NOCHE IX - Noches de insomnio
NOCHE IX
Dejé el techo de mi habitación para enfocarme en los papeles que
tenía sobre el escritorio; después volví al techo, de nuevo al escritorio, y
estuve así algo de diez minutos al extremo de lastimarme el cuello.
A ver, seamos puntuales: la pregunta
que me está rondando la mente sin tregua alguna es la misma que le solté a
Petardo el lunes cuando llegué de la escuela, y que yo misma aún no podía
resolver: ¿Qué hago?
Obviamente no me respondió. Que hubiera
sacado la lengua y torcido levemente la cabeza como diciéndome “¿paseo?” no
contaba como una gran respuesta.
»— ¡¿Cómo que qué?! ¡Esa pregunta se
responde sola, Sisa! ¡Hazlo! — había exclamado Tomas cuando me preguntó por el
motivo de mi taciturnidad hoy por la mañana—. Siempre he pensado que a Loi y a
Etel les faltan un par de tornillos, ¡pero créeme cuando te digo que esta ha
sido una de las mejores ideas que se les ha ocurrido jamás!
El estuche del violín parecía
devolverme la mirada.
»— ¡¿Qué?! — recuerdo que exclamé
después de oír a Loi el lunes por la mañana. La mayoría de mis compañeros de
aula voltearon a verme, algo asustados por el grito y no tuve más remedio que
sentarme para poner en claro el asunto —. ¡¿De qué estás hablando, Loi?!
»— ¿Cómo que de qué? — exclamó Etel—.
De la prueba a Gaib Art, Bellota.
Volteé a verla como diciéndole: ¡Ya sé
eso! ¡¿La pregunta es por qué?!
»— Sisa, lo tuyo no es algo que
sencillamente se explique como “Ah, me gusta tocar el violín, sí” — dijo Loi en
un tono risueñamente tonto. Me miró con seriedad y después sonrió—: El tipo de
talento que tienes es de los que realmente merecen ser pulidos en una escuela
como esa. ¡Alguien tenía que decírtelo porque parece que tú no te das cuenta!
“Oh, sí, Loi, gracias. No sabes cuánto
me halaga todo esto”, quise decirle, y después obviamente añadiría la parte de:
“¡La colegiatura es una fortuna! ¡Ni vendiendo todos mis
órganos podría pagarla!”.
Pero no tuve que hacerlo porque Etel se
apresuró a
descifrar el gesto de mi rostro:
»— Yo sé lo que está pasando por esa
cabeza de bellota — me dijo en tonito superior—: La mensualidad cuesta un ojo
de la cara; aunque en realidad la frase está mal empleada porque ni
vendiendo los dos uno se podría costear los cinco años de estudio en Gaib
Art. — Asentí, totalmente de acuerdo —. El dinero es
un tema importante, no te vamos a decir que no, Sisa.
»— Ah, mira, qué bueno.
»—Y como es el principal tema para
cualquier postulante, yo ya me encargué de averiguar lo necesario para que todo
resulte más sencillo — puntualizó Loi.
Iba a darme de cabezazos contra la
carpeta porque era obvio que aún no entendían el punto; pero la profesora de
Trigonometría apareció y tuvimos que posponer la charla para la salida.
»— Tenemos hasta la primera semana de
mayo para enviar el audio, Bellota. Sé que es poco tiempo pero si tomamos en
cuenta tu manera de tocar pues será que pan comido. Tienes entre cinco pistas
para escoger la que enviarás; estoy segura que de todas por lo menos debes
saber una.
»— Etel, Loi, realmente aprecio
muchísimo que crean que puede irme bien en el examen de acceso a Gaib Art —
inicié. Ambas me miraron con ilusión y no me quedó más remedio que pincharles
el globo —; pero el asunto es que ni siquiera creo poder costearme el
examen así que la mensualidad, en caso de que, bueno…ingrese, de por sí ya es
algo inimaginable.
»— El dinero no debería ser problema,
Sisa — no, ya sé lo que va a decirme—, mi papá podría…
»— Olvídalo— sentencié de manera
rotunda.
»— Ok, ya sabía que me dirías eso, así que
tengo otra carta para jugar. — Puse los ojos en blanco: no sé por qué seguimos teniendo esta conversación—. Puedes presentarte
para el concurso de becas. Así solo invertirías algo de dinero en el derecho de
admisión para presentarte al examen.
¿Ah?
»— ¿Qué?
Nunca había escuchado sobre es…
¡No! ¡No te ilusiones, caramba!
»— Sí, escucha, Bellota: como ya sabes,
el examen para el ingreso a Gaib Art se da en Enero para todas las facultades —
me dijo Etel entusiasmada—. ¡Todos los postulantes que pasan la etapa de
pre-selección tienen la opción de participar en el concurso!
»— En total son dos becas por facultad:
una integral, es decir, incluye la mensualidad completa de los cinco años de
instrucción en el conservatorio y los gastos de alojamiento. Ya sabes, hay una
residencia para los estudiantes que no cuentan con domicilio propio en Libiak —
insistía Loi mientras iba leyendo las hojas que tenía en el folder manila—. Y
la otra solo se ocupa de los gastos de la colegiatura; el alojamiento corre por
tu cuenta. Pero eso no importa mucho, ¡ambas son igual de buenas!
Por un momento la idea de Loi no sonó
tan descabellada: una beca…
¿Gaib Art? ¿Intentarlo en Gaib Art?
¡¿Yo?!
»— El monto que pagas para la prueba de
pre-selección es mínimo, Sisa. — Me pasó un par de hojas en los que se
explicaba todo el proceso de inscripción —. Si pasas, la audición final sí es
algo costosa…
»— Más costosa que cualquier examen de
acceso a la universidad, sí — confirmó Etel.
»— ¡Pero de obtener alguna de las becas
habría sido una buena inversión!
»— Ay, Loi, no…no sé — señalé algo
indecisa.
»— Sisa, escúchame: inténtalo. ¡No
pierdes nada! Ya te dije, ahora apenas va a concluir la etapa de preselección y
esa no cuesta mucho. Hay chicos que para ahora ya deben haber enviado sus
grabaciones ni bien la fecha salió en la página web, pero aún tienes hasta
inicios
de mayo. Si pasas, bueno, ¡hasta podríamos hacer actividades para
juntar el dinero!
Etel sugirió hacer fiestas pro fondos, ya sabes: por Halloween, por El día del
amigo, ¡por El día de la marmota!
»— ¿Hay un día de la marmota? —
preguntó Tomas confundido.
»— ¡Siempre hay motivos para hacer una
fiesta!— exclamó Etel con convicción.
»— Y si no, papá puede hacerte el
préstamo, y… ¡Espera, no me mires así! Como te digo, de ahí ya vemos como lo
juntamos. Lo principal sería que ensayaras como posesa porque tú misma sabes
que es una prueba difícil.
La miré, aún algo dubitativa:
»— Yo…
»— Mira, Sisa, si no pasas la audición
final ¡por lo menos que quede como un bonito recuerdo de que luchaste por hacer
algo que realmente te gustaría hacer!
»— ¡Sí, Bellota! ¡Hazlo! — me animó
Etel.
Los ojos oscuros de Loi se enfocaron
fijamente en los míos:
»— Porque no tengo que preguntar si te
gustaría hacer de tu hobby algo más profesional.
Tragué despacio ante lo razonable y
certero de la premisa. No sabía qué hacer con mi vida después del bachillerato,
pero…
Pero si pudiera tocar el violín toda mi
vida, creo que solo con eso ya sería feliz.
»— ¡Ándale, Sisa! ¡Inténtalo! — exclamó
Etel emocionada.
Tomas, que había estado la mayor parte
del tiempo en silencio, puso una mano sobre mi hombro:
»— Dicen que es mejor intentarlo y
perder…a no haberlo intentado jamás.
— ¡Ayyyy! — Me despeiné el cabello,
ofuscada, y me dejé caer sobre la cama, aún más confundida.
La etapa de preselección se cierra la
primera semana de mayo. Me quedarían aproximadamente dos
semanas y media para subir la grabación al portal
oficial de Gaib Art y enviar por e-mail el ensayo de cinco páginas mínimo, diez
máximo, sobre el porqué me gusta tocar el violín. Después, a finales de mayo,
saldrían los resultados en la página web y de los miles de audios enviados solo
ciento veinte serán seleccionados. Estos ciento veinte serán considerados como
postulantes oficiales para la audición presencial en enero, en la que se
evaluará una pista de estilo libre que cada uno escoge, y un tema fijo para
todos.
De esos ciento veinte, solo el diez por
ciento ingresa, ¿es decir?: solo doce personas.
Y de esas doce, solo dos obtienen las
becas: una beca integral y una académica para cada facultad.
Sí, lo acepto. Ya me había leído todas
las hojas que Loi, muy amablemente, imprimió para mí.
» Trázate un sueño,
Bellota. Aférrate a él, y lucha por hacerlo realidad.
Joan ya me había dicho algo al respecto…
Me reincorporé de un tiro. Encendí la
laptop y me quedé observando la página web de Gaib Art:
ETAPA DE PRE-SELECCIÓN
PARA
AUDICIONES DE INGRESO A GAIB ART
·
Facultad de música
·
Instrumentos de cuerda
·
Violín
Todos los aspirantes (con la excepción
de los actuales estudiantes pre postulantes Gaib Art, inscritos en la academia
oficial) deben presentar las grabaciones de sus audios a través de nuestro
portal en línea desde el 27 de febrero del presente año con el propósito de ser
considerados para la invitación a una audición presencial. El portal se cerrará a las 23:59 horas del 07 de mayo; los
materiales enviados después de esta fecha no serán
tomados en cuenta.
