solo tengo
algo que decir — inició Joan después de que corriera a su habitación y lo
obligara a ir a la mía.
No fue muy delicado de mi parte porque casi le destrozo las
costillas cuando me lancé sobre él para despertarlo.
—
¿Qué cosa? — le pregunté
expectante.
Los hermanos mayores suelen tener respuestas razonables así que…
—
Estás loca. No hay otra
explicación.
¡PLAFF!
—
¡Auch! ¿Por qué me pegas? —
se quejó ante el almohadazo.
—
¡Porque en este momento
estoy buscando tu sabiduría de hermano mayor! — reclamé disgustada.
Y la verdad… era que en cierto modo me asustaba un poco.
—
Bellota, no pasa nada — me
dijo tranquilamente. Recordé a papá al ver su sonrisa y me sentí un poco mal
por golpearlo. Pero solo “un poco”—. Probablemente sea algo inconsciente. No
sé, tal vez son el abuelo y papá…como ambos han sido tu figura paterna, pues
tal vez sea eso. Y lo del rostro…tal vez siempre lo dejas así porque sabes que
no te saldrá bien. ¿Has visto la cara que le pusiste a este? Siento lástima por...
¡Ouch! — Golpe ganado.
Traté de encontrarle sentido a sus palabras después del manotazo
que le lancé por burlarse de mis dibujos.
—
¿Freud?
—
Ese mismo.
—
No me cae bien — sentencié.
—
A nadie — aprobó y rompimos
a reír.
Claro, podía ser una respuesta de mi subconsciente. Tal vez me
consumía el hecho de no haber conocido a mi padre biológico y como después tuve
a dos que llenaron el vacío. Mmm, sí, puede ser. Suena a episodio de Doctor
House pero puede ser.
Joan siempre había tenido la respuesta indicada para todo lo que le
preguntaba, desde pequeños: despejaba mis dudas y yo confiaba plenamente en sus
palabras. Inclusive la vez en la que curioseé por qué los pájaros volaban, y
puso su máximo empeño en explicar algo que ni él mismo comprendía:
»— ¡Tienen los huesos
huecos! — recuerdo que me dijo con seguridad, y hasta
ahí todo bien porque eso se lo habían enseñado en la escuela. Entonces le
pregunté qué tenía que ver eso con mi pregunta y me respondió, primero
dubitativo y después con mucha convicción, que dentro de los huecos metían
globos con un gas que les permitía volar.
Obviamente con mis seis años de edad le creí absolutamente todo.
—
¡Ha salido el sol, abuelo!
— exclamé después del almuerzo, mientras charlaba con él por el teléfono que
habían instalado la semana pasada en uno de los muebles junto a la escalera.
Le pregunté cómo estaba el clima por allá y lanzó una carcajada
para decirme que si bien Lirau y Asiri eran ciudades de un mismo país, el clima
de Asiri era insuperable: había soleado todos los días desde la vez que nos
fuimos.
—
¿Qué tal las clases, Cachorra? — me preguntó con mucho interés.
Le conté con lujo de detalles todo acerca del simpatiquísimo profesor
Ademar y las exposiciones que visitaríamos la próxima semana con el club de pintura.
Corín apareció por el pasillo, me pidió que le pasara el auricular y al tomarlo
empezó a reclamarle al abuelo que por qué a ella ni siquiera le había hablado
desde que nos habíamos mudado.
—
No le hagas caso, viejo —
exclamó Joan que bajó corriendo por las escaleras y le arrebató el auricular
con destreza; Corín protestó enfadada—. ¿Cómo estás? Espero que tu almacén ya
haya vuelto a ser mi habitación porque llegaré en dos semanas.
Gisell apareció en el pasillo justo cuando Joan dijo aquello,
entrecerró la mirada y después se pasó de largo cuando él le ofreció el teléfono.
—
¿Mmm? No, no pasa nada,
abuelo — le restó importancia —. No, no estoy intentando matar a mi madre — se
excusó riendo; le pellizqué un brazo.
Un par de minutos después nos despedimos porque a las cuatro
llegarían Don Pedro y Antonio, amigos del abuelo, para una partida de póker.
—
Y bueno, ¿ninguno vendrá
con nosotras? — nos preguntó Gisell mientras sacaba una casaca de su armario.
Yo iba pasando a mi habitación y Joan estaba jugando con Petardo
por el pasillo.
—
A Joan no le gustan las
comedias románticas — dijo Corín pasando junto a mí.
—
Sí, tiene razón — confirmó
él —. Además, ya tengo planes, ¿pero
tú, Sisa...?
—
Yo también tengo planes —
puntualicé.
Gisell elevó una ceja con desconfianza.
—
¿Ya tienes novio? — me
preguntó Corín con una leve nota de disgusto.
¿Ah? ¿Novio?
—
No quiero que estés trayendo
a chicos a la casa, eh — me advirtió Gisell.
—
¿Qué?
—
Voy diciéndolo desde ahora.
Iba a protestar, pero después vi el bonito sol que había allá
afuera y decidí darle una solución más diplomática:
—
A tu pregunta, Corín: no,
no tengo novio. Y no te preocupes, Gisell; solo me quedaré en casa practicando
con el violín.
—
Ah, qué ruido — me
reprendió. Joan chasqueó la lengua, malhumorado, y yo aproveché que estaba
cerca para apretarle un brazo y pedirle silenciosamente que lo dejara así—. Ya
vámonos, amor — la llamó; Corín asintió—. Espero que cuando volvamos ya hayas
terminado. No sé si son mis oídos los que no toleran ese tipo de sonidos; o
eres tú que requiere de más práctica.
