NOCHE VIII - Noches de insomnio
NOCHE VIII
— ¡BELLOTA!
— ¡AH!
Me sobresalté bruscamente ante el grito, y cuando giré dispuesta
a matar al graciosito, me encontré con los ojos azules de Etel viéndose
inmensos a través de sus gafas.
— ¿No quieres que te pasemos un micro,
Etel? — la reprendió Loi sarcásticamente mientras se acomodaba los audífonos.
Estaba escuchando Love is a battlefield
por décima vez desde que había llegado a la escuela: Tomas y yo lo sabíamos
porque lo elevado del volumen permitía que la escucháramos también.
La profesora Inés al final había
terminado hecha una furia cuando el papá de Loi, el señor Gustav Amira, había aceptado
de manera risueña la idea de cambiar de pista musical el lunes que charlaron
con él.
»— Papá siempre va a apoyarme. Es de
los que defienden la independencia y libertad de elección — nos comentó cuando
llegó al salón el martes, contentísima—. También me dijo que al
final es mi responsabilidad, y si yo creo que voy a poder empezar de
nuevo y lograr un resultado satisfactorio entonces no hay problema. Me apoyará
por completo.
— ¿Mmm? ¿Qué pasó? — le pregunté a Etel a
propósito de su “¡BELLOTA!”, pero no hubo manera de obtener una respuesta
porque la tutora de aula ingresó y nos pidió salir rumbo al auditorio inmediatamente
para iniciar todas las charlas de orientación vocacional que teníamos
programadas para ese día.
—
¿Saben
qué? Si tenemos una charla más, juro que subiré al estrado y
amenazaré con suicidarme — dijo Loi después de las casi quince charlas que tuvimos
durante todo el día.
Habíamos escuchado a diversos
profesionales que hablaron acerca de su carrera, de las aptitudes necesarias
para ciertas áreas, y a representantes de algunas universidades que vinieron a
describirnos la metodología que empleaban para la enseñanza.
Cuando los de la Universidad Principal de Lirau entraron, sentí
que puse demasiada atención para mi gusto. Tuve una batalla interna conmigo
misma porque sabía que no era un tema de interés por la universidad en sí, sino
porque “cierta” persona asistía a esa.
»—
Las clases en la Universidad Principal de Lirau empezarán en dos
semanas, pero ya nos hemos mudado desde febrero, ¿verdad, Alen?
Él y su amigo Tarek Rye empezarían sus
clases a mediados de abril en la misma universidad a la que Gisell quería que
Joan postulara.
»— Te han regalado unos
ojos hermosos, Sisa Daquel. Demasiado hermosos para verse tan tristes.
¡¿Cómo demonios pude hacerlo?! Jamás
había tocado ninguna de mis canciones en frente de alguien
que no fuera Petardo o mi mp4,
y ahora aparece este chico que me dice que toque para él ¡y automáticamente me
transformo en su orquesta personal!
Lo más raro de todo el asunto había sido esa
incómoda sensación de familiaridad cuando me escuchó tocar.
«
Mujer débil. El punto es que su sonrisa es un contrincante invencible»
Sí, tal vez sea eso. Las veces en las
que lo he visto sonreír me ha dado un no sé qué en el cuerpo.
«
No, no, ¡no! ¡Tiene novia!» —
Gracias, voz sensata de mi conciencia. — «Además
tiene toda la pinta de ser de esos chicos que no andan con una sola chica».
Bueno, sí, para qué negarlo. Tal vez
suene algo prejuicioso, pero Alen Forgeso con su cabello desordenado, sus ojos
miel y sonrisa juguetona tenía todo el prototipo de Donjuán a
la vista. Y no, gracias; definitivamente yo no quiero ser una de esas chicas
que para su desgracia se fijan en uno así, porque después se
transforman en algo irreconocible y terminan destrozadas si llegan a sentir
algo más fuerte por ellos.
— ¡No quiero volver a escuchar nada sobre
ninguna universidad por lo menos en cuatro meses! — aulló Tomas cuando salimos del auditorio de la escuela.
La
mayoría de mis compañeros de aula y los chicos de otras secciones salían
tambaleándose; hasta yo me sentía media atontada de tanta información recibida. No pude despedirme de la parte posterior de mi cuerpo, porque definitivamente
la había perdido después
de tantas horas sentada.
— Pues la próxima semana hay más charlas — añadió Loi cuando cruzamos la puerta de salida y el sol cruelmente nos dio de lleno en el rostro.
Como el auditorio era un
espacio cerrado habíamos estado a oscuras para la proyección de las
diapositivas.
— Dios, siento que me han quitado algo de diez años de vida — comentó Etel exhausta—. ¡¿No será que todo esto de la charla no ha sido más que un truco para absorbernos la energía?!
— Etel, no me hagas dudar de tu
coeficiente intelectual, por favor — señaló Loi con mala cara. Tomas y yo
empezamos a reír, y mientras cruzábamos la cancha de fútbol de cemento Etel
lanzó otro chillido.
— ¡Ay, madre! — protestó Tomas dando un
brinco.
La vi sacar mi mp4 de su mochila,
emocionada.
Cierto: se lo había dado el lunes
para que me lo trajera con las canciones que quería pasarme.
— ¡Me dará un paro si sigues gritando
así! — reprobó Loi enfadada.
— Sisa, ¡tienes que decirme cómo se llama
esta canción! — me pidió sacando sus audífonos—. Estaba guardando las canciones
que te dije pero me faltó espacio, entonces antes de borrar
las que tenías las escuché por si quería alguna y me topé con unas sin nombre
que me encantaron. ¡Hay una que me gusta muchísimo!
— ¿Cuál? — indagué con curiosidad.
Me pasó el mp4 y vi en la pequeña
pantalla un nombre lleno de números y…
¡Momento!
— Es instrumental — ¡ay, no!—, parece solo violín. Quería buscar al compositor o algo
pero solo figura este nombre lleno de números.
¡No,
no!
— A ver. — Loi tomó los audífonos y Etel
la animó a escucharla. ¡No, nooo! —. Mmm,
sí, es violín— confirmó; el corazón casi se me escapa por la boca. Iba a decir
algo para detener la reproducción, pero Tomas ya había tomado el audífono
izquierdo.
Etel seguía mirándome con insistencia:
— ¿Sisa?
Tal
vez sea que yo soy demasiado neurótica, ¿sí? Pero me aterraba de sobremanera
los comentarios al respec…
— ¿De quién es? — me preguntó Loi con
interés.
Tragué despacio:
— Buenooo…
— No he escuchado mucho de música instrumental,
pero esta me gusta mucho — insistió Etel sonriéndome—. Quería pedirte el nombre
para buscarla en Internet y ver si hay más. ¿Es conocido? Es violín, ¿verdad?
— Ehh, sí… — respondí con todo el cuerpo
rígido.
No es que sea muy sensible, pero nunca
había sido muy buena a la hora de compartir material musical propio. Le temía a
las críticas: a fin de cuentas, ya tenía suficiente con Gisell repitiendo de
tanto en tanto que lastimaba sus oídos con mi poco talento.
— ¿Y bien? — insistió Etel. Loi le quitó
el audífono izquierdo a Tomas y se puso ambos.
— ¡Suena estupendo! — me dijo él con
aprobación y sentí una ligera punzada de alegría —. Suena a grabación casera
pero me gusta. ¿De quién es?
— Pu-pues… — Loi y Etel me observaron con
curiosidad, hasta que en un movimiento inconsciente la mano que sujetaba el
estuche del violín me tembló un poco y...
— ¡¿ES EN SERIO?! — gritaron perplejas, atando
cabos. Tomas retrocedió asustado ante el grito.
