NOCHE XI - Noches de insomnio
NOCHE XI
Alen
Tic-tac
Permanezco tumbado sobre la cama; el tic tac del reloj gris que está sobre
la pared rompe el profundo silencio que me rodea. Aunque es un tanto falso de
mi parte afirmar eso porque en realidad nunca estoy en completo silencio. Hay
millones de sonidos alrededor: susurros, el deslizar de los insectos, aleteos
de pájaros, pasos en las aceras, sollozos, suspiros, risas, parpadeos,
caricias, respiraciones, el soplar del viento, el fluido del agua, las
llamaradas del fuego... Hay miles de
ellos alrededor y yo tengo la desgracia de tener el oído muy agudo en el Mundo
terrenal. Solía ser abrumador al principio, pero ahora mi sentido auditivo ya
puede lidiar mejor con ello; además he desarrollado un método eficiente: cierra
los ojos o enfócate en algo tan deslumbrante como para abstraerte de todo. Así es más fácil...mucho más fácil.
Tic-tac
Le he dicho a Tarek que no me gustan los relojes, así que este es
el único que hay en casa. Odio contar el tiempo; odio saber cuántas horas,
minutos o segundos han pasado. Todos los humanos viven pendientes del reloj. En
cierto momento me pareció un rasgo insoportable.
»— Ellos viven
corriendo...porque en sí sus vidas van a ese ritmo — me dijo Hethos en una
ocasión—. El tiempo es escurridizo con
ellos, no se detiene, no va más lento.
Me parecía que no era más que una justificación para sus
ajetreadas y superficiales maneras de vivir, pero al contemplar el asunto con
más calma lo comprendí: eso que para mí significaba apenas un instante en mi existencia,
para ellos equivalía a los ochenta o cien años, a lo mucho, que conseguían
permanecer en este mundo.
La existencia humana es efímera, veloz como un suspiro, como un
parpadeo. Como una palabra que al ser pronunciada ya está perdida. Desaparece
así, fugazmente, sin anuncio previo.
Tic-tac
Me enfoco en el techo porque sino este será el octavo reloj que
destruya; pero lastimosamente no resulta tan interesante y mi método fracasa.
Tic-tac, las paredes, tic-tac,
el suelo, tic-tac, la pila de discos que Tarek ha dejado sobre mi
escritorio antes de irse de viaje a quién sabe dónde. “Es un alma libre”, predica;
de vez en cuando necesita cambiar de aires.
Tic-tac, la ventana, tic-t...
El cielo. Las nubes…
Mi método funciona. Había olvidado lo sencillo
que es abstraerse de todo solo contemplando las nubes. Solo admirando las sinuosas
formas que adquieren en su movimiento lento, tan lento que a ojos humanos a
veces resulta imperceptible.
¿Pero qué…?
Y también había olvidado que aquí el cielo suele oscurecer con
rapidez. Ya son las diez de la noche y recién acabo de darme cuenta.
Un horrible sonido invade todo el lugar, y cuando veo una luz
encendida junto a la mesa de al lado, compruebo que se trata del celular. Me
pongo de pie con extrema lentitud, esperando que cuando llegue ya no siga
sonando.
Tal vez no fui lo suficientemente lento.
—
¿Bueno? — contesto en voz
baja.
Oigo una suave respiración:
—
¿Alen? — preguntan con
nerviosismo.
—
Marissa... ¿Qué sucede?
No alzo la voz, es el truco más eficaz. No tengo que esforzarme
demasiado para sonar distante y hasta algo aburrido.
—
Tu…tu padre y yo queríamos verificar que estuvieras...bien. — Oigo una especie de estrangulamiento. Seguro está jugueteando
con el cable del teléfono: siempre lo hace cuando está nerviosa; como una
pequeña niña extremadamente tímida—.
¿Tarek ya volvió de viaje?
—
Aún no.
—
¿Entonces estás solo en el departamento? — Asiento sin muchos rodeos—.
Ya...ya sabes que puedes venir cuando quieras. Naina...Naina te extraña mucho.
—
En cuanto termine los
trámites de ingreso pasaré por allá.
—
¿Ya cenaste? — Respondo que sí, con
este tono vacío e indiferente que ya me he acostumbrado a usar—. Bueno, eh…cu-cuídate mucho, hijo.
—
Adiós, Marissa. Es tarde,
ve a dormir.
Intento enfocarme en la luz de la lámpara que acabo de encender
porque escucho un sollozo bajo. Está
llorando.
La imagino de pie, usando el teléfono del pasillo que une a la
sala con el comedor. Tal vez limpiándose las lágrimas con velocidad, tal vez
aún jugueteando con el cable y mordiéndose los labios. Preguntándose qué de
malo pudo haber hecho para que su hijo mayor le hable con tanto resentimiento.
No, detente. No lo merezco.
—
Tienes razón, tú también descansa. Adiós, hijo. No olvides que te
queremos.
Cuelgo antes de que me diga más.
Me quedo con el celular en la mano y observo la ventana. Las luces
de los enormes edificios de la ciudad rompen toda la oscuridad que invade la
habitación. Estoy harto, fatigado: es terrible sentir que alguien te profesa
eso llamado afecto, cariño…amor, y no
puedas corresponder esos sentimientos de manera más honesta.
Marissa, Santiago…
Pero de vincularme demasiado con ellos, de establecerme con “una
familia”, estaría creando motivos suficientes para que Gabriel reaparezca a
hacerme la pregunta que tanto me abruma. La misma que me ha reformulado ocho
veces y que es la señal de un nuevo comienzo.
La misma que me reprocha el haber quebrantado el Código de
Dualidad.
« ¿Ángel o Humano?», siempre dice. Mi
respuesta siempre es la misma: “ángel”; y
segundos después ya estoy iniciando una nueva vida. Otra ciudad, otro contexto,
otra familia, otro fracaso más...
La segunda vez que Gabriel apareció fue tanta mi conmoción que ni
supe qué responder, porque en ese momento yo aún no comprendía bien el Código
de Dualidad y realmente había aprendido a amar a la primera pareja de humanos
que tuve como familia. Fueron dos amables ancianos con una hermosa casa en el
campo, que juraban que yo era su nieto; mis
primeros abuelos: Marine y Francesco.
“Si uno se deja domesticar,
se expone a llorar un poco”
Fue ahí cuando me juré a mí mismo no volver a encariñarme con mi
próxima familia, porque dolía demasiado, porque no estaba preparado para
simplemente dejarlos atrás.
Pero volví a fallar.
La imprudencia con la que he vivido mis otras ocho vidas ha
impedido que logre tener más pistas para recordar por qué estoy en el Mundo de
los Terrenales. A veces lo olvido y me dejo llevar por emociones, sentimientos,
sensaciones… Esta vez no será así: ya tengo una letra de mi nombre original, es
bastante progreso a diferencia de las anteriores veces en las que no tenía
absolutamente nada.
Además, otro motivo para quedarme en esta es que la he encontrado de nuevo; solo tiene
tres años menos de la edad con la que contaba cuando nos vimos por primera vez:
Amali o, mejor dicho, en esta vida Naina.
Realmente quiero retribuirle lo que hizo por mí en mi primera
existencia; la ayuda que me brindó la primera vez que estuve aquí, con los
humanos, y Hethos aún no me encontraba. El primer humano que me vio caer fue
una niña, y me acogió como a un pequeño animalito asustado por el que había que
velar. Sin embargo, a veces pienso que si no me hubiera encontrado, ella no
tendría que haber pasado por lo que pasó. Y ese suceso fue tan cruel, tan monstruoso, que sus siguientes vidas
han recibido ciertos vestigios de aquello. Aquí, por ejemplo, ya temía un poco
encontrarse rodeada de muchas personas. Me hubiera encantado que me trajeran a
esta vida con cierto tiempo de anticipo; así por lo menos hubiera evitado que
aquella vez en la que se perdió entre la multitud se le apagara la voz.
Ya no recuerdo mucho qué sucedió en mi vida anterior, en la
octava. Creo que la mujer que era mi tía tocó la puerta de mi habitación; le
dije que pasara, y después un enorme pastel de cumpleaños con catorce velas
apareció frente a mis ojos.
»— Feliz cumpleaños, Alen. Ya tienes catorce, ¡qué emoción!
Mentira, sí recuerdo. Yo siempre recuerdo todo.
La sonrisa afectuosa, aquel niño que era su hijo, entrando de
golpe y lanzándose sobre mí para gritarme “Felicidades, primo”. Me veo a mí
mismo algo sorprendido por el gesto, y después sonriendo con gratitud. Bajo con
ellos a la cocina para desayunar y compruebo que han preparado cosas deliciosas
por motivo de mis “supuestos” catorce años. No pude evitarlo, fue demasiado
embriagador, y terminé acoplándome a su alegría, al festejo por “mi cumpleaños”.
Las emociones que despedían, las sonrisas, los abrazos, los gestos de cariño…
Después de aquel día pasamos dos semanas maravillosas en las que
me olvidé por completo de todo. Me sentí querido, demasiado querido. Y fue
hermoso…realmente hermoso.
Pero volvió a aparecer:
»— ¿Ángel o Humano? — me
preguntó Gabriel con acritud en medio del remolino de viento y luz intensa que
lo rodeaba.
Estaba demasiado absorto; lo había olvidado por completo.
»— El Código de Dualidad ha
sido quebrantado — me dijo en medio de mi confusión—. O vives como humano, disfrutando del calor de la familia que te acoge;
o persistes en la búsqueda de tu verdadero nombre para retornar a donde
perteneces. Vuelvo a reformulártelo, calehim: ¿Ángel o Humano?
»— Ángel — respondí con
tristeza. Otra vez, otra vida…
»— Que así sea.
Mi octava vida acabó; inició la novena.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Otra vez estoy aquí, frente a esto llamado “mar” en su código
lingüístico. Veo el sol ocultarse a lo lejos; intento concentrarme porque
realmente quiero prolongar este momento como todos los días, pero fracaso, como
siempre, porque aquí el tiempo es traicionero y corre de manera veloz. Aún no
me acostumbro a la rapidez con la que se escapa de mis dedos. Las cosas que
mayor placer me producen, y en cierto modo “me alimentan”, no suelen durar más
que pocos segundos. La puesta de sol, por ejemplo, ya está por culminar.
Me pongo de pie, la brisa me acaricia la piel. Elevo una ceja,
algo divertido, porque a un par de metros si no me equivoco, hay dos chicas que
están soltando grititos un tanto emocionadas. Mis oídos ya están
acostumbrándose a este mundo, así que ya no tengo la suficiente capacidad para
oír con certeza a largas distancias.
Pero aun así puedo escuchar un ligero ruido:
—
¡Ay, Loi! ¡Qué guapo es!
—
Pues te apoyo, hermana.
Está para envolver y para llevar.
—
¡Y para comérselo de lo
bueno que está! ¡Ayyy!
Suelto una pequeña risita cuando paso junto a ellas de manera
veloz, y los chillidos, aunque intentan ser modestos, igual puedo escucharlos.
No cuestiono las creaciones del Todo, pero
me parece que le faltó obsequiarles un sentido más a los humanos: tienen
olfato, tacto, oído, gusto y visión. Pero todos esos sentidos pueden ser
engañados de manera rápida porque no hay uno que perciba el interior.
No sé por qué demonios piensan que soy atractivo. O bueno, a lo
mejor es que no soy mi tipo. Suelto una risa, negando con la cabeza, y
preguntándome cuántas personas pueden cegarse solo concentrándose en lo
externo. En eso que ellos consideran “belleza”.
Vuelvo al departamento. Me entretengo un tanto leyendo al peculiar
Peter Pan y su manera casi inconsciente de flirtear con Wendy, y después vuelvo
a pensar en lo triste que es vivir así. Tengo una meta, sí: recordar mi nombre
para retornar a mi lugar de origen, y de paso conocer el motivo por el que
estoy en este mundo. El asunto es que no sé cómo hacerlo; simplemente tengo que
quedarme a ver cómo poco a poco ciertas pistas van apareciendo.
La primera letra que llevo tatuada en el cuello y que nadie más
puede ver (solo Hethos, Tarek y yo), apareció de la nada cuando abrí los ojos y
me encontré en una habitación, iniciando mi novena vida.
Tuve que tomarme un par de minutos para comprender el contexto:
había maletas a medio hacer, la habitación estaba algo vacía, y una pareja en
el umbral de la puerta me miraba con abatimiento.
