NOCHE X - Noches de insomnio
NOCHE X
Aún no daban ni las ocho de la mañana y todo lo que oía eran murmullos. Quería enfocarme en las
horribles fórmulas que veía en el libro de Física para la primera hora, pero
Loi no dejaba de hacerme preguntas:
—
¿Entonces los encontró? — Asentí
mientras intentaba descifrar todos los símbolos de la ecuación para hallar
la... ¿aceleración centrípeta? (sí, creo que es eso), pero ella insistía e
insistía —. ¡Bellota!
—
Ya te dije que sí.
Bien, "teta" simboliza la aceleración centrípeta y esto
que parece una be doble es la... ¿Qué
era?
¡Ayy! ¡Odio la Física!
—
Entonces Gisell y Corín
aparecieron…
—
Sí.
—
Y te encontraron con Alen.
—
Sí.
—
¿Y por qué se molestó
tanto?
Bueno, uno porque Gisell siempre encuentra motivo alguno para
enfadarse conmigo, y dos…
—
Porque estaba sin camiseta —
respondí tratando de hallar la bendita fórmul…
—
¡¿QUE QUÉÉÉÉÉÉÉ?!
La carpeta tembló y a los segundos tuve a Etel jalándome por los
brazos, fuera de sí.
—
¿Escuché bien? ¡¿Gisell te
encontró con Alen sin camiseta?! — Asentí, algo adolorida por las sacudidas, e
intentando no olvidar lo que acababa de leer sobre la aceleración… ¿angular o
centrípeta? Demonios—. ¡¿Pero qué
carajos estaban haciendo?! ¡¿En dónde estaban?!
—
En la sala de mi casa —
señalé algo asustada.
—
¡¿QUÉ COSA?!
Ok, Tomas acaba de llegar al salón.
—
Bellota, ¿en qué momento
empezaron a salir? — exclamó Etel emocionada—. Por cierto, qué avezada me
resultaste. Si recién empezaron, pues para que ya te encuentren con él sin
camiseta… — Sonrisita perspicaz.
Tomas me miraba con una especie de indignación compungida:
—
No te creí capaz — me
reprochó desconsolado.
Bien, tendré que narrar todo otra vez para que dejen de decir
tantas tonterías.
Ayer, a la hora de salida, los tres me
acompañaron a una cafetería conocida para hacer el dichoso pago en la página de
Gaib Art, con la tarjeta que Loi muy amablemente accedió a prestarme. Cuando me
salió el código y la contraseña para mi cuenta de usuario, sentí que había sido
una de las mejores decisiones de toda mi vida. Loi, Etel y Tomas me abrazaron
con fuerza (después de los respectivos gritos de emoción que lanzamos) y
brindamos con unos vasos enormes de frapuccino.
Volví a casa pensando que debía ensayar
cuanto antes La chacona de la partita
para grabarla de una vez por todas. Y todo iba bien hasta que abrí la puerta y
me encontré a Petardo sobre el piso del recibidor, completamente blanco y con
el pelaje viscoso. Parecía un enorme pastel antes de entrar al horno.
»— ¡Petardo, la harina! — Solté mi
mochila y automáticamente retrocedió—. Gisell va a enfadarse muchísimo. Y
encima también tienes restos de huevo… ¡Y nada de aullidos lastimeros que no me
conmoverán! — repliqué cuando elevó el hocico dispuesto a iniciar con sus
tristes lamentos.
Lo mejor era darle un baño rápido
aprovechando que había un tremendo sol afuera y Gisell, por lo visto, aún no
estaba en casa.
Pasé por la cocina y me encontré con
todo el desastre de harina en el piso. Solemos dejar a Petardo en el jardín
posterior: probablemente se había puesto a destrozar todo al buscar comida, ya
que a alguien se le había olvidado cerrar la puerta de la coci… Oh-oh.
¡Yo había sido la última en salir de
casa!
»— ¡Perro malo, nos gritarán a ambos! ¡Y
no me mires con esos ojos que no conseguirás nada!
Corrí al armario del pasillo y saqué
los implementos necesarios. Barrí y restregué el piso con furor y todo lo
rápido posible. Como Petardo pasaba
de tanto en tanto volviendo a embarrar todo, le grité que se quedara en un solo
lugar o sino tendría que limpiar toda la casa.
»— ¡Y ahora vamos a darte un baño! —
anuncié.
Y automáticamente salió disparado al
jardín posterior.
¡AUURRF!
»— ¡No, no! Y nada de lloriqueos porque
te has portado como un perro malo. — Lo atrapé por la correa y decidí bañarlo
afuera para evitar dejar algún tipo de evidencia.
Tomé la manguera con la que regábamos
el césped para darle un enjuague veloz, y como lo vi a punto de huir abrí el grifo
sin contemplaciones, esperando mojarlo si quiera un poco.
Lo malo fue que como la presión del
agua fue tanta, perdí el equilibrio y caí hacia atrás; con todo y manguera
despidiendo agua…
…despidiendo agua sobre “cierta”
persona.
»— ¿Eh?... A… ¡Alen! — grité al verlo.
Quité rápidamente la manguera de su dirección—. ¡Discúlpame! ¡Iba a bañar a
Petardo y…!
»— Hola — me dijo completamente
empapado —. Por cierto, el agua…está algo fría.
Al costado, Petardo había empezado a
saltar de aquí para allá, eufórico. Me dio la ligera impresión de que su
presencia lo ponía muy contento.
»— ¿Ibas a bañarlo con agua fría? ¿Qué
clase de mujer desalmada eres? — Torcí el gesto, apenada, cuando tembló un poco
pero después rompió a reír—. No sé cómo lo consigues, pero verte realmente me
alegra mucho el día, graciosa Bellota.
»— Sí, claro, acaba de llegar a la
ciudad tu circo personal — agregué de mala gana—. Por cierto, ¿qué haces aquí?
»— Acabo de dejar a Naina en casa: la
recogí del ballet. Iba para la universidad, pero como te vi pensé en saludarte;
por lo visto no fue una buena idea.
Ya, lo acepto: siempre hay alguna dosis
de estupidez de mi parte cuando él está cerca.
»— En fin, adiós— me dijo. Me despedí
de la misma manera, pero cuando me acerqué para atrapar a Petardo el muy
malévolo dio un brinco ágil y me obligó a caer de cara sobre el césped.
»— ¡Perro gordo, te mataré! — exclamé
enfurecida.
Un par de carcajadas resonaron
fuertemente:
»— No vas a poder bañarlo sola —
puntualizó con suficiencia.
»— ¿No que ya te ibas? — respondí agriamente.
»— Eso no es muy amable de tu parte,
tomando en cuenta que acabas de atacarme con una manguera.
»— No fue adrede — me defendí en voz
bajita.
»— Tengo media hora así que te ayudaré.
— Estúpida sonrisa, estúpidos ojos bonitos.
Dejó su mochila junto al árbol de la
entrada, y entre los dos bañamos a Petardo en menos tiempo del que pensé: ese
perro traidor se quedaba muy quieto cuando él le ordenaba que se comportara.
»— Estoy empezando a pensar que es más perro
tuyo que mío — proferí algo disgustada.
Su celular sonó de pronto. Se puso de pie y tomó su mochila:
»— ¿Qué quieres, Tarek? — respondió
aburrido. Asintió reiteradas veces y después lo oí decir que en seguida estaría
allá.
»— ¿Eh? ¿Te vas a ir así?
Su camiseta estaba húmeda y repleta de
restos de espuma.
»— Sí, tengo…tengo algunos pendientes. Tranquila,
no voy a enfermarme.
Le pedí que esperara, que Joan había
dejado algo de ropa en su habitación. Me respondió que no era necesario, pero insistí
diciéndole que si después amanecía muerto por una neumonía letal no me lo
perdonaría, y volvió a reír con fuerza —: Tienes una imaginación algo sorprendente.
»— Quítatela. En seguida traigo algo
para que te cambies.
Entré a casa y subí los escalones de
dos en dos. Abrí la puerta de la habitación de mi hermano y… ¡ay, no!
Lo recordé: la ropa que Joan había
dejado había sido en Asiri, no aquí, en Lirau.
»— Genial, ¿y ahora qué?
Corrí a mi habitación y busqué alguna
camiseta ancha o algo que le quedara. Finalmente encontré la polera que la tía
Ruth me compró la Navidad pasada y que me quedaba enorme.
Ahora que la veía bien, tenía el dibujo
de un conejo esponjoso muy parecido a Abu, el conejo que bailaba rumba.
»— Bueno, a estar mojado es mejor esto
— me consolé.
Salí velozmente de la habitación de
Joan y
solté un grito porque por poco y me voy de
cabeza al patinar
antes de llegar a los escalones. ¡Condenadas zapatillas!
Lo bueno fue que pude sostenerme de la
baranda lateral antes de que terminara rodando por las escaleras.
»— ¿Sisa? — me llamó Alen.
»— Tranquilo, es que casi…
“Casi” ni idea, porque la cara me ardió con fuerza y olvidé todo
lo que le iba a decir.
Y me odié, realmente me odié muchísimo por semejante reacción, porque lo que
mis ojos estaban viendo no era nada del otro mundo.
O a lo mejor sí…
¡Ay, no, ya basta!
Siguiendo mis órdenes, Alen se había
quitado la camiseta y ahora me observaba con curiosidad al pie de las escaleras. No…no es la primera vez que veo a un
chico sin camiseta: mis compañeros en Asiri solían cambiarse la ropa
de deporte sin pudor alguno en frente de todo el mundo. Joan, por otro lado, es
de los que creen que estar en casa es sinónimo de andar sin nada en la parte de
arriba. Inclusive en una oportunidad vi semidesnudo a
Marcus cuando fui a visitarlo a su casa y apenas estaba cambiándose. Recuerdo
que lanzó un chillido, avergonzado, y después le reclamó a gritos a su mamá que
por qué me había dejado pasar hasta su habitación si recién estaba poniéndose
la ropa. Fue muy cómico, la verdad: parecía una doncella a la que han sorprendido
sin sus recatadas vestiduras.