Asentí algo nerviosa.
— ¿En serio, Bellota? —repitió Etel con
los ojos abiertos de par en par—. ¡¿Eres tú?!
— Ehh, sí…— respondí vacilante.
— ¿De quién es la canción? — ahora fue
Loi. Le respondí que mía y me observó como si me hubieran salido seis brazos—. ¡¿Tú
la compusiste, Sisa?!
— Ehhh, sí.
Ambas soltaron un gritito y empezaron a
sacudirme, llenas de emoción. Me sentí un tanto alegre al escucharlas decir que
les gustaba.
— ¡No puedo creerlo, en serio! — dijo
Etel mientras salíamos de la escuela—. Es la primera vez que escucho la
composición musical de alguien. ¿Y tienes más?
— Bueno, un par, sí — respondí con algo
de timidez.
— Toca — me dijo Loi de repente. Volteé a
verla, horrorizada—. Ándale, Sisa, toca para nosotros.
— ¿Qué? ¡Pero…!
— ¡Sí! ¡Sí! — gritó Etel entusiasmada —.
¡Por fis, Bellota!
— ¡Es que…!
— Sí, Sisa, ¡toca algo para nosotros! —
las apoyó Tomas y completó el pedido a tres.
Tampoco soy de las que se hacen rogar
demasiado. Además son mis amigos; seguro puedo hacerlo.
Caminamos hasta el malecón cerca a la
escuela y saqué el violín. Tenerlos a los tres mirándome con esos ojitos llenos
de ilusión como que no ayuda demasiado.
— Si me equivoco, no me digan nada — advertí posicionándome.
»—
Toca para mí, Sisa.
¿Por qué demonios fue tan fácil con él
y ahora es tan complicado? Digo, Loi, Etel y Tomas son más cercanos a mí que
Alen Forgeso, entonces ¿por qué estoy tan nerviosa?
Tomé una discreta bocanada de aire y me
dispuse a iniciar: total, no tenía nada que perder.
Pasé el arco con delicadeza y decidí
tocar la canción que habían escuchado en mi mp3. Intenté a toda costa evitar
observarlos así que me distraje centrando mi atención en los edificios lejanos,
en las cuerdas, y en los chicos que pasaban con sus bicicletas por la acera. De
reojo vi el mar debajo de nosotros, detrás del malecón, y mientras más
escuchaba las olas, más fácil era que siguiera tocando sin demasiada presión de
por medio.
No pasaron más de cinco minutos para
que terminara. Di un largo suspiro al tocar la última nota y después bajé el
violín.
Bien, voy a ser sincera: nada de ser
modesta ni cosas así. La verdad es que me he confundido en varias partes y la
canción no ha sonado como esperaba que sonara. Han sido detalles mínimos pero
ya de por sí ha sido un completo fracas…
— ¡Sisa, lo tuyo no es un hobby…! — la
voz de Etel me despertó—. ¡…lo tuyo es talento!
— ¿Desde cuándo tocas el violín? — me
preguntó Tomas. Le respondí que desde los siete y soltó un silbido —: Son casi
diez años. Dime, ¿tu abuelo siempre ha sido tu único maestro?
— Bueno, sí. La verdad es que es un
violinista estupendo.
— ¡Vaya…! Mira, yo no sé mucho de música,
pero me parece que lo tuyo, como dice Etel, no es solo un pasatiempo. Realmente
tienes un potencial enorme.
Ok, me estoy sonrojando.
— Sisa — oí a Loi. Volteé a verla porque
sentía que su aprobación era una de las más difíciles de conseguir. Sus ojos me
miraron sumamente concentrados—, ¿cuántas personas en tu casa saben que tocas
así?
— ¿Ah? — La pregunta me desencajó un poco—.
Pues mi abuelo, y Joan un poco. Gisell siempre dice que hago ruido; Corín es de
las que “no sabe, no opina”. Y Petardo…bueno, él nunca me ha dado una opinión
al respecto, pero tampoco se ha quejado — comenté con humor.
Loi frunció los labios, se rascó la
barbilla y después bajó la mirada al reloj de su muñeca:
— ¡Vaya! Qué rápido se pasa el tiempo. — Se
acomodó la mochila, pensativa —. Bueno, nos vemos el lunes,
chicos. Tengo ensayo con Godzilla y un trabajo por hacer.
—
¿Eh?
¿Loi? — Se acercó, se despidió de cada uno con un beso en la mejilla y se
perdió de vista de manera veloz. La vimos alejarse rápidamente en una carrera
muy agraciada. Me quedé con Etel y Tomas charlando un poco y a las cinco llegué
a casa.
Loi se había visto muy sorprendida pero
no me dijo nada más.
— Bueno, tal vez me falta algo de
práctica — me dije. Tomé el violín y bajé dispuesta a volver al edificio en
construcción al que había ido el lunes por la tarde, o sino al parque cerca al
malecón en el que solía practicar después de la escuela.
Petardo lanzó un aullido lastimero
cuando cerré la puerta: probablemente pensó que lo llevaría conmigo.
Estaba caminando por la acera cuando un
par de golpes sordos llamaron mi atención. Volteé y me encontré con un
auto negro estacionado muy cerca. Naina me llamaba con energía desde el
interior dándole toques a la ventana. Me acerqué un tanto vacilante, pero
cuando comprobé que solo estaba con la mujer joven de cabello rubio oscuro (su
madre) mis pasos se aligeraron.
— ¡Hola! — exclamé y ella se bajó
velozmente para abrazarse a mis piernas con efusividad. Traía ese simpático
tutú rosa con el que la había visto por primera vez y sobre él un abriguito
color perla —. Buenas tardes, señora — agregué inclinándome un poco para verla
dentro del auto.
— Hola, llámame Marissa, por favor. Eso
de “señora” me deprime un poco — me respondió de buen humor. Asentí y también
le dije mi nombre—. Parece que mi Naina te ha agarrado mucho cariño, Sisa.
— ¿En serio? — le pregunté a ella que
asintió con fuerza—. ¡Pero si nos conocemos de hace poco! — comenté riendo.
— Los niños son muy buenos para intuir
qué clase de personas los rodean — me dijo con amabilidad.
Marissa se veía sumamente joven: no le
pondría más de treinta y dos años a lo mucho.
Alen, con sus dieciocho años, ¿cómo
podía ser hijo suyo?
— ¿Te importaría acompañarla un momento,
Sisa? En lo que voy guardando el auto.
— Para nada.
Naina me jaló por la manga del suéter
con suavidad, invocando mi atención. Señaló con curiosidad el estuche sobre mi
espalda.
— ¿Esto? — le pregunté. Ella volvió a
asentir—. Oh, es mi violín. — Sus ojos resplandecieron, llenos de interrogantes
a diestra y siniestra. Por un momento me vi a mí misma y a Joan cuando
descubrimos el violín del abuelo—. ¿Quieres verlo? — Y dio un par de saltitos,
emocionada.
Me quité el estuche del hombro, pero
antes de que pudiera ponerlo sobre la acera, oí un montón de gritos ahogados
detrás de nosotras: un grupo de niños con uniforme escolar corrían presurosos.
Uno de ellos se quedó parado junto al
árbol en el que parecían haber estado reunidos todos, y otro lo llamó con
insistencia:
— ¡Vámonos! ¡Vámonos! — le gritó junto a los demás. Me observaron con pánico cuando se dieron cuenta de que
los observaba y
finalmente se alejaron a toda velocidad.
Se me escapó una risita ante la huida
repentina, porque era obvio que habían estado haciendo alguna travesura que no
querían hacer pública. Sin embargo no sé bien qué paso porque Naina cruzó la
pista con prisa y a pesar de que la llamé preguntándole qué sucedía no volvió.