»— ¿Es necesario que te vayas a vivir por el campus? — me preguntó la mujer, y supe que era mi madre por la emoción que
percibí en su interior.
El timbre sonó, Tarek apareció en la puerta y me hizo más
sencillas las cosas. Desde mi quinta vida aparece casi segundos después de que
inicio una nueva. Subió y me hizo el favor de hablar mucho, poniéndome al día
sobre todo: universidad, mudanza el próximo mes, compañeros de cuarto. En esta
vida tengo dieciocho años.
Y en ese momento entró Naina, y la conmoción que me atacó fue tan
colosal que por poco y pierdo los papeles. Se acercó a mí y cuando me abrazó
tuve una visión de lo que supuestamente había sido mi “vida” junto a ellos.
Siempre llego a una nueva vida con mi nombre terrenal: Alen, y
nunca con menos de trece años. Es por eso que ni bien tengo contacto con
alguien que parece ser cercano a mi nuevo entorno, tengo una visión general de
la “supuesta” vida que hemos compartido hasta ese momento. Cuando Naina nació
yo ya estaba con sus padres, me adoptaron cuando tenía diez años. Siempre he
sido un hijo amoroso pero últimamente estoy algo distante: “es la edad” suelen
repetirse a modo de consuelo. También veo que ella no habla desde el año
pasado; en esos falsos recuerdos yo estaba en la escuela cuando sucedió
aquello.
Cuando la mujer y el hombre se acercan un tanto más, veo todo el
panorama que los Superiores han construido para que encaje en esta familia, en
la familia Forgeso. Ambos tienen recuerdos conmigo: saliendo del orfanato a los
diez años; en la escuela, de paseo con ellos; recibiendo a la nueva integrante
de la familia; jugando con Naina cuando apenas era un bebé. Inclusive hay
fotografías en las paredes en las que se ven mis años de crecimiento.
Pero todo eso que veía no eran más que eventos inventados. No han
sucedido; o por lo menos, no conmigo.
Los recuerdos verdaderos han sido los que empecé a crear desde mi
llegada. Y hasta ahora no han sido más que recuerdos dolorosos. Soy un hijo
distante, nada parecido al hijo de aquellas falsas memorias.
Despierto de mi ensoñación cuando siento que el cuello empieza a
arderme. Me levanto bruscamente y corro a eso llamado espejo. En el lado
izquierdo, cerca a la clavícula, está impávida la única letra que tengo hasta
ahora: una “A” en letras góticas.
Y entonces…
—
¿Qué…?
Parpadeo atónito, cuando veo al extremo opuesto un esbozo que se
resiste a ser más notorio.
Abro las ventanas de la sala y siento que el cuello me escuece
más. Observo el exterior y algo que no pude explicarme me impulsa hacia
adelante: sin pensarlo mucho salto, la caída es suave, desde el décimo piso
hasta la acera. Son casi las tres de la mañana; ningún humano sobrio puede
haberme visto así que no corro el riesgo de ser descubierto.
Me cubro la zona derecha del cuello porque ha empezado a escocerme
más. Como si mi salida por la ventana hubiera aligerado la aparición de una
nueva letra.
Camino rápidamente entre las calles, buscando un punto en el que
el escozor sea más intenso. Deambulo sin saber muy bien a dónde voy, y para
cuando me doy cuenta comprendo que estoy por el vecindario en donde viven
Marissa y Santiago.
Camino lentamente, oyendo las pisadas que doy en la acera, y de
repente elevo la mirada para encontrarme con su perfecta figura fulgurante:
»— Es la luna— me dijo Naina, o bueno,
Amali, cuando se lo pregunté en mi primera vida. Tenemos muchísimos más conocimientos
que los seres humanos, pero aun así, al principio, el estar en este cuerpo
hacía que mi razonamiento no compatibilizara con los conceptos terrenales.
Recuerdo que la vez que caí a este mundo fue terrible, un suplicio espantoso.
Tenía vestigios de lo que era el Mundo terrenal, pero una cosa es
“saber” y otra, muy distinta, “experimentar”.
La luna…
»— ¿Un agujero? — repitió
con curiosidad mis palabras —. Mmm, no lo
sé. Mi abuelita dice que es una roca enorme que papá Dios puso en el cielo para
que nos ilumine por la noche.
Aunque ya sé que no es posible, aún me parece un agujero que
permite la visión de una luz externa. Es como si viviera atrapado en una bóveda
oscura, completamente ajena a mí, y ella fuera ese pequeño orificio que alguien
más grande ha hecho solo para reiterarme que no estoy viviendo mi realidad y
puedo escapar. Es solo una porción de lo que realmente me corresponde porque este…este
no es mi mundo.
“¡Quemen a la bruja!”
Y nunca lo será.
Humanos: tan egoístas, llenos de envidia, de destrucción….
Ellos poseen su “libre albedrío”, y también eso llamado voluntad
para hacer con ella lo que les plazca y alcanzar una vida “feliz”. Pero cuando
es a costa de otros, ¿cómo pueden llamar a eso felicidad? Cómo pueden reír,
llenos de gozo, teniendo sobre ellos actos completamente opuestos a la
verdadera felicidad. ¿Qué es felicidad para ellos? Dinero, riquezas, “amor” dicen sin conocerlo
verdaderamente. Está bien, no discuto nada de eso porque son las reglas que se
han autoimpuesto para alcanzar su felicidad “humana”; pero parece que todos
olvidan que su existencia no pasará de un par de años. Setenta, ochenta, tal
vez un poco más de cien si corren con suerte y cuidado; y ese intervalo de
tiempo es casi como un segundo en el verdadero Tiempo, en lo inmenso de todo
eso que ellos han denominado universo y del que saben muy poco. Su felicidad se
refugia en un par de papeles impresos, en cosas materiales creadas por ellos
mismos, y son realmente pocos los que prueban el sabor de una felicidad más
pura y sencilla: la que te otorga una sonrisa sincera, el contemplar una noche
de lluvia, el sentir al viento a pesar de no poder ser visto ni capturado. Han
olvidado la capacidad de deslumbrarse, el asombrarse, el sobrecogerse ante una
sensación agradable e inexplicable.
No, jamás…
Humano jamás
Acelero el paso porque siento que hay alguien observándome. Es una
presencia que nunca había sentido por aquí; seguramente nuevos vecinos o algo.
Me apresuro al oír que descorren unas cortinas con brusquedad porque no tengo
ganas de andar borrando recuerdos: es realmente agotador y no estoy de ánimos.
Llego a la habitación de Naina, pensando que tal vez es por ella
que el escozor en mi cuello ha empezado, pero la veo durmiendo tranquilamente.
Suelto un suspiro, harto de buscar algo que ni siquiera sé de qué se trata; y
cuando giro me encuentro cara a cara con mi reflejo en el espejo de la
habitación.
Ya hay una letra más.
En el lado izquierdo del cuello tengo una “A”, y en el lado
derecho una “L”.
No lo comprendo: ¿por qué demonios ha aparecido una letra más si lo único que he
hecho ha sido caminar? ¿La luna? No, claro que no. Varias veces me he quedado
en el muelle observándola y no había sucedido algo parecido.
—
¿Naina? — susurro al sentir
que el ambiente se llena de sombras oscuras y figuras amorfas. Volteo y me la
encuentro moviéndose con incomodidad. No grita porque no puede hacerlo.
Un mal sueño.
Me acerco a ella y toco su frente. Aún puedo ver sus pensamientos
porque no ha cumplido los doce años. Cuando los humanos cumplen esa edad,
dejamos de poder leer lo que hay en sus mentes. Por una cuestión de privacidad,
dicen los Superiores.
O bueno, es lo poco que recuerdo que decían.
La veo llorar en silencio y entonces las imágenes que tiene me
envuelven a mí: está sola, rodeada de mucha gente, y después hay fuego… mucho
fuego…
Amali
Perdóname…
Fue mi culpa.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
»— Idiota.
Solté una carcajada porque no pude hacer nada para evitarlo.
Recordaba los llamativos ojos de aquella chica y después su ceño muy fruncido.
Y claro, también recordaba el agua que me lanzó; y recordaba aún
con más fuerza su rostro lleno de indignación cuando le dejé la botella en el
umbral de su casa.
No sé qué problema de insomnio tenga, o si realmente anda muy
pendiente de mí porque la mayoría de veces en las que he pasado a ver a Naina
por la madrugada, la he sentido observándome por la ventana. Desde la vez que
apareció la segunda letra en mi cuello vengo haciendo esto muy seguido,
preguntándome en dónde rayos radica la clave para buscar más pistas sobre mi
nombre.
Y hablando de nombres, no tengo ni idea de cómo se llama. Las
veces que he estado por ahí, he escuchado que alguien grita “Bellota” y ella
automáticamente lanza un suspiro, fastidiada. Algo me hace suponer que el
apelativo es por su cabello: lo tiene casi a la altura de los hombros,
desordenado de manera coqueta, con un simpático flequillo y de un bonito color
avellana.
Elevé la mirada y esta vez decidí irme a casa y dejar al sol antes
de que él se fuera y me dejara a mí. Me puse de pie, le di un último vistazo a
la inmensidad del mar, y mi oído volvió a agudizarse:
— ¡Ahhh! ¡Allí está!
— ¿Qué?
— Etel, cállate, o sino van a terminar acusándonos de acosadoras
como a Sisa.
Iba a pasar con suma tranquilidad rumbo a casa, pero de repente
una cabecita color avellana llamó mi atención.
Era la misma chica de la botella.
—
Vaya, vaya… Así que ya no
es solo detrás de las cortinas, detrás del árbol y con tu perro. Sino que ahora
es un ataque masivo y has traído refuerzos.
Su rostro se contrajo en un gesto de espanto y después se puso muy
a la defensiva. Intentó excusarse, y la verdad yo no soy muy social que digamos
porque no me interesa darle motivos a Gabriel para trasladarme a otra vida,
pero esta chica realmente tenía algo muy particular.
Las pocas veces en las que me he dado cuenta de su presencia (mis
sentidos están acoplándose más al de los humanos y ya no funcionan con tanta
eficiencia), he percibido nerviosismo, curiosidad y algo de… ¿deslumbramiento?
Sí, creo que es eso. Y la verdad no es novedad porque los humanos tienden a
mirarme con demasiada atención. Si supieran que tengo más de quinientos años
probablemente lo pensarían dos veces.
Pero esta chica…esta chica suele observarme y después su
curiosidad se transforma en una especie de batalla consigo misma, como si
luchara por no prestarme atención, para finalmente terminar en angustia.
Creo…creo que siente algo de pena por mí.
A lo mejor piensa que soy un estúpido chico rebelde que hace
sufrir demasiado a sus padres.
Y, en cierto modo, tiene razón.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Estoy nuevamente sentado aquí, en la antena más alta de la ciudad
y en la que, obviamente, nadie se dará cuenta de mi presencia. Me gusta mucho
este lugar, en las alturas, porque puedo despejar la mente de todos los
horribles sonidos que hay allá abajo.
Me enfoco en el resplandeciente sol mientras me lleno de toda la
energía que me otorga el contemplar su belleza, cuando de la nada todo mi
cuerpo se tensa. Elevo la mano hasta mi cuello; vuelve a escocerme: ¿otra
letra?
Me dejo caer al vacío, después cierro los ojos con fuerza para
aparecer en la acera, y corro hacia donde las piernas me lleven. Mi cuerpo no
impacta con ningún otro porque los humanos son demasiado lentos como para
chocarse conmigo; cruzo velozmente un par de calles y me adentro en la espesura
de Izhi. El cuello sigue escociéndome, pero repentinamente la sensación empieza
a menguar. Giro a todos lados, buscando algo diferente, algo que explique por
qué nuevamente siento esto, pero nada. Solo hay árboles…árboles…más árboles…
Y los horribles gritos.
Los escucho con muchísima fuerza, con claridad. Casi como si
tuviera un par de parlantes a los costados amplificando su sonido. Son
desgarradores, dolorosos, llenos de desesperación. Y evidentemente…
…no son de este mundo.
Resucité, amé, solo amé…
Giro nuevamente y me encuentro frente a los peñascos de allá
abajo; las olas impactando con fuerza contra su superficie. Recuerdo fugazmente
que la primera vez que sentí el segundo escozor, la sensación aumentó cuando
caí por la ventana. Aunque en realidad el efecto de caída siempre me produce un
par de sensaciones contradictorias: entre dolorosas y placenteras. Hethos ya me
ha dicho que puede ser debido a la caída
»— Te recuerda a la vez en la que ejecutaron tu sentencia. Cuando
dejaste a los tuyos y fuiste enviado a este mundo — me explicó con tranquilidad.
