NOCHE VI - Noches de insomnio
NOCHE VI
—
¡Oh, Daquel! Pensé que ya
no venías — me dijo el profesor Ademar cuando subí al autobús estacionado en la entrada de la escuela.
—
No vine a clases en la
mañana porque amanecí un poco resfriada, pero no quería perderme las
exposiciones — expliqué. Me sonrió, me pidió la autorización firmada y me
indicó el pasillo del autobús.
Amanecí sin ganas ni fuerzas para salir de la cama, así que le
pedí a Gisell que me dejara quedarme en casa. Me dijo que me preparara un té y
me tomara un antibiótico porque lo último que quería era que me resfriara. Todo
muy lindo hasta que mencionó que así evitaba que alguien más se contagiara en
casa.
Aproveché la mañana entera para pensar en todo lo que había
sucedido la tarde de ayer; y después de darle miles de vueltas al asunto, mi
buena taza de té y yo llegamos a una conclusión muy extraña:
La parte de la persona cayendo por el acantilado no había
sucedido, había sido producto de mi imaginación: una muy mala jugada de mi
cabeza.
Suena raro tomando en cuenta que juraba haberlo visto por mí misma,
pero misteriosamente sentía como si en realidad no hubiese pasado. Recordaba
que tocaba el violín para relajarme por lo de los gritos en Izhi, e
inmediatamente aparecía aquel chico saliendo de la espesura del bosque. Mi
cerebro me proyectaba esa imagen, y dejaba cada vez más difuso el recuerdo de
aquello que supuestamente vi caer.
Tal vez debería ir a un chequeo médico o algo. Me preocupa un poco
esta sensación de “olvido”.
—
¡Sisa! — exclamaron Loi y
Etel que se habían apoderado de los dos últimos asientos.
Me acerqué y en ese momento Zara Lagares pasó junto a mí.
—
¡Eh, Zara! — la llamé. Volteó
y me lanzó una mirada indiferente —: Ayer no...ayer no te lo dije pero... umm, gracias.
Me miró sin inmutarse, asintió levemente y se sentó en uno de los
asientos vacíos.
—
¿Qué pasó con Zara? — me
preguntó Etel llena de curiosidad cuando llegué a ellas.
—
¿Por qué no viniste a
clase? — ahora fue Loi—. Tomas estaba aullando de la preocupación. Decía que
probablemente el chico del muelle te había secuestrado o algo —añadió con
humor.
Me quedé en silencio por unos segundos y después agarré valor y
les conté de manera rápida lo de ayer, omitiendo la parte en la que él aparecía,
por supuesto, ya que no podía recordar muy bien por qué…
¿Por qué terminé
gritándole?
— ¡No-jodas! — me dijo Loi con el rostro
desencajado.
Etel, a mi lado, soltó un chillido, entusiasmada:
— ¡Entonces lo de los lamentos es cierto!
— ¡¿Quieres
callarte, Etel?! — le espetó Loi con brusquedad —. Esto no es como si Sisa simplemente
confirmara una estúpida leyenda. La cosa es que si Zara no estaba por ahí, ¡hoy
no estaría contándonos esto! ¡¿Por qué lo hiciste, Sisa?! ¡Te dijimos que nunca fueras
cuando hiciera mucho frío!
— Es verdad — la secundó Etel, comprendiéndolo—:
Pudiste haberte matado, Sisa.
Las miré con algo
de culpabilidad y después prometí no volver a hacer algo semejante.
—
Chicos, ¡chicos! — exclamó
el profesor Ademar para obtener nuestra atención —. Bueno, empezaremos con el
pequeño recorrido para visitar las exposiciones de arte que se están
presentando en algunas instituciones y centros culturales. Visitaremos seis; empezaremos
con las dos de Fotografía y Diseño y dejaremos las de Pintura para el final,
que son en las que nos enfocaremos con más atención: óleo, acuarela, aerografía
y técnica mixta — añadió lleno de entusiasmo—. Espero que todos disfruten de
las exposiciones; y Bazán, ¡por amor de Dios, ya deja de golpear a tu compañero
y siéntate!
El autobús emprendió la marcha. Uno de los chicos de adelante
encendió un mini parlante y una melodía electrónica estalló. Loi soltó un grito:
—
¡Es la que promociona el
nuevo disco de JOBEY! — exclamó entusiasmada.
Los pequeños recorridos que íbamos dando por cada exposición
resultaron más divertidos de lo que pensé. Todos se movían sobre sus asientos
cuando subíamos al bus después de cada exposición y la música volvía a sonar;
excepto yo para evitar que Etel me tironeara del cabello porque estaba
peinándome para entretenerse, y Zara Lagares que leía un libro de tapa dura y
sin nombre con los audífonos puestos.
A eso de las seis y media dimos el último recorrido porque bajaríamos
a ver la última exposición. Algunos volverían con el bus a la escuela para de
ahí ya irse a casa; yo, en cambio, me iría de frente al parque de siempre a
practicar un rato con el violín.
— Esta es la última exposición, chicos: pintura al óleo sobre lienzo. Aunque claro, la expositora no se limita a usar solo esta técnica así que probablemente verán varias obras de diferente naturaleza, pero quisiera que se enfocaran en las que ya mencioné. Aprovecho para entregarles la hoja de evaluación para el mini ensayo que presentarán la próxima semana de todas las exposiciones que visitamos. — Una hoja me llegó del asiento de adelante; el bus se detuvo frente a un edificio inmenso de arquitectura clásica: era un museo —. Listo. Ahora todos bajemos a disfrutar de la exposición de Dayana Modoya.
Bajamos del autobús; Etel me había hecho dos moñitos extraños en
la cabeza que no me solté por temor a herir su lado creador.
—
Ojalá pudiera estudiar
Pintura — comentó de la nada mientras ingresábamos por el inmenso recibidor.
La parte interior del museo se asemejaba a los salones en donde solían
darse bailes en las películas de época victoriana; las luces amarillas
iluminaban tenuemente todo el ambiente. Subimos por una escalinata de mármol
rumbo al piso en el que se exponían los cuadros de Dayana Modoya.
—
¿Y por qué no? — le
preguntó Loi con curiosidad.
—
Papá y mamá darían el grito
al cielo si siquiera se los menciono. Ayer hablamos sobre qué haría al terminar
el año, y ambos dijeron que sería estupendo que lo intentara en Derecho.
—
¿Derecho? ¡¿Tú?! — exclamó
Loi pasmada. Etel se encogió de hombros y frunció los labios con tristeza—.
Cielos, es como cortarle las alas a un ave y pedirle que viva en la tierra.
—
Los pingüinos no vuelan, y
también son aves — le respondió ella riendo.
Pero Etel era tan buena pintando… ¿sus padres lo sabrían?
—
¿Y tú, Bellota? — oí de
ella—. ¿Ya tienes algo pensado?
Qué buena pregunta.
La verdad no sé qué haré al terminar el bachillerato. Volveré con
el abuelo Cides, evidentemente y…y bueno, supongo que ahí pensaré si voy a la
universidad o tal vez simplemente busco un empleo.
—
Si te soy sincera, no sé
qué quiero hacer — respondí un poco desilusionada.
El profesor Ademar pidió que nos juntáramos alrededor de un joven
que nos entregó a cada uno un panfleto de la exposición, que contenía cierta
información sobre las técnicas de pintura empleadas por la artista. Quince
minutos después fuimos libres de escoger por donde iniciar y observar todo el
conjunto de pinturas.
Etel observaba completamente encantada cada lienzo, pero prefirió
ir a su ritmo: se alejó entusiasmada por el otro pasillo después de decirnos
que iría a dar un vistazo veloz a todas las pinturas para inmediatamente volver
a ver con calma cada una.
—
¿Eh? ¿Iago?
