ACTO II - Acto de contrición
¿QUÉ TAL?
Siento muchísimo la
demora: estoy ya a
puertas de acabar el semestre en la universidad y ahora que estoy en facultad
parece que los trabajos grupales se han vuelto una especie de plaga en mi vida (lo bueno es que dentro de poco entro a vacaciones, así que podré publicar los
capis con más rapidez ahora que se viene diciembre).
La lista de reproducción de este capítulo es
especialmente hermosa porque cuenta con el señor Yann Tiersen; la mayoría debe
conocerlo por el OST DE Amélie.
Bueno, no la hago larga y vámonos al capiiii!! :D
¨°*°*°*°¨
ACTO II
Los
platillos, el acordeón y los violines resonaban con poderío. La señora y yo
permanecíamos dentro del coche pero aun así el jolgorio de allá afuera se
escuchaba con fuerza.
—
¡San Zahir! ¡Oh,
San Zahir! — escuchamos los gritos animados, las palmadas coordinadas y un
bombo contando el ritmo de la próxima pieza a punto de iniciar—. ¡Déjanos ver a
los caídos!
La música estalló,
la señora Marlene soltó una risa ligera. El nuevo cochero abrió la pequeña
ventanilla que separaba su compartimiento del nuestro:
—
Señora, me temo
que tendremos que esperar unos minutos más —anunció contrariado —. La comparsa
apenas va pasando la calle y la gente está muy animada así que…
—
Descuida, Nereo:
la música es agradable y aquí adentro la lluvia no nos afecta. Además, aún
tenemos tiempo: nuestros invitados empezarán a llegar a partir de las nueve.
—
En cuanto despejen
el camino, emprenderé la marcha.
—
Muchas gracias.
El sonido de algunos violines desató la euforia
colectiva. ¡Vaya, qué bien suena ese tema!
—
Es increíble la
energía que se tiene cuando uno es joven — comentó la señora Marlene
escondiendo una sonrisa—. Está empezando a llover y aun así el cortejo sigue
ahí.
—
¡Queremos tocar
sus plumas brillantes, y ver la belleza de los perdidos ángeles! — cantaron en
coro decenas de personas—. ¡San Zahir! ¡Oh, San Zahir! ¡DÉJANOS VER A LOS
CAÍDOS!
—
Señora Marlene,
¿usted cree que podría abrir un poquito la ventana…?
— Estás deseándolo
desde hace un buen rato, ¿verdad, Nuna? — me reprendió con afecto y después
asintió.
Descorrí por un
lado las pequeñas cortinas y me encontré con varios jóvenes que avanzaban,
bailando a un mismo ritmo y coreando a toda voz el himno a San Zahir. Toda
muchacha que se viera portaba una hermosa corona de flores frescas sobre los
cabellos completamente sueltos, e iba de la mano de algún galán que llevaba el
rostro cubierto por la máscara completamente blanca o el elegante antifaz, como
ellas, típicos de la celebración.
La celebración del
Zahir es una costumbre propia del país, resultado de la fusión de creencias de
algunas comunidades ya extintas con el credo actual; y se ha establecido con
tanta fuerza que ya lleva muchísimas décadas en vigencia. Cuando era una chiquilla
ya había sido testigo de los preparativos que todos en el pueblo, tanto en
zonas céntricas como en zonas aledañas,
realizaban por motivo del Zahir. Octubre se pinta de colores y por todos
lados se organizan recepciones: desde las casas más distinguidas hasta las más
humildes suelen dar, por lo menos, un festín en el mes. Y los asistentes
siempre suelen ser jovenzuelos que acuden animosamente, portando las máscaras y
las coronas de flores que dicta la costumbre en los bailes.
Se dice que San
Zahir fue el encargado de enseñarles el camino a los primeros ángeles exiliados
del Paraíso rumbo a la tierra y al Infierno (por faltas gravísimas). Así que
cada año se le implora el dejarse ver porque con él van filas de caídos y
pueden conceder cualquier milagro. También se dice que algunos demonios salen a
recibirlo y andan vagando por las calles disfrazados de personas comunes,
tratando de embaucar a los que acuden a las celebraciones. Es por ello que,
para protección, los jóvenes siempre deben llevar un anillo de plata en el dedo
corazón y las jovencitas algún frasquito con esencia de flores, camuflado junto
al pecho.
El cinco de
octubre es el día central e inicia con todas las galas del mes; es por ello que
hoy todo el pueblo anda patas arriba de la emoción.
—
No es por ser boca
salada, pero creo que los chicos van a divertirse más en la plaza que en la
fiesta que brindará el hijo del señor Amira en su casa—comenté ante los gritos
eufóricos en honor al Zahir, a través de la ventanilla.
Mis señores
también habían organizado una velada para hoy por la noche, pero la mayoría de
invitados pasaban de los treinta años, así que no había riesgo de que alguno
terminara escapándose a la plazuela.
—
Oh, eso no es
novedad, Nuna. ¿Para qué sino crees que sirven tanto las máscaras y
antifaces? — me respondió la señora con
amabilidad—. Ya es costumbre que muchos jovencitos acudan a las recepciones que
se brindan en las grandes casas con permiso de sus padres, pero terminen
escapándose a la celebración en las callejuelas porque se ven más amenas. Qué
bueno que por ahora ya no tengamos a nadie en casa con todo ese “ardor” juvenil
para andar vigilando sus pasos.
—
El niño Joan
apenas tiene ocho años, y la niña Corín es recién una criatura, peeero en un
par de años…
—
Ay, Señor mío, ¡es
verdad! —aceptó y soltó una carcajada—. Solo espero que mis nietos no sean tan
locos como mi hija. Esa niña ha tenido tantos Zahires accidentados en su vida
que ya no quiero ni recordarlos.
Bueno, sí, la
señorita Ruth había sido una “bala”, en el sentido estricto de la palabra,
cuando chiquilla: se escapaba del cuidado de su nodriza y se perdía entre los
bailarines y músicos del pueblo.
Retornamos a casa
con todas las compras del día. Como demoramos un poco más esperando que el
desfile avanzara, aprovechamos para abrir las cajas y verificar las compras que
la señora Marlene había hecho para sus nietos ahora que estaban pasando algunos
días en la casa: se le había detectado un problema respiratorio a la niña
Corín, y el clima de Lirau favorecía muchísimo a su salud a diferencia del de
Libiak.
Habíamos pasado la
mayor parte de la tarde recogiendo las prendas que la señora había encargado a
sus sastrerías favoritas (podrían haberlas enviado directamente, pero a la
señora le gusta muchísimo dar paseos por el pueblo). Ahora, con nosotras,
volvían a casa cajas repletas de juguetes, dos preciosas muñecas de porcelana,
y varios vestiditos de seda para la niña Corín y las primeras chaquetas de
vestir para el niño Joan que en unos meses ya iniciaría su instrucción académica
en Dominic Pascal, en Libiak. Estaba
muy chiquito y aún tenía dificultades para dormir si no se le narraba antes un
cuento, pero pronto cumpliría nueve y el año ya acababa, y por tradición todos
los hombres de la familia acudían a ese internado para su formación.
Solo
espero que se acostumb…
¡BROM!
¡Santo
Dios! ¡¿En qué momento la traviesa llovizna se transformó en un aguacero
infernal?! ¡Y los espantosos truenos que no dejan de resonar por toda la casa!
Solté
un suspiro, algo acongojada por el horrendo clima, hasta que escuché las
risitas bajas de la señora Marlene que recién estaba abriendo todas las cartas
que habían llegado a la casa por la mañana.