Joan soltó un bufido:
—
Mamá, ¡¿por qué no
puedes...?!
—
¡Sí, ya habré terminado! — lo
interrumpí. Gisell se quedó mirándome por unos segundos que se hicieron largos
y después, cuando pasó rumbo a las escaleras, sus labios pronunciaron una silenciosa
palabra que no me fue difícil escuchar: "Aura".
Vaya…
—
Bellota, ¿en serio solo te
quedarás en casa? — me preguntó Joan cuando ya bajaba con el violín rumbo a la
sala.
—
Síp.
—
¿No quieres venir conmigo?
Acompañaré a un amigo al ensayo con su banda.
—
Nop — respondí muy segura. Me
entusiasmó un poco oír “ensayo” y “banda” en una misma oración; pero después me
entusiasmó más el poder tener la casa para mí sola y mi violín. Joan se encogió
de hombros y me dijo que después no le reprochara el haber desperdiciado mi
domingo. Se acercó, me despeinó y salió corriendo antes de que pudiera
golpearlo.
Oí la puerta cerrándose y de pronto la casa quedó sumida en un
silencio sepulcral.
—
¡Esta casa es realmente
enorme! — anuncié en voz alta. Casi hasta pude oír el eco.
Volví rápidamente al segundo piso por mi mp4, el violín y el
cuaderno en el que apuntaba las notas. Ya abajo, encendí el equipo de música y
lancé un grito que Gisell hubiese reprobado de estar presente, porque en la
emisora estaban pasando Cryin’ de Aerosmith. La verdad es una estupidez
emocionarse así porque tengo esa canción en el celular para que suene por horas
y horas, ¡pero es que es la mejor canción de toda la historia!
Tomé el violín para completar la sesión de mantenimiento. Al
inicio, cuando el abuelo me enseñaba a tocarlo me encantaba repetir temas
musicales clásicos para practicar: ahora, en cambio, estaba en el proceso de
composición. Tenía ya cuatro canciones culminadas, pero el asunto era que no
sabía si eran buenas o no porque hasta ahora el único público que había tenido
para ellas habían sido mi mp4 en modo Grabadora, y Petardo cuando nos
quedábamos solos. Me ponía algo histérica el pensar siquiera en mostrárselas a
alguien más, lo que sin duda era estúpido porque a fin de cuentas no había
tanto chiste en componer para uno mismo.
Saqué el bloque de resina y lo pasé por el arco varias veces
mientras cantaba a toda voz el último coro. Cuando acabó, apagué el equipo para
enfocarme en las cuerdas. Petardo lanzó un aullido lastimero cuando me oyó
hacerlo.
—
Ya, ahora lo afino — le
respondí para que dejara de aullar como si lo estuvieran degollando. En la
mañana las había destensado para limpiar la parte de en medio así que sonaban
terriblemente mal.
Toco el violín desde los siete años. Cierta vez el abuelo se puso
a limpiar el sótano y como esa habitación subterránea parecía un lugar lleno de
misterios, Joan y yo bajamos a ayudarle. En el proceso de ir sacando cajas
viejas y quitándole el polvo a los objetos que iban apareciendo, se asomó el
estuche con el violín del abuelo. Le pregunté si era una guitarra pequeña por
la forma que tenía y él me respondió que no, que se trataba de un violín. Corín
apareció por la puerta que conducía hacia el sótano y se unió a nosotros.
Juro que después de que el abuelo lo afinara quedé maravillada con
la melodía que nos tocó. Había sido un pedazo de La estación del invierno, de
Vivaldi; e inmediatamente Joan y yo le pedimos que nos enseñara cómo tocar
igual que él. Mi hermano se aburrió un par de semanas después, pero yo seguí
hasta aprender todo lo que pude. Ahora ya me defendía sola, e inclusive a veces
el abuelo se sorprendía cuando me oía tocar. Este violín era suyo, pero cuando
cumplí trece años me dijo que sabía cuánto lo amaba y me lo obsequió. Es muy
poco común ya que tiene el cuerpo de color marrón tan oscuro que parece negro,
y los bordes de color ocre. Corín dijo que le parecía una antigüedad cuando lo
recibí, pero yo estaba muy contenta.
Terminé de afinarlo; y mi sesión de práctica iba viento en popa,
hasta que una hora y media después comprendí que no iba a poder grabar las
notas en el mp4 si Petardo seguía aullando de esa forma. Había venido con su
correa en el hocico, exigiendo su paseo dominical, y como la tomé y le dije que
más tarde, no había encontrado mejor venganza que esa.
Lo miré con seriedad y pasé el arco por las cuerdas: aullido. Otra
vez arco y cuerdas, otra vez aullido. Arco y cuerdas, aullido.
—
Ya, bien: así que te gusta
cantar — sentencié con mala cara. Él soltó un ladrido; como diciendo «paseo, paseo, paseo» —.
Eres un perro manipulador, ¿lo
sabías?
Me dio un lengüetazo en la mejilla mientras le ponía la correa.
Saqué una botella de agua del refrigerador, me puse la gorra verde
que Joan había dejado sobre el mueble junto a la entrada para evitar el sol, y
salimos.
La pista había sido tomada por un grupo de niños que correteaban
de aquí para allá detrás de una pelota, y al frente una pareja de ancianos
regaba su césped. Decidí que solo caminaríamos para evitar lanzar la pelota
porque no me sentía con ánimos para andar corriendo. Petardo avanzaba sumamente
contento, con ese porte elegante que usa cuando quiere llamar la atención, y varios
de los niños se acercaron a preguntar si podían tocarlo. Les dije que adelante,
a fin de cuentas, era lo que más le encantaba en la vida.