Mi sentencia…
Qué maravilla. Ojalá pudiera recordar por qué puñetera razón he
sido sentenciado.
Solo tengo certeza de un par de cosas: no pertenezco a este mundo,
puedo retornar a mi lugar de origen, pero para hacerlo debo recordar mi nombre
completo, y la única pista que tengo para ello es que tres figuras serán mi
soporte: “Sabiduría, Gratitud y Verdad”. Tres conceptos representados por tres
individuos que conoceré en mis vidas en el Mundo terrenal. Aunque eso último me
parece una reverenda estupidez porque hasta ahora, por lo menos, solo he
llegado a la conclusión de que Hethos simboliza a la Sabiduría porque él mismo
me lo reveló, y Naina parece simbolizar a la Gratitud, porque a pesar de
haberme vinculado con ella (que forma parte de mi familia base en esta vida),
Gabriel no ha vuelto por mí.
Eso es lo único que tengo de recuerdos de mi existencia original.
Eso, y el nombre de alguien
que sé fue importante, y que quién sabe por qué motivo llevo tatuado en el brazo
en nuestra antigua lengua.
—
¡Maldita sea! — exclamo
lleno de frustración, y después sin pensarlo me arrojo por el precipicio. El
aire ingresa con fuerza a mis pulmones. Veo colores, rostros, sonidos,
paisajes, me da la ligera impresión de oír un sonido maravilloso, parece como
de violín…y por último resuena en mi mente ese condenado nombre que no me deja
vivir en paz.
“Albania”
Salgo del agua hecho un desastre. Sin querer he terminado
estrellándome contra uno de los peñascos porque he perdido la concentración. No
me ha dolido demasiado, pero de ser un humano completo ya estaría muerto.
Tampoco he conseguido que aparezca otra letra; tristemente sigo
solo con la “A” y la “L”. Mi tercera letra perdida.
Camino sin rumbo fijo y con la mente en blanco, preguntándome por
qué estoy condenado a vivir aquí, en este mundo que tan poco me gusta. Y de
repente siento el ambiente cargado de exaltación, de pavor, asombro: ¿un
terrenal?
Elevo la mirada… Mierda.
Parece que esta vez no he sido nada prudente.
Una chica…una chica está ahí, observándome fijamente y con un
gesto de horror en el rostro.
No, no es cualquier chica. Es la chica de la vez pasada: la de la
botella, la del perro, la del bonito cabello avellana.
La que tanta gracia me daba.
Aunque esta vez no hay nada gracioso alrededor porque no me
resulta atrayente el iniciar una charla explicativa.
— Intentaste… — Está agitada, asustada,
nerviosa—. Intentaste suicidarte.
— ¿Qué? — Tranquilo, si me muestro
relajado nada tiene por qué delatarme.
— ¡Acabo de verte! ¡Te lanzaste por ese
precipicio!
— ¿Disculpa?— suelto confundido. Aplaudo
mi perfecta actuación—. ¿De qué hablas?
— ¡TE VI! ¡TE LANZASTE POR AHÍ! — Demonios,
no va a ser tan fácil. La veo agitada, intentando convencerse así misma de que
no está loca—. ¡TE VI! ¡ACABO DE VERTE HACERLO!
— Disculpa, empecemos de manera adecuada,
¿sí? — lanzo perdiendo la paciencia. Detesto explicar las cosas y más si es por
un descuido mío—. Mira, en primer lugar, hazme un favor y
baja la voz. No somos tan cercanos, por lo tanto si hubiera querido suicidarme o dar un
paseo por las alturas no tiene nada que ver contigo.
Humanos: siempre curiosos; queriendo
saberlo todo pero al final no entendiendo nada.
— Y en segundo lugar, no sé por qué
demonios piensas que he intentado suicidarme. Estaba por el muelle, di un mal
paso y caí al mar. Como es obvio me mojé. Ya estaba yéndome a casa, el camino
por Izhi es el más rápido para retornar, pero regresé por ciertos motivos que
tampoco tengo por qué explicar.
He sonado gélido, distante, lo sé; y
tal vez sea una falta de respeto hacia ella que no tiene la culpa de mis
bruscos cambios emocionales. Es que a veces…a veces es difícil lidiar con este
cuerpo. Mi naturaleza me impide adaptarme por completo a él y no puedo
controlar mis emociones por eso.
— Dis…disculpa. — Bien, parece que ya se
ha calmado un poco—. Es que…vi…vi a alguien cayendo y…y entonces…
— ¿Alguien cayendo? — Mierda, sí me ha visto. Intenté
mostrarme impávido y hasta algo curioso con respecto a su declaración.
¿Cómo ha podido verme? La gente nunca
suele prestarle atención a cosas así.
Volví a observarla y me encontré con
sus ojos llenos de miedo y vergüenza. Tal vez va a hacer preguntas…y será más
difícil.
Demonios, no tengo la fuerza suficiente
pero creo que por esta vez será lo mejor:
Tomemos
sus recuerdos.
— Lo lamento, he sonado muy intimidante
en medio de un espacio algo sombrío; comprendo que te
hayas asustado — me
disculpe, con algo de culpa por haberla tratado con tanta rudeza —. Ver que alguien cae y
después me aparezco yo, completamente empapado. — Solté una pequeña risa para
aligerar el ambiente pero al observarla mejor me congelé por completo.
Lloraba.
— No, no llores, por favor.
Soy un perfecto idiota. Ella no tiene
la culpa de que no pueda controlarme bien en este maldito cuerpo; de que aún no
sepa reconocer las emociones que me embargan.
— Estás temblando, ¿tanto miedo doy? — le
pregunté con cierta nota de humor para relajarla un tanto —. ¿Mmm? Espera, no
te has asustado solo por mí. — Percibí su estado de ánimo y entonces reconocí
algo más en todo su mapa emocional —. ¿Sucedió algo a parte de ver a “ese
alguien” cayendo?
— Discúlpame por haberte gritado. Ya…ya
déjame sola.
La observé con cautela y distinguí
cierta cercanía entre sus emociones y el bosque.
— Mmm, ya veo. Estuviste en Izhi sola,
¿verdad? ¿Lo escuchaste? ¿Lamentos? — tanteé y asintió —: Sí, ya había oído
algo parecido. Creo que la gente suele oír llantos o algo por el estilo.
¿Por qué lo ha escuchado con tanta
intensidad? Las leyendas urbanas suelen quedarse en eso, en leyendas urbanas.
Es la primera vez que me encuentro con alguien que también ha podido oír esos
lamentos.
— Creo…creo que en realidad solo lo he
imaginado — se excusó —. Lo de la persona cayendo por el precipicio.
Estaba hecho: la manipulación de
recuerdos ya había surtido efecto en ella.
— Sí, es lo más probable — concedí de
inmediato—. Probablemente escuchar esos gritos que tantas leyendas urbanas
repiten te ha inquietado un poco. A ustedes les asusta con facilidad pensar
que existen seres que no tienen explicación
lógica.
Cuando los humanos no pueden ver o tocar algo al instante
exclaman “no existe”, atribuyéndose una soberbia cualidad para decidir si algo
está o no en el universo solo valiéndose de sus conocimientos. Pero cuando se
encuentran con cosas inexplicables, con cosas que no pueden expresar en
palabras pero que se niegan a declararse inexistentes, ahí es cuando empieza
eso llamado “miedo”.
Lo
siento pero no lo veo… lo veo pero no lo toco…
“Está” pero no puedo explicarlo.
Me observó, confundida, y me reprendí
mentalmente por hablar de más.
— Quise decir que…a todos nos asusta
pensar que hay seres que no podemos ver ni tocar. Nos asustan…seres
que no vemos; gritos desconsolados, almas en pena…seres diferentes.
— No…no me ha dado miedo por las almas o
eso. Es solo que…sonaba…
—
¿Sí?
Traté de encontrarle lógica a su
respuesta, y lo que hallé me sorprendió muchísimo. Hace tanto… tanto que no
veía aquel matiz en las
emociones de un humano.
¿Es
en serio?
— Te ha entristecido — exclamé sobrecogido.
¿Es posible? ¿Aún hay humanos así?—. Has pensado en lo que ha de haber sentido
aquel que gritaba. Te has puesto en el lugar del otro. — El egoísmo es propio de
los Terrenales, pero ese sentimiento de empatía, de ponerse en el lado del otro
aún…aún… —. Aún existe.
— ¿Qué? — me preguntó desconcertada.
— No, nada. Me disculpo nuevamente por
haber sonado tan rudo.
— No, no te preocupes…
— Claro que me preocupo, porque sigues
asustada. — Aún temblaba un poco. Me había comportado de manera muy grosera con
ella, tal vez debía retribuírselo ayudándola a despejarse un poco.
Puse una mano sobre su cabeza y me
encontré cara a cara con las emociones dispersas, unas entre otras, provocando
un caos en su interior.
Vamos a tranquilizarlas un poco y…
Listo.
— ¿Qué…? ¿Qué hiciste? — me preguntó
sorprendida.
— Oh, nada del otro mundo. Tengo un amigo
que dice que es posible disipar los pensamientos que le provocan
miedo a otros, si se tiene la seguridad de lograrlo. — Bueno, eso
no era mentira: Hethos me había enseñado a hacerlo. Supuestamente ya sabía
hacerlo antes, pero después de mi caída solo mantenía ciertos vestigios de los
conocimientos que poseía en mi existencia original —. La mente es un ente más
poderoso de lo que crees — añadí ante su rostro lleno de incredulidad.
— Gracias.
— No ha sido nada. Ve a casa con cuidado.
Giré y retorné por Izhi; esperando que
olvidara todo lo sucedido y no recordara más que pasajes borrosos. Y por la
noche, nuevamente pasé a visitar a Naina, uno para despejar sus malos sueños, y
otro para ver si el bendito escozor aparecía nuevamente.
Pasaba por la hilera de casas cuando
sentí que descorrieron unas cortinas. Giré y me encontré con ella: la misma
chica del bonito cabello avellana, observándome con determinación.
»—
No…no me ha dado miedo por las almas o eso. Es solo que…sonaba…
Recordé su particular manera altruista
de pensar y no pude evitarlo: le sonreí, la saludé con cortesía haciendo una
leve reverencia, digna de ella, y después seguí de largo.
Un humano genuinamente altruista.
Quién diría que aún existían.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡¿Pero a ti qué demonios te
sucede?! — me reprochó Hethos cuando aparecí en la tienda, a punto de desplomarme
—. ¡¿Retroceder el tiempo?! ¡En tu estado es una reverenda estupidez hacer algo
semejante!
—
Si no…si no lo hacía se hubiera
dado cuenta — le respondí aferrándome al mostrador—. Me reconoció, y…
—
En primer lugar, ¿dime por
qué la salvaste? — Me tomó por los brazos y me llevó hacia el sofá detrás de
las cortinas, en la trastienda—. ¡Eh! ¡Responde!
—
Yo…estaba…estaba caminando
y… ¡Y sentí…!
—
¡Te sentiste con la
obligación de salvarla! — gritó enfurecido.
—
¡No fue por eso!
—
¿Entonces por qué? ¡Vamos!
¡Responde!
—
¡Sentí el llamado de un
vínculo, ¿sí?! — alegué agotado. Hethos frunció los labios, fastidiado.
Estaba parado sobre la cúpula de una iglesia cercana, pensando en
la sarta de tonterías que había dicho Nhyna cuando nos encontramos con aquella
chica en el museo: Sisa Daquel. Jamás se había presentado ante un humano, no
entendía qué rayos buscaba con todo eso. Y encima con el irónico nombre de
“Auriel”: un demonio, autodenominándose con el nombre de uno de los nuestros.
Me lancé al vacío para despejar la mente, y aterricé sobre las
ramas de un árbol cercano. Entonces estaba por irme a casa cuando lo sentí…
Todos los sonidos se hicieron difusos, como cuando intentas
sintonizar una emisora de radio, y en medio de todos ellos escuché la voz de un
hombre:
« Ayúdala, es mi hija… no
permitas que le hagan daño. Martin Arrobia es el líder, es el líder,
el de cabello rapado…también tiene una hija de
diez años»
Me detuve bruscamente: lo que acababa de escuchar se trataba sin
duda alguna de un vínculo. Los
vínculos son los vestigios que quedan de las relaciones entre humanos: cariño,
afecto, protección. Todos los humanos tienen vínculos protegiéndolos; por
ejemplo, una madre pensando en casa a qué hora llegará su hijo solo fortalece
aún más el vínculo que existe entre ellos. Como la voz sonaba algo distante,
comprendí que el vínculo era entre un terrenal vivo y uno ya retirado.
