NOCHE V - Noches de insomnio
NOCHE V
—
¡Ouch! ¡Bellota, ya!
—
¡Te odio!
—
¿Por qué tratas de esa
manera al hermano más guapo, comprensivo y atento del mund...?
—
¡Auuuu! — reclamó ante el último golpe con mi
mochila—. ¿Sabes? ¡Si por lo menos supiera por qué me estoy haciendo acreedor
de tanto maltrato, podría mentalizarme para que no-duela-tanto!
—
Te mereces todos los golpes
que te estoy dando, ¡solo piensa en eso!
¡PLAFF!
—
¡Auuuch!
»— Adiós, Bellota. Ojalá no
te vea a las tres de la mañana.
Ahh, todo estaba muy tranquilo ahora que ya me estaba
acostumbrando a Lirau ¡y justo tenía que suceder esto! Que conociera a un
maldito idiota que se creía muy guapo como para tener a alguien espiándolo; que
me parezca una de las personas más antipáticas sobre el planeta, y que venga a
hacer que por momentos me disguste conmigo misma al pensar que si bien él se regodeaba
por guapo y atractivo, tenía todo el derecho porque “realmente” era guapo y
atractivo. Y esa estúpida sonrisita altiva que tenía era absurdamente
perturbadora, porque a pesar de gritarme que solo estaba burlándose de mí, la
encontraba fascinante y hasta algo hermosa.
¡Y encima había tenido el descaro de llamarme "Bellota"!
—
No pues, algo realmente
malo ha pasado contigo — oí de Joan—. ¿Qué te ha hecho mi pobre almohada para
que la ahorques con tanta furia?
Me quitó la víctima de las manos y fingió darle un par de caricias
sanadoras.
—
Ya, a ver, ¿qué ha pasado,
Bellota?
—
Nada.
—
No, no, no. Con tres
mujeres en la casa yo ya sé que ese “nada” es en realidad un “todo”.
¡Odio tener esta sensación de ansiedad en el abdomen! Es casi como
si quisiera ver de nuevo al idiota ese para decirle un par de cosas, e intentar
destruir ese enorme ego que tiene.
—
¿Bellota?
—
Ah, Joan, dime... ¡¿por qué
los hombres son tan idiotas?! — declaré agotada.
Me puse de pie porque lo mejor era ir a terminar los deberes para
mañana, cuando sentí su mirada clavada sobre mí —. ¿Qué? — solté de mala gana.
—
Bellota, esto es un
problema de "chicos", ¿verdad? — me dijo suspicaz.
¡Mendiga boca!
—
¿Es el tal Tomas?
—
No…no es nada de eso —
repetí intentando sonar casual.
—
Ay, Bellota, quién lo
diría.
—
Joan... — advertí.
—
Aún recuerdo la primera vez
que Marcus vino a la casa... — inició con voz fingidamente risueña. Repetí que
no era nada de eso, pero se lanzó a reír—: El abuelo casi saca su escopeta y lo
mata cuando le dijo "buenas tardes, abuelo". Decía que era tan flaco que
podía usarlo de espantapájaros.
—
¡Joan!
Marcus había sido mi primer y único novio en la secundaria. Constantemente
era objeto de burlas en el salón solo por ser muy callado y llevar aquellas
gafas inmensas que le concedieron el apodo de "Libélula". Éramos
amigos y siempre me decía que estaba agradecido por contar con mi amistad. Yo
nunca encontraba divertido los comentarios que le lanzaban, ni tampoco me
gustaba reírme de sus gafas.
Entonces un día se me declaró en el patio de la escuela y el líder
del grupo que lo fastidiaba fue testigo de la escena. Salió gritando a toda voz
que “Libélula” se me había declarado, y para cuando nos dimos cuenta casi toda
la sección estaba rodeándonos.
Admito que si bien al inicio lo acepté para evitar que se burlaran
de él, después descubrí partes de Marcus que me parecieron maravillosas.
Terminamos porque él se mudó a Libiak cuando teníamos quince años. Aún me
comunico con él por Internet: por lo que sé sigue igual de amable y ahora tiene
muy buenos amigos en su nueva escuela.
—
¿Entonces es eso? — insistió Joan con amabilidad, pero negué
nuevamente porque el odioso chico del muelle no entraba en la categoría de
"problemas de chicos" ya que ni siquiera me gustaba.
¡Es más, me resultaba tan simpático como una patada en la cara!
—
Ya que el abuelo no está
aquí, tendré que ser el portavoz del sabio consejo que te daría en esta
situación — anunció solemnemente. Le lancé un almohadazo por payaso —: Escucha,
Bellota, me has preguntado por qué los chicos somos tan idiotas algunas veces,
y me temo que no puedo responderte eso, pero lo que sí puedo afirmar es que
prácticamente llevas un cartel inmenso que dice “Ingenua a la vista” ...
—
¡Óyeme! — protesté, pero me
sonrió:
—
...Porque nunca sueles
pensar mal de las personas. — Me sentí sumamente insultada a pesar de que me
despeinó el cabello con cariño —. Ten cuidado con los chicos que te ronden, por
favor.
