NOCHE VII - Noches de insomnio
NOCHE VII
—
¿Sisa?
—
¡SISA!
¿Eh?
¡POM!
Auch, ¿qué fue eso?
Enfoqué la mirada: varios rostros aparecieron formando un círculo alrededor de mí
que, acabo de darme cuenta, estoy sobre el piso del gimnasio.
—
Daquel, ¿estás bien?
El rostro de la profesora de Educación Física también apareció:
—
La pelota te ha dado de
lleno en la cabeza. — Etel me ayudó a ponerme de pie; la coronilla me ardía
como nunca—. Tal vez debas ir a la enfermería…
—
¡Yo la llevaré! — reconocí
la voz de Tomas.
Etel lo golpeó con el codo y se ofreció en su lugar.
—
Oye, Bellota, esto ya es
grave— me reprendió rumbo a la dichosa enfermería. Nunca se me había pasado por
la cabeza que las pelotas de voleibol eran realmente duras —. Estás sumamente
distraída. Vamos, dime ¿qué tienes?
Fruncí los labios sin dejar de sobarme la parte vulnerada: « ¿qué
tengo?», mmm bueno, esa es una pregunta que yo misma me llevo haciendo desde el
miércoles y la respuesta es muy sencilla: creo que estoy volviéndome loca y
eso, obviamente, me asusta un poco.
Aún no estaba del todo segura de lo que había sucedido después de
salir del museo. O bueno, lo que sucedió “supuestamente” en mi sueño. Y si fue
un sueño, ¿cómo demonios reconocí situaciones antes de que sucedieran como toda
la charla con Loi y Etel? Además de incluir a una persona a la que no había
visto jamás: ¡la chica de rojo!
Aquel día llegué a casa sumamente confundida así que decidí hacer
lo mismo que la abuela Marlene hacía cuando sentía que pasaban cosas extrañas a
su alrededor: escribirlo. Escribí todo lo que recordaba sobre el extraño suceso,
y después me puse a analizar cada pasaje con cuidado. A eso de las doce de la
noche, cuando ya estaba cansada de romperme la cabeza con el asunto, resolví el
buscar mañana al causante de toda mi confusión mental: Alen Forgeso, y
preguntarle de manera directa qué era su amiga y qué era el mismo.
Sonaba descabellado, sí… Eso mismo pensé a la mañana siguiente,
cuando desperté.
Recuerdo que tomé la hoja con todo lo que había escrito y me
pareció tan ridículo que arrugué el papel sin contemplaciones. Era más que
obvio que había sido un sueño; el pensar siquiera en otra respuesta era de lo
más ilógico.
Es más, ahora que intento recordar mejor, sé que había una chica
en mi sueño, pero ya ni siquiera distingo su rostro, y tampoco estoy tan segura
de que hubiera estado vestida de rojo. Todos los pasajes me parecían
incoherentes y borrosos, a excepción de lo último: estaba casi segura de haber
oído a la tal Auriel decirme por la espalda algo de que “pudo ser pasado”. Así
que si me la volvía a encontrar, iba a preguntarle de frente a qué se refería
con eso para comprobar si estoy loca o sorda, o tal vez ambas cosas.
Lo más raro de todo era que estaba sintiendo lo mismo de aquella
vez en el bosque Izhi: que estaba olvidando eventos importantes. Ahora, por
ejemplo, cuando evoco aquel día, a mi mente solo viene el hecho de encontrarme
con Zara Lagares; y después me veo a mí misma en la playa, tocando el violín.
Él, Alen Forgeso, apareció un par de minutos después y creo que tuvimos una
breve charla sobre los gritos de las leyendas de Izhi. Sí… ¿verdad? Porque no
logro rememorar más.
Además, analizando mejor el asunto, si el suceso después de lo del museo hubiese sido real no me sentiría tan calmada como me siento con respecto a ello. Es decir, si esos dos hombres y la mujer me hubiesen atacado, creo que por lo menos me sentiría llena de temor ante la idea de salir. No es un pasaje que se supere inmediatamente. A menos, claro, que alguien tuviera el poder suficiente como para manejar mis emociones o algo así; y de paso para retroceder el tiempo. Cosa que sonaba completamente a película de ciencia ficción y le daba una invalidez completa.
Mmm, tal vez sí debería ir un chequeo médico o algo.
—
Ponte esto sobre la cabeza
— me dijo la enfermera y me pasó una bolsa con hielo. Se lo agradecí muchísimo
—. No ha sido nada. Dentro de un par de minutos creo que ya podrán regresar a
clase. — Nos sonrió y se fue para la otra habitación, en donde iba registrando
a los alumnos que se atendían.
—
Sisa…— me llamó Etel cuando
nos quedamos solas.
—
¿Mmm?
—
Oye… ¿es que acaso estás
así de distraída po-por...? — La miré con curiosidad por el balbuceo nervioso—.
Ok, ¿es que acaso te has deprimido por lo de la novia de aquel chico, Alen? — ¿Ah? — Sé… ¡Sé que Loi y yo te
repetíamos insistentemente que tendrían un maravilloso futuro juntos! — Elevé
una ceja, divertida—. ¡Que se escaparían en una motocicleta y que después
alguien se encargaría de escribir su historia como una de las más grandes
novelas de romance de los últimos tiempos! ¡Pero si al final él no es el
indicado, después llegará uno más apuesto, que valdrá la pena y…!
Etel me miraba tan apenada que comprobé lo que Loi me había dicho
una vez:
»— Ella es tan enamoradiza
que, si pudiera, su vida sería una novela romántica. Con tragedia y todo eso
incluido.
No pude evitarlo y rompí a reír con fuerza. La cabeza me dolió así
que me detuve:
—
No es eso, Etel — volteé la
bolsa de hielo sobre mi cabello —; es solo cansancio, y... también está lo de
Joan. Ya sabes...
Mi hermano partiría a Asiri pronto; Corín y Gisell serían las
únicas personas con las que estaría en casa, y eso me estaba desquiciando un
poco.
Y con respecto a Alen Forgeso. La verdad es que más allá de que se
me haya aparecido en un sueño de lo más raro, no me interesaba absolutamente
nada. Si tenía novia o no era algo que me tenía sin cuidado.
—
Me parece muy extraño que
la loca de Loi no haya venido a clases — comentó Tomas a la hora de salida.
—
Mmm, seguro mañana nos
cuenta — añadió Etel pensativa —. Acaba de enviarme un mensaje al celular
diciendo que mañana vayamos a buscarla a su ensayo.
—
Lo más probable es que la muy
malvada vaya a restregarme en la cara que ya le llegó el álbum de JOBEY — se
quejó él fastidiado.
Quedamos en encontrarnos mañana, sábado, en un centro comercial
conocido. Me despedí de ambos y más tarde ya estaba caminando rumbo a casa
porque no me sentía con ánimos de practicar con el violín.
—
Ya llegu… ¿mmm? — Cerré la
puerta desconcertada por tanto silencio. Dejé la mochila en mi habitación y en
el recorrido comprendí que no había nadie en casa.
Cuando volví al primer piso, Petardo se me acercó con la lengua
afuera y algunos rastros de croquetas en el hocico: supuse que había terminado
de almorzar hace poco. Seguramente Joan le dio de comer y después salió. O
Gisell, que para esta hora ya debió salir de la oficina; o Corín que volvió de
la escuela y también salió. Quién sabe.
Aproveché para llamarle al abuelo; me respondió muy contento. Le
conté de manera veloz la salida del miércoles y después me preguntó si estaba
bien.
—
¿Eh? Sí, abuelo, todo bien.
—
¿En serio, Cachorra? — Lo oí algo preocupado; le pregunté por qué—. Mmm, bueno, como te quedaste en silencio…
—
Lo que pasa es que no recordaba
bien qué hicimos ese día y…
—
¿Cómo? ¿Pero eso es posible, hija? ¡Tu cabeza es la de una
saludable chiquilla de diecisiete años!
—
Creo que es cansancio. Aún
no me acostumbro a mi nueva habitación, ya sabes. No, no pasa nada — le resté
importancia. Me pidió que intentara relajarme y dormir las tan recomendadas
ocho horas completas; charlamos un poco sobre Joan que ya estaría muy pronto
por allá, y después me despedí de él.
Ahora sí, en serio, realmente siento que estoy olvidando pasajes y
me da miedo decírselo al abuelo porque podría preocuparlo. Y si se lo cuento a
Joan tal vez solo consiga que posponga su viaje a Asiri, cosa que me alegraría
por un lado pero por el otro resultaría fastidioso, porque tiene que ir a hacer
todos los trámites de Admisión, así que mejor no.
—
¿Paseo? — le pregunté a
Petardo que ya había empezado a caminar alrededor de mí con esos andares de
“sácame a pasear o morderé todo lo que pueda”. De paso salía a despejar la
mente un poco.
Es odioso sentir que hay cosas que no recuerdas, y es aún más
odioso el pensar que los eventos que estoy olvidando han pasado esta misma
semana, así que ni siquiera tengo como excusa el “tiempo” para mi falta de
memoria.
Tal vez podría contárselo a Loi, o a Etel; y tal vez incluir
también lo del extraño “sueño” que tuve en el muse...
¡WARF!
Salí de mi letargo ante el ladrido de Petardo y sus movimientos
frenéticos.
¡Ay, no!
—
Petardo, ¡Petardo, no! —
mascullé intentando detener su avance—. ¡Petardo!
Ya, ok, esto es una especie de conspiración en mi contra o algo
así. Quería evitar a toda costa cualquier cosa que se relacionara con el
extraño de Alen Forgeso, pero si lo
primero que hace mi perro es soltarse la correa y lanzarse rumbo a su casa, no
me quedan muchas opciones para hacerlo.
Troté un poco en lo que seguía la curva, rogando que no hubiera
nadie afuera. Para mi buena suerte solo estaba la pequeñita que vi la vez
pasada, abrazando el peludo cuello de Petardo mientras él meneaba la cola, muy contento.