—
Bueno, ya vamos.
¡WARF!
Retomamos la caminata después de que los niños le celebraran un
salto gracioso. Tuve que cerrar los ojos ante la luz del sol; es increíble lo
extremo que es el cambio en el clima: hace un par de días hacía un frío horrible,
y ahora soleaba como nunca.
Me acomodé la gorra de Joan, bebí un poco de la botella y seguí
caminando con Petardo en la delantera. Estaba observando algunas de las casas
mientras saludaba a los vecinos que conocía, y entonces me percaté de que estábamos
aumentando la velocidad, rumbo a la casa de las rejas negras.
Iba dejar que llegáramos hasta allá para de ahí ya volver, pero
noté que alguien estaba sentado en la
acera afuera de la casa.
El estómago se me comprimió: era el mismo chico que tanta
curiosidad me daba.
—
¡Petardo! — Intenté de
todas las maneras posibles hacer que volteáramos, pero se negaba a retroceder. A
un par de metros en frente de él, el chico despegó la mirada del suelo, la
dirigió en nuestra dirección, y yo automáticamente fingí cerrar mi botella de
agua.
Tomé la correa y me dispuse a girar para retornar a casa, pero
entonces no sé qué bicho le picó a Petardo que empezó a moverse frenéticamente.
—
¡Petardo, no, no! —
mascullé y traté de llevármelo hacia atrás pero el muy gordo estaba empleando
toda su fuerza—. ¡Petardo, ya, basta! ¡Petard…! ¡PETARDO!
¡BROM!
Terminé sentada sobre la pista ya sin poder contenerlo, y lo vi correr
a toda velocidad.
Dios, ¡no me digas que va a atacarlo!
—
¡PETARDO, NO!
Me puse de pie con la botella en mano y
corrí todo lo que pude. Oía los ladridos mientras se acercaba al
desconocido que seguía impávido, sentado en la acera; y cuando se lanzó sobre
él, cerré los ojos con fuerza porque ya no había modo de llegar para salvarlo.
¡WARF!
«Que no se lo haya comido,
por favor. Que no se lo haya comido»
Como no oí ningún tipo de alarido o pedido de auxilio, tragué
despacio y abrí los ojos lentamente. Esperaba no encontrarme con ninguna escena
sangrienta porque sino…
¿Qué…?
Entonces fue extraño, fue demasiado extraño porque quedé aturdida
ante el cuadro: ese
perro zalamero en ningún momento había planeado atacar a alguien; solo había ido a buscar cariño.
No, miento. No estaba aturdida por el comportamiento de Petardo,
estaba aturdida por él... Por la imagen
de aquel chico.
Estaba sonriendo de buen humor y cuando se reincorporó, Petardo se
puso de dos patas para lamerle las manos y aceptar más mimos. Soltó una risa divertida
y después le acarició las orejas con cariño.
¿Quién...? ¿Quién es él?
Me quedé absorta, observando las ondas desordenadas, y oyendo la
risa armoniosa. Ahora que estaba más cerca comprobé lo que ya sospechaba: tenía
rostro de ángel cuando sonreía, y sus ojos...
Marrones claros, casi color miel…como del color del so…
—
¿Qué sucede? — lanzó y desperté.
Sonó armonioso, pero extremadamente arisco.
—
Es mi... mi perro — me
excusé.
—
Tú eres la chica que
siempre me observa — sentenció y el alma se me fue a los pies. No había sido
una pregunta, había sido una afirmación.
El rostro se me encendió.
—
No, cla-claro que no —
intenté decir con la mayor dignidad posible, pero me miró con una ceja en alto.
—
Detrás de las cortinas,
detrás del árbol, ahora empleando a tu perro — puntualizó en un fingido tono
ingenuo—. Y tal vez un par de veces más en las que no me he dado cuenta.
Me vio con humor, casi como si yo fuera alguna especie de payaso
contando sus peores chistes, y los ojos me ardieron de la humillación. Siempre
he pensado que uno debe tener a la mano respuestas ingeniosas para todo tipo de
situaciones, pero la actitud repleta de superioridad me apabulló. Por un momento
no encontré defensa alguna, porque el tono y la mirada me hicieron sentir la
cosa más insignificante del mundo entero.
«¡No vayas a llorar! ¡No
vayas a llorar!»
Elevó las cejas, burlón, y oí una risa baja suya. Iba a decir algo,
para no quedarme callada, pero lo último me dejó perpleja:
—
Me espías porque me
encuentras atractivo. — ¡¿Qué cosa?!
—. Solo viendo lo de
afuera, como siempre…nada más.
Lo dijo en un tono sumamente bajo, como si murmurara para sí
mismo, pero yo lo escuché como amplificado.
Me hubiera encantado pedirle a Petardo que lo atacara, pero el muy
traidor seguía meneando la cola a su lado, y yo estaba demasiado humillada como
para reaccionar. Volvió a mirarme y no pude evitar recordar las miradas que
Gisell me lanzaba de pequeña. Ya no me afectaban desde hace mucho porque era un
tema con el que ya podía lidiar, pero
ahora...
Ahora estaba aquí, sintiéndome otra vez extremadamente pequeña y
con unas ganas tremendas de llorar, frente a este chico que no conocía de nada.
Pero él no tenía por qué saberlo.
—
¿Tienes algún problema de narcisismo
o algo así? — lancé, dispuesta a luchar por mi dignidad. Pero elevó una ceja, estoico,
y después se dio media vuelta sin responderme.