Volteé confundida cuando Loi mencionó el nombre de su hermano: un
hombre con traje, de aspecto joven y elegante, recorría el pasillo del costado.
A su lado había una mujer de cabello liso color marrón; llevaba un
abrigo de color marfil. Ambos charlaban frente a un cuadro inmenso.
—
¿Y esa quién es?
—
¿Loi?
—
¡No me digas que es la tal
Helena! — exclamó para sí misma. Parpadeé confundida y cuando ambos voltearon
para volver a ingresar al otro pasillo, Loi corrió a esconderse detrás de una
réplica del David de Miguel Ángel que servía como adorno en la habitación en la
que estábamos.
—
¡Loi!
—
¡Shh!
Giraron por la esquina y la oí soltar un suspiro:
—
Es una larga historia,
Bellota — terció algo fastidiada—. Iago iba a casarse en algunos meses con una
chica que todos en casa amábamos. Terminaron su relación hace un mes y cuando
papá y yo fuimos a averiguar el motivo de su rompimiento, todos en la clínica
nos dijeron que habían visto a mi hermano salir muy seguido con la nueva
doctora del departamento de Psicología, “Helena-no me acuerdo qué más”. — Asentí,
comprendiendo el punto —. ¡No puedo creer que haya terminado con Dánae por esa!
—
Eh, Loi…
—
Sisa, debo seguirlos. No te
pediré que me acompañes porque sé cuánto te gustan estas cosas igual que a
Etel, así que no te preocupes por mí. Nos encontramos aquí, en la entrada,
cuando hayas terminado de ver todos los cuadros, ¿te parece?
—
Loi… ¡pero Loi…!
No me escuchó y se alejó velozmente.
De acuerdo, parece que será una contemplación en solitario.
Bajé la mirada a mi folleto: el título en letras góticas me llamó
la atención.
Después de la lectura que le di a la información, comprendí que la
exposición de Dayana Modoya exhibía todos los cuadros que había hecho en su
época universitaria y que estaban basados en la obra de Shakespeare, retratados
desde su interpretación. De ahí venía el añadido de “mis demonios internos”.
Entré al pasillo en el que Loi vio a su hermano y me acerqué al
cuadro inmenso. Distinguí a dos personas en él: una chica y un chico en medio,
con figuras amorfas alrededor. Parecían ser el sol, la luna, estrellas, sangre,
¿lágrimas?
¡Vaya!
Debo admitir que yo soy más de música que de pintura, pero la
exposición estaba resultando muy interesante. Y a eso se le sumaba el hecho de que,
al encontrarme completamente sola, caí en la cuenta de que la música de fondo que
acompañaba toda la exhibición no se trataba de otra más que del Time for us, de la película Romeo y
Julieta. Estaba segurísima de que era esa porque fue una de las que aprendí a
tocar de pequeña con el abuelo.
Llegué al siguiente pasillo y me encontré con un cuadro que tenía
el fondo inferior pintado de negro. La luna, redonda y blanquecina, resaltaba
en medio y alrededor varias nubes grises intentaban cubrirla. Sobre ella estaba
la figura de una mujer, no…una joven, casi niña, con los ojos cerrados y
vestida completamente de blanco; con sus cabellos marrones dispersos y con la
luminosidad de lo que parecía ser el sol detrás de ella. Debajo de la luna, un
par de manos se elevaban, en símbolo de adoración.
Vi el pequeño rótulo que estaba al lado: llevaba el título de la
pintura y un pequeño verso.
Es Julieta, es el sol
Surge, espléndido sol,
y
con tus rayos mata a la luna enferma y envidiosa,
porque
tú, su doncella, eres más clara
El cuadro era… ¡Dios!
Era demasiado hermoso.
El tiempo se detuvo: dejé de sentirlo mientras observaba los
cuadros de cada pasillo. La autora tenía una manera tan increíble de plasmar
las escenas de Romeo y Julieta, que me dieron unas ganas enormes de leerla de nuevo
pero esta vez a conciencia. Recuerdo que me la dejaron como tarea cuando estaba
en cuarto año y la verdad la leí más por compromiso que por otra cosa. Tal vez
debía darle otra oportunidad.
Por el lado izquierdo, una habitación se veía a oscuras y adentro
no había cuadros. Era un pequeño auditorio y por lo visto estaban proyectando
una mini entrevista a la autora.
Esperé algo de diez minutos para ingresar porque quería ver la
proyección completa. Me senté sobre una de las sillas acolchadas por la parte
de en medio. Nadie más ingresó así que tuve la sala para mí sola.
Dayana Modoya, ahora con treinta años, tenía veinte cuando empezó
toda la colección de pinturas de la exposición. Se veía muy joven y tenía un
aspecto relajado. Mencionó que ella también leyó Romeo y Julieta en la
secundaria porque se lo dejaron de tarea pero no le gustó; después, cuando
llevó el curso de Teatro en la universidad, su profesor hizo que toda su clase
analizara cada frase y el contexto en el que se llevaba a cabo la historia y
quedó fascinada. Romeo y Julieta le parecía una historia cursi más sobre algo
tan común como el amor, pero después de leerlo con calma, se dio cuenta de que
Shakespeare había creado una de las historias de amor más apasionadas del mundo
entero, base para otras más.
» La verdad es que estos cuadros fueron realizados en mi época
universitaria. Época en la que todo ese rollo del amor romántico me daba algo
de alergia — le respondió a la persona que la entrevistaba y a la que no
podíamos ver —, porque sentía, (y aún me pasa), que venía cargado de muchas
imposiciones del sistema hegemónico. Sin embargo, cuando leí Romeo y Julieta, no
me movió el romance, sino la razón o mejor dicho, la “sin razón” de los
personajes. La obra de Shakespeare es atemporal justamente porque refleja
varios imaginarios que perduran hasta la actualidad. ¿Él fue el iniciador?
Quién sabe, pero sí fue parte de la perpetuidad de algunos paradigmas sociales.
» ¿Cuál es el cuadro al que le tienes más afecto? — le
preguntaron.
» Todos mis cuadros son como hijos míos así que todos son
especiales; pero la verdad es que me gusta muchísimo como quedó el del asesinato
de Teobaldo. ¿Por qué? Bueno, es una escena repleta de oposiciones en base a un
mismo tema: el amor. ¿Cómo Romeo, repleto de ese amor casi extasiado, por
Julieta, ¡comete la estupidez de matar al primo de su amada!? Ok, ahí radica mi
fascinación: Romeo mata a Teobaldo porque este mató a Mercucio. El amor por su
mejor amigo superó por un segundo al amor “intenso” que él decía sentir por
Julieta, y se transformó en sed de venganza: ¿es la “involución” del amor? ¿O no
es acaso una prueba de él, el querer vengar a su mejor amigo? Pero esto a su
vez implica el asesinato de un primo igual de amado por su amada. Entonces, es
un conflicto que te plantea las dos caras de dos tipos de amor, y cómo el “más
puro”, que sería siendo el que él siente por Julieta, es superado por el amor
transformado en venganza, que siente por la muerte de Mercucio: la lealtad. Es
un Romeo que actúa movido por “el amor”, sí, pero no ese amor “idealista”, sino
un amor “humano”. Somos egoístas, e individualistas, y nuestro amor también es
así. ¡No estoy juzgándolo! No, no. — Soltó varias carcajadas y después suspiró—.
De lo que hablo es que Shakespeare nos retrató el lado más “real” del amor que,
para mí, es un concepto humano. Nosotros creamos al amor, y por lo tanto no
puede ser perfecto. Puede que Romeo y Julieta estuvieran enamorados, pero eso
no les quitaba “lo malditamente humano” que todos llevamos dentro. Ahora, sí
entramos a temas morales, ese ya es otro cuento.
Lo humano...