No, no era como lo pintaban aquí: el alma de tu padre deambulando
por las calles y protegiéndote después de morir. No, no funciona así porque
cada humano, al fallecer, simplemente tiene otro comienzo, otra vida… otra
oportunidad. Lo que acababa de oír no era un padre en sí, era el vínculo que había quedado en el mundo de
él y su hija. Los vínculos son existencias muy extrañas, ya que podrían definirse
como “fantasmas”, pero no de individuos, sino de “sentimientos”.
Algo así como “un recuerdo” del cariño que le profesaba un
terrenal a otro.
«Protégela, por favor. En
nombre de Benjamín… en nombre de Ben»
—
¡Mientes! — me reprochó
Hethos.
—
Te estoy diciendo la verdad
— reclamé, en medio del dolor espantoso que me agobiaba la espalda.
—
Lo de que oíste al vínculo
te lo creo, pero la ejecución… ¡Lo hiciste por la otra chica! ¡Arriesgándote a
ser visto y descubierto! — bramó enfurecido —. ¡Sabes perfectamente que si un
humano empieza a sentir mucha curiosidad con respecto a tu situación, Gabriel
también puede venir por ti! ¡¿No te bastó la sexta vida para comprenderlo?!
—
¡Ya sé eso, Hethos! ¡Pero…!
—
Lo hiciste por la otra
chica. ¡Porque viste que la estaban lastimando!
—
No es cierto — repliqué en
voz baja. No estaba vinculándome, no… ¡no!
—
¡¿Entonces por qué
apareciste de manera tan absurda?!
—
¡¿Tú no lo hubieras hecho?!
— le grité descontrolado —. ¡Percibí todo lo que ese sujeto quería hacer con ambas!
— Con la de cabellos avellana…era
horrible…horrible. Nadie se merecía algo semejante; y ella, con esa hermosa cualidad de ponerse en
el lugar de los demás, mucho menos.
Hethos me miró fijamente y después soltó un suspiro:
—
Relájate, ya sabes que no
puedes perder el control. Ahora, a lo otro: podemos ayudar a los humanos, Alen,
es parte de nuestro código. Pero también tenemos la regla de no hacerlo si
tenemos sentimientos por ellos.
—
¡Yo no siento nada por
ella! ¡Apenas la conozco! — me defendí airado.
—
El “sentir” no implica
solamente sentimientos poderosos como amor o amistad, Alen. El simple hecho de
conocer a alguien y que te “caiga en gracia”, como dicen aquí, ya es el
surgimiento de un sentimiento. Y tú, ahora, pues tienes una parte humana; y ya
sabes que los humanos son seres que nacieron de un sentimiento, es por eso que
toda su existencia está repleta de ellos.
—
¡¿Entonces qué?! ¡¿Quieres
que me quede sin hacer nada al ver cómo lastiman a otros?! ¡No lo haré! ¡Jamás
lo haré porque eso es lo que tanto detesto de ellos!
—
Puedes ayudarlos, ¡pero no
cuando involucras emociones, impulsos o sentimientos en el acto! ¡No lo hiciste
por altruismo! ¡Lo hiciste por egoísmo!
Lo miré aturdido, sin comprender sus palabras.
—
Pudiste haber actuado de
manera más sutil: hacer que un oficial se acercara, que un auto apareciera y
ahuyentara a esos delincuentes, pero no, no lo hiciste; ¡decidiste ir por tu
cuenta! Porque estaban lastimando a alguien “en particular” y reaccionaste. La
protección que se brindan los humanos entre sí siempre tiene algo de egoísmo:
no protegen a todos, protegen a los que les importan. Y a eso se parece lo que
acabas de hacer por esa chica.
Y lo comprendí. Era terrible…pero tenía razón. ¿Por qué decidí ir precisamente yo?
—
Alen, escúchame, que sea la
última vez que haces algo semejante. Por lo que parece, esta vez Kohn no ha
dicho nada. Pero recuerda que el Tiempo es uno de los principios con mayor
rigidez. No puedes volver a cambiarlo porque sino los Tronos vendrán a hablar
seriamente contigo.
Asentí levemente.
—
¿Estás herido?
—
No — respondí escuetamente,
pero Hethos me hundió los dedos en la espalda y no pude evitar soltar un alarido
de dolor.
Me pidió que me quitara la camiseta para curarme las heridas.
—
Tus alas… — Chasqueé la
lengua, fastidiado—. Era evidente: detener el tiempo es algo que requiere de
demasiada energía. Intentarlo con este cuerpo indiscutiblemente tendría sus consecuencias.
Bueno, sí. Después de hacerlo sentí que parte de la espalda se me
desgarraba.
—
¿Qué pasó? ¿Quisieron salir
de nuevo? — le pregunté durante el proceso de curación.
—
Sí, pero ya te dije que es
peligroso. Si tus alas llegan a salir sobre este cuerpo, despídete de una vez
de cualquier existencia. Te desgarrarían los músculos, los huesos y además, al
no ser compatibles con tu cuerpo humano, probablemente te aniquilarían en ese
mismo momento.
—
Gracias por recordarme algo
que ya sé — resoplé.
—
Evita hacerlo de nuevo.
—
No es como si yo les
hubiera pedido que salgan — señalé malhumorado.
—
Ya sabes que el emplear
demasiada energía implica maximizar tu esencia de ángel. Es por ello que
quisieron salir cuando manipulaste el tiempo.
Me quedé en completo silencio mientras Hethos hacía lo suyo, y no
pude evitar traerla a mi mente. Oí aquel vínculo, el vestigio de la existencia
de un hombre llamado Benjamín que quiso mucho a su hija, y después oí gritos
más firmes, de humanos que aún habitaban la tierra.
Ingresé por aquella callejuela, y llegué hasta el bendito callejón
sin salida.
Entonces la vi…
Estaba en el piso, sujetada por una mujer y llorando desesperada. Todo
su ser invocaba ayuda y también intentaba transmitir coraje. Cuando vi a la
otra chica con el sujeto sobre ella, supe que la de cabellos avellana intentaba
decirle con la mirada que no se rindiera…que todo estaría bien. Tenía un
profundo corte en el rostro, sentí sus emociones repletas de impotencia, y lo
más nauseabundo: la lujuria desbordando en el cuerpo de uno de los tipos, que
solo aumentaba mientras más desesperadas veía sus víctimas.
No… a ella no. No vas a tocarla. ¡No vas a lastimarla!
Apreté los labios, algo aturdido: ¿por qué me afectó tanto?
Antes de llegar a la tienda de Hethos volví a verla, después de
todo el asunto este de retroceder el tiempo: aún tenía ciertos vestigios de lo
que había sucedido y estaba muy confundida. Claramente vi que la chica del
vestido rojo estaba volviendo al lugar en donde sería asaltada, y cuando estaba
por acercarme a pedirle que se fuera por otro lado porque ya no tendría energía
para salvarla de nuevo…ella apareció
y me ahorró el trabajo.
La oí decir torpemente lo que yo había dicho acerca del vínculo
con su padre, y logró convencerla de irse por otro camino.
Otra vez. Otra vez pensando
en alguien más.
Esta chica, Sisa Daquel, es
uno de los pocos humanos que aún piensan en los demás sin la necesidad de
compartir lazos consanguíneos o de estima. Uno de los pocos Terrenales que
aceptarían ponerse en riesgo por ayudar a alguien a quien no conocen.
Tal vez uno de los pocos que aún guardan intacta la esencia de haber
surgido de una lágrima del Todo.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡Es muy simpática! — oí la estridente voz de Tarek. Elevé las cejas, observando el
techo de la sala mientras él se entretenía haciendo girar un par de pelotas de
malabares en el aire —. Intenta ya no jugar tanto con su mente: va a terminar
demente si sigues reconfigurando sus recuerdos.
—
Ya te dije que la primera
vez fue porque me vio caer en el bosque Izhi; y la segunda fue porque un par de
sujetos casi la lastiman...— No me gustaba recordar aquel día en el callejón—.
Y en ciertas ocasiones percibo cierta confusión en sus emociones así que
intento disipar cualquier tipo de duda con respecto a mí.
Un desconcierto inmenso se desata en su interior cuando me ve. Así
que las veces en las que parece que va a recordar algo, prefiero manipular sus
recuerdos para evitar contratiempos futuros.
—
Oye, ¿no te estará
gustando?
Solté un bufido, aburrido:
—
Tarek…
—
Porque está algo pequeña.
¿Diecisiete años? No, pues, hermano. Por lo menos busca a una un tanto más
experimentada.
—
Tarek, que tú mayor interés
en la vida sean solo chicas o sexo, sexo y más sexo, no significa que también
sea lo mío — respondí con aburrimiento.
— Pues deberías intentarlo un poco. ¡No me digas que no te gustan los besos!
Elevé una ceja ante el suspiro lleno de emoción:
—
Eso es otra cosa.
—
No, Alen. Un beso es nada a
comparación del placer intenso que uno siente cuando se une corporalmente a
otra persona. — Rodé los ojos, agotado de tanta palabrería—. Lo que pasa es que
tú te la pasas observando solo el lado negativo de los humanos y olvidas la
parte buena. Los humanos “sienten”, tanto emocional como físicamente, y a veces
todas esas sensaciones son tan extremas que solo siendo humano las
comprenderías.
—
La verdad no entiendo qué
rayos hago compartiendo el departamento con un errante.
— La verdad es que yo tampoco entiendo por qué soy amigo de un calehim. Ni siquiera eres un caído, porque los caídos ya son demonios. Eres como una oveja a la que han trasquilado, pero aún sigue siendo oveja — apuntó muy concentrado—. Una oveja… ¡sin su traje de oveja!
—
Deja las metáforas
estúpidas, ¿sí?
—
Está...bie-e-e-e-e-en —
añadió, imitando el balido de una.
—
A veces te resulta muy
sencillo recordarme que eres un idiota.
—
Y tú no necesitas mucho
esfuerzo para verte como un viejo ma-a-a-a-a-al…— más balidos—…geniado.
—
Imbécil.
—
Gra-a-a-a-aciaas — concluyó
con una sonrisita burlona.
Tarek había aparecido en mi quinta vida. Lo conocí, me reveló su
situación, y no sé por qué misterioso motivo terminamos siendo amigos: ahora es
casi imposible deshacerme de él. Probablemente sea por algo que compartimos
tanto ángeles como demonios: cuando nos vinculamos con algo o alguien, el
sentimiento cala tan hondo que es muy difícil dejarlo atrás. Eso me sucede con
los chocolates: no puedo explicar por qué me gustan tanto. Hethos me comentó
una vez que quizás el punto radicaba en mi existencia original, y ¡oh, vaya!,
como eso es justamente lo que no recuerdo, pues no llego a comprenderlo del
todo.
En fin, es por esta profunda
manera de vincularnos, que seremos casi amigos eternos. Aunque a veces tenga
unas ganas tremendas de golpearlo por esa manera tan despreocupada que tiene de
llevar su existencia.
Como tiene la facultad de viajar entre vidas gracias a su parte
demoníaca, siempre termina buscándome en la nueva (decidió ayudarme en mi tarea
de recordar: ¿por qué? No lo sé, él simplemente dice que por amistad). De ahí
él ya se encarga de encajar en los recuerdos de las personas que me conocen y
que, como mi amigo, también deben conocerlo a él. Por ejemplo, Marissa y
Santiago creen que somos compañeros desde la escuela.
Es un errante. De manera
parecida a la mía, es un demonio que vive como humano, con la sola diferencia
de que él lo hace por iniciativa propia. Siempre que inicio una vida, busca
algún humano con el que interactuar a modo de familia. En esta, por ejemplo, ni
bien conoció a Copo de nieve prácticamente los ojos le brillaron y decidió
manipular sus recuerdos para que ella lo viera como el nieto de una de sus
amigas.
No es necesario para él contar con algún tipo de vínculo en este
mundo, pero siempre busca alguno. Su naturaleza de demonio prácticamente es
inexistente, porque los humanos le gustan demasiado y no disfruta
molestándolos. Ese es el motivo por el que los suyos le tengan tanta antipatía.