—
Igual a todos — murmuró
hastiado, y eso fue todo. Ni siquiera tomó en cuenta mi intento de conseguir
una disculpa.
Lo vi alejarse rumbo a las rejas de su casa, pero mis pies se
movieron casi sin órdenes mías. El abuelo y Joan siempre repiten que soy una
persona sumamente tranquila, pero que suelo ser muy impulsiva cuando no sé cómo
defenderme.
A lo mejor tienen razón, porque no lo aguanté y solo atiné a tocar
su hombro, y cuando giró, le arrojé sobre el rostro toda el agua de la botella.
— ¡Idiota! — proferí cuando
parpadeó perplejo. Tomó el borde de su camiseta, ahora mojada, cuando lancé la
botella a sus pies y Petardo, para mi buena suerte, no opuso resistencia alguna
cuando decidí llevármelo a casa.
Algo de viento cruzó y me despeinó parte del cabello que no estaba
cubierto por la gorra. Oí el sonido de las rejas así que supuse que había ingresado
a su casa. Los labios me temblaban de la rabia que sentía; algunos niños se me
quedaron viendo sorprendidos cuando pasé junto a ellos: probablemente por traer
las mejillas completamente empapadas y no tener éxito al tratar de secarlas.
Llegué a casa y encendí el equipo de música; conecté mi celular y dejé
que la lista de reproducción avanzara a todo volumen. No quería ponerme a
pensar en lo último.
Rechazo.
Ya lo he sentido antes; con Gisell infinidad de veces. Pero de
parte de un desconocido que no sabe nada de mi vida es otra cosa. Es…es peor.
Es aun peor porque no tiene motivos para hacerlo. Para él, yo no era la niña
que se veía como la ex novia de su esposo.
»— Igual a todos.
¿Igual a todos? ¿Qué clase de murmuración extraña era esa?
—
Pero qué idiota.
Me dejé caer sobre el sofá con Cryin’
sonando de manera estridente. Petardo se sentó junto a mí, con su cabeza sobre
mis piernas: probablemente se sentía culpable porque por él terminé acercándome
a ese idiota.
Iba a ir a la cocina por un poco de jugo cuando oí el timbre de la
puerta. Me puse de pie de mala gana, porque si eran Gisell y Corín tendría que
apagar el equipo y explicar porque andaba “haciendo tanta bulla”.
Sin embargo, cuando abrí no comprendí del todo la escena.
En el escalón del pórtico había una botella vacía y un pedazo de
papel pegado a ella. Me agaché, tomé el envase, y después leí la nota:
¿Olvidaste tu botell…?
¡Pero qué hijo de…!
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¿Sisa?
Volví en mí. Loi me miraba
preocupada:
—
¿Qué sucede? Toda la mañana
has estado como en otro
mundo. Eso sin contar que ni te inmutaste en la hora
de Orientación vocacional, cuando Tomas dijo que quería estudiar
"Sisalogía" al terminar el bachillerato — me dijo con humor.
Bueno, sí, tal vez había
estado algo distraída.
—
¿Pasó algo con Gisell? — me
preguntó Etel con cuidado.
Etel y Loi ya sabían todo
mi extraño asunto familiar: se los conté porque no comprendían la diferencia de
apellidos entre Joan y yo.
Negué con la cabeza y me
inventé que iba a resfriarme. No quería recordar la horrible experiencia que
había tenido ayer por la tarde con el chico idiota que tenía por vecino.
—
Bueno, pero para que te
animes un poco — me dijo Loi sonriendo —, ¡iremos al bosque Izhi del que tanto
te hemos hablado! Y aprovechemos que Tomas se ha ido a su práctica de tenis
para que después no nos esté diciendo nada.
—
¡Sí, sí! — exclamó Etel
guardando sus cosas rápidamente —. ¡Tal vez y vemos de nuevo al chico del
muelle! — chilló entusiasmada.
—
¡No! — repuse.
Me había jurado a mí misma no volver a mirar, ni siquiera de
reojo, a ningún hombre para evitar algo parecido. ¡No quiero que me vayan
acusando de espionaje nunca más!
—
¿Sisa?
Loi y Etel me miraron
desconcertadas; y como empecé a balbucear frases incoherentes en defensa de la
intimidad y demás, ambas me exigieron que les dijera de una vez que pasaba
conmigo.
¡Dios, ya debería haber
superado esta tontería! Más aun si me pasé casi toda la noche pensando en todas
las posibles respuestas que debí darle al idiota ese.
Una de ellas, por ejemplo,
el haberlo obligado a tragarse la botella entera.
—
¡¿Pero qué se ha creído ese
imbécil?! — exclamó Loi escandalizada cuando la puse al tanto —. Por arrogante
le hubieras metido la botella por el....
—
¿Pero estaba guapo? — la
interrumpió Etel con interés. Loi le lanzó un cuadernazo en la cabeza—. ¡Ayyy,
solo decía!
—
Si quieres podemos ir a
romper las ventanas de su casa a pedradas — me dijo Loi palmeándome un hombro.
Etel dijo que ella tenía un par de amigos que gustosos aceptarían “mandarle un
mensaje de mi parte” (golpes incluidos) y automáticamente empecé a reír. Ambas
me salieron con que los hombres a veces son medio idiotas y con eso decidí ya
dejar atrás todo el asunto.
Antes de salir de la
escuela el profesor Ademar apareció y nos preguntó, muy entusiasmado, si ya
teníamos la autorización de nuestros padres para la exposición a la que iríamos
el miércoles con el club de pintura. Etel y yo le respondimos que ya las
teníamos: Gisell la había firmado sin ningún tipo de inconvenientes porque sabía
cuánto me llamaba la atención todo lo que tuviera que ver con Arte.