—
¿Este es el típico consejo
de hermano mayor?
—
Así es — me respondió con tranquilidad—. Y es
porque te quiero que te lo digo.
—
Si estás pensando que voy a
escaparme con un motociclista o algo así, te voy diciendo que no está en mis
planes — indiqué riendo un poco.
—
Si te escaparas y fueras
feliz no te diría nada — me dijo con una sonrisa cómplice—. Tal vez el abuelo
salga con su escopeta a buscarte, pero de ahí no pasaría. — Iba a decirle que
me daba mucha gracia el verme sobre una motocicleta con un hombre lleno de
tatuajes pero me interrumpió —: Lo que me da miedo es que el
"motociclista" te rompa el corazón y después desaparezca.
Fruncí los labios al comprender el punto; él se encogió de
hombros:
—
Sé que todos aprendemos por
la experiencia; es parte de crecer. Pero eres mi hermana menor y no me gustaría
que te lastimaran.
—
Joan…
Me sonrió y después me jaló una mejilla con suavidad.
—
En parte es culpa del viejo
Cides — me comentó con sinceridad.
—
¿Del abuelo? ¿Y eso por
qué?
—
Cuando llegaste por primera
vez a la casa, ¿recuerdas que me dijo que eras mi hermana ni bien pregunté por
ti? — Asentí porque era uno de mis recuerdos favoritos—. Pues bien, le pregunté
que por qué te habías demorado tanto en llegar si Corín había llegado muy
pequeñita y tú ya hasta caminabas y hablabas.
Me dio mucha gracia oírlo.
—
¿Y sabes lo que me dijo? —
Negué llena de curiosidad—. Me dijo que habías demorado porque te habías “perdido
en el camino”.
Solté una carcajada, divertida. Joan me miró y volvió a sonreír:
—
Ahora te da risa; la verdad
es que a mí también — me confesó de buen humor—. Pero en ese momento un montón
de imágenes cruzaron por mi cabeza. Te imaginé caminando sola por la noche, y
era espantoso porque en esa época le temía muchísimo a la oscuridad. — Automáticamente
mis risas se detuvieron —. Te imaginaba caminando sin agua mientras nosotros
teníamos litros y litros de los jugos que preparaban en casa; caminando con
frío y sin tener nada con qué abrigarte mientras Corín y yo teníamos los
suéteres que la abuela Marlene nos tejía.
Lo miré, algo conmovida por la confesión. Me sonrió:
—
Entonces a todo eso súmale
que el abuelo me dijo “eres su hermano mayor, de ti depende ahora que esté en
buenas manos”. — Soltó una carcajada y me despeinó con cariño otra vez—. Es por
eso que me preocupo por ti, Bellota. El abuelo me encomendó una tarea ardua.
Creo que en ese momento me sentí más “padre” que “hermano” — bromeó —: Así que
cuidado con los muchachitos que vayas conociendo — añadió engruesando la voz.
—
Ok, ok.
Lo abracé y decidí irme a acabar los deberes de una vez.
—
Gracias, Joan. Si tuviera
que elegir al mismo hermano en todas mis vidas… — le dije desde la puerta. Él
elevó la mirada, gentil—...ten por seguro que no te escogería.
Me lanzó un almohadazo que esquivé riendo.
—
Bellota mentirosa — me dijo
con una sonrisa, muy seguro.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡Aquí estás! ¡Llevamos
esperándote hace mucho! — me gritó Etel cuando aparecí por el pasillo repleto
de estudiantes al día siguiente, acomodándome la bufanda sobre el cuello.
Loi venía atrás, suspirando resignada.
—
¿Ah? ¿Por qué? ¿Qué pasó? —
pregunté desconcertada.
—
¿Cómo se llama?
—
¿Quién?
—
¡Cómo que
"quién", Sisa! — me reprendió Etel sin creerlo y sacudiéndome por los
brazos—. ¡El chico del muelle! Es tu vecino, ¿no? ¡Ya deberías haber averiguado
su nombr…! ¡La botella! — se interrumpió así misma y detuvo el movimiento
abruptamente, como entrando a un orbe desconocido—. ¡¿Dónde está la botella?!
Ok, acaba de volver.
—
¿Qué botella? — indagué.
—
¡¿Qué botella?!— exclamó
indignadísima y volvió a sacudirme—. La que puso en tu pórtico, ¿dónde está?
—
Ya la boté.
—
¡¿Quééééé?!
—
Ya basta, Etel — le dijo
Loi separándola de mí. Se lo agradecí porque empecé a temer por la integridad
de mis brazos—. ¿No entiendes que el tipo solo está molestando a Sisa? Con lo
que le dijo, ¿quieres que vaya a espiarlo a su casa y la moleste aún más? — Asentí
muy convencida porque Loi sí sabía de lo que hablaba —. Además, ayer me puse a
analizar el asunto y llegué a una conclusión muy interesante — añadió con
interés—: Volveremos a verlo muy pronto, porque ese chico definitivamente
estaba coqueteando con Sisa.
—
Bien — acepté—. ¿Alguien
puede decirme para qué programa es la cámara de bromas?
Debería exigir, por lo menos, un monto de compensación porque las
risas son a mi costa.