La mini proyección concluyó con Dayana Modoya mencionando que
ahora trabajaba en un proyecto basado en “Macbeth”, y después agradeció la
acogida de la exposición. Las luces se encendieron, salí de la habitación y
prácticamente corrí a buscar la famosa pintura de la muerte de Teobaldo.
Pasé por varios pasillos que aún me faltaban por ver y encontré versos hermosos en los rótulos de cada pintura. Finalmente ubiqué el famoso cuadro de la muerte de Teobaldo: era una trabajada escena de batalla entre dos hombres con espadas. Había uno más que permanecía en el suelo, manchado de sangre, así que supuse que sería Mercucio
Asesinato de Teobaldo
¡Mercucio
muerto y tú
vivo y triunfante!
¡Al
diablo que se vaya mi cordura,
que
los ojos de fuego de la cólera
dirijan
desde ahora mi conducta!
Me acerqué un poco más y vi un detalle curioso: el que, supuse,
era Romeo tenía la espada levantada para atacar a Teobaldo y había algo
parecido a dos manos más que sujetaban el arma. Una era una mano oscura, como
si intentara ayudarlo a avanzar, y una mano más pálida que jalaba en sentido
contrario.
Etel debe estar muriéndose de la emoción: ¡la exposición estaba
increíble!
Mi recorrido ya terminaba porque llegué al pasillo que conectaba
con el inicial. Me acerqué a ver el último cuadro, y visualicé la escena más conocida
de la obra: Julieta en su balcón, y Romeo trepando por las enredaderas que
crecían en torno, contemplándola.
Me acerqué para leer el rótulo, pero sentí que alguien se paró
junto a mí. Estaba por voltear cuando…
— Que me bauticen otra vez, dejo de ser Romeo.
La piel se me erizó. Observé de reojo y comprobé lo que me temía: ahí estaba él otra vez, como yo, observando el cuadro con detenimiento. Elevó la mano hasta tocar el lienzo y después sonrió, pero fue muy extraño porque su sonrisa parecía de añoranza.
Estaba tan concentrado que no se había percatado de mi presencia.
Giré violentamente y me enfoqué en el rótulo porque sería demasiado extraño que
me fuera de manera precipitada.
Romeo y Julieta en el
balcón
Te
tomo la palabra
desde
ahora llámame solo Amor
Que
me bauticen otra vez
dejo
de ser Romeo.
Algo estaba pasando con mi sistema nervioso: no podía enfocar bien
la mirada porque sentía su presencia demasiado cerca. Volví a echar un vistazo
y me encontré con su cabello marrón; otra vez estaba en camiseta, sin sentir
nada de frío.
¿Por qué…?
—
Alen — oí por detrás.
Él parpadeó, como volviendo a Tierra, y después me miró y abrió
los ojos un tanto sorprendido.
¿Alen? ¿Ese es su nombre?
No sé por qué motivo me pareció que era el ideal para él. Su
nombre y su presencia guardaban mucha armonía.
Reaccioné al oír las pisadas de un par de tacones. Una chica
despampanante de largo cabello rubio frisado se acercaba; vestía jeans y botas
altas.
Hablando de la novia de portada de revista…
Sé que tengo diecisiete años, pero extrañamente me sentí de doce
frente a aquella chica de caminata muy de pasarela. Y para rematar el asunto,
él esbozó una tenue sonrisa y con uno de sus dedos presionó con delicadeza uno
de los benditos moños que Etel me hizo en la cabeza.
—
¿Qué haces por aquí? — oí
la voz de la chica. Tenía una ronquera natural que la hacía sonar muy seductora.
Él elevó una ceja y volvió a enfocarse en el cuadro—. ¿Alen?
—
¿Qué quieres? — le espetó
con frialdad.
De acuerdo, aquí hay cosas que aclarar y es evidente que alguien no encaja en la ecuación. Sí: yo.
A lo mejor si retrocedo lentamente puedo ir a buscar a Loi y a Et…
—
¿Mmm? ¿Y ella? ¿Acaso nueva admiradora?
El ceño se me frunció automáticamente.
—
Vive cerca de la casa de
Marissa y Santiago — se me adelantó él—. Es… — Entrecerró la mirada como para
pensarlo y después se enfocó en mí —. ¿Bellota?
—
Mi nombre es Sisa, Sisa
Daquel y no, no soy ninguna admiradora suya — aclaré.
La recién llegada elevó una ceja, y la boca (fresa brillante) se le
torció en una sonrisa:
—
Oh, ¡lo siento mucho, Sisa!
No quería ofenderte. Es que la mayoría de chicas, y chicos también a veces —
añadió divertida —, suelen acercársele por cómo se ve. No se puede hacer nada,
¿verdad, Alen? Si tienes ese rostro y esa actitud, pues es obvio que resultas
bastante llamativo.
No respondió: se limitó a seguir contemplando el cuadro sin
prestarnos atención alguna.
—
¿Son muy buenos amigos? —
me preguntó interesada.
—
No, ni siquiera sé cuál es
su nombre — respondí sin titubear, y oí una carcajada de parte de él.
Lo oí murmurar “yo tampoco”.
¡Ay, pero qué idiota!
—
¿Eh? ¿En serio? ¿Se han visto
seguido y no se conocen? — Iba a corregir eso de “vernos seguido”, pero me
interrumpió—: Bueno, entonces haré los honores. Su nombre es Alen, Alen
Forgeso. — Él volvió a soltar una carcajada pero esta vez sonó baja y hasta
algo agria—. Discúlpalo, es algo extraño con las personas.
—
Sí, ya me di cuenta —
corroboré fastidiada.
—
¿Cómo me dijiste que te
llamabas? ¿Sisa? — Asentí con unas enormes ganas de ya irme pero la chica
continuó —: Sisa, vaya… Dime, ¿sabes el significado de tu nombre?
¿Ah?
Parpadeé, sintiéndome sumamente perdida en toda esta charla de lo
más extraña, y negué con la cabeza.
—
Sisa, en una antigua lengua
extranjera, significa…
—
Flor — lanzó él con la
mirada clavada en el cuadro —. Significa “flor”.
Me sorprendió muchísimo: no lo sabía.
—
Sí, “flor”, pero también
tiene otro significado — dijo la extraña y movió la cabeza de tal manera que su
cabello rubio fulguró por las luces —. Sisa también significa "inmortal”;
Sisa significa “la que siempre vuelve a la vida”. Si unimos ambas premisas,
obtendríamos algo así como una flor eterna, ¿no es verdad? Una flor que siempre
vuelve a la vida.
Él abrió los ojos, ligeramente sorprendido, y después volteó a
verme irritado, como si yo no hubiera querido decírselo.
—
Tampoco lo sabía — le
respondí encogiéndome de hombros.
¿Qué rayos le pasa a este chico? No es mi problema que el asunto
que tenga con esta chica lo esté incomodando o algo. No debería desquitarse
conmigo.
—
Y ya que hablamos de esto,
¿sabes qué significa “Alen” en otra lengua foránea? — Él volvió a soltar una
carcajada: ¿acaso está loco? ¿Por qué
tiene esos bruscos cambios de humor? —. Alen es “iluminar”, “alumbrar”,
¿verdad? O tal vez me estoy equivocando:
a fin de cuentas, hay demasiados nombres para
ti dentro de mi cabeza.
¿Qué?
La rubia lo miró, desafiándolo.
—
Ya que disfrutas tanto con
esto de “los nombres”, ¿por qué no nos dices el tuyo? — lanzó él hoscamente.
—
¿Yo? Bueno, hoy me dan
ganas de llamarme Auriel. — Me sentí más perdida que nunca cuando él elevó una
ceja, como si no lo creyera, y ella soltó una risita coqueta—. Lo siento mucho,
Sisa: por tu rostro debes pensar que estoy drogada o loca.