Eso, o que tal vez no me
quería en casa como lanzó Corín burlonamente mientras me firmaban la
autorización.
—
Profesor, ¿yo también puedo
ir? — preguntó Loi.
—
¿Eh? ¿Pero no tienes Danza a
esa hora? — rebatió Etel.
—
Es que Godzilla saldr… — El
profesor Ademar elevó una ceja; Loi le lanzó una sonrisita inocente y
continuó—: Es que la profesora Inés saldrá de viaje así que ha cancelado el
ensayo del miércoles. Además, yo la veo casi diario así que descansar un poco
de su cara sería genial — nos dijo a Etel y a mí entre dientes. El profesor
Ademar le respondió que no había inconvenientes.
Salimos de la escuela y el sol me dio de lleno en el rostro.
Cielos, cuando hay días soleados aquí casi parece que estamos dentro de un
horno.
—
¡No sé qué voy a hacer con
mi vida! — resopló de pronto Etel mientras caminábamos. Le pregunté que por qué
y me sacó la hoja con el test vocacional que habíamos resuelto la semana pasada
y que nos habían devuelto hoy —. Dice que hay demasiada ambigüedad en los
rubros que me llaman la atención y debo ser más concisa.
—
¡Cierto, el test! — proferí.
¡Tendría que volver a la escuela porque creo que lo he dejado en
la carpet…!
—
¿Buscando esto, cielito? — oí
de Loi. Reconocí el compilado de tres hojas —.
Como andabas en la luna me tomé la libertad de guardarlo.
—
¡Gracias!
Lo hojeé velozmente porque ni siquiera había visto mis resultados.
—
Te sale Arquitectura y...
¡Oh! ¡A ti también te sale Arte! — me dijo Etel leyendo junto a mí.
—
¿A mí también? — pregunté
con curiosidad.
—
Yop — añadió Loi
sonriendo—. Y específicamente Danza porque bueno, eso es lo que voy a hacer ni
bien termine el bachillerato, ¡estoy muy segura de ello!
Me asombró muchísimo porque ya sabía que Loi practicaba ballet
desde los cuatro años, pero no pensé que era tan en serio. Probablemente por
eso practicaba arduamente.
—
Es por eso que ni bien
termine el año me presentaré a la prueba de selección de Gaib Art — dijo
mientras daba un par de pasitos gráciles para confirmar su respuesta.
Espera, ¿qué…?
—
¡¿Dijiste Gaib Art?! — exclamé
boquiabierta.
—
Así es. ¡Nuestra Loi
postulará a la Escuela Superior Gaib Art, Bellota! — me dijo Etel ya empleando el
apodo con el que me llamaba Joan. Tanto ella como Loi y Tomas ya sabían que era
porque de pequeña había actuado de bellota en una obra de la escuela, y porque el
color coincidía con mi color de cabello.
Por otro lado, ¡claro que sabía
qué era Gaib Art! Solía leer mucho de ella en Internet: era una escuela exclusivamente
artística, en la ciudad de Libiak. Solo tenía tres facultades: Música, Artes Escénicas
y Danza. Era una de las mejores a nivel mundial y estaba en nuestro país.
Y así como es de buena, también es igual de cara.
—
Voy a postular para Danza —
me explicó Loi cuando la miré aún estupefacta —. Aunque, si no me equivoco, el
primer año todos los ingresantes tienen cursos que los hacen coincidir así sean
para diferentes facultades por todo ese rollo de los Estudios generales.
Vaya, ¡era la primera vez que conocía a alguien que lo intentara
en Gaib Art!
—
Lo bueno es que Iago y papá
me apoyan — comentó mientras cruzábamos la pista—. Si su primer amor no hubiese
sido una bailarina de ballet, creo que estaría pensando en desheredarme.
Después de todo casi todos mis parientes son médicos — añadió divertida.
Los padres de Loi estaban separados desde hace diez años más o
menos, y ella vivía solo con su padre y su hermano mayor. Cuando la oía hablar
de "su familia" sabía que se refería a la del lado paterno.
Llegamos a una calle que terminaba en un malecón, y cuando
estuvimos más cerca nos dio la bienvenida una estrecha entrada que daba con
unas graderías de piedra que conducían hacia abajo.
Al final de ellas distinguí el inicio de un espeso bosque.
—
¿Saben? Me han dado unas
ganas tremendas de encerrarnos un fin de semana a escuchar full música del
siglo pasado — sugirió Etel mientras bajábamos por las escalinatas—. ¡80s y
90s, vengan a mí!
—
¡¿Aerosmith?! ¿Bon Jovi?
¿Calamaro? ¡¿Aerosmith?! ¡¿Aerosmith?!
Etel me miró, sorprendida,
y después rompió a reír:
—
Por tu estilo creí que eras
más de The Beatles.
—
¡Oh! ¡También me gustan!
Loi soltó un bufido y pidió que dejáramos de hablar de música para
abuelos.
Ambas la miramos como si nos hubiese disparado.
—
Con cuidado, señoritas —
nos advirtió mientras bajábamos por las rocas que servían a modo de escalones—.
Ni el tal Paul ni el tal Jagger van a venir salvarlas por mucho que hablen de
ellos — añadió —. Sobre todo por lo vieeeejos que ya est…
—
¡LOI!
A medida que avanzábamos la gradería parecía más empinada y más
resbaladiza.