Llegó hasta los pies del árbol, se
quedó observando un punto en particular en el césped y después se arrodilló sumamente
apenada.
— ¿Qué pasó?— le pregunté cuando llegué a
ella.
Me agaché a su lado y entonces lo vi: en
sus manos había tomado con delicadeza a un pequeño pajarito que tenía el cuello
doblado de manera poco natural.
Estaba
muerto.
A un lado reposaba la piedra que
probablemente había dado el golpe mortal.
Apreté la correa del estuche cuando
ella elevó la mirada y me observó con los ojitos sumergidos en lágrimas. Toqué
su cabeza con suavidad, y le pedí que dejara el cuerpo sobre el césped, pero se
negó rotundamente y lo apretó contra su pecho.
Me arrodillé a su altura cuando la vi
llorar en silencio.
— Lo siento — fue lo único que se me
ocurrió decir cuando se mordió los labios con furia, enfadada —. No ha sido por
maldad. A lo mejor querían jugar con él, y la lanzaron con mucha fuerza…
De la nada oímos unos suaves “pi-pi-pi”.
Elevé la mirada y comprobé que en la rama más baja del árbol había un pequeño
nido.
Al parecer el pequeño pajarito era uno
de los padres.
Naina apretó con fuerza los ojos y las
lágrimas, ahora sí, perdieron control alguno. Un sollozo ahogado se
escapó de sus labios, pero fue casi silencioso. Iba a pedirle que me diera
el pequeño cuerpo porque parecía afectarle muchísimo; pero volteó de manera
inesperada, casi como si hubiera sentido que la llamaran, y después corrió
velozmente entre trompicones rumbo a la acera de en frente.
— ¡Naina, esper…!
Cerré la boca cuando comprendí su
trayectoria: Alen venía en sentido contrario, rumbo a su casa y con una mochila colgándole de un hombro. Naina corrió arduamente, y por poco y
cae por un mal paso si no fuera por él que la sujetó antes de que sucediera. La
miró sumamente sorprendido, tal vez por las lágrimas, y después se arrodilló
junto a ella que negaba fuertemente con la cabeza mientras apretaba al pajarito
contra su pecho.
Asintió comprensivamente, entendiéndola
sin necesidad de que hablara, y después sonrió con gentileza, tal vez buscando
consolarla.
Le di un último vistazo al nido de la
rama más baja, y cuando giré para acercarme, los ojos se me abrieron
violentamente.
Él acababa de lanzar algo hacia arriba…algo que definitivamente no cayó, sino que voló.
Voló hasta posicionarse sobre el nido
que estaba sobre mí.
¡¿Pero
qué…?!
Volteé asombrada y comprobé que la
pequeña ave que había visto segundos antes estaba ahí, silbando tranquilamente
sobre su nido.
¡No
es posible!
—
¡¿Qué
hiciste?! — proferí al acercarme, pasmada.
Naina
me miró asustada y se refugió detrás de una de sus piernas.
— ¿Qué? ¿De qué hablas? — me preguntó él
confundido.
— Estaba muerta — aseguré; Naina se
cubrió los oídos. Él elevó una ceja, retándome—. ¡Yo la vi! Estaba muerta.
—
¿Y
qué estás sugiriendo? — señaló en tono burlón—. ¿Que la resucité o
algo por el estilo?
— Pues…
Ok, eso es completamente absurdo.
Me quedé con la boca abierta y eso solo
provocó que se partiera de la risa:
— Alguien ve demasiadas películas de
fantasía
— señaló divertido—. Solo estaba desmayada. Un par de golpecitos aquí, allá, y
¡voilà!, reacciona — me explicó con elegancia.
Volví a sentirme estúpida, ¡sumamente
estúpida! Y lo peor de todo era que la mayoría de veces en las que me sentía
así era porque él estaba cerca.
Probablemente se estaba divirtiendo a
mi costa.
Sí, lo hace. El que esté riéndose con
tantas ganas es una prueba rotunda.
— Ya me voy — señalé malhumorada.
— Espera, ¿vas a practicar?
Lo miré confundida y me sonrió,
señalándome el violín con un cabeceo.
— Ah, bueno, sí…algo.
— ¿Podemos ir? — me preguntó y el tono
esperanzado me trastocó. Era como tener un niño al que se le han prometido
todas las golosinas del mundo entero.
Naina aplaudió entusiasmada. Traté de
no verme demasiado reticente—. Bueno, es que…
— ¿Quieres algún pago a cambio? Porque si
es así, puedo darte todo lo que tengo — añadió atentamente, rebuscó en su
mochila y después de un par de segundos tuve frente a mí cuatro tabletas de
chocolate —. Oh, espera. Este no puedo dártelo porque es para Naina.
Se inclinó y se lo ofreció, pero ella
negó rotundamente con la cabeza y me señaló.
— Bueno, entonces tienes cuatro a modo de
pago — me dijo con amabilidad y evidentemente mi rostro adquirió un gesto difícil
de explicar.
Es
la primera vez que un chico me ofrece chocolates para contar con mis servicios
musicales. Aunque en realidad es la primera vez que alguien me pide contar mis
servicios.
—
¿No
los quieres? — me preguntó. Como no sabía qué responder opté por simplemente
asentir de manera vacilante y los recibí.
— ¿Nain...? — Marissa apareció en el umbral de la casa, se detuvo y
su rostro adquirió bruscamente un gesto de sorpresa; sus ojos, de ansiedad. Alen
tomó una gran bocanada de aire y se acercó a ella; intercambiaron un par de
palabras y claramente la vi asentir, como si estuviera aprobando algo. Él se
metió las manos a los bolsillos, pero antes de que pudiera retornar ella lo
tomó por el rostro y le besó la mejilla izquierda. Alen
asintió en respuesta y se giró, sin decirle nada más.
Fue un momento algo extraño porque el
gesto que vi en el
rostro de ambos fue el de una especie de tristeza compungida.
— ¿Dónde practicas? —me preguntó cuando
volvió. Se desordenó el cabello como para alivianar la tensión —. ¿Aquí cerca
o…?
— Planeaba ir al edificio en construcción
de la vez pasada —le respondí y después recordé de manera fugaz cómo había sido
capaz de tocar para él.
»— Toca para mí, Sisa.
¡No, no! ¡No te sonrojes!
— ¿Qué sucede? — Sentí que la sangre se
me agolpó contra las mejillas—. ¿Mmm? ¿En qué piensas?
— ¡En nada! — respondí de manera veloz.
Él frunció los labios y después soltó
un silbido:
— ¿En serio? Te noto algo nerviosa.
— En serio — corroboré rígida. Naina me
tomó de la mano y me sonrió—. Lo…lo que pasa es que nunca me habían pagado por
tocar.
— Bueno, siempre hay una primera vez para
todo — me respondió con una sonrisa, y entonces cerró los ojos con fuerza ante
el soplido del viento que le dio de lleno en el rostro.
Volví a deslumbrarme al ver con cuánta
facilidad él disfrutaba de las cosas: es decir, he visto muy pocas veces que
alguien sonría como él solo por sentir el viento golpeándote con fuerza. Casi
como si se tratara de un antiguo compañero de juegos al que te alegra
enormemente volver a ver.
— ¿Y por qué con chocolates? — pregunté
con curiosidad.
— ¿Qué sino?
¿Dinero? Los chocolates son deliciosos así que me parecen un pago justo — corroboró con convicción y Naina lo aprobó,
plenamente satisfecha.
No pude evitar soltar una risita ante
la peculiar lógica.