Y ahora que me doy cuenta, sigue parloteando acerca de lo
asombroso que es el contacto corporal y demás. Creo que lo está sobrevalorando
demasiado.
—
Porque el sexo es más que
solo eso — me responde cuando se lo digo—. Si tienes a la persona indicada ya
de por sí es una sensación inigualable. Lo llaman hacer el…
—
Pues tienes a varias
indicadas, ¿no?— lo interrumpo con burla—. Porque a este lugar han entrado más
de veinte chicas; y eso que no estoy contando a las de las otras vidas.
Y ni hablar de su falta de “discreción”. Siempre que llega
acompañado prácticamente huyo antes de ser testigo del concierto de gritos que
arma.
—
Ah, qué aburrido eres.
—
Yo no necesito de esas
cosas. Lo único que quiero es saber mi nombre original y me doy por servido.
—
Y ya que hablamos de tu
nombre: me sigue pareciendo sumamente extraño que Berith insista en ayudarte a
recordarlo.
Me encogí de hombros porque la verdad era que yo tampoco lo
comprendía. Desde el primer instante que caí, apareció ofreciéndome su ayuda.
Estoy harto de que insista con su idea de romper mi Sello de Olvido con sus
poderes. No sé qué ganaría él si recuerdo mi nombre y el motivo por el que
estoy aquí, en el Mundo terrenal.
—
De entre todos los
nuestros, Berith es de los que nunca hacen las cosas por nada. Ve siempre con
cuidado. Mientras no aceptes su propuesta creo que todo irá bien.
—
No estoy tan loco como para
aceptar la ayuda de un duque demonio, así que no es necesario que me lo
repitas.
—
Y Nhyna… Hermano, ¿no crees
que le gustas un poco?
—
¿Qué? — Lo miré con
sorpresa y después me largué a reír —: Tarek, ¿estás hablando en serio?
—
Ya sé que eso de los besos
no significa ningún tipo de compromiso, hasta yo podría besarte para darte algo
de mi energía…
—
Aprecio tu gentileza pero
no, gracias.
—
Hermano, ella es de las que
manipulan el amor en los humanos. — Ya me sabía de memoria el sermón que me había
dado por vidas y vidas —. Ella no necesita amor, ella lo brinda cuando los
humanos le pagan por él; pero a lo mejor…
—
Tarek, tú, como antiguo demonio,
¿qué piensas de los míos?
—
¿Qué pienso? — Asentí—. Mmm,
bueno, no me tomes a mal, pero creo que a veces se reprimen un poco y son algo
aburridos.
No pude evitar la carcajada que se me escapó:
—
Bueno, si tú como errante
piensas eso, imagínate lo que debe pensar ella como demonio completo. ¿Gustarle
un semi ángel reprimido y aburrido? — Tarek rompió a reír ante la frase—.
Además, nosotros no estamos hechos para amar. Ni los tuyos, ni los míos.
—
No estamos hechos para
amar… pero podemos aprender a hacerlo.
Sus palabras me extrañaron, pero su celular sonó y rompió
cualquier tipo de momento de reflexión. No es novedad que reciba muchas
llamadas porque él es bastante sociable a diferencia de mí.
—
¿Te apuntas? Hay un evento
en una discoteca que acaban de inaugurar y nos están invitando — me dice
después de colgar y con una enorme sonrisa.
—
¿“Nos”? — repito con
cautela.
—
Sí, es del padre de la
chica que conocimos cuando fuimos a lo del trámite de admisión. — Ah, esa
chica—. Y me llamó porque dice que quiere que “vayamos”.
—
Paso — sentencié y me dejé
caer sobre el sofá, dándole la espalda.
—
¡Alen! ¡No seas aburrido!
La amiga de ella estaba muy interesada en ti.
—
Ve tú solo.
—
¡Aleeeeen! — Se subió sobre
mí y empezó a sacudirme. Aquí viene el berrinche de toda la vida—: ¡ALEN!
¡AAALEEEEN! ¡AAAAL-E-E-E-NNNN!
—
¡Ya, ya! ¡Pero para con eso
de los balidos! — resoplé aburrido. Me sonrió entusiasmado y me puse de pie
después de empujarlo lejos—. Pero saldré unos minutos porque cuando empiezas a
tener esta alegría provocada por “salida nocturna”, todo el ambiente se torna
demasiado repulsivo.
—
¡Oye!
Abro la ventana y cuando estoy por lanzarme hacia abajo compruebo
que aún hay sol, así que no me conviene el andar dando espectáculos semejantes.
—
Eres un maldito
desconsiderado, mal amigo, hijo de...
Cerré la puerta, la voz de Tarek se apagó.
Salí del edificio. Caminé entre las personas mientras observaba el
sol esconderse a lo lejos. Iba a correr rumbo al muelle, pero como terminé a
unas cuantas calles cerca a la casa de Marissa y Santiago, decidí pasar a ver a
Naina. Pero mis planes se disolvieron al instante, porque un sonido envolvente resonó en mis oídos.
—
¿Qué…? — Cerré los ojos con
fuerza y caminé, siguiendo la melodía. Estaba algo lejos, tal vez por aquí…por
aquí…o por aqu…
Sí, es aquí.
Abrí los ojos y me encontré frente a un edificio en construcción.
Los autos pasaban y la gente caminaba sin siquiera prestar atención a las
maravillosas notas que viajaban en el aire. Casi podía sentir que me llenaba de
energía por completo.
Ingresé por una puerta inacabada, y caminé entre los restos de
polvo y cemento de rededor. Llegué a la zona que parecía ser un estacionamiento
y…
¡Miren a quién tenemos aquí!
No pude evitarlo: sonreí casi sin planearlo.
—
Vaya, vaya, ¿es que acaso
estoy predispuesto a encontrarte siempre, Bellot...? — Me detuve a unos cuantos
pasos, porque la sonrisa se me congeló.
Los ojos…los bonitos ojos.
—
Estás llorando.
Me oyó y evitó mirarme: evidentemente le avergonzaba haber sido
descubierta.
—
¿Por qué? — exigí de manera
inconsciente. Y como no obtuve respuesta me incliné un tanto y entonces volví a
percibirlo: estaba triste, profundamente triste—. Te han lastimado.
¿Por qué…?
¿Cómo es posible que de todas las personas en el mundo, sea ella
quien tenga que estar llorando así? Tan…tan devastada.
La miré fijamente mientras intentaba tranquilizarse, y no pude
evitar ver el violín que traía en la mano. Ahora que lo recuerdo, también tenía
un violín el día que la encontré en la playa.
¿Acaso…?
—
Hazlo — le pedí un tanto
ansioso. ¿Sería el mismo sonido que escuché aquella vez y el mismo que me trajo
hasta aquí? —. Continúa.
El viento ingresa con fuerza y provoca que el cabello se le
desordene. Por un segundo…solo por un segundo tengo el inquieto deseo de
tocarlo y ponerlo en su lugar.
—
Toca — pido otra vez, y sus
ojos me miran aturdidos, tal vez sin comprender mi repentina ansiedad. Quiero oírla, realmente quiero hacerlo—.
Toca para mí, Sisa.
Me mira, y repentinamente siento que una especie de complicidad
nos une, como si ya hubiéramos hecho esto antes. Entonces eleva el brazo
derecho con delicadeza y el arco se encuentra con las cuerdas. Los dedos de su
mano izquierda se mueven con suavidad, y la melodía inicia. Suave, lenta…llena
de una dulzura que me altera por completo.
Pero las notas cambian con brusquedad y el canto de su violín se
hace triste, lleno de dolor. La veo fijamente porque ella permanece con los
ojos cerrados, pero aun así no deja de llorar. El sonido de las notas,
perfectamente unidas, van creando una preciosa melodía, y percibo las emociones
que la embargan en este momento: nostalgia, tristeza, decepción, dolor, anhelo…
¿Qué le han hecho? ¿Quién se ha atrevido a lastimarla de esta
manera?
Es algo extraño lo que me está sucediendo. Amo ver cualquier tipo
de manifestación artística porque me llena de energía, de esperanza, de ese
tipo de belleza que solo el arte te puede otorgar; pero escucharla a ella es
como descubrir una faceta aún más hermosa de la propia belleza.
Y siento que los ojos me fulguran; que estoy más cerca que nunca de
mi verdadera naturaleza. Su violín es mágico porque estoy despegando. Ya no
estoy en la tierra…ya no más. Estoy volviendo…estoy en el lugar que me corresponde. Sí, sí…
Pero un sollozo resuena y caigo bruscamente. Abro los ojos y me la
encuentro aún tocando maravillosamente, pero con el corazón tan adolorido que
no puedo evitar sentirme yo también lastimado. Su violín llora, y es irónico
porque hasta su llanto es hermoso.
El viento pasa con fuerza y le desordena el cabello; me aturde de
sobremanera verla en ese estado de lejanía, como si el mundo se hubiera
reducido a ella y su violín. Su cuerpo se balancea delicadamente por el
movimiento que hacen sus brazos para interpretar la melodía. Toca con los ojos
cerrados y necesito que los abra porque quiero contemplarlos; porque siento que
la hermosura de su mirada solo es comparable con la belleza que transmite el
sonido de su violín.
Oigo las últimas notas de esta canción que escucho por primera vez
en todas mis vidas, y después vuelve en sí, más calmada, pero aún con restos de
lágrimas en sus mejillas y pestañas.
Me acerco a ella, deslumbrado, y noto que la respiración se le
dispara.
—
Tu violín habla, canta. Y
cuando estás triste... llora.
Me incliné hasta llegar a la altura de sus ojos y le sonreí.
Realmente…realmente no sé cómo pagarle esto que me ha dado. Esta experiencia
tan…tan…
Una corriente de aire pasó entre nosotros y volvió a despeinarla:
es un rasgo muy característico de ella porque el cabello avellana suele
desordenársele siempre, como si el viento se entretuviera jugueteando con
él. Me alteró de sobremanera verla con
las mejillas algo sonrosadas y algo agitada.
—
Te han regalado unos ojos
hermosos, Sisa Daquel. — Sentí la piel tibia de sus mejillas. Sus ojos
parpadearon, sorprendidos —. Demasiado hermosos para verse tan tristes.
Llevo vidas contemplando a los humanos, pero es la primera vez que
me encuentro con un par de ojos como los suyos.
Sequé las lágrimas invasoras, y por un maldito instante los labios
rosáceos me perturbaron.
—
Gracias — me dijo en voz
bajita, y extrañamente algo en mi cuerpo se removió inquieto.
Me gustan los besos, no voy a decir que no. Pero en este momento
creo que me gusta más el solo contemplar.
Contemplarla a ella.
Sus ojos se toparon directamente con los míos, y un siseo repentino
apareció. De la cabeza a los pies, algo intenso; demasiado veloz para captarlo
e interpretarlo. Una voz que jamás había escuchado en mi vida gritó con fuerza
en mi cabeza:
«Bésala»
Abrí los ojos violentamente, y la solté con toda la delicadeza del
mundo, evitando verme rudo. Ni siquiera sabía bien en qué momento había tomado
su rostro.
—
Ya...ya debo irme. Vuelve a
casa pronto. — Retrocedí dispuesto a huir, pero de repente volvió a mi mente la
imagen de aquellos sujetos lastimándola—. No te metas a callejones oscuros, por
favor.
Prácticamente salí corriendo del lugar, rumbo al edificio más alto
para despejar la mente. Al final terminé en el bosque Izhi y minutos más tarde
nuevamente en los peñascos de allá abajo.
El agua fría me hizo reaccionar. Todo estaba bien, todo el bendito
asunto que me había invadido hace unos momentos había sido por lo deslumbrado
que había terminado ante su manera de tocar el violín. Sí, era por eso.
Solo por eso.
—
¿Mmm? ¿Qué te pasó? — me
preguntó Tarek cuando retorné. Lo ignoré y decidí cambiarme.
Ya para la medianoche me encontraba ahí, en el famoso club
nocturno con miles de personas bailando alrededor; demasiadas emociones
llenando el ambiente, olor a cigarrillos, a alcohol, a sensaciones
desenfrenadas…
Y con una chica tomándome por el rostro, buscando encontrar otro
beso. La miré a los ojos y me puse de pie, disculpándome con una sonrisa.
Siempre me han gustado los besos porque en cierto modo son una
parte vital para conseguir energía. Pero, oscuramente, sentía que en este
momento solo quería besar a una persona en particular.
Y ella, probablemente, dormía
apaciblemente en casa.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡NO,
NIÑA, NO!