Se
quitó las lentillas y negó con la cabeza, con una ligera sonrisa:
—
Alana suena muy
angustiada en su última misiva: ya no sabe qué hacer con su hija. También me ha
pedido encarecidamente que trate de persuadir a Morgana para que hable con
ella; pero dudo mucho que la loca que tengo por hermana ayude en la situación.
—
¿Otro pretendiente
rechazado por la señorita Alexia? — me aventuré a preguntar.
La
señora Marlene me tiene la suficiente confianza como para permitirme el
continuar las charlas que inicia. Además, hablar de la vida “agitada” que lleva
la señorita Alexia, su sobrina, siempre resulta muy interesante.
Eso
sin mencionar a la señora Morgana, hermana menor de la señora Marlene, que es
inclusive peor.
—
Ya le he dicho a
Alana que Alexia no parece tener planes de querer contraer matrimonio. Tú
sabes, Nuna, que siempre he creído que debemos dejar que nuestros hijos tomen
sus propias decisiones y adquieran el estilo de vida que más se les antoje. Si
la niña no quiere casarse, ¡pues que no se case! La verdad no se pierde de
mucho.
— El asunto con la
señora Alana es que no quiere quedarse sin nietos de su única hija mujer—
puntualicé como quien no quiere la cosa.
— ¡Pero ya tiene
suficientes nietos de sus otros tres hijos! Eso sin contar a Vladimir que ya
lleva casado tres años: solo es cuestión de tiempo para que le llegue un nieto
más. ¡Y no sé en qué cabeza entra el pensar que Morgana podría ser de ayuda!
— Usted y todos en
la familia saben lo cercana que es la señorita Alexia a la señora Morgana. Es
su tía política más querida, la única a la que verdaderamente escucha. — La
señora Marlene soltó un suspiro contrariada—. Probablemente la señora Alana
esté impaciente por que su hija se case. ¿No recuerda cómo le brillaban los
ojos cuando el ramo de la señorita Ruth cayó sobre el regazo de la señorita
Alexia?
— Si te soy sincera,
Nuna, hubiera preferido que Ruth también hubiese esperado un poco más. Las
jovencitas ya no se casan de manera precipitada, los tiempos han cambiado. —Los
ojitos se le cayeron de la tristeza—. Sé que es feliz en su reciente
matrimonio, pero a veces veo a Alexia tan llena de vida y explorando tantas
cosas en el mundo, que me da algo de nostalgia. ¡Ruth solo tiene dos años menos
que ella, y ya está casada!
Quise
decirle a la señora que no se preocupara, que a pesar de que la señorita…bueno,
la “señora” Ruth se hubiese mudado hasta un país tan lejano como Frantzon y ya
fuese una mujer casada, siempre sería su hija menor. Pero nuevamente estalló un
trueno y esta vez fue tan fuerte que tanto ella como yo dimos un respingo,
sobresaltadas.
Las
lámparas que iluminaban el salón tintinearon suavemente por el estruendo.
— Por todos los
santos, está lloviendo como si el cielo se hubiese partido — comentó
ligeramente nerviosa—: Y pensar que por la mañana había un
radiante sol.
—
El clima
últimamente está muy extraño. —Tomé el atizador de la chimenea y empujé los
leños ya consumidos a un costado. Las llamas ardieron con fuerza—. Este año
parece que solo ha habido otoño e invierno. Decían que el juicio final se
acercaba y todos moriríamos congelados.
—
Ah, niña, no seas
exagerada. Solo ha sido un año más frío de lo acostumbrado.
—
“Bastante” más
frío de lo acostumbrado, señora Marlene.
No,
a mí nadie me quitaba de la cabeza que algo muy grave estaba sucediendo por
algún lado que las personas comunes no conocíamos. Todo se veía oscuro y no paraba de llover; eso sin contar los extraños
rumores que llegaron al pueblo sobre la horrible
epidemia que
azotaba algunos lugares en el mundo
entero: ¡se decía que a veces personas que iban pasando por las calles de la
nada caían muertas!
Gracias
a Dios que la famosa epidemia esa no llegó hasta estos lares.
—
¿Señora Marlene?
—
Oh, Bejle,
dulzura, ¿qué sucede?
Bejle,
la cocinera, entró y dijo que los postres para la cena por el Zahir ya estaban
casi listos. La señora Marlene asintió y pidió que empezaran a poner la mesa en
el comedor principal.
— Sigo preguntándome
por dónde estarán hasta estas horas— resopló cuando Bejle se retiró—. Solo
espero que Alcides y David hayan sido prudentes, y llevado algo con que abrigar
a Joan. Resfriarse por una tormenta como ésta podría ser muy grave para su edad.
— No se preocupe,
señora. El señor quiere demasiado al niño Joan como para exponerlo sin
protección alguna.
— Ah, hija, ya no
sé. Llevar a un niño de ocho años a cazar al bosque ya de por sí me parece
insensato.
— Aún más insensato
es salir en un día como éste — oímos desde atrás—. El cinco de octubre y su
aura llena de paganismo y libertinaje nunca traen buenas cosas. Se lo dije a
David pero no me escuchó.
Tanto
la señora Marlene como yo volteamos y nos encontramos en la puerta de la sala a
su nuera, la señora Gisell. A su lado, Tamaya llevaba en brazos a la niña Corín, con apenas nueve
meses de nacida.
Tamaya
y yo nunca nos hemos caído en gracia, la verdad.
Ambas habíamos crecido en la casa de los señores Formerio desde muy pequeñas y
habíamos recibido toda la educación que una doncella puede desear. Y si bien hemos
pasado un largo intervalo de tiempo juntas, no
puedo asegurar que sea de mi pleno agrado.
Cuando
le dieron la posición de nana de la niña Corín tuvo que mudarse a Libiak. Los
ocho meses que dejé de verla fueron como delicia de dioses; pero el asunto se
me estropeó hace un mes, cuando retornó a Lirau por el asunto del mal
respiratorio que le habían diagnosticado a la niña.
Me
ha restregado tantas veces en la cara todo ese rollo de que la capital es “otro
mundo”, que estoy planteándome el agarrarla a patadas si vuelve a
mencionármelo.
— No me dirás que
sigues con esas absurdas supersticiones sobre el cinco de octubre, Gisell —
comentó con suavidad la señora Marlene—. Ya sabes que la celebración del Zahir
es solo para asustar a los más pequeños y darle motivo a los jovencitos para organizar bailes. Es solo una tradición.
Su
nuera soltó un suspiro demasiado dramático y tomó asiento en el sofá de en
frente:
— Pero las tradiciones
nacen de “hechos”, querida suegra. —La señora Marlene y yo intercambiamos
miradas de manera discreta: bien, la señora Gisell está más loca que una
cabra—. Además, con todo el jolgorio
en el pueblo no sería extraño que algunas criaturas siniestras estén vagando
por los alrededores.
— ¿Criaturas
siniestras por el jolgorio del pueblo? Gisell, ¡por favor! El Zahir es solo
para pasar un momento agradable entre jóvenes.
— Imagino que usted
y Nuna fueron testigos de la comparsa que suele hacerse cada año.
— Así es. Todo se
veía muy colorido, y la música no paraba de sonar.
— ¿No le parece un
ambiente de lo más profano? — Elevé las cejas con incredulidad, y como la risa
tonta se me iba a escapar ante la frase, giré rápidamente, tratando de
concentrarme en las llamas de la chimenea: la antipática de Tamaya me lanzó una
mirada llena de disgusto—. No entiendo cómo es posible que el alcalde permita
eso. Chiquillos sin clase danzando y gritando como si nada les importara. En
Libiak la celebración del Zahir no es tan escandalosa como aquí.