—
Parece que le caes muy bien
— comenté al llegar. Ella abrió los ojos y de un salto se puso frente a mí, con
una enorme sonrisa. El vestidito color marfil y las onditas de su cabello me
enternecieron.
No pude evitarlo y me agaché para saludarla como correspondía:
—
Naina, ¿verdad? — le
pregunté y ella asintió con energía.
En la acera había un set de juguete de artículos para el cabello
(horquillas, ligas, peines, cepillos; e inclusive una simpática secadora de
cabello color rosa). Probablemente estaba jugando a la peluquerí…
—
Solo encontré esto — oí por
detrás y automáticamente el cuerpo se me puso rígido.
Alen Forgeso acababa de salir de la casa y llevaba en una mano
algo que parecía ser una botella que botaba agua a chorros por presión:
—
¿Esto está bien? — le
preguntó a Naina que asintió ávidamente. Deduje que la sesión de peluquería lo
había involucrado a él también, ya que traía algunos mechones sujetos por una
horquilla para el cabello en la parte frontal.
No iba a reírme, lo juro. Pero se me escapó la risa tonta ante la
imagen: parecía que tenía una pequeña palmera sobre la cabeza.
Él elevó una ceja con humor y después se sentó sobre la acera:
—
Oh, así que ya tiene más
clientes — comentó al verme —. Bueno, pero primero termine conmigo o me iré muy
insatisfecho con el servicio — añadió fingiendo un tono de voz sofisticado.
Naina asintió, pero antes de que iniciara me tomó de la muñeca y
me jaló hacia él, al que también obligó a ponerse de pie otra vez.
Nos señaló el uno al otro, insistentemente.
—
¿Mmm? ¿Quieres que nos
presentemos? — sugirió él y ella lanzó una palmadita—. Pero ya nos conocemos,
¿verdad?
—
Eh, sí — respondí
vacilante.
Naina frunció el ceño y lo jaló por el brazo impetuosamente.
— Ah, claro, pero tú no la conoces — reflexionó —. Naina, Bellota… — inició con una sonrisita.
La pequeña me miró con curiosidad; automáticamente cerré un puño:
—
No me llamo Bellota —
protesté.
Naina lo miró con mala cara.
—
De acuerdo, de acuerdo, no
se llama Bellota — concedió—, pero es un apodo muy adorable, ¿no crees? — Bien,
no sé si es el clima o algo pero las mejillas me están ardiendo con violencia.
Naina lo pensó un tanto y después asintió, convencida—. Su nombre es Sisa
Daquel, ¿verdad?
Asentí, algo sorprendida por el recuerdo de mi nombre al completo.
Me sonrió satisfecho y se sentó nuevamente en la acera.
—
¿Ahora sí puede terminar
conmigo, mi estimada señorita? Tengo una reunión urgente y quiero verme
presentable. — Naina asintió con gesto elegante, se puso detrás de él
velozmente y fingió cortarle el cabello con unas tijeras de juguete.
Me quedé en silencio, observándolo mientras Petardo le lamía las
manos y Naina jugueteaba con su cabello. Algo de viento cruzó y despeinó con
suavidad la cómica palmera que tenía en la cabeza. Lo vi sonreír como si
disfrutara del solo contacto con el aire y no pude evitar traer a mi mente el
recuerdo de él bajo la lluvia, nada empapado y con los ojos violeta brillante.
¿Por qué tuve ese sueño tan
extraño?
Alen Forgeso elevó la mirada exactamente después de que pensé
aquello, casi como si me hubiese oído “pensarlo”. Parpadeé nerviosa y volví a
sentirme algo extraña en medio de tantas cosas que no podía ordenar bien en la
cabeza.
Tomé la correa de Petardo y decidí emprender el retorno a casa
para poder hablar más tranquila con mi alborotada mente.
¿Por qué pienso tanto en este chico? Además, sé que es estúpido,
¿sí?, pero la charla inusual que habíamos tenido con su amiguita Auriel, Ariel,
Gabriel, como fuera, me había dejado algo confundida…
«Mentira, fue el beso»
...así que ya no quería saber más ni de él ni de ella.
Y también estaba, aunque algo borroso, aquel sueño extraño en
donde sus ojos miel eran color violet…
—
Espera — oí la voz
armoniosa en medio de mi confusión mental. ¡Alto!
¡Estaba pensando en…!—: Eres su próximo cliente, no puedes irte. Además,
prometiste dejarla jugar con tu perro…
¿Qué…?
¡Aquí viene! Nuevamente la sensación de olvido.
¡No, no, no!
Me resistí de una manera increíble, pero casi todos los hilos que
estaba uniendo empezaron a dispersarse.
—
...y Naina no lo ha visto
desde la semana pasada, ¿verdad? — concluyó; ella negó algo entristecida.
Parpadeé, intentando recuperarme del reciente ataque mental.
—
¿Estás bien? — volví a oír;
lo miré aturdida.
¿En…? ¿En qué estaba pensando?
Estoy tan confundida que hasta me estoy planteando la idea de que
él puede manejar mis pensamientos a su antoj...
Pensamientos ¿qué…?
Alto…acabo de volver a olvidar lo último.
—
Sí, es solo que…estaba
pensando en algo más y bueno… — me excusé.
—
¿Puedo preguntar “en qué”? —
me insistió él.
—
Ehh, la verdad es que acabo
de olvidarlo — confesé con sinceridad y me sonrió jovial:
—
Cuando uno olvida cosas es
porque no son importantes.
Iba a decirle que no siempre es así pero me interrumpió un sonido
estridente: una motocicleta se acercaba por el lado izquierdo a una velocidad
temeraria.
—
Ahora no — lo oí mascullar de
mala gana. Me desconcertó el tono cargado de fastidio.
La motocicleta se detuvo con brusquedad a un par de metros en
frente de nosotros; y cuando estaba por preguntar qué sucedía, el conductor se
bajó con agilidad y se quitó el casco para después agitar suavemente la cabeza.
Casi hasta evoqué el comercial de una conocida marca de champú.
La verdad no fue necesario tanto meneo porque tenía el cabello
rubio sumamente corto.
Oí un golpe sordo al lado: Naina había soltado las tijeras de
plástico y ahora corría en dirección al rubio de comercial que sonrió
enormemente y la tomó entre sus brazos para dar un par de vueltas con ella.
—
¡Alen! — exclamó sonriente
cuando se acercó a nosotros —. Acabo de ver a Copo de nieve y al escuadrón; me
han dado la reprimenda del año por la moto, pero les he dicho que sé manejarla
así que no voy a sufrir ningún accidente. — Bueeeno, por la manera en la que
frena yo lo pensaría dos veces—. Y… ¿eh? — Nos observó, sumamente asombrado
(sus ojos eran de un azul clarísimo, casi celeste), y después rompió a reír—:
¡Pero qué guapo te ves con esa simpática palmera en la cabeza!
—
¿Has venido solo a decir
idioteces? — le preguntó cansinamente.
—
¡¿Hethos me ha enviado un
mensaje para ti, y me recibes de esta forma?!—exclamó en tono dramático—. Cualquiera
pensaría que no me amas...
—
No lo hago.
—
¡...como el mejor amigo que
siempre te he profesado ser!
—
¿Dijiste que Hethos te ha
enviado un mensaje para mí? — Ignorado olímpicamente. El recién llegado abrió
la boca, ofendido, pero antes de que pudiera decir algo más se dio cuenta de mi
presencia.
—
Eh…hola… — dije para no
parecer descortés.
Me miró fijamente, casi con sospecha. Fue inevitable no evocar la
imagen de Loi cuando la conocí en la entrada de la escuela.
Petardo se entretenía siguiendo una mariposa en los arbustos de en
frente. Naina aprovechó para acercarse y jugar con él.
Empecé a ponerme rígida ante la penetrante observación del chico
rubio, pero de un momento a otro sus ojos se abrieron de par en par:
—
¡¿Es en serio?! — soltó animado
—. ¿Así que me ausento un par de días y por fin le das una oportunidad a eso
llamado "socializar"? Y encima has empezado con los seres más
fascinantes del universo: las chicas. ¡Aplaudo eso!
—
Deja de decir tantas
tonterí...
—
¡Hola! Soy Tarek Rye — se
presentó velozmente con una enorme sonrisa —.
¿Y tú eres…?
—
Bellota — lanzó Alen indiferente
antes de que pudiera responder.
Lo miré con mala cara solo para obtener una risa burlona.
—
Soy Sisa Daquel — aclaré.
—
¿Sisa? Qué bonito nombre. —
Los ojos azules me miraron entusiasmados—. Y dime, Sisa, ¿cuántos años tienes?
—
Diecisiete.
—
¿Diecisiete? ¡Hermano, pero
qué robacunas me has resultado! — exclamó divertido.
Alen torció el gesto aburrido:
—
¿Por qué tengo la ligera
impresión de que esa boca tuya solo se abre para decir tonterías?
—
¿Pues cuántos años tienen
ustedes? — indagué con curiosidad.
— ¿Nosotros? Bueno, la verdad es que vamos por ahí — me respondió Tarek cabeceando de lado. Alen soltó una leve risa, como si estuvieran hablando en código, y automáticamente se me frunció el ceño: me están tomando el pelo —. Dieciocho, ¿verdad?
—
Así es, dieciocho años —
confirmó Alen, con un inusual suspiro.
—
¿Y por qué lo de
"robacunas"? Solo es un año de diferencia — tercié.
—
Créeme, definitivamente soy
muchísimo mayor que tú.
—
¿Qué…? — Lo miré indignada
por el tonito arrogante—: ¡Pues para tu información, si estás hablando del lado
psicológico o emocional, no puedes decir con certeza si soy menor o mayor
porque ni siquiera me conoc...!
—
Soy mayor, Bellota. Así de
sencillo — replicó tranquilo.
—
¡Pero…!
—
Mayor, muuuucho mayor — me
lanzó en tono juguetón.
¡Pero qué imbécil!
—
Ya, ya, basta de peleas.
¿De dónde se conocen? De la universidad no creo porque ya te hubiera visto — me
dijo Tarek.
