ACTO V - Acto de contrición
Acto de Contrición va a ser un tanto diferente a Noches de insomnio en cuanto a la redacción…porque voy a tocar temas un tanto más subidos de tono y vamos a conocer muchas partes internas de varios personajes. Además, han aparecido varios que tienen unas perspectivas tan complejas (la tía Morgana, Nhyna, que en Noches de insomnio solo conocíamos poco) o la misma Albania e inclusive Aniel, más adelante, van a tener unos serios problemas consigo mismos y con todo lo que sienten y “pueden permitirse”. Acto de Contrición va a tener, por decirlo de algún modo, un lenguaje un tanto más adulto que Nochesde insomnio, porque en sí la historia y el ambiente lo necesitan. Ya saben que me adhiero a la mentalidad de los personajes: cuando uno relata, tiene que ser con su estilo. No puedo poner NHYNA en el encabezado, y escribir tal y como suena Albania, y esa cierta inocencia que había en Noches deinsomnio, puede que en esta segunda parte se pierda un poco.
ACTO V
NUNA
— Por amor a Dios, niña, ¡estese quieta! — pedí. La
pequeña diablilla estaba sacudiendo la cabeza como hacía Maltés para secarse
así mismo. Miles de gotas salieron despedidas en toda dirección y mojaron un
tanto el vestidito verde que le había puesto después del baño que le había
dado—. ¡Niña Albania!
Soltó
varias risitas y se puso a saltar mientras trataba de secarle el cabello.
¡Cielo
santo! ¡Esta niña es una bala!
Froté con suavidad
las ondas que llegaban hasta un poco más arriba de los hombros y después le
pedí que volviéramos a la habitación para poder peinarla.
Corrió
como un potrillo, descalza a pesar de que le pedí que se pusiera los zapatitos
de baño.
— ¡Niña, va a resfriarse!
— ¡Claro que no, Nunita! ¡Te lo juro!
Elevé una ceja: si cada vez que un niño prometiera no
enfermarse la promesa se cumpliera…
— Niña, si sigue haciéndome correr así va a matarme de
un infarto — confesé mientras llegaba hasta su pequeño tocador.
Ella ya estaba
sentada frente al espejo, muy derechita y con el cabellito húmedo esperando ser
cepillado.
— ¡No me digas eso, Nunita!— me reprochó a través del
reflejo del espejo—. ¡Tú nunca vas a morirte! ¡Me enfadaré muchísimo si lo
haces!
Rompí
a reír ante la frase: qué inocente resulta la mente de las criaturas.
— ¡Hoy debo estar muy bonita, Nuna! — me dijo cuando
tomé el cepillo y empecé con la labor de desenredar las hebras húmedas—. ¡Muy,
muy bonita!
— ¿Por el cumpleaños de la niña Corín? — pregunté
interesada.
Me alegraba que ya no trajera el ceño fruncido y
repitiera insistentemente que no quería ir.
— Ah…sí, también por eso — comentó con indiferencia (con
que no era por eso), pero después me sonrió con más ganas—. ¡Pero en realidad
porque hoy quiero ponerme el vestidito de los lazos azules que me trajo la tía
Morgana!
La
miré con algo de sorpresa.
— ¿El de los lazos azules? — repetí, ella asintió
contentísima. Recuerdo que la oí decir que ése era el que más le gustaba—. Mmm,
¿acaso va a ponerse ése porque su abuelo y el señorito Joan también estarán en
la celebración?
— ¿Ah? — los enormes ojitos parpadearon con curiosidad y
después sonrió—. Sí, ¡también por eso!
— ¿También?— indagué. Me frunció los labios, como
pensando en muchas cosas, y después se removió en el asiento muy emocionada.
— ¿Quieres que te cuente un secreto, Nunita? — me dijo
con una sonrisa de oreja a oreja—. Pero no vas a preguntarme más cositas o sino
no te digo nada.
— A ver, pequeña diablilla, cuénteme ese secreto —pedí
sumamente interesada.
— A lo mejor… — me dijo emocionada y bajando la voz—. ¡A
lo mejor hoy bailo con el sol! No me importará nada que Corín no me hable si
bailo con él.
¿Bailar con el sol?
La frase me sonó
de lo más peculiar pero antes de que pudiera preguntarle a qué se refería, se
escuchó la llegada de un coche en la planta baja y después miles de pasos.
— ¡ABUELO! — chilló la niña Albania y salió corriendo
como un pequeño remolino extremadamente ágil como para estrellarse contra algo,
y demasiado rápido como para ser alcanzado.
Bajé la mirada: ¡ay, Dios! ¡Los zapatitos de baño
siguen aquí!
— ¡Niña Albania!
Traté de seguirle el ritmo pero para cuando me di
cuenta ella ya estaba bajando la enorme escalinata alfombrada casi como
flotando. Las puertas principales se abrieron, Nereo y algunos empleados más
ingresaron con el equipaje y tras ellos apareció un jovencito con traje y
corbata.
¡Glorioso sea El Señor! ¡Pero si es el señorito Joan!
— ¡JOAN! — oí la voz de la niña Albania. Disminuí la
velocidad al momento de bajar los escalones para evitar irme patas arriba, y en
ese instante la vi lanzarse sin contemplaciones sobre el señorito Joan que la
recibió de brazos abiertos.
— ¡Ouch! — se quejó adolorido por el tremendo cabezazo
que recibió en el abdomen y que por un momento le quitó la respiración. Segundos
después de recuperarse del golpe soltó una carcajada afectuosa—: ¿Pero cómo ha
estado la damita más linda del mundo entero?
Llegué al inicio
de la escalinata. El señorito Joan me regaló una de sus mejores sonrisas, y me
saludó con la elegancia de un caballerito:
— ¿Cómo estás, Nuna? — me dijo besándome una mejilla. Le
respondí que muy bien y no pude evitar sentirme tan orgullosa: cada vez que
vuelvo a verlo se parece más al señor David.