—
¡Ay, Sisa!
—
¡¿Coqueteando conmigo?!
Loi, una cosa es “coquetear” y otra muy distinta es “burlarse” de alguien.
—
Sisa, si se hubiera burlado
de ti no te habría sonreído de esa manera tan… — Dejó la palabra a mi imaginación,
pero con ese gesto de desfallecimiento me lo explicó todo —. ¡Y además te dijo
“Bellota”! Mira, analizándolo bien, para que él oyera a Joan decirte así
significa que también está pendiente de ti. ¡Solo piensa un poco, por favor!
A ver… si bien dije que Joan gritaba con una potencia enorme, en
realidad solo lo hacía cuando me pedía que bajara de mi habitación para jugar
con él y Petardo. Y mi casa no está precisamente al lado de la suya, y tampoco
es como si mi hermano tuviera parlantes en vez de cuerdas vocale…
¡No, no, no! ¡¿Qué te pasa?!
—
Yo no quiero nada que ver
con ese sujeto así que ahí quedará el asunto. No volveré a verlo y si me lo
encuentro por el vecindario ni siquiera voltearé.
—
¡Pero, Sisa…! — me suplicó
Etel mientras caminaba al aula.
—
Puede ser el novio perfecto
— me lanzó Loi maliciosamente.
—
¡No! A-además no es tan
guapo.
Loi y Etel dejaron de caminar. Volteé y me las encontré mirándome
como si hubiera dicho que había puesto una bomba en la escuela.
—
Sisa, eso ni tú te lo crees
— me dijo Loi con mala cara.
—
¡Claro que es guapísimo! —
exclamó Etel emocionada —. Y encima con lo que vemos a diario aquí, pues ya él
definitivamente se corona como el rey de los guapos. No, ¡qué rey! ¡Dios! ¡Es
el dios de los guapos! — agregó, observando hacia el techo como si tuviera una
revelación
—
Ay, por favor… Tomas también es guapo y…
—
No, no, Tomas es lindo —
objetó Loi con mucha seguridad—. Simpático, agraciado, pero “guapo” es otro
nivel.
—
Pues a mí me parece que sí
es guapo — sentencié.
De repente un brazo me rodeó por los hombros:
—
¿Entonces eso es un sí?
Elevé la mirada y me encontré a Tomas sonriéndome de manera
seductora.
—
Déjala, cariño. Ella está
por atrapar un pez más gordo — dijo Loi conduciéndome al aula.
—
Y más sabroso — añadió Etel
riendo.
Tomas gritó “¡¿qué?!”, pero no le dio tiempo para decir más porque
nuestra tutora ya había llegado:
—
Buenos días, chicos. Como
ya saben, en un mes se dictarán diversos conversatorios acerca de las
diferentes ramas para carreras profesionales en algunas universidades de Lirau.
No olviden inscribirse en los que más les interesen, ¿de acuerdo? No hagan
demasiado alboroto hasta que llegue el prof…oh, justo aquí está. Que tengan un
buen día.
El profesor de Química entró y pidió que guardáramos silencio en
lo que iba devolviendo las prácticas calificadas que tomó la semana pasada.
Tomas volteó hacia mi carpeta y me lanzó una mirada insistente. Me encogí de
hombros sin entender lo que me decía, aunque notaba que su boca gesticulaba
“¿de qué pez gordo hablaban?”.
¡Ah, cierto!
—
Toma, Loi.
Me miró con curiosidad —: ¿Qué es?
—
Es para que dejes de llamar
a la buena música "música para abuelos" — reiteré con seguridad y le
pasé el CD que había preparado para ella ayer por la noche.
Había escogido lo mejor de la biblioteca musical de mi laptop, así
que no había manera de que por lo menos una de esas canciones no le gustara.
—
Daquel — oí. Me puse de
pie, recibí mi práctica con una B+ de nota y volví a mi sitio.
Me puse a revisar los ejercicios porque creía haberlos resuelto tal
y como el profesor había indicado; y cuando llegué a mi carpeta me encontré con
una nota.
—
Franco.
—
¡Sí, profesor!
Cuándo lo volveremos a ver? :D
Quieres que vayamos a tu casa?
Esa sin duda era la letra de Etel, al igual que los dibujos
gorditos que gritaban “¡Es guapísimo!”.
¡Ya dije que no!
Le entregué el papel. El profesor llamó a Loi.
Pero Sisa!! Te imaginas lo que sería tener un novio
así??
Con esa pinta de “Romeo mirando el mar” que se
manda?? <3
Y después podría presentarnos a sus amigos!! :3
Etel, te pongo cinco puntos
por los que “Romeo” no me interesa:
1) Debe tener novia. 2) Su novia debe ser de las celosas. 3) No
quiero morir joven.
4) Y si no tiene novia, no
creo que estuviera coqueteando conmigo. 5) ¡NO-ME-GUSTA!
—
Gerdau.
—
¡Voy!
PERO ESTÁ BUENÍSIMOOOO!!!
QUE NOOOOOO!!
Tomas volvió a su sitio y le quitó el papel a Etel para leer con
avidez.