Pero con él…con él no sé qué pasó
porque me puse extremadamente nerviosa, de pies a cabeza. Y la
verdad es que nunca se me había pasado por la mente…pero pensé lo bello que podía
llegar a ser el cuerpo. Bello, muy bell…
¡Oye!
»— ¿Casi? — repitió Alen,
curioso.
»— ¿Casi qué? — pregunté, observando a cualquier lado menos al
frente.
Vaya, qué bonitas cortinas son las de la sala.
»— Tú estabas diciéndome que "casi"...
»— Ah, sí. Casi…casi me doy un encontrón con el piso, pero todo está
bien.
Lo vi de reojo y me lo encontré con un gesto de confusión en el
rostro.
»— ¿Estás bien?
»— Sí, sí. Toma, ponte esto — añadí rápidamente.
Observó de buen humor al conejo
esponjoso. Le comenté que Joan no había dejado ropa así que…
»— Entonces es tuyo — sentenció divertido.
Iba a explicarle lo de la Navidad pasada, pero…
»— ¿Qué-significa-esto?
La puerta principal acababa de abrirse, y Gisell y Corín traían el
rostro de alguien que, cree, se ha equivocado de casa.
Genial: castigada mínimo
una semana.
»— Buenas tardes — las saludó Alen con
cordialidad, sin notar lo poco bienvenido que estaba resultando para ellas;
sobre todo para Gisell que iba adquiriendo un gesto poco amable en el rostro.
»— ¿Puedes empezar a explicar esto? —
me ordenó sin contestarle el saludo y enfocándose solo en mí. Corín, por otro
lado, estaba demasiado ensimismada observándolo con la boca abierta—. ¿Qué
haces con un chico “así” — le lanzó una mirada adusta: evidentemente hablaba
del torso desnudo—, y a solas en la casa?
»— Yo…
»— Ah, es eso. Disculpe, señora, si me
permite explicarle… — inició él, pero no era la mejor idea.
Gisell no solía ser nada considerada
con mis amigos, fuera la situación que fuera, y esta ya de por sí pintaba mal.
Eso sin contar que
la que me caería después iba a ser peor.
»— Alen, ya estabas por irte. Adiós, y
gracias por lo de Petardo. — Lo tomé por el brazo y prácticamente lo empujé fuera
de la casa: me miró sorprendido —. Lo siento mucho — agregué en voz bajita,
apenada.
»— Sisa, esper…
»— ¡Adiós!
Cerré la puerta y giré lentamente: Gisell
y su mirada inquisidora me acobardaron.
»— ¿Y bien?
Mi explicación duró algo de diez
minutos. Y la verdad creo que fue por las puras porque ella seguía igual de
enfadada.
»— Que sea la última vez — me dijo con
acritud. Asentí en el sofá—. A solas con un muchacho y encima en nuestra propia
casa. ¡Y eso de la camiseta mojada es algo tan poco inteligente...! Tal vez
Alcides te hubiera creído pero yo no. — Traté de enfocarme en cualquier otra
cosa, porque siempre que mencionaban al abuelo me
sentía con el deber de protestar y en este momento no era prudente—. Compórtate como una señorita, por
favor. ¡¿Qué dirían los vecinos si te vieran?!
»— ¿Que somos amigos y que solo iba a
cambiarse la camiseta mojada? — murmuré.
»— ¡Ah, por favor!
Bajé la mirada hacia mis rodillas.
Petardo posó su hocico sobre mis piernas; sentí su suave cabeza bajo mis dedos.
»— Alcides te ha tenido muy engreída,
¡desde siempre! — De reojo vi que Corín asentía, muy satisfecha con el asunto—.
Pero ya debes empezar a comprender que no eres “la reina” de la casa.
Subí a mi habitación sin decir nada
cuando el sermón terminó. Me recosté sobre la cama y Petardo hizo lo mismo
sobre la alfombra.
Algo de media hora después oí pasos
cerca. Cerré los ojos con velocidad:
»— No finjas dormir. — Torcí el gesto,
aburrida ante la voz de Corín—. El chico de antes… ¿era tu novio?
»— Sí, Corín. Me fugaré con él en tres
días y nos casaremos en una bonita iglesia en las afueras de la ciudad —
respondí sin ánimos.
Me lanzó una mirada indignada, y
después se giró para mirarme por encima del hombro:
»— No vuelvas a traerlo, o mamá va a
molestarse muchísimo.
»— ¿Acaso no oíste que nos casaremos?
No te preocupes que viviremos en otro lado — sentencié, esperando que con eso
ya me dejara sola.
— Y bueno, eso fue todo — concluí
mientras guardábamos nuestras cosas.
Me había pasado casi todo el día
narrando el bendito asunto de ayer, porque Etel y Loi no dejaban de pedirme miles de detalles al respecto.
— Pues yo voy a seguir insistiendo con lo
de que seas cuidadosa, Sisa — me dijo Tomas, ayudándome con el estuche del
violín mientras salíamos del aula—. Parece como si el tal Alen estuviera
siguiéndote los pasos o algo. ¿No te parece raro que justo apareciera en tu
casa?
— Ay, Tomas, no seas paranoico. Ya sabes
que su familia vive en ese vecindario — lanzó Loi.
— Ya, pero por qué parece andar tan cerca
de Sisa, ¿eh?
— Oh, vamos, no le metas ideas raras.
—
Yo,
por otro lado, quiero hacerte una pregunta igual de importante, Bellota — anunció
Etel; volteé a verla con atención —. ¿Qué tal se ve sin camiseta?
— Ay, por Dios, ¡ustedes las mujeres son
unas locas! — sentenció Tomas, indignado, y sacó su celular
mientras murmuraba cosas como que “allá nosotras, que después no nos
quejáramos” y demás.
— Definitivamente está para comérselo,
¿no? — insistió Etel.
— Yo no he dicho nada — me defendí.
— Alguien se está sonrojaaandooo. — Vi a
Loi con furia y ella soltó una risita—. Pero bueno, Bellota, dejando de lado el
espectacular cuerpo de Alen…
— Que no he dicho nada — apunté de
malhumor.
— …estaba pensando que podemos grabar tu
audio en mi casa; en la habitación en la que papá suele encerrarse a escuchar
música.
— ¡Es cierto! — exclamó Etel
entusiasmada—: El estudio del señor Gustav tiene las paredes completamente
acolchadas, así que será muy fácil grabar la música sin tener problema con el
eco o los sonidos de afuera.
— ¿En serio se puede, Loi?
— ¡Por supuesto, Sisa! Tú solo enfócate
en ensayar y el día que ya estés lista nos vamos de volada a mi cas...
— ¡Oh-por-Dios…! — la interrumpió Tomas.
Se había quedado estático a unos pasos
atrás, observando su celular conmocionado.
— ¿Mmm? ¿Y ahora a ti qué te pasa? — exigió
Loi desconcertada.
— Oh-por-Dios… ¡Oh-por-Dios! ¡OH POR
DIOS! — aulló lleno de emoción. Loi me miró extrañada, pero el asunto se puso
aún más raro cuando oímos varios otros chillidos: un grupo de otra sección
también gritaba lleno de euforia.
Ah, no: son tres grup… Nop, ya son
cuat… cinco. Sí, cinco grupos dispersos están
gritando y observando sus celulares como si se hubiesen
ganado la lotería.
— ¿Qué les pasa? — soltó Loi aturdida.
— ¡OH POR DIOS! ¡OH POR DIOS!
Parecía como si todos estuvieran
sufriendo una especie de posesión demoníaca colectiva.
— ¡¿“Oh por Dios” qué cosa?!
— ¡No puedo creerlo!
— ¡¿Qué cosa, Tomas?!— gritó Loi
sacudiéndolo bruscamente.
— ¡JOBEY…! ¡JOBEY vendrá a ofrecer un
concierto en agosto, aquí! ¡En Lirau!
— ¡¿QUÉ COSA?! — gritaron Etel y Loi.
— ¡SÍ! ¡YA ESTÁ CONFIRMADO!
— ¡¡AAAAAAAAAHHHHHH!!
Retrocedí espantada cuando los tres se
abrazaron con fuerza y empezaron a saltar como locos.
Todos los grupos que habían gritado se unieron a ellos en una ronda inmensa, y
terminaron haciendo tanto escándalo que el profesor Ademar se acercó a pedir
que se calmaran y ya se fueran a sus casas.
— ¡ES JOBEY, SISA! ¡JOBEY!
Me despedí de los tres, divertida por
la peculiar escena de euforia colectiva, y decidí ensayar un poco en aquel
edificio en construcción cerca a casa.
Bajé del autobús. Noté que algunas
personas reían en voz bajita ante una especie de mota gris que se movía
curiosamente sobre la acera. Me acerqué un tanto y comprobé que se trataba de
una paloma. Se movía frenéticamente, dando breves aleteadas, y después caminaba
de aquí para allá, incómoda.
Los bamboleos también me parecieron
graciosos, hasta que puse mayor atención y comprendí que traía algo atorado en
el pico, y quería deshacerse cuanto antes de él.
— Oye, ¡oye!
Intenté atraparla y empezó a correr en
círculos, haciéndome dar el espectáculo de la vida al perseguirla insistentemente.
— ¡Aquí estás!
La puse a la altura de mis ojos: aquello
que la incomodaba tanto era un pedazo de goma de mascar que tenía adherida en
la parte interior del pico, casi obstruyendo toda la
cavidad. Me senté
sobre la acera con el estuche y la mochila a un lado, e intenté quitársela. Sin
embargo, no pude ni llegar a tocarla porque temía destrozarle el pico.