Recordé fugazmente
al pequeño que solía cuidar cuando la señora Gisell venía a pasar el día
charlando con la señora Marlene. Aún mantenía la carita de bebé, pero ahora ya
no le faltaba ningún dientecito y su voz ya tenía algunos matices de próximo
cambio.
— ¡Joan, Joan! ¡Estás muy alto! — exclamó mi niña
sorprendida mientras yo le ponía los zapatitos de baño para evitar que se
resfriara.
— ¿En serio lo crees?— le preguntó fingiendo arrogancia.
La niña Albania soltó una risa ante el tono de voz y después el señorito Joan
le dio pequeños toques en las mejillas, como si fuera un mosquito muy
molestoso, en plan de jugueteo.
— ¡Ay, no hagas eso! —protestó pero empezó a reír ante
los toques—. ¡Joan!
El señorito soltó
una risa y después anunció que había traído algunos obsequios tanto para ella
como para la niña Corín.
Y hablando de eso…
— Señorito Joan, ¿no debería haber pasado primero por la
casa de sus padres? La señora Gisell ya le dijo que…
— Por mi madre ni te preocupes, Nuna: puede despotricar
todo lo que quiera, ya pasaré a verla— me respondió muy suelto de huesos—. No
podía dejar al abuelo retornar solo, sería una falta de respeto
inconmensurable.
— No debería decir eso… — lo regañé brevemente…aunque en
el fondo disgustar a la señora Gisell no se me hacía tan desagradable.
— Veo que ya estabas preparándote para la fiesta de
Corín — comentó al percatarse del cabello húmedo de mi niña. Ella asintió y
después le dijo que su tía Morgana también había llegado ayer, y que había
traído algunos obsequios para él también.
— ¡Seguro en cualquier momento baja! —añadió la niña
Albania llena de alegría.
— Imagino que debe seguir igual de guapa. Nosotros
también hemos venido con un invitado más. El abuelo dice que se quedará un par
de meses por aquí.
— ¿Mmm? ¿Un invitado? — repetí. El señorito Joan asintió
con una sonrisa.
— El abuelo se encontró con un viejo amigo en el tren y
como tiene algunos planes por aquí, lo invitó a…
— ¿Y por qué no ha salido a recibirme la reina de la
casa? — oímos de repente.
En el umbral de la
puerta, el señor Alcides enfundado en un impecable traje y sombrero de vestir
nos observaba sonriente.
— ¡ABUELO! — chilló la niña Albania a muchísimo volumen
y salió despedida en su dirección.
¡Ay, Dios! ¡Ni siquiera he terminado de cambiarla!
— ¡Pero miren a quién tenemos por aquí! — exclamó
soltando el maletín que traía en una mano para recibirla entre sus brazos—. ¿Me
extrañaste, hija?
El señor seguía
como siempre: alto, con el perfecto bigote gris cortado a la misma altura por
ambos lados y con ese porte de viejo roble. Lo digo porque parece que si uno se
chocara con él, se iría de bruces por lo firme que se ve su apariencia.
— ¡Muchísimo, abuelo! ¡Muchísimo! — respondió dándole
miles de besos. No pude evitar sonreír al verla tan alegre—. ¡Te has ido muchos
días! ¡Pensé que ya no volverías!
— ¡Pero qué cosas dices, hija! Si planeara no volver
jamás, antes te llevaría conmigo—explicó cariñosamente—. Solo han sido un par
de semanas.
— ¡Casi un mes! ¡Un mes, abuelo! ¡Eres malo! — profirió
disgustada, pero después suspiró y lo abrazó con fuerza.
— Mmm, parece que alguien estaba terminando de
prepararse y ha salido corriendo como potrillo loco, ¿verdad? — le preguntó con
suspicacia al notar el cabello ligeramente húmedo y los zapatitos de baño. La
niña Albania puso su mejor sonrisa de “yo no he hecho nada”—. ¿Te ha hecho
correr mucho, Nuna?
— Si supiera, señor… — confesé soltando un suspiro.
— ¡Nunita, no digas eso!
— Niña, usted sabe que es verdad — agregué y ella puso
el simpático mohín de enfado en la boquita.
Escuchamos unos
pasos extra, giramos y entonces un hombre de cabellos largos canos y porte
desgarbado se asomó divertido por la puerta.
— Vamos, Antoine, pasa. — El desconocido se acercó un
tanto, como para sopesar el ambiente, y el señor Alcides soltó una carcajada—: ¡No
te quedes en la puerta, hombre!
— El lugar me ha producido un sentimiento de ligera intimidación—
comentó de buen humor—. ¡Esta casa es descomunalmente enorme!
— No exageres; la casa de Aníbal en Libiak y la de Aman,
en Asiri, son casi el triple de ésta.
El recién llegado ingresó con una pequeña maletita de
cuero y algo parecido a una caja colgada de su brazo. Parecía sumamente amable
pero algo relajado para mi gusto.
— Hubieras dejado que Nereo te ayude con lo que restaba
de equipaje — mencionó el señor Alcides con amabilidad.
— ¡Oh, vamos, Cides! Todo lo que traigo conmigo es
sencillo de transportar — respondió animado. Saludó respetuosamente a todos los
empleados que estábamos en el recibidor y después abrió los ojos, interesado —:
¿Mmm? ¿Acaso esta pequeña señorita es tu Albania?
— Así es, ella es mi pequeña Albania. — El señor Alcides
volteó a observarla y ella entendió el gesto sin demasiada explicación: se
acercó sin vacilar a saludar a nuestro invitado.
Me sentí orgullosa cuando el hombre se vio tan
sorprendido al ver lo muy desenvuelta que era.
— ¡Mucho gusto, señor! — añadió haciéndole una simpática
reverencia.
— Pero qué damita tan preciosa—indicó con aprobación.