El profesor nos lanzó una mirada severa cuando Etel protestó.
Tomas volteó, me miró lleno de dolor y después tomó su lapicero; pero antes de
que pudiera escribir algo Loi se arremangó el suéter y le pellizcó el brazo
derecho. Tomas se respingó en su sitio, se encogió del dolor e inmediatamente
ella tomó el papel y nos los tiró de manera discreta.
Toda la mañana se pasó de manera veloz en medio de los constantes
ceños fruncidos de Tomas y las hipótesis de Loi y Etel que cada vez se hacían más
descabelladas. Ese chico y yo no nos conocemos de nada, así que “casarnos
mientras huimos en una motocicleta con el viento meciendo nuestros cabellos, y
con el coro de Can’t take my eyes off of
you de Muse de fondo” (palabras exactas de Etel: creo que tiene talento de
escritora), era algo completamente imposible.
Además, la primera vez que hablé con él me pareció de lo más
desagradable, la segunda lo noté más amable, y la verdad quisiera que no
hubiera una tercera porque con el historial de bipolaridad que parece tener, ya
fue suficiente.
Estaba bien así; no quería andar pensando en un chico que a la
vista parecía ser sinónimo de problemas.
No les había comentado ni a Etel ni a Loi que lo veía caminar
seguido por las madrugadas, ni que parecía que la relación que tenía con sus
padres no era la más afectuosa. Y no es que lo esté juzgando, es que
simplemente me parece que tiene un par de asuntos que arreglar consigo mismo.
—
No olvides que mañana debes
traer la autorización — me dijo Etel.
¿Eh? —. ¡Mañana es la salida con el club de pintura!
—
Ah, cierto.
—
Adiós, Bellota. Saluda a Joan
de mi parte; y gracias por el CD, veré si alguna canción "cambia mi perspectiva"
— me dijo Loi y antes de cruzar me empujó suavemente —: Y si ves al chico del
muelle, intenta hablar más con él. Por lo menos averigua su nombre.
—
¡Loi!
Soltó una risita.
—
No sé por qué… — La miré
con el ceño muy fruncido y ella se encogió de hombros—. Realmente no sé por qué
me parece que harían una excelente pareja.
—
¿Verdad que sí? — exclamó
Etel con ilusión.
—
¿No que a ti te gustaba? — repliqué
de mala gana.
—
Pero si es para cedérselo a
una amiga no hay problema. Además, ¡debe tener un par de amigos igual de buenos
y…!
—
Mañana nos vemos — la corté
malhumorada y ambas empezaron a reír cuando me alejé con cara de pocos amigos.
Que pareja ni que nada. Lo único que quiero es practicar con el
violín y pensar qué demonios voy a hacer al terminar el bachillerato.
Como terminé caminando sin rumbo aparente, no me percaté hasta ese
momento de que había llegado a la parte en la que estaban las graderías que
conducían al bosque Izhi. La verdad es que ahora no hay tanto sol como ayer y
está corriendo algo de viento, y se me hacía el clima ideal para ponerme a
practicar con el violín allá abajo, donde el paisaje hermoso de la vez pasada
me iba a acompañar.
A parte, ya no cabía la posibilidad de terminar cayendo por un
precipicio porque ya conocía las señales que Loi y Etel usaban para llegar a la
orilla.
Bajé con cuidado, agarrándome fuertemente de las raíces que
sobresalían de la tierra de los costados y llegué a tierra sana y salva. Me
acomodé la mochila y el estuche del violín en la espalda, y me adentré en el
espeso bosque.
Ayer que vine con las chicas el sol fulguraba tenuemente por los
pequeños espacios que dejaban las ramas de los árboles. Hoy, en cambio, se
siente la humedad con más intensidad y hay una ligera cortina de niebla
alrededor.
Definitivamente el clima en Lirau no hay quien lo entienda.
Mientras avanzaba distinguí un sendero no lo suficientemente
definido pero que a leguas conducía a algún lugar. Me llamó muchísimo la
atención porque estaba repleto de arbustos a los costados, y los árboles del
fondo se veían interminables. Di un paso hacia allá, pero comprobé que la
siguiente señal estaba en un árbol en la dirección opuesta.
Me entró una curiosidad inmensa por saber qué había más allá de
aquel sendero, pero era superada por el terror de pensar que podía terminar
cayendo por algún acantilado. Sería una muerte de lo más dolorosa y no,
gracias: así estoy bien.
Sin embargo cuando giré, dispuesta a seguir el siguiente tajo…
¡NOO!
…escuché un alarido que me dejó helada.
¿Q-qué?
Me quedé inmóvil, con la sangre bombeando con fuerza en mis oídos.
Alguien…
Alguien había lanzado un grito y se había oído muy cerca.
Me quedé en silencio, con únicamente el sonido del mar y el
susurro de las hojas de los árboles de fondo.
Me encogí un poco, para escuchar mejor y entonces…
No…
¿Eh?
¡NO, NO, NO, NO!
¡Dios! ¡Alguien estaba
gritando!
—
¿Hola? ¡Hola! — exclamé
asustada. Era la voz de un hombre… ¡No! ¡Un niño! —. ¡¿Hay alguien allí?!