— Gisell, es solo
una costumbre — objetó la señora Marlene. Se acomodó las lentillas y volvió a
enfocarse en las misivas de la mesita de al lado—. Además, si tanto te molesta,
no solo deberíamos pedirle al alcalde que suprima los festejos en el pueblo,
sino también que emita la prohibición de cualquier tipo de reunión por motivo
del Zahir. La familia Amira va a brindar un baile esta noche: también deberías
decirle a Gustav que la fiesta organizada por su hijo es una muestra de
paganismo.
— Las cosas son
diferentes desde esa perspectiva, suegra. —La señora Marlene me lanzó una
mirada de “nadie entiende a esta mujer”—. Iago Amira está ofreciendo un baile
en su casa que va acorde a las buenas costumbres, y reúne solo a jóvenes de su
condición.
— ¿De su condición?
— No hay ningún
salvaje gritando y bailando como si…
— Ah, Gisell,
¡dejemos la charla ahí porque empezará a dolerme la cabeza!
Me
acerqué a la señora mientras su nuera pedía algo de té con la campanilla que
reposaba sobre uno de los muebles.
Me
susurró discretamente y conteniendo una risita:
— Ya la veré cuando
Joan y Corín crezcan: como cualquier jovencito, también terminarán sucumbiendo
al “paganismo” del pueblo.
— Opino lo mismo,
señora.
— ¿Sabe lo que mi madre solía repetir
sobre el cinco de octubre, querida suegra?— oímos nuevamente.
— No tuve el placer
de oírlo de sus labios, Gisell. ¿Qué decía?
— Que el paganismo del Zahir emana tanto brío que las
puertas que separan a la tierra del Cielo y el Infierno se abren en este día.
Se corre con la suerte de ver y hasta hablar con ángeles, pero también
podríamos encontrarnos con demonios. Solía repetir que Izhi era el lugar que
los antiguos brujos usaban para sus rituales, así que podría ser un lugar muy
peligroso en este dí…
— ¡Ya basta, mujer! —
la interrumpió la señora, disgustadísima—. ¡Mi esposo, mi hijo y mi nieto están
allá afuera y tú saliendo con cosas absurdas!
La
señora Gisell frunció las cejas, ligeramente ofendida.
— ¿Quiere que le
traiga un poco de té, señora Marlene?— sugerí para alivianar el ambiente.
— Me encantaría,
Nuna.
Me
puse de pie y salí rumbo a la cocina; no sin antes escuchar algunos galopes en
los exteriores: probablemente los señores ya estaban de vuelta con los perros,
los caballos y los empleados que los acompañaban en las excursiones de cacería.
Crucé
todo
el salón para llegar al pasillo, seguir de largo y doblar a la
derecha, rumbo a las cocinas. La casa de los
señores es
enorme, pero me ha acogido tantos años que podría hasta atravesarla con una venda en los ojos. Claro, exceptuando "los famosos pasillos
secretos" de los que tanto se habla entre los empleados y que, hasta
ahora, no he tenido el placer de conocer. Bejle dicen que son puros mitos:
después de todo, no es raro que se tejan historias alrededor de una casa tan
grande y una familia con tanta historia como ésta.
La familia Formerio posee
un reconocimiento que trae consigo desde casi dos generaciones atrás, cuando la
señora Albania Formerio superó la muerte de su esposo, Alaric Formerio, y
decidió hacer lo que ninguna mujer había logrado hasta ese momento: convertirse
en cabeza de familia y tomar las riendas de un negocio por sí misma. Por lo que
he escuchado, la señora Albania quedó en una situación económica poco estable
para ella y sus cuatro hijos: Aníbal, Aman (que no era un Formerio en el
sentido estricto de la palabra pero ese era otro cuento), Alcides, mi señor, y
Alana, la menor. Así que en vista del oscuro panorama que le auguraba como
viuda con niños que alimentar, decidió sacarle provecho a lo que mejor sabía
hacer: dulces a base de chocolate.
Las pequeñas ganancias
obtenidas en un inicio se han multiplicado a niveles gigantescos: si bien la
señora Albania inició con una pequeña tienda que en unas décadas consiguió
algunas sucursales en otros distritos de la ciudad, sus cuatro hijos se
encargaron de consolidar el éxito del negocio. Actualmente las confiterías
pertenecientes a la cadena de los Formerio ya no son pequeños lugares en los
que se ofrecen pasteles o bocaditos a base de chocolate, sino que se han
transformado en tiendas exclusivas, con productos llamativos y de primerísima
calidad.
Aníbal, Aman, el señor
Alcides y Alana habían convertido el pequeño negocio de su madre en una marca
reconocida de chocolates; y para ahora, los nietos de la señora Formerio ya
habían tomado las riendas del negocio familiar y creado un imperio digno de
prestigio: como hijos, como sobrinos y como primos habían decidido explotar al
máximo la iniciativa de su abuela. No conozco personalmente a los hijos del
señor Aníbal ni del señor Aman, pero sí a los de mi señor Alcides (el señor
David y la señorita Ruth) y a dos de la señora Alana (la señorita Alexia y el
señor Vladimir) y puedo asegurar con creces que todo lo que han conseguido ha
sido por una increíble tradición familiar de disciplina y responsabilidad
laboral. Una caja de bombones Formerio ya no era solo un gusto al paladar, sino
también era un gusto al ego por lo reconocido que era el nombre.
Debo confesar que me
siento orgullosa de servir en esta casa.
Mi madre también trabajó
aquí pero en las cocinas (a diferencia de mí que solo me encargo de las
necesidades de la señora Marlene y le brindo mi compañía); y el que solía ser
mi esposo también anduvo por un tiempo como cochero. La primera se me fue
cuando una fuerte pulmonía la atacó, y el segundo cuando, en palabras
sencillas, “encontró a alguien más”. Y sin tratar de pecar de soberbia, la
verdad ahora me encuentro muchísimo mejor sin él: los primeros meses me sentí
devastada, pero más tarde comprendí que de amor nadie se muere.
Aunque creo que la
tristeza que me atacó en esa época no se debió al hombre que me dejó por otra,
sino a la niña que llevaba en el cuerpo y que no pudo ver la luz del sol porque
la insensata de su madre no tuvo las fuerzas suficientes para protegerla.
Mi pobre criatura: nunca
llegué a ver sus ojitos, menos tocar sus man…
— ¡Nuna!
— ¡Ayy!
— Di un respingo que debió haberse visto muy cómico, y después sentí un par de
bracitos aferrándose con fuerza a mis rodillas.
En
medio de mi ensoñación no había ni llegado a la cocina, pero el niño Joan sí que
había aparecido como por obra de magia y ahora reía a carcajadas mientras
restregaba el rostro sobre los pliegues de mi vestido.
— ¡Pero miren a
quién tenemos aquí! ¡Y qué mojado está! — lo reprendí poniéndome de cuclillas.
Me
sonrió enormemente, sin los dos dientes de adelante que acababan de caérsele hace unos días, y me dijo que
acababa de llegar con su abuelo y su padre.
—
¿Y por qué está tan contento?
— ¡Nuna! ¡No sabes
lo que pasó!
Le dije que primero debíamos ir a cambiarlo, pero me
salió con que eso podía esperar.
— Niño Joan, va a
resfriarse y…
— ¡Nuna, no me
quites el chaleco y escúchame: tengo una hermanita! ¡Y es muy bonita! — me gritó resplandeciente: bueno, eso ya lo sabía.
La niña Corín se parecía muchísimo a su abuela—. ¡Su nombre es Albania, y
parece un ángel!
¿Ah?
— ¿Pero qué cosas
está diciendo? Su hermana se llama Corín.
— ¡No, Nuna, no
hablo de ella!