El señor Alcides
comentó en tono bromista que no teníamos por qué quedarnos en la puerta, así
que pasamos a la salita en donde solíamos recibir a las visitas.
— Vamos a cambiarle los zapatitos y a secarle el
cabello, niña — le sugerí mientras pasábamos a la sala. Teníamos invitados y
además una señorita debía estar apropiadamente vestida en medio de tantos
caballeros, así tuviera siete años.
Le mencioné al señor Alcides que bajaríamos en unos
minutos. Él asintió comprensivamente.
— ¿Mmm? ¿Me parece o mi cuñado acaba de llegar? — nos
preguntó la señora Morgana en medio del pasillo. A pesar de llevar un vestido
en tonos oscuros se veía más radiante que nunca, como siempre.
— ¡Sí, acaba de llegar, tía! Y ha traído a un amigo con
él — le respondió mi niña.
La señora le sonrió sutilmente y le hizo un ligero
cariño en el mentón.
— Ve a cambiarte, princesa. ¿Ya escogiste el vestido que
usarás en el cumpleaños de Corín? — La niña Albania le respondió que sí, que
había escogido el de lazos azules y la señora se inclinó lo suficiente como
para acariciarle las mejillas—. Estupenda elección, preciosa. Ya veremos quién
es la verdadera protagonista en esa celebración —agregó en tono desafiante.
Quise decirle a la
señora Morgana que no era bueno incentivar la rivalidad entre las niñas, pero
ella ya se había perdido rumbo a la larga escalinata con sus pasos majestuosos.
— ¡Nunita, vamos a ponerme las botitas! — exclamó la
niña Albania jalándome por la manga del vestido.
Ay, si tan solo la señora Marlene estuviera aquí.
¨°*°*°*°¨
ANIEL
— ¡Aniel, a que no sabes! — me había dicho Albania
sumamente emocionada y en voz bajita mientras bajaba por la larga escalinata—.
¡Mi abuelo y Joan acaban de llegar! Y trajeron a un señor muy simpático con
ellos.
Nuna
apareció detrás de ella después de cerrar la puerta de su habitación.
— Niña Albania, prométame que hoy va a estarse quieta —
le pidió deteniéndola en uno de los escalones para acomodarle el lazo verde del
cabello—. Saldremos a la casa de la señora Gisell a más tardar a las cuatro,
así que no vamos a tener tiempo para darle otro baño y secarle el cabello. Si
realmente quiere estar muy bonita y ponerse el vestido de lazos azules va a
tener que comportarse el día de hoy.
— ¡Sí, Nunita, lo que tú digas! — le dijo saltando. Nuna
trató de tomarla por los brazos, tal vez pensando que podía tropezar—. Voy a
estar muy tranquilita y a practicar con el piano, ¿sí?
— Es una promesa, niña, confío en usted — le respondió—.
Y deje de saltar así, por favor. No vaya a dar un mal paso y terminamos cayendo
por los escalones.
— ¡Aniel no lo permitiría!— dijo con mucha convicción—.
¡Nunca me haré daño porque él no lo permitirá!
Nuna soltó un suspiro, agotada, y yo no pude evitar
negar con la cabeza:
— No tienes remedio, Albania— le dije y ella soltó
varias risitas. Pero a lo mejor tenía razón: cuando la vi caer de aquel árbol pensé
primero en su seguridad más que en otra cosa, y era por eso que Nanael estaba
tan enfadado conmigo y se negaba a dirigirme la palabra desde hace dos días.
»— ¡Materializarte por
algo tan minúsculo como ayudarla a bajar de un árbol! — Me había reprochado
airado cuando Albania ya dormía tranquilamente —. Aniel, no sé si pecas de
ingenuo o de estúpido.
»— Bien, tú también ya
aprendiste a usar insultos humanos — comenté como quien no quiere la cosa, y lo
empeoré todo.
»— ¡¿Ves?! ¡No te tomas
nada en serio!
»— Nanael — lo llamé
cuando lo vi alejarse en medio de la noche, rumbo a Izhi—. ¡Nanael!
»— ¡Déjame en paz! ¡Y haz
lo que se te venga en gana! ¡Total: nunca escuchas lo que te digo!
»— ¡Nanael, espera…! — Adquirió
su forma original y de un salto desapareció de mi vista.
Suspiré algo fatigado.
En fin, supongo que ya se
le pasará.
— Vas a cumplir lo que me prometiste, ¿verdad, Aniel? —
escuché. Volví al presente y me encontré a Albania mirándome fijamente: Nuna se
dirigía a la cocina con pasos presurosos—. Porque si no igual no quiero ir a lo
de Corín.
— ¿Sabes que está muy mal usarme de coartada, Albania? —
le pregunté divertido.
— ¡Pero tú me prometiste que bailaríamos!
Me puse de cuclillas y le desordené el cabello.
— Y voy a cumplir mi palabra — acepté. Ella se removió
en su sitio, emocionada—. Pero también te dije que si habían muchas personas
bailaríamos pero no me materializaría.
— Ohh… — La miré, esperando que comprendiera, y después
de pensarlo un tanto asintió reiteradas veces —. ¡De acuerdo!
Bien, Nanael ya
está enfadado conmigo y dijo que hiciera lo que quisiera así que… supongo que
materializarme para bailar con ella no agravará más el asunto.
— ¡Abuelo, ya volví! — exclamó cuando ingresamos al
salón. Alcides Formerio sonrió satisfecho y después le preparó un espacio junto
a él en el sofá de en frente.
Maltés reposaba
junto a la chimenea apagada así que decidí sentarme junto a él. Observé a Joan
Formerio y me sorprendió un tanto: cada vez que viene de visita vuelve más
alto.
Junto a él, sobre
otra de las sillas acolchadas descansaba la figura sosegada de Morgana Privato.
Sacó con delicadeza un largo cigarrillo del bolso que llevaba consigo, pero con
una mirada Alcides le pidió que ni se le ocurriera.