—
Somos vecinos — le respondí
aún algo tocada por lo de "mucho mayor".
—
¿Eh? ¿Vecinos? — repitió y
sus ojos azules se vieron enormes—. Entonces vives por el campus universitario.
—
¿Qué? ¿Es que acaso tú no
vives aquí? — le pregunté extrañada.
Alen parpadeó con suma tranquilidad y negó con la cabeza:
—
Vivo por el centro de la
ciudad, con él — me explicó señalando a Tarek. No pude contenerme y le pregunté
directamente entonces qué rayos hacía aquí—. Vaya, no sabía que tenía que
rendir cuentas por la casa de mis padres, pero bueno…
¿Eh…?
Claro, si analizo el asunto, si bien las madrugadas en las que lo
veía caminar eran seguidas, no es como si lo haya estado viendo a diario por
las mañanas o las tardes.
Viene a visitar a sus papás.
—
Las clases en la
Universidad Principal de Lirau empezarán en dos semanas, pero ya nos hemos
mudado desde febrero, ¿verdad, Alen?
Asintió y entonces poco a poco empecé a trazar borradores en mi
cabeza.
—
Entonces… ¿por qué vuelves
a las tres de la mañana a la casa de tus padres? — me atreví a preguntar.
Tarek elevó las cejas y soltó
un silbido, impresionado:
—
¡Pero qué observadora eres,
Sisa! Quiero ver cómo explicas eso — le dijo con humor; Alen torció el gesto y
lo golpeó sobre la cabeza—. ¡Ouch!
—
Si vuelvo a la casa de mis
padres a las tres de la mañana o a las cinco de la tarde no tendría por qué
explicártelo — me respondió mordazmente—: ¿La pregunta no debería ser “qué hace
una bellota siguiéndome los pasos hasta tan tarde"?
—
¡Yo no te sigo nada! —
exclamé acalorada—. ¡Y no soy una bellota!
—
No le hagas caso, Sisa— le
restó importancia Tarek—. Suele ser de los idiotas a la hora de socializar. Por
cierto, es obvio que lo oyes seguido, pero no puedo evitar decirte cuán bonitos
tienes los ojos.
—
¿Eh? Gra-gracias. Aunque a
mí me parece que los tuyos son los bonitos.
—
No, no, mis ojos son
comunes, pero los tuyos…mmm, no creo que exista una palabra para definir el
color. ¿Alen? — lo llamó.
—
No son verdes, tampoco
pardos…parecen grises, pero tienen un brillo particular. — Se acercó y se
inclinó para quedar a mi altura y verme a los ojos. No te pongas nerviosa, no te pongas
nerviosa —. ¡Vaya, tienes razón, Tarek! — le dijo sin dejar de observarme
—. Tienes unos ojos hermosos, Bellota.
—
N-no me llamo…Bellota —
repetí, tratando de no deslumbrarme por los suyos.
Era casi como ver directamente al sol sin lastimarse los ojos.
—
¿Están adentro? — preguntó
Tarek.
Alen se enderezó.
—
Marissa está revisando unos
diseños en su estudio, y Santiago aún no regresa del trabajo.
—
Oye, ¿qué te cuesta hacer
un pequeño esfuerzo y llamarlos “papá y mam…”? Ok, ok, no es mi asunto — se
interrumpió a sí mismo ante la mirada seria que recibió—. Bueno, pasaré a
saludarla. Y después vuelvo a darte el recado de Hethos. ¿Vamos adentro,
hermosa? No veo a tu guapa madre desde hace tiempo y quisiera saludarla. De
paso le vuelvo a preguntar si podemos casarnos cuando seas más grande. — Naina
soltó una risita y asintió—. Fue un placer conocerte, Bellota — me dijo con una
sonrisa enorme. Alen soltó una carcajada cuando me vio fruncir el ceño —. Oh, es un apodo de lo más adorable así que no
reniegues de él. Por cierto, te traje esto, amigo ingrato. — Y sacó del
bolsillo interior de su chaqueta una larga barra de chocolate.
Alen abrió los ojos (me dio la impresión de que le gustaban mucho
por la ligera emoción en ellos), y lo atrapó en el aire cuando Tarek se lo
lanzó antes de tomar a Naina de la mano y llevársela adentro.
—
Eres algo complicado,
¿verdad? — le comenté cuando nos quedamos solos.
—
¿Lo dices por el asunto de
mis padres? — me preguntó amablemente, sin dejar de inspeccionar su barra de
chocolate con detenimiento.
Me sentía algo disgustada porque parecían ser buenas personas y no
merecían ese trato.
—
No te voy a decir que no
pienses mal de mí. Adelante, hazlo si quieres. No puedo darte más
explicaciones. — Y volvió a sentarse sobre la acera para tomar la horquilla y quitársela:
el cabello le cayó desordenado; la sonrisa parecía de resignación—. Hay cosas
que son demasiado difíciles de explicar y las palabras insuficientes. El
lenguaje es infinito, pero al mismo tiempo a veces resulta algo restrictivo.
Volví a perderme en el juego de palabras. Soltó un suspiro y después
se quedó observando el cielo. Por inercia volteé a ver en la misma dirección y
me encontré con la luna, dejándose ver a pesar de que aún fuera de día.
Solté un fuerte silbido y Petardo volvió a mí.
—
Ya me voy. Adiós — me
despedí.
—
Adiós, Sisa. — Y me sonrió.
Qué estupidez esto de sentir que algo dentro del pecho se te infla
solo por escuchar que alguien en particular dice tu nombre.
« ¡Bellota tonta!»
Sí, ya lo sé.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
Sí, sí, sí, mi amor, ¡estás
preciosa! Una más, ¡una más!
¡Flash!
Ok, esta, si no me equivoco, es la décima foto que Gisell le ha sacado a Corín. Pero bueno, no puedo
reprochárselo porque ella realmente está muy guapa con su vestido blanco sin
mangas y sus tacones plateados.
Cuando regresé de la escuela no encontré a ninguna de las dos en
casa porque habían salido de compras. Un vestido para Corín que tenía la fiesta
de cumpleaños de uno de sus nuevos amigos, y otro para Gisell que tenía la
fiesta de bienvenida en la empresa de diseño de interiores para la que
trabajaba.
Y ahora, exactamente a las nueve y cuarenta y cinco de la noche,
Joan y yo estábamos en la sala presenciando la sesión fotográfica de Corín
dirigida por Gisell que repetía, muy entusiasmada, que su pequeñita estaba
creciendo.
—
Ya, mamá, no me beses. Me
estropearás el maquillaje — le dijo después del último beso en la frente.
—
¿Estás segura de que no
quieres que yo te lleve? Dije que no llevaría el auto, pero puedo pedirle al
conductor del taxi que primero pasemos por la casa de tu amiguito.
—
Se llama Esteban, y ¡no!,
gracias, mamá. Llegarás tarde a tu reunión, así que no te preocupes.
—
Bellota, ¿qué dices?
Pasamos por unas hamburguesas antes de sentarnos a ver "tu" película
— me preguntó Joan. Mis dedos se cerraron en torno a su hombro más cercano —.
¡Ay ay ay ay, ayyy! ¡Ya, ya, no es “tu” película!
Habíamos quedado en ver El Exorcista; recordé a la niña
protagonista y cómo de maltrecha terminaba, ¡y definitivamente no era amable de
su parte decir algo así!
—
Pero tú si me llevarás,
¿verdad, Joan? — pidió Corín de la nada y ambos volteamos a verla—. Es que
tengo que pasar por la casa de una amiga para recogerla. Solo de ida y...
Gisell había subido a retocarse el maquillaje.
—
¿Yo? — repitió mi hermano,
Corín asintió con una sonrisa.
Ah, ya sé lo que está
pasando: probablemente le ha prometido a sus amigas presentarles a Joan. No por
nada había vivido lo mismo con Loi, Etel, y la mayoría de amigas que tuve en
primaria y secundaria.
Es el precio que cargamos las que tenemos en casa a ese espécimen
llamado “hermano mayor popular”.
—
Ok, yo te llevo. Deja que
traiga mi chaqueta y la de Bellota para salir...
—
Espera, en ningún momento
la mencioné a ella — terció Corín con mala cara.
«Tiene razón: no lo hizo», pensé con humor.
—
Bueno, entonces puedes irte
con mamá.
—
¡Joan! ¡Eres mi hermano
mayor! ¡Supuestamente es tu deber, ¿no?!
—
¿Y eso qué? —replicó—. Tú
eres mi hermanita menor y tu deber es ser adorable, pero no veo progresos.
Iba a decirle que fuera por las hamburguesas él solo, pero Corín
frunció los labios y aceptó a regañadientes.
—
¿Por qué la torturas de esa
manera? — le pregunté divertida mientras sacábamos el auto de la cochera—. Ya
sabes que no me incomoda que me quiera lejos de sus amigos.
—
Puede que a ti no te
incomode, pero a mí sí. — Me acomodé en el asiento posterior—. Voy a dejarte en
unos de días con ese par; quiero que por lo menos aprendan a ser más amables
contigo, Bellota.
Joan encendió el motor, Corín se instaló a su lado y emprendimos
la marcha. Algo de veinte minutos después llegamos a una casa en la que nos
esperaban tres chicas más, igual de relucientes. Tuve que cambiarme de asiento
para que las cuatro entraran en el posterior mientras gritaban entusiasmadas
después de que Joan encendiera la radio.
—
¡Es una de las nuevas de
JOBEY! — chillaron.
Vaya, realmente el tal JOBEY es muy conocido: ¿es que acaso yo he
vivido bajo una piedra o qué?
—
Esa es de las buenas
—comentó mi hermano y empezó a cantarla. Las amigas de Corín soltaron varios
grititos, emocionadas.
Joan me lanzó una sonrisita, evidentemente satisfecho con la
reacción.
—
Presumido— le dije moviendo
los labios y rompió a reír.
—
Aquí, ¡es aquí! — anunció
una de las chicas quince minutos después.