El único pago a realizar es el de los
costos del servicio por subir los archivos en formato mp3. Dichas sumas deberán
ser abonadas mediante el sistema de tarjeta de crédito o débito.
Repertorio de Preselección
El material de grabación deberá ser escogido de entre las cinco opciones del siguiente
repertorio, y contar con un máximo de
tres minutos de duración:
o La Chacona de la Partita N º 2 en re
menor de J. Bach
o Sinfonía Nº 5 de A. Dvorak: cuarto
movimiento hasta número "5".
o Un movimiento de una sonata de Bach
acompañado o partita.
o Sinfonía Nº 4 de L.V. Beethoven: cuarto
movimiento hasta compás “120”.
o Sinfonía no. 4 Trágica de Schubert en Do menor.
Los resultados de la pre-selección
serán colgados en la página web el 28 de mayo a las 18:00 horas.
OFAESGA
Oficina Central de Admisión
Escuela
Superior Gaib Art
Mmm, pros y contras: analicemos pros y
contras.
Loi tiene razón: la preselección no
cuesta mucho. Es más, podría pagarla mañana mismo para tener acceso al portal
oficial del examen de ingreso y subir mi pista. Y de las cinco opciones, pues
creo que podría escoger la de La chacona de la partita. El abuelo me enseñó a
tocarla hace mucho. Sería cuestión de practicarla cuanto antes y grabarla.
Ahora, si paso a la etapa de
audiciones…
«
¡Sería demasiado genial, ¿verdad?!»
No, cálmate, vamos a pensar de manera
seria.
«
¡Gaib Art! ¡Música, música y más música!»
¡Maldita sea! ¡Concéntrate!
Ya, a ver: si paso la etapa de
audiciones, el asunto sería ensayar como una desquiciada para obtener alguna de
las becas. Pero también implica el pago del examen y ese sí que es costoso…
Si rompo el chanchito ahorrador y saco
algo del dinero de la tarjeta del seguro de mamá puedo costearlo sin mucho
problema. Tendría que hablar con Gisell porque soy menor de edad y ella se
encarga de todos esos trámites, pero no creo que haya lío de por medio; a fin
de cuentas, ese dinero estaba destinado a mi educación universitaria.
Mmm…pero si al final no lo paso, sería
dinero usado en vano.
— ¡LA CENA ESTÁ LISTA! — gritaron desde
el primer piso.
Ok, tal vez deba dejar el asunto para
más tarde.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
— ¡BELLOTA!
— ¡AHHH!
Giré completamente aterrada: me
encontré a Etel y a Loi mirándome divertidas.
Esto de llamarme de manera sorpresiva
está empezando a exasperarme.
— ¿Qué tal? ¿Ya lo pensaste? — me
preguntó Etel con ilusión.
— Aún estoy en eso — respondí de mala
gana.
— No, yo creo que ya estás tomándotelo
más en serio: Bach — me dijo Loi, que había sacado el celular de mi bolsillo y
lo observaba victoriosa—; si no me equivoco es uno de los de la
lista de selección para los audios.
Bueno, sí, la estaba escuchando por si
acaso.
— Vas a postular, lo sé — me aseguró con
una enorme sonrisa mientras se alejaba rumbo a nuestro salón.
— Señorita Daquel, si no tiene ganas de
escuchar la clase, puede hacerme el favor de esperar afuera a que acabe — me
dijo el profesor de Física, a la quinta hora, después de que me preguntara algo sobre el M.C.U.V
y evidentemente no pudiera responderle porque andaba dándole vueltas a lo de la
beca.
¿Qué rayos es el M.C. no sé qué más?
— Es el nombre corto del Movimiento Circular Uniformemente Variado, Sisa — tuvo la amabilidad de
explicarme Tomas a la hora del receso, cuando él y las chicas me dieron el
encuentro en el pasillo.
El profesor Nelson pasó y me pidió que
para mañana prestara más atención a la clase.
— ¿Qué dijiste, Tomas?
—
Es como el movimiento
rectilíneo uniformemente variado, pero describiendo una circunferencia — añadió Loi.
La miré, horrorizada, mientras revisaba los apuntes de su cuaderno y me
preguntaba cómo demonios haría la tarea para mañana—. Eres muy buena en
números, Bellota, no entiendo por qué la Física te
cuesta tanto.
— ¿Por qué? ¡Pues porque evidentemente es de otro planeta!
— Chócala, Bellota.
Que eso de la aceleración centrípeta ya me está dando dolores de cabeza — me
dijo Etel aturdida—. Tal vez deberíamos quedar para
repasar juntos con Loi y Tomas que sí le han agarrado el truco. O buscar a
un tutor para los exámenes bimestrales.
Bueno, la verdad es que sí. Vea por
donde la vea la Física no me entra ni a balazos.
— ¡No olvides ensayar lo de Bach! — me gritaron Loi y Etel a la hora de salida, riendo muy animadas. Rodé los ojos y me perdí rumbo al parque cerca al malecón en el que solía practicar. Aún tengo que pensar bien qué es lo que voy a hacer.
Sin embargo, antes de que volteara por una de
las esquinas me encontré a un pequeño niño hojeando un fólder, sentado en una
larga banqueta en las afueras de lo que parecía ser una escuela primaria.
Una fuerte ráfaga de viento cruzó y provocó que
algunas de sus hojas volaran intempestivamente.
Me acerqué con rapidez para capturar
algunas que estaban por volar a la pista.
— Ay, qué mal día — protestó cuando me incliné
a ayudarlo—. Muchísimas gracias.
— De nada. Y hablando de malos días, mmm,
dímelo a mí…
Le tendí las hojas que había capturado
ya para irme, pero distinguí algo peculiar en la de encima: era un dibujo…
Un dibujo que tenía a dos personas, ambos
idénticos, y sí…ambos con rostro.
— Ehh, disculpa, ¿crees…que pueda hacerte
una pregunta? — tanteé educadamente.
Me gané una mirada repleta de desconfianza:
— Si vas a decirme que te acompañe a
algún lugar ya te voy diciendo que no — respondió receloso—. Mi mamá no tarda
en llegar.
— No, no, nada de
eso — repliqué divertida—. ¿Este dibujo es tuyo?
— ¿Eh? Sí, de la clase de Arte — me
respondió y se sentó nuevamente sobre la banqueta —. ¿Por qué? — Iba a contarle
sobre los míos pero me miró enfurruñado—: Ya, sí, también te parece raro,
¿verdad?
— ¿También?
— La profesora Ana me ha hecho muchísimas
preguntas sobre él. Tal vez no debí hacerlo. — Se encogió de hombros, fastidiado—:
Tenían razón, los adultos los olvidan y no entienden nada
de nada.
¿Los adultos los olvidan?
— ¿Mmm? ¿Quiénes? — pregunté confundida.
— Nada. — Se arrimó un tanto lejos de mí
y abrazó su fólder con recelo.
— Bueno, no es para que te pongas así. Te
estaba preguntando por tu dibujo porque tengo varios similares — expliqué y los
ojos se le abrieron de par en par:
— ¿Eh? ¡¿Tú también los ves?! — Me
sobresalté ante el chillido enérgico—. ¿Pero cómo es posible? Se supone que
solo podemos verlos hasta los doce años, y tú estás muy vieja como para verte de doce.
Ah, qué lindo: un niñato acaba de
decirme vieja con apenas diecisiete años.
— La verdad me encantaría seguirte, pero
no sé de qué estás hablando — le respondí algo disgustada. Como me miró ceñudo,
tal vez pensando que me burlaba de él, opté por relajarme y contarle de manera
rápida lo de mi colección de dibujos inexplicables.
— Ya lo sabía. Eres demasiado vieja para
seguir viéndolos— me dijo cuando terminé mi narración y asintió para sí mismo.
— Si dejaras de decirme
“vieja” te lo agradecería infinitamente.
— Bueno, el punto es que eres algo mayor
para seguir viéndolos.
Cabeceé de lado, hecha un lío:
— ¿Me estás hablando de seres que son
como Los padrinos mágicos o algo por el estilo?
— Después dicen que los que decimos puras
tonterías somos nosotros los niños — resopló sin
creerlo.
— Óyeme, hay algo llamado “respeto a los
mayores” — puntualicé con mala cara.
¡¿Qué pasaba con los niños de ahora?!
— Sí, lo siento. En fin, ¿cómo me dijiste
que te llamas? ¿Sisa? — Asentí después de las risitas que se le escaparon—.
Bueno, Sisa, yo soy Daniel, y lo que trataba de decirte es que todas las
personas tenemos “dos”, pero solo podemos verlos hasta los doce años. Yo dejaré
de verlos el próximo año — comentó algo entristecido—. Aunque la verdad es que
no todos los niños los ven completamente. No sé, es extraño. Por lo que ellos me dijeron son casos muy especiales. Por ejemplo,
yo sí puedo verlos, y
a veces hasta charlamos, pero mi hermanita menor no. Quién sabe por qué.
¿Ah?
— No me tomes a mal pero… acabo de
perderme.