— Ah, sí, lo había olvidado — se excusó con una risita
ligera y después se cruzó de brazos—. Así que el señor Francois y tú fueron
compañeros en su juventud.
— Oh, dejemos el formalismo para otro momento, por
favor. Estoy agotado de “señor, señor, señor” — suplicó una voz nueva. Busqué
al dueño y me encontré con un hombre de largos cabellos grises y aspecto
jovial—. Le debo el apellido a mi honorable padre, pero debo admitir que me
gusta más que me llamen por mi nombre de pila. Solo Antoine, mi señora.
— De acuerdo, si usted insiste, Antoine — respondió
Morgana con cortesía—. Nunca oí de usted de labios de mi hermana, que en paz
descanse.
— Marlene nunca llegó a conocer a este ingrato — agregó
Alcides Formerio mientras Albania jugueteaba con el reloj de su muñeca—. Fuimos
compañeros en la secundaria.
— Y en una época dejamos de vernos por largo
tiempo—agregó el hombre.
— ¿Dejamos de vernos? No, no: desapareciste que fue otra
cosa, Antoine.
— Sabes que la Escuela de finanzas nunca fue lo mío,
Alcides — respondió torciendo el gesto—. Ni ésa, ni la de Leyes.
— Señor Antoine, ¿puedo preguntarle como solía ser mi
abuelo en sus días de instrucción? — lanzó Joan con evidente interés—. Porque
todo lo que he escuchado en el viaje de venida ha sido: “debes hacer esto-y
esto-y esto. Y tus notas deben ser las más altas” y otras cosas más.
— Tu único deber en este momento es ser un buen
estudiante — acotó Alcides con firmeza.
— ¡Abuelo, estoy en días de descanso! — imploró Joan
agotado y todos rompieron a reír.
— Bueno, no es novedad — dijo el hombre, Antoine, y
después sonrió con afecto—. Alcides era terriblemente inteligente, ¡demasiado
diría yo! Y siempre tenía un aura de madurez que provocaba muchísimo respeto
entre todos nosotros. Cuando llegó como alumno nuevo todos queríamos
relacionarnos con él para no tener dificultades en las pruebas.
— Pero el diestro en Cálculo eras tú — rebatió Alcides
con franqueza—. A mí me gustaba leer de todo, así que Historia y Literatura
eran pan comido, pero Cálculo…
— Bueno, sí, le agarré el truco y me defendí bastante
bien. Fue por eso que mis padres creyeron que me iría bastante bien en la
escuela de Finanzas, ¡pero ya ves! — Soltó un suspiro y se dejó caer de buen
humor sobre el respaldar del sofá. Joan insistió con el tema de su abuelo en
sus años de juventud y el hombre retomó de buena manera la charla—. Todos los
maestros lo ensalzaban como el alumno modelo. Solían repetir que jóvenes como
Alcides Formerio se veían poco. Habían muchos sentimientos encontrados entre
mis compañeros—comentó divertido—. Era muy buen amigo, pero su promedio de notas
y su comportamiento intachable provocaban que a veces quisiéramos golpearlo.
— ¿Eras tan meticuloso con los estudios, Alcides? —
preguntó Morgana con algo de burla—. No pensé que fueras tan poco divertido.
— ¡Ni siquiera acudía a las reuniones que solíamos hacer
después de clases! — añadió Antoine de buen humor—. En cierto modo eso le daba
el aura de “madurez” que tanto alababan los maestros.
— En aquella época tuve que trabajar muy duro, sí —
aceptó Alcides Formerio—. El fallecimiento de mi padre y el asunto de sus
deudas pendientes cambió todo en casa. Tuvimos que mudarnos, dejé la escuela
por un tiempo por evidentes motivos. Alana siempre se quejaba preguntando por
qué su colección de muñecas no crecía como antes. — Soltó una carcajada—. Era
la única que no entendía del todo que se venían tiempos difíciles.
— Pero tu madre, Albania Formerio, consiguió sacarlos
adelante — apuntó Morgana con un matiz de admiración en la voz. Albania elevó
la mirada al oír su nombre completo.
— Sí, es verdad. Después de un tiempo mi madre logró
establecer una pequeña confitería y yo pude volver a la escuela, en otra ciudad
claro, y ahí fue donde conocí a este sujeto —añadió animado—. Pero aun así era
difícil con nosotros cuatro. Aníbal quería dejar la universidad antes de acabar
su primer año y Aman ni siquiera quería presentarse al examen: ambos decían que
eran gastos innecesarios. Yo también quise cambiarme a una escuela pública y
Alana, cuando lo comprendió mejor, quiso prescindir de los servicios de su
institutriz en casa y asistir a una escuela como otras niñas. — Nuna se cubrió
la boca con las manos, estupefacta. Me pregunté qué de curioso tendría el que
una niña dejara de aprender en casa; Alcides continuó—. Pero mi madre se negaba
rotundamente; repetía constantemente que no toleraría ver a ninguno de sus
hijos sin los títulos necesarios. — Suspiró afectuosamente —. Solía ponerse muy
quisquillosa sobre todo con el asunto de Alana.
— Mi madre solía decir lo mismo — comentó Morgana con
voz aburrida—. “Ninguna niña de buena familia prescinde de su institutriz y
asiste a una escuela”— dijo en tono agudo y evidentemente burlón.
¿De buena familia?
Bien, empezamos con las convenciones sociales humanas
que nunca llego a comprender del todo.
— Por el tono… deduzco que usted no está muy de acuerdo
con ello— puntualizó Antoine divertido.
Nuna, a un
costado, reprobaba el comentario de Morgana frunciendo los labios y negando con
la cabeza discretamente.