¡HOLA!
No hubo respuesta, solo silencio…
¿Qué…?
Y después más gritos violentos:
¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡AAHHH!
Los vellos se me erizaron.
¡Quien fuera que sea, lo estaban lastimando! ¡Le estaban haciendo
muchísimo daño!
—
¿Por dónde…? ¡¿Por dónde
estás?! — grité, observando a todos lados. Las ramas de los árboles se elevaban
por sobre mí y por un momento me pareció que las que gritaban eran ellas. Pero
volví a oírlo: una, dos y miles de veces más. Al hombre, niño, gritando, pidiendo que detuvieran el dolor.
¡No! ¡¿Qué le están haciendo?! ¡¡Lo están matando!!
Resucité, resucité,
resucité…
—
¿Dónde…? ¡¿Por dónde
estás?! — exclamé. Murmullos, gritos, ecos. El corazón me latía con fuerza, las
ramas parecían verse inmensas: el dueño de la voz parecía estar a punto de
perecer. ¡No le hagan daño! —. ¡¿Me escuchas?! ¡¿POR DÓNDE ESTÁS?!
AMÉ, AMÉ, SOLO AM…
—
¡¿QUÉ HACES?!
—
¡Ah!
Sentí una sacudida violenta, solo para encontrarme cara a cara con
la chica de cabello corto del club de pintura.
—
¿Qué diablos sucede contigo?
— me increpó. No entendí bien qué sucedía hasta que noté que estaba en medio
del sendero, muy lejos del árbol marcado que Loi y Etel me habían dicho que
siguiera. Ni siquiera me había dado cuenta de que había corrido en la otra
dirección.
Alguien…alguien…
¡Cierto! ¡Alguien gritaba!
—
¡Hay alguien gritando! ¡Aquí,
aquí en Izhi! — le expliqué desesperada —. ¡Parece que le están haciendo
muchísimo daño!
¡Teníamos que ir por él! ¡Ir a ayudarlo!
—
¡Cállate! — me espetó con
brusquedad y me atrapó por la muñeca. En ese lapsus recordé su nombre: Zara,
¡Zara Lagares!
Me quedé expectante, aún temblando, porque los gritos habían
sonado espantosos, llenos de pavor, pero…
—
Nadie grita — sentenció
impávida.
…ya no se oían.
—
¡Es en-en serio! — repliqué
—. ¡Estaban matando a alguien, te lo juro!
—
Nunca has venido sola a
Izhi, ¿verdad? — me preguntó estoicamente. Negué con la cabeza y ella resopló
enfadada—. Pues para tu información, no debes entrar a lugares que no conoces y
menos cuando está tan deshabitado.
Observé a todos lados. Tenía razón: ya nada se oía.
—
Ya…ya he venido antes —
intenté defenderme aún con la piel erizada. Me preguntó si sola, y le dije que
no.
—
¿Sabes que debes seguir los
tajos? — Asentí—. Entonces no vuelvas a intentar irte por otro lado.
—
Yo…yo…
Yo estaba intentando seguir los tajos, pero repentinamente el sendero
se vio muy llamativo. De ahí escuché los gritos, y ya no sé cómo terminé aquí.
»— Lo que sucede es que las
leyendas urbanas dicen que cuando estás por aquí se escucha la voz de alguien
que llora tristemente en medio de la espesa neblina que se forma cuando hace
mucho frío.
Recordé de manera brusca el relato de Etel: hoy…hoy había neblina,
y también escuché claramente los alaridos de dolor.
Yo…yo pude…
Pude haber caído al mar.
— La próxima vuelve acompañada o no
vuelvas — me dijo con seriedad. La miré angustiada cuando se giró para irse por
el camino que llevaba a las graderías, pero me sentía tan débil que ni pude
pedirle que me esperara.
Casi corrí rumbo a los árboles marcados,
esperando llegar pronto a la orilla.
El tenue sol me recibió cuando salí de
Izhi y su brumoso ambiente. Nunca…nunca me había pasado algo similar: estar tan
en contacto con algo que supuestamente no era más que una “leyenda urbana”.
Me senté sobre una roca que sobresalía
de la arena e intenté tranquilizarme. No…no había sido nada. Además, si Loi hubiera
estado aquí ya habría dicho que todo era producto de mi imaginación. Como Etel
me había contado aquella historia probablemente mi mente la había almacenado y ante
tantos estímulos había salido a flote. Sí, sí. Debe ser eso.
Aún sentía un vacío inmenso en el
abdomen y la piel más helada que nunca, por lo que saqué el violín e intenté
calmarme con su compañía. Tomé el arco y comprobé que todo el cuerpo aún me
temblaba porque las notas sonaban inconsistentes.
— ¡Ya pasó! — me reclamé—. Ahora vuelves
por la zona del boulevard y asunto arreglado.
A medida que iba escuchando las notas,
poco a poco pude respirar con más facilidad. Una gran ola impactó contra las
rocas del costado y me salpicó un poco. Detuve la melodía solo para observar
los accidentados acantilados del lado derecho que culminaban en peligrosos
peñascos, algunos grotescamente puntiagudos y otros sin ninguna forma en
particular.