Me miró con sus ojos llenos de temor y
respirando agitadamente. Nunca me había puesto a pensar en lo peligroso que
puede resultar arrojar deshechos en las aceras: a lo mejor ellas y otros
animales no distinguían bien si se trataba de comida u otra cosa.
Qué horrible ha de ser morir de esta
manera: ahogada, desesperada...
Cuántas más habrán perecido así.
— Dámela.
Elevé la mirada, y el par de ojos miel
me observaron
con amabilidad.
— Alen…
— ¿Es que acaso eres una especie de
heroína de cuento o algo así? — me preguntó divertido. Quería estar de tan buen
humor como él, pero no pude ni sonreírle—. Tranquila, no le pasará nada. Vamos,
dámela.
Recibió al ave entre sus manos, y para
mi sorpresa retiró la goma de mascar de manera delicada y sin esfuerzo alguno.
— Esto no es comida, preciosa — la
reprendió amablemente, y después la soltó. La paloma emprendió el vuelo
animosamente; se posicionó sobre el poste de luz de en frente y nos observó inclinando
la
cabeza de lado a lado.
Lo observé completamente asombrada.
— Tal vez tengo las manos más eficientes
que tú — se adelantó a responderme. Le puse mala cara y empezó a reír—: ¿Puedo
saber qué cosas hay dentro de esa cabeza, Bellota? Siempre intentando salvar
aves, personas…
¿Mmm?
— ¿Personas?
— No sé, me da la ligera impresión de que
también salvas personas — aclaró rápidamente. Su rigidez me pareció sospechosa —.
Olvídalo, no te voy a explicar nada porque estás imaginando cosas en donde
no las hay.
— Pues una vez salvé a una persona, sí —
concedí después de pensarlo un tanto.
— ¿Qué? — El rostro se le descompuso.
Me extrañó el tono serio—. ¿Lo recuerdas?
— Claro, era un compañero de clases de
Corín, mi…bueno, es como mi hermana. Su compañero estaba rodando por las
escaleras y justo yo iba subiendo así que…
— Ah, ya veo.
No entendí en lo absoluto el alivio de
su voz.
— La verdad es que ya no voy a intentar
comprenderte porque solo me provoca dolor de cabeza — añadí para aligerar la
conversación.
— Pues esa es una decisión sensata —
aceptó. Le pregunté si venía de la universidad y me respondió en tono vacilante
que “algo así”.
Elevé una ceja y negué con la cabeza:
— Nop, eres demasiado complicado, en
serio.
— Ya me lo has dicho un par de veces —
añadió divertido; entonces lo miré más detenidamente y…
— Oye, ¿estás…? ¿Te sientes bien? —
pregunté porque me dio la ligera impresión de que se tambaleó un tanto. Ahora
que lo veía bien estaba extremadamente pálido.
— Sí, no es nada. ¿Ibas…? ¿Ibas a algún
lugar en particular?
— A practicar un poco. — Le mostré el
estuche elevando un poco el hombro izquierdo —. ¿Seguro que estás bien?
Me asusté un tanto porque cerró los
ojos con fuerza, como si fuera a desplomarse, pero a los segundos los abrió,
más tranquilo.
— Sí, no te preocupes; y a lo otro…
¿puedo acompañarte? — ¡¿Eh?!
A ver: “Alen, violín y yo” no era una combinación
nada genial, tomando en cuenta que cuando tocaba para él algo por dentro se me
removía inquieto.
Pero verlo tan pálido me preocupó. Pensé
que podría desmayarse si lo dejaba a su suerte.
— Ya quita esa cara, no voy a morirme o
algo por el estilo — lanzó de buen humor.
— ¿En serio quieres venir conmigo? —
tanteé. Asintió tan ansioso que casi me sentí en la obligación de aceptar.
Le dije que iría rumbo al edificio de
la vez pasada, pero antes nos detuvimos en una confitería. Compró dos barras de
chocolate: una para él, y otra para mí.
— ¿Un pago justo? ¿O quieres más?
— Con eso está bien — acepté satisfecha.
— Por cierto, ¿ayer te regañaron mucho? —
me preguntó cuando retomamos la marcha.
— La verdad nop — respondí. ¡El chocolate estaba muy rico!
— ¿Ella era…la madre de tu hermano? —
Asentí —. Vaya, la relación…parece algo difícil.
— Ni tanto. Si me porto bien Gisell suele
ser muy considerada.
En realidad, la cosa era que cuando no
me hacía notar todo iba bien, pero eso sonaba tan lastimero que preferí no
comentarlo.
— ¿Y siempre ha sido así?
— Algo…
Llegamos al estacionamiento y para
cuando me di cuenta, comprendí que había terminado contándole casi toda mi
vida. Rompió a reír muy animado cuando supo cómo obtuve el sobrenombre de
Bellota; y después le comenté un poco sobre el fastidioso de mi hermano, Joan,
y mi adorado abuelo Cides.
— Los abuelos…sí, son estupendos —
comentó al aire.
— ¿Te llevas bien con los tuyos? —
indagué entusiasmada.
— Digamos que los mejores recuerdos que
tengo me los han dejado un par de cabecitas blancas llenas de experiencia. — Le
pregunté si lo decía por Copo de nieve, y me respondió que “también” por ella.
Saqué el violín y lo afiné velozmente.
Pasé el arco por las cuerdas y me sonrió contento: me alegró ver que su
semblante mejoró.
— Alen, ¿te gusta el sonido de los
violines? — le pregunté con curiosidad.
— No de “los violines”, me gusta cómo
suena el tuyo particularmente — me respondió tranquilo. Las mejillas se me encendieron
y el maldito corazón se me aceleró un tanto —. ¿Hoy también puedes tocar para
mí?
— Ya tenía planeado ensayar así que puedes
ser parte del público, sí.
— Será todo un honor.
Saqué las partituras de La chacona de la partita de mi mochila
porque esa sí no me la sabía de oído, y decidí olvidarme de todo. Tenía que
practicar cuánto antes y empezar a superar la timidez escénica en caso de que
pasara a las audiciones oficiales. Loi ya me había dicho lo difícil que era el
examen, ¡y era obvio que sí porque se trataba de Gaib Art y ellos ya de por sí eran…!
— ¿Qué pasa? — me preguntó divertido—. Te
noto algo… ¿emocionada? — La verdad no comprendí cómo lo supo. Tal vez fue el
gesto en mi rostro o quién sabe—. ¿Ha pasado algo bueno?
Ok, siendo sinceras, asuntos como
postulaciones o exámenes de ingreso son cosas que uno solo comparte con sus
amigos más cercanos, y más aún si se está tan emocionada/asustada como yo. Pero
la verdad era que Alen tenía algo que me confundía un poquito, porque a pesar
de conocerlo hace poco, en este momento lo sentía como mi confidente preferido.
Me pasé un largo rato tocando el tema
de Bach por partes cortadas, mientras iba contándole todo el asunto de Gaib
Art.
— Así que he decidido no decirle nada ni
a mi abuelo ni a mi hermano hasta por lo menos saber si consigo pasar la primera
etapa — admití nerviosamente—. Así no será tan doloroso en caso de que no la
pase.
— Pues no es porque me simpatices, pero
realmente creo que pasarás. — Su confianza me reconfortó; se lo agradecí
muchísimo.
Me enfoqué por completo en la música
cuando ya le agarré el ritmo al tema. De tanto en tanto lo observaba de reojo,
y me lo encontraba con los ojos puestos fijamente sobre mí, muy cómodo.
Me alegró que ya no se viera tan pálido
como antes.
— El tema que tocaste aquella vez — detuve
el movimiento del arco—, ¿era tuyo? — Le respondí que sí, algo avergonzada, y
asintió, satisfecho —. Increíble, compones.
— Eh…gra-gracias.
A eso de las seis Gisell me llamó al
celular. Había olvidado que hoy tenía que estar temprano en casa porque ella
tenía una cena importante y no quería dejar sola a Corín.
— Bueno, supongo que ya es hora de volver
a casa — anuncié algo desanimada. Asintió y dijo que me acompañaría hasta la
entrada del vecindario —. ¿Es que acaso crees que van a secuestrarme o algo así?
— le pregunté con humor.
— Pues no es por ser malo, pero me
pareces algo imprudente.
Le dije que no era cierto, indignada,
pero elevó una ceja, petulante:
— A ver, Bellota, dime: si caminaras
y de la nada vieras que intentan hacerle daño a otra persona… ¿qué harías?
¿Eh? ¿Qué clase de extraña pregunta es
esa?
— La verdad…no sé. Creo… creo que
buscaría ayuda o…
— Ya, esa es una buena idea. Pero tengo
la ligera impresión de que si no encuentras a nadie te meterías en problemas
pensando que puedes resolverlo tú sola.
— ¿Y tú qué harías? — le reproché algo
disgustada por el tonito de superioridad —. ¿Acaso no ayudarías a alguien si
ves que está en problemas?
— Y si los otros tuvieran armas o parecieran
peligrosos
— prosiguió, ignorando por completo mi pregunta—, ¿igual ayudarías a la persona
en cuestión?
Bu-bueno…
— No…no lo sé…
— Yo sí lo sé — me respondió con
seguridad—. Probablemente terminarías tomando una decisión imprudente y
corriendo a brindar tu ayuda. Y no, no creo que eso esté mal — agregó
rápidamente cuando me vio abrir la boca, contrariada—, pero ¿cómo podrías si
quiera intentar batallar con alguien armado?
— No sería justo dejar a la otra persona —
inquirí en voz bajita.
Sabía que todos debíamos cuidarnos de
los peligros que hay por todas partes; no exponernos demasiado y proteger
nuestra integridad, pero si eres testigo del daño que le están causando a otra
persona, ¿cómo podrías simplemente irte así, sin más?