— Es injusto que ustedes, hombres, puedan juntarse con
sus congéneres y aprender más del mundo observando diferentes perspectivas. En
cambio, ¿qué nos queda a nosotras? — le preguntó a Albania, como incluyéndola
en la protesta—: Estudiar en casa, encerradas como en una caja de cristal,
esperando ser desposadas por “el mejor postor”— añadió soltando varias
carcajadas—. ¿Qué le enseñan a las niñas? A bordar, a cantar, a bailar, ¿y para
qué? Para convertirse en la perfecta señora que desplegará toda su educación
solo para alardear que es una “buena mujer de familia”—indicó con hostilidad
sutilmente cubierta por un tono bromista—. ¿Qué se supone que aprendemos,
querida? Pues aprendemos a ser perfectas esposas. Somos algo así como un bufón
pero instruido cuidadosamente para que no se dé cuenta de su papel de
entretenimiento en la obra de la vida. — Y rompió a reír.
Todos tomaron el
comentario a modo de broma así que acompañaron las risas de manera animada.
Pero noté que Morgana suspiró en medio de las carcajadas, se acomodó parte del
cabello y después observó en otra dirección.
No, ella no está
bromeando.
— Aunque ahora están de moda los internados para niñas
—comentó Antoine evidentemente a favor de la postura de Morgana—. He viajado
por algunos lugares y empiezan a hacerse muy solicitados.
— Sí, yo también — concedió ella con interés. Leí cada
emoción que despedía Nuna: no, ella no está de acuerdo, ¡en lo absoluto! Me dio
algo de gracia notar tanto pasmo en sus emociones por un tema como este—.
Aunque he oído a miles de mujeres exclamar que solo muertas enviarían a sus
hijas allá.
— Es evidente que usted no comparte esa opinión— dijo
Antoine y Morgana soltó una carcajada.
— Absolutamente. Es más, si por mí fuera todas las niñas
de la familia despedirían a sus institutrices y volarían a aprender más del
mundo…del mismo mundo.
— No digas eso en frente de la señorita Montano —indicó
Alcides de buen humor—. Pensará que quiero prescindir de sus servicios para con
Albania.
Observé a Nuna de reojo: parecía que quería agregar
algo pero no sabía cómo.
— Cualquier niña aprendería más afuera — soltó Morgana
dejándose caer con elegancia sobre el respaldar del sofá—. Hay libros que las
institutrices prohíben por considerarlos amorales, pero en realidad es bueno
nutrirse en diferentes disciplinas y conocer diversas visiones sobre una misma
cosa, así sea a favor o en contra. Las niñas deberían leer más de Filosofía y
Política, que solo practicar con el bordado o el piano.
A un lado, Albania
jugueteaba con los pliegues de su vestido, nada enterada de la conversación.
Antoine sonrió:
— ¿Y usted, pequeña señorita? ¿Qué opina al respecto? —
Albania elevó la mirada con curiosidad—. ¿No le gustaría asistir a un
internado? Tendría más amigas de su edad y conocería muchas cosas.
— Vamos, Antoine, no le metas ideas en la cabeza a mi
nieta — pidió Alcides en tono de broma.
— ¿Un internado? ¿Como Joan? — repitió ella y el hombre
asintió. Frunció los labios y después negó con la cabeza—. No, yo me quedo con
el abuelo aquí.
La estancia se llenó de risas. Nuna suspiró
discretamente aliviada.
— Pero en algún momento vas a tener que prestármela,
Alcides — comentó Morgana—. Y si no me das tu consentimiento, a lo mejor
termine induciendo una fuga— agregó con una sonrisa desafiante.
Nuna, a un lado,
se cubrió discretamente la boca con una mano. Creo que alguien debería traerle
un té porque va a darle un ataque si la charla continúa.
— Bueno, eso solo si ella quiere — aceptó Alcides con
calma—. Si Albania quiere irse contigo, no me opondría en lo absoluto. Pero eso
sí… —advirtió ante el gesto de sutil victoria en el rostro de Morgana—.
Tendrías que darme tu palabra de que estoy haciendo lo correcto al dejar a mi
nieta en tus manos.
— ¿Temes que pueda corromperla en modo alguno? — insinuó
con una sonrisa. Alcides elevó las cejas y dijo que él solo pedía que “las
buenas costumbres” también fueran con ellas—. Has sonado exactamente como mi
hermana —agregó con afecto y después volteó a ver a Albania—. Algún día viajaremos
por el mundo y conoceremos muchas cosas hermosas, ¿de acuerdo, princesa? A lo
mejor Alexia se anima también.
Albania asintió completamente emocionada, pero a los
pocos segundos frunció los labios:
— ¿Pero volveremos verdad? — pregunto, y después me
lanzó una mirada de reojo. Le sonreí porque a lo mejor estaba pensando que me
quedaría aquí, cuando en realidad mi deber era estar con ella estuviera en el
lugar que estuviera.
Morgana le respondió que por supuesto, y Albania
asintió:
— Entonces sí, tía. Pero ahora no, tal vez más adelante.
— ¡Bien dicho, hija! ¡Más adelante! — celebró su
abuelo—. ¡Muchísimo más adelante!
Toc toc
— ¿Señor?—llamaron desde afuera.
— Pasa, Bejle. Muchísimas gracias.
— Pierda cuidado.
Bejle ingresó con una bandeja con un juego de tazas, y
otra joven con una bandeja repleta de botanas.
— ¿Y puedo preguntar qué lo trae por estos lares,
Antoine? — preguntó Morgana mientras la habitación se llenaba del aroma de las
tazas servidas.
Mmm, ¿qué es eso? Té y leche para Albania, té para
Joan y Morgana y… mmm…
Ah sí, café.
Sentí una
presencia más: Nanael acababa de aparecer sentado en la ventana que daba para
los jardines. ¿Habría sucedido algo?
— ¿Sigues enfadado?— le pregunté. No me respondió y
prefirió ignorarme, observando los exteriores de costado.
De acuerdo, sigue enfadado. Supongo que tendré que
hablar con él más tarde si el asunto continúa así.