Oí los gritos de las personas, sentí el miedo recorriéndolas, y
después vi aquel auto a punto de impactar con sus cuerpos.
Naina, Sisa.
¡No! ¡Ellas no!
—
¡NO!
Zum zum
Mierda, ahora sí van a castigarme. Van
a hacerlo, ¡puedo jurar que van a hacerlo!
» ¡Suéltame, calehim!
¡Suéltame! ¡Drol Kohn te castigará si ve lo que estás haciendo! ¡Suéltame!
— Lo siento — respondo mientras intento
mantenerlo quieto.
El tiempo… Está prohibido que detengamos el tiempo. Es más, muchas cosas
están prohibidas para mí porque ni siquiera tengo el rango de ángel al
completo. Kohn es el guardián del Tiempo: esta vez no lo va a dejar pasar; y si
sucede, igual Hethos va a regañarme.
Pero la verdad todo esto puedo dejarlo para después porque ahora
lo que me interesa es ponerlas a salvo.
Eso…y comprender por qué el par de ojos hermosos me miran llenos
de pavor.
El bloqueo…
» ¡Suéltame, calehim! ¡Suéltame!
El bloqueo no le ha
afectado.
¿Qué?
—
Esta
vez has ido demasiado lejos, Forgeso. —Nhyna acaba de aparecer junto a mí.
Intento ignorarla porque probablemente solo ha venido a confirmarme lo que ya
sé—. Violando el Código de Tiempo dos veces: primero retrocediéndolo y ahora
deteniéndolo; van a castigarte de algún modo. Y si lo pasan por alto…igual
tendrás que borrarle los recuerdos porque a ella no le ha afectado el bloqueo.
— ¡Apresúrate! — le grité a Tarek porque
ya no podía seguir deteniéndolo.
Todo sucedió casi en un parpadeo. El movimiento, el color, la vida
cotidiana de los humanos: todo volvió a marchar a su rumbo.
Y a ella… a ella la vi correr, llena de desesperación, porque por
algún misterioso motivo había sido la única que no se había detenido con el bloqueo, y ahora debía tener un montón
de cosas aturdiéndole la mente.
Vi su cabello perderse entre la multitud. Percibí el terror que
invadía su cuerpo.
—
¿Ahora qué has hecho? — Genial,
Hethos acaba de aparecer a mi lado.
—
Joderlo todo — le respondí
amargamente.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¡¿Por qué eres tan necio?!
—
¡¿Y qué demonios quieres
que haga?! — grito, perdiendo el control —. ¿Que le explique la situación? ¿Que
la involucre en mis asuntos? ¡¿Que me arriesgue a vincularme demasiado con ella
y Gabriel vuelva por mí otra vez?!
—
¡¿Y entonces qué?!
¡¿Simplemente vas a borrarle los recuerdos y ya?!
—
¡No voy a empezar de nuevo,
Tarek! ¡Me costó ocho malditas vidas encontrar a Naina! ¡Ocho vidas para tener
dos letras más de mi maldito nombre!
¡Tarek no lo entendía! Gabriel…Gabriel había aparecido ahí, en el
recital, justamente cuando Marissa y Santiago se habían sentido más contentos
conmigo y yo con ellos, como si fuéramos una familia de verdad.
Pero no, no podía arriesgarme; ya tenía dos letras de mi nombre.
También había encontrado a Naina: no podía irme de esta vida, ¡no podía!
— Alen, ¿no crees que pueda ser tu Verdad?
¡No es lógico que no le haya afectado el bloqueo
como a todos los humanos convencionales! ¡Es una señal, imbécil! ¡Tal vez
pueda ayudarte!
— Ella no sabe nada. No ves… ¿no ves lo
asustada que está? — Volteé y me la encontré aterrada, mirándome
como si fuera un asesino—. Demonios,
otra vez estás llorando.
No soporto verla en ese estado.
—
No…no
me lastimes — me suplica en voz baja. La veo y recuerdo que
siempre se queja de que me ando burlando de ella, que toca el violín de manera
maravillosa y que tiene unos ojos preciosos.
Y me siento tan miserable por hacerle
esto.
— No te voy a hacer daño— le aseguro pero
no quita el gesto de horror en su rostro —. No llores…por favor.
— Sisa, escúchame atentamente — la llama
Tarek —. Alen me contó algo… ¿Es cierto que tienes visiones?
Asiente aún presa del pánico.
— ¡Ahí lo tienes!
— Las visiones son los retazos que quedan
de los recuerdos que he borrado de su mente, nada más — sentencié.
—
¿Es
cierto que una vez viste a una niña? — Ella vuelve a asentir—. Alen, ambos sabemos que ninguno
de los recuerdos que has borrado de su mente tiene que ver con alguna niña. Tal
vez está viendo a Naina y…
—
Tiene razón— lo apoya
Hethos—. Podría ser de gran ayuda analizar a más profundidad su caso. Tal vez
deberíamos asegurarnos con respecto a esas visiones que dice tener.
Y me defiendo, exijo que escuchen mi postura, que respeten mi
decisión y finalmente escojo hacerlo.
Tengo que hacerlo, y ya no solo borrar esta escena de su mente. Es
mejor que borre todo…todo. Desde el momento en el que nos conocimos. Esta
chica… la verdad es que encontraba agradable los días que me encontraba con
ella, pero no se podía. No se podía.
Bellota, Sisa…
Mierda, esto era lo que ganaba al vincularme con alguien más: solo
dolor. Estoy harto de esta existencia.
Harto...harto.
Me acerqué para tomar todo lo que pudiera de sus recuerdos; pero
cuando estaba por hacerlo sus ojos me desarmaron por completo. Me pidió que no
la lastimara, que no tocara la parte que contenía los recuerdos de su abuelo y
su hermano.
Y claro que comprendía eso.
El tener la certeza de que alguien te ama es casi como el motor
que permite la movilidad de la vida. En mis ocho vidas pasadas fue “por amar”
que me trasladaron a nuevas. Y siempre he sentido lo mismo cuando sucede: tristeza, nostalgia…congoja.
Porque todos aquellos que llegaron a amarme, al final terminaron
olvidándome.
Sus ojos se cierran con fuerza, aguardando lo peor; y lo
comprendo. La derrota.
Con ella no puedo.
—
No puedo… Realmente no sé
por qué no soporto verte llorar.
Malditos ojos. ¿Qué clase
de poder tienen sus ojos?
— Oh, pero qué conmovedora escena — oigo pero yo sigo enfocado en
ella. Me mira más tranquila pero aún asustada.
— Berith — dice Hethos.
Está frente a nosotros, impávido, y con
esa sonrisa burlona con la que suele venir a importunarme.
—
El pobre calehim salva a una humana y después no
se atreve a borrarle la mente por temor a dejarla algo “trastornada”. — Lo
observo con cautela, sin saber cuál es su propósito —. Pero ¿sabes?, esta vez
apoyo la bondadosa iniciativa, mi preciado Forgeso.
—
¿Qué rayos quieres aquí? — le
espeta Tarek.
— Pues brindar mi ayuda, nada más. —Sisa suelta un grito, pasmada, cuando
aparece frente a nosotros, y por un momento tengo el impulso de alejarlo de
ella —. Cielos,
la pobre parece un pajarito asustado. Y se supone que ustedes son “los buenos”,
eh. Excepto tú, claro — añade aludiendo a Tarek.
—
Si no tienes nada más que
hacer aquí…
— ¡Oh, claro que tengo! Sisa, cariño, ¿por qué no les dices el nombre que escuchas
constantemente en las visiones que tienes? Tal vez así por fin comprendan que
eres más “útil” de lo que ellos piensan.
¿Qué?
Volteo a mirarla, exigiéndole una
explicación, pero solo la encuentro aturdida.
— ¿Es cierto eso, niña? ¿Pudiste
reconocer un nombre? — le dice Hethos y ella asiente—. ¿Cuál es?
Y al escucharlo, prácticamente el mundo
se viene a mis pies.
— Albania.
¿Qué? ¿Albania?
— Te faltaba la figura de “la Verdad”,
¿no es así, Forgeso? Bueno, tal vez la tienes más cerca de lo que pensabas.
Berith nunca hace las cosas por nada…
¿qué está sucediendo? ¡¿Por qué me ha dicho todo esto?! Él no quiere ayudarme
solo porque sí; no es un rasgo común en los demonios.
— En fin, mi misión está cumplida. No me
lo agradezcan, ha sido mi acción buena del día.
Oigo a Tarek y Hethos decir algo, pero
no decodifico bien. Ando más perdido en todas las cosas que tengo en la cabeza.
¿Por
qué? ¿Acaso
tendría algo que ver el hecho de que le he borrado dos veces los recuerdos?
¿Tal vez le he transferido parte de los míos?
— ¿Albania…? — suelto en voz baja.
Ese maldito nombre me sigue
persiguiendo, y realmente siento que voy a volverme loco.
Hasta que oigo la
voz bajita de ella y vuelvo a tierra:
— ¿Quién…? ¿Quién eres? — me pregunta con
temor.
Hethos me observa fijamente y asiente.
Me tenso bruscamente porque no sé cómo empezar. Nunca he tenido que darle
explicaciones a un humano, y por la fragilidad de sus mentes sé que
son seres que se asustan con demasiada facilidad cuando son testigos
de cosas que no comprenden.
— Mi nombre, aquí, es Alen Forgeso — le digo—, porque el original no lo recuerdo.
Sus ojos se abren algo sorprendidos: es humana a fin de cuentas,
no puedo reprocharle su reacción.
— ¿Original?
— Hazle las cosas más sencillas. Empieza
por decirle que eres un calehim.
Me quedo en silencio porque no…no sé…no
sé si realmente sea conveniente contarle todo. Observo la luna, mi pequeño agujero de escape.
Pero ella ya ha preguntado más cosas:
— ¿Qué...? ¿Qué
es un calehim?
Intento buscar las palabras adecuadas,
pero Hethos se me adelanta:
— Un
calehim, niña, es un ángel arrojado a la existencia humana.
La escucho aspirar bruscamente, claramente
sorprendida. No soy un ser humano, esa es la verdad; y tal vez empezará a temerme
a partir de ahora.
Y tal vez sea lo mejor.
— O para hacerlo más sencillo: un ángel condenado a vivir entre los humanos.
No puedo ni verla a los ojos: distinguir el miedo solo sería peor.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Sisa
Terminé algo mareada después de las cosas que me contaron Hethos,
Tarek y Alen con cierta lejanía en su hablar. No sé si está molesto, o triste o
quién sabe.
Demonios, ángeles, calehims, errantes... Cielos, la cabeza va a explotarme.
Loi llamó hace un rato. Tuve que decirle que iba a ser imposible
que fuera a verla porque tenía algo urgente que hacer. Y ahora estábamos aquí,
en una tienda de antigüedades. Hay miles de objetos de vidrio (copas, adornos y
miles de lámparas: de diferentes formas y colores, todas encendidas); relojes
de todas las épocas, enormes arañas de cristal suspendidas en el techo y otras
cosas que solo había visto en películas de antaño.
Alen toca distraídamente una lamparilla que tiene varias piezas de
cristal que chocan entre sí por el movimiento: dejan un sonido muy parecido al
que tienen los audios de cuentos de hadas al empezar. Lo observo fijamente,
esperando que voltee a verme, pero está como en otro mundo.
A lo mejor aún está enfadado porque claramente no quería narrarme
su situación.
Es un calehim: un ángel
condenado a vivir entre los humanos. Y lo más triste de todo es que no sabe por
qué. Hethos es un Principado, parte de una importante jerarquía angelical, y
está aquí, en nuestro mundo, pero por obligaciones con el sistema que no me
quiso explicar a mayor profundidad.
Hay demasiadas cosas que no me han explicado del todo porque dicen
que jamás lo entendería.
Una de esas, por ejemplo, (y las más hermosa, a mi parecer), fue
la de que los seres humanos nacimos de una lágrima del Todo; o como nosotros lo
conocemos: el Creador o Dios, y por eso somos existencias repletas de
sentimientos. Otra, más sencilla de comprender, es que los ángeles tienen una
naturaleza muy predispuesta a disfrutar de todo lo que les transmita placer
sensorial y sobre todo emocional. Es por eso que a él le fascina el Arte; lo
contempla y a la vez se llena de energía.
—
Una caricia, un beso… todas
esas sensaciones elevadas los alimentan — me dijo Tarek—. A diferencia de mí,
por ejemplo, que el Mundo terrenal no me afecta en lo absoluto y no necesito
más energía que la que me da el respirar.