Nos detuvimos frente a una casa de la que salía música estridente,
y varios chicos conversaban en el césped de la entrada.
—
Ok, Co-co, te daré las
reglas — le dijo Joan antes de que bajara del auto con las demás —. Son algo de
las diez así que vendré por ti a las once.
—
¡¿Qué?! — gritó Corín
pasmada.
—
Jajajaja, casi te mueres. —
Ambas lo golpeamos—. ¡Auch, ya! Era una
broma. Bien, Co-co, tu toque de queda se expande hasta las dos de la mañana —
Corín lanzó un chillido, agradecida—, pero si quieres irte antes solo me das
una marcada y estaré aquí, ¿de acuerdo?
—
¡De acuerdo! ¡Gracias,
gracias, gracias! ¡Eres el mejor, Joan!
Y lo llenó de besos desde el asiento posterior.
—
Por cierto, ¡nada de bebida
ni cigarrillos! ¿entendido? Así tu grupo de amigos te presione o no sé qué
excusas baratas más. — Corín asintió sin chistar—. Ok, cuídate, Coquito.
¿Hamburguesas y litros de helado, Bellota? — me preguntó cuando nos quedamos
solos en el auto.
Iba a decirle que sí, pero su celular sonó.
—
¿Bueno? ¿Paul? ¡Caray,
hermano, todos los chicos están que te buscan…!
Estaba sacándome el suéter porque aquí adentro hacía algo de
calor, cuando de repente noté un brillo plateado en el asiento posterior.
La cartera.
—
Corín olvidó su bolso… y el
celular está aquí — apunté al abrirlo. Joan me dijo que él se lo llevaría, pero
como parecía que su charla con el tal Paul tenía para rato, no tuve más remedio
que llevársela yo misma.
Bajé del coche, crucé todo el camino hasta la entrada y cuando
toqué la puerta nadie se molestó en abrir. Tomé el picaporte y decidí entrar a
buscarla de una buena vez: un ambiente un tanto brumoso me recibió, olía a humo
de cigarrillo y la música sonaba con fuerza.
Ok, parece que los padres del cumpleañero no están en casa.
—
¿Y ahora en dónde está?
A lo lejos distinguí una luz amarilla en medio de todos los chicos
que bailaban. Me acerqué raudamente, atravesé a la enorme masa de gente y
comprobé que se trataba de la cocina.
¡Por Dios, no pensé que cupieran tantas personas en esta casa!
Giré, dispuesta a volver a sumergirme en el mar humano y encontrar
a Corín, pero retrocedí espantada porque un chico apareció en frente de mí de
la nada.
—
¡Ah, cielos! ¿Te asusté?
—
Un poco — le respondí
observando alrededor por si acaso.
—
Ehh, disculpa, ¿te conozco?
—
Mmm, no creo — dije de
manera escueta. Quería encontrar a Corín para salir de una buena vez pero el
chico me cerró el paso y me ofreció un vaso con lo que parecía ser jugo de
naranja. Lo acepté por cortesía, pero al acercarlo a mi rostro sentí el aroma
penetrante del vodka.
No, gracias. De entre todas las bebidas, el vodka es al que menos
estima le tengo. Recuerdo que tenía quince años cuando bebí por primera vez y
al día siguiente solo quería arrancarme la cabeza por la resaca.
—
¿Puedo saber tu nombre?
Tienes unos ojos matadores, encanto. — ¿Ah?
Ok, no me reiré por el tono seductor: Joan debe estar esperándome.
—
Ehh, estoy buscando a Corín
Maleri, ¿la conoces?
—
Oh, hablas de Male. Sí, la
conozco.
—
¿Sabes por dónde puede...?
—
¿Qué-haces-aquí? — oí detrás
de mí. Giré y me encontré a Corín mirándome ceñuda.
Bueno, hagámoslo rápido para evitar peleas.
—
Olvidaste tu bolso. Tu
celular está ahí — expliqué velozmente, se lo entregué y me despedí. Me sumergí
en la piscina humana nuevamente y salí de la fiesta. Joan me preguntó por la
demora, me contó algo sobre su amigo Paul y una huida de casa mal planeada, y
después fuimos por esas hamburguesas
Dos horas después se me contrajo el estómago al ver el espectáculo
de la televisión. No entiendo muy bien en dónde está el punto terrorífico de
ver a una niña devolver todo lo que parecía ser un desayuno no muy apetecible.
—
¡Oh, por Dios, Bellota!— exclamó mi hermano—.
¡Es una de tus actuaciones mejor logradas!
—
¡Joan, una más y…! —
advertí en medio de sus carcajadas. No sé si sea yo porque estoy en compañía de
alguien al que le gusta bromear mucho con el asunto, o esta película en
realidad no da nada de miedo.
Los créditos aparecieron en la pantalla; le dije a Joan que lo
acompañaría a recoger a Corín para que no condujera solo hasta allá, pero
aprovechando que aún faltaba como que media hora me enrollé sobre el sofá con
una de las mantas que habíamos traído y terminé recostada como un rollito de
canela.
Un par de minutos después abrí los ojos violentamente porque oí la
cerradura de la puerta ceder, y cuando me puse de pie algo adormilada me
encontré a Corín entrando muy emocionada a la casa junto a Joan.
—
¿En qué momento pasó esto?
— pregunté confundida—. Si solo he dormido…
Ah, bien, según el reloj de la pared he dormido aproximadamente
cuarenta minutos.
Corín pasó junto a mí: estaba descalza y llevaba los zapatos en
una mano. Se notaba a leguas que se había divertido mucho.
—
¡Hola! — me saludó con
energía: ¿Eh, qué pasó aquí? ¿Es ella?—. ¿Mamá ya volvió?
—
Mamá volverá por la mañana,
Co-co — le respondió Joan.
—
Ah, sí. Bueno, ya me voy a
dormir — nos dijo con voz risueña y pasó a las escaleras.
—
¿Ha bebido? — le pregunté
divertida a Joan.
—
No, ya lo verifiqué. Eso
sí, parece que la ha pasado estupendo. Ha venido hablando de un tal Esteban
durante todo el recorrido. — Recogí mi manta y yo también me fui a mi
habitación.
Cerré la puerta tras de mí después de decirle buenas noches a
Joan, y me quedé parada observando mi ventana. Según el reloj del pasillo ya
van a dar las tres de la mañana.
Lo pensé un tanto y después de vacilar entre “sí-s” y “no-s”, me
acerqué suavemente a la ventana: no había nadie en la calle.
Me quedé en silencio, solo escuchando a Corín tararear en su
habitación, y entonces las abrí de un solo golpe: el viento frío me erizó la
piel de los brazos.
—
No vive aquí; tal vez esté
durmiendo tranquilo en… bueno, en donde sea que viva con su amigo Tarek.
Creo que yo también debería salir a divertirme, como Corín. Así
por lo menos tendría la mente más ocupada y dejaría de pensar en Alen Forgeso y
su extraña manera de ver la vida.
»— Hay cosas que son
demasiado difíciles de explicar y las palabras insuficientes. El lenguaje es
infinito, pero al mismo tiempo a veces resulta algo restrictivo.
Lenguaje restrictivo…
Bueno, en algo tiene razón, ¿no? Recuerdo que el año pasado vimos
a un pensador en la clase de Filosofía que repetía lo mismo: el lenguaje tiene
una cantidad increíble de maneras de enlazarse, de crear nuevos “lenguajes”;
pero a la vez no puede permitirnos hablar por completo de cosas más extensas
como el universo y demás. Después de todo, el lenguaje es un invento humano, y
los “humanos” no podemos explicarlo tod…
» No vas a dejarme, ¿verdad?
A pesar de que los años pasen.
» Ya te he dicho que no lo
haré.
» ¡Júramelo!
» Sabes que si tuviera algo
por lo que jurar, lo haría.
» Entonces jura por mí.
» ¿Por ti?
» Sí...porque soy lo que
más quieres en la vida…
¿Qué…?
¿Qué había sido eso? Claramente había tenido una imagen mental con
voces incluidas. Eran dos personas ¿charlando en un bosque? Atardecía, porque
todo se veía como de tonos sepia. También había una niña...no, una chica...como
de la edad de Corín, ¿vestida de blanco?
Tomé una gran bocanada de aire: ¿qué está sucediendo? Es demasiado
extraño tener pasajes borrosos a modo de recuerd…
» Entonces te lo juro…Albania.
¿Albania? ¿Acaso conozco a alguien que se llame
así?
No, claro que no.
—
Basta, Sisa, tienes que descansar.
Y cerré la ventana con fuerza.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡No sé por qué he aceptado
venir! — se quejó Tomas mientras caminábamos rumbo al estudio de ballet en el
que practicaba Loi—. Tengo práctica de tenis a las cinco y media, y seguramente
esa mala mujer solo va a mostrarme su disco y a decirme cuán genial es cada
canción. ¡¿Por qué me inflige este dolorrrrr?!
—
La que va a infligirte más
dolor voy a ser yo si no te callas — lo amenazó Etel mientras entrábamos a un
edificio enorme.
Dejamos nuestros carnets de la escuela a cambio de unas credenciales
de “visitantes” en el recibidor, y avanzamos al ascensor.
—
¿Qué es esto? — pregunté
con curiosidad.
—
Es uno de los edificios
donde se dictan los talleres del Museo Principal de Lirau, Bellota. Desde que
conozco a Loi siempre la he visto metida aquí. Si muere probablemente su alma
penará acá de tanto que ha estado por estos lares — me respondió Etel riendo.
Bajamos en el cuarto piso; varias chicas salían de un salón que
tenía una enorme pared de cristal en frente y espejos a modo de muros
interiores. No fue hasta que llegamos que pude ver a Loi apareciendo por el
otro pasillo de manera distraída. Llevaba el cabello mojado y una mochila sobre
un hombro:
—
¡Loi! — la llamó Etel.
Ella elevó la mirada y sus ojos se iluminaron. Me pregunté por qué
motiv...
—
¡Sisa! — gritó y
prácticamente sentí su cuerpo colisionar contra el mío.