La charla se desarrolló sin mayor problema: sentado
junto a Maltés conocí a Antoine Francois, más conocido como Zuá en la
secundaria. Por lo visto era un sujeto de semblante amable, muy bromista, y su
familia esperaba de él grandes cosas (como sucedió con Alcides que terminó
convirtiéndose en uno de los dueños de un enorme imperio monetario y además
funcionario), pero decidió abandonar sus estudios de Finanzas para hacer lo que
más le gustaba: Artes escénicas.
Ahora, después de años recorriendo el mundo y
ganándose la vida haciendo lo que más le gustaba, estaba trabajando en un proyecto que
revolucionaría el mundo artístico: teatro y circo en una sola puesta. Él había
escrito la historia y después de tantos esfuerzos había conseguido la
aprobación de una reconocida compañía circense para llevarla a cabo. Lo narró
tan entusiasmado que por un momento todos imaginaron el mundo que planeaba
mostrar. Albania aplaudía maravillada, diciendo que quería ver ya el espectáculo
y Joan se sorprendía más al ver cómo la mente humana podía crear toda una
historia así de compleja y hermosa. Alcides y Morgana lo observaban contentos
por su emoción.
— ¡No habrá ni un solo diálogo en la puesta en escena! —
decía mientras su café se enfriaba: estaba tan entusiasmado que ni siquiera lo
había probado—. Solo música para acompañar los movimientos de los artistas.
¡Hemos incluido a músicos, actores y también a artistas circenses! Pero eso sí,
¡nada de animales! Creo que seremos lo suficientemente capaces como para
prescindir de sus servicios y aún así no perder la esencia misma del circo
—explicó muy seguro de sí—. Ahh, si todo va como lo planeo, podré morir en paz
Y de repente su ánimo cayó de picado.
Leí sus emociones: el recuerdo de sus padres lo
abrumaba.
— He soñado con montar esta puesta en escena por años, y
me hubiera encantado que ellos los vieran — soltó con una sonrisa apagada—. Mis
padres repetían que era la deshonra de la familia — contó divertido—. Dos de
mis hermanos siguieron los pasos de mi padre y son estupendos médicos, y mi
hermano menor se unió a la iglesia. La familia nunca me lo perdonó —agregó en
tono resignado, tratando de suavizar el asunto—. Mis padres fallecieron ya hace
mucho pero ninguno me perdonó.
El momento se tornó
algo gris. Morgana bebió algo de té y observó en dirección a la ventana;
Alcides palmeó los hombros de su amigo a modo de apoyo y Joan frunció los
labios.
— Disculpe, señor Zuá— preguntó Albania rompiendo el
silencio—, ¿qué cosa es eso?
Y señaló la caja
de cuero de al lado,
— ¡Oh! ¿Esto? — preguntó con su buen humor retornando.
Ella asintió con muchísima curiosidad—. Pues verás, tengo aquí a mi mejor amigo
— dijo en tono cómplice.
— ¿A su mejor amigo? — repitió boquiabierta—. ¡¿Pero no
se estará ahogando?!
— ¡A lo mejor! ¡¿Cómo no pensé en eso?! — exclamó como
si en serio lo hubiera olvidado.
Alcides sonrió a
un lado, así que probablemente Antoine Francois estaba mostrando parte de sus
dotes histriónicas.
— Donatello, Donatello, ¿estás vivo? — preguntó con énfasis
y acercando su oído a la caja. Alcides
murmuró de buen humor: “¿aún tienes a Donatello?”, y después de unos
segundos de cuidadosa verificación, Antoine observó a Albania con espanto—: ¡Santo
Dios! ¡No escucho nada! ¿Y usted, pequeña señorita?
— ¡A ver! — Se acercó y pegó la mejilla. Parpadeó
incontables veces, como concentrándose, y después lo miró igual de asustada—:
¡No escucho nada, señor Zuá! ¡No respira!
Solté una carcajada ante el terror en su voz. Maltés
aulló bajito.
— ¡Donatello! ¡Donatello, compañero, resiste!— exclamó y
al abrir el estuche un muñeco de trapo de rostro redondo y sonrisa risueña
apareció—. ¡Donatello!
— ¡¿Está muerto, señor Zuá?! — preguntó Albania asomándose
y profundamente preocupada.
— Pues…— Frunció el ceño, como pensándolo un tanto y
después sonrió—… ¡a lo mejor quiere algo de música!
Albania lo miró
sorprendida y después apretó los puños, acongojada, para decirle que ella no
era muy buena en el piano.
— Donatello mismo es música, pequeña señorita— le respondió y entendí sus palabras cuando lo
sacó del enorme estuche de cuero.
Donatello era un
muñeco de trapo pero estaba pegado a una de las esquinas de lo que, si no me
equivoco, se llama acordeón.
Alcides Formerio
soltó una carcajada: claramente vi que todo él estaba repleto de sentimientos
encontrados. A lo mejor reviviendo recuerdos de juventud al ver a ese acordeón
con un muñeco pegado al lado.
— Donatello, ¿vives?— preguntó Antoine y entonces empujó
los extremos hacia adentro, con los dedos apretando algunas teclas y yo mismo
sentí su respiración.
Sí, Donatello respira… realmente está respirando.
Está respirando música.
— ¡Está vivo, abuelo!— gritó Albania emocionada porque
ante cada movimiento del acordeón el muñeco parecía moverse y sonreía
enormemente. Los dedos de Antoine Francois empezaron a hacerse ligeros y
entonces ya no solo escuchaba la respiración de Donatello.
Estaba
cantando.
Las notas resonaron con
potencia en mis oídos: era la primera vez que escuchaba música tan elaborada.
La melodía era risueña y parecía tener algunos toques muy a lo cuento de magia.
Donatello no dejaba de moverse encima del acordeón…
…y Albania no dejaba de
reír, aplaudiendo entusiasmada.
Nanael se puso de pie,
los ojos se le encendieron violentamente. Yo estaba alimentándome con la música
que escuchaba y eso que mi principal fuente de energía no eran los sonidos:
imagino que para él debe ser como un banquete.