— ¡Todos los seres humanos tienen dos! — profirió
con voz cansina, como si lo que me decía fuese lo más obvio y yo no lo
comprendiera—. Están ahí, siempre tejiendo
tus acciones. Hay uno que ve las buenas y otro que ve las malas, y…
— ¡Espera, espera! — pedí procesando las
palabras—. Me estás diciendo que este dibujo simboliza a esos…esos… Bueno, a esos
“dos” que cada humano tiene. —Asintió con fuerza —. Ya, y que cada uno se
encarga de las acciones buenas y las malas por su lado. — Volvió a asentir,
animado—. Entonces… ¿es algo así como el ángel y el demonio que tienen los
dibujos animados y que les dicen qué hacer?
Recordé a esos personajes en miniatura,
posados sobre cada hombro de alguien en particular, susurrándole si debían o no
hacer ciertas cosas.
Pero suspiró y negó con la cabeza:
— No lo has comprendido.
Me encogí, derrotada:
— Lo siento mucho, tal vez sea la edad
como tú dices — agregué resignada.
— Los ves aquí, ¿cierto? — Me señaló el
dibujo de los dos sujetos. Asentí —. Bien, ellos aparecen siempre que un niño
nace en el mundo.
De acuerdo, hasta ahí entendía el
asunto: era algo así como un Cosmo, Wanda y su pequeño Timmy Turner.
— Pero eso del ángel y el demonio que mencionas
está completamente mal.
— ¿Por qué? — repliqué.
— ¡Porque no puedes llamar demonio a un
ángel! — me respondió, perdiendo la paciencia.
¿Ah?
¿Entonces…?
— ¿Me estás diciendo que todos los
humanos nacemos con dos ángeles?
— ¡Por fin!
— ¿Pero eso es posible? — insistí, aún
más confundida.
— ¡Por supuesto! — exclamó segurísimo—. ¡Ellos me lo dijeron!
¡No miento!
Ok, creo que Daniel sí tiene que visitar al psicólogo tal y como me lo contó: la profesora Ana (su tutora) se lo había
sugerido a sus padres mediante el comunicado que había
redactado y firmado en
su cuaderno de amonestaciones.
— Daniel, ¿no será que estás
confundiéndote con eso de los ángeles guardianes?
Negó con la cabeza, tercamente:
— Que no. ¿Es que acaso no me has
escuchado? Ellos NO nos cuidan. De ser así ninguna persona tendría accidentes. —
Ah, no había pensado en eso —. Ellos solo están ahí para contar nuestras
acciones malas y buenas y tejer sus hilos de acuerdo al conteo.
—
Tejer
hilos — repetí—. ¿Y por qué tienen esa naturaleza textil? —
pregunté divertida.
—
¿Naturaleza qué?
—
Que por qué tejen esos
hilos.
—
Ah, eso. Bueno, por lo que
sé es para llevar un conteo de nuestras acciones. Cada uno de nosotros viene al
mundo con un hilo base en cada pierna, y alrededor de esa cuerda base empiezan
el tejido. — Sacó un lápiz, un pequeño cuaderno de su mochila y dibujó con
torpeza una silueta; después trazó dos líneas irregulares que salían de cada
tobillo—. Mira, si hemos sido buenos chicos la trenza tejida del lado izquierdo
será hermosa y muy elaborada. Para recordarle que hemos llevado una buena vida
así que debe ser amable cuando nos recoja.
—
¿Recordarle? ¿Recordarle a
quién?
—
Pues al que viene a recoger
a todo humano cuando muere.
La charla empezaba a resultar sumamente extraña tratándose de un
niño pequeño.
—
¿Y la otra cuerda? —
pregunté desconcertada.
—
Oh, la trenza de las
acciones malas está en nuestra pierna derecha. Por lo que me contaron, es
tejida con hilos especiales que contienen desde rocas hasta metales de acuerdo
al tamaño de la acción: materiales duros. Por eso siempre me repiten que las
acciones malas pesan más que las buenas.
—
¿Y aquel que viene a
llevarse a los humanos cuando mueren...? — lancé al aire.
—
Pues ya no es tan amable al
momento de recogernos si esta es más gruesa y larga.
—
O sea... ¿esos dos ángeles
"contabilizan" nuestras acciones y las tejen en base a las cuerdas
que tenemos?
— Sí. Por ejemplo, la izquierda le
corresponde a… —Frunció los labios y después negó con la cabeza—. Bueno, en cada pierna tenemos
la cuerda base sobre la que ellos tejen a medida que pasan los años.
— ¿Por qué te detuviste? ¿La izquierda le
corresponde a…?
— No puedo decirte sus nombres —me
explicó. Elevé una ceja—. Solo los sé yo porque son mis custodios.
— De ¿acuer…do? — sentencié algo
dubitativa—. ¿Y por qué crees que yo solo le dibujo el rostro a uno?— aproveché
para preguntarle.
Total, la charla ya de por sí sonaba
absurda.
—
Mmm,
no lo sé. Probablemente solo recuerdas a uno.
— Es que no recuerdo a ninguno.
— Sí, pero por tus dibujos parece que sí
recuerdas a uno por lo menos. — Ah...
Una mujer estaba por cruzar la pista;
cuando lo oí gritar “mamá” supe que ya era momento de irme.
— Sisa, ¡Sisa! — me gritó cuando ya
estaba alejándome —. ¡Tengo otra respuesta!
— ¿Sí?
— Tal vez solo eres especial.
—
¿Ah?
— ¡Especial!
Asentí sin verdadera convicción y me
despedí nuevamente.
Daniel me había parecido un niño de lo
más curioso, pero aun así todo lo que su mente había creado en torno a “sus
custodios” era un tanto abrumador. La imaginación, si no se controla, a veces
es la puerta a un mundo completamente nuevo.
No obstante, mientras caminaba rumbo al parque, no pude evitar
mirar mis talones solo por si acaso. Observé de reojo, como para comprobar si
no arrastraba nada, y después negué con la cabeza, sin creer que pudiese
haberme tomado un poquito en serio aquella narración sobre los dos custodios y
sus hilos tejidos.
Estaba por llegar al paradero del autobús cuando el tintineo de
unas campanillas llamó mi atención. Desvié la mirada para encontrarme con una
confitería a un par de pasos de donde estaba. Me acerqué y por la vitrina
principal pude apreciar un mostrador repleto de cajas de bombones de chocolates
adornados de manera esplendorosa.
Era la primera vez que el chocolate me parecía no solo delicioso,
sino también hermoso en una dimensión estética.
»—
Los chocolates son deliciosos así que me parecen un pago justo.
Le gustan los chocolates.
Me acerqué más al cristal mostrador y…
—
¿Chocolates?
—
¡Ay!
Giré y me eché hacia atrás todo lo que pude cuando el rostro de un
joven apareció muy cerca de mi mejilla derecha. Se había inclinado lo
suficiente como para observar el cristal junto a mí y sonreírme misteriosamente.
Era un tipo alto, de porte elegante y cabello negro muy bien
peinado. Por su apariencia no parecía tener más de veintitantos años y
resultaba algo intimidante.
—
Lo siento, no quería
asustarte.
—
Eh, no…no te preocupes — le
respondí, pero el cuerpo se me puso rígido de la nada.
Qué extraño: era casi la misma sensación que me provocaba Alen cuando
se acercaba; claro, antes de conocerlo mejor. Como si algo en él…me asustara.
—
¿Te gustan los chocolates?
Quise responderle pero noté que las palmas de las manos se me
habían puesto frías de golpe; casi hasta podía jurar que traía los vellos de
punta. No lo comprendí: ni siquiera corría viento. Hoy solo había un intenso
sol que me había mantenido muy cálida hasta ahora.
—
¿Estás bien?
—
S-sí…yo…ya…ya me iba —
respondí de manera atolondrada.
El desconocido elevó las cejas y después volvió a sonreír:
—
Es increíble lo mucho que
has cambiado.
¿Cómo?
Lo miré con desconfianza y automáticamente me aferré a la tira del
estuche del violín:
—
Disculpa, creo que te estás
confundiendo. No te conozco.
—
Está diciéndomelo a mí — oí
por detrás.
Giré y mi cuerpo impactó accidentalmente con otro. Creí que había
sido con alguna pared o algo muy duro porque me tambaleé ante el golpe, pero
cuando puse más atención comprobé que se trataba de una persona que ya conocía.
La tal Auriel me miraba divertida. Esta vez su cabello rubio
estaba completamente liso y hasta algo más claro, casi plateado. Buena parte de
las puntas traían un rosa encendido coloreándolas.
—
¡Sisa! Es un placer
encontrarme otra vez contigo. — Me quedé en blanco: ¿de dónde salió ella? ¿Cómo apareció aquí de la nada? —.
¿Chocolates?
El otro soltó una suave carcajada:
—
Alen, ¿verdad? — se
cercioró y ella asintió. No entendí el motivo, pero me puse mucho más nerviosa.
Era como sentir que sería atacada en cualquier momento—. Así que ha empezado a
hacer amigos… — Se rascó la barbilla con elegancia y después se enfocó en mí—.
¿Y son cercanos…? ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¿Sisa? — preguntó sin dirigirse
por completo a mí.
—
Sí, Sisa. Sisa Daquel,
¿verdad? — me dijo ella.