Bueno, gracias a Dios hasta ahora no me
ha pasado algo semejante así que…
Y qué preguntas para más raras termina
haciéndome este chico.
—
¿Por
qué te gusta tocar el violín? — soltó mientras caminábamos.
Lo pensé un tanto. Mmm, la verdad es
que hay millones de razones por las que lo hago, pero creo podría resumirlas en
dos: una porque es una especie de vínculo entre el abuelo y yo. Casi
como el pequeño secreto que compartimos, ya que a fin de cuentas era por él que
aprendí a tocarlo.
Y la otra...
— Porque cuando lo hago siento que vuelo
— respondí con mucha seguridad.
— ¿Vuelas? — Me miró con curiosidad y
asentí con energía—. Así que… ¿te gustaría volar?
— ¿A quién no, Alen? ¡Sería genialísimo! —
Le conté que siempre me había gustado estar en lugares muy altos porque el
viento se sentía con muchísima fuerza.
Me sonrió y me dijo que a él también le
gustaba hacer algo parecido.
— ¿Ah sí? ¿Y a ti por qué…?
Pero me quedé con la pregunta a medio
hacer, porque un mareo intenso me atacó; el suelo perdió su firmeza…
— ¡Sisa!
Y después las paredes sin pintar
desaparecieron velozmente.
»
Te siento, ¡te siento! ¡Puedo tocarte! ¡Puedo hacerlo!
Oí un par de risas musicales. Otra vez…
sí… Otra vez esa risa juguetona tan…tan…
Tan de niña.
»
Albania…
»
¡Qué contenta estoy! Te siento, puedo abrazarte y tocar tu cabello: ¡es muy
suave! Y también puedo darte miles de besos.
»
Van a regañarme por esto…
»
¡Hueles muy bien! Como a estrellas, como a sol…
»
Albania, no sabes cómo huelen ni el Sol ni las estrellas.
» Pero
el Sol y las estrellas son las cosas más bonitas del universo. Y seguramente
deben oler tan bien como hueles tú.
Otra risa: también es musical y
armoniosa. Pero ya no le pertenece a la niña; le pertenece…le pertenece a… ¿un chico?
Sí, es un chico.
» Ahora
podré darte todos los besos que quiera, y abrazarte, y jugar contigo.
»
No podré materializarme siempre. Está prohibido.
— ¡Sisa!
Parpadeé bruscamente ante el llamado. Elevé
la mirada y me encontré con los ojos de Alen, observándome sumamente preocupado.
— ¿Estás bien? — me preguntó—. Estabas
caminando y de pronto te desvaneciste.
— ¿Ah? — Enfoqué la mirada: comprendí que
aún seguíamos en el estacionamiento.
Iba a decirle que estaba bien, que solo
me había distraído, pero noté que me tenía sostenida por la cintura. Y…se sentía bien.
Pareció darse cuenta de lo mismo porque
me soltó y retrocedió, algo atolondrado:
— Pensé que ibas a desmayarte.
Por un instante quise comentarle al
respecto, pero preferí guardar silencio. No era de cuidado, él no tenía por qué
saberlo.
— ¿Sisa?
— No, nada. Es simplemente que yo a veces…
A lo mejor sonaría demasiado extraño,
demasiado dramático…
— ¿Tú a veces…?
No, mejor no. Él no tenía por qué
saberlo…
— Por favor, dímelo — insistió —.
Creo…que podría ser capaz de comprenderlo si me lo explicas; si es eso lo que
te preocupa: que no entienda…
Era exactamente eso pero, ¿cómo él era
capaz de comprenderme sin que yo pronunciara palabra alguna?
— Es que… Es que últimamente tengo como…
como visiones y…y bueno, no…no sé de qué va todo eso.
— ¿Visiones? ¿A qué te refieres?
— No sé, veo iglesias, el bosque Izhi, un
vestido rojo. — Me miró insistentemente—. También oigo voces: la voz de una
niña.
— Espera, ¿una niña? — me preguntó
sumamente confundido.
— Sí, a veces…a veces es una niña, otras
veo a una chica como…como de diecisiete, tal vez dieciocho años. Tiene el
cabello repleto de ondas, pero nunca logro verla bien porque suele estar de
espaldas o su rostro se ve borroso.
— Y te da miedo.
Cada vez que pensaba en ello sentía un
vacío horrendo en el abdomen.
— Ya te había dicho que mi madre falleció
por un tumor en el cerebro. — Él asintió—. No…no estoy muy enterada al respecto
pero… pero sé que antes de que se lo diagnosticaran al completo, ella solía
tener alucinaciones.
Una vez se lo oí decir a David: « Aura hablaba de cosas extrañas. Decía ver
ojos rojos y animales que charlaban con ella. Que el tiempo se le acababa, que
se desvanecía, y que por favor alguien se encargara de Sisa».
Traté de no verme muy asustada, pero me
sonrió:
— Tranquila. Puedo asegurarte que no es
nada de eso.
— ¿Cómo lo sabes?
— Solo lo sé…así que confía en mí.
Y por absurdo que parezca, sus ojos me
calmaron. La mirada de niño que a veces ponía de manera inconsciente, tuvo un
efecto tranquilizante muy bonito: no tenía nada de qué preocuparme si él me lo
estaba asegurando.
Entonces el celular volvió a sonar como
loco en mi bolsillo. Me aparté, algo nerviosa, solo para escuchar la voz de
Gisell resonar con furia. Casi salí corriendo del estacionamiento con Alen a la
misma velocidad y con su risa resonando en medio del trayecto.
— Cuídate, Bellota. ¡Y ensaya mucho! — me
dijo al dejarme a un par de casas cerca.
El viento le despeinó el cabello; lo oí
reír muy animado, alejándose con las manos en los bolsillos.
Entonces escuché por primera vez a
aquella voz llamada conciencia sonando ligeramente alarmada. Yo misma empezaba
a caer en la cuenta:
«
Cuidado, Bellota»,
me decía, «que te simpatice todo lo que
quieras…pero que no pase de eso ».
Que no pase de eso.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
— Que
sí, Sisa. Solo ponte algo bonito y asunto solucionado. ¡Tampoco es para que
vayas con un vestido de gala! — me recomendó Loi
cuando la llamé el sábado por la mañana para preguntarle qué cosa debía ponerme
para ir al recital de Naina. Después de todo, había ido al ballet en algunas oportunidades,
pero nunca con invitación.
Colgué después de quedar con ella para
vernos en el Museo Principal de Lirau cuando terminara la función (tenía ensayo
con la profesora Inés y quería salir a despejarse un tanto). Y a eso de las
cinco y media ya estaba entregando mi invitación al amable señor de la puerta
que me indicó el pasillo por el que debía ingresar.
Varios murmullos rellenaban el lugar.
Había una buena cantidad de personas con cámaras fotográficas y smartphones en
mano: evidentemente la mayoría eran padres de familia emocionados por ver a sus
hijos.
— ¿Sisa? ¡Oh, Sisa! — oí que me llamaron.
Giré la cabeza, buscando al dueño de la voz, y por una de las butacas de
adelante me encontré con Marissa, la madre de Naina y Alen.
El hombre que cierta vez había visto en
la puerta de su casa estaba sentado a su lado. Al igual que ella, se veía
sumamente joven. Traía un par de lentes pequeños que le daban un aspecto muy intelectual.
— ¿Sisa? — me preguntó cuando llegué.
Asentí, algo nerviosa—. ¡Qué gusto! Me sorprendió muchísimo que Naina pidiera
una invitación exclusiva para alguien que no fuera de la familia. Por lo que
veo son muy amigas.
— Es una niña de lo más encantadora,
señor.
— Mi nombre es Santiago, olvida lo de
señor porque me hace sentir viejo — añadió de buen humor.
Marissa le dio un beso en la mejilla y
me puso una mano en el hombro:
— En seguida volvemos, cariño. ¿Vienes
conmigo, Sisa? Naina estaba preguntando por ti hace un momento. Está con Tarek; lo conoces, ¿verdad?
La seguí entre las butacas mientras me
iba comentando lo emocionada que estaba porque era el primer recital de Naina, y
al parecer había estado ensayando muchísimo.
— Apenas se ha iniciado hace un par de
meses en esto del ballet. El terapeuta que la trata nos recomendó que la
motiváramos a practicar algún tipo de pasatiempo que implicara relacionarse con
más gente, porque así…
Y se quedó en silencio, algo incómoda;
como percatándose del tema que estaba tocando.
— Alen…Alen ya me contó algo al respecto —
añadí para evitarle la molestia de explicármelo. Me miró sorprendida y asintió
con gratitud. Después me preguntó si éramos amigos; le dije que sí, pero tuve
algo de dificultad al contarle cómo es que habíamos empezado a hablar.
Otra vez la incómoda sensación de
olvido.
Ingresamos por otra puerta y me
encontré con miles de pompones rosa y blanco correteando de aquí para allá:
niñas y niños emocionados con sus atuendos de ballet.
A lo lejos distinguí a Naina que estaba
muy animada, revoloteando alrededor de Alen y Tarek que conversaban,
entretenidos.
— ¡Pero qué tenemos aquí! — exclamó Tarek
cuando Marissa me llevó hacia ellos. Naina dio un brinquito y prácticamente me
saltó a los brazos—. Bellota, qué bueno que viniste. Qué guapa estás, como
siempre, a decir verdad.
— ¿No que la eterna guapa era yo? — terció
Marissa con una ceja en alto.
—
Tranquila,
Marissa, sabes que puedo alabar a muchas pero mi corazón solo le pertenece a
una. — Y ella rompió a reír ante el tono seductor…
…hasta que volteó a ver a Alen que bajó
la mirada, en silencio.