Buenooo…
—
Me gusta mucho leer acerca
de nombres y significados, es por eso que suelo ser muy obsesiva al hablar de
este tema. Mi nombre es…bueno, no es importante así que…
Asentí sin exigir más explicaciones porque igual ya planeaba irme.
—
Si ya terminaste con tu
charla “nominal”, entonces ya podrías retirarte — sugirió él.
— Eres la “amabilidad” hecha persona, Alen — añadió pero él ni se inmutó —. ¿Observando arte? — le preguntó y se paró a su lado, contemplando también el cuadro —. ¿Aún buscas convencerte de que hay algo que vale la pena en ellos? ¡Ah, no! A ustedes les gusta ver estas cosas por alguna misteriosa razón, ¿verdad? Es una muy curiosa parte de su naturaleza.
Bien, ya no entiendo nada.
— Ehh, pues…yo…yo ya me voy — balbuceé con toda la naturalidad que pude cuando él volteó a verla bruscamente, como reprochándole su indiscreción —. Fue…fue un gusto…
—
Oh, ¡no te vayas, Sisa!
Lamento mucho si mi manera de hablar te ha desconcertado — me dijo la tal
Auriel o como se llamara—. La que se va soy yo. No quería interrumpir su
momento.
Por un momento quise aclararle que no había habido ningún momento.
¡Es más! Él ni siquiera se había percatado de mi presencia hasta que llegó
ella.
— Ha sido un placer conocerte.
— Sus ojos celestes perfectamente delineados me apabullaron un poco—. Y a ti siempre
es un placer verte, Alen.
—
Como sea — le respondió seco.
Me pregunté cómo ella podía tolerar que él le hablara de esa forma tan adusta y
seguir como si nada; hasta que la vi acercarse desafiante, ya para decir adiós,
le rodeó el cuello con un brazo sugerente…
—
Maldito arrogante — le
susurró.
…y después prácticamente le apresó la boca con la suya.
Sentí como si un bloque inmenso de hielo se alojara dentro de mi
estómago.
Genial, es su novia.
Y si no, tal vez es su ex; pero por lo visto ya andan planeando
regresar.
Desvié la mirada porque el beso no fue precisamente un roce y resultó
demasiado incómodo estar tan cerca de ambos. Ella soltó una leve carcajada al
despegarse de él, le limpió con los dedos algo del labial que había dejado en
su boca, y después giró sobre sí misma para perderse por el otro pasillo, con
su andar sinuoso.
El cuerpo se me había puesto algo rígido. No entendí por qué.
—
Eh, ya…ya me voy — anuncié.
El brillo labial de la chica anterior aún destellaba en su boca.
Cambié la dirección de mi mirada, pero cuando estaba por irme sentí que elevó
una mano:
—
Simpáticos — comentó al
aire y presionó con su dedo índice uno de los moñitos extraños que Etel me
había hecho. Sus ojos claros me miraron con amabilidad; pero yo me sentía
demasiado tensa como para sonreírle si quiera.
Apreté la garganta. Por alguna misteriosa razón solo quería irme.
—
Gracias. A...adiós.
Me di la vuelta y salí por el pasillo.
Ya lo sabía.
“Romeo” tenía novia.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡Sisa!
Elevé la mirada: Loi y Etel estaban sonrientes, hasta que no sé
qué pasó que cambiaron el gesto alegre por uno de desconcierto.
—
¿Sisa? ¿Qué pasó?
Ah, ya: ha sido a causa de mí que probablemente me veo desanimada
sin razón alguna.
Me libré del interrogatorio diciendo que estaba algo cansada por
el asunto ese del insomnio que me atacaba constantemente. Loi nos contó que al
final la famosa mujer que iba con su hermano Iago sí era la tal Helena, pero
como decidió descubrir su presencia, se pasó toda la exposición impidiendo que
se quedaran a solas.
—
¡Así que ya me voy a casa!
— nos anunció —. Me sentaré en el asiento del copiloto y esa tendrá que ir en
el posterior. No me gusta la cercanía con la que trata a mi hermano.
Se despidió, fue a avisarle al profesor Ademar que ya se iba, y
después la vimos salir rumbo a las escaleras de mármol.
—
¡La exposición ha estado
estupenda!— exclamó Etel que se sentó junto a mí en el cómodo sofá de la sala
de espera. Le pedí disculpas por soltarme los moñitos—. Oh, no te preocupes: creo
que los apreté demasiado. Por cierto, he estado charlando con el profesor
Ademar, y me ha dicho que mi situación vocacional no es nada inusual, ¡que a él
le pasó algo parecido!
» Dice que puedo escoger alguna carrera que me guste si quiera un
poco, y después de ordenar mis horarios puedo inscribirme en la Escuela de
Bellas Artes de Lirau. ¡Hay concursos para ganar becas completas, Sisa! También
me dijo que buscará programas con becas en otras instituciones por si acaso. — Se
movió con frenesí sobre el sofá y después suspiró —. Podré hacer lo que me
gusta si me esfuerzo lo suficiente como para ganar una. Así mis padres no
tendrán excusa para decirme que no. Los complaceré, ¡pero yo también quedaré
satisfecha!
Me quedé observando a Etel hablar sumamente emocionada de cuánto
se esforzaría para obtener alguna de las becas. Me sentí algo idiota por
permitir que un tema tan irrelevante como el de “él y su novia” hubiese
provocado que mi estado de ánimo decayera por completo.
Había cosas más importantes en las que pensar. Una de ellas, por
ejemplo, el ir planeando qué haría yo también con mi vida al terminar el
bachillerato.
—
¿No es grandioso, Sisa? —
me preguntó llena de ilusión—. La vida es tan bonita cuando te das cuenta de
que sí puedes hacer lo que quieres con ella. Por cierto, Loi me comentó que...
¡Oh! ¡Oh! ¡Sisa! ¡Sisaaa!
Empezó a sacudirme discretamente y después me señaló hacia el
frente.
Ahí estaba él, nuevamente tan ensimismado como para tomar en
cuenta los bajos chillidos llenos de emoción que soltaba Etel.
Se pasó de largo con las manos en los bolsillos y sin siquiera
voltear.
—
¡Sisa! ¿Lo viste? ¡¿Lo
viste?!
—
Sí — le respondí
escuetamente.
—
¡Ay, qué guapo es! ¿No te
da ni un poquito de curiosidad saber su nombre? A veces pienso que podría
llamarse…
—
Alen, se llama Alen Forgeso
— Etel abrió los ojos, entusiasmada —: y tiene novia — concluí de una buena
vez.
—
¡¿Qué?! ¡¿Novia?!
El profesor Ademar y los alumnos restantes aparecieron un par de
minutos después en la sala de espera; exactamente la misma cantidad de tiempo
que invertí en contarle a Etel todo el pasaje extraño que viví con él y la tal
Auriel. Soltó un bufido, decepcionada, mientras bajábamos con todos hasta la
entrada del museo, y después me despedí porque no volvería con los demás a la
escuela.
—
¡Ve con cuidado, Sisa! — me
pidió por la ventana del autobús—. ¡Y nada de ir a Izhi, eh! Loi me matará si
no te lo digo
—
Sí, no te preocupes.
—
Por cierto, ¿puedo contarle
a Loi sobre…? Mmm, ya sabes.
—
Sí, como quieras. — Total,
tal vez así ya dejábamos de lado el tema de ese chico.
El autobús se alejó con el cielo nocturno de fondo. Ya debían ser
algo de las siete y media, e ir hasta el parque en el que solía practicar con el
violín no era una buena idea porque me demoraría más en llegar que practicando.
Aunque la verdad era que tampoco me sentía con ánimos de volver a
casa.