¡POM!
¡Ouch! No sé cómo interpretar este gesto.
—
¿Qué pasó? —le pregunté con
voz ahogada en medio de su estrangulador abrazo.
—
¡No sabes cuánto te debo!
¡Gracias, gracias, gracias! — ¿Eh?
—
Hueles a miel — le comentó
Tomas después de que me soltara y lo saludara a él y a Etel.
—
Oh, sí, es que acabo de
tomar una ducha. No hubieran querido encontrarme con todos los litros de sudor
del ensayo. Por otro lado: ¡Sisa, has hecho posible que me renueve emocional y físicamente!
¡Y que me llene de nuevos motivos por los que seguir esforzándome!
Me pregunté en qué momento pude haberle dado la charla de "renovación
y cómo cambiar tu vida" por la que tan agradecida se sentía y que yo no
recordaba; pero soltó una risa emocionada, y ya con eso no pude evitar mirarla
con algo de miedo.
Etel comprendió mi gesto:
—
Sí, Bellota, parece que ya
la perdimos — me dijo en tono dramático.
—
¡No estoy loca! —reclamó
Loi—. Lo que pasa es que mi audición para Gaib Art...
"Qué pasaba con su audición" es algo que no supimos
porque Inés, la profesora de ballet con mirada de basilisco, apareció por la
puerta del estudio de la pared de cristal, y su voz resonó con firmeza:
—
Marion, ven aquí. ¡No he
terminado contigo! — Miré hacia todos lados, buscando a la tal Marion, y
entonces Loi se dirigió a ella con seguridad:
—
Mi ensayo de hoy termina a
las cinco, así que mi charla contigo también. Y te advierto que si vas a
insistir con lo mismo, solo estás perdiendo tu tiempo.
¿Marion?
—
Es su segundo nombre — me aclaró
Etel en voz bajita.
—
¡¿Es que acaso estás loca?!
— La profesora Inés se acercó a nosotros e instintivamente Tomas retrocedió un
tanto. Etel nos tomó a ambos de la mano y nos jaló a unos cuantos centímetros
lejos, como para darles privacidad.
Pero aun así podíamos escucharlas:
—
Se lo diré a Gustav, ¡a él
no va a gustarle nada esta decisión!
—
Papá va a apoyarme porque
sabe que las decisiones para mi audición me corresponden solo a mí — respondió
Loi repleta de firmeza—. Después de todo la que postula soy yo.
—
Marion, hemos venido
ensayando la maldita coreografía inclusive desde antes de enviar el video para
la preselección. Ya está casi acabada, solo es cuestión de practicarla. No
puedes venir de la nada a pedir que hagamos otra ¡cuando tenemos otras cinco
rutinas que practicar!
—
Tenemos el tiempo
suficiente. La coreografía obligatoria ya está acabada, así que podemos
enfocarnos solo en la de estilo libre — refutó con tranquilidad.
La profesora Inés se masajeó las sienes, tal vez buscando
relajarse:
—
Marion, ya te he dicho… No
es nada fijo hasta que no se publique la lista oficial en el portal. Tal vez a
última hora el jurado escoge otra y tendremos que empezar de cero. No sé
cuántas veces debo repetirte que mientras tú me sales con el capricho de querer
cambiar la pista musical y por ende la rutina de estilo libre, los otros casi
dos mil postulantes solo están RE-PA-SAN-DO, ¡no empezando de nuevo!
—
No tengo tiempo para pensar
en dos mil vidas más. Con pensar en la mía ya tengo suficiente — resolvió
elegante.
Un hombre se acercó a ellas y le pasó un recado a la profesora
Inés que lo miró con cara de “¡no es el momento!”.
—
Esta charla no ha acabado —
le advirtió a Loi que asintió elevando el mentón, muy convencida—. El lunes
hablaremos seriamente. Gustav debe estar presente.
—
De acuerdo, le diré que
venga. — Se despidieron en medio de un ambiente algo tenso, y segundos más
tarde el delicado cuerpo de bailarina desapareció por el ascensor.
Loi se acercó a nosotros y lanzó un fuerte suspiro.
—
¿Qué pasó? — le preguntó
Etel consternada.
—
Oye, ¿cómo es eso de que
cambiarás de coreografía? — le preguntó Tomas con seriedad —. Vimos la que
estabas ensayando y era muy buena.
—
Bueno, sí. Lo que pasa es
que quiero cambiar la canción y por eso parte de la coreografía tiene que
cambiarse.
Ya estaba enterada de todo con respecto a la postulación de Loi a
Gaib Art: a finales de febrero había subido un video al portal oficial del
conservatorio, con una rutina que constaba de ciertos movimientos requisito
para los postulantes a la Facultad de Danza. Los resultados de la preselección
aún se emitirían a finales de mayo, pero Loi estaba tan segura de haber pasado
que ya estaba preparándose para la audición oficial en enero del próximo año.
»— La prueba de ingreso a
Gaib Art siempre consta de dos partes — me había comentado la vez que visité su casa—. Todas las facultades siempre piden una
presentación fija para todos los postulantes y una de estilo libre. Recién
sabré qué rutina me pedirán cuando salgan los resultados. Como la de estilo
libre es… bueno, “libre”, esa la escojo yo y ya la estoy practicando.
En la página web estaban publicados cinco títulos de los que solo
se anunciaría uno para la audición final.
»— Inés me dijo que de
todos los títulos, el único que no se ha repetido en los últimos tres años es
el fragmento del Lago de los cisnes, así que todo apunta a que probablemente ese
sea el fijo.
—
Oye, aún no nos has dicho
por qué demonios quieres cambiar de canción — consultó Tomas desconcertado.
Volví al presente—. Y como estás hablando de “cambiarla”, supongo que te
refieres a la presentación de estilo libre porque de las otras ni siquiera
sabes cuál es la fija.
Loi asintió llena de emoción.
—
¡Pero si la que tenías era
buena! — terció Etel.
—
Ahí entras tú — me dijo Loi
resplandeciente—. ¡Sisa, es gracias a ti que encontré la canción perfecta! ¡El
CD que me obsequiaste la tenía! ¡Estaba ahí! ¡Como aguardando por mí!
—
¿Eso significa que soy la
culpable? — pregunté pasmada.
—
¡¿Culpable?! ¡Me has dado
un motivo para practicar con más ganas! — lanzó un gritito y me abrazó con
fuerza—. La canción anterior la había escogido Inés así que no era como si me
sintiera plenamente realizada.
Llegamos al primer piso y en medio de toda la euforia de Loi comprendimos
que había escogido Love is a battlefield,
de Pat Benatar.
—
Fue casi cósmico — nos
decía mientras caminábamos por los centros comerciales cercanos—. Estaba
escuchando todas las canciones mientras ordenaba mis libros y de repente ¡PAM!
¡Apareció! ¡Es genial! ¡Genial! ¡Ni bien la oí sentí que el cuerpo me pedía
usarla! Gracias, Sisa, no sé cómo voy a pagártelo.
—
¿Es en serio? — le pregunté
con humor—. Fue de casualidad, Loi. Pero si quieres darme las gracias, pues
simplemente prométeme que te presentarás con una coreografía digna de la
canción.
—
¡Te lo juro! — exclamó con
una mano en el pecho.
¡Listo! ¡Deuda saldada!
—
Chicas, lo lamento; ya las
dejo — dijo Tomas de repente—. Tengo práctica de tenis en media hora así que ya
debo irme para la escuela.
—
¿Ya te vas? — le preguntó
Loi. Él asintió y ella soltó un suspiro que sonó muuuuy dramático.
Etel me miró divertida, como vaticinando lo que vendría a
continuación:
—
Bueno, supongo que ya no
podré mostrártelo — dijo con fingida tristeza.
—
No… ¡no lo hagas, Loi!—
exclamó Tomas al borde del colapso, cuando la vio sacar lentamente algo que
parecía ser una pequeña caja de su mochila—. No, ¡noooo!
—
¡Cinco sílabas! — soltó con
malicia—. ¡In-des-crip-ti-ble!
¡In-com-pa-ra-ble! ¡Ma-ra-vi-llo-so! — Tomas pidió que se
detuviera; el entusiasmo de Loi se triplicó—: ¡Está buenísimo! JOBEY se ha
lucido con este álbum, ¡es el mejor de toda su carrera! Bueno, es su tercer
disco pero ¡maldita sea! ¡Qué bueno está!
—
¡Ya basta! ¡Me lastimas!
Etel y yo nos manteníamos al margen, tratando de no vernos muy
divertidas.
—
Bueno, yo iba a prestártelo
— añadió con voz de niña buena.
Los ojos de Tomas se iluminaron:
—
¿En serio?
—
Claro que no.
—
Te odio, mujer desalmada…
—
No será necesario que te lo
preste — respondió Loi relajadamente—. Después de todo, podrías escuchar el
tuyo en casa esta misma noche.
—
¿Qué…? — Del bolso de Loi
una cajita más emergió, y los ojos de Tomas se abrieron tanto que pensé que
tendría que atraparlos antes de que impactaran contra el pavimento —. ¡No…! ¡No
me digas…!
—
Síps, aquí está el tuyo—
anunció con una gran sonrisa.
Tomas literalmente soltó un aullido de emoción:
—
¡MIERDA, MUJER, TE AMOOOOO!
— La cargó en brazos y giró con ella algo de cinco vueltas. Se detuvo solo
cuando Loi empezó a golpearlo porque la estaba ahogando—. ¡Te amo, Loi Marion
Amira! ¡Te amo, te amo, te amo!
—
¡Tomas, mis…! ¡Mis
costillas, animal!
—
¡Te juro que algún día te
lo pagaré!
—
Si juras no volver a
abrazarme así, ya me doy por servida — aprobó agotada.
Como ya iban a ser casi las cinco y diez entre las tres le
exigimos que se apresurara: un par de minutos después lo vimos correr eufórico
por la otra acera.
—
Casi lo matas de la alegría
— comentó Etel divertida.