Los ojos se le tornaron amables:
— Y jamás se me ocurriría manchar tu arte con algo tan sucio como el dinero. El
dinero es demasiado terrenal…lo tuyo va más allá de eso. — Me
sonrió y cruzó con Naina de la mano.
Ese mismo viento que tanto jugueteaba
con él sopló y me despeinó con rudeza:
¿Cómo no iba a pensar que Alen Forgeso
era un Donjuán en potencia?
Si sabía exactamente qué palabras usar
para que una sintiera que vuela.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Había estado casi dos horas tocando el
violín mientras Naina bailaba graciosamente y daba giros y pequeños saltitos agraciados.
Como estaba con su tutú rosa bajo el abrigo color perla me detuve por un
momento para preguntarle algo obvio:
— ¿Estás aprendiendo ballet? — Asintió
con emoción—. Tengo una amiga que también baila — le comenté orgullosa.
— ¿Es buena? — oí la voz interesada de
Alen; le respondí que sí. El miércoles había ido a verla nuevamente a sus
ensayos, y comprendí por qué Gustav Amira confiaba tanto en su hija:
Loi bailaba de una manera increíble. La
única forma en la que podía imaginármela en el futuro era en un escenario
haciendo lo que más le gustaba.
El tiempo que pasé ensayando resultó
bastante entretenido, porque a Naina le fascinaba el sonido del violín y
revoloteaba alrededor de mí con entusiasmo cada vez que reconocía la melodía.
Aunque debo admitir que el haber estado solas habría hecho del asunto uno más
llevadero; porque cuando terminaba alguna pieza, entre agotada y satisfecha, me
encontraba con los ojos ávidos de Alen que me observaba sentado desde el cómodo
lugar que había encontrado en el suelo.
Y tal vez sea cosa mía, pero su mirada era
muy penetrante: parecía tener un panorama extremadamente profundo de mí, solo
con un vistazo.
En fin…
De pronto el sonido de una motocicleta
retumbó con fuerza en las paredes. Alen se puso de pie y minutos después
apareció el chico rubio de la vez pasada: Tarek Rye.
— Mmm, qué lugar tan acogedor — indicó,
observando divertido las paredes sin pintar —. Oh, Sisa, ¡qué gusto verte de
nuevo!
— ¿Pasó algo? — le preguntó Alen presto.
— Te sentí…— Elevé una ceja ante lo curioso de la frase—. Es decir… Es un
código, ¡él sabe que vivo pendiente del aire que respira y…!
— Ya cállate — profirió malhumorado.
Tarek
se encogió de hombros, restándole importancia:
— Hethos me pidió que te buscara. Quiere
verte.
Ya había escuchado ese nombre antes: ¿se llamaría así? No, no creo, suena a apodo.
— Estee…disculpen, no es por ser entrometida pero… ¿Es que acaso ustedes forman parte de una banda o algo así…?
Eso de “Hethos me ha enviado un mensaje para ti”, “Hethos nuevamente te llama” sonaba a recado del jefe mayor de la banda.
— ¡¿Una banda?! — exclamó Tarek
emocionado —. ¡Qué interesante!
— Fantasiosa Bellota, deja de ver tantas
películas, por favor — me pidió Alen burlonamente.
Lo
miré con mala cara.
— ¿Por qué lo dices? — insistió Tarek.
— Bueno, por lo del tal Hethos y lo de la
otra vez… ¿Copo de nieve y su escuadrón? Suena como si ambos fueran los jefes
de su banda o algo así.
Era como si hablaran en clave y sus
personas conocidas tuvieran sobrenombres.
— ¿Copo de nieve? ¿Jefe de una banda?
Se miraron confundidos…y rompieron a
reír estrepitosamente.
— ¡Voy a
decírselo!
— dijo Tarek mientras se retorcía de la risa—. Copo de nieve como integrante de
la mafia…. ¡Se vería tan estupenda junto a todo al escuadrón! — Se detuvo con
una última risita y después me sonrió—. No, Sisa, Copo de nieve no es nuestra
jefa. Le gusta ver películas de gánsteres, eso sí, pero de eso no pasa; te la
voy a presentar un día de estos, vas a caerle muy bien. Y tampoco somos parte
de una banda…— aclaró, pero lo pensó un tanto —. Aunque…tal vez sí lo somos
pero no de una muy convencional.
Le lanzó una miradita cómplice a Alen
que asintió divertido:
— Nada convencional — aprobó con una
risita—. Y Hethos es un amigo; Naina lo conoce. Y los recados que me envía… — Lo
miré con atención—…son asuntos solo míos así que no te los diré, curiosa
Bellota — concluyó con arrogancia.
Lo miré con odio: ¡¿por qué siempre
hace que suene como si yo anduviera pendiente de su vida?!
— ¿Sabes qué? Tu amiga, la tal Auriel,
tenía razón cuando me dijo que eras algo extraño con las personas — señalé
disgustada.
— ¿Qué? ¿Auriel? — tanteó Tarek extrañado
—. Oye, ¿es quien creo que es? Alen, ¡oye, te estoy hablan…!
— Naina, ya debemos regresar a casa, ¿sí?
— lo interrumpió con tranquilidad y se agachó hasta quedar a la altura de ella
que asintió desanimada—. ¿Nos vamos? —me preguntó. Aún era temprano así que le respondí
que me quedaría ensayando un poco más —: Mmm, bueno, pero… procura no meterte a
calles desoladas, ¿sí? Y no seas imprudente.
— ¿Ah?
— Es peligroso — añadió con voz de padre
mandón.
— Sisa, ¿te has subido a una moto antes?
— ¿Qué? Volteé a ver a Tarek que
estaba sonriente. Negué con la cabeza y me ofreció su casco—. Te llevo: mañana
ya ensayas. Es tarde y por lo que percibo…parece que Alen no quiere dejarte
aquí. — ¿Eh? —. Vamos, no es
peligroso.
— No le mientas: cualquiera sabe que si
tú vas manejando definitivamente el asunto no pinta bien.
— ¿Entonces estás sugiriendo que quieres
llevarla tú? — rebatió con una sonrisita.
El
cuerpo se me puso rígido: ¡¿qué cosa?!
— Bueno, si queremos que llegue viva a
casa, tal vez sea lo mejor.
Se están mirando desafiantes: ¿por qué precisamente
ahora se les ha ocurrido sacar a relucir el condenado lado competitivo?
— Ok, adelante, quiero ver que lo hagas.
— ¡No, no, no! ¿En una moto, con él? ¡¿Con Alen Forgeso?! Etel estaría saltando
de la emoción, pero la verdad es que el contacto físico y la velocidad me predisponen
un poc…
— ¿Vamos?— Lo miré pasmada—: ¿Sisa?
— Mira, lo que pasa es que…nunca…nunca me
he subido a una moto y…
— Ok, es tu primera vez— dijo asintiendo para sí mismo —. Entonces
lo haré con suavidad para que no te asustes, ¿sí? Iré todo lo lento que quieras — aseguró
con amabilidad.
Tarek soltó una risotada que retumbó en
todas las paredes:
— Hermano, no tengo nada que enseñarte,
¡eres todo un seductor! Parece que fueras a hacerle otra cosa — repuso con
burla. Me sonrojé violentamente.
Alen puso los ojos en blanco, pero
segundos después se enfocó en mí, que trataba de pedirle a mi rostro que
volviera a su color natural.
—
¿Vamos?
¿O prefieres que te lleve Tarek?
Volteé a ver al aludido que me sonrió enormemente. Recordé sus
bruscas frenadas, su velocidad temeraria, y el abdomen se me encogió.