La señora Marlene soltó
un grito de susto desde el salón que me puso los vellos
de punta.
— ¡¿Pero qué pasó
aquí?!— oí y retorné a la sala como alma que lleva el diablo antes de poder
hacerle más preguntas al niño Joan con respecto a su
"hermanita".
— Deja de gritar,
mujer, no pasa nada — escuché de labios del señor Alcides—. Llamaré a Gustav y
le pediré que venga más temprano de lo acordado para la cena y todo estará
bi... ¡Demonios! Hoy es el baile ofrecido por su hijo, ¿verdad? Bueno, igual es
un festejo para jóvenes así que no creo que se niegue a venir.
— ¡¿Que no pasa
nada?! — reclamó la señora. Tomé al niño Joan de la mano e ingresé con cautela
a la sala—. ¡David ha regresado con una pierna rota ¿y dices que no pasa nada?!
— No es nada, madre
—le restó importancia el señor David.
Comprobé que
algunos empleados lo habían depositado sobre el sofá más extenso y ya le habían
entablillado la pierna izquierda. El señor Alcides, por otro lado, tenía toda
la pinta de alguien que se ha revolcado en lodo por completo; y llevaba en
brazos algo parecido a un pequeño costal.
— ¡Pero es que acaso
ustedes no son conscientes de la situación!
— David, yo te lo
dije. El cinco de octubre…
— ¡Gisell, ya basta
por amor de Dios!— exclamó la señora exaltada, y en ese momento todo el cuadro
se quebró ante el estallido de un llanto agudo.
Pensé que se
trataba de la niña Corín, como todos, pero cuando Tamaya nos miró espantada,
como diciendo “la que llora no es la niña que traigo en brazos”, supe al
instante que la famosa hermanita de la que tanto hablaba el niño Joan no se
trataba más que de una niña nueva.
— ¿Qué…?
— La señora Marlene volteó a observar a su esposo, completamente desencajada.
Preguntó qué sucedía, y entonces el señor Formerio se puso de pie y descubrió
el bulto al que yo había llamado, erróneamente, costal.
Me acerqué con algo de timidez, esperando
no ser demasiado entrometida en lo que parecía ser una charla familiar, y
entonces me topé con la cosita más hermosa que jamás habían visto mis ojos.
— ¡Pero
si es un bebé! — susurró la señora conmocionada. El señor Alcides comentó que
mientras andaban por el bosque se toparon con una mujer muy joven, de ojos muy
llamativos. El señor David añadió que se acercó a ella porque uno de los perros
de caza estaba hostigándola, y después intercambiaron algunas palabras básicas
como que ella respondía al nombre de Aura y su pequeña hija al de Albania, y
ambas vivían por una zona aledaña.
— No
sé bien qué sucedió — exclamó el señor David ocultando una mueca de dolor—.
Charlé con la chica, le prometí que ninguno de nuestros perros le haría daño ni
a ella ni a su hija. Me despedí, me reencontré con mi padre y todo el grupo, y
todo estuvo bien hasta que empezó la lluvia.
— ¿Qué
pasó? — preguntó la señora Gisell, confundida.
— Cuando ya
estábamos por retornar, volví a verla: estaba caminando
en medio de la lluvia, supuse que rumbo a su casa, sin cubrirse ni nada. Me preocupó un tanto la niña porque había visto que era
muy pequeña y pensé que no
debía mojarse demasiado. Me quedé
observándola bajar por el camino muy cerca al río y entonces tropezó: la niña
rompió en llanto cuando impactó contra la tierra. Cabalgué camino abajo, pensando en ayudarla,
y ahí me lastimé. Los caminos estaban enlodados, mi caballo se exaltó y me tiró
—explicó el señor David.
Algunos empleados trajeron un
par de toallas y pusieron sobre la mesita de al lado dos enormes tazas de
chocolate caliente pedidas por la señora Marlene.
— …y después de ello
fuimos por la chica — agregó el señor
Alcides
ligeramente desconcertado —. No estaba.
— ¿Cómo? — se me
escapó. Me puse roja de la vergüenza cuando todos me miraron—. N-no, no quise
decir…
— ¿No estaba? —
repitió la señora Marlene.
— No estaba, mamá.
Solo quedaba la criatura tendida sobre la tierra húmeda y mojándose por la
lluvia. Algunos de nuestros hombres fueron a buscarla por los caminos cercanos,
e inclusive en el río y en la desembocadura al mar, por si habría caído, pero
no hallaron nada.
Nadie dijo nada,
todo quedó en silencio excepto por los pequeños brincos que daba el niño Joan,
queriendo ver a la recién llegada.
Un fuerte
relámpago estalló en los exteriores: tanto la niña Corín como la nueva bebé
rompieron en llanto.
— Nuna,
por favor, ve a ponerle otra muda de ropa y si tiene hambre dale
algo de leche caliente— me pidió el señor Alcides.
Acepté sin chistar y tomé a la pequeña en
brazos: se sentía sumamente cálida a pesar de estar mojada. Supuse que era
parte del encanto de ser una criatura.
— Nuna,
¿puedo verla? ¡¿Puedo verla?! ¡¿Puedo verla?!
— Un
momento, niño Joan. Déjeme que la cambie y le ponga algo más calientito, ¿sí?
—¿Y
después me dejarás verla?
— Claro
que sí. Pero solo si promete que también irá a cambiarse.
— ¡Está
bien! No te molestaré, ¡y me cambiaré ahora mismo!
Me dirigí rápidamente a la habitación de
Tamaya porque ella solía dormir con la niña Corín como su nana. Deposité a la
pequeña sobre el lecho mientras sacaba algunas prendas: el señor Alcides la ha
traído muy bien cubierta porque apenas y se ha mojado la pelusita que tiene por
pelo en la cabecita.
Terminé de secarla y cuando estuvo lista
la tomé en brazos y lo observé de frente: no parece ser mucho más grande que la
niña Corín; a lo mejor tiene un par de meses menos que ella: seis, tal vez
siete.
Misteriosamente no se quejó en ningún
momento. Solo observaba alrededor, con la curiosidad propia de una criatura y
los puños regordetes moviéndose de vez en cuando.
— ¡Vaya,
vaya!
No pude evitar sorprenderme cuando
comprobé que los ojos los tenía muy llamativos. Parecen ser verdes, pardos, a
lo mejor grises. Y enormes, como dos pozos inmensos con miles de interrogantes
ocultas en ellos.
Soltó un gritito animada cuando la observé
fijamente. Me sonrió y con eso me ganó por completo.
— ¡Pero
si eres un perfecto encanto!— exclamé atrayéndola hacia mi pecho—. Vamos, dime
¿cómo te llamas, princesa?
— Albania — oí
una voz suave alrededor.
Me sobresalté un tanto: había sonado como
la voz de un hombre joven. Tal vez un ángel, ¡o un demo...!
— Ay,
Dios, ¡todo por culpa de los comentarios de la señora Gisell!— se me escapó en
voz alta.
Salí de la habitación a la par del niño
Joan que ya se había puesto el pijama enterizo y se había secado tan
desesperadamente el cabello que lo tenía completamente alborotado.
— ¡Ahora
tengo dos hermanitas, Nuna! ¡Y el encargado de que siempre estén contentas voy
a ser yo, ¿verdad?!
— Por
supuesto. Y si sigue así de amable, se convertirá en el mejor hermano de la
historia — concedí y las risas de niño se desataron en todo el trayecto rumbo a
la sala. Me pedía insistentemente que se la pasara, pero me aterrorizaba el
hecho de que pudiera dejarla caer siendo ella tan pequeña.