Decidí dar un pequeño paseo en lo que intentaba despejarme. Sentía
un vacío inexplicable en el abdomen, y no sabía si era por el tema de lo que
haría en el futuro, como Etel o Loi; o en realidad no era más que una reacción
ante el beso entre la rubia de portada de revista y...bueno, él. Estúpida
reacción, si lo analizo racionalmente, ya que a fin de cuentas no pasaba de ser
un simple conocido.
Como había demasiado ruido alrededor por las bocinas de los autos
y la gente transitando, giré por una de las esquinas en búsqueda de algo de
silencio. En medio de mi caminata varias chispas de agua me rozaron las
mejillas: estaba garuando.
Me quité la chaqueta y la puse sobre el estuche del violín que era
lo único que llevaba conmigo. Traía un suéter debajo y la llovizna que caía era
tenue así que no me mojaría demasiado. Crucé la pista casi deshabitada y cuando
estaba por doblar por la esquina siguiente, el monumento de en frente me dejó perpleja:
era una iglesia de estilo gótico y ocupaba casi toda una manzana. Tenía dos
torres, una a cada lado de la inmensa puerta principal de madera labrada, y en
la parte de la cúpula de en medio, una cruz.
Me quedé observando los detalles de la enorme entrada, hasta que
las tenues gotas comenzaron a colisionar con más fuerza sobre mi cabeza. Ya no
era llovizna: en cualquier momento iba a caer un aguacero y no estaba en mis
planes llegar a casa empapad…
¿Eh?
Me froté los ojos por si las dudas: no, no podía ser. ¿Eso de allá arriba era una persona?
—
¿Qué...?
Lo que sea que estuviera parado allá, junto a la cruz de la cúpula
más alta, empezó a alejarse rumbo al lado posterior de la iglesia con tanta
facilidad que parecía estar en la acera. Avancé sin dejar de observarlo, y
después dobló por el lado izquierdo. Crucé la pista con rapidez, aprovechando
que no pasaba ni un auto, y cuando llegué a la acera de en frente se lanzó
hacia abajo.
¡¿Qué?!
Corrí rápidamente hasta llegar al lado de la iglesia por la que se
supone debió caer.
Pero cuando llegué…no encontré nada.
—
Creo… Creo que realmente me
está afectando no dormir.
Ya es la segunda vez que veo a alguien arrojándose al vacío. Esta,
en la iglesia, y la otra... La otra…
¿Mmm?
No, ¿qué está pasando? No he visto a nadie más caer, ¿por qué
estoy pensando en esas cosas?
Decidí retornar a casa porque la lluvia estaba empeorando y no pensaba
regresar empapada. Crucé la pista y regresé a la parte en la que estaba la entrada
principal de la iglesia. Entonces observé alrededor, algo confundida, porque se
me acababa de presentar un pequeño inconveniente:
¿Cómo llegué hasta aquí?
Genial, así que ya me tocaba eso “de perderme en la nueva ciudad”.
Decidí probar con una calle que se me hacía un tanto conocida y
terminé caminando por una zona algo solitaria. Lo único que escuchaba eran las
pisadas de mis zapatillas, la lluvia chocando contra el cemento y las bocinas
de los autos en las calles adyacentes. Iba a girar por la esquina siguiente,
cuando distinguí a dos hombres y una mujer resguardándose de la lluvia bajo el
toldo de una tienda cerrada. Me miraron tan fijamente, como aguardando que
pasara junto a ellos, que decidí dar media vuelta con toda la naturalidad
posible porque me parecieron algo sospechosos.
En mi “discreta” huida oí un par de pisadas: una chica de vestido
rojo pasó en sentido contrario. Llevaba un abrigo blanco bajo el brazo, y caminaba
completamente empapada, con expresión perdida.
Desvié la mirada, preguntándome la hora y muriéndome de frío; cuando
de pronto lo oí.
—
¡AHH!
Me congelé ante el alarido. Observé de reojo y comprobé que la chica del
vestido rojo estaba siendo conducida a la entrada de otra calle, justamente por
el grupo que yo había evitado hace unos minutos. Uno de los hombres la sujetaba
por el cuello mientras el otro recogía su cartera y los seguía. La mujer dio
una mirada rápida alrededor, y también se perdió junto a ellos.
—
¡Auxi…! ¡AUXILIO! — oí con
fuerza, y después la lluvia apagó todo vestigio de sonido.
No... ¿Qué...?
¿Qué van a hacerle?
Me quedé parada, sin saber qué hacer y con la lluvia cayendo por
montones. Giré hacia todos lados, esperando encontrar a alguien que pudiera ayudarme,
pero la calle estaba completamente desolada.
El celular, ¡el celular!
¡POM!
Lo saqué tan nerviosa que se me cayó al piso. Lo recogí torpemente
solo para encontrarme con la pantalla completamente oscura: recordé bruscamente
la voz de mi hermano, siempre reprendiéndome por no llevar la batería cargada.
—
¡Auxilio! — oí de nuevo y
el cuerpo me tembló —. ¡AUXILIO!
—
¡CÁLLATE! — ahora fue la
voz de un hombre. Y después un sonido metálico: parecía ser un cubo de basura
impactando contra el pavimento.
Ellos no solo van a
robarle. De hacerlo ya la habrían soltado…
La van a lastimar; la
van a lastimar de verdad…
¡Ayuda! ¡Corre a buscar ayuda!
No, el tiempo es… Hasta
encontrar a alguien ya…ya…
¿Y qué harás? ¿Podrás con
los tres? Ni de broma.
Pero…
Si te acercas…
Si lo hago…
…también te lastimarán a
ti…
Pero está pidiendo ayuda.
No…no puedo dejarla.
Con sigilo… voltea por
donde viniste.
No puedes hacer nada,
míralo así.
No…
Haz como si no hubieses visto nada.
Pero lo vi…
No viste nada…
¡Pero lo vi…!
No puedes ayudarla.
Pero tampoco puedo dejarla…
¡Solo vete!
¡PERO NO PUEDO DEJARLA!
—
¡AUXILIO! ¡POR FAVOR!
¡AYÚDENM…!— La voz se detuvo de golpe. Por unos segundos todo dejó de oírse.
Apreté con fuerza el tirante y corrí todo lo que me dieron las piernas: si
fuera yo, desearía que vinieran en mi ayuda.
Llegué y me topé con un callejón sin salida. No había nadie más,
solo los dos hombres sosteniendo a la chica sobre el piso mientras la mujer
rebuscaba en su cartera.
—
¡Suéltenla! — grité.
—
¡Pero qué tenemos aquí! — Y
sentí una brusca sacudida. Todo pasó demasiado rápido, porque para darme cuenta
la mujer ya me había tomado por el cuello del suéter y arrojado contra el piso.
Intenté ponerme de pie, pero el peso de ella sobre mi abdomen me lo impidió.
Estaba sobre el suelo mojado, con el estuche del violín a un par de metros
lejos e inmovilizada.
Los raspones en los brazos a
causa de la caída me ardieron.
—
¿Es tu amiguita?
—
Déjenla, por favor, ¡por
favor! — alcancé a barbotear, y la carcajada de uno de los hombres resonó: se
entretenía tironeando lascivamente del vestido rojo. La chica empezó a sollozar
con fuerza, y antes de que pudiera soltar otro grito le lanzaron una violenta
bofetada. La sangre surcó sus labios: rojo intenso, igual que el color de su
vestido.
—
¡Ya le quitaron lo que
tenía, suéltenla, por favor! — le pedí a la mujer. No pasó mucho para que yo
también me ganara una.
La cabeza me dio vueltas: nunca me habían golpeado.
—
¿Te callas, perra? Mmm,
estudiante. No hay mucho de valor — dijo, rebuscando con brusquedad en mis
bolsillos. Intenté reincorporarme para ver a la chica pero me gané otro golpe
en la mejilla.