—
Mejor me quedo — señalé con
cortesía, pero para cuando me di cuenta Tarek ya me había quitado el violín para
guardarlo con velocidad en el estuche. Quise protestar pero ya estábamos
afuera, con Alen ofreciéndome el casco y ya posicionado sobre la motocicleta.
—
¿Sisa?
— ¿Sabes qué? He oído que es peligroso ir sin casco — puntualicé
intentando sonar convincente.
—
Por eso te lo estoy dando —
añadió como si fuese lo más obvio del mundo.
—
Sí, pero… ¡¿y tú?! — Puse
mucho empeño en no sonar desesperadamente aterrada —. ¡No me gustaría que tú te
expusieras y...!
—
Oh, él está más seguro que
cualquier persona en el mundo — puntualizó Tarek relajadamente—. Tiene la
cabeza tan dura que si impacta contra la pista probablemente la raja.
—
Ja-ja, qué chistoso. Me
muero de la risa — señaló Alen con sarcasmo.
—
¡Vamos! ¡Será divertido! —
insistió Tarek.
—
Sí, pero... ¡Pero...!
Pero nada, igual terminé sentada tras él, con el casco ya puesto y
todo el cuerpo temblándome como si fuera de gelatina.
—
¿Tienes miedo? — me
preguntó Alen —. Porque si es así, solo es cuestión de que lo digas.
La verdad era que muy bien podría haberme bajado porque sí, me
daba algo de miedo el asunto; pero el aire arrogante que él ya de por sí
llevaba consigo me disgustaba un tanto. Elevé el mentón, convencida, y acepté cualquier
“paseíto” en moto que quisieran darme.
—
¿Qué haces, Bellota? — se
cercioró Tarek después de que me acomodé firmemente en mi lugar—: ¿Vas a ir
así?
—
¿Así cómo?
Volteé la mirada hacia donde iba la suya, y vi mis propias manos
aferrándose a la parte posterior del asiento.
Bueno, es esto o aferrarme al cuerpo de Alen: cosa que
definitivamente NO quiero hacer.
—
Irás despacio, ¿verdad? —
les pregunté algo temerosa—. Entonces no es necesario que…
—
Iré todo lo lento que se
pueda; pero de preferencia es mejor que te sujetes de mí, solo por precaución.
Será difícil atraparte si sales volando — bromeó y se me frunció el ceño
Tomé una gran bocanada de aire y rodeé con el menor contacto
posible su cintura. Me sorprendió que su cuerpo se sintiera tan cálido a pesar
de que estuviera corriendo algo de viento y él estuviera en camiseta. Tarek
tomó a Naina de la mano, mi estuche, y ambos se despidieron diciendo que nos
veríamos en unos minutos.
Alen se encorvó ligeramente al momento de encender el motor, y sentí
parte de su espalda chocando contra mi pecho. Automáticamente me fui para atrás
todo lo que pude.
El motor lanzó un potente rugido. Apreté los ojos con fuerza,
esperando lo peor…
¿Eh?
…y después sentí el viento rozándome las mejillas con suavidad.
Abrí los ojos y comprobé que era como sacar la cabeza por la
ventana del coche.
—
¡No es tan intimidante! —
comenté alegre.
Elevé el protector de ojos del casco y contemplé todo alrededor.
—
¡Si van casi a nuestra velocidad
es evidente que no! — exclamó Tarek que caminaba con Naina, riéndose de lo
lindo, a unos pasos atrás.
Ah, genial.
—
¿Puedo ir solo un poco más
rápido, Sisa? Quiero mostrarte algo — inquirió Alen desde adelante. Le dije que
"bueno": total, todo parecía más tranquilo de lo que imaginé.
Pero la risa de Tarek estalló por completo:
—
Acaba de emocionarse — me
gritó. ¿Qué cosa?—. ¡Que llegue viva,
hermano!
—
¿Tarek? — exclamé sin comprender—. ¿De qué habl...?
Pero no pude continuar, porque el viento ingresó con una fuerza
insólita a mis pulmones y un chillido se me escapó sin control. Tarek y Naina
se perdieron de vista; es más, ¡todo el panorama se convirtió en una mancha
borrosa!
¡Este chico está loco! ¡Esto no es un "poco más rápido"!
Una risa jovial estalló en mis oídos y retumbó en medio de mis
brazos, porque no me quedó más que aferrarme con fuerza a su cintura si no
quería salir volando como parecía que sucedería.
—
¡Bellota! ¿Estás viva? — se
atrevió a preguntarme.
¡No podía ni abrir los ojos! Los músculos se me tensaron por
completo, pensando que en cualquier momento terminaríamos estrellándonos contra
algo.
—
¡¿Qué te pasa?! — exclamé
histérica —. ¡Dijiste un "poco más rápido" y esto...! — No le
importó, en lo absoluto, porque giramos vertiginosamente y se me escapó otro
grito al sentir que nos inclinamos.
Me aferré con más ímpetu a
su cintura. Escuché que varias carcajadas se le escaparon.
¡Cuando bajara lo golpearía y mordería y...!
Giramos por otra esquina; sentí que esta vez sí terminaríamos
desplomados en la acera.
—
¡Bellota, abre los ojos!—
me instó animado.
—
¡¿Qué?! ¡Claro que no!
¡¿Estás loco?! ¡Te odio!
—
¡Anda, ábrelos!
—
¡No! ¡Eres un maldito
desconsiderado que solo anda riéndose de mí! ¡Si me da un infarto serás el
principal culpab…!
Genial, más gritos. Y el idiota este que solo sigue riéndose de lo
lindo.
—
Sisa, en serio, ¡ábrelos!
Estoy yendo más lento.
—
¡¿Lento?! ¡¿Crees que soy
tu payaso personal o algo así?!
—
¿Payaso personal? — Lo oí
reír con más fuerza. ¡Pero qué maldito…!
—. ¡Solo ábrelos!
Fruncí los labios, indecisa, y después empecé a abrir los ojos con
lentitud. Tenía razón, estaba yendo más lento pero aun así...
—
Ahora voltea a la
izquierda.
Giré con cuidado, pero aun así golpeé parte de su columna con el
casco. Se quejó adolorido (se lo merecía), y después volvió a reír.
Y cuando estuve con la mirada puesta completamente sobre el lado
indicado, me quedé pura y llanamente sin palabras.
Dios…
Ahí estaba el mar, repleto de pincelazos cálidos, con el tono anaranjado del atardecer cubriéndolo por completo y una esfera del mismo color a medio camino de salida. El sol.
La brisa me rozó la piel; el aire ingresó y dejó un profundo vacío
en mi pecho. Fue extraño, lo sé, porque de la nada recordé lo valioso que era contemplar,
lo valioso que era poder respirar. Lo valioso que era el milagro de poder vivir…
Lo valioso que era poder
existir.
—
Cielos…
—
Gracias por tocar para mí —
oí de él y me estremecí—. Los chocolates son la paga de hoy, toma esto como la
paga del lunes.
Su cuerpo se movió ligeramente; no tuve que verlo para comprender que
había sonreído.
—
Muchas…muchas gracias — musité, aún abrumada.
—
Gracias a ti, Bellota
artista. — Solté una risotada ante el apelativo, y sin quererlo terminé
recostada sobre su cuerpo, con una extraña comodidad dispersándose alrededor.
La inmensidad del océano me conmovió, el atardecer me llenó de
paz. Me sentía sumamente relajada aquí, en esta moto que tanto miedo me daba, y
con este chico que tanta curiosidad había despertado en mí. No entendí muy bien
lo que sucedió, porque recordé cuánto me apaciguaban los tonos cálidos. Lo
miel, los ojos de sol…
» Está muerto, Albania…
Y la imagen se perdió de vista.