—
Sí, y para que no digan que
soy una amiga con favoritismos… — nos dijo cuando Tomas ya había desaparecido
por completo—. Aquí están los de ustedes.
—
¿Eh? — Loi me tendió una
cajita blanca igual a la que le había dado a Tomas y no pude evitar asombrarme
muchísimo—. No, no, no es necesario, Loi. Grac…
—
Nada de “gracias, así
nomás”, porque es una muestra de mi agradecimiento, Bellota — me dijo con
sinceridad—. Ándale, recíbelo, por favor.
—
Pero…
Etel se había puesto igual de loca que Tomas y chillaba emocionada
al lado. Algunas personas pasaban mirándonos atemorizados.
—
Por fis, ¿sí, Bellota? — Me
alargó la mano con la cajita y no pude evitar sonreírle —. Puede que tú pienses
que no has hecho nada importante, pero darme un motivo más fuerte para seguir
bailando, es casi como si me regalaras aire en una zona en la que no existe.
—
Ok, muchísimas gracias —
acepté y Loi me abrazó con fuerza.
El cuerpo de Etel nos cayó encima:
—
Demonios, me casaría con
ambas si no me gustaran los chicos tanto como me gustan — comentó llena de
euforia. Loi dijo que de “eso no había duda”—. ¡Las quiero tanto!
—
¡Yo también las quiero! —
exclamé contagiada por todo el jolgorio.
—
Oww, Bellota, qué
ternurita— me dijo Loi con ganas de molestar. Le saqué la lengua.
—
¿Eso significa que somos
como el trío de oro? — añadió Etel entusiasmada—. ¿Algo así como Harry, Ron y
Hermione?
—
¿Quién era el más guapo? —
soltó Loi mientras íbamos por un helado—. Ese soy yo.
—
¿Y Tomas? — pregunté
divertida.
—
Oh, no importa. Él puede
ser Frodo.
—
Loi, Frodo es de El Señor
de los anillos — la corrigió Etel con mala cara.
—
Pero el caso es que tenga
un papel importante, ¿no?
—
¡Aysh, contigo no se puede!
A eso de las ocho me despedí de ellas mientras subía al autobús y
llegué a casa muy animada. Petardo me recibió con alegría y después me siguió
meneando la cola a mi habitación. Aproveché que no había nadie para practicar
con el violín, y justo cuando terminé oí la puerta principal abrirse: Corín y
Gisell ya habían regresado y trayendo pizza para todos. Joan llegó quince
minutos más tarde, y la cena transcurrió de manera muy tranquila y acogedora.
Creo que el hecho de que mi hermano iba a irse en unos días y lo ideal era
despedirlo de buena manera, nos había dado algo de armonía.
Al terminar la cena subí a mi habitación después de dar las buenas
noches, me aseé y me recosté sobre la cama; pero al momento de hacerlo sentí
que algo duro y puntiagudo se me clavó en la cadera. Me reincorporé y quité mi
bolso de debajo.
El disco que Loi me había obsequiado estaba en su estuche,
impecable.
—
Mmm, JOBEY. Bueno, veamos
qué es eso que todo el mundo alaba.
Rompí con delicadeza el delgado plástico que la cubría. La caja
era gruesa y completamente blanca; en la esquina superior estaba escrito JOBEY
con letras muy sencillas. En la parte posterior había un ave volando en medio
de todo lo blanco del fondo, y cuando lo giré para ver la portada con más
detenimiento...
—
¿Pero qué…?
No entendí por qué misteriosa razón la portada del disco me desconcertó.
En ella se apreciaba el rostro de un chico (supuse que sería el tal JOBEY)
observando fijamente hacia el frente, y con sus labios cubiertos por una flor
abierta. Su rostro estaba dividido en dos: el lado izquierdo era de color ámbar,
excepto por el ojo de esa parte del rostro y la parte de la flor que cubría la
boca, que fulguraban de color violeta. Con el derecho sucedía la misma
combinación: todo el fondo era violeta excepto por el ojo y la otra mitad de la
flor, ambos de color ámbar.
No sé por qué pensé inmediatamente en el extraño sueño que había
tenido saliendo del museo.
Abrí el disco y lo puse en la laptop para escucharlo y olvidarme
de tantas cosas raras relacionadas a sensaciones de olvido y al nombre de Alen
Forgeso.
—
Myself — leí en voz alta el
título del álbum mientras conectaba los audífonos. Tenía veinte canciones
divididas en dos grupos de diez. El primero eran colaboraciones con otros
artistas; las otras diez eran composiciones en solitario.
Me pasé exactamente dos horas y diez minutos escuchando todas las
canciones sin poner pausa. Sentí que los ojos me brillaron de la emoción cuando
la última terminó.
¡Por Dios! ¡Todos tenían razón con respecto a su música! ¡Es
increíble!
No pude evitarlo y aproveché que la laptop estaba encendida para
navegar en la red y buscar algo de información sobre él. Myself era su tercer
álbum de estudio, pero la diferencia con los anteriores era que en este había
más canciones en solitario. Las primeras diez canciones, como había comprobado,
estaban cantadas mientras que las otras diez eran puramente instrumentales:
pistas electrónicas rudas, otras suaves, nostálgicas, movidas. ¡Wow! ¡Es un buen disco! ¡Y lo tengo!
A eso de las doce y media me empezaron a arder los ojos por el
brillo de la pantalla. Apagué la laptop, las luces y me refugié en la cama.
Tirité un poco porque las sábanas estaban heladas. Me hice bolita y cuando
cerré los ojos después de ver las típicas lucecitas de colores que uno ve
cuando los aprieta con demasiada fuerza, una mirada color violeta brillante se
me apareció mentalmente.
— Está muerto, Albania — me oí decir en voz baja.
¿Pero…?
¿Quién demonios es Albania? Y… ¿y por qué acabo de decir
eso?
Me froté los ojos para aclarar la vista y volví a acurrucarme,
algo desconcertada.
—
Hoy sí voy a dormir así no
quiera — me dije con seguridad: esto del insomnio empezaba a pasarme factura.
Y me envolví con los cobertores.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
El lunes, cuando llegué a clase por la mañana, me encontré a Tomas
mostrándoles el disco a su grupo de amigos que lo miraban entre admirados y
fastidiados por su buena suerte.
Me acerqué a Etel que observaba la escena desde una esquina y
soltando varias risitas.
—
¿Y Loi? ¿Aún no llega?
Quería agradecerle por el disco con una porción de los famosos “panqués
de la felicidad” que preparaba Joan. Se había levantado de buen humor y nos había
hecho el desayuno a todos en casa.
—
Nop, Bellota. Me dijo que
faltaría porque tenía un par de asuntos. Probablemente con la profesora Inés y
todo lo de su audición — me explicó.
Saqué el recipiente en el que tenía los panqués. Etel me miró con
emoción cuando le dije que Joan los había preparado y que había traído tres
porciones, pero como Loi no estaba podía comerse los suyos.
—
¡¿Cómo te atreviste?! — le
reprochó Tomas a propósito de eso, a la salida—. ¡¿También te comiste los
míos?!
—
Bueno, tú estabas muy
ocupado mostrándoles el disco a tus amigos — se excusó indiferente—. Por
cierto, ¿me trajiste tu mp4, Bellota?
—
¿Eh? ¡Ah, sí! Aquí está. — El
sábado me había dicho que tenía muchas canciones que me encantarían así que le pedí
que me las copiara.
Se lo pasé y lo guardó en su bolso.
—
¿Está vacío?
—
Ah, olvidé vaciarlo. Pero
si necesitas espacio bórralas todas.
Nos quedamos charlando un rato, y después me despedí porque tenía
planeado salir a comprar algo para Joan antes de que partiera a Asiri.
—
¡Ya llegué! — exclamé
cuando abrí la puerta, pero no noté ningún ruido en casa; solo Petardo salió a
recibirme meneando la cola.
Subí los escalones y de pronto escuché algunos sonidos. Me acerqué
con discreción por el pasillo: provenían de mi habitación.
—
¿Mmm? ¿Corín? — la llamé cuando
me la encontré parada frente a mi pupitre.
—
¿Qué es esto? — me dijo en
tono serio.
Se giró, con el disco de JOBEY en la mano.
—
Mmm, ¿un disco?
Ok, no quería sonar sarcástica. Lo que pasa es que yo siempre
suelo dar las respuestas más obvias y eso es algo que debo corregir porque la
gente me malinterpreta.
—
¡Ya sé que es un disco! — Se
ha molestado —. ¡Lo que pregunto es cómo lo tienes!
—
Me lo regaló una amiga — le
resté importancia.
Dejé la mochila sobre mi cama y me acerqué a la cómoda a buscar
mis ahorros para lo que le compraría a Joan.
Mmm, espero encontrar lo que he pensado obsequiarl…
—
¿Una amiga? ¿Y qué clase de
amigos tienes tú que pueden conseguir la edición limitada de un disco que no
saldrá hasta la próxima semana?
—
Corín, ¿qué te pasa? — Es
decir, sé que suele hablarme con ese tono cuando se enfada, pero un disco no lo
merecía.
—
¿Qué me pasa? — repitió.
Cerré el cajón de la cómoda y volteé con paciencia —. ¡Pasa que no te soporto!
—
Ok, entiendo — respondí.
Pasé junto a ella para salir pero me tomó por el brazo—. ¿Y ahora?
—
¡¿Cómo demonios lo haces?!
— me gritó exasperada—. ¡Amigos que te regalan esta clase de cosas…! Lo que yo
quiero…— Se mordió los labios con tanta fuerza que por un momento pensé que se
estaba lastimando —. ¡Lo que yo quiero siempre te lo tienes que llevar tú!
—
Corín, si es por el disco,
úsalo si quieres. ¡No vamos a pelear por algo tan tonto como…!
—
¿Qué le dijiste a Esteban
el viernes? — lanzó de repente.
—
¿Qué? ¿De qué hablas? —
pregunté confundida.
—
¡¿Qué le dijiste?! ¡¿Qué le
dijiste?! — casi gritó.