— Tiene varias tarjetas — oí al otro, en medio de lo aturdida que me sentía por los golpes —. La contraseña, cariño. — La chica balbuceó una serie de números, temerosa. El concreto empezaba a lastimarme la espalda —. No nos estás mintiendo, ¿verdad, preciosa? No quisiera tener que escribir cada número con esta navaja en tu linda carita.
Ella negó fuertemente mientras intentaba contener los sollozos. Me sentí tan impotente porque conmigo ahí, no hubo gran diferencia.
—
Hay un cajero automático en
la siguiente esquina — dijo la mujer sobre mí—. Llévatela para que saques todo
lo que puedas.
El estómago se me revolvió cuando el sujeto la miró y se relamió
la boca.
—
¡Les juro que esa es la
clave! — exclamó aterrada—. ¡No quiero ir!
—
¡No quiere ir! ¡Déjenla! —
grité—. ¡No sería algo inteligente, el dinero no vale tant…!
¡PAAF!
— ¡¿Quién te ha dicho que puedes hablar, mocosa?!
El hombre la tomó por el brazo; la chica se retorcía, suplicando
que no se la llevara con él.
—
Por favor, déjenla. Por
favor, ¡por favor!
—
Si sigues hablando como un
loro, la que va a terminar peor eres tú, niña — me advirtió la mujer y sacó una
navaja quién sabe de dónde. La hoja afilada pasó sobre mi mejilla y después
algo tibio resbaló hasta mi boca.
Sangre.
—
La chiquilla tiene razón —
dijo el otro, alguien, no sé…ya no distingo bien. Los oídos me zumbaban, el
cuerpo me temblaba —. No creo que nos
esté mintiendo; ya estoy cansado. Estoy mojado por la lluvia de mierda. Solo
quiero irme a casa.
No podía creerlo. ¿Cómo
puede querer irse a casa tan tranquilamente después de todo lo que está haciendo?
El tiempo… El tiempo pareció perder su sentido, tal y como me
había sucedido mientras contemplaba las pinturas de Romeo y Julieta. Sin
embargo las circunstancias eran completamente diferentes. Así como había
humanos que empujaban toda su fuerza en crear…había otros que la empleaban en
destruir…
Ya tenían el dinero, ¿por qué más…? ¿Para qué…?
—
Entonces coge la cartera y
a la mocosa solo quítale el estuche. Debe tener una guitarra o algo así. Ya
tengo su celular; no tiene nada más de valor.
Sentí algo de alivio ante sus palabras…
—
Mmm, pero si te veo tan
guapa, amor. A lo mejor sin el vestidito lo estás más.
…hasta que vi al otro sujeto sonreír burlonamente, observando a la
chica de rojo.
El alma se me fue del cuerpo. No…
Me dieron arcadas cuando lo vi rozarle el brazo, y a ella
encogerse con brusquedad en la esquina del callejón.
—
¡No me toques!
El otro hombre escupió fastidiado:
—
Si vas a hacerlo que sea
rápido, que sino se pondrá a chillar más.
¿Qué?
La chica intentó por todos los medios refugiarse sobre el muro de
concreto, tratando de escabullirse del sujeto que se acercaba a ella.
—
¡No! ¡No, por favor! ¡Ya
les di todo!
—
Será rápido, bonita…
¡No!
—
¡No! ¡Suéltenla! — ¡Que alguien nos ayude…!—. ¡No la
toques! ¡NO LA TOQUES!
—
¡Cierra la boca, chiquilla
idiota! — Otro golpe: ya no duele, ya no importa.
—
¡AUXILIO! ¡AYÚDENNOS!
¡AYÚDEN…!
—
¡QUE TE CALLES, MOCOSA!
Me retorcí sobre el pavimento hasta que la mujer me cubrió la boca
con la manga de su suéter. Empecé a ahogarme, pero no dejé de pelear contra
ella.
—
¡Ben! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! —
oí de la chica, a mi lado. Me pregunté quién sería Ben, y si estaría lo suficientemente
cerca para venir por nosotras.
—
¡Cállala o alguien vendrá!
— ordenó la mujer. Liberó mi boca por un segundo y quise gritar, pero solo
conseguí atrapar algo de aire porque me estaba ahogando.
Que alguien nos ayude, por
favor… ¡Por favor...!
—
Ella es como tú — traté de
decirle—. ¡¿Có-cómo puedes permitir que la… la lastimen?! ¡Ayúdala! ¡POR FAVOR,
AYÚDALA!
—
¡Cállate!
—
Y después sigues tú,
cariño: las niñas también me gustan. — Y el cuerpo se me escarapeló por
completo. Los rostros de Joan y el abuelo pasaron velozmente por mi cabeza. No...no...—. Así tal vez aprendas a no
meterte en donde no te llaman.
Observé desesperada hacia la entrada del callejón, esperando…esperando que alguien apareciera
como en las películas, exigiendo con voz férrea que detuvieran todo en nombre
de la justicia.
Pero no, nadie apareció…
Sentí como si hubiese caído en un hueco inmenso, y todo alrededor
fuera completamente oscuro. Tuve un destello fugaz: la sensación de estar
resguardada en un lugar seguro, lejos de la invasión y el atentado. ¿Cuántas
chicas sufren estos ataques? ¿A qué nivel llega la desesperación, el horrible
sentimiento de vulnerabilidad…? Y deseé muchísimo que esta chica y cualquier
otra, estuviese en casa, protegida de la lluvia, de los golpes y las sonrisas con
intenciones maliciosas. También deseé lo mismo para mí: estar en casa, con
Joan, el abuelo y Petardo; tranquila, aislada de todo lo que parecía ser tan
espantoso.
¿Por qué estas personas parecen no ver? ¿Por qué no piensan en la
terrible consternación de aquella chica? ¿Por qué no pueden verla como un
igual?
¿Por qué nadie se pone en
su lugar?
Ladeé el rostro sobre la acera mojada; el corte que tenía en el
rostro me ardió. No podía hacer más, me había convertido en una víctima más
cuando pensé en ser salvadora: observé a la chica de rojo, tratando de
transmitirle algo de coraje, y fracasé doblemente, porque los ojos me vencieron
y rompí a llorar.
Perdóname, perdóname. Quise
ayudarte, ¡en serio quise hacerlo!
El aire me atravesó el pecho tan violentamente que me lastimó.
«Tal vez no existan los vampiros, Cachorra, pero existen seres
humanos que son mucho peores que cualquier bestia sobrenatural»
Corrompido, retorcido…
¿En eso nos hemos convertido?
Elevé la mirada y me choqué con el cielo infinito que lloraba. Por
favor, que alguien…
Debe haber alguien…
— ¡AYUDA! — alcancé a gritar antes de que la mujer me lanzara un violento golpe sobre la boca.
Ya está. No hay forma de
evitarlo.
Abuelo…
—
¿Ric? — La oí confundida: ¿qué pasa? ¿Va a golpearme más? —. ¡RIC,
CUIDADO!
¡BROM!
Abrí los ojos,
pasmada, porque el cuerpo del hombre que acosaba a la chica de rojo cayó
estrepitosamente a un par de metros en frente de mí, completamente
inconsciente.
—
¡¿Qué pasa hoy, eh?! — bramó
la mujer sobre mí —. ¿Acaso todo el mundo se las quiere dar de héroes? ¡Ric es
un maldito imbécil…! ¡Caer por el golpe de un niño! ¡Mátalo, Arrobia!
¿Qué…?
Intenté reincorporarme y entonces lo vi: él estaba ahí, observando fijamente al otro hombre que aún
permanecía de pie. La chica de rojo se alejó gateando y se refugió en el muro
de concreto, tratando de acomodar su vestido.
Él… él…
Alen Forgeso.