—
¿Sisa, estás bien? — oí de
Alen, casi como detectando mi desconcierto. Supuse que mi cuerpo se habría
tensado o algo para que lo supiera.
—
Sí, no…no te preocupes.
¿Qué había sido
eso? ¿Ondas marrones? Había una chica…no, miento: eran dos. ¿Una carta? Un
árbol… Llovía, ¿verdad?
Y otra vez la tal Albania.
Cerré con fuerza los ojos y sacudí la cabeza.
—
En seguida llegaremos a
casa — oí de adelante.
—
S-sí
Llegamos al vecindario algo de quince minutos después. La pista
estaba vacía, cuando de repente:
—
¡Ay, madre!
¡Joan y Gisell estaban parados en la puerta de la casa!
—
Sigue de largo — exclamé
pasmada.
—
¿Qué? — me preguntó
extrañado.
—
¡Que sigas de largo! ¡Sigue
de largo! — casi chillé y volteé a ver en otra dirección para que no me
reconocieran.
¡No quería ni pensar qué cosas me dirían si aparezco de la nada en
una moto y encima con un chico!
—
¿Puedo saber qué pasó?
¿Se habrían dado cuenta? No, ¿verdad? Joan ya hubiera gritado
“¡Bellota!” o algo.
¡Ay, Dios, ¿por qué estas cosas me suceden a mí?!
« Agradece que el abuelo
Cides no está en Lirau»
Bueno, eso sí. Si el abuelo me veía en una moto lo más probable
hubiera sido que saliera con su escopeta a dejar en claro las cosas.
—
¿Y bien? — oí de nuevo
cuando la moto se detuvo. Alen había terminado girando en una de las manzanas
posteriores, solo para volver al camino de entrada por el otro lado. Ahora
estábamos en frente de su casa otra vez.
Me quité el casco de manera veloz por si alguien conocido
aparecía.
—
¿Sisa?
—
Mi hermano y su mamá
estaban en el pórtico — resumí agotada y ya con los pies en tierra —. No creo
que hubiese sido muy inteligente de mi parte el aparecer de la nada sobre una
motocicleta.
—
Claro, me parece lógico —
sentenció con seguridad y después soltó una carcajada—: Es casi como la
pesadilla de cualquier padre: su hija, en una moto, ¡con un chico mayor!
—
Sí. — Me senté sobre la
acera a esperar que Tarek y mi violín llegaran—. Si tuvieras tatuado el cuerpo
probablemente serías el prototipo perfecto de “chico problema” — bromeé.
—
¿Tatuado? Mmm, ¿esto
cuenta?
Tomó el borde de la manga de su camiseta y la elevó un poco. Me
quedé perpleja: ¡pero si era el típico chico malo de las películas!
En la parte del antebrazo, a un par de dedos de donde terminaba el
hombro, distinguí un símbolo complicado. Era como un círculo con muchas líneas
dentro de él; el diseño se veía tan complicado que definitivamente había dolido
al ser tatuado.
Obviemos la parte acerca de lo firme que se veía el músculo de su
braz…
« ¿Qué te pasa? ¡No es un
pedazo de carne!»
—
Qué bueno que no nos
detuvimos, sino… — suspiré agotada.
Se sentó junto a mí en la acera, pensativamente.
—
Hace un momento dijiste que
tu hermano y “su madre” estaban en el pórtico de tu casa, ¿verdad? — Asentí—. Eso
significa que…
—
Técnicamente soy adoptada,
sí — resumí de manera tranquila—. Mi madre falleció por un tumor en el cerebro.
Yo tenía cinco años.
Cuando era más pequeña resultaba algo engorroso y me angustiaba el
explicarlo; pero ahora las cosas ya no eran tan así. Supongo que una se
acostumbra.
—
¿Y la familia de ella? — me
preguntó —. ¿Tu padre?
—
Bueno, nadie quiso
acogerme. Y mi padre…la verdad es que no tengo ni la menor idea de a dónde fue
— respondí con más humor del que pensé.
—
Suele suceder — admitió con
tranquilidad. Me llenó de confianza su poco asombro: era genial que mi historia
no le pareciera “excesivamente triste” ni poco común, como solía suceder.
—
Me imagino que lo tuyo es
parecido — añadí más relajada.
—
¿Por qué lo dices?
—
No sé, me da la impresión.
—
Bueno, en algo, sí. — Soltó
una ligera carcajada y sus ojos se tornaron amables—. Marissa y Santiago, la
pareja que vive en la casa —precisó— se casaron; Naina aún no nacía, y por
algún misterioso y maravilloso motivo quisieron adoptar.
No dijo más por unos segundos, con esa especie de silencio que uno
crea cuando recuerda cosas hermosas, y después volvió a sonreír:
—
Me trajeron a casa cuando
yo apenas tenía diez años.
—
¿Ellos…? — me aventuré a
preguntar—. ¿Ellos no son tan buenos como parecen ser?
—
Ellos… —inició y se quedó
mirando un punto indefinido en la acera—. Ellos son de ese tipo de parejas que
confirman la existencia del amor y del cariño sincero. Son de ese tipo de
padres que solo rodean de felicidad a sus hijos. De ese tipo que solo merecen
lo mejor en la vida.
La sonrisa se le congeló en un gesto abatido. Y fue tan extraño,
porque con todo esto la situación me parecía aún más difícil de entender.
—
¿Entonces…?
—
Crear vínculos es peligroso
en mi caso. Hablar contigo ya de por sí es algo insensato…
—
¿Qué?
Parpadeó varias veces. De pronto parecía incómodo:
—
Ehh, lo siento, ya empecé a
decir incoherencias. — Lo miré fijamente porque no me parecía la excusa más
inteligente—. No me pidas que te dé explicaciones porque no lo haré.
—
¿Ya te han dicho que eres
algo extraño? — sentencié para cambiar de tema.
Me daba mucha curiosidad el asunto con sus padres, pero tampoco
quería ser insistente.
—
Sí, varias veces — aceptó
riendo un poco.
—
Y bueno…supongo que ya te
habrás reconciliado con ella — lancé sin pensarlo demasiado.
Solo me bastaron algunos segundos para comprender exactamente a
qué sonaba eso.
« ¡¿Ay, por qué?!»
—
¿Reconciliado “con ella”? —
repitió con curiosidad—. ¿Con quién?
—
Ehh…
«Genial, Sisa. ¡Es obvio
que esto suena a “quiero confirmar si ya regresaste con tu ex”!»,
—
¿Sí?
—
Eh…pues… — « Ya, ¡díselo de una vez e intenta cambiar
de tema!»—…hablaba de la chica de la vez pasada. ¿Cómo se llamaba? ¿Auriel?
— « Sí, ahora finge que no recuerdas el
nombre».
Estaba teniendo una magistral batalla conmigo misma hasta que oí
que rompió a reír, muy animado:
—
¿Estás hablando de la chica
del museo? — me preguntó divertido. Asentí algo dubitativa y eso provocó que
riera con más fuerza—. ¿Lo de “reconciliar” me debe hacer suponer que piensas
que “salimos” o algo así?
—
Pues sí, ¿no? — Soltó una
carcajada aún más fuerte—. No le veo lo gracioso — apunté con mala cara.
—
Yo sí, y mucho. ¿Qué te
hizo pensar eso?
—
Bueno, sé que no es mi
asunto pero ustedes no buscaron demasiada privacidad para mostrar su “afecto”—
enfaticé lo de aquel día.
—
¿Mostrar nuestro afecto?
¿Hablas del beso? — Asentí con fuerza y él se encogió de hombros—. Vaya…
—
¿Vaya qué? — solté con
brusquedad—. ¿Acaso la besaste porque sí y…?