La melodía concluyó con
una suave resonancia. Morgana, Nuna, Joan, Alcides y Albania, que saltaba como
un conejo emocionado, aplaudieron maravillados.
— Tal vez puedas tocar algo en el cumpleaños de Corín —
sugirió Alcides.
Antoine asintió, más que complacido.
— ¿Y tú? ¿Qué pasó, hombre? ¿Abandonaste a tu mejor
amigo?
— Hace tantos años que no toco un violín, Zuá. El
trabajo, la familia… ah, no sé — respondió Alcides ligeramente desilusionado—.
Pero ahora mi nieto está aprendiendo cómo tocarlo.
— ¿En serio?— preguntó Morgana interesada. Sugirió que
escucharan un poco de su técnica pero Joan se negó agotado:
— Soy pésimo con esa cosa, tía — resopló y todos
rieron—. Es obligatorio aprender a tocar un instrumento en segundo año así que
no me quedó más que escoger ése que era el más fácil de transportar.
Alcides le lanzó una mirada de pocos amigos.
— Aprender a tocar el violín es un honor, jovencito.
— Pero no a fuerza — apuntó inteligentemente y Antoine
lo secundó:
— El muchacho tiene razón.
— ¿Eh? ¿Violín? — exclamó Albania. Había una enorme
curiosidad en su interior—. ¿Qué es un violín?
— Eso es un violín — respondió Joan y señaló el estuche
que reposaba sobre una de los sillones, junto a su chaqueta de vestir. Soltó un
suspiro algo desanimado cuando Albania lo sacó y lo observó maravillada—. Lo
escogí porque pensé que sería el más sencillo pero está dándome demasiados
dolores de cabeza.
— Y una que pensaba que era en honor a su abuelo —
comentó Morgana conteniendo una risa.
— El violín es de esos instrumentos que si no tocas con
el alma y de manera correcta, pueden llegar a lastimar. Implica muchísimo
entrenamiento de oído — dijo Antoine comprensivamente—. Recuerdo que eras uno
de los pocos que sabían cómo hacerlo, Alcides.
— Tú también aprendiste a tocarlo, Antoine.
— Sí, pero yo no era “tú”. Era mítico escucharte.
— Vamos, no exageres. Además, de eso ya hace mucho.
Albania se vio muy
entusiasmada ante la idea de su abuelo tocando un instrumento, e insistió
muchísimo cuando Morgana indicó que sería encantador escucharlo.
— ¡Abuelo, por favor! ¡Te juro que seré una niña muy,
muy buena si tocas para mí! — volvió a pedir tomándolo por el brazo.
— No deberías hacerla rogar tanto — mencionó Morgana—.
¿No que es tu adoración? Cúmplele ese pequeño capricho.
No obstante
Alcides Formerio negó con la cabeza y dijo que ya ni recordaba muy bien la
posición de las notas. Lo sentí algo inseguro, hasta algo temeroso por
reencontrarse con el violín.
Supuse que a lo
mejor pensar en un pasatiempo que tanto placer le provocaba y que había
abandonado lo ponía algo nostálgico.
Tuvo que recurrir
a lanzar una pregunta para evitar que los pedidos continuaran:
— ¿Y qué traes en esa otra maleta, Zuá? Todo lo que oía
en el tren cada vez que había una curva era algo semejante a cucharas
tintineando adentro.
— ¡Oh! Bien, tengo aquí un pequeño experimento pero
apenas estoy perfeccionándolo — comentó dejando a un lado el acordeón (Albania
se acercó a Donatello y empezó a darle suaves palmadas sobre la esponjosa
cabeza, como si realmente estuviera vivo) —. Tuve la oportunidad de viajar a
algunos lugares algo lejanos, y quedé realmente sorprendido ante la gran
cantidad de instrumentos musicales que existen y de los que por aquí se sabe
muy poco.
Abrió la maleta y sacó una caja rectangular mediana,
de madera.
— Algo que aprendí en todos estos años es que la música
está en todas partes — explicó maravillado—. Cualquiera puede hacer música y no
solo empleando los instrumentos clásicos previamente fabricados.
Abrió la caja
descubriendo la parte superior y la de los costados, y todos contemplaron algo
semejante a una superficie de madera que sostenía una vara vertical y ésta a su
vez, era la base de otra vara pero en sentido horizontal, de la que colgaban
pequeñas botellas de cristal, no más grandes que la palma de una mano.
Cada una contenía
lo que parecía ser agua en su interior, solo que a diferentes niveles.
— ¿Qué es esto, señor Zuá?—preguntó Albania olvidando a
Donatello por completo y acercándose llena de curiosidad.
Antoine sonrió, sacó una pequeña varilla de metal de
la maleta y toco con suavidad todas las botellas.
Me sorprendí al escuchar cada golpe transformarse en
una nota diferente.
— Es muy sencillo de tocar. Cada botella, como ven,
tiene escrito el nombre de la nota correspondiente — puntualizó mientras
Albania cogía la varilla y golpeteaba con delicadeza las botellas. Sentí la
emoción disparándose en toda dirección dentro de ella—. Tardé algo en saber
exactamente a qué nivel correspondía cada nota, pero ha valido la pena.
— ¡Abuelo, ¿escuchas qué lindo suena?! — exclamó ella
encantada. Alcides asintió.
Cerré los ojos por
unos segundos: era un sonido como burbujeante. Ploc-ploc ploc-ploc… Nanael, en la ventana, traía el ceño
fruncido.
Escuché parte de
sus pensamientos antes de que me los cerrara por completo.
Sí, opino lo mismo:
Los humanos no dejan de sorprenderme.
¨°*°*°*°¨
NHYNA
La humana sacó otro frasco. Sentí
el aroma: negué por completo.
»— Ahora podré darte todos los besos que quiera y abrazarte, ¡y
jugar contigo!