Me quedé completamente aturdida, sin entender absolutamente nada.
—
¿Quién es Esteban?
—
¡No te hagas! — Me asusté
un poco cuando vi que sus ojos se pusieron brillantes —. Todo estaba bien:
charlamos, bailamos, ¡nos divertimos muchísimo el día de su cumpleaños…! — Ah,
es el chico del cumpleaños.
¿Pero yo qué pinto en esa situac…?
—
¿Sabes que me dijo hoy, a
primera hora?— La miré, aún sin comprender su tono furioso—. Se acercó, me
saludó y lo primero que me dijo fue: "¿quién era la chica de ojos bonitos
que te llevó el bolso?". ¡¿Sabes lo que significa eso?!
—
No, Corín, y ya deja de
grit…
—
¡Le gustaste! ¡LE GUSTASTE!
¡LE GUSTASTE! — Intenté relajarme para apaciguar la situación, pero ella estaba
demasiado exasperada—. ¡¿Qué le dijiste?!
—
¡No le dije nada! — exclamé
perdiendo la paciencia—. Y ahora voy a hacer como si no hubiera escuchado nada
de esto y…
—
¡No! — Me tomó por el brazo
con fuerza, pero me deshice de su agarre de un tirón, sin creer que se pusiera
así por algo de esa magnitud —. ¡Siempre haces lo mismo! ¡Siempre, siempre!
—
¡¿Hacer qué?! — repliqué
alterada.
—
¡Me hiciste lo mismo en primer año, y también con Sebastián!
—
¡¿Quién es
Sebastián?!
—
¡El chico que vino a
traerte flores a la casa del abuelo el año pasado! ¿Lo recuerdas? ¡¿Ahora sí lo
recuerdas?!
—
Corín — empecé tomando algo
de aire—, ese chico, por si “tú no lo recuerdas”, vino a traerme flores porque
evité que se matara cuando rodaba por las escaleras de la escuela.
Claro que lo recordaba: segundo año de secundaria, estaba subiendo
al tercer piso y de repente vi una masa corporal viniendo hacia mí sin control.
Como lo primero que pensé fue: “va a matarse”, me planté y esperé su llegada
con firmeza. Lo atrapé por la espalda y su caída se detuvo.
Era obvio que iba a traerme flores: ¡estaba agradecido!
—
¡Mentira! ¡Tú no sabes todo
lo que me preguntaba en la escuela!: “¿y tú hermana, tiene novio?”, “¿a tu
hermana le gusta ir al cine?”, “¿cuándo es su cumpleaños?” ¡Tu hermana, tu
hermana, tu hermana! ¡Cuando ni siquiera lo eres!
— Permiso.
Era en vano tratar de hablar con ella.
—
¡No! ¡¿Y Rodrigo?! ¡Con él
sucedió lo mismo! — Negué con la cabeza, agotada de tanto disparate—. ¡No sé
cómo lo haces! ¡No lo entiendo!
—
Voy a salir, Corín,
¡permiso!
—
¡Mamá tiene razón! — Elevé
la mirada y me topé con los ojos llenos de resentimiento —. ¡Llegaste y me
quitaste a papá, a los abuelos! ¡Hasta mi propio hermano te quiere más que a
mí!
¿Qué?
—
¡Corín, eso no es cierto!
¿Cómo puedes decir…?
—
¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te
odio! — Me quedé en silencio, sin saber cómo responder ante eso —. ¡Siempre
finges verte como una chica desvalida para tener la atención de todo el mundo!
¡El abuelo te ve como la niña de sus ojos y eso no es justo! ¡Debería ser yo!
¡Debería quererme así a mí!
—
¡Corín, estás equivocada!— ¿En serio creía todo eso? —. El abuelo Cides nos quiere a todos: a
Joan, ¡a ti…!
—
¡MENTIROSA! — La palabra
salió con tanta carga emocional que la sentí como un latigazo —. ¿Pero sabes
qué? Tal vez ellos no me tengan el mismo afecto que te tienen a ti, pero por lo
menos no me quieren por lástima.
El rostro se me desencajó.
—
¡Claro! La pobre niña que
llega sin padres, ¡qué tristeza! ¿Quién se hará cargo de ella ahora que no
tiene a nadie? — La garganta se me secó, traté de que no me afectara, pero no
funcionó —. Es triste, ¿no? Que llegues a una casa en la que YA hay una
familia, y que vivas en una casa CON una familia, pero al final todos sabemos
perfectamente que no es TU familia. ¡No somos tu familia! ¡NO LO SOMOS! ¡Que no
se te olvide!
No lo son…
Sí, ya lo sé. Claro que lo
sé.
Intenté pedirle a mis ojos que dejaran de sentirse tan vulnerables
pero no pude hacerlo. Ya sé que ella suele ponerse así, pero esta vez me había
tomado con la guardia baja.
—
¡No sabes cómo odio el día
que llegaste a la casa del abuelo! — gritó, y algo dentro de mí se quebró. Y me
dio muchísima rabia porque el asunto en sí no pasaba de una estúpida pelea
provocada por un chico.
—
Ni siquiera puedes
recordarlo —murmuré en voz baja—. No tenías más de tres años.
—
¡Pero mamá sí recuerda todo,
y muy bien! — Intenté enfocarme en otra cosa: las
cortinas, el edredón, el hermoso regalo de agradecimiento de Loi moviéndose
frenéticamente en sus manos llenas de ira…
Siempre había sido así, siempre sería así: ¿por qué no podíamos ser una familia normal? Una en la que no se sienta esta horrible sensación de disputa.
«No es normal porque no es
tú familia», oí de algún lugar.
Sí, tal vez era por eso…
—
Desde que llegaste las
cosas se complicaron. Papá y mamá peleaban — no…—, Joan y mamá pelean ahora de la misma manera por tu culpa. ¡SIEMPRE
ES TU CULPA, TU CULPA!
¡PRAM!
Y mi disco salió despedido de sus manos repletas de rabia. Lo vi
estrellarse contra el piso y rebotar un poco. Tal vez se había quebrado…igual
que yo.
—
¡Ojalá te hubieras muerto
tú también! — retumbó en la habitación. Los ojos se me abrieron bruscamente porque
eso fue más de lo que pude soportar—. ¡Igual que tu horrible madre!
En ese momento algo más concreto se me rajó. Creo que fue el
corazón, y si no, tal vez el lugar en el que se albergan los sentimientos.
No llores… No enfrente de
ella.
Recogí mi disco con velocidad, tomé lo primero que tuve a mano y
salí corriendo de la habitación. Oí a Petardo ladrar como diciendo “espera”,
pero lo ignoré y abrí la puerta con violencia.
»— ¡Igual que tu horrible madre!
Veo el sol ocultándose al frente y corro. No tengo un punto fijo que seguir
porque en realidad siempre estoy así: no sé a dónde voy, nunca lo he sabido.
Solo sé que el viento frío me roza con fuerza y que lo que tengo en la mano
derecha es el estuche de mi violín. En la izquierda tengo el disco que Loi me
regaló; la prueba de un gracias sincero que para ahora ya debe estar deshecho.
¿Por qué no me fui contigo, mamá?
Giro por una esquina y esos enormes deseos de volar, de poder
llegar a algún lugar alto y solo sentarme a ver el mundo desde allí, aparecen nuevamente.
Los tengo desde pequeña, y siempre aparecían cuando me sentía triste, abrumada.
Las palabras de Corín solo han sido eso: palabras de niña enfadada. Unión de
vocales y consonantes lanzadas por una boca llena de resentimiento; pero así,
tan simples como suenan, en realidad son más poderosas de lo que aparentan ser.
Pensé que llovía porque sentía el rostro húmedo, pero acabo de
comprobar que si llueve pues las nubes están solo sobre mí. Nadie más se está
mojando, solo yo…
Yo que me mojo con mis propias lágrimas.
»— Tal vez ellos no me tengan el mismo afecto que te tienen a ti,
pero por lo menos no me quieren por lástima.
Papá, la abuela Marlene, Joan, el abuelo...
Claro que me he planteado esa hipótesis. Que todo el cariño que he
recibido no haya sido más que una respuesta a la triste situación de la niña
huérfana que se presentó y a la que nadie de su familia real quiso acoger.
Claro que me la planteé después de oír a Gisell gritárselo a papá…
Después de oírla repetírselo durante los pocos años que lo tuve
conmigo.
»— ¡Basta! Debes buscar a alguien que quiera tenerla. — Ahí estaba yo, parada frente a la entrada de la sala,
preguntándome por milésima vez qué hice mal esta vez.
¿Por qué Gisell y papá peleaban de nuevo?
»— Ella no es Aura, ¿por qué te empeñas en verla como una enemiga?
Apenas tiene siete años.
»— ¡Desde que llegó no ha hecho más que crear discordias entre
nosotros! ¡Joan! Mi Joan debería jugar con Corín, con la que sí es su hermana,
¡pero no sé qué demonios le dijo tu padre que desde su llegada no se despega de
ella!
»— ¡Son solo niños! Además, Corín también parece llevarse bien con
Sisa.
»— ¡Lo que hubieras querido es que fuera tu hija, ¿verdad?! ¡Y que
tu esposa fuera ella y no yo! ¡Ella, ella!
»— ¿Pero qué tonterías estás diciendo? ¡Basta, Gisell! ¡Por lo
menos hazlo en respeto a su memori...!
»— ¡Nada de respeto! ¡No tendría por qué guardarle respeto al
fantasma de una mujer que solo me atormenta!
»— Gisell, escúchate: ¡estás diciendo incoherencias!
»— ¡Tu maldita obra de caridad está destruyendo a la familia!
Entiendo que pelean por el tono disgustado de ambos, pero las
palabras son difíciles de comprender: ¿caridad?
¿Eso soy?
»— Pero ¿qué haces aquí, Cachorra? — me dice el abuelo Cides que aparece de pronto y me toma entre
sus brazos. Me refugio en su hombro y automáticamente empiezo a llorar; no sé
muy bien por qué, pero lo hago. Él suspira y después me soba la espalda —. ¿Por qué lloras, hija?