—
Joan estudiará Medicina,
¿verdad? — me preguntó Etel. Asentí —. Igual que Iago… Mmm, tal vez yo también
debería estudiar Medicina. Me gusta ayudar a la gente.
—
No me hagas reír, Etel. La
vez que me engrapé el dedo casi te desmayas al ver unas pocas gotas de sangre —
lanzó Loi con sarcasmo.
—
Iuujj, sangre — dijo con
gesto de asco —. Había olvidado ese pequeño detalle.
Terminamos la gradería en un territorio llano, y a unos pocos
metros se abría el bosque Izhi. Era asombroso, porque se sentía la humedad de
la brisa marina mientras caminábamos a través de los árboles. Y si bien el
ambiente era caluroso por fuera, aquí todo olía a tierra mojada y se veía de un
verde intenso.
—
Te vamos a contar un
secreto, Sisa — me dijo Loi al adentrarnos. Mis zapatillas se hundían en la
tierra húmeda, y el crujido de las ramas secas le daban un aura misteriosa a
todo —. Siempre que vengas y no desees terminar cayendo por algún acantilado
solo debes seguir estos tajos, ¿ves? Mientras los sigas estás completamente a
salvo
Me señaló el tronco de un árbol: noté la marca en forma de
asterisco que tenía.
—
Te llevarán a la orilla sin
que vayas probando caminos mortales — asintió Etel con seguridad.
—
¿Los hicieron ustedes?
—
Iago me lo enseñó hace un
par de años, pero no tengo ni idea de quién fue el ingenioso — me respondió
Loi—. Ahora que ya lo sabes podrás venir siempre que quieras. Pero nunca
cambies de dirección, ¿de acuerdo? La verdad es que yo no creo en cosas
sobrenaturales ni nada de eso, ¿sí?, pero…
—
¡Yo, yo! — demandó Etel
emocionada. Volteé a verla mientras Loi decía “ya, habla, tú” —. Lo que sucede
es que las leyendas urbanas dicen que cuando estás por aquí, se escucha la voz
de alguien que llora tristemente en medio de la espesa neblina que se forma
cuando hace mucho frío.
—
¿Qué? — lancé espantada.
—
Sííí, esas historias son muy
comentadas, ¿verdad, Loi? — Ella se encogió de hombros, con indiferencia—.
Dicen que si caminas en silencio se pueden oír lamentos; ¡uno se asusta,
intenta escapar y al final termina en el océano! Y hasta ahí todo bien si los
peñascos de allá abajo no fueran una muerte segura — relató demasiado
emocionada para lo tétrico que sonaba el asunto —. Muchos dicen que es la voz
de un hombre, otros dicen que es la de una mujer. Otros, en cambio, que le
pertenece a un niño.
—
Parece que no se ponen de
acuerdo — añadió Loi en plan de burla.
Etel la miró con cara de pocos amigos y continuó:
—
Algunos dicen que es porque
el lugar está maldito ya que desde aquí la luna llena se ve en su máximo
esplendor y antiguamente algunos brujos venían a practicar magia negra. Otros,
en cambio, que porque la entrada al infierno está por debajo y se oyen los
gritos de las almas condenadas.
Tragué despacio: a lo mejor soy yo, pero todo parece verse algo más
lúgubre ahora.
—
Y hay otra leyenda, un
tanto más romántica — suspiró Etel y después me sonrió —, que cuenta que una
chica se suicidó lanzándose al mar y el que grita es su verdadero amor.
—
¿Verdadero amor? — repetí.
Loi puso los ojos en blanco; Etel me sonrió:
—
Sí, grita pidiéndole a los
dioses que la devuelvan a la vida.
La miré sin saber qué decir: sí, sonaba a novela romántica
antigua…
…pero aun así daba miedo.
—
Tranquila — me dijo al ver
mi rostro—. Dicen que si no prestas atención, no sucede nada. Además, las
leyendas explican muy claramente que solo sucede cuando hace frío y se forma
neblina dentro del bosque.
¡Estupendo! Porque ahora todo se ve de un verde esplendoroso, así
que ¡nada de neblina ni gritos, ni chicas tirándose al mar!
—
Yo lo que quisiera saber —
inició Loi fingiendo interés— es “quiénes” son ésos que “dicen”.
Etel la golpeó en el hombro, ofendida.
Caminamos un par de minutos más en los que andaba esperando
escuchar algún lamento, pero no, no oí nada.
—
Y ahora, Sisa — me dijo
Etel atrayendo mi atención.
—
Te damos la bienvenida a la
orilla del mar desde el bosque Izhi — concluyó Loi satisfecha, y los ojos se me
abrieron de la emoción.
Wow.
El sonido de las olas impactando contra las rocas llenaba
absolutamente todo, y a lo lejos se distinguía el sol. Era increíble estar
aquí, parada junto a muchísimos árboles y ver que a un par de metros se abría
el mar en su inmensidad. Por el lado derecho los acantilados que habíamos
evitado en nuestro recorrido se elevaban imponentes. Definitivamente nadie
salía vivo de una caída.
El espectáculo era tan hermoso que los ojos se me humedecieron un
poco. La brisa, el olor a tierra mojada y más allá la arena; las olas yendo y
viniendo contra las rocas. Todo...todo era como la perfecta fotografía de un
verdadero artista.
Era casi como si Izhi absorbiera todo tipo de realidad para
sumergirte en una especie de mundo paralelo. En uno en el que no sería extraño
encontrarse con una sirena, o a lo mejor con un par de hadas.
Loi y Etel me tomaron por los brazos y me llevaron hasta un grupo
de rocas que sobresalían de la marea. Subimos a la más grande con cuidado, y
después nos vimos frente a frente con el mar.