— Qué bueno que viniste, hijo.
— Sí — respondió escuetamente.
— ¿Y las clases? ¿Cómo vas?
Sentí que el ambiente se tornó algo
tenso ¡y evidentemente era por su poca disposición para hablar! Tuve tantas
ganas de patearlo con fuerza porque ella se estaba esforzando muchísimo en
intentar hacerlo pronunciar más que solo monosílabos.
— ¡Oh, le va bastante bien! — respondió
Tarek por él, con jovialidad—. Si vieras, es probable que nuevamente sea el
mejor estudiante, así como en la escuela. Parece que volveré a ser opacado por
su culpa.
— ¿En serio? — exclamó Marissa orgullosa.
Tarek asintió muy seguro, y cuando ella
enfocó la mirada en Alen, este nuevamente asintió sin decir más
— Tu padre quería verte, ¿crees que
podríamos ir solo por unos minutos?
— Si eso es lo que deseas, por mí está
bien — accedió. Y no sonó irrespetuoso o grosero, pero sí distante: casi como si
hablara con una simple conocida.
Se alejaron y noté a Naina algo alicaída.
— ¿Nerviosa? — le pregunté para
distraerla y asintió. Creo que encontraba triste que su madre y su hermano se
comunicaran tan poco.
— Pero yo ya le he dicho que no tiene por
qué sentir nervios ya que será la mejor de todo el recital — dijo Tarek y la
tomó en brazos. Ella soltó una risita y escondió el rostro en su cuello,
avergonzada.
»
¡Hueles muy bien! Como a estrellas, como a sol…
»
Albania, no sabes cómo huele ni el Sol ni las estrellas.
» Pero
el sol y las estrellas son las cosas más bonitas del universo. Y seguramente
deben oler tan bien como hueles tú.
Recordé bruscamente la imagen que había
tenido hace poco; era similar a la que presenciaba ahora: una niña abrazando
con fuerza a alguien que parecía ser un chico que la tenía en brazos.
— ¿Y cómo está la princesa? — oí a Tarek.
— ¿Quién? — repetí confusa.
— La princesa de piel canela.
— ¿Loi? — me cercioré. Él asintió
entusiasmado—. ¡Bastante bien! Justo al acabar el recital pasaré a verla un
rato al lugar en donde ensaya.
— ¿Ensaya? ¿Qué cosa?
— Ah, no lo sabes, ¿verdad? Es que Loi
también practica ballet, como Naina.
— ¡¿Es en serio?! — casi gritó. Asentí y
lo vi torcer el gesto, desfallecido—. ¡Santo Dios! ¡Es mi chica! Tiene que ser
mi chica como sea. Ahora entiendo por qué se ve tan…tan…
Y soltó
un suspiro soñador.
— Ah, cielos, ahora no me salgas con que
te has enamorado porque eso nadie te lo cree — oímos de Alen que acababa de
retornar—. Hola, Bellota. Olvidé decirte cuán bonita estás el día de hoy.
¡No
te sonrojes!
— Ehh, gracias.
— Sisa, dijiste que vas a verte con la
princesa después del recital, ¿verdad? — Asentí ante la pregunta de Tarek—.
Genial, entonces tendré que escoltarte hasta el lugar en donde se encuentren
para evitar que puedan sucederte cosas feas.
— Eh, bueno — acepté. Aunque después lo
pensé mejor, e imaginé el rostro enfurecido de Loi si no le avisaba antes.
— Naina, oh, ven aquí, preciosa.
Disculpen que los interrumpa, chicos, pero ya vamos a empezar en unos minutos
así que si me hicieran el favor…— nos dijo la mujer que parecía ser la
instructora del curso.
Asentimos y salimos rumbo a la zona del
público.
Volteé con curiosidad al ver a Alen perdiéndose
por otro pasillo.
— Él va a estar más arriba. Para ver
mejor — me aclaró Tarek pero no le creí.
¡Era como si no quisiera ni estar cerca
de
sus padres! ¡Qué desconsiderado!
— Y ahora, con ustedes, ¡el curso
infantil debutante de ballet del Museo Principal de Lirau!
El recital duró aproximadamente media
hora, y fue la cosa más tierna que jamás había visto. Los niños y niñas
correteaban de aquí para allá con sus trajecitos de ballet mientras
interpretaban algunas escenas del Cascanueces.
Naina daba pasitos gráciles mientras, a
mi lado, Tarek les estaba haciendo el favor de filmar la presentación a Marissa
y Santiago, que estaban demasiado emocionados como para hacerlo. El público
estalló en aplausos cuando la presentación concluyó, y Tarek y yo soltamos
algunas risas cuando los vimos salir volando a tras bambalinas.
Llegamos al saloncito en el que ya
todos los niños estaban aguardando por sus padres y en una esquina los
distinguimos: Santiago tenía a Naina en brazos mientras Marissa le arreglaba
los rizos.
— Ha estado estupenda, ¿verdad,
muchachos?
— Más que estupenda, ¡ha sido la reina
del recital! — respondió Tarek.
Naina me jaló con suavidad por el
brazo, con sus ojitos llenos de anhelo.
— ¡Has estado preciosa! — le dije,
poniéndome de cuclillas. Se removió en su sito, emocionada, y me sonrió
agradecida—. Has ensayado mucho, ¿verdad? — Asintió tenazmente—. Ha sido la
presentación de ballet más bonita que he visto en toda mi vida.
Aplaudió contentísima y después volteó
a ver en diferentes direcciones. Entonces supe a quién buscaba porque la puerta
se abrió y Alen apareció casi como invocado, con una enorme sonrisa. Ella dio
un brinquito, emocionada, y corrió hacia él.
»
¡Qué contenta estoy! Te siento, puedo abrazarte y tocar tu cabello: ¡es muy
suave! Y también puedo darte miles de besos.
Nuevamente sucedió. Era…era exactamente
la misma imagen que tenía en la cabeza: la niña con ondas marrones, abrazando a
otra persona que la tenía sostenida en brazos.
— ¿Sisa? — Volteé algo aturdida ante el
llamado de Tarek: me observaba preocupado —. ¿Te sientes bien?
— Sí, sí, no es nada — respondí
raudamente.
Alen se acercó con Naina en brazos, que
sonreía llena de felicidad.
— Ha estado muy bien, ¿verdad? — le preguntó
Santiago cuando llegó; y sentí una pisquita de envidia porque sus padres
parecían morirse de cariño por él.
Bastó que él sonriera para que ambos se
vieran inconmensurablemente felices.
— Ha sido la más bonita y la que mejor ha
bailado — confirmó, y Naina dio más brinquitos cuando la puso en el suelo.
Nos llamaron para un pequeño compartir
entre los padres y los niños del recital. Algunas bandejas con botanas pasaron
frente a nosotros mientras Alen sostenía la mano de Naina. Marissa, repleta de
ternura, trataba de acomodarle el cabello desordenado, y Santiago lo tenía
agarrado de los hombros mientras reía cada vez que Tarek salía con alguna
anécdota perfectamente narrada. Misteriosamente sentí que todo al lugar se
llenó de una especie de aura relajante, con Tarek haciendo maravillas al contar
detalles de lo que era su nueva vida universitaria, Naina brincando emocionada
y Marissa y Santiago riendo mientras Alen sonreía muy animado. El ambiente era
demasiado perfecto, tan perfecto que hasta en un momento pensé que hubiera sido
genial tener el violín conmigo para acompañar tanta alegría con algún tema.
Pero entonces algo muy extraño sucedió.
En uno de los ventanales con balcón, apareció algo que jamás había visto: era
un hombre de largos cabellos rojizos fulgurantes, vistiendo algo semejante a
una túnica perlada
esplendorosa. Tenía la mano derecha levantada con solemnidad, dos dedos
ligeramente flexionados hacia adelante, y colgando de ellos una balanza dorado
brillante. Su figura me evocaba a una hermosa estatua sagrada, pero las
personas que pasaban junto al ventanal ni siquiera se inmutaban.
Ni por su presencia imponente…
…ni por sus ojos brillantes de color
violeta eléctrico.
¿Eh?
Tarek parpadeó y volteó violentamente.
Iba a preguntarle si veía lo mismo, pero cuando dirigí mi mirada hacia el
ventanal ya no había nadie.
— ¿Hijo? — lo llamó Marissa. Alen había
retrocedido con brusquedad y ahora miraba hacia todos lados —. ¿Alen? ¿Qué
pasa, cariño?
— Ya…ya debo irme — repuso y, como nunca,
me pareció distinguir algo de temor en su gesto.
El rostro de Marissa se contrajo de la
tristeza.
— ¿Por qué? ¿Qué sucede, hijo? — insistió
Santiago.
— Yo…yo recordé que tengo algo…algo que
hacer, discúlpenme— añadió atolondradamente —. Es para la universidad
— ¡Ah, claro! ¡El trabajo grupal! — se
apresuró a decir Tarek pero me sonó a mala excusa—. Bellota, me temo que no
podré acompañarte a ver a la princesa hoy, pero le transmites mis fervientes
saludos y deseos de verla nuevamente, ¿sí?
— Ehh, sí, no te preocupes — acepté.
Alen se despidió velozmente de sus
padres y a Naina le despeinó el cabello con ligereza. Ella lo atrapó por el
brazo, como suplicándole que se quedara.
— Lo siento, tengo un asunto urgente que
atender. — Lo miró con insistencia, pero aun así él negó con la cabeza—. Tal
vez pase mañana por la casa.
Marissa mencionó que lo esperarían para
almorzar y él asintió brevemente, tal vez ni tomando en cuenta la invitación.
— Adiós, Sisa — me dijo escuetamente.
— Adiós, Alen — repuse y salió del salón,
junto a Tarek. El silencio que se inició fue tan incómodo, que tuve deseos de
traerlo de vuelta para que se disculpara.