Llegamos justo para detenernos frente a la
puerta y oír algunas voces. El niño Joan me miró con curiosidad, y entendió mi
deseo de esperar un poco antes de ingresar y también guardó silencio: es un
niño muy despierto para su edad.
— Tenemos
que dar aviso a las autoridades — oí a la señora Marlene.
— Evidentemente.
Es una niña sin hogar: ellos sabrán qué hacer con ella — la secundó la señora
Gisell.
— Su
madre tenía unos ojos fuera de este mundo — dijo el señor David. No sé si fui
yo pero distinguí una nota llena de deslumbramiento en su voz—. Me dijo que se
llamaba Aura, y yo realmente me siento comprometido con el bienestar de su
pequeñ…
— Esa
mujer abandonó a su hija, David.
— Me
siento en parte culpable, Gisell. Quisiera hacer algo por ella.
— ¿Culpable?
¡Tonterías! Ni tú ni tu padre tienen culpa alguna. No nos queda más que
entregársela a las autoridades, tal y como sugiere tu madre.
— La
niña se llama Albania — mencionó el señor Alcides.
Creí entender el porqué del tono cargado
de emoción: la pequeña tenía el mismo nombre que su madre.
— En
el mundo pueden haber miles de niñas llamadas Albania, querido suegro.
— Sí,
pero de todas ellas precisamente una vino a tocar la puerta de mi casa.
— ¿Qué
estás diciendo, papá? ¿Eso significa…?
El señor David dejó la pregunta al aire, y
segundos después obtuvo su respuesta: el señor Alcides daría aviso a las
autoridades, pero mientras se hicieran las investigaciones la pequeña se
quedaría con nosotros, y si nadie la reclamaba…
— Se
quedará en esta casa como mi nieta; Nuna es perfecta para la posición de
nodriza— anunció con firmeza. No vi el rostro de ninguno, pero casi puedo
asegurar que todos se quedaron de una pieza.
Más aún la señora Gisell que seguramente
ya anda pensando que no hay forma de adoptar una “nieta”; solo puede adoptarse
una “hija”.
— Pero
una niña adoptada en la familia no sería muy bien visto, sueg…
— Creo
que estás olvidando la situación con mi hermano Aman, Gisell — la cortó con
brusquedad el señor Alcides.
— ¡No-no
quise decir que…!
— Mis
padres lo acogieron como a un integrante más de mi familia cuando apenas era un
bebé, y eso no ha impedido que Aníbal, Alana y yo le tengamos muchísimo afecto.
Oí a Tamaya balbucear en defensa de la
señora Gisell que el señor ya tenía una nieta, solo para que obtuviera un: “no
tengo problemas en tener dos”, de parte de él. Y el señor David le puso la
cereza al pastel cuando mencionó que él estaría dispuesto a adoptar a la niña:
a la señora Gisell casi se le salen los ojos por las cuencas.
Y la charla daba para por lo menos dos
horas más, pero Sorel, el viejo mayordomo, apareció por la puerta, anunciando
que los coches de los primeros invitados de los señores ya se acercaban por el
sendero, en dirección a la puerta principal.
— Presumo
que este día podría ser su cumpleaños — comentó el señor Alcides después de que
su esposa le dijera que debía ir a asearse y cambiarse cuanto antes.
— ¿Su
cumpleaños? — preguntó la señora Marlene con curiosidad.
— Hoy,
cinco de octubre, la pequeña Albania llegó a nuestra casa —concluyó satisfecho.
Bien, a la señora Gisell
va a darle un ataque si alguien no le ofrece un té de manzanilla.
¨°*°*°*°¨
ANIEL
— Nanael,
basta.
— Esto
no es bueno, no es nada bueno — repetía insistentemente. Yo, por mi lado, oía
canturrear a la humana que parecía responder al nombre de Nuna mientras mudaba
de ropa a nuestra custodiada.
— ¡Pero
si eres un perfecto encanto!— dijo en voz alta, completamente embelesada —.
Vamos, dime ¿cómo te llamas, princesa?
— Albania
— respondí sin pensarlo.
La mujer dio un brinco, asustada, y
después salió presurosa de la habitación, mencionando a una tal “señora
Gisell”.
— Aniel,
cuidado —me reprendió Nanael—. No quiebres la barrera que nos separa de los
humanos.
— No
ha sido a propósito — me defendí.
Aún era complicado usar
el tono adecuado para que ningún oído humano percibiera mi voz.
— Por
otro lado, sigo preguntándome qué demonios vamos a hacer con todo esto.
— ¿Con
todo qué?
— ¡Esto!
— Lo miré sin comprender su fastidio—. ¡Por todas las creaciones, Aniel…! ¡La
quimera desapareció y ahora la Original está en manos de humanos!
— Nanael,
en primer lugar, ambos sabíamos que esto pasaría: Aura no iba a durar para
siempre. Ni siquiera el demonio más poderoso habría podido crear una quimera
perdurable, y a lo otro: creo que la idea de que Albania conviva con humanos
podría ser de gran ayuda.
— ¿Ayuda?
¡La Original conviviendo con humanos es completamente absurdo! ¡Sabes cuán
peligroso…!
— Ayudaría
muchísimo si empezaras a llamarla por su nombre humano— acoté con tranquilidad.
Lo más factible era que ella se adaptara a este mundo y qué mejor que
haciéndolo en una familia humana.
Además, el hombre que la había traído en
brazos parecía haber creado un vínculo con ella ni bien supo su nombre. Por
azares del destino, por lo visto era el mismo que tenía su madre.
— Llamarla
Albania no quita en nada su verdadera naturaleza.
— Llamarla
Albania implica fortalecer nuestro compromiso de mantenerla controlada —
apunté. Nanael frunció el ceño y después se perdió por la misma puerta por la
que había salido la humana, Nuna, solo que él no necesitó abrirla para hacerlo.
Bueno, no es novedad que él se ponga tan
reacio con temas que involucren a humanos y a nuestra custodiada.
— Mmm…
Me
quedé en mi sitio pero no pude evitar observar alrededor con interés. Aura y
Albania habían ocupado una pequeña cabaña muy cerca al bosque que respondía al
nombre de Izhi, y todo lo que tenían alrededor era lo estrictamente necesario
para sobrevivir. ¿Es decir? Ropa, un pequeño fogón para el calor en las noches
lluviosas y las comidas, y un pequeño camastro, todo en la misma habitación.
Este
lugar es completamente diferente: el lecho es casi el triple del lecho que veía
en la cabaña, y tiene doseles. Al frente
hay un par de puertas de cristal que conducen a un pequeño balcón, varios
muebles y casi puedo asegurar que todas las habitaciones de este lugar son
parecidas.
¿Cuántas
personas vivirán aquí? Por lo poco que vi al momento de nuestro ingreso, esta
morada parece enorme.
Salgo de la estancia y recorro el largo
pasillo. Mmm, si no me equivoco, en esta casa en total hay quince humanos.
Claro, eso sin contar a los que parecen
estar a punto de llegar porque, por lo visto, hoy brindarán algo llamado
“velada amena”. O bueno, es todo lo que he escuchado alrededor.
— ¿Escuchaste
el tremendo lío? — le decía una mujer a otra cuando llegué a la planta baja
después de pasar por la inmensa escalinata alfombrada.
Hay muchos objetos curiosos de metal y
madera, y en medio una mesa enorme con varias fuentes repletas de fruta
picadas, panecillos, postres y guisos. También hay gente viniendo de aquí para
allá, ajetreada.
Supuse que se trataba de las cocinas.
— Parece
que el señor David se quebró una pierna al ayudar a una pueblerina que se
esfumó y les chantó a una niña.
— ¡Sí!