¿Los llenan de energía…?
Recordé bruscamente la frase de Alen, esa sobre lo de que “se
alimentaba de besos”, y todo cobró mayor sentido. Por eso fue que la tal
Gabriel lo besó: estaba brindándole energía. Y la verdad es una relación de lo
más extraña porque en la visión que tenía, ángeles y demonios eran entes que no
coincidían en lo absoluto (aunque en la visión que tenía tampoco existían). Y por
lo visto Alen no tenía problemas con que lo bese una demonio. Y tampoco con el
hecho de que sea amigo de uno de ellos.
¡Ah, no! Tarek es un errante; no un demonio completo.
—
¿Los ángeles también son
fanáticos del chocolate? — pregunté con curiosidad y Tarek soltó una carcajada.
Hethos elevó una ceja, divertido:
—
No, niña. Eso del chocolate
ya es parte de él y la verdad ni el errante ni yo comprendemos eso.
Recibí la taza de té que me ofreció y volví a enfocarme en Alen. Seguía
perdido en sus pensamientos; ni siquiera se había molestado en defenderse ante
las carcajadas que ambos habían soltado a propósito de su afición por los chocolates.
Lo observé tímidamente. Sus dedos jugueteaban con suavidad con la
lámpara anterior, sus ojos brillaban por los reflejos que despedían las luces que
estaban a su alrededor. Entonces me estremecí bruscamente, porque en serio todo
había sido demasiado.
Ahora comprendía mejor sus cambios de humor, sus frases sin
sentido. Esa manera tan rígida que tenía para juzgar el comportamiento humano.
Y además de todo eso, ahora entendía por qué él resultaba tan
llamativo. Yo…yo nunca estuve frente a un humano convencional. Siempre…siempre…
Siempre estuve frente a un ángel.
Llevaba nueves vidas en nuestro mundo, contando esta. No sabía con
exactitud por qué estaba aquí, y lo único que recordaba de cuando cayó es que tenía
que recuperar su nombre para retornar a…bueno, a donde pertenecía.
Les pregunté si al “cielo” y Hethos y Tarek rompieron a reír, diciendo
que eso era muy “humano”.
También trajo consigo las palabras de: “Sabiduría, Gratitud y Verdad serán tus guías”, y con ellas la
seguridad de que encontraría a tres individuos que simbolizarían cada una. Y
claro, el nombre de Albania tatuado en su brazo derecho en un idioma que no
había visto jamás. Cuando lo vi por primera vez me parecía simplemente un
símbolo con trazos complicados.
—
Es posible que le hayas
transferido parte de tus recuerdos, como dices — comenta Hethos, pero él sigue
sin responder—. Pero que yo sepa tú nunca has tenido recuerdos que contengan a
niñas… a menos que hablemos de Amali.
—
¿Amali? — repetí
confundida.
—
Naina — dijo Alen y me
sobresalté al oír su voz—. Es la niña que me acogió en mi primera vida.
Ah, claro. Tarek mencionó algo de que él le debía un enorme favor,
y por eso la llevaba buscando desde su segunda vida. Ahora se empeñaba en
quedarse en esta porque por fin la había encontrado. Comprendí perfectamente
por qué la relación con sus padres era tan distante: si él se relacionaba
demasiado con ellos, vendría un ángel de alta jerarquía para llevárselo porque
el buscar su nombre original y convivir de manera “agradable” con su familia no
estaba permitido. O uno, o lo otro.
Y por lo visto, él realmente quería recuperar su nombre verdadero.
—
Niña, me dices que jamás has
soñado, ¿verdad? — me preguntó Hethos. Era un hombre de hermosa tez aceitunada
y las gafas oscuras que llevaba consigo le daban un aura misteriosa. Tiene
barba espesa y la voz muy profunda. Admito que al principio me asustó de
sobremanera pero ahora, un par de horas después, como que me ha caído bastante
simpático.
La tienda de antigüedades en la que estamos le pertenece; y los
lentes, por lo que me dijo, los lleva porque él no puede cambiar el color de
sus ojos. Le pregunté con curiosidad a propósito de eso y me lo resumió de
manera muy concisa: se los quitó, y me encontré con dos piedras color violeta
fulgurante.
Tarek me explicó que los ojos de Alen también adquirían esa
tonalidad, pero solo cuando usaba parte de los poderes que le quedaban.
—
Sí, nunca lo he hecho —
respondí bebiendo más té: estaba muy rico—. Pensé que…bueno, esa vez del museo
había sido la primera vez, pero como ya me dijeron que manipularon mis
recuerdos… — Observé de reojo a Alen que se limitó a asentir—. Pues ya comprobé
que realmente hasta ahora no he tenido ni un sueño.
—
Eso es interesante — me
comentó Hethos —. Los videntes terrenales no suelen tener sueños más que cuando
se les va a revelar algo. Para evitar que los confundan con meras imágenes
mentales.
—
¿Vidente? — pregunté
sorprendida.
—
¿Entonces realmente lo
crees? — dijo Alen—. ¿Crees que Sisa pueda ser mi “Verdad”?
—
Habría que comprobar el
asunto de sus sueños. Tal vez sí sueña, solo que no lo recuerda— apuntó Tarek
con amabilidad—. ¿Te importaría si un día vamos a visitarte mientras duermes,
Bellota?
—
¿Eh? Bueno… supongo que no.
Total, cuando duermes ni te das cuenta de nada.
—
Estás muy tranquila — oí.
Me encontré con los ojos miel de Alen observándome con seriedad.
La verdad es que era algo que también me había sorprendido un
poco. Estaba aterrada cuando me trajeron con ellos a la tienda, pero ahora…
Tal vez era porque su historia me había conmovido un tanto; o
porque extrañamente sentía que no debía desconfiar de ellos.
—
Eso es subestimarte,
hermano —soltó Tarek con humor —. Ustedes los ángeles, a diferencia de
nosotros, errantes y demonios, transmiten un aura de seguridad casi sin
proponérselo. Probablemente Sisa estaba muy asustada al principio porque no
entendía nada y veía cosas que jamás había visto. Pero ahora que sus sentidos
ya se recuperaron y ya le explicamos todo, dentro de ella hay algo inexplicable
que le dice que no debe dudar.
Bueno, eso es verdad.
Alen me transmitía una especie de confianza innata. Solo cuando
andaba con sus ataques de malhumor era que me sentía amenazada.
—
Aunque la primera vez que
te vi, tú tampoco me transmitiste desconfianza — comenté observando a Tarek que
me lanzó un guiño, agradecido—. A diferencia de… ¿Berith y Nhyna?
—
Es mejor que los llames por
sus nombres terrenales, niña: Durand y Gabriel — me dijo Hethos—. Sus nombres
en labios humanos sirven para invocarlos, y a veces pueden aparecerse y hacerte
malas jugadas.
—
Probablemente sea porque
soy un errante, y porque me conociste con Alen de por medio — añadió Tarek
amablemente—. Cuando ellos están
tranquilos, son capaces de influir muchísimo en el ambiente emocional. No sé si
te diste cuenta, pero en el recital, en un momento, todo se llenó de una
especie de aura inspiradora. Eso fue porque aquí, mi estimado amigo, debió
sentirse muy cómodo y su esencia de ángel se expandió.
¡Claro! Fue antes de que apareciera ese ángel llamado Gabriel en
los balcones.
—
No sé si te has percatado
de que en ciertos eventos artísticos…no sé, películas, obras de teatro,
exposiciones, conciertos, hay como que una especie de sentimiento de elevación.
— Asentí fuertemente y le comenté que eso fue lo que exactamente me pasó en la
exposición de Dayana Modoya—. Pues bien, probablemente ahí, aunque no los
pudieras ver, había casi un millar de ángeles alrededor; alimentándose de todos
esos sentimientos místicos plasmados en expresiones artísticas.
—
¿Qué? — exclamé asombrada.
—
Sí, es una extraña
característica de su naturaleza. No sé por qué motivo se sienten atraídos por
ese placer tan abstracto cuando hay otros placeres más concretos — añadió con
una picardía.
—
¿Pero ellos no están
siempre detrás de los humanos? — le pregunté confundida—. Tejiendo y todo eso…
—
No siempre estamos haciendo
eso — me respondió Alen. Lo miré algo nerviosa—. Sería algo aburrido estar todo
el día detrás de un humano. Además, esa es solo una jerarquía: la de los Custodios.
Y ustedes no son los únicos seres que habitan el universo así que hay más
tareas por hacer.
—
¿Por qué no pude ver a los
míos? — pregunté con curiosidad—. A mis Custodios.
—
Son una jerarquía muy
reservada — explicó Hethos—. Ellos deciden a quiénes se muestran y a quiénes
no. Inclusive entre nosotros son muy selectivos. Por ejemplo, por el halo de
luz que veo alrededor de ti, sé que tienes a dos, como todos los terrenales; pero
no puedo vislumbrarlos.
—
¿No? — Giré por si acaso,
pero yo no vi ni la luz que mencionaba.
—
Por cierto, ¿cómo nos
dijiste que sabías de esto? Por lo de aquel niño, ¿verdad?— Asentí y Hethos se
rascó la barbilla—. Estás pensando lo mismo que yo, ¿verdad, Alen?
—
Sí, no era un niño.
Probablemente era un servidor de Berith. — Sentí que la piel se me puso de
gallina al imaginar algo semejante—. Para haberte dicho todo eso,
definitivamente se trataba de alguien con más conocimientos que un niño.
Además, los Custodios tienen prohibido hablar con tanto detalle de su tarea en
el Mundo terrenal. Y los pocos niños que los ven, no suelen tener tanta
información como la que te dieron.
—
¿Y…? ¿Y por qué Beri…? ¡Durand!
— me corregí al instante— ¿…tiene tanto interés en ayudarte?
Los tres se quedaron en silencio. Alen frunció el ceño y después
suspiró:
—
No lo sé.
—
Es por eso mismo que su
ayuda nos parece demasiado sospechosa. Sé que podemos confiar en él ya que como
errante ya no tiene la capacidad de mentir — añadió Hethos en alusión a Tarek—.
Pero Berith… la verdad es que él me da mucho que pensar.
—
Oye, ¿estás bien? —
preguntó Tarek de la nada.
Volteé preocupada y vi a Alen encogiéndose un tanto incómodo.
—
Ha sido porque has empleado
demasiada energía para el bloqueo —
lo regañó Hethos con severidad—. Tal vez deberías ir a distraerte con algo. Ve
al muelle o busca algo que te alimente internamente.
Asintió desganado.
Sentí algo de tristeza ante su situación. Cuando llegamos, Hethos
me había explicado de manera muy sencilla todo el asunto:
»— Imagina que llegas a un
país nuevo, con una lengua nueva, costumbres nuevas y donde no conoces a nadie.
Todo es nuevo, y a la vez es atemorizante porque no puedes relacionarte con
nadie de tu entorno cercano ya que corres con el riesgo de empezar otra vez.
Así se siente él: solo, lejos de su verdadero hogar…
Lejos de su hogar. Asiri.
—
¡Cielos! ¡Tengo que irme! —
reaccioné al observar el reloj de pronto. ¡Eran las once de la noche!
Me puse de pie de un tiro porque Gisell iba a asesinarme
—
Niña, todo esto que te
hemos contado no puede salir de estas cuatro paredes, ¿entendido? — me advirtió Hethos—. Y como ahora formas
parte de esto, me temo que si se lo dices a alguien más lo sabremos. Y…bueno,
tendremos que tomar tus recuerdos.
Acepté dispuesta a no revelar nada, y a ayudar de la manera más
eficiente si podía. Hethos y Tarek me sonrieron con amabilidad, pero Alen
asintió levemente, demasiado rígido como para si quiera sonreírme.
—
Bueno, Bellota, has sido
escoltada con satisfacción hasta tu hogar— me dijo Tarek cuando les pedí que me
dejaran a un par de casas atrás, porque si Gisell me veía llegar con dos chicos
sí terminaría castigada de por vida.
Eso sin contar que eran casi las doce de la noche, así que de por
sí el asunto ya pintaba feo.
—
¡Gracias! Eh…bueno, ya me
vo…
—
Espera — me llamó Alen. Lo
miré sorprendida porque no había hablado en todo el trayecto—. Por favor, si
sucede algo…no dudes en llamarme. Apareceré sin demora.
—
¿Por qué me dices eso?
—
No la asustes, Alen.