—
¿Quieres pelea, niño?— lo retó
el otro con sorna. Él se acercó con firmeza, vi que algo brilló en la mano del
sujeto…
— ¡NO! ¡CUIDADO! — chillé al comprenderlo. Pero mi voz no pudo hacer nada; la cubrió el estallido de la bala.
¡No!
El aire se congeló en mis pulmones. La chica de rojo soltó un
alarido que me horrorizó.
No…no podían haber hecho algo semejante. ¡No podían haberlo asesinado!
El hombre permanecía de pie, con una sonrisa totalmente absurda en
su rostro, observando el cuerpo de su víctima…que aún seguía de pie.
¡¿Qué…?!
—
¡¿Pero qué demon…?!
—
Así que usas armas no para
defenderte, sino para atacar a alguien vulnerable — resolvió sin inmutarse y me
asombró demasiado porque el hombre lo superaba en masa muscular, pero él, Alen
Forgeso, tranquilamente lo tomó por el cuello y lo obligó a permanecer inmóvil —.
Dime, Martin Arrobia, ¿qué clase de humano eres tú?
La mujer gritó, completamente aterrorizada ante la imagen de
alguien que acababa de ser baleado, pero sin siquiera una gota de sangre
manchando parte de su cuerpo. Yo misma había visto que el arma apuntaba a su frente,
¡y su rostro no tenía ni una sola marca!
Por un momento hasta pensé que me había desmayado y todo era una
alucinación.
—
Tienes una hija de diez
años — continuó imperturbable, y el sujeto empezó a ponerse morado. Las manos
se le movían frenéticamente, intentando aflojar la presión.
—
Yo…y-yo no…y-yo no iba a
to-carlas… — trató de decir.
—
No, claro que no, pero ¿te
gustaría ver a un sujeto planeando hacer con ella lo mismo que tu amigo iba a
hacer con estas chicas? — insistió tranquilamente —. O permíteme ser más
explícito: ¿contigo? ¿Te gustaría que te hicieran algo semejante a ti?
La mujer se me quitó de encima, con los ojos desorbitados.
Pude reincorporarme.
—
Vamos, responde — pidió
cortésmente. El sujeto abrió la boca, suplicando por aire —. No te escucho —
repitió. El hombre intentó hablar, pero su voz no acudía, estaba al borde de la
inconsciencia—. ¡QUE RESPONDAS! — exigió bruscamente.
El sujeto negó con la cabeza, con el poco aire que tenía, y su
cuerpo cayó desmayado después de que Alen Forgeso lo soltara, solo para girar
inmediatamente en dirección a la mujer.
Entonces pude apreciar sus
ojos.
Luz…
No…él no era el Alen Forgeso que recordaba. Sus ojos habían sido
reemplazados por unos de color violeta brillante; como dos faros de luz en su
rostro, brillando intensamente.
…alumbrando…
…iluminando…
—
Dios… Dios, ¡perdóname,
perdóname! — suplicó la mujer desesperada. Él la miró por unos segundos y
después desvió la mirada, como si no la hubiera escuchado, y se enfocó en la
chica de rojo que permanecía sobre el suelo, junto a mí, temblando
completamente empapada con los labios entreabiertos y la mirada perdida.
Estaba en shock.
—
Tranquila, ya pasó.
Se acercó, se arrodilló junto a ella y pegó su frente a la de él.
La mujer de la navaja se deslizó lentamente por uno de los costados, y después
corrió a toda velocidad lejos del callejón, huyendo desesperada.
—
Ya pasó…ya pasó…
Lo vi mover los labios rápidamente, diciendo palabras que no
llegué a escuchar, y la chica de rojo poco a poco fue cerrando los ojos.
Mientras lo hacía, los dedos de él pasaban con delicadeza por las piernas, los
brazos y cuello de ella; dejando un resplandor difuso en su recorrido.
Finalmente puso una mano sobre su cabeza, ella se sobresaltó ligeramente y
después soltó una gran bocanada de aire, aliviada.
—
Te han lastimado, pero
estarás bien — le susurró, y esbozó una sonrisa llena de amabilidad —. Por
cierto, Ben está contigo y te protege: su vínculo
es bastante fuerte. Me pidió que te dijera cuánto te quiere. — Y ella sonrió,
sin abrir los ojos.
La lluvia me había mojado por completo y sentía que me dolía cada
parte del cuerpo, pero antes de que pudiera ponerme de pie él apareció
arrodillado, en frente de mí, y me tomó por el rostro; sus manos se mantenían
cálidas a pesar del frío que hacía. También pegó su frente a la mía y clavó sus
ojos, violeta brillante, sobre los míos. Lo observé aturdida, y él entrecerró
la mirada con más determinación.
Creo que esperaba que cerrara los ojos, pero no podía: el violeta
eléctrico me tenía algo deslumbrada.
Igual que con la chica de rojo, llevó una de sus manos a mis brazos,
pero una descarga eléctrica me recorrió el cuerpo con demasiada fuerza. Me
encogí ante el roce y él se separó un par de centímetros, ligeramente
sorprendido.
La lluvia seguía empapándome a diferencia de él,
a quien las gotas parecían evitar. Iba a preguntarle qué fue todo eso, pero distinguí
a la chica rubia que vi en el museo apareciendo de la nada, a un par de pasos
detrás.
Me sonrió, muy divertida, y empezó a acercarse más, con sus pasos
sinuosos y silenciosos. Me asustó, me asustó muchísimo.
—
Cuidado…— traté de
advertirle, pero extrañamente no emití sonido alguno. Sus ojos violeta seguían
mirándome casi ingenuos, sin percatarse de la presencia nueva —. ¡Cuidado! —
repetí y no sonó nada. La chica aceleró el paso, peligrosa, y ya no aguanté —:
¡Cuidado! ¡CUIDAD…!
—
¡SISA!
—
¡Ah!
Abrí los ojos con
violencia: Loi y Etel me observaban, desconcertadas.
¿Qué…?
Me puse de pie, completamente alterada, y comprobé que aún estaba
en el museo, en la sala de espera para ser más exactas; con la ropa seca y el
estuche del violín reposando sobre el sofá en el que yo también estaba sentada.
Loi se acercó y me tomó por el brazo, preocupada:
—
¿Sisa? ¿Estás bien?
Pero… ¡pero…!
—
¡Te dije que no debías
despertarla gritando! — le reprochó a Etel que me miró con culpabilidad. No
comprendí nada, ¡absolutamente nada! —. Salimos y te encontramos dormida — me explicó
cuando volví a sentarme, aún aturdida.
¿Qué había sido eso…? ¿Un sueño? Pero…pero…
¡Pero yo no sueño! ¡Nunca lo he hecho!
Sentí un incómodo ardor en la mejilla, en el lugar en el que la
mujer me había hecho el corte. Me pasé la mano completamente asustada, pero no
tenía nada.
—
La tipa esa sí es la tal
Helena — inició Loi. Empezó a hablar sobre la mujer que había visto con su
hermano, repitiendo exactamente todo lo que, me parecía, ya había oído. Si no me equivoco en esta parte dirá que ya
se va a casa y se sentará en el…—. ¡Así que ya me voy a casa! Me sentaré en
el asiento del copiloto y esa tendrá que ir en el posterior. No me gusta la
cercanía con la que trata a mi hermano.
¿Qué…?
Todo estaba tornándose demasiado confuso. Loi me miró con
curiosidad:
—
¿Sisa? Oye, ¿en serio estás
bien? Pareces algo asustada.
¡¿Qué acaba de pasar?! ¡Nada…! ¡Nada tiene sentido! ¡Yo…yo estaba
en el callejón, hace apenas un segundo y él…él apareció, y la chica de rojo y…!
¡Y…!
—
Sí, sí…estoy…estoy bien —
balbuceé.