Naina tomó de la mano a Marissa que
suspiró, entristecida:
— Discúlpalo, Sisa. Tal vez pienses que
ha sido un acto grosero de su parte irse tan intempestivamente, pero créeme
cuando te digo que es un gran muchacho.
— No sé qué pasa con Alen… ya no lo
reconozco — murmuró Santiago contrariado. Marissa le tocó el hombro y negó con
la cabeza, como pidiéndole que no hablara así de su hijo.
Los vi angustiados, observando la
puerta por la que él se había ido.
»— Son de ese tipo de
padres que solo rodean de felicidad a sus hijos.
¡¿Entonces por qué les haces esto?!
— ¡La universidad es muchísimo más exigente
que la escuela! — lancé y me miraron algo sorprendidos—. Mi abuelo suele decir
que uno empieza a saber lo que es desvelarse por estudios cuando se empieza la
universidad. Los trabajos grupales a veces implican demasiado esfuerzo y
seguramente… ¡Seguramente se le ha olvidado algún pendiente y sus compañeros
van a enfadarse…!
No era para defender al maldito idiota insensible.
Lo hacía por ellos, porque no se merecían esto.
Pero,
¿por qué lo hacía?
— ¿No recuerdas nuestros años en la
universidad? — exclamó Marissa, más animada—. Seguramente el pobre ya está
sufriendo todo eso de la presión de los trabajos que se tienen que entregar en
poco tiempo.
— Sí, puede ser — aceptó Santiago un
tanto pensativo, pero sonrió—. Alen es inteligente, será pan comido para él,
estoy seguro — dijo con plena confianza.
Uno a uno los asistentes empezaron a
retirarse. Me ofrecieron llevarme a casa pero desistí al comentarles que iría a
encontrarme con una amiga.
— Si quieres puedo llevarte hasta allá en
el auto — me ofreció Santiago.
— Oh, no se preocupe. Voy al edificio de
ensayos del Museo Principal de Lirau, así que llegaré rápido.
— Ahí también practica Naina; está muy
cerca del campus universitario — me comentó Marissa. Naina la miró con
curiosidad—. Sí, por donde vive tu hermano.
— Muchísimas gracias por la invitación.
Mañana sacaré a Petardo para que jueguen un tanto, ¿sí? — Naina asintió, un
poco más contenta, y finalmente me despedí.
Crucé el amplio pasillo mientras
trataba de encontrarle alguna explicación al asunto: ¿Qué demonios le sucedía a
Alen? ¿Por qué se comportaba de esa manera? Había salido como huyendo y sin
tratar de, por lo menos, disimular esa urgencia para retirarse. ¿Acaso tan
importante sería lo que tenía que hacer como para dejar a su hermanita y a sus
padres tan desconcertados y entristecidos?
Loi me llamó al celular; le dije que
tomaría el autobús y estaría con ella en veinte minutos a lo máximo. Asintió
alegre y después colgué, tratando de comprender por qué a veces las personas resultaban
tan insensibles.
Crucé la pista y avancé unos cuantos
pasos, cuando de repente una camioneta pasó a velocidad luz aun con el semáforo
en verde para los transeúntes. Una mujer gritó asustada y cayó de bruces porque
casi fue arrollada. Algunas personas se acercaron a ayudarla y después, a lo
lejos, se escucharon varias sirenas de policías.
— ¡Acaban de robar un banco! — exclamaron
desde algún lado.
Las personas empezaron a aglomerarse en
torno a la mujer que se había torcido el tobillo al momento de caer. Iba a
acercarme pero alguien más gritó:
— ¡NAINA, ESPERA! — oí de repente. Giré y
me encontré a la hermanita de Alen bajando presurosa los escalones de la
entrada principal. Marissa era quien había gritado y apenas la alcanzaba.
Los ojitos avellana me miraron
entusiasmados, como alegrándose por haberme encontrado a tiempo. Supuse que
querría decirme alg…
— ¡NAINA!
Entonces lo comprendí.
¡No!
— ¡NAINA, NO! — gritó Marissa, aterrada,
igual que yo.
Vi los graciosos zapatitos de ballet
posándose sobre la pista. Un paso, dos, y
entonces…
— ¡NO! — chillé desesperada. Oí las
sirenas de policía a punto de cruzar la avenida, los gritos de Marissa, y tuve
la visión fugaz de lo que pasaría a continuación: el impacto violento, el
pequeño cuerpo embestido.
La desesperación de una madre al ver a
su pequeña hija arrollada por un coche sin contemplaciones.
»—No estuve ahí para
ayudarla.
Alen,
tu hermanita…
— ¡NO, NIÑA, NO! — alguien profirió, pero
la verdad ni siquiera supe si fue por mí o por Naina.
Me lancé en medio de los miles de
gritos y la sujeté justo a tiempo para girar y cubrirla con mi cuerpo. Oí el
chirrido de las llantas buscando frenar, la sangre bombeándome en los oídos,
los ojos de Naina mirándome asustados…
Abuelo…
Zum…
Y cerré los míos con fuerza, preparada
para lo que sea que viniera.
Zum
Pero no sucedió absolutamente nada.
¿Eh? ¿Por qué…? ¿Por qué no siento nada?
En vez de sentir el impacto de algún
auto contra mi cuerpo, como esperaba, una fuerte ráfaga de viento sopló. Tragué
despacio, algo aturdida, porque lo único que distinguía alrededor, aún sin
abrir los ojos, era el tremendo silencio que repentinamente se había desatado y
que solo era roto por ese extraño zumbido.
Zum-zum
¿Estaré muerta? A lo mejor ni duele y es así de sencillo.
Zum-zum
Abrí
los ojos lentamente, temiendo lo que pudiera encontrar. Y…
Zum-zum
No…
Solté un grito, despavorida, al
comprender que Naina seguía a mi lado, pero estaba completamente fría y… ¡Y...!
— ¿Qu-qué?
Todo su rostro estaba completamente
blanco, sin color alguno. Y no era solo eso: ¡sus manos, cuello, brazos,
todo…todo… todo…!
Zum-zum
Toda la vestimenta de ballet estaba en
tonos grises, casi como si Naina fuese una fotografía en blanco y negro; y también
estaba tiesa y fría como una estatua.
Y lo peor no fue eso, lo peor fue comprobar
que no era solo ella.
— No…
Todo…todo… Eran todos.
Giré completamente pasmada, observando
cada horrible detalle. El Teatro del Museo Principal de Lirau, las pistas, los
centros comerciales, los postes, los árboles del parque de en frente, el cielo,
las estrellas, la mujer con el tobillo lastimado, las personas que se habían
quedado congeladas con gestos de horror en sus rostros, inclusive el auto que
casi nos arrolla: estaba a un par de centímetros detrás de mí, estático y
completamente carente de color. Igual que el policía que lo conducía y que
también traía un gesto de desesperación en su rostro paralizado.
Paralizado, congelado…
Zum-zum
En medio de todo ese paisaje en tonos
grises, blancos y negros, yo era lo único que tenía color.
Zum-zum
Observé a todos lados, buscando a
alguien que se moviera, o al causante de ese extraño zumbido.
Entonces lo encontré.
Zum-zum
— A... A…
Él…él…
Él estaba ahí, con el gesto más hosco
que hubiera visto en su rostro, y batallando con lo que parecía ser una esfera
mediana que despedía descargas eléctricas y una intensa luz blanquecina. La
tenía sujeta con ambas manos, como comprimiéndola, mientras esta se retorcía,
buscando liberarse.
¿Qué? ¿Pero qué…?
Los ojos violeta me miraban, severos,
casi enfadados.
— Esta vez has ido demasiado lejos,
Forgeso — escuché. La tal Gabriel apareció de la nada, también con movimiento,
y a un par de metros lejos de mí: sus tacones resonaron en medio de todo el
silencio—. Violando el código de Tiempo dos veces: primero retrocediéndolo y
ahora deteniéndolo. Van a castigarte de algún modo. Y si lo pasan por alto, igual
tendrás que borrarle los recuerdos a la humana porque a ella no le ha afectado
el bloqueo.
¿A
la humana?
— Tranquila — oí al costado.
Tarek también apareció y tomó a Naina
por la cintura, como si solo se tratara de una muñeca:
— ¿Qué…? Ta-Tarek…
— ¡Apresúrate! — le ordenó Alen bruscamente;
la esfera brillante se retorcía con violencia—. ¡Sabes que no tengo mucho
tiempo!
Tarek me tomó por la muñeca e
incomprensiblemente aparecimos ya en la vereda, junto a Marissa que también
estaba completamente inmóvil y sin color alguno.
— Tranquila, no pasa nada — trató de
apaciguarme.
La tal Gabriel reía divertida, mientras
Alen seguía conteniendo a aquel extraño objeto que buscaba liberarse desesperado.
— ¿Qué? ¿Qué es esto…? — murmuré sin
comprender nada. Ninguno se molestó en responderme —. ¡ALEN! ¡TAREK! — exigí al
no obtener más que miradas.
Pero no sirvió de nada porque en ese
momento, de manera veloz…
¡Zum-zum!
…todo volvió a cobrar color y
movimiento.
¡¿Pero que…?!
—
¡Naina,
Naina, mi amor! — oí al costado. Giré para encontrarme a Marissa abrazando a
Naina con alivio—. ¡Gracias, Sisa!
— ¿Qué…?
— Salió corriendo detrás de ti, supongo
que como oyó que pasarías por el lugar en dónde vive Alen…
— No…yo no…
Retrocedí aturdida bajo la atenta
mirada de Naina y Marissa, y en ese mismo instante salí huyendo despavorida.
Crucé la pista sin importarme los gritos de ella que me preguntaba qué sucedía
conmigo, porque la cabeza amenazaba con explotarme.
Ojos…ojos violeta.