»— ¿Soy tu obra de caridad, abuelo? — le pregunto cuando me saca al jardín.
No entiendo el significado de las palabras, pero Gisell las ha
dicho tan enojada que me siento culpable.
»— ¿Obra de caridad? — repite y suelta
una carcajada—. No hagas caso a las
palabras de los torpes adultos, Cachorra. La mayoría de veces decimos muchas
tonterías a pesar de supuestamente contar con más sabiduría por la edad. —
Me deja con cuidado en el suelo y me sonríe —: ¿Ya te salió la canción que estábamos ensayando en el violín? — Niego
con la cabeza y me frunce el ceño—. ¿Y
entonces por qué pierdes el tiempo llorando por un par de palabras? Mejor
dedíquese a ensayar, señorita. A ver, límpiese esas feas lágrimas y vamos a
practicar, ¿de acuerdo?
Abuelo…
Mis piernas se detienen porque casi no me queda aire. Sin saber
cómo acabo de llegar a este edificio a medio construir y que para mi buena
suerte parece estar deshabitado. Ingreso por el espacio entre varias tablas de
una puerta inacabada y me adentro en lo solitario y silencioso de algo que
parece ser un inmenso estacionamiento.
Dejo el disco y el estuche en el suelo y lo saco, tal y como
siempre hacía de pequeña cuando lloraba por todo: soporte, arco, violín; todo
listo. Lo pongo sobre mi hombro izquierdo y dejo que hable, que me cante, que cantemos los dos. Que
me ayude a olvidar por un momento porque sino solo va a dolerme más.
¿En realidad me duele tanto eso? ¿Pensar que el cariño que tengo haya
nacido de la caridad, de la pena...?
No, en realidad no; porque no hay nada de malo en amar por compasión.
Hay algo más. Algo más... Algo
que no sé cómo definir bien. Algo que siempre está latiendo, protestando, y que a pesar de contar con
una familia tan estupenda como el abuelo y Joan, en realidad me obliga a pensar
que yo no pertenezco del todo a ella.
¿A dónde pertenezco?
»— Tú eres mi nieta, Cachorra. Y Joan es tu hermano, nada más.
Solo importa eso, lo demás es irrelevante — recuerdo que me dijo cuando llegué de la escuela después de que
los compañeros de clase de Corín me preguntaran por qué vivía con su familia si
ninguno de ellos era pariente mío. Tenía once años y no podía dejar de llorar cuando
volví a casa.
Paso el arco varias veces y lo oigo, como siempre sucede desde que
tengo memoria. Tal vez esté loca, tal vez sea mi imaginación, pero lo escucho. Juro
que lo escucho:
“Ya no llores, Sisa"
Lo siento hablar. Y me apena enormemente tocarlo con toda esta desesperación,
porque es la única manera de botar todo lo que llevo adentro.
"No lo vale. Ya no
llores"
Es que no puedo…
"Sabes que siempre es
así.
Corín es pequeña, está en una edad difícil:
quince años.
Ya sabes cómo se ponen a
esa edad..."
Lo sé, lo sé.
"Solo piensa que
tienes más cosas por las que reír
que por las que
llor..."
Su voz se apagó de improviso porque tuve que detener el arco de
manera violenta. Me quedé en silencio, oyendo los pasos con eco en medio de
todo el estacionamiento.
Alguien venía…
…y entonces lo tuve en frente, a él, otra vez.
—
Vaya, vaya, ¿es que acaso
estoy predispuesto a encontrarte siempre, Bellot...? — La voz de Alen Forgeso se
detiene abruptamente cuando llega a estar frente a mí —: Estás llorando.
"No, estoy bailando", quise ironizar, pero no tenía ni
fuerzas para pelear.
—
¿Por qué? — me preguntó. Negué
con la cabeza, porque era demasiado complicado y no tenía ánimos para explicarlo
todo; pero se inclinó hacia mí, y me observó fijamente —. Te han lastimado… —
me dijo consternado.
Aprieto el mango y el arco con fuerza, porque me da una vergüenza
tremenda encontrarme en estas condiciones; pero bajó la mirada hacia mis manos,
solo para elevarla segundos después y...
Dios…
¿Cómo lo hace? ¿Cómo
alguien puede deslumbrar solo con su mirada?
El sol… Estoy viendo al sol de cerca.
Y es realmente hermoso.
—
Hazlo — me pide. Lo miro
sin comprender la amable sonrisa—: Continúa.
Oigo al viento cruzar con fuerza por todos los espacios abiertos
de la construcción y su eco alrededor. ¿Qué
me ha dicho?
—
Toca — me dice como si
hubiera entendido mi desconcierto —. Toca para mí, Sisa.
Tengo diecisiete años y toco el violín desde los siete. El abuelo,
Petardo y mi mp4 han sido mi mayor y único público hasta el momento. Y ahora,
¿tocar para él?
¿Por qué…?
¿Por qué no?
Como impulsado por una fuerza invisible, mi brazo automáticamente se
eleva y lleva el arco a su encuentro inminente con las cuerdas. Una, dos, tres
veces; y así infinitamente para interpretar este tema que me pertenece y que
extrañamente quiero tocar para él,
porque lo merece, solo él lo merece.
Toco sin miedo y sin timidez porque por alguna misteriosa razón siento que no
hago esto por primera vez; es como si antes ya hubiéramos estado en una
situación similar, como si ya hubiera tenido sus ojos puestos sobre mí con ese tipo
de añoranza. Es por ese mismo motivo que sé con certeza que es un público
exigente, pero a la vez uno de los más halagadores.
Entonces las notas fluyen y nuevamente lo oigo hablarme, como
siempre…
»— ¡Ojalá hubieras muerto tú también! ¡Igual que tu horrible madre!
No…
»— ¡No tendría por qué guardarle respeto al fantasma de una mujer
que solo me atormenta!
Claro...no lloro solo por las palabras de Corín, sino también por su recuerdo. Aura.
Mamá…
Es tan triste hablar de ella.
“No la recordamos”
Así es, no lo hacemos. Tengo una foto suya entre mis objetos
preciados; nos parecemos mucho en el cabello y los ojos. David, papá, solía repetir que me amaba
muchísimo, que lo único que le quitaba el sueño era ver con quién me quedaría
en su ausencia. Me mostró un diario que le dejó; no era uno común porque en él
no hablaba de sí misma sino hablaba de mí: de su pequeña gorda de ojos hermosos
que camina torpemente hacia ella mientras le dice "mamá".
"Y aun así no la recordamos"
Así es...no tengo recuerdos, y me duele pensar que ella se fue y
su única hija, su pequeña gorda de ojos
hermosos, no tiene ni un vestigio de ella en la mente.
"Nos hubiera encantado tenerla con nosotros, ¿verdad?"
Muchísimo.
Más lluvia cae, y la verdad no me importa que él me esté observando; que su mirada penetrante no se despegue de
mí. Hace tanto que no lloro así, que pensé que ya no dolía.
Pero no, no es así. Aún duele…aún es difícil lidiar con ello.
"Pero nos
quieren"
Definitivamente.
"Y el cariño de mamá
lo recibimos multiplicado
millones veces
gracias a papá, la abuela,
Joan y el abuelo"
Sí, y tiene razón. Él es mi abuelo y Joan mi hermano, y eso...
"...eso es todo"
Porque lo que importa...
"...es que nos quieren"
Efectivamente.
"Ya no llores"
Tú tampoco.
“Por cierto…”
¿Sí?
“Nos observa”
Su voz se apagó suavemente cuando pasé el arco por última vez. Los
ojos miel seguían observándome fijamente. Bajé el violín y comprendí que traía
las mejillas completamente empapadas, la respiración agitada y las yemas de los
dedos de la mano izquierda algo enrojecidas: había presionado con demasiada
fuerza las cuerdas.
Sentía algo muy curioso, como si hubiese compartido algo muy
privado; como si me hubiese desnudado frente a alguien a quien no conocía por
completo. Pero no era vergüenza...era más bien como satisfacción.
El cabello desordenado flotó cuando algo de viento cruzó.
—
Tu violín habla — me dijo y
por un momento creí ver sus ojos destellando de color violeta —, canta. Y
cuando estás triste...llora.
El viento volvió a pasar, pero esta vez me despeinó a mí. El pulso
se me aceleró cuando lo vi elevar ambas manos, hasta posarlas sobre mis
mejillas.
—
Te han regalado unos ojos
hermosos, Sisa Daquel. — Mi corazón empezó a latir con fuerza. Su voz… me gusta mucho su voz. Sentí la
enorme calidez que desprendían sus dedos mientras secaban mi rostro con
delicadeza —. Demasiado hermosos para verse tan tristes.
Entonces me sonrió…y algo abrumador estalló en mi pecho.
—
Gracias — murmuré. Y no
estoy segura de lo que pasó exactamente porque sus dedos me acariciaron con
suavidad una mejilla, y una descarga eléctrica me recorrió la columna vertebral
con brusquedad.
Se sobresaltó:
—
Ya...ya debo irme — dijo de
pronto, como reaccionando de un largo letargo, y sus manos soltaron mi rostro
con delicadeza para quedarse estáticas a sus costados—. Vuelve a casa pronto — añadió
y giró aturdido. Dio unos cuantos pasos, pero regresó—: No te metas a
callejones oscuros, por favor — me pidió. Su advertencia me sonó algo conocida
pero no entendí por qué.
Y después lo vi alejarse algo rígido. Como nervioso, tenso...asustado.
Casi como me sentía yo.
El corazón no dejaba de golpetearme el pecho; mi respiración había
perdido el ritmo normal. Repentinamente, él ya no era solo el chico que veía
constantemente caminar por las madrugadas…
Era Alen Forgeso, el chico de sonrisa hermosa y ojos claros llenos
de ingenuidad. El primer chico que había escuchado una de mis canciones en el
violín.
El primer chico que había provocado una descarga eléctrica difícil
de describir en mi cuerpo.
Comentarios
Publicar un comentario