Intenté sonreír para sonar más segura porque parecía no creerme.
—
Bueno, nos vemos mañana. No
me extrañen mucho — se despidió. La vi acercarse al profesor Ademar y después
salió rumbo a las escaleras de mármol.
Todo…todo estaba pasando exactamente igual a como lo recordaba.
¡No pudo ser un sueño!
—
¡La exposición ha estado
estupenda! — inició Etel y si no me equivoco aquí venía todo acerca del
profesor Ademar, la beca y…
¡Alto! Antes debo pedirle disculpas por…
—
Discúlpame por haberme
soltado los moñ… — me detuve porque noté que aún llevaba los moñitos en la
cabeza.
¿Eh?
Recuerdo que ni bien terminé de hablar con él, salí del pasillo en el que se exhibía el cuadro de Romeo y
Julieta en el balcón y me solté el cabello, algo disgustada por verme tan
pequeña frente a la chica rubia despampanante que parecía ser su novia.
Entonces, si no me los solté, todo lo anterior ¿sí había sido un
sueño? ¿Salí, me senté y me quedé dormida? ¿Fue así?
—
¿Sisa?
—
Oh, lo siento. Te estaba
escuchando — me disculpé—. Me decías que si ordenas tus horarios puedes
inscribirte en la Escuela de Bellas Artes de Lirau, ¿verdad?
—
¿Eh? ¿Cómo lo sabes? — me
preguntó sorprendida—. Recién iba a decirte eso.
—
¿Ah? — ¿Qué está pasando? —. Bueno, es que…estaba…he… ¡he estado
averiguando acerca de eso también para comentártelo!
Dios, la cabeza me está doliendo a horrores.
—
¿No es grandioso, Sisa? La
vida es tan bonita cuando te das cuenta de que sí puedes hacer lo que quieres
con ella. Por cierto, Loi me comentó que... ¡Oh! ¡Oh! ¡Sisa! ¡Sisaaa!
Etel me sacudió entusiasmada, y nuevamente lo vi. La única diferencia fue que, en mi sueño, o lo que sea que
fuera, lo vi saliendo en camiseta; ahora, en cambio, traía una chaqueta negra y
andaba un poco encorvado.
—
¡Sisa! ¿Lo viste? ¡¿Lo
viste?! — Asentí aún más confusa —. Mmm, qué raro… ¿Le dolerá algo?
La miré, confundida.
—
Lo digo por lo encogido que
andaba. Así suele andar papá cuando le duele la espalda de tantas horas frente
a la computadora — agregó riendo un poco—. Pero bueno, ¡ay, qué guapo es! ¿No
te da ni un poquito de curiosidad saber cómo se llama?
—
Alen, se llama Alen
Forgeso, y tiene novia. — Mi boca se movía más por instinto que por otra cosa.
En este momento solo quería poner en claro mis pensamientos y no hablar de la
chica rubia que se supone había visto hace un rato, pero era casi como si mi
cuerpo no estuviera siguiendo mis órdenes.
—
¡¿Qué?! ¡¿Novia?!
Todo pasó exactamente como lo recordaba. Le conté a Etel todo acerca del incidente con la rubia y él. Me
preguntó si se lo podía contar a Loi y automáticamente le dije que sí,
nuevamente sin verdadera iniciativa. Era demasiado extraño: era como si hiciera
las cosas porque “debían suceder".
Me despedí, vi al autobús alejarse y repentinamente mi cuerpo dejó
de sentirse tenso. La cabeza se me alivianó y recién volví a sentirme dueña de
mí por completo.
Se supone que en esta parte voy a dar la caminata hasta encontrar
la iglesia…
…pero no creo que sea prudente tentar la suerte.
—
Me voy a casa.
Saqué mi celular y
comprobé que tenía muy poca batería. Exactamente para que se apagara en diez o
quince minutos más.
Giré rumbo a la
parada de autobús, cuando de repente distinguí un vestido rojo intenso.
»— ¡Ben! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!
Todos los sucesos
que había visto volvieron de golpe. Me vi sobre el piso; los hombres, la mujer,
aquella chica siendo lastimada y después…
Ojos violeta.
Estaba tan alterada
que cuando volteé y la vi cruzar rumbo a la calle por la que yo también había
llegado a la iglesia, me lancé en pos de ella a toda velocidad.
No, ¡no vayas!
—
¡Espera! — casi grité; sus enormes ojos me miraron confundidos—.
¿A dónde vas?
—
¿Disculpa? — inquirió
débilmente.
—
¡¿A dónde vas?!
—
Disculpa, creo que me estás
confundiendo con alguien más — me dijo de manera cortés y como giró, dispuesta
a irse, recurrí a lo único que tenía disponible:
—
¿Pasarás por la iglesia? —
solté desesperada. No fue muy ingenioso porque era obvio que cualquiera que
conociera Lirau sabía que por ahí había una iglesia. Pero tenía una carta más,
así que la jugué—: ¿Ben? Conoces a algún Ben, ¿verdad?
—
¿Qué…? — Ella me miró
sorprendida, y después parpadeó—: ¿Cómo…? ¿Cómo lo sabes?
—
Ben… ¡Ben está contigo! Su
vínculo contigo es fuerte — repetí torpemente lo que había oído de Alen Forgeso.
No tenía ningún sentido para mí, pero era lo único que se me ocurrió a modo de
respuesta.
La chica me miró, y ya no supe si estuvo bien o mal lo que dije
porque sus ojos se llenaron de lágrimas.
—
¿Quién eres? — me preguntó
alterada. Negué con la cabeza:
—
Eso no importa. Solo…solo
no vayas por allá, la iglesia está cerrada. ¡Ben está contigo y te protege! —
repetí, intentando sonar convincente.
—
Ben es mi padre. Así le
decía…— me dijo y sonrió con tristeza—. Falleció el año pasado.
¿Cómo…?
Sentí que el corazón se me encogió.
—
Yo…
—
Quería ir a orar…para
pedirle a Dios que lo tenga con él y…y no deje que lo olvide porque he tenido una
semana desastrosa. — Los sollozos me partieron el alma; pero después soltó una
carcajada, más animada—: ¿Eres un ángel? — me preguntó sonriendo
—
No, pero no es conveniente
que vayas por allá. Ve a casa o a cualquier lugar, pero no vayas para allá.
Asintió, se acercó y me tomó de la mano:
—
Dile a Ben que lo quiero
muchísimo y que voy a seguir intentándolo. Lo haré con más ganas ahora que sé
que sigue conmigo — Mis ojos también se llenaron de lágrimas ante la voz
cargada de anhelo; asentí para darle algo de tranquilidad. Entonces soltó una
risa, sumamente contenta y se giró, lejos, muy lejos de aquel callejón sin
salida.
Su padre…
»— Por cierto, Ben está
contigo y te protege. Su vínculo es bastante fuerte. Me pidió que te dijera
cuánto te quiere.
¿Quién es él? ¿Por qué sabía de Ben?
Volví a la parada de autobús. Y justo antes de que cruzara lo vi de nuevo: en la acera de en frente.
Me observaba fijamente, pero esta vez no había ningún vestigio de violeta
brillante en su mirada.
Un auto pasó a toda velocidad entre ambos. Cuando parpadeé, ya no había
rastro alguno. Casi como si nunca hubiera estado allí.
Nunca he soñado, sin embargo, lo que pasó hace rato ¿fue un sueño
de verdad?
Y ahora, no sé qué es lo más raro: si el haber soñado por primera
vez, o el haber visto algo que pudo ser “futuro”.
—
Tal vez fue pasado — me susurraron.
Giré violentamente, y no vi a nadie.
Excepto que por la otra esquina cabello rubio frisado flotaba,
alejándose lentamente.
¿Qué…?
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