¿Siempre ha sido así de
grande y majestuoso?
La brisa sopló con muchísima fuerza y me despeinó el cabello. De
pronto, la idea de “mundo” empezó a hacérseme lejana, porque en este momento no
había más personas: solo el mar y yo, y comprobé con sorpresa que sabía que era
inmenso, pero en realidad nunca he pensado verdaderamente en su naturaleza.
Aquí estamos él y yo, existiendo… Existiendo.
Como iguales.
El sol se divisaba a lo lejos. ¿En qué momento uno empieza a
pensar lo inmenso que es el universo? Tal vez cuando se está frente al mar,
como me estaba sucediendo.
Así es el universo: inmenso. Inmenso y desconocido.
Sobre todo desconocido.
Llegó con el sol…
Llegó con el alba…
¿Con el alba…?
Llegué contigo…
Algo… Algo falta.
Sisa…
Algo me falt…
—
¡SISA!
—
¡Ah! — Me sacudieron con
fuerza. Los ojos de Loi me miraron con espanto:
—
¡¿Qué te pasó?! —me regañó
alarmada. La observé, sin comprender —. ¡Casi te caes! ¡Si Etel no te agarra
por el brazo te hubieras ido de cabeza contra las rocas!
—
Lo…lo siento — me disculpé
igual de aturdida —. No...no me di cuenta.
—
¿Estás bien? La verdad es
que te veo algo pálida — comentó Etel preocupada.
¿Qué había sido eso? Había…había sentido algo extraño. Como si un
vacío inmenso se expandiera por mi pecho.
Tal vez sea cansancio, sí. Tantas noches sin pegar ojo.
—
¿Prefieres volver a casa? —
me preguntó Loi.
—
No, ya estoy bien — le
resté importancia—. Creo que ando algo cansada porque no me acostumbro aún a la
nueva casa y no duermo bien.
Caminamos por la orilla y más allá dimos con un largo muelle, ya
junto a una parte en la que había más gente: era una zona más comercial. Me
gustaba más la parte junto al bosque Izhi porque se sentía poco habitada. Como
un paraje todavía sin ser descubierto.
—
Parece que hoy no vino —
señaló Etel desilusionada —. El chico genial que observa el mar con gesto de
Romeo — me explicó ante mi gesto de curiosidad.
Oh, así que ya no es Hamlet, ahora es Romeo.
Me alegró un poco porque ya no quería ser reprendida por andar
viendo a hurtadillas.
Llegamos hasta la zona del muelle. Había tres chicos conversando
cerca a las gradas que conducían de la playa al boulevard de allá arriba. Loi
se quitó la camisa que traía porque le hacía algo de calor y quedó con los
brazos completamente desnudos, solo cubierta por la camiseta sin mangas que
llevaba adentro. Encontré muy hermosa su perfecta postura de bailarina.
Los chicos de atrás soltaron varios silbidos mientras le
preguntaban su nombre.
—
¿Por qué tan solas? Aquí
también somos tres.
—
¿Cómo te llamas, preciosa?
Loi se detuvo, volteó y se quedó parada observándolos fijamente,
casi retándolos a continuar; pero ninguno se atrevió. Uno hasta sonrió
nerviosamente y pidió disculpas en voz bajita.
—
Lo lamento, es el precio de
tener una amiga tan guapa — comentó divertida—, y que algunos hombres sean solo
unos imbéciles — agregó mientras subíamos al largo muelle.
Me gustaba el sonido que producía la madera vieja a cada paso. Por
el borde se veía el agua deslizándose suavemente, de una manera más delicada a
diferencia de la parte que estaba frente al bosque Izhi. Era casi como si el
mar en esta parte estuviera “domesticado” y por allá se encontrara en su estado
más salvaje.
Volteé al frente y me encontré con el sol más enorme que nunca: era
una esfera redonda color naranja intenso. Como ya eran más de las cuatro de la
tarde estaba anunciando su retirada viéndose más hermoso que nunca.
Una fuerte brisa me acarició el rostro y casi me arrulló. Loi y
Etel empezaron a reír, y no sé por qué motivo se aferraron a mis brazos y
posaron sus cabezas sobre mis hombros.
—
Hoy intenta dormir más,
¿sí, Sisa? — me pidió Loi, tan maternal que me sorprendí porque no oía ese tono
desde hace muchísimo tiempo —. No queremos que te pongas malita. Ni yo, tu
amiga guapa, ni Etel, tu amiga rara.
Etel soltó una carcajada y añadió: “No, no queremos Bellota. No
queremos”.
Se me escapó un suspiro: algo
bueno de venir a Lirau era el haberlas conocido.
Nos quedamos un rato solo observando el sol. Ambas me dieron ese
espacio de tiempo y se los agradecí muchísimo porque realmente estaba encantada
con la vista…
…hasta que sentí que me apretaron un brazo con insistencia.
—
¡Ahhh! ¡Allí está! —
susurró Etel con emoción.
—
¿Qué?
—
Etel, cállate, o sino van a
terminar acusándonos de acosadoras como a Sisa — comentó Loi en plan de broma y
se ganó un empujón de mi parte. Etel seguía moviéndose frenética, insistiendo e
insistiendo en que le diera un vistazo; así que desvié mi mirada del sol para conocer
al famoso “Romeo” que estaba sentado al final del muelle.
Corrección, ya no está sentado. Se ha puesto de pie, se ha quedado
observando el horizonte un par de segundos y ahora ha dejado de darnos un plano
general de su espalda para verlo de fren…
No-puede-ser.
—
¿Sisa? ¿Qué pasa?