—
Así es, Auriel — le
respondí con toda la firmeza que pude emplear. Tal vez tratándola con más
seguridad ambos se darían cuenta de que no era fácil de intimidar.
Aunque en este caso fuera lo contrario, claro.
—
¿Auriel? — exclamó el otro
sujeto con humor—. ¿Le dijiste que te llamas Auriel?
—
Ya sabes cómo me gusta todo
el asunto ese de los nombres — respondió relajadamente—. Pero hoy no me apetece
llamarme Auriel; digamos que hoy tengo muchas opciones en mente… Mmm, no sé: me
gusta tanto como suena Evolet, o Etel, o Loi — ¿Qué? —. Tal vez Corín, Gisell, incluso Sisa…
¿Eh…?
¿Por qué…? ¡¿Por qué sabe el nombre de toda la gente que conozco?!
Su sonrisa se acentuó:
—
O a lo mejor el que me
gusta más es Albania.
¿Qué?
Apreté con fuerza el tirante del estuche. No, ¿qué…? ¿Qué ha dicho?
¿Qué está sucediendo? Esto, esto no es normal y… ¡Y…!
—
No, ¿saben qué? La verdad
es que hoy me inclino por Gabriel.
—
¿Gabriel? Pero qué
insolente, mi estimada… — Ella le lanzó una mirada de advertencia que él
correspondió con un ataque de carcajadas que me puso la piel de gallina —. De
acuerdo, princesa, por hoy serás “Gabriel”… ¿Eh? ¿Pero qué ha pasado? Tu
repentina selección de nombres ha dejado anonadada a nuestra acompañante.
—
¿De dónde…? — empecé.
Sentí un miedo tremendo alrededor; como si mi cuerpo me gritara
que NO preguntara nada y simplemente me despidiera de una vez.
Pero necesitaba confirmar por qué ella parecía saber tanto
de mí.
—
¿Sí?
—
¿De dónde sacaste esos
nombres? — indagué seriamente.
Ella elevó una ceja, incrédula.
—
No sé, simplemente se me
ocurrieron.
No, claro que no: era demasiada coincidencia.
—
¿De dónde los sacaste? —
repetí y el gesto de inocencia que me lanzó me alteró más—. Hablo en serio.
—
No sé por qué te pones así…
—
¡Porque todos esos nombres
son de personas que conozco!— exclamé perdiendo la paciencia.
Los ojos celestes me miraron, estupefactos:
—
¡¿Es en serio?! — La
sorpresa fingida me irritó—. Vaya, pues ha sido una casualidad muy particular.
Los acabo de sacar de Internet, aquí tengo la hoja impresa. Inclusive marqué
los que te dije porque me gustaron.
Me tendió una hoja doblada, la desplegué y...efectivamente: cada
uno de los nombres que me había dicho estaban impresos y tachados. E incluso
había un par más.
—
Claro, "Sisa" no
está porque ese lo agregué ahora que me encontré contigo— me dijo con
tranquilidad.
Pero…
Cielos, ¿estoy poniéndome paranoica? ¿Es eso?
—
Tal vez está algo nerviosa
porque yo no me he presentado. — El sujeto me tomó por la mano y casi por
instinto quise apartarme—. Es un placer conocerte, Sisa. Mi nombre es Durand, a
tus servicios.
No quería verme descortés, pero deseaba con todas mis fuerzas que
me soltara la mano. Y cuando sus labios se posaron sobre mi dorso los sentí gélidos,
tiesos...
No…
—
Ya suéltala, ¿no ves que la
estás asustando? — oí al lado.
Sentí que me jalaron hacia atrás por el estuche y extrañamente
todo el ambiente se tornó cálido.
Elevé la mirada solo para encontrarme con Alen y su sonrisa juguetona.
—
Hola —me saludó animado.
—
Ho-hola.
—
Vaya, hace tiempo que no
nos vemos, Forgeso — dijo el tal Durand.
—
Sí, por algo será — indicó él
escuetamente —. ¿Quieres acompañarme, Bellota? Iré por un libro para Naina. — Asentí
fuertemente porque lo único que quería era alejarme cuanto antes de esos dos—.
Bueno, hasta luego.
—
Espera, ya que he tenido la
oportunidad de encontrarme contigo, quiero aprovechar la ocasión para decirte
que no olvides que mi propuesta sigue en pie.
—
Y recuerda tú que mi respuesta
sigue siendo la misma — le respondió sin inmutarse y me quitó la mochila con
delicadeza para llevarla sobre su hombro.
La chica, Auriel, Gabriel, como fuera, sonrió con más ganas:
—
En un momento vas a
aburrirte, Forgeso. Será insoportable, y vendrás a buscarlo. ¿Qué dices? ¿Apostamos?
—
No te recomiendo apuestas con
rumbo a pérdida — satirizó.
—
Sin pecar de indiscreto,
dime, Forgeso, ¿ya le has contado a...tu encantadora amiga…? — La piel se me
erizó otra vez cuando me sonrió— ¿…sobre tu “falta de recuerdos"? Digo,
tal vez podría ser de ayuda. ¿Y qué tal acerca del extraño comportamiento que
tienes con tus padres adoptivos?
El gesto tranquilo del rostro de Alen se borró bruscamente:
—
No sé de qué hablas — le
respondió muy tenso.
—
¿Y cómo era lo otro? ¿Sabiduría,
Gratitud y Verdad? — Me perdí por
completo ante lo último —. Tal vez a Sisa le resultaría fascinante saber más
cosas acerca de ti, ¿no crees? Después de todo, parece que se están haciendo “amigos”.
Durand se enfocó en mí, con la sonrisa ensanchándosele:
—
¿No te da ni un poco de
curiosidad lo que acabo de mencionar, mi estimada Sisa?
Sinceramente, sí me encantaría comprender por qué Alen parecía ser
tan misterioso. Por qué solía decir cosas de las que después no quería hablar
y, sobre todo, por qué parecía tener una relación tan complicada con sus padres
cuando él los consideraba tan buenas personas.
Pero me lo encontré observando el suelo, tenso y extremadamente incómodo.
Y claro que sé qué significa eso, nadie lo puede comprender mejor que yo. Lo he
sentido miles de veces: ¿quiénes son tus
padres? ¿Por qué no vives con ellos? ¿Qué sucedió?
De pequeña a veces hubiera querido que entendieran que simplemente
no quería hablar de eso.
—
En lo absoluto — tercié —.
Todos tenemos derecho a mantener asuntos en privado. Sería odioso de mi parte
querer saber “demasiado”.
Durand elevó una ceja:
—
Mmm, pues es un caso
extraño. Los humanos tienden a...tendemos a ser curiosos por naturaleza.
—
Pues no es bueno ser
demasiado curioso — rebatí.
—
Puede que tengas razón;
pero sin curiosidad el ser humano jamás hubiera podido explicarse los fenómenos
que lo rodean. Y mucho menos crear todos esos artefactos que ahora hacen más
sencilla su vida.
Iba a decir algo más pero soltó una breve carcajada:
—
En fin, ya nos retiramos.
Fue un verdadero honor conocerte, Sisa Daquel. Y a ti, Forgeso — sus ojos lo observaron
con tanta avidez que por un momento me sentí con la obligación de ponerme
delante de él—, espero verte de nuevo.
—
Si te soy sincero, no
comparto el sentimiento — le respondió secamente.
"Gabriel" movió su cabello de tal manera que los
reflejos deslumbraron, y tomó a Alen por la barbilla:
—
¿Otro a modo de despedida? —
le ofreció provocativamente.
Vamos, bésala, maldito
idiota besador…
—
Lo siento, ya estoy
satisfecho por hoy — oí de repente y le regaló una sonrisa amable —. Vámonos,
Bellota.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
Ya. Estás metido en un buen
lío, ¿verdad? — le pregunté en el camino.
El tal Durand tenía algo que definitivamente no me gustaba, y por
lo que parece a él tampoco le simpatiza.
—
Mmm, cuando dices
"buen lío" ¿te refieres al posible chantaje del que estoy siendo
víctima por parte del sujeto que acabas de conocer, Durand, a propósito del
asesinato que cometí y del que él fue testigo?
Santo Dios…
—
¿Qué hiciste qué? — repetí
espantada.
—
¿Mmm? Oh, no… ¡¿No me digas
que en serio te lo creíste?!
—
Ya cállate — proferí de mal
humor.
Iba a seguir de largo, pero me jaló con suavidad por el estuche:
—
No sientes curiosidad,
¿verdad? Con respecto a todo lo que oíste.
El tono seco me extrañó: eso de sus repentinos cambios de humor
era algo que ya había olvidado.
—
¿Por…? ¿Por qué me
preguntas eso?
—
Porque tendré que pedirte
que, de ser así, no esperes llegar a comprenderlo en algún momento. No
sucederá, nunca.
Me observó fijamente, tal vez con demasiada fuerza porque por un instante
quise apartar la mirada; pero recordé fugazmente la voz del abuelo, diciéndome
que ninguna persona tenía por qué intimidarme a menos que yo lo permitiera.
—
Alen, por si no me
escuchaste cuando le respondí a tu “amiguito”, lo repetiré solo para
aclarártelo: tengo cosas más importantes en las qué pensar que andar pendiente
de tu vida, ¿sí? Y para tal caso ¿sabes qué?, ya me voy a casa.
Le arrebaté mi mochila algo ofendida y giré rumbo a la estación de
autobús.