¡La señora Gisell hubiera seguido gritando si no es por los Amira que llegaron
temprano! Yo creo que se le ha ido el alma del cuerpo al pensar que el señor
Alcides puede nombrarla heredera si llega a adoptarla — respondió la otra,
conteniendo un par de carcajadas.
Qué curiosos son los
humanos: quisiera saber qué de gracioso encuentran en todo eso.
— Pues
a mí me parece que la presencia de un niño va a iluminar todo. Los señores
siempre han deseado pasar más tiempo al lado de sus nietos. Cuando el señor
David se mudó a Libiak se pusieron muy tristes.
— Eso
es culpa de su mujer. Nunca le ha gustado Lirau; igual que Tamaya siempre anda
repitiendo que “Libiak es otra cosa”. Si no fuera porque la niña Corín tiene
ese problema para respirar, ni siquiera estarían aquí.
— Sé
que no es mala persona pero a veces es un incordio.
— Dímelo
a mí; estoy cansada ya de sus murmuraciones extrañas sobre lo terrible que es
octubre y las noches de luna llena y los pájaros negros y todas esas tonterías.
Bien, la tal “señora
Gisell” no es muy estimada que digamos.
Dejé la conversación anterior cuando algo
parecido a un relinchido se oyó y despertó eso que aún no logro dominar:
Curiosidad.
Me dirigí a la puerta posterior y dejé
todo el ajetreo de las cocinas: vaya, qué grande, oscuro y misterioso se ve el
bosque desde aquí. Detrás de mí hay una enorme morada repleta de luces
encendidas y al frente tengo una especie de vacío completamente cargado de
oscuridad.
Sonreí levemente porque Albania iba a
sentirse un poco más cómoda aquí que en la cabaña; y no por las suntuosidades
que decoraban los aposentos, sino por la cantidad de personas que hay
alrededor.
Nuevamente oí el relinchido: lo seguí.
Llegué hasta algo que si no me equivoco ha de llamarse “establos”. Me alegra
enormemente ya dominar el lenguaje humano.
Me quedé contemplando a los caballos que
disfrutaban de su merienda repleta de heno y avena. El sabueso que había estado
persiguiendo a Aura mientras decía en sus ladridos “¿qué eres, qué eres, qué eres?”, apareció y se lanzó sobre mí.
Como era evidente me atravesó y después soltó un aullido lastimero.
— Eres uno de ellos, ¿verdad, verdad,
verdad? — me preguntó ansioso—. ¿Hermano ángel?
— Así
es, mucho gusto, mi nombre es Aniel — respondí con respeto. Me observó con la
lengua afuera, entusiasmado, y por un momento tuve el deseo de materializarme
para acariciarle las orejas.
Me quedé un largo rato charlando con el
buen amigo Maltés. De adentro de la casa se escuchaban a los humanos que
platicaban alegremente mientras compartían una velada repleta de, ¿mmm? ¿Qué es
ese olor dulzón?
Ah, sí, lo llaman vino.
El hombre que respondía al nombre de
Alcides estaba compartiendo la noticia de la llegada de Albania con otro hombre
que lo observaba, sorprendido. Supuse que sería un amigo íntimo porque era al
único al que se lo había comentado.
— Albania,
¡como mi madre, Demetrio! Me siento tan desconcertado... No sé si ha sido por
casualidad o realmente es una especie de obsequio del cielo, enviado por ella—
escuché desde adentro.
Es lo bueno de tener un
oído agudo.
— ¿Entonces
estás decidido a mantenerla en tu casa si nadie la reclama?
— ¡Definitivamente!
Además, Marlene y yo siempre hemos sentido que esta casa es demasiado grande
para los dos. Ya sabes, los hijos crecen: los tenías correteando de aquí para
allá y cuando te das cuenta, ya han abierto las alas y tienen su propio hogar.
— En
Libiak, para ser más exactos — añadió el otro hombre, Demetrio, y ambos
soltaron una carcajada:
— Así
es, en Libiak; y bueno, Ruth que está prácticamente al otro lado del mundo, en
Frantzon.
— Sí,
te doy la razón. Mis hijos también se han perdido ya en sus propios problemas;
y no se los reprocho, es parte del ciclo de la vida. Pero me encantaría ver más
seguido a mis nietos… por lo menos a Marcus, que es el más pequeño.
— Me
sucede lo mismo con los míos. ¿Ya te comenté que le detectaron un mal
respiratorio a Corín? No es para alegrarse, pero todo indica que por ello David
y Gisell tendrán que quedarse por estos lares. — El hombre soltó una risa
afectuosa—. Por lo menos veré a una de mis nietas crecer. Joan ya empieza en
Dominic Pascal el próximo año.
— ¿Ya?
¡Vaya, cómo vuelan los años!
— Estamos
viejos, Leda, estamos viejos.
— Viejo
estarás tú, Formerio. ¡Yo aún tengo mucho por conocer!
— ¿Por
conocer? ¿Qué cosa? ¡Achaques!
Y rompieron en carcajadas.
Sonreí y proseguí mi plática con Maltés.
En un momento algunos humanos con instrumentos hicieron acto de presencia y por
primera vez oí eso llamado “música” creado por ellos mismos. Observé por los
ventanales a los otros invitados deslizándose con suavidad por la pista de
baile, y algunos otros disfrutando de la melodía con copas de licor en las
manos.
Así que esto es una velada amena.
— ¿Mmm?
— Giré de reojo cuando escuché movimiento en algunos arbustos de atrás.
Una joven ataviada en un vestido color
melocotón había salido a hurtadillas de la casa. Se soltó el moño que capturaba
su cabello, meneó la cabeza con fuerza, como para esparcirlo, y ahora parecía
estar dispuesta a tomar uno de los caball…
No, no va a hacerlo.
— ¡Mamá!
Otra
mujer había salido detrás de ella y la había capturado por la muñeca.
Bien,
estoy conociendo de primera fuente lo que sería la relación entre madre e hija.
— ¿A
dónde crees que vas?
— ¡Está
fiesta está muy aburrida! ¡Todos son de tu edad y de la edad de papá!
— Ya
te dije que no irías a esa fiesta. No después de la escena que hiciste el otro
día.
— ¡Pero
mamá…!
— ¡Que
no, señorita! Y ahora volvamos. ¿Qué planeabas hacer? ¿Robar uno de los
caballos de los Formerio y llegar cabalgando a los jardines de los Amira?
— Mmm…
— ¿Qué
significa ese “mmm”? No, ¡espera! — Oh-oh,
la mujer se está exasperando—. ¡Ni siquiera estabas planeando ir al baile
de Iago Amira! ¡Ibas a escaparte al pueblo, ¿verdad, mocosa?!
— ¡No,
mamá!
— ¡Cómo
que no! ¡Espera que tu padre se entere de esto!
— ¡Mamá!
Parpadeé, entre divertido y apenado por
aquella chica. Su madre tenía razón: no debió tratar de fugarse, pero también ella
ha sido algo severa.
Ah, qué complicado.
— Aura
no es así, ¿verdad? — oí una voz cantarina—. ¡Es una madre de lo más
comprensiva y abierta! ¡Muy flamante y dispuesta a escuchar lo que tienen que
decir sus hijos!
Giré y entonces me
encontré con… ¿una loba?
Sí, era una loba. Era igual a Nanael en su
forma original solo que el pelaje lo tenía de color gris y los ojos de un tono
marrón acaramelado.
Esta presencia…
— Tú…eres
un demonio — sentencié.
— Y
tú un ángel — me respondió con entusiasmo. No pasó mucho tiempo para que diera
un brinco, y en su lugar apareciera una joven de cabello gris desordenado.
Traía puesto un vestido color rojo vino—. ¿Te parece que estoy vestida para la
ocasión? ¡Tengo tantas ganas de inmiscuirme en todo el jolgorio de esa fiesta
llamada Zahir!