Tarek… Gabriel… Alen…
»—
Violando el código de tiempo dos veces: primero retrocediéndolo y ahora
deteniéndolo. Van a castigarte de algún modo.
Zum-zum, zum-zum.
— ¡Fíjate por donde caminas!
Giro y compruebo que cada persona a mi
alrededor no deja de observarme con recelo. Traté de apaciguarme, como aquella
vez en Izhi, pero todo empezó a abrumarme de sobremanera. Había personas
alrededor, demasiadas, demasiadas personas.
Personas hablando, caminando, riendo, charlando. Y todas…todas…
Todas ellas tenían hilos… Hilos enormes que arrastraban en los
tobillos.
— ¡Ay!, ¡¿qué te pasa, chiquilla?!
Hilos finos, otros gruesos. Elaborados,
sencillos…
Volví a chocar con más cuerpos. “Loca…” oí por ahí. ¿Loca? ¿Estoy volviéndome loca?
No, ¡no! ¡¿Y por qué hay tanta gente?!
¡Hay demasiada…! ¡DEMASIADA GENTE! ¡DEMASIADAS PERSONAS! Los humanos
convencionales y otros tantos más que van flotando detrás de ellos y, que
parece, nadie más que yo puede ver.
Cada persona…cada mujer, hombre, niño, niña, todos…todos tienen dos personas más
detrás de ellos; y si no, igual tienen hilos…hilos que sobresalen de sus
tobillos.
Vuelvo a escuchar reclamos en el
trayecto. Choco con una, con dos, con miles de personas. Y los veo, ¡claro que los veo! Son muchos…muchísimos….
Al frente, arriba, atrás, abajo, todo…todo…
Es como si estuviera viendo el mundo por primera vez: con otros ojos, desde
otro lado….
…y no es como solía
ser.
No solo somos humanos habitándolo. Hay más…hay
muchísimas más cosas que no sé cómo explicar, y los veo, ¡los veo! ¡A todos los
veo!
Entonces lo comprendo: Izhi, yo frente
al mar, con el violín en mano y un miedo tremendo dentro de mí.
»— Intentaste…
Intentaste suicidarte.
»— ¿Qué?
»— ¡Acabo de verte!
¡Te lanzaste por ese precipicio!
»— ¿Disculpa? ¿De
qué hablas?
»— ¡TE VI! ¡TE
LANZASTE POR AHÍ! ¡TE VI! ¡ACABO DE VERTE HACERLO!
»— Disculpa, empecemos de manera adecuada, ¿sí?
Mira, en primer lugar, hazme un favor y baja la voz. No somos tan cercanos, por lo tanto
si hubiera querido suicidarme o dar un paseo por las alturas no tiene nada que
ver contigo.
Izhi, los peñascos, y ahora una calle
solitaria. Está lloviendo y estoy sobre el piso húmedo. Tengo miedo, mucho
miedo; y también siento dolor.
»— ¡No! ¡Suéltenla! ¡Suéltenla! ¡No la toquen! ¡No la toquen, por
favor!
»— ¡Cierra la boca, chiquilla idiota!
»— ¡Ben! ¡Ayúdame! ¡AYÚDAME!
La chica de rojo…
»— Cállala o alguien vendrá
»— Ella es como tú. ¡Cómo
puedes permitir que la lastimen! ¡Ayúdala! ¡Por favor, ayúdala!
»— ¡Cállate!
Los ojos violeta…
»— Así que usas armas para
atacar a alguien vulnerable. Dime, Martin Arrobia, ¿qué clase de humano eres
tú? Tienes una hija de diez años. ¿Te gustaría ver a un sujeto planeando hacer
con ella lo mismo que tu amigo iba a hacer con estas chicas?
Yo estuve ahí, fue después de lo del
museo. ¡No fue un sueño!
¡Lo recuerdo todo! ¡Todo!
— ¡Cuidado, niña!
Y él estaba ahí…
Impacté contra algo y ya no lo aguanté.
Me cubrí los oídos y corrí torpemente; con mi cuerpo volviendo a colisionar con otros
más, y miles de voces reprochándome mi falta de cuidado.
Basta… ¡basta!
Ojos
violeta.
Ayúdenme…
»— Ellos
solo están ahí para contar nuestras acciones malas y buenas, y tejer sus hilos
de acuerdo al conteo.
Ayúdenme… ¡Ayúdenme!
¡Abuelo, Joan! ¡Loi, Etel, Tomas!
¡Alguien…! ¡ALGUIEN!
¡BROM!
Choco una vez más…
No…
…y entonces aparecen: los ojos miel.
— ¡Déjame! ¡DÉJAME!
Corro en dirección contraria, pero
aparece de manera instantánea delante de mí.
¡¿Cómo…?!
— Tranquilízate.
Corro con todas mis fuerzas, pero solo
consigo llegar hasta los árboles del fondo de este parque al que no sé cómo he
llegado.
— ¡No me toques! ¡No me toques! — advierto.
Me mira fijamente, y me doy cuenta de
que no puedo retroceder más porque mi espalda ha chocado contra el tronco de
uno de los árboles.
— No… ¡No te acerques! ¡No te me
acerques! ¡AYUDA!
— No puedes borrarle la memoria, Alen — ¿Qué…? Un hombre de barba espesa, lentes
oscuros y voz profunda acaba de aparecer a su lado—. Vas a dañarla. Han sido
dos veces, su mente no resistirá una tercera. Eso sin contar que cuando los
recuerdos amenazaban con volver, también los manipulabas.
— No lo hagas, Alen — ¿Tarek? Los ojos azules me miran por un
segundo y después lo ven a él —. No se merece algo así.
— No voy a arriesgarme — le responde. Me
encojo un tanto porque la voz le suena completamente indiferente.
No…
¿Qué van a hacerme?
— Alen…— insiste Tarek.
— No.
— Escuchám…
— ¡No voy a arriesgarme, maldita sea! — Mi
cuerpo empieza a temblar ante el grito airado—. Tú también lo
viste.
¡Gabriel estaba ahí; apareció en el recital!
¿Gabriel?
Intenté ordenar mis ideas, esforzándome
por recordar si había visto a la chica rubia que decía llamarse Gabriel en el
recital de ballet, pero no… No estaba, yo nunca la vi.
Al que recuerdo, sí, es al sujeto de
vestiduras color marfil, de cabellos rojizos, parado en…
— Estaba en el balcón; como siempre,
vigilándome, viendo cada maldito paso que doy — le dice a Tarek bruscamente, y no me queda duda alguna de que
habla de la misma persona que había visto en los
ventanales.
— ¡Aun así no es correcto que lo hagas!
Hethos tiene razón, su mente no lo resistirá. La salvas, ¿y después quieres
desmemoriarla? ¡Por favor!
— ¡No pensé que el bloqueo no le afectaría! — estalla furioso.
No tiembles, ¡no tiembles!
— Es un caso peculiar — comenta el hombre
de barba espesa y tez aceitunada—. La acción parece haberle agudizado los
sentidos. A leguas se distingue que está aterrada, probablemente esté viendo
todo aquello que los humanos no suelen ver. Además, tomando en cuenta lo que te
dijo Berith, yo creo que en realidad podría ser de ayuda.
¿Berith?
— No voy a arriesgarme.
— ¡Alen!
— ¡Mierda, no!
Tarek lo toma por el cuello de la
camiseta y lo obliga a mirarlo a los ojos, tan diferente al Tarek bromista que solía
ver. Van a matarme, van a matarme y me da miedo el solo hecho de gritar porque
siento que no va funcionar de todos modos.
—
¡¿Por qué eres tan necio?!
—
¡¿Y qué demonios quieres
que haga?! — explota y me encojo aún más —. ¿Que le explique la situación? ¿Que
la involucre en mis asuntos? ¡¿Que me arriesgue a vincularme demasiado con ella
y Gabriel vuelva por mí otra vez?!
—
¡¿Y entonces qué?!
¡¿Simplemente vas a borrarle los recuerdos y ya?!
—
¡No voy a empezar de nuevo,
Tarek! ¡Me costó ocho malditas vidas encontrar a Naina! ¡Ocho vidas para tener
dos letras más de mi maldito nombre!
¿D-de s-su nombre?
— Alen, ¿no crees que pueda ser tu Verdad?
¡No es lógico que no le haya afectado el bloqueo
como a todos los humanos convencionales! ¡Es una señal, imbécil! ¡Tal vez
pueda ayudarte!
— Ella no sabe nada. No ves… ¿no ves lo
asustada que está? — Me observa y ya no lo aguanto —. Demonios, otra vez estás
llorando — suelta en voz baja.
Se acerca más; el corazón se me quiere escapar.
—
No…no
me lastimes — susurro encogiéndome.
— No voy a hacerte daño. — El tono ha sonado amable, pero aun así me aterra—. No llores, por favor.
— Sisa, escúchame atentamente — me dice
Tarek—: Alen me contó algo… ¿Es cierto que tienes visiones?
Asiento sin dejar de temblar.
— ¡Ahí lo tienes!
— Las visiones son los retazos que quedan
de los recuerdos que he borrado de su mente, nada más.
Borrado…
—
¿Es
cierto que una vez viste a una niña? — insiste Tarek. Vuelvo a asentir: tal vez si coopero no suceda nada —.
Alen, ambos sabemos que ninguno de los recuerdos que le has
borrado tienen que ver con alguna niña. Tal vez está viendo a Naina y…
—
Tiene razón, podría ser de
gran ayuda analizar a más profundidad su caso — comenta con seguridad el hombre
de antes—. Tal vez deberíamos asegurarnos con respecto a esas visiones que dice
tener. Y lo del bloqueo que no la ha
afectado también me suena ligeramente sospechoso.
Intento respirar más tranquila, pero no puedo. Mi celular suena
pero me parece casi surrealista.