—
¡Alto, impulsiva Bellota! —
oí y me arrebató el estuche del hombro.
—
Alen, dame mi violín —
advertí.
—
La librería a la que iré
está cruzando la pista, por allá.
—
No me interesa; ¡y ya dame
mi violín!
Me sonrió divertido y lo elevó fácilmente con una mano, aprovechando
que era muchísimo más alto que yo. Algunas personas que pasaban por ahí
empezaron a soltar risitas al verme dando brincos para conseguirlo.
—
¡Alen, no es gracioso!
—
Prometiste acompañarme.
—
¡Y un cuerno! ¡Dame mi
violín! — exigí y sí, qué bonito, el muy tarado elevó las cejas y después cruzó
la pista todo campante.
—
Si lo quieres…— me dijo
antes de darme la espalda—… ven por él.
—
¡Alen!
Le di el alcance solo para quitarle el estuche con brusquedad a
pesar de que me lo ofreció amablemente.
—
Disculpa que sea tan
complicado. A veces digo cosas que no debería decir y después no sé cómo
arreglar el asunto, para no sonar grosero. Lamento que tengas que sufrir eso.
Traté de desafiarlo manteniéndome en silencio, pero ya ni al caso:
—
¿Sabes? Yo creo que lo tuyo
es un trastorno de bipolaridad o algo así.
Elevó una ceja, divertido:
—
Eres una personita de lo
más peculiar.
—
Ya, gracias por decirme
“rara”.
Un par de calles más adelante nos dio la bienvenida una bonita
librería. Era un local mediano, sumido en un silencio muy cómodo y que olía a inciensos.
Ingresamos y por algún misterioso motivo una de las chicas que atendía,
prácticamente se arrojó desde el mostrador hasta donde estábamos, con una
enorme sonrisa:
—
¡Hola! ¿Puedo ayudarte en
algo?
Ah, ya, el misterioso motivo era “él”. Lo confirmé porque
prácticamente me hizo a un lado al ponerse en medio.
—
Sí, venía por un libro — le
respondió observando alrededor.
—
¿Tienes el título? Tal vez
pueda ayudarte a buscarlo.
Bueno, a ella por lo visto no le importaba el tono indiferente.
—
¿Me das algo de tiempo?
Quisiera observar los estantes — pidió con cortesía. Ella asintió,
completamente encantada, y le dijo que podía quedarse todo el tiempo que
quisiera. Total, cerraban a las diez de la noche—. ¿En serio? Pues muchas
gracias.
—
Ah, y si… Y si tu novia
también quiere llevar alguno, podemos darte un descuento por los dos.
—
¡No soy su novia! — aclaré
velozmente ante la inspección de pies a cabeza que me lanzó la chica.
—
¿Ah no? — exclamó ella con
demasiado entusiasmo.
Es increíble cómo uno puede cambiar de actitud de manera tan
vertiginosa.
—
Sí, no somos novios —
confirmó él con humor.
—
Bueno, entonces les doy
espacio para que observen los estantes. Me llamas si necesitas algo, ¿sí?
En lo que ella retornaba emocionada al mostrador, Alen la observó fijamente
y después sonrió sin ganas:
—
Es increíble lo simples que
a veces son los seres humanos — comentó al aire.
—
¿Mmm? ¿Por qué lo dices?
—
Porque suelen deslumbrarse
por cosas absurdas. — Lo observé con curiosidad y torció el gesto, fastidiado—.
Tonterías. Olvídalo.
Me enfoqué en el estante del costado donde dejaban los libros que
servían de muestra. Rocé el lomo de uno delgado, en alto relieve, y resultó ser
uno de los que me gustaban muchísimo.
—
Si uno se deja domesticar… — oí —…¿se expone a
llorar un poco?
Volteé exaltada:
—
Alen, ¿has leído El
Principito? — pregunté conmocionada.
—
Sí, y también ese otro...
Casi lanzo un grito: ¡era la primera vez que conocía a alguien que
hubiera leído ese también!
—
¿Es que acaso no hay niñas
en el País del Nunca jamás? — cité teatralmente.
—
¡Oh, ya sabes! Las niñas
son demasiado listas como para caerse de sus cochecitos — completó con voz
sabionda, y me inflé de la emoción: ¡había leído Peter y Wendy! —. A Naina le
gusta mucho que le lea cuando estoy con ella — me explicó amablemente—, y tengo
muy buena memoria. Aunque bueno…tal vez no sea tan “buena”.
—
¿Mmm?
—
Nada, olvídalo.
Pasamos por la sección de libros de música: ¡vaya! No pensé que
tuviera libro.
Mmm, parece su biografía...
—
No me digas que también
tocas el piano — me dijo Alen en tono burlón.
—
No, lo que pasa es que es
el pianista favorito de un amigo.
—
¿Toca el piano? — me
preguntó interesado y asentí fervientemente.
Una de las cosas más bonitas que descubrí de Marcus mientras
estuvimos juntos fue que le gustaba mucho tocar el piano de su papá. El
pianista que salía en la portada de este libro era por sobre todos su favorito.
O bueno, hace dos años lo era.
—
Ah, me dijiste que ibas a
comprar un libro para Naina, ¿verdad?
—
Sí, se lanzó hace un par de
días. Es la secuela de un libro que le gusta mucho y Santiago me pidió que
viniera a comprarlo.
Ingresamos a la sección de Literatura Infantil, y nos encontramos
con una torre de libros con tapa dura de colores pastel y en medio de la
estancia.
—
¿“Abu, el conejo rumbero,
en búsqueda de la zanahoria celestial”? — leí.
Un simpático conejo regordete vestido con chaleco y corbata nos
observaba desde la portada.
—
Naina ama a ese bendito
conejo bailarín. No sé cuántas veces he repetido la parte en la que toca los
timbales y todos sus amigos del bosque bailan con él. — Me divirtió su gesto agotado
—. Es el tercer tomo. Ya era hora, porque “Abu, el conejo rumbero: ¿Quién
quiere pastel de mora?”, y “Abu, el conejo rumbero, y el tambor que no se
dejaba tocar”, ya me los sé de memoria.
—
¿Es en serio?
—
Tomaré el dichoso libro y
no diremos más al respecto. — Rompí a reír cuando hojeó velozmente el tomo,
inspeccionándolo—. Bien, parece que esta vez no hay nada de timbales ni fiestas
en el bosque.
Alen pagó el libro y salimos antes de que la chica del mostrador se
acercara (se notaba que quería hacerlo), porque estaba atendiendo a una pareja
de ancianos que demoraban un poco en escoger su pedido.
—
Marissa y Santiago creen
que lo ideal es leerle todo lo que se pueda — me explicó a propósito de la
enorme colección de cuentos que, me contó, Naina tenía—. La edad crítica para
aprender a usar correctamente el lenguaje está entre los tres y siete años de
edad; Naina va a cumplir ocho muy pronto y…bueno, ambos temen que después tenga
ciertas dificultades por el asunto de su silencio.
—
Ya…ya veo.
—
El terapeuta que la ve
también ha recomendado que se le hable todo lo posible y que se le motive a
leer en voz alta. Lo bueno fue que aprendió a leer y a escribir antes de… — Vaciló
un tanto —….bueno, del incidente, así que por lo menos podemos comunicarnos con
ella gracias a sus graciosos garabatos.
—
¿Desde cuándo…? — pregunté
con cuidado.
Nos detuvimos en lo que el semáforo cambiaba de color. Entornó la
mirada, como buscando por dónde empezar.
Iba a decirle que no era necesario que me contara nada, pero me
sonrió:
—
Hablaba…como todo niño.
Bastante, a decir verdad — agregó divertido. Segundos después la sonrisa se le
apagó —. Fue una vez que los tres paseaban por el centro de la ciudad. Había
una comparsa enorme; el desfile por el Día del Orgullo Nacional del año pasado…
El semáforo cambió a verde pero él ni se inmutó. Lo observé en
silencio, en su proceso de recuerdo:
—
Había demasiada gente, ella
era muy pequeña y la perdieron de vista. No estoy seguro de lo que pasó; se
perdió entre la multitud y bueno… después de un par de minutos una mujer
apareció con ella en brazos: se había desmayado.
Me arrepentí enormemente de habérselo preguntado. Parecía que le
costaba muchísimo hablar al respecto.
—
Cuando recuperó la
conciencia ya no hablaba. Fueron solo minutos, pero bastaron para que perdiera
la voz. El pediatra que la revisó dijo que probablemente había tenido un ataque
de pánico en medio de tanta gente, y tal vez…bueno, gritó, y…y como nadie la
escuchó, su sistema nervioso colapsó.
—
Alen…
—
No estuve con ella. Yo no… —
Observó un punto indefinido, y casi me dio la ligera impresión de que trataba
de recordar lo que trataba de decir. Recordé a Durand, lo de “falta de
recuerdos” y no pude evitar inquietarme. No
seas curiosa, no lo seas —. Yo estaba…en una salida de estudios con mi
sección, en la escuela. No estuve ahí para ayudarla.
Naina ya no asistía a la escuela porque le daba pánico estar sola
con gente que no conocía bien. Ahora las lecciones las llevaba con una
profesora particular en casa, y el ballet era lo máximo que podía tolerar:
costó más de tres meses de acompañamiento para que finalmente Marissa y
Santiago pudieran dejarla en las clases, sola.