Se me quedó mirando por unos segundos. Distinguí el matiz ingenuo,
y no pude evitar sentirme indignada:
—
Me estás diciendo que la
besaste porque, bueno, ¡¿se te dio la gana?!
Ok, no debería haber gritado.
—
¿Te has encontrado con
versos que dicen cuán espléndido es el placer producido por un beso? — me
preguntó amablemente. Asentí sin comprender el punto—. Bueno, muchos de esos
versos tienen cien por ciento de veracidad en ellos. Saben tan bien que, podría
decirse, me gusta alimentarme de besos.
¿Pero qué…?
—
¡¿Es en serio?! — exclamé.
¡Pero qué clase de persona es este…este…!
¡Ya no sé ni qué palabra emplear!
—
¿Por qué te pones así?
—
¡¿Qué por qué?! — casi
chillé —. Oye, está bien que busques encontrar el “sublime placer que taaanto
mencionan esos versos”, pero también deberías ponerte a pensar en la otra
persona. Digo, ¿acaso no te has planteado que tal vez le gustas a esa chica?
—
¿Gustarle? — Soltó una
carcajada, incrédulo—. No, en lo absoluto.
—
¡Eres un…!
De acuerdo, acepto que estamos en tiempos modernos y la verdad un
beso tampoco implica demasiados compromisos, pero aun así me sentía muy
ofendida. ¡¿Quién se creía Alen Forgeso?! ¡¿Qué por su cabello desordenado
y sus ojos miel podía andar jugando con las personas de esa manera?!
¡No hay forma de justificar eso! ¡Por muy guapo e interesante que
parezca!
—
¿Sisa?
—
Dios, no puedo creerlo —
murmuré. Me observó con curiosidad y no pude evitar confirmarlo, solo por si
las dudas—: Me estás diciendo que así como te gusta el arte y los chocolates,
¿calificas el besar algo así como un “hobby” que te entretiene?
—
Vaya, qué observadora eres.
¿Cómo sabes que me gustan los chocolat…?
—
¡Respóndeme!
Desvió la mirada por unos segundos, como para pensarlo, y después
sonrió:
—
Bueno, algo así. Ya te dije
que me alimento de ellos — corroboró con simpleza.
—
¡Esto es increíble! — exclamé
acalorada—. Eres un descarado y lo peor es que ni siquiera te da un poquito de
vergüenza aceptarlo.
—
¿Vergüenza? — me preguntó
con humor—. ¿Y por qué debería darme vergüenza el ser sincero?
—
No intentes arreglarlo — reclamé
fastidiada.
—
Oye, relájate. Tampoco es que
vaya por la vida besando a todo el mundo, de lo contrario estarías en problemas
— me dijo y se estiró, observando ampliamente el cielo. Sentí que el rostro se
me encendió —. Simplemente digamos que…mmm… esa chica y yo tenemos una especie
de trato.
—
¿Eso significa que es algo
así como una relación libre?
—
Nada de relación. Dejémoslo
en que ambos sabemos algo que nadie más sabe, y por ese mismo motivo no puedo
darte más detalles — concluyó con elegancia, pero ni así lo comprendí. Viera por
donde viera el asunto, me parecía que él era el típico Donjuán que se divertía
coleccionando sentimientos.
¡Y qué era esa
absurda frase de “me alimento de ellos”!
—
¿Sabes? Deberías cambiar de
"dieta"— sentencié disgustada.
—
Lo dudo, me gustan
demasiado — me retó con arrogancia.
¡Pero qué chico para más idiota!
Felizmente Tarek y Naina aparecieron a un par de metros,
acercándose:
—
¡Lo sentimos! Pasamos por
una confitería y había una fila enorme para los ositos de goma, ¿verdad? —
Naina asintió cuando Tarek nos explicó el motivo de la demora. Le quité mi estuche
con algo de brusquedad y me miró confundido —: Uy, ¿qué pasó?
—
Ya me voy, buenas noches. —
Me agaché a la altura de Naina para besarla en la mejilla y después le sonreí a
Tarek —. Adiós — le dije a Alen tan secamente que elevó una ceja, divertido:
—
Te ves muy graciosa cuando
te enfadas — se atrevió a decir—, Bellota malhumorada.
Giré, dispuesta a matarlo a golpes, pero después la vocecita de mi
cabeza me recomendó que mejor dejara las cosas así. Después de todo, hacerlo
significaría que me importaba demasiado y eso no era discutible.
—
¿Qué le hiciste? — oí que
le preguntó Tarek.
Soltó una carcajada:
—
Está en contra de mi
“dieta” usual — le respondió tranquilamente.
Automáticamente aceleré el paso rumbo a casa.
¡Pero qué idiota!
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Arreglé por cuarta vez el moño azul que
adornaba la caja marrón que contenía el obsequio para la
despedida de mi hermano;
y cuando finalmente lo saqué de mi clóset para meterlo cómo cupiera en mi
mochila, no pude evitar encontrarme con la primera paga de toda mi vida: tres
barras de chocolate.
Eran cuatro, pero Joan ya se había
encargado de tragarse una ni bien las vio en el bolsillo de mi chaqueta cuando
retorné a casa el viernes.
»— ¡Ohh, chocolates! — había exclamado
cuando las barras cayeron de mi bolsillo a la alfombra de la sala. Le ofrecí
uno a Corín pero lo rechazó con un cortés "no, gracias".
Aún estaba algo avergonzada por nuestra
pequeña pelea del lunes. Me había pedido disculpas con un tímido “lo siento”, y
como no tenía sentido seguir con la absurda tensión en casa, le respondí que
todo estaba olvidado.
—
¡Ya son las cuatro y diez!
— exclamó Gisell desde el primer piso.
Siempre me ha parecido que los domingos tienen una especie de sensación de dejadez; sin embargo este se
asemejaba más a una de tristeza. A las cinco en punto mi hermano estaría en el tren
que lo llevaría de vuelta a Asiri, y en unas horas estaría con el abuelo Cides.
Se había ofrecido a recogerlo con su auto pero Joan desistió para evitarle la
fatiga.
Joan y el abuelo iban a estar juntos de nuevo, en Asiri; y yo…
Yo me quedaría sola en esta
ciudad.
—
¿Bellota? — Joan me observó desde la puerta con una
sonrisa —. ¿Nos vamos?
—
S-sí.
Llegamos a la estación en menos tiempo del esperado. Nos
sorprendimos muchísimo cuando ingresamos a la sala de espera y una comitiva de
cuatro chicas y seis chicos se pusieron de pie con pancartas de despedida y
obsequios en mano.
—
¡Pero qué...! —
exclamó Joan boquiabierto, y el grupo se
acercó a abrazarlo con emoción.
Gisell y Corín se sentaron a un lado mientras los amigos de mi
hermano se despedían de él, y en ese lapsus de tiempo volví a comprobar lo que
ya sabía: Joan no tenía que hacer demasiados esfuerzos para que las personas lo
apreciaran. Apenas había estado un año en esta ciudad, pero los chicos que lo
despedían parecían conocerlo de hace mucho más.
A las cuatro y cuarenta sonó la primera de las cuatro llamadas
para el tren que abordaría. Gisell empujó a Corín después de que envolviera a
Joan en un extenso abrazo y se limpió las lágrimas con discreción:
—
Anda, despídete de tu
hermano como corresponde — le dijo aspirando por la boca.
Apreté los tirantes de la mochila que traía conmigo ante el
segundo llamado.
—
Acompañaré a tus amigos —
anunció Gisell cuando Corín retornó con los ojos ligeramente llorosos. Volteó a
mirarme de reojo y después se enfocó en él —: No te demores mucho. A la
siguiente llamada ya deberías entrar.