— Espera,
¿tú quién…?
— Ah,
el cabello, ¿verdad? — me preguntó frunciendo el ceño. Creo que no está
entendiendo que ése no es el punto principal—. Tengo la desgracia de que sea de
color gris. ¡Dime, ¿en qué cabeza entra ponerle a alguien cabello gris?! ¡Es
demasiado opaco y poco atractivo! ¡El Todo ha sido tan injusto conmigo!
Se puso a caminar de aquí para allá
mientras cerraba los ojos cada tanto en tanto, ansiosa, y el color de su
cabello cambiaba bruscamente: rubio, verde, morado intenso.
— Este
tampoco, ¿verdad?— me preguntó con la melena de color rosa pálido.
— Mmm,
disculpa, ¿quién eres y por qué mencionaste a Aura?
— ¡Oh,
sí! Olvidé presentarme. — Tomó los pliegues de su vestido e hizo una leve
reverencia.
No
sé qué cara habré puesto que rompió a reír animada.
— Eres
uno de los pocos que no se ponen a la defensiva con la presencia de un demonio.
Siempre que ella… ¿Cómo es? ¿Caila? — Asentí—. Siempre que intento presentarme
ante ella para preguntarle a propósito de Aura sale volando, indiferente. Poco
amable de su parte, ¿no crees? Después de todo, colaboré bastante al crearla.
¿Colaboró…?
— Espera,
¿eres Gremory? — le pregunté sorprendido.
Ella sonrió y asintió
reiteradas veces.
— Y
por tu presencia, yo deduzco que tú eres A-ni-el, ¿verdad? —Asentí y ella
volvió a reír.
Qué extraño. Es la
primera vez que me encuentro con una demonio pero es demasiado… ¿risueña?
Sí, creo que ésa es la
palabra.
— Bien,
me quedo con éste. Me parece que así no desentonaré tanto entre los humanos. —Se
acomodó el vestido y con un tronar de dedos una corona de flores cayó
directamente sobre su cabeza ahora castaña oscura. Dio un par de giros sobre sí
misma, con el vestido flotando mientras me preguntaba si se veía bien, y
después sonrió—: ¿Y bien? ¿Cómo está Aura?
Ah, eso…
— Pues…duró
cinco meses con nosotros— comenté algo indeciso—. Hoy…se evaporó.
Me observó fijamente, aún
con la sonrisa en los labios, y después:
— ¡¿QUÉ?!
— exclamó pasmada. Asentí apenado—. ¡¿Solo duró cinco meses?! ¡Pero me esforcé
muchísimo para…!
— Bueno,
sí. La verdad es que fue muy amable, y su cuidado con Albania era impecable
pero…
— ¿Albania?
¿La Original? ¿Así se llama?
— Sí.
Hace unas horas Aura se desvaneció y…
— ¡Ay!
¡Sabía que debía hacerlo con ayuda de Balam! ¡Se lo dije, pero el muy miserable
no me respondió! ¡Cuánto lo siento!— se excusó sumamente avergonzada. Quise
decirle que igual su ayuda había sido valiosa, pero en ese momento sentí una
presencia acercándose.
¡BROM!
Y de inmediato a mi lado algo, o para ser
más exactos “alguien”, aterrizó y empezó a gruñir con ferocidad.
— ¿Eh?
¿Y él? — preguntó Gremory con curiosidad.
— Nanael,
relájate, no es nuestra enemiga — repliqué.
Hace tiempo que no lo veía en su forma
original: el lobo de pelaje rojizo y ojos verde agua seguía mostrando los
dientes, desafiante.
— ¿Qué
quieres aquí, demonio? ¡¿Acaso planeas llevarte a la Original?!
— Nanael,
basta — repetí cansado—. Solo se trata de Gremory: la demonio que nos hizo el
favor de diseñar a Aura.
— ¿A
la quimera? — me preguntó con seriedad. Asentí; en menos de un segundo tuvimos
a Nanael en su forma humana. Me pregunto por dónde habrá estado.
Se enfocó severamente en
ella:
— Vaya,
así que eres tú la famosa “Gremory”.
— Nanael
— advertí ante el tono poco amable.
Ella,
por otro lado, parpadeaba como tratando de comprender la situación.
— ¿Y
por qué tenemos el honor de tu visita? ¿Acaso viniste para ver el resultado de
tu error? — Solté un bufido ante las palabras cargadas de ironía—. Porque la
supuesta quimera que debía durar por lo menos un año, ¡se desvaneció en menos
de seis meses! — bramó.
— Nanael,
Rumilat nos dijo claramente que no tenían un tiempo estimado…
— ¡¿Qué
clase de error es ése, demonio?! — me interrumpió enfurecido. Planteé el
ponerme en medio porque parecía que iba a atacarla, pero cuando volteé a verla
me la encontré sonriendo, completamente maravillada.
¿Acaso no ha escuchado el
tono poco amistoso?
— ¿Te
llamas Nanael?
— ¿Me
has oído, demonio? ¡En este momento lo que menos importa es mi nombre! ¡Tu
quimera no ha durado absolutamente nad…!
— ¡¿Has
visto lo hermoso que eres?! — chilló Gremory, y por poco y caigo de espaldas.
La vida en este mundo es
tan extraña.
— ¿Qué…?
— Nanael la observó como si pensara que le estaba tomando el pelo, pero antes
de que dijera algo más, adentro los humanos aplaudieron entusiasmados cuando un
par de instrumentos de cuerda iniciaron lo que parecía ser una melodía muy
esperada.
— ¿Escuchas
eso, Nanael? — le dijo ella sonriendo de oreja a oreja—. Es lo que los humanos
llaman el “vals en honor a San Zahir”; ¡lo escuché durante toda la comparsa que
pasó por la tarde!
— ¡¿Y
eso qué…?!
“Y eso qué” es algo que yo también hubiera
querido saber, pero ella, Gremory, ya había hecho una reverencia y acababa de
atrapar a mi hermano de nacimiento por el cuello mientras intentaba hacerlo
mecerse de un lado hacia otro, al ritmo de la música.
Tuve que cerrar la boca con fuerza porque me
atacó unos deseos incontrolables de reírme a carcajadas.
— ¡¿Pero
qué te pasa, demonio?! — exclamó él soltándola con brusquedad. Retrocedió con
fuerza y nuevamente adquirió su forma original.
Le enseñó los colmillos,
completamente furioso, y ella…
— ¡Mira!
¡Somos muy parecidos! — gritó entusiasmada, y se transformó en la loba gris que
acababa de ver hace unos minutos—. Bueno, tú brillas un poco más pero creo que
es lo justo. Rojo y gris combinan, ¿no te parece?
Bien,
no sé si es problema mío o ella realmente no percibe el tono iracundo.
— ¡Pero
si eres una…!
Iba
a pedirle a Nanael que se relajara, pero
ambos sentimos un cosquilleo intenso recorriéndonos de pies a cabeza. Ella…
Ella
nos estaba llamando.
Me despedí de Gremory que resopló algo
decepcionada (más que por mí creo que porque Nanael también tenía que venirse
conmigo), y ambos cerramos los ojos para aparecer cuanto antes en el lugar del
que provenía el llamado.
Los abrí justo para encontrarme con la
mujer llamada Nuna acunando a nuestra custodiada.
Me acerqué a ambas y traté de ser lo menos
perceptible: los humanos no pueden verme ni tocarme, pero si no me concentro lo
suficiente podrían sentir algo de viento suave delatando mi presencia.
— Vamos
a dormir, ¿de acuerdo, princesa?— le dijo.