Me dijo aquello y después se quedó en silencio. Algunos autos
pasaron frente a nosotros y su cabello flotó. Estuve a punto de deslumbrarme
por la imagen, pero de repente bajó la mirada y un terrible gesto de angustia se
apoderó de todo su rostro.
No, ¿qué he hecho…? ¿Por qué
le pregunté sobre aquello?
—
Lo siento mucho.
Los ojos se le abrieron un tanto. El semáforo cambió de verde a
rojo nuevamente.
—
¿Por qué? — me preguntó.
—
Por hacerte recordar algo
tan doloroso.
Prefería mil veces al Alen indiferente y malhumorado, al que
acababa de ver. No me gustaba verlo así.
Elevó las cejas, y me sonrió amablemente:
—
Es una bonita cualidad la
que tienes. — ¿Eh? —. Eso de ponerte
en el lugar de los demás.
Me quedé observando los ojos color miel y de repente la mirada de
niño me atacó con brusquedad, la voz amable me atrapó. Y no sé qué paso con mis
manos, porque las sentía elevándose a mis costados.
Quiero… Quiero…
Solo quiero tocarlo.
Le rocé con timidez una mejilla y me observó tranquilamente, sin ningún
gesto de incomodidad. Y cuando mis dedos estaban por tocar su boc…
—
¡CHICOS!
¡POM!
¡Ay!
—
¿Pero qué…? ¡¿Qué demonios
te pasa, idiota?! — exclamó malhumorado después de que Tarek prácticamente le
cayera del cielo.
Parecía que había venido corriendo para lanzarse sin
contemplaciones sobre su espalda.
—
¿Y ustedes qué andaban
haciendo? — nos preguntó burlonamente.
—
¡Na-nada! — respondí con
demasiada fuerza.
—
Ya cierra la boca, Tarek.
No pasa nada — repuso Alen fastidiado. Me sentí aún más avergonzada porque él
ni se había percatado de mi excesivo nerviosismo—. ¿Qué haces aquí?
—
¿Cómo que qué? Hoy te toca
turno con Copo de nieve.
—
¿Qué…? Claro que no, hoy
es…— Lo pensó un tanto y maldijo por lo bajo —: ¡Maldita sea, lo olvidé!
—
Pues para eso está tu amado
mejor amigo — añadió Tarek abriéndose de brazos—. ¡Vamos, dale un abrazo a
papá!
—
Aún no son ni las seis así
que todavía puedo llegar — reflexionó para sí mismo e ignorándolo por completo.
Tarek lo miró con cara de pocos amigos:
—
¿Sabes? A veces, solo “a
veces”, me pregunto por qué demonios sigo siendo tu amigo. — Solté una pequeña risita y él cambió su
ceño fruncido—. ¿Qué dices, Sisa? ¿Quieres conocer a Copo de nieve?
—
¡¿Eh?!
—
Vamos, no está tan lejos.
De paso dejamos al señorito Alen Forgeso en su centro laboral. No vayan a
secuestrarlo “de lo guapo” que está.
—
¿Te callas? — ordenó con
mala cara.
Tarek siguió riéndose de lo lindo.
Durante el trayecto, comprobé que Tarek era de esos chicos que
prácticamente disparaban simpatía por donde se le viera. Me contó un par de
anécdotas curiosas sobre él y Alen compartiendo el departamento, y confirmó mi
hipótesis acerca de cuánto le gustaban los chocolates. Me dijo que era muy
sencillo hacerlo feliz; que ofrecerle hasta un minúsculo bombón sin relleno ya
era suficiente para él, y que esa era la manera más efectiva para sobornarlo.
—
Hay placeres más
interesantes que el chocolate, pero si es su debilidad, yo lo respeto —
concluyó con solemnidad.
—
Tarek, que tu debilidad
sean chicas, chicas y más chicas, no lo hace más “interesante”.
—
Por lo menos él no va por
ahí, “alimentándose de besos” — puntualicé como quien no quiere la cosa.
Alen puso gesto de “¿Así que se han unido en mi contra?”, y Tarek
me abrazó con fuerza:
—
¡Ella sí me entiende! Y me
defiende de seres malévolos como tú,
Alen-soy-demasiado-genial-para-tener-amigos-Forgeso.
—
Tarek, deja de hacerte al
inocente porque tú y yo sabemos que tienes unos hábitos…
—
No hablemos de “hábitos”,
porque no quiero recordarte cómo y con quién terminaste en la fiesta de la vez
pasada — lanzó en tono malicioso.
¿Fiesta de la vez pasada? ¿Con quién terminó en la fiesta de la
vez pasada?
—
No jodas — bufó aburrido, y
lo golpeó en la cabeza antes de empezar una mini pelea de empujones. Tarek
soltaba aullidos juguetones frente a la mala cara de Alen, y no me quedó duda alguna
de que estaban hablando de una chica.
Tal vez fue la tal Auriel... o bueno, ahora Gabriel.
»— Saben tan bien que,
podría decirse, me gusta alimentarme de besos.
¡Pero qué imbécil! Seguramente en la bendita fiesta esa ha
terminado “alimentándose” bastante bien.
« Pues que te enfades por
eso es aún más imbécil de tu parte».
El ceño se me frunció: sí, es cierto.
—
¿Eh? ¿Qué pasó? — me preguntó
Alen en tono curioso.
—
Nada.
—
¿Te has enfadado por algo?
— Traté de despejar mi gesto malhumorado pero creo que se acentuó —. ¿Sisa?
—
¡Nada! — respondí algo irritada.
—
Qué extraña eres.
—
Idiota — murmuré, y fue aún
peor porque elevó una ceja, divertido.
—
Muy extraña.
Giramos por una esquina; Tarek me señaló una tienda al frente.
Olvidé por completo el asunto de la fiesta que mencionaron cuando
llegamos a la puerta.
—
¿Aquí…? ¿Aquí trabaja Copo
de nieve? — pregunté boquiabierta.
Empujamos la puerta de cristal y el olor de los panes dulces y el
café me dieron de lleno. Había un pequeño mostrador al frente con diversos
postres en exhibición, una barra empotrada al lado izquierdo, la lista con los
nombres de lo que se ofrecía ese día en una simpática pizarra negra, y tres
bonitas mesas circulares a un costado.
El lugar era nada más y nada menos que una pequeña pastelería
decorada de manera muy simpática.
—
¿Copo de nieve? ¡Copoooo! —
exclamó Tarek, y del interior apareció…
Apareció una ancianita vigorosa, de baja estatura, y con el
cabello tan blanco y esponjoso como…
Pues como un copo de nieve, sí.
—
¡Justo a tiempo, niños!
Pensé que hoy ya no vendrían.
Tarek se acercó y la besó amorosamente sobre los cabellos. Ella
sonrió y después le abrió los brazos a Alen que elevó las cejas, engreído, y se
acercó a estrecharla con ternura.
—
¿Puedo saber por qué parece
que a él lo quieres más? — le reprochó Tarek enfurruñado.
—
Pues porque evidentemente
lo hace — agregó Alen en tono arrogante y Tarek protestó, indignado—. Iré a
cambiarme, ¿sí?
Copo de nieve asintió, contentísima, y él desapareció rumbo hacia
el interior. Oí varias risitas y voces saludándolo con cariño.
—
¿Eh? Pero si recién me doy
cuenta: ¿quién es esta jovencita?
Se acomodó los lentes y me lanzó una prolongada mirada de
inspección.
—
¡Oh! Ella es Sisa, una
amiga. Pensaba que eras la jefa de la banda a la que pertenecemos Alen y yo —
me espanté por completo: ¡no lo digas de
ese modo!—; así que para eliminar
esos pensamientos sobre ti como la abuela de la mafia — ¡nooo!—, pues creí que lo ideal sería presentarlas.
—
¿Abuela de la mafia? — me
preguntó recelosa.
—
¡Yo… yo no dije eso,
señora! Solo comenté que me parecía un apodo algo…extraño — expliqué bajando
cada vez más la voz.
Sin embargo rompió a reír, animada:
—
¡Pero qué amiguita tan
graciosa! — Me tomó por los brazos y me besó en cada mejilla. Sentí un aroma
dulzón cuando lo hizo, y esa sensación esponjosa y suave que te transmiten las
abuelitas cuando te abrazan con afecto—. ¿Cuál es tu nombre completo, preciosa?
—
¡Bellota Daquel! — gritaron
desde adentro, y retumbó la odiosa risa burlona.
—
Sisa Daquel, señora — expliqué
resignada.
Para Alen voy a ser siempre Bellota así que ya ni para enfadarme.
—
No es necesario eso de
señora, querida, puedes decirme abuela o Copo de nieve, porque este jovencito
ya se encargó de hacer público casi a nivel nacional ese curioso apodo.
Tarek rompió a reír cuando ella le pellizcó una mejilla.
—
Y bien, Sisa, dime ¿con
cuál de mis niños estás saliendo?
La cara me ardió de la vergüenza: ¡¿eh?!
—
Jajajaja, no, Copito, solo
es una amiga. Pero ¿sabes? Hoy cuando estaba buscando a Alen, me los encontré
en una situación algo comprometedora y…
—
¡¿Qué?! — estallé el doble
de roja.