Dios… Pude haber caído por ellos si
Zara no llegaba.
»—
Dicen que si caminas en silencio se pueden oír lamentos; uno se asusta, intenta
escapar y al final termina en el océano.
Aún sentía el cuerpo tembloroso. Y a lo
mejor sonaría raro, pero creo que más que por el extraño suceso de oír gritos
provenientes de la nada, lo que me había abrumado era lo atormentados que
sonaban. Jamás…jamás había oído algo similar: el llanto de un niño mezclado con
el de un hombre; nunca…nunca.
Y había sido tan extraño: “Resucité”, “amé”, “solo am…”
— Ya, basta. ¡Piensa en otra cosa!
Continué tocando en lo que trataba de quitar de mi
mente aquel espantoso sonido. Había sonado como alguien a punto de recibir el
peor de los castigos, y suplicara piedad, porque temía terriblemente
enfrentarse a eso.
Ladeé un poco el violín para tener más
comodidad porque no había sacado el soporte; y cuando volteé la mirada no pude
más que ponerme de pie, completamente horrorizada ante lo que veían mis ojos:
¡No…!
“Algo” iba cayendo por uno de los
acantilados, con muchísima rapidez. No supe lo que fue porque desde donde
estaba solo parecía una difusa mancha rompiendo con el aire y después…
¡BROOM!
…oí un golpe seco y una gran cantidad de agua salió despedida
hacia arriba. Como si lo que vi caer hubiera impactado con
algún peñasco y después caído al agua.
Podría haber sido un ave…pero era demasiado grande para serlo.
No…
¿Qué cosa fue eso? ¿Alguna cosa, algún
animal…?
¿…o
alguna persona?
Sentí un frío atroz; miles de
escalofríos. Ya…ya no sabía si era por miedo o por el viento que empezaba a percibirse
gélido.
Zara…
No…no pudo ser ella, ¿verdad? ¡Yo vi
que se fue por el lado contrario!
Apreté con fuerza el mango del violín.
Nadie…nadie podría haberse lanzado por el precipicio con esa fuerza, ¿verdad?
¿VERDAD?
A
menos que hubiese caíd…
¡No!
La respiración se me disparó de manera
áspera: se transformó en jadeos. No…no sé…no sé lo que he visto. Ni…ni siquiera
sé si fue real o no.
Intenté canalizarme apretando con
fuerza el violín, pero ningún músculo me respondió. Las manos no dejaban de
temblarme, moviéndose casi de manera desesperada: recordé la mancha difusa, la
fuerza con la que impactó. Zara y su recorrido, Zara girándose sin decir adiós.
Zara… ¡Zara!
¡¿Qué
tal si fue Zar…?!
Los arbustos de atrás se movieron.
Giré, espantada…
…y entonces apareció él, nuevamente con su cabello
desordenado y sus ojos claros. Parecía que había venido corriendo a toda prisa
porque estaba sumamente agitado, como si estuviera persiguiendo o buscando a
alguien.
Y lo más extraño: estaba mojado.
Empapado de pies a cabeza, con la
camiseta gris y los pantalones negros chorreando de agua.
Oh,
por Dios…
— Intentaste… — se me escapó al borde del
colapso. Elevó una ceja, desconcertado —: Intentaste suicidarte.
— ¿Qué?
— ¡Acabo de verte! ¡Te lanzaste por ese
precipicio!
La mancha difusa recorriendo el
espacio, ¡impactando contra los peñascos…!
— ¿Disculpa? — me dijo confuso—. ¿De qué
hablas?
— ¡TE VI! ¡TE LANZASTE POR AHÍ! — La ceja
se le arqueó más, cuestionándome —: ¡TE VI! ¡ACABO DE VERTE HACERLO!
— Mira, en primer lugar, hazme un favor y
baja la voz — me ordenó en seco. No pude evitar retroceder cuando lo vi avanzar
hacia mí, completamente intimidante —. No somos tan cercanos, por lo tanto
si hubiera querido suicidarme o dar un paseo por las alturas, no tiene nada que
ver contigo.
Una ola estalló contra una roca y las
gotas de agua impactaron contra mi rostro. Ahí recién reaccioné: me encontraba
frente a un chico del que no sabía absolutamente nada, y que parecía estar tan
o más enfadado que el mismo demonio en persona.
Entonces sentí miedo, sentí tanto miedo
que por un momento pensé en salir corriendo. Vi la ira contenida en los ojos, el
gesto frío, la playa completamente desolada.
Vete…vete…
¡Vete! ¡ES PELIGROSO!
Pero el cuerpo no me respondía.
— Y en segundo lugar, no sé por qué
demonios piensas que he intentado suicidarme. Estaba por el muelle, di un mal
paso y caí al mar. Como es obvio me mojé — me dijo con elegante ironía —. Ya
estaba yéndome a casa; el camino por Izhi es el más rápido para retornar, pero
regresé por ciertos motivos que tampoco tengo por qué explicar.
Lo miré sin saber qué decir. En cierto
modo tenía razón para enfadarse: ¿quién soy yo para increparlo de esa manera si
apenas lo conozco?