—
No sé por qué motivo Berith
haya querido que no te borre los recuerdos— me dijo seriamente—; así que tengo
la ligera impresión de que podría empezar a hostigarte.
Sentí escalofríos.
—
Alen, basta.
—
¡No, Tarek! ¡Se lo tengo
que decir! ¡La he involucrado innecesariamente en MI problema, y no quiero que
esté en peligro! Escucha, Sisa, si pasa algo, solo di mi nombre y apareceré;
piensa en mí con fuerza y vendré. Parece que ya estamos algo conectados por
todas las veces que he manipulado tus recuerdos así que no será difícil.
—
También puedes hacer lo
mismo conmigo — se ofreció Tarek con una sonrisa—. Solo di mi nombre real y
apareceré a tu lado.
—
¿Real?
—
Sí, mi nombre real es Seir.
— Acepté, empezando a marearme nuevamente por demasiada información recibida—.
Qué buena chica. Por cierto, si Durand o Gabriel aparecieran, puedes usar estas
palabras para evitar que jueguen contigo. Con él: “no quiero el ayer, ni el
hoy, ni el mañana”, y con ella: “no quiero amor”.
—
¿Ah? ¿Es en serio?
—
Síp, aunque no lo creas, también
hay formas de protegerse de nosotros; usualmente son defensas relacionadas a
nuestras especialidades. Además, ni ángeles ni demonios podemos matar humanos:
está prohibido y la pena es extrema; así que no corres con el riesgo de ser
asesinada — concluyó con una sonrisa. ¡¿Asesinada?!
Y no querían “asustarme” …
Me despedí algo aturdida y después llegué corriendo a casa. Gisell
me cantó todos los regaños habidos y por haber, y después me envió sin cena a
mi habitación.
Todo lo que me rodeaba la cabeza en ese momento me tenía tan
inquieta que no podía dormir; pero de entre todas las cosas, había una que
recién estaba advirtiendo.
Él…él… Él era un calehim. Literalmente
un ángel, como esos seres alados que describen las lecturas bíblicas y las
expresiones artísticas religiosas.
Un ángel…
Solté una risa, algo amarga, porque si antes ya lo pensaba, ahora estaba
confirmado por completo. El solo hecho de tener una naturaleza así lo convertía
en algo inalcanzable.
Sí, eso era Alen Forgeso.
Terriblemente inalcanzable.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
—
¿Mmm?
Giré en la cama, sin abrir los ojos, y de repente me atacó esa
extraña sensación de no estar sola.
Me reincorporé violentamente solo para encontrármelo sentado en la
silla junto a mi escritorio, con la luz de la luna iluminándolo por completo. Casi
como un ser salido de algún libro de mitología, de alguna historia de fantasía.
—
¿Alen? — pregunté en voz
baja. Me miraba tan fijamente que por un momento tuve la impresión de que
estaba descifrando todo lo que pudiera sobre mí.
Elevé el brazo para encender la luz de la lámpara de mi mesita de
noche, pero me detuvo:
—
No lo hagas. Descansa — me pidió
en voz baja.
Me quité el cabello de la frente y lo miré, inquieta.
—
¿Qué…? ¿Qué haces aquí?
—
Vine a verificar lo de tus
sueños. Por lo visto tienes razón: no sueñas. Lamento no haberme anunciado, fue
descortés —. Tragué despacio, con los nervios empezando a traicionarme. Ya
sabía que vendrían a comprobar el asunto de mis sueños; pero uno, no pensé que
sería esta misma noche.
Y dos: no pensé que vendría él.
« Relájate, ¿por qué estás
tan nerviosa?». El corazón empezó a latirme con violencia; elevé
un tanto la mirada y sus ojos empeoraron todo.
Bum-bum. Bum-bum.
No sabía qué estaba sucediendo conmigo: sentía que empezaría a
temblar en cualquier momento y que respirar se me tornaba más difícil.
¡Basta!
No pude conmigo misma. Me quité los cobertores de un tirón, me
puse de pie torpemente y casi salí corriendo de mi habitación.
« ¡Oye! ¿Qué te sucede?»
No sé. ¡No lo sé!
Bajé los escalones con rapidez, descalza, e ingresé a la cocina
solo iluminada por la luz de la luna que se colaba por la ventana encima del
lavadero. Abrí el refrigerador y saqué la jarra de agua; me serví un poco y me
bebí el contenido de un trago.
¡¿Qué me pasa?! ¡¿Cómo demonios se me ha ocurrido la genial idea
de salir corriendo como si hubiera visto a un fantasma?!
Observé mi reflejo en la puerta del refrigerador: traía el cabello
hecho un nido de pájaros y el rostro ardiéndome de la vergüenza. ¿Pero qué
clase de reacción estúpida ha sido esa?
Me quedé unos minutos intentando despejar la mente; y ya más
calmada, decidí retornar. Después de todo, dejarlo así no era muy educado de mi
parte.
Aunque bueno, tampoco era nada normal que él se apareciera así,
sin avisar.
«En primer lugar…nada
alrededor de él es ‘normal’»
Sí, sí.
Subí los escalones lentamente, prolongando todo lo posible el
retorno. Tomé una gran bocanada de aire al llegar a mi habitación y empujé la
puerta.
Lo encontré observando por mi ventana, con las cortinas
descorridas, sentado en la silla junto a mi escritorio y con los brazos
apoyados sobre el alféizar. Nunca se lo he dicho directamente pero, aunque no
se lo proponga, siempre se le ve tan
acongojado…
Traté de pensar en alguna buena coartada para explicar mi
repentina huida, cuando de pronto giró y me observó con tranquilidad:
—
Yo… — inicié al cerrar la
puerta detrás de mí.
Me observó y después sonrió gentilmente:
—
Me tienes miedo.
¿Qué…?
El gesto de tristeza me desencajó: de todas las sensaciones, esa
era la última que me atacaba en este momento. ¿Miedo? No, claro que no. Es…es…
¿Nerviosismo, ansiedad? No…no lo sé.
—
No, cla-claro que no —
rebatí, y por un segundo pensé en usar la tonta excusa de que me moría de sed
pero lo vi encogerse bruscamente—. ¿Alen? ¡Alen!
Me acerqué rápidamente ante el gesto de dolor, pero solo conseguí
que frunciera los labios con fuerza y se echara hacia atrás, esquivo. Parecía
como si la espalda le doliera a horrores.
—
Alen…
—
Nada, estoy…estoy bien.
—
¡No es cierto! ¿Qué pasa?
¿Aún no te has recuperado…?
Me sentí terriblemente culpable. A fin de cuentas, si él estaba
así de débil era por habernos salvado. A Naina y a mí.
—
Tranquila, no pasa nada. —
Se puso de pie y comprobé que no se trataba de un simple dolor en la espalda. Realmente
se veía mal, parecía que estaba doliéndole mucho.
Entonces se acercó a la ventana, dispuesto a irse, pero lo tomé por el brazo con firmeza, con una horrible sensación en el pecho: ¿qué tal si se desmayaba en el camino? ¡¿O Durand lo encontraba así y…?!
—
¿Qué sucede? — me preguntó
en voz baja.
No...no…
—
No-no te vayas.
—
Estoy bien, Bellota — me
dijo con una sonrisa ligera, y algo dentro de mí se removió. No había vuelto a decirme
así desde que pasó todo lo anterior.
Traté de explicarle que lo que sentía no era miedo, y le di las
gracias que quería ofrecerle hace horas atrás. Gracias por salvarme, gracias por no borrar mis recuerdos.
Dijo que no era necesario, nuevamente tan amable, tan
reconfortante, pero la sonrisa se le congeló en otro gesto de dolor; aún peor
que el anterior.
Y fue extraño, porque sentí que me dolió.
Se había arriesgado por
mí…por Naina y por mí: tenía que hacer algo… ¡algo para ayudarlo!
—
Ya te dije que no es
necesario. Yo solo…
—
¡Claro que sí! ¡Mírate!
Parece que realmente te duele mucho.
—
Lo que pasa es que soy algo
llorón. Estoy bien, no te preocupes — dijo en tono juguetón. Me sentí
absurdamente feliz al oírlo bromear conmigo, porque por un momento hasta pensé
que ya no seríamos amigos.
Pero entonces se encogió de nuevo, con más dolor, y mi sistema
nervioso colapsó.
Le duele, ¡le está doliendo muchísimo!
Apretó los labios con fuerza; trató de ahogar el quejido pero yo
lo escuché como amplificado.
Y la voz de Tarek acudió prontamente:
»— Pues bien, probablemente
ahí, aunque no los pudieras ver, había casi un millar de ángeles alrededor;
alimentándose de todos esos sentimientos místicos plasmados en expresiones
artísticas.
¿El violín? Parece que le gusta mucho como suena, pero…pero si lo
hago Gisell vendrá hecha una furia y no podré explicar por qué empecé a tocarlo.
»— Una caricia, un beso…
Todas esas sensaciones elevadas los llenan de energía.
De energía.
“Me alimento de ellos”
Recordé a Gabriel en el museo; también cuando la vi con Durand.
Sí. Podría… Podría funcionar.
—
Dé-déjame hacerlo — le pedí
con voz temblorosa. Sabía que era una estupidez, que sería embarazoso
sugerírselo, pero tal vez podría funcionar.
—
¿Qué...qué cosa? — me
preguntó con dificultad.
—
Esto…a-agradecerte lo
que…lo que hiciste por mí.
—
¿A-agradecerme?
Sus ojos me observaron bajo la luz de la luna. Entre las capas color miel distinguí la queja silenciosa, el dolor buscando ser camuflado; y sé que no lo conozco hace mucho, pero siento como si pudiera leer lo que está haciendo en este momento: siempre tratando de solucionarlo todo, siempre queriendo hacerlo solo.
Porque así era él. Siempre fue así.
— ¿Sisa…?
Al diablo si me rechaza, ¡al diablo si después piensa que soy una
tonta! Era la única…la única manera...
—
Quiero ayudarte...
Realmente quiero hacerlo.
—
¿Qué hac...?
No lo pensé más y lo atraje hacia mí con el corazón latiéndome
desbocado. Torpemente posé mi boca sobre la suya y no me atreví ni siquiera a
abrir los ojos. Solo sentía la tibieza de sus labios completamente paralizados
ante mi acción, y aquella odiosa voz en mi cabeza, repitiendo que después de
esto no podría verlo a la cara por lo menos en dos meses.
— Gra...gracias — le susurré en medio del roce, temblando por
completo y casi oyendo la sangre bombear en mis oídos, a toda voz.
Que pare…que deje de sentir tanto dolor, por favor.
Intenté pensar en cualquier otra cosa, porque la textura de su
boca empezaba a marearme. Y como la respiración se me estaba disparando sin
control, abrí los ojos y me separé de él, cabizbaja: no iba a soportar ver su
rostro lleno de confusión ante la que parece ha sido una muy torpe y mala idea.
Pasaron algunos segundos, y como no decía nada me llené de todo el
valor que conseguí y elevé la mirada, sumamente avergonzada.
Y en ese momento sucedió algo inexplicable, porque pensé que me
alejaría o me reprocharía mi actuar...
—
Alen, yo…
Pero sucedió todo lo contrario.
Intenté decir algo más, pero mis palabras se perdieron en un
suspiro. No entendí bien la situación hasta que sentí su respiración chocando
contra mis labios: los suyos abriéndose paso entre los míos.
¿Qué…?
El corazón se me disparó en una carrera desenfrenada; mis sentidos
se perdieron al completo. Parecían haberse puesto de acuerdo para enfocarse en
un solo hecho: su boca sobre la mía, su pecho contra el mío, y el tímido roce
que inicié, transformándose en una danza furiosa.
Traté de volver a tierra en los segundos que rompimos el beso,
pero sentí que me tomó con fuerza por la cintura y después su boca atrapó la
mía, exigente, otra vez. La cabeza
empezó a darme vueltas cuando sentí mi respiración entrecortada chocando contra
la suya; nuestros labios moviéndose desenfrenadamente. Mis manos
automáticamente volaron a su cabello, pero una de ellas fue atrapada en el
trayecto; a medio camino se quedó flotando, con sus dedos entrelazándose con
fuerza a los míos.
¿Qué es esto? ¿Es…? ¿Es un
beso? Porque nunca me han besado de esta manera en toda mi vida.
Como si con un solo beso toda mi existencia se perdiera por
completo.
Como si por un solo beso yo aceptara a ser condenada a lo que
fuera.
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