—
No seas falso, Tarek Rye —
oímos por detrás. Alen salió en compañía de una abuelita pequeña que se acomodó
en la caja mientras él se apoyaba en el mostrador. Traía una camiseta color
vino con el logotipo de la pastelería y un pequeño delantal verde sobre los
jeans—. Solo estábamos charlando sobre Naina porque me acompañó a comprar un
libro para ella. Por cierto, antes de que lo olvide: toma, es para ti, Bellota.
Me alcanzó un sobre rosa pálido que sacó del bolsillo delantero
del mandil. No entendí bien qué era.
—
El recital de ballet de
Naina por fin de curso será el sábado. Ha guardado una invitación especialmente
para ti: ya sabes, te ha agarrado muchísimo cariño. Irás, ¿verdad? — No tuvo ni
que preguntármelo —. Va a ponerse muy contenta. Muchas gracias.
Bueno, ahora todo resultaba más claro: Copo de nieve no era la
jefe principal de una banda, como pensaba, sino se trataba de una amable
ancianita de fuerte carácter y mirada perspicaz (cuando regañó a Tarek a
propósito de la moto lo comprobé: el pobre parecía que iba a ponerse a llorar
de tanto que le alzó la voz). Y el famoso “escuadrón” eran nada más y nada
menos que sus amigas: otra simpáticas cinco señoras con las que dirigía su
pastelería “La abuela Bona”.
Cuando nos sentamos a charlar, me comentó que conocía a Tarek
desde que era pequeño y que por eso era casi un nieto para ella.
—
¿Y de dónde lo conoce? — le
pregunté después de beber algo de té de la bonita taza de porcelana que me
ofrecieron.
—
Mi abuela era amiga de Copo
de nieve — se apresuró a contestar Tarek. El tono ansioso me desconcertó, pero
solo obtuve una sonrisa inocente de su parte.
Después le lanzó una discreta mirada a Alen que le respondió con
un cabeceo ligero.
Qué extraño…
—
Mmm, sí, tiene razón. Su
abuela era mi amiga — corroboró Copo de nieve pensativamente. Supuse que la
edad, en cierto modo, hacía que le fuera más difícil recordar ciertas cosas; pero
de ahí se me vino a la mente el curioso detalle de que yo también andaba
olvidando cosas que parecían ser importan…
¿Eh?
Juraba que estaba pensando en alg…
¿Qué...? ¿En qué estaba
pensando?
¡Ah, sí! Creo que en lo rica que está esta tarta de mora.
—
¿Por qué no nos comentas
acerca de tu hobby como violinista, Bellota? — dijo Tarek de manera repentina.
—
¿Tocas el violín? — me
preguntó otra ancianita. Se me infló el pecho de orgullo cuando les conté
acerca de lo genial que era al abuelo Cides como músico. Había sido mi único
maestro, pero era talentosísimo.
La charla con Copo de nieve y el escuadrón se tornó sumamente
agradable. El aroma de los bollos dulces y las infusiones hacían del ambiente
uno sumamente relajante y acogedor.
—
Siempre que ambos atienden,
las ventas se elevan de manera increíble — me comentó Copo de nieve después de
pedirme que me bebiera mi tercera taza de té.
En el mostrador varias personas esperaban ser atendidas, mientras
Alen envolvía los pedidos y los entregaba con una amable sonrisa.
—
Les he dicho miles de veces
que quiero empezar a pagarles, pero estos niños no me hacen caso. Ahora que ya
empezaron las clases en la universidad tienen más gastos y ni aun así…
—
Ya no insistas con eso,
Copo — indicó Tarek—. Además, sabes que a Alen le basta con un buen pedazo de
cualquier cosa que tenga chocolate. Y yo…bueno, tú sabes que yo lo hago porque
estoy enamorado de ti, Bona Montano, mi sensual Copo de nieve — concluyó con
voz seductora.
—
Ay, ¡ya empezaste,
muchachito coqueto!
—
¿Qué más puedo hacer para
no seguir siendo objeto de tu rechazo?
Copo de nieve rio con ganas y después se puso de pie porque un
conocido se acercó para saludarla. Giré de reojo para observar el reloj con
forma de gato colgado en la pared y…
¡Madre mía! ¡Son las ocho de la noche!
—
¡Ya debo irme! — anuncié
alarmada.
No había regresado a casa desde que había salido rumbo a la
escuela: ¡Gisell iba a matarme!
—
¿Sisa?
—
¡Tarek, debo irme! ¡No
avisé y ya es tarde!
Me terminé de un enorme trago lo que quedaba de té y después me
despedí de Copo de nieve.
—
¡Oye! Espera, ¿a dónde vas?
— me preguntó Alen mientras le entregaba una bonita caja color pastel a una
chica que lo miró casi deslumbrada.
—
¡A mi casa!
—
¿Debes irte ya? — Asentí fuertemente
porque si no corría ya, Gisell se encargaría de darme una buena reprimenda—.
¡Tarek!
El aludido se acercó velozmente al mostrador y unos segundos
después volvió a mí:
—
Vamos, Bellota, te
llevaré a casa.
—
¿Qué? Oh, no es necesario.
—
No te preocupes, además
tampoco tengo nada que hacer — me dijo. Suspiré resignada y le dije que solo me
acompañara al paradero de autobús, de ahí ya el recorrido era el mismo de
siempre —. Igual vamos, después de todo parece que eres un tanto imprudente.
—
¿Qué?
—
Nada, vamos, ¡vamos!
Me despedí de Alen con un gesto de manos y salí volando de la
tienda. Cruzamos la pista y avanzamos unos cuantos pasos, cuando mi celular
empezó a sonar estridentemente:
—
¿Bueno?
—
¡Sisa! ¿Por dónde andas? Te llevaste mi cuaderno de Física y no
tengo ni la menor jodida idea de lo que apunté como tarea para mañana.
—
¿Eh? ¡Loi, lo siento mucho!
— exclamé apenadísima. ¡Claro, se lo había pedido para ver esa cosa del M.C. no
sé qué!—. ¿Quieres que te lleve el cuaderno a tu casa o…?
—
No, no, dime en dónde estás. ¿En tu casa? Sino voy a recogerlo; de
paso te ayudo porque no creo que puedas hacer la tarea sola.
—
Gracias por recordarme que
soy pésima en Física — gruñí y me soltó una risita—. ¿Tú estás por el edificio donde ensayas?
Porque estoy algo cerca. — Me respondió que sí, y me pidió que esperara un par
de minutos en los que llegaba, y de ahí podíamos irnos a mi casa a resolver la
tarea, juntas.
Acepté, algo inquieta, rogando que Gisell estuviese de buen humor
y no dijera nada al respecto.
El celular de Tarek también sonó en ese momento. Contestó animado:
era Alen.
—
¿Qué? Bueno, justo a tiempo
porque aún no estamos tan lejos. Espera que ahora voy para allá. — Colgó y giró
a verme —: Bellota, Copo de nieve quiere que te lleves una porción de la tarta
de mora de la carta especial de hoy.
—
Pero no es necesar…
—
En lo que esperas a tu
amiga iré por tu porción, ¿sí? — me interrumpió—. Copo no va a rendirse; es
capaz de enviarte el pedazo de torta por correspondencia así que mejor ni
protestes — agregó divertido.
Se alejó rápidamente mientras esperaba a Loi, y repentinamente recordé
lo de hace unas horas. No había tenido tiempo para ponerme a pensar en el
extraño encuentro con el sujeto llamado Durand y la chica esa que ahora decía
llamarse Gabriel. Me habían parecido gente muy, muy peculiar; y aunque suene
prejuicioso, me resultaban ligeramente sospechosos.
¿De dónde conocerían a Alen?
Como estaba parada al borde de la vereda, la intensa corriente que
dejó un auto al pasar me golpeó el rostro. Cerré los ojos por la fuerza, y
cuando estaba por abrirlos…
» ¿Y por qué querrías que
haga algo semejante?
» ¿Por qué? — Oigo una risa: es
suave, juguetona, musical. Definitivamente la risa de una niña—. Porque Nuna dice que algo es real si puedes
“tocarlo”.
» Pues esta vez Nuna se
equivoca. Yo soy real… no necesitas mayor explicación.
» Entonces déjame hacerlo.
» ¿Qué cosa?
» Tocarte…
» ¿Por qué?
» Porque me gusta
"sentir" todo lo que amo...
—
¡Ah!
Volví en mí, casi como saliendo de la profundidad del agua. Aspiré
grandes bocanadas de aire, aún sin comprender qué estaba sucediendo conmigo,
porque no era la primera vez que me sucedía algo semejante. ¿Por qué…? ¿Por qué
estoy teniendo esas imágenes mentales? Otra vez… otra vez la silueta de una
niña pequeña. Tenía ondas, un vestido color perla y estaba… ¿sentada sobre la
rama de un árbol?
Charlaba con alguien más, pero…pero no llegué a distinguirlo.
» Van a regañarme en algún
momento porque siempre termino haciendo lo que me pides…
—
Albania — solté en voz baja.
—
¡Sisa!
Me sacudieron por la cintura. Giré alarmada, y me encontré a Loi y
sus cabellos sujetos en una elegante coleta de caballo.
—
¿Sisa? ¿Qué pasó? ¿Te
asusté? Lo siento mucho.
—
¿Eh? No, Loi. No, no fue
eso… andaba pensando en otras cosas y… ¡Ah, es verdad! Siento mucho haberme llevado tu cuaderno.
—
Naa, no te preocupes. ¿Mmm?