—
Ok, pero deja que me
despida bien de Sisa — le dijo con tranquilidad. Gisell asintió de manera
indiferente y se alejó con Corín a la zona que conducía a los rieles de afuera.
Nos quedamos en medio de ese silencio incómodo que la ataca a una
cuando sabe que si dice algo, va a sonar a sollozo.
—
¿Qué traes ahí, Bellota?
¿Acaso algún presente para tu guapo hermano mayor? — me preguntó en tono de
superioridad.
Era la oportunidad perfecta para golpearlo y relajar el ambiente,
pero los ojos volvieron a ganarme.
No te vayas…
—
Te... te voy a extrañar
mucho, Joan — le dije y lo abracé.
Me palmeó la cabeza como si fuera Petardo y después me tomó por
los hombros para mirarme a los ojos.
—
Llámame si tienes algún
problema. Y prométeme que no vas a dejar que los comentarios que a veces suelta
mamá o Co-co te afecten. Y claro, que vas a estudiar mucho, ¿sí? —Asentí
firmemente y me sonrió —. Yo también voy a esforzarme allá. Aprovecha las
clases y anda pensando bien qué harás al finalizar el Bachillerato. El abuelo y
yo siempre vamos a apoyarte, así nos digas que quieres ser bailarina en un club
nocturno… Bueno, tal vez el abuelo no apruebe eso pero podríamos conversarlo.
Rompí a reír y aproveché para limpiarme las lágrimas:
—
Eres un payaso.
—
Trázate un sueño, Bellota. Aférrate
a él y lucha por hacerlo realidad. Aún eres pequeña, sí, pero es el momento
ideal para empezar a crearlo.
Joan me sonrió con esa sonrisa tan de "papá", y
finalmente saqué la caja con el moño azul que guardaba su obsequio.
—
¡¿Eh?! ¡Pero si son los
tres primeros libros de...!
—
...la saga que tanto te
gusta, sí — confirmé cuando los tomó con emoción—. Y este es de parte de Loi, y
este otro de Etel — agregué pasándole los obsequios que me habían encargado
para él.
Me dio un abrazo estrangulador, me pidió que se los agradeciera y
me despeinó el cabello.
—
Cuídate mucho, Bellota; y
no olvides cargar tu celular. Por cierto, cuidado con los chicos y sus motos
temerarias. — Abrí los ojos sorprendida; Joan elevó las cejas con presunción—.
Tengo 20/20 de visión, Bellota. Un casco no iba a impedir que te reconociera.
—
No es lo que parece…— me
defendí algo nerviosa.
—
Pues por ahora solo puedo
decir…— anunció en tono serio. Tragué despacio—… ¡que tiene una moto estupenda!
— Casi me voy de espaldas y él rompió a reír—: Cuídate mucho, hermanita. Ya
hablaremos de tu motociclista y demás.
—
¡Nada de “mi” motociclis…!
—
Sí, sí, lo que digas.
Nos dio un último abrazo a cada uno, incluyendo a sus amigos, y
después se perdió rumbo a la estación de afuera.
Y exactamente a las cinco y cinco aquel tren se alejó casi
melancólicamente, con un cielo en tonos sepia de fondo y mi hermano dentro de
él.
Lejos de mí.
—
Ya está, se fue — murmuré y
sentí un vacío enorme en el pecho.
Volvimos a casa y me pareció horrorosamente grande. Me quedé en mi
habitación escuchando música porque Corín y Gisell se sentaron en la sala a ver
una película. Quise sentarme junto a ellas, pero el ambiente era tan lúgubre
que me daba un poco de miedo el hacerlo para probablemente verlas ponerse de
pie y dejarme sola. No sería la primera vez, pero ahora tenía esta incómoda
sensación de tristeza de manera tan intensa que al mínimo gesto de rechazo iba
a sentirme peor.
A eso de las diez de la noche sonó el teléfono. Oí a Gisell
contestar y por el tono animado supe que era mi hermano.
—
¿Llegaste bien? — le
pregunté cuando me pasaron el auricular.
—
Sí, Bellota, todo bien. El tren demoró un poco porque… ¡no sabes!
¡Está nevando!
—
¿Qué? ¿En serio? — Me dijo
que sí entre risas y después oí la voz del abuelo.
El ambiente lúgubre se disipó: comprendí algo que me animó
muchísimo.
El compartir la casa solo con Gisell y Corín no eran tan malo
después de todo. Menos ahora que sabía que las dos personas que más amaba en el
mundo estaban bien, juntos, cuidando el uno del otro.
« No tienes por qué
quejarte, Bellota».
Es verdad, no tengo por qué hacerlo.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
Be-llo-ta — oí cantarinamente.
Etel acababa de llegar al salón, y ahora se sentaba alegremente en su sitio,
junto a mí.
Tomas, adelante, escribía todo lo rápido que sus dedos le
permitían.
—
Sé que debes estar algo triste
por la partida de Joan; pero Loi y yo tenemos grandes noticias así que te
animarás. Estoy más que segura.
—
¿Eh? ¿Grandes noticias?
Me lanzó una sonrisita llena de suficiencia y se movió
frenéticamente sobre su carpeta:
—
¡Rayos! ¡Quiero decírtelo
pero Loi me hizo jurar que te lo diríamos juntas!
—
¿Mmm? — La miré con
curiosidad. Tomas, por otro lado, giró de manera violenta para preguntarme si
el número que veía en mi cuaderno era un tres o un ocho—. Tres — confirmé.
—
¿Y tú qué diablos estás
haciendo? — exclamó Etel al verlo escribir como poseso.
—
¡La tarea de Trigonometría,
mujer! ¡La olvidé por completo por la práctica de tenis!
—
¿Que tarea de
Trigonometría? — entró en pánico—. ¡No había ninguna!
—
Yo pensé lo mismo hasta que
vi el cuaderno de Sisa.
Etel volteó a verme, suplicándome que refutara lo último.
—
Ejercicios de la página veinte:
razones trigonométricas — admití con pesar.
Volví a despertarme como por arte de magia a las tres de la mañana,
y como no me entraba sueño aproveché para chequear mis apuntes y ahí encontré
la famosa tarea.
—
¡Qué! ¡Ay, no! ¡Pásame el
cuaderno de Bellota, Tomas!
—
¡Espera! ¡Aún no acabo!
—
¡Ya copiaste algo! ¡Déjame
ahora a mí!
—
¡Suéltalo, lo romperás!
Estaba por pedir que sean amables con mis apuntes (porque no me
serviría de nada el haber hecho los deberes si al final terminaban destruidos),
cuando repentinamente la sombra de alguien me cubrió por completo.
Elevé la mirada y me encontré a Loi muy seria:
—
No me digas que tú tampoco
hiciste la tar...
—
Toma, Sisa. Debes leerlo
cuanto antes y empezar ya.
Y sacó un folder manila con
varias hojas dentro.
—
¿Eh? ¿Qué? — pregunté sin
entender.
—
Debemos apresurarnos porque
queda muy poco tiempo — añadió. Tomas también la observó, lleno de confusión,
mientras Etel aprovechaba el pánico y tomaba mi cuaderno discretamente.
—
¿Poco tiempo? — repetí
desconcertada—. ¿Pero poco tiempo para qué?
Las cejas de Loi se elevaron en un gesto de autosuficiencia:
—
Para que envíes tu
grabación a la pre-selección del examen de ingreso a Gaib Art. A la Facultad de
Música, para ser más exactas.
Ah, para es...
—
¡¿Qué cosa?! — grité
pasmada.
Loi sonreía plenamente satisfecha.
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