Además, ¿cómo iba a sobrevivir si se
hubiera tirado desde esa altura? Y algo más básico, ¿cómo pudo haber salido tan
rápidamente del mar, y aparecer por la parte del bosque cuando la cosa que vi
caer lo hizo por los peñascos del fondo, esos que se veían tan lejanos?
Es verdad, no tendría sentido. No hay
forma lógica que sustente mi reclamo; no hay nada sensato en lo que estaba
pensando.
Soy
una completa idiota.
— Dis…disculpa. Es que…vi…vi a alguien
cayendo y…y entonces…
Todo me había abrumado demasiado. Los
gritos, la figura cayendo… ¡No sé! ¡Se sentía tan extrañamente familiar y no
había modo alguno de que lo fuera! No sabía por qué sentí un terror
inexplicable al comprender que estaba a solas con él, ¡ni por qué me he sentido
tan vulnerable al verlo aparecer completamente empapado de la cabeza a los
pies! ¡Ni por qué me enfadó, en cierto modo, pensar que pudo haber intentado
suicidarse! ¡Ni por qué…!
Ni
por qué…
Ni por qué acabo de tener la sensación
de que lo anterior no ha sido más que una mala jugada de mi cabeza.
¿Eh?
No
pasa nada, Sisa. Te lo has imaginado.
— ¿Alguien cayendo? — oí de pronto.
Asentí fuertemente y señalé hacia los grandes peñascos de allá al fondo. Los
inspeccionó con interés y después volvió a enfocarse en mí.
Me observó largamente: tal vez pensando
que estaba loca…
…y de la nada suspiró:
— Lo lamento, he sonado muy intimidante
en medio de un espacio algo sombrío. Comprendo que te
hayas asustado. — La voz le volvió
a sonar amable de manera inesperada, como ayer que lo vi en el muelle, y la sensación de alerta se esfumó casi por arte de magia—. Ver que alguien cae y después me aparezco yo,
completamente empapado — Soltó una leve risa, pero después me miró con extremo
cuidado—: No, no llores, por favor.
Me sobresalté bruscamente al comprender
de qué hablaba: había empezado a llorar sin siquiera darme cuenta.
Me pasé el dorso de la mano y sequé
torpemente las lágrimas. Me quedé oyendo cómo mi respiración poco a poco volvía
al ritmo normal, y entonces se inclinó hacia mí, con una nota de ingenua
curiosidad. Casi como el matiz que tienen los ojos de un niño.
— Estás temblando, ¿tanto miedo te doy? —
me preguntó divertido. Negué con la cabeza, aún algo
aturdida por el cambio radical —. ¿Mmm? Espera, no te has asustado solo por mí —
indicó pensativamente —. ¿Acaso sucedió algo más aparte de ver a “ese alguien”
cayendo?
— Discúlpame por haberte gritado. Ya…ya
déjame sola — pedí, tratando de no recordar los horribles gritos.
Me miró insistentemente y después
volteó hacia el bosque.
— Mmm, ya veo. Estuviste sola en Izhi,
¿verdad? — Me mordí fuertemente la boca porque nuevamente iba a ponerme a
llorar —. ¿Lo escuchaste? ¿Lamentos? — Asentí brevemente—: Sí, ya había oído
algo parecido. Creo que la gente suele oír llantos o algo por el estilo.
— Creo…creo que en realidad solo lo he
imaginado — respondí, porque por alguna misteriosa razón mi cerebro gritaba que
era así: todo lo había imaginado, no tenía por qué cuestionármelo más—. Lo de
la persona cayendo por el precipicio y eso… — expliqué en voz bajita.
— Sí, es lo más probable — aceptó muy
convencido—. Tal vez escuchar esos gritos que tantas leyendas urbanas repiten
te ha inquietado un poco. A ustedes les asusta con facilidad
pensar que existen seres que no tienen explicación
lógica alguna.
¿“A
ustedes”?
— Quise decir que…a todos nos asusta pensar que hay seres que no podemos ver ni tocar — se apresuró a añadir. A lo mejor el gesto de mi rostro fue muy notorio—. Nos asustan…seres que no vemos; gritos desconsolados, almas en pena. Seres diferentes.
— No…no me ha dado miedo por las almas o
eso. Es solo que…sonaba…
—
¿Sí?
Era cierto, me había dado miedo el
pensar que existían seres que no podíamos ver; que casi muero también porque habría
sido una muerte horrible.
Pero también…
También…
— Te ha entristecido — oí de la nada. Recordé
a la persona que gritaba, y los ojos me ardieron. Me sentía demasiado abrumada:
solo quería irme a casa—. Has pensado
en lo que ha de haber sentido aquel que gritaba, porque te has puesto en el
lugar de ese otro aún sin reconocerlo — Me encogí bruscamente cuando se inclinó
aún más, casi extrañado —: Aún existe — susurró.
— ¿Qué? — le pregunté sin comprender.
— No, nada. — Y se enderezó —. Me
disculpo nuevamente por haber sonado tan rudo.
— No…no te preocupes.
— Claro que me preocupo, porque sigues
asustada — me dijo con amabilidad. Lo miré sin saber qué decir, y entonces puso
una mano sobre mi cabeza.