—
Eso implicaría el
explicarle muchas cosas — añade no muy convencido. Dios, no…—. Y no sé si sea lo mejor…
—
Alen…
—
Hethos, tú más que nadie,
sabes lo que puede suceder si me vinculo demasiado con alguien externo. — El
hombre de barba asiente levemente. Tarek chasquea la lengua, fastidiado, como
si estuviera de mi lado en algo que aún no comprendo bien—. Ocho vidas
buscándola… No quiero que Gabriel me traslade a la siguiente. No puedo moverme de
esta sin haberle retribuido lo que hizo por mí... No, no puedo. ¡No puedo!
Además, ya tengo dos letras, ¡dos letras! ¡Después de tanto tiempo!
¿Qué? ¿De…? ¿De qué está hablando?
No entiendo nada, ¡absolutamente nada!
—
¿Entonces vas a hacerlo?— insiste
Tarek—. ¿Borrarle los recuerdos con la posibilidad de lastimarla? — Ayúdenme…—. Sabes bien que por haberlo
hecho en más de una ocasión puedes alterar su mente. Podría perder la razón.
»—Ya te había dicho que mi madre falleció
por un tumor al cerebro. No…no estoy muy enterada al respecto pero… pero sé que
antes de que se lo diagnosticaran al completo ella solía tener alucinaciones.
»—Tranquila. Puedo asegurarte que no es
nada de eso.
»—
¿Cómo lo sabes?
»— Solo lo sé…así
que confía en mí.
Él…él siempre supo que no se trataba de eso, porque en realidad él
mismo era el causante de todos aquellos pasajes borrosos.
—
Tendré que hacerlo — oí de
repente y la respiración se me disparó. Esta vez nadie va a venir a ayudarme,
¡nadie va a ayudarme! Una vez él fue mi salvador, pero parece que ahora será mi
verdugo.
Alen voltea a mirarme; no puedo evitarlo y empiezo a llorar con
más fuerza. No he entendido absolutamente nada de lo que he escuchado, pero sí
intuyo que van a hacer algo con mis recuerdos.
Y me da miedo. Me da mucho miedo porque lo que más me aterra en el
mundo es no saber a dónde pertenezco.
Abuelo…Joan…
—
¿Ti-tienes…? ¿Tienes que
hacerlo? — pregunto con toda la valentía del mundo. Alen me mira algo
sorprendido, tal vez porque me he atrevido a hablar después del ataque de pavor
que me dio; y asiente con mucha tranquilidad:
—
Me temo que sí. Tengo algo
pendiente, y corro con el riesgo de no llevarlo a cabo si no te borro los recuerdos
que acabas de obtener. Lamento mucho haberte involucrado.
Aprieto los puños con fuerza, llena de impotencia: no puedo…no puedo hacer nada.
Él suelta un suspiro y se acerca. Intento retroceder pero sé que
es en vano; aparecerá de manera instantánea como hace un momento.
—
Es-está bien, hazlo — digo,
resignándome al triste final —. Pero… ¡Pero…!
Los ojos miel me observan con atención, como diciéndome que puedo
pedir lo que quiera.
—
No…no… — Aspiro una gran
bocanada de aire, buscando calmarme, pero solo rompo a llorar, sin poder
contenerme—: P-por favor, ¡no…! ¡No toques los recuerdos que tengo con mi
hermano y mi abuelo!
»— Podría perder la razón.
No quiero pensar que todo lo vivido con ellos podría convertirse en
meros sucesos a los que no pueda darles el valor que realmente poseen. Casi
como tener el más hermoso de los poemas en papel, y no apreciarlo por no saber
leer.
Pero no me responde, simplemente eleva una mano y los ojos le
empiezan a brillar con muchísima fuerza. Sé que va a posarla sobre mi cabeza,
como aquella vez en Izhi, y me encojo casi instintivamente.
Bellota
No…
¡No quiero! ¡No quiero! ¡No fue mi culpa el haber visto algo que
no debía ver!
Cachorra
Aguardo lo peor, y los minutos pasan…
—
¿Alen? — oigo de Tarek.
…pero misteriosamente no siento nada.
Abro los ojos, precavida: está observándome, pero no como hace un
instante…
»— Son de ese tipo de
padres que solo rodean de felicidad a sus hijos. De ese tipo que solo merecen
lo mejor en la vida.
Es él… Nuevamente es el chico que sufre en silencio.
¿Quién eres…?
—
No puedo — murmura. Lo miro,
aún con las lágrimas cayendo sin control —. Realmente no sé por qué no soporto
verte llorar.
El aire ingresa con fuerza a mis pulmones. Su mano permanece sobre
mi cabeza y sus ojos… Sus ojos han dejado el violeta brillante y han retomado el
color usual.
— ¡Oh, pero qué conmovedora escena! — se oye por detrás. Me sobresalto, asustada, solo para
verlo emerger de la parte oscura del parque.
Él… ¿También?
— Berith — pronuncia Hethos.
Era el sujeto que se me presentó en las
afueras de aquella confitería; el que decía llamarse Durand.
— El pobre calehim salva a
una humana y después no se atreve a borrarle la mente por temor a dejarla algo
“trastornada”. — Una larga carcajada resuena—. Pero ¿sabes? Esta vez apoyo la bondadosa
iniciativa, mi estimado Forgeso.
—
¿Qué rayos quieres aquí? —
le espeta Tarek que al parecer también lo conoce.
— Pues brindar mi ayuda, nada más — añade en tono inocente. Se me
escapó un grito cuando de la nada apareció muy cerca de mí—. Cielos, la pobre parece un pajarito
asustado. Y se supone que ustedes son “los buenos”, eh. Excepto tú, claro —
indica con burla y Tarek pone los ojos en blanco.
—
Si no tienes nada más que
hacer aquí…
— ¡Oh, claro que tengo!— explica con voz suave, pero aun así la piel
se me eriza—. Sisa,
cariño, ¿por qué no les dices el nombre que escuchas constantemente en las
visiones que tienes? Tal vez así por fin comprendan que eres más “útil” de lo
que ellos piensan.
¿El
nombre que escucho…?
Pero él ¿cómo lo sabe?
— ¿Es cierto eso, niña? ¿Pudiste
reconocer un nombre? — me pregunta adustamente el hombre de barba. Aprieto los
labios con muchísima fuerza y asiento sin ponerme a pensar si es correcto que
lo sepan o no—. ¿Cuál es?
Todas las imágenes que he visto vienen
a mí de improviso. El vestido blanco, los árboles en medio del atardecer, el
mar de madrugada, risas musicales, todo, todo vuelve…
Y claro, el nombre reaparece con más
fuerza en mis labios:
— Albania.
Los ojos de Alen se abren
inconmensurablemente.
— Te faltaba la figura de “la verdad”,
¿no es así, Forgeso? Bueno, tal vez la tienes más cerca de lo que pensabas.
Tarek voltea a ver a Alen que se ha
quedado tan pasmado como a lo mejor yo estuve en un principio.
— En fin, mi misión está cumplida. No me
lo agradezcan, ha sido mi acción buena del día — concluye Berith con una
sonrisa. Retrocede y en un parpadeo
desaparece de la escena. Me sobresalto con brusquedad porque mis ojos ya no
pueden ser testigos de cosas más extrañas.
— Alen, pero si es…
— Es el mismo nombre que tienes grabado
en el brazo — añade Hethos seriamente.
El tatuaje…
— ¿Albania…? — me pregunta Alen en voz
baja. Asiento levemente.
— Esta vez Berith ha sido de cierta ayuda
— comenta el hombre. Alen observa alrededor, inquieto—. Lo ideal sería empezar
a averiguar por qué ella también reconoce ese nombre, y por qué no le afectó el
bloqueo. Y tal vez deberías
explicarle algo porque si no terminará desmayándose en cualquier momento —
advierte al verme de pies a cabeza.
— Sería bueno que empieces de una vez —
indica Tarek con severidad, y me sonríe pero no puedo responderle.
Uno a uno los sonidos urbanos retornan:
los pasos de las personas que caminan por las calles adyacentes y las bocinas
de los autos poco a poco se hacen distinguibles.
Todos se quedaron en silencio; y como la
cabeza iba a estallarme de tantas cosas que tenía en la mente decido,
finalmente, iniciar todo:
— ¿Quién…? ¿Quién eres? — le pregunto con
algo de miedo.
El hombre, Hethos, voltea a mirarlo y
asiente con solemnidad, como animándolo a continuar:
— Adelante…
— Mi nombre, aquí, es Alen Forgeso — me responde. ¿Aquí? Lo observo sin comprender y solo consigo que desvíe la
mirada—, porque el original no lo recuerdo.
— ¿O-original? — repito turbada.
— Hazle las cosas más sencillas — suelta
el tal Hethos—. Empieza por decirle que eres un calehim.
Algo de viento sopla y las copas de los
árboles se mueven dejando un suave susurro alrededor. Lo miro, esperando la
respuesta, pero Alen no responde: solo se limita a observar el cielo con
tristeza. La luna nuevamente está ahí, y reconozco el mismo gesto que puso
cuando trató de contarme sobre el accidente de Naina.
Le…le
cuesta muchísimo hacerlo.
Trago despacio y entonces decido
lanzarme con todo:
— ¿Qué...? ¿Qué
es un calehim?
Él baja la mirada, como escogiendo las
palabras adecuadas; pero Hethos decide romper su meditación y se le adelanta:
— Un
calehim, niña, es un ángel arrojado a la existencia humana.
¿Qué…?
— O para hacerlo más sencillo: un ángel condenado a vivir entre los humanos.
El alma se me escapa del cuerpo: ¿un ángel?
A mi lado, Alen se ha quedado
completamente en silencio…
…casi como lejos de este mundo al que
no pertenece.
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