Parece que aún no vuelves a casa. — Negué con la cabeza y me sonrió
pícaramente—: ¿Qué has estado haciendo hasta estas horas, Bellota?
Iba a responderle cuando un silbido coqueto llamó nuestra atención.
Loi rodó los ojos, fastidiada, y volteó con toda la apariencia de estar
dispuesta a matar al graciosito. En cierto modo la comprendí porque no era
novedad eso de que le lanzaran piropos a diestra y siniestra y eso es de lo más
incómodo.
El grupo de chicos que estaba detrás fingió observar a otro lado,
intimidados.
Loi suspiró, aburrida:
—
Cuando los hombres están en
grupo son muy avezados, pero al primer indicio de valentía por parte de una
chica al instante se acobardan — me comentó con superioridad.
Solté una risita y después oímos un “¡Wow!”, deslumbrado.
—
¡Ay, ya! ¿Qué cosa quieren? — exclamó Loi, perdiendo la paciencia, pensando que se trataba del
mismo grupo, pero...
—
¿Qué quiero? — dijeron por
detrás y el emisor me sorprendió —. Bueno, mi petición se reduce a una muy
sencilla…
Loi elevó una ceja, desafiante:
—
¿Ah sí? ¿Y puedo saber cuál
es?
—
Tu nombre — pidió
cortésmente, y los ojos azules de Tarek se entrecerraron, maravillados—, princesa
de piel canela.
Me quedé de una pieza, boquiabierta.
A mi lado Loi parpadeó, evidentemente aturdida.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡Repítelo! ¡REPÍTELOOOO! —
chilló Etel a la hora del almuerzo, completamente emocionada.
Elevé las cejas divertida mientras Loi torcía el gesto con
aburrimiento:
—
¿Qué quieres que repita,
Etel?
Como Tomas estaba riendo en voz bajita, en complicidad conmigo, a
ambos nos cayó un buen manotazo de su parte.
—
¿Cómo que qué? ¡Pues lo del
chico ese: Tarek Rye!
—
¿Ah? Mira tú, ya había
olvidado que se llamaba así — contestó sin darle importancia.
Saqué la manzana que había traído a modo de postre, pero antes de
que pudiera saborearla me la quitó y le dio un enorme mordisco:
—
¡Loi! — reclamé.
Está algo disgustada conmigo y todo porque ayer acepté que Tarek
nos acompañara hasta la entrada de mi casa.
—
Ay, Loi, no te quejes que
por la descripción el chico parece muy simpático — comentó Etel con burla. Loi volteó
a verme indignadísima.
—
Tarek es bastante lindo, no
me pidas que mienta — tercié con sinceridad.
—
Pues la que debería estar
dándonos más detalles sobre el asunto es otra persona. Porque mira que ni Etel
ni yo sabíamos que TÚ y ALEN ya se conocían tan bien que hasta te invita a los
recitales de su hermanita.
Ouch, golpe bajo.
—
¡¿QUE QUÉ?! — gritaron
Tomas y Etel.
—
¿El tipo del muelle? —
agregó él con pasmo.
—
¡¿Eso es verdad, Bellota?!—
me reclamó ella —. ¡Empieza! ¡Y exagéralo todo que tenemos dos jugosas horas
libres por la ausencia del profe!
Me la pase narrando todo el asunto de Alen en las dichosas horas
libres de Educación Cívica. Lo único malo fue que no supe responder muy bien en
qué momento empezamos a hablar más: creo que fue en el bosque Izhi; pero ahora
que intento ordenar las escenas de aquel día, automáticamente la mente se me
pone en blanco. Ni qué decir de la excursión a las exposiciones de pintura
porque de ese día solo recordaba haber conocido a la famosa “Gabriel”.
—
¿Ambos ayudan en la
pastelería de una ancianita? — me preguntó Etel y casi hasta vi estrellitas en
sus ojos.
—
Copo de nieve me dijo que
cada uno va un día a la semana, y sin cobrar.
—
¡Oh, por Dios! ¡Eso es tan
tierno!
Observé de reojo a Loi que fruncía los labios mientras se enfocaba
en su libro de Física.
—
Lo tienes al revés — indiqué
y se lo puse de manera correcta.
Me gané un gruñido por eso.
—
Ah, ustedes las chicas son
demasiado ingenuas y después se andan quejando— resopló Tomas: lo observamos
sin comprender —. ¿Así que ahora el tipito bien parecido del muelle tiene un
amigo igual de buena onda, y ayuda a dulces ancianitas en pastelerías? Pues perdonen
mi desconfianza, pero yo creo que todo no es más que pura pantalla.
—
¿Pantalla? — pregunté con
curiosidad.
—
¡Por supuesto! ¡Mírate,
Sisa! ¿Te has visto en el espejo? — ¿Mmm? ¿Y eso qué tiene que ver? —. ¡Tienes
unos ojos llenos de extrema inexperiencia! ¡Hasta pareces un cachorrito
abandonado! — A ver, ¿debo ofenderme o sentirme halagada? —. Y aunque pienses
que lo que voy a decir es solo porque me gustas, igual te lo diré: ve con
cuidado. Tal vez ese tipo solo está intentando conquistarte… ¡para después
dejarte! — concluyó muy seguro de sí.
Loi y Etel explotaron en sonoras carcajadas:
—
¡Ay, Tomas, por favor!
¡¿Qué clase de telenovelas estás viendo ahora?! — exclamó Etel riendo
descontroladamente—. Y si no has sacado la idea de ahí, déjame decirte que Taylor
Swift ya sacó un video con ese tema.
—
Oh, y por mi lado, si un
chico como Alen Forgeso quisiera conquistarme para después dejarme,
definitivamente me dejaría llevar al completo — soltó Loi de la misma manera—.
¡Está que se pasa de guapo! ¡Si van a romperme el corazón, pues que valga la
pena, ¿no?!
Quise reírme con ellas, pero la verdad era que las palabras de
Tomas, en cierta parte, coincidían un poco con lo que traía en la cabeza.
Alen hacía lo que su mismo nombre anunciaba: alumbrar (si es que
la tal Gabriel fue sincera cuando me lo dijo). Él era casi como una fuente de luz
que rellenaba cualquier espacio a oscuras con su sonrisa, sus gestos, y cuando
dejaba libre esa “juguetona forma de ser”, a pesar de lo malhumorado que era en
otras.
Sin embargo, eso era algo demasiado sabido: que toda luz
excesivamente resplandeciente también tenía la capacidad de dejarte ciego.
No quiero deslumbrarme y después no poder ver más.
—
Y el tal Durand y la tal
Gabriel sí que parecen algo peculiares — oí que dijo Loi, pensativamente —. ¿No
te parece, Etel?
—
¡Sí, sí! Casi como los
hermanos malévolos que atormentan a la protagonista de la historia.
Por lo visto no soy la única a la que se le dispara la
imaginación.
—
Yo seguiré repitiéndote lo
mismo, Sisa — me dijo Tomas con seriedad—. Ten cuidado. Apenas lo conoces, no
puedes saber con certeza cómo es en realidad. Y a todo esto, ¡hay temas más
importantes que solo un tipo bien parecido, Bellota! ¡No lo olvides!
Hay temas más importantes…
Cuando llegué a casa, Gisell y Corín estaban haciendo sus deberes
del trabajo y la escuela respectivamente. Pasé a mi habitación, dejé mis cosas
y me recosté sobre la cama.
Hablar de “temas más importantes”, para mí, aludía sin duda alguna
a pensar en cosas relacionadas al futuro. Y la verdad es que si me preguntaran
qué ando haciendo en este momento en pos de eso la respuesta era «nada»: ahora no estaba haciendo nada.
Loi estaba luchando por su sueño de estudiar Danza, Etel estaba empeñada en
salir con las más altas calificaciones para que sus padres le aceptaran lo de
estudiar Pintura al mismo tiempo que Derecho. Y Tomas ya había encontrado
varias universidades que lo aceptarían por los convenios deportivos con la
escuela.
¿Y yo?
Bueno, hasta ahora me he dedicado a cumplir con mis deberes
escolares; pero no con el mismo empeño que Loi o Etel.
¿Quiero que mi último año de Bachillerato se pase así? ¿Solo
pensando qué haré después? Y lo que suena aún más horrible: ¿pensando en lo misterioso
que me parece un chico al que apenas conozco? ¿A eso se va a reducir mis
últimos días en la escuela?
No, claro que no. Sería lo último que querría; pero es que es tan
difícil decidir qué quisiera hac…
“Hola Sisa”
El cuerpo caoba sobre mi escritorio casi me observaba: “¿acaso no has pensado en mí?”.
¡Santo Dios! ¡Pero si la respuesta estaba ahí!
Saqué el celular de mi mochila y marqué el botón de llamadas. Ya,
estaba decidido.
Contestaron:
—
¿Sisa?
—
Loi, necesito que me
prestes tu tarjeta de débito.
—
¿Qué? O sea, sí, pero ¿para…?
—
Pásame el número de tu
cuenta, te haré el depósito ahora mismo.
—
¿Sisa? ¡Es lo que pienso…! ¿Entonces sí? ¡¿Significa “sí”?!
Ni sé por qué he demorado tanto.
—
Sí.
—
¡AAAAAAAAAAHHHHHHHH! ¡ETEL VA A MORIRSE CUANDO SE LO CUENTE!
Sí, yo andaba en las mismas condiciones.
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