Los ojos enormes
parpadeaban, como diciendo “aún no quiero hacerlo”.
— Esto
no va a funcionar — murmuró Nanael desde la esquina de la habitación—. Ella no
es un ser humano, solo la quimera sabía cómo inducirle el sueño. ¡Oh, pero
claro! ¡Ya no la tenemos con nosotros!— añadió con ironía—. Y la demonio
anterior, la tal Gremory, en vez de ponerse a pensar en lo delicado de la
situación prefiere inmiscuirse en fiestas de humanos. Debería estar aquí,
corrigiendo su estúpido error, y no haciendo sandeces como bailar.
— Nanael,
pareces un viejo renegón— respondí, empezando a irritarme.
Nanael es muy sabio, pero
si sigue quejándose voy a tener que charlar seriamente con él.
— Esa
humana va a pasarse toda la noche tratando de hacerla dormir.
Solté un bufido, cansado de sus pocas
ganas de cooperar, y me acerqué con cautela hasta la cuna en la que la mujer
acababa de depositarla. Me incliné y después traté de ser lo menos perceptible
posible:
— Albania,
es hora de descansar — susurré. Sus ojos parpadearon y se enfocaron en mí.
Sé que es muy pequeña
pero sentí como si me escuchara atentamente.
— Esta
mujer, Nuna, también debe ir a descansar y no podrá hacerlo si no te duermes tú
primero.
— Por
el Todo, ¡qué demonios estás haciendo, Aniel! ¿Crees que va a entenderte?
Preferí obviar a Nanael y
me enfoqué nuevamente en ella:
— Duérmete,
¿de acuerdo?
Los puños regordetes se cerraron y después
un bostezo prolongado se escapó de la pequeña boca. La mujer, Nuna, dio una
palmada contenta para finalmente cubrirla con las cobijas.
— Buenas
noches, mi niña Albania — oí, y entonces lo sentimos, tanto Nanael como yo: un
hilo rojo naciendo de la muñeca de la mujer y atándose fuertemente al pequeño
brazo de nuestra custodiada.
Cuarto vínculo: el primero fue con el
hombre, Alcides, el segundo con su hijo, David. El tercero con el niño que
respondía al nombre de Joan, y ahora este otro.
— Buenas
noches, Albania — susurré y los ojos se cerraron por completo.
Cerré
los míos y durante toda la noche contemplé los sueños coloridos, llenos de
figuras hermosas y caminos brillantes.
— Qué
extraño — me dijo Nanael en un momento. Lo observé con curiosidad—. Ella no
deja de soñar con el sol.
— A lo mejor le gusta. Es una de las cosas más hermosas de este mundo.
— A
lo mejor, Aniel. A lo mejor.
¨°*°*°*°¨
NUNA
Mi madre, que Dios la tenga en su Santa
gloria, siempre repetía que el tiempo es como el viento: no te das cuenta pero
pasa, y la mayoría de veces pasa veloz.
La primera noche que esta niña durmió
entre mis brazos, me la pasé velando su sueño y rogando insistentemente que
nadie la reclamara cuando los señores la llevaran a las autoridades por la
mañana. A lo mejor rogué tanto, que todos los santos a los que les hablé hasta
entrada la madrugada o tal vez los caídos que iban junto a San Zahir, sintieron
pena por mí y decidieron hacerme feliz:
Nadie la reclamó, y después de algunas
semanas la pequeña visitante pasó a ser la homónima absoluta de la primera
señora: la segunda Albania Formerio llegó a habitar esta casa.
Si bien el señor Alcides quiso ejecutar
los planes de adopción, el señor Gerdau, abogado de la familia, sugirió que
para evitar disputas legales que involucraran temas como derechos de herencia
más adelante, sería más conveniente que la niña ingresara a la familia como
nieta y no hija directa del señor Alcides. El señor David se ofreció a hacerlo
de buen agrado, pero su mujer, la señora Gisell, exclamó rotundamente que ella
solo aceptaría tal suceso si la niña fuese criada por la señora Marlene y el
señor Alcides en su propia casa.
Eso resultó más que satisfactorio para los
señores, y evidentemente para mí también.
Tal y como mi madre decía, el tiempo pasó
como un suspiro: para cuando me di cuenta, la pequeña bebé que traía en brazos
ya había aprendido a caminar, a soltar sus primeros intentos de habla y cada
día se ponía más bonita. La señora Gisell y el señor David tenían su propia
casa (se asentaron en Lirau por los problemas de salud de la niña Corín), y tal
y como se estipuló, la niña Albania se alojó en la mansión de mis señores.
La señora Marlene se encariñó tanto con mi
niña, que cuando cayó enferma y supo que ni con los mejores cuidados saldría
adelante, me hizo jurarle que yo velaría por el bienestar de su nieta, su hija; y así lo haría, ¡por siempre! Y
el señor Alcides no sufrió de la depresión extrema que todos pronosticaban ante
la muerte de su esposa, gracias a la presencia de la pequeña nueva reina de la
casa: mi niña Albania.
Está preciosa y cada día me sorprendo más
al ver lo excepcionalmente fascinante que resulta para cualquiera que llega a
conocerla. Los demás integrantes de la familia Formerio han tomado de buena
manera su llegada; ni qué decir de la señorita Alexia y la señora Morgana: en
cuanto la vieron la convirtieron en su prima y sobrina favorita
respectivamente.
Eso me preocupa un poco por el historial
algo movido de ese par, pero ¡bah!, tal vez son nimiedades.
Ya pasaron tres, cuatro, cinco, seis…
Siete años de su llegada.
¨°*°*°*°¨
Nuna es uno de los personajes que más se mencionaron en Noches de insomnio y por fin tenemos el placer de conocerla. Por otro lado, Gremory: juro que trabajar con Amber en su existencia original va a resultar muy divertido: tanto para mí como para ustedes.
La escena de la fiesta en la casa de los Formerio definitivamente va con King’s Birthday del OST de La joven Victoria: cuando la escuchaba me imaginaba a Aniel siendo testigo de algún tan común como una recepción en casa y a Gremory tratando de bailar el vals con Nanael 😆
Gremory es una lindura!!! Y Gisell siempre malogrando la existencia de todos, en el presente y el pasado. me pregunto cómo David se enamoró de ella, el amor es ciego.
ResponderBorrarGremory es una lindura!!! Y Gisell siempre malogrando la existencia de todos, en el presente y el pasado. me pregunto cómo David se enamoró de ella, el amor es ciego.
ResponderBorrarCarlaaaaa, disculpa la demora en contestar :( estoy en últimos días de la u y todos los trabajos se me han acumulado pero mal T__T
BorrarJajajaja, síii, Gremory es un éxitooo!! me encanta como pareja de Nanael porque son tan diferentes pero podría pasar algo chévere de eso, ya veremos más adelante. Y bueno, si, Gisell siempre tan jodida xD he ahi la pregunta, cómo David se enamoró de ella, el amor es extraño a veces x__X
Miles de gracias por siempre comentar!!! Eres de las pocas personitas que no solo leen y de ahí se van dejándome en el olvido T__T xDDD, nos vemos prontito en el siguiente capiiii!!! <3
Ahora siiiiiiii!!!! me pondre al dia en todo!!!! estoy que me leo todo de nuevo!! ahora si cuando quede al dia te acosare para que subas los capis mas rapido xDDDD beshos!!
ResponderBorrarLUUUUUUUUUUUUUUU!!! hahahahah, graciaaaaasss!! Ya estamos por el capi seis así que creo que hay material pa leer :3 (voy a tratar de apurarme pa que no me alcances muy prontooo!!)
Borrarwiwiwiwiwiwiwiwiw, te queloooo!!