Me sonrió y extrañamente el vacío que
sentía en el abdomen desapareció.
— ¿Qué…? ¿Qué hiciste? — le pregunté al
notar el brusco cambio emocional.
— Oh, nada del otro mundo. Tengo un amigo
que dice que es posible disipar los pensamientos que le provocan
miedo a otros, si se tiene la seguridad de lograrlo. — Me pareció
la explicación menos creíble en el mundo —. La mente es un ente más poderoso de
lo que crees — me aseguró, pero también sonó a mala excusa.
— Gracias — acepté sin fuerzas para
replicar nada.
— No ha sido nada. Ve a casa con cuidado.
Y me sonrió por última vez, para
alejarse nuevamente por la espesura del bosque.
Como aún no me ubicaba por completo, llamé
a Joan para pedirle que pasara por mí. Para mi buena suerte estaba cerca, con
sus amigos, así que fui a encontrarme con él en una cafetería aledaña y
volvimos a casa juntos. Me preguntó por qué me veía tan decaída y tuve que
mentirle diciendo que había sacado menos nota de lo que esperaba en Química.
— No deberías preocuparte por cosas tan triviales,
Bellota — me dijo, desordenándome el cabello. Entonces ya para llegar a casa oí
un par de rejas abriéndose; giré de reojo de manera inconsciente y nuevamente
lo vi, a aquel chico, despidiéndose
de la pequeña niña que si no me equivoco se llama
Naina. La tomó en brazos, la besó en la cabeza, y después cruzó las rejas, rumbo
a quién sabe dónde.
El corazón me latió algo asustado.
Al terminar la cena, me fui de manera
veloz a mi habitación poniendo de excusa un dolor de cabeza. Me aseé, me puse
la ropa de dormir y me acurruqué en la cama.
Este
chico…
A veces lo veo salir abruptamente de
casa, dando un portazo y dejando a sus padres con un gesto de angustia mientras
lo observan por la ventana. Mi mente vuela, me grita: “chico problema”; pero después
sonríe tiernamente mientras camina de la mano de su pequeña hermanita enfundada
en ese gracioso tutú rosa, y pienso que jamás he visto mayor sinceridad en toda
mi vida.
Este chico es…es…
No sé qué es.
Se ve tan amable y gentil cuando
sonríe, pero hay momentos en los que su mirada se llena de hostilidad, de rencor…y
eso… Eso me asusta.
No sé si sea algún problema de
bipolaridad o adicción a algún tipo de droga, pero no parecía un chico común y
corriente. A veces risueño, otras malgeniado: como si fuera dos personas diferentes
en una.
»— No somos tan
cercanos, por lo tanto, si hubiera querido suicidarme o dar un
paseo por las alturas, no tiene nada que ver contigo.
»— Lo lamento, he
sonado muy intimidante en medio de un espacio algo sombrío; comprendo que te hayas
asustado.
Recuerdo que el año pasado nos sentamos
a ver una película que Corín quería ver y de la que todos hablaban. En ella la protagonista se sentía
atraída por el chico interesante de la clase, pero con una misteriosa
naturaleza que al final se explicaba como vampírica.
»— Esta no es más
que una metáfora de la realidad. Lo mismo de siempre pero adornado— comentó el abuelo mientras reía entre
dientes. La chica de la película se acercó al famoso bebedor de sangre y le
dijo que no le importaba lo que era —. Sonrisa de ángel, naturaleza demoníaca. Aléjate de ese tipo de
chicos, Cachorra, no traerán nada bueno.
Empecé a reír diciéndole que jamás me encontraría a un vampiro así
que no había problema.
»— Tal vez no existan los vampiros, Cachorra. Pero existen seres humanos
que son mucho peores que cualquier bestia sobrenatural.
Me daba algo de miedo pasármela
teniendo pesadillas; pero de ahí recordé que yo no podía soñar, así sean cosas
lindas o feas, así que mi noche pasó de manera tranquila.
Excepto por que,
a las tres de la mañana, otra vez, los ojos se me abrieron sin planearlo.
Apreté los labios, confundida, y cuando descorrí las cortinas y abrí la ventana
con suavidad, ahí estaba él.
Nuevamente caminando por la acera, en
medio del silencio sepulcral de la noche. Me quedé observándolo pasar de largo,
de vuelta a casa, y entonces sucedió algo que nunca me había sucedido hasta
ahora.
Detuvo su caminar, giró y elevó la
mirada.
No me escondí como solía hacer siempre.
Esta vez me quedé ahí, observándolo, reteniendo mis cortinas con una mano.
¿A dónde vas siempre,
chico extraño?
Entonces me sonrió.
Se inclinó levemente, a modo de
reverencia, y un brusco soplido cruzó y me obligó a cerrar los ojos. Para cuando
los tuve abiertos de nuevo, él ya estaba a metros lejos, con su caminar parsimonioso,
las manos en los bolsillos y el pelo bailándole con el viento. Sin sentir frío
alguno.
Algo se desató con violencia:
«Aún no sé su nombre».
Es verdad...
«
Y realmente quisiera saberlo».
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