Loi me atrapó por el brazo
y evitó que me fuera corriendo como planeaba hacer.
—
Es él — dije entre dientes.
Etel y ella me miraron sin comprender—. ¡Es él! — repetí al borde de la
histeria.
Etel se puso a chillar como loca: “¡Se está acercando, se está
acercando!”.
¿Ah sí? ¡Pues entonces yo debo hui…!
—
Vaya, vaya — oí al costado.
Rogué por que la tierra se abriera y decidiera darse una merienda conmigo —: Así que ya no es solo detrás de las
cortinas, detrás del árbol y con tu perro — La garganta se me secó ante el tono
particularmente divertido—; sino que ahora es un ataque masivo y has “traído
refuerzos”.
De reojo vi que Etel no reaccionaba: se había quedado como en coma
observándolo; y Loi era otro cuento, porque había elevado una ceja después de
oír sus palabras:
—
¿“Con tu perro”? — repitió
ella y comprendí que estaba atando cabos.
Traté de decir algo, pero el viento lo despeinó suavemente y quedé
como atontada, porque el color de su cabello casi se camuflaba con la luz del
atardecer y flotaba…bailaba…
Y su sonrisa…
Su sonrisa no debería estar permitida porque era demasiado
perfecta.
Ayy, ¡cómo lo odio!
—
Yo… ¡Yo no estaba
siguiéndote! — exclamé después de la bofetada mental que me lancé para
reaccionar y defender mi honor —. Por si no lo sabes este es un lugar público,
y sencillamente tuve la mala suerte de encontrarte por aquí también.
—
¿En serio? — me preguntó
con ironía.
Me odié muchísimo al pensar
que tenía una bonita voz.
—
¡Por supuesto! — Elevé el
mentón (uno para verme más digna y otro para verlo a los ojos porque era más
alto que yo) y continué—. Además, ayer no te lo dije, pero jamás te he espiado.
¡Si vivimos en el mismo vecindario y tengo la desgracia de encontrarte siempre
que vuelvo a casa o abro mis cortinas no es culpa mía!
Loi asentía con fuerza, dándome apoyo, mientras Etel seguía como
en otro planeta; con el rostro de alguien que, cree, está viendo a Dios.
—
Pues es una “desgracia”
constante, ¿no? — me dijo e hizo como si lo pensara —. Porque claro, que una
persona abra las cortinas a las tres de la mañana es lo “más usual” del mundo.
—
No sé qué clase de problema
narcisista tengas, pero por si no te has dado cuenta no eres la única persona
sobre la Tierra y mucho menos en ese vecindario. ¡Y…! ¡Y ni siquiera me pareces
guapo! — proferí al recordar esa tontería de “solo viendo lo de afuera, nada
más”.
Bueno, sí, ya sé que en cierto modo sí era guapo, pero no iba a
alimentar más ese enorme ego que traía.
Pensé que había logrado quitar la sonrisita divertida que traía en
el rostro, pero solo había conseguido acentuarla: me sentí por segunda vez como
un pobre payaso con el repertorio de sus peores chistes a mano.
Se inclinó un poco y volví a tener un primer plano de sus ojos: nadie puede tener al sol en los oj…
¡Ya basta!
Elevó una ceja y después soltó una risita, de muy buen humor:
—
Ok, ok, te creo — me dijo,
pero obviamente fue en tono condescendiente.
¡Yo lo mat…!
—
Créele, cariño. Ella
realmente no está interesada en ti — dijo Loi sumamente tranquila. El
desconocido dejó de mirarme y se enfocó en ella; yo también lo hice —. Tiene
novio y por lo que sé está loca por él.
Se me cayó la mandíbula.
—
¡¿En serio, Sisa?! — me
preguntó Etel entusiasmada —. ¡¿Por qué no me lo habías dich…?! ¡Ouch! —
exclamó ante el codazo de Loi.
El desconocido elevó una ceja, se vio más guapo que nunca. « ¡Maldito idiota! ¡No, momento! ¡Idiota yo!»,
y después soltó varias carcajadas.
Bien, el “plan del novio” de Loi acababa de irse por la borda.
Él pasó junto a mí, negando con la cabeza y riendo en bajito.
—
¡Es en serio! ¡Ella tiene
novio! — reiteró Loi pero ni yo le creí.
—
Lo que digan. No diré más o
me arriesgo a ser atacado con “botellas de agua” — añadió de buen humor —: Adiós,
Bellota. Ojalá no te vea a las tres de la mañana.
Me quedé como una estúpida, observándolo alejarse por el largo
camino de madera con las manos en los bolsillos y el pelo flotándole. Oí a Loi
reprender a Etel, y a esta última exclamar que era muchísimo más guapo de
cerca.
Me encogí, derrotada, porque en el fondo yo también había
terminado algo deslumbrada.
—
Mmm, ¿sabes, Sisa? Puede
que haya sido algo arrogante — me comentó Loi después de unos segundos—, pero
no lo he sentido tan intimidante como nos dijiste.
—
Bueno, sí — acepté agotada—.
Tal vez hoy estaba de buen humor, quién sabe. Creo que está loco.
—
¿Eh? Sisa — inició Etel pensativamente—.
¿Él…? ¿Él te llamó “Bellota”?
—
¡Es cierto! — corroboró Loi
sorprendida.
Bellota.
¿Cómo…?
¿Cómo sabe que mi apodo es
Bellota?
—
¡AY! ¡JOAN! — grité
frustrada.
Con lo que gritaba mi
hermano, probablemente ya todo el vecindario se sabía mi apodo antes que mi
nombre.
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