Recuerdo claramente el
rostro de la niña: cabello castaño, ondas por doquier a pesar de que no le
llegaran ni a los hombros, boca rosácea pequeña y los ojos…
Ojos que jamás había
visto en ninguna vida.
Maldita
mocosa.
Había retornado a aquel
bosque solo para restregarle en la cara al ángel pelirrojo que yo podía andar
por donde se me diera la gana. El estúpido gozo de descubrimiento seguía activo
en todo el perímetro y mi apariencia original volvió a tomarme por sorpresa.
Cuando me acerqué al
arroyo con cautela volví a encontrarme con el tal Nanael, ahí, sentado y
transcribiendo algo sobre la tierra, y al frente estaba él.
Me quedé resguardada bajo
un martirio de ocultamiento que ninguno notó, y en ese momento la conocí. No tendría más de siete años
humanos, correteaba repleta de energía….
…y no dejaba de mirarlo.
Me agazapé en mi
escondite entre los arbustos y fui testigo de todo: ella trepando a ese árbol,
después pidiendo auxilio para finalmente caer a sus brazos y encajar
perfectamente en ellos.
»— ¡Hueles muy bien! Como a
estrellas, como a sol…— Claro que sí, yo misma ya había sentido la fragancia. Como a día
soleado, como a vida…
Como
a amor.
»— Albania, no sabes cómo huele ni
el Sol ni las estrellas— respondió y entonces
soltó una risa, evidentemente tomando a broma el comentario.
No pude evitarlo y
estallé en carcajadas que gracias a mi martirio de ocultamiento no se escucharon:
¿qué acaso no se ha dado cuenta? ¡El comentario no ha podido ser más explícito!
Esa
niña lo adora.
No, no es una niña…
…La Original.
Esa
cosa lo adora.
—
¿Qué le parece éste? — oí de la humana.
Expandió algo del aroma pegando un pañuelo a la boca de la redondeada y pequeña
botella, y después lo sacudió a centímetros de mi rostro.
Aj,
ni siquiera se le acerca.
—
Olvídelo — exclamé poniéndome de pie.
—
¿No le agradó?
—
En lo absoluto, no es lo que estoy
buscando — respondí con parquedad.
Observé
los casi cincuenta frascos de muestra que había pedido. Supuestamente ésta era
una de las perfumerías más selectas de la ciudad, y ni aun así había podido
encontrar un aroma parecido al suyo.
—
¡Nhyna, con un cuerno! Prácticamente hemos
recorrido quince ciudades en menos de dos días ¡¿y ni aun así has encontrado el
bendito perfume que andas buscando?!
—
¿Me parece o estás empleando un tonito
lleno de fastidio conmigo? — pregunté cuando salimos de la última tienda.
Valak
se estiró la corbata con tedio.
—
¡Me has hecho recorrer cada maldita tienda
y por nada! Manu debe estar muriéndose de hambre.
—
Deja de quejarte tanto, idiota, que te he
visto muy contento con las tres mujeres a las que te cogiste en todo el
recorrido — resoplé mientras cruzábamos frente al enorme monumento que acababan
de inaugurar hace unos meses.
Ya había anochecido por esta parte del
mundo y como la construcción se veía iluminada gracias al sistema de lámparas
de gas instaladas por gran parte del perímetro, toda la enorme torre en forma
de A estaba iluminada.
Algunas parejas se detenían a observar la
majestuosidad de la arquitectura y después, las más osadas, compartían un beso
en público. Al principio creí que era a adrede (humanos queriendo “gritarle” al
mundo su supuesto gran amor y su atrevida rebeldía), pero de ahí yo misma
comprendí el motivo:
La belleza del lugar era a tal grado que
todos los sentimientos afloraban y las emociones necesitaban, de alguna manera,
hacerse palpables.
Un beso….
»—Pero qué
bonita eres.
Cabello marrón desordenado cruzó junto a
mí. Giré violentamente: me encontré con un hombre joven al que el viento
despeinaba, pero en lo absoluto parecido a él.
—
¿Uh, qué fue ese suspiro?
Parpadeé
un par de veces y me encontré a Valak observándome con curiosidad.
—
No…no es nada — repliqué avanzando.
—
¿Nada? Mmm, bueno, si tú lo dices. — Se
encogió de hombros y en ese momento noté que uno de mis guantes tenía un
pequeño hilo escapándose de la costura. ¡Debo cambiarlos cuánto antes! —.
¡¿Qué?! ¡Pero si es un hilo que ni se ve!
—
No me molestes, Valak. Si tan aburrido
estás con mi presencia, entonces lárgate.
Me di la vuelta dispuesta a dirigirme a la
tienda de moda que solía frecuentar en esta ciudad, pero Valak me tomó por el
hombro.
—
¿Puedo saber qué sucede contigo?— me
preguntó. Sus ojos celestes se entrecerraron con desconcierto—. Estos dos
últimos días llevas como una vieja malhumorada. Buscas perfumes que, me parece,
ni siquiera existen entre los humanos; botas vestidos que tienen fallas apenas
perceptibles repitiendo que debes estar perfecta y ni siquiera sé para qué. Me
riñes hasta por respirar y suspiras tanto que, podría pensar, te has enamorado
de la nada de ese ángel portador de la pureza.
—
Valak, deja de decir estupideces,
¿quieres? — pedí ante lo último. Por supuesto que no había ningún tipo de
sentimiento amoroso detrás de lo que acababa de sucederme con ese ángel, Aniel.
Simplemente
me había deslumbrado su belleza, y a lo mejor por eso andaba tan pendiente de
la mía.
—
Deberíamos retornar a Lirau — añadió—.
Manu debe extrañarme, y no puedo llamarlo si estamos correteando de tienda en
tienda.
—
Tú lo que quieres es volver para ver a la
idiota ésa de tu humana.
—
Nhyna, te estás pasando… — me advirtió. Me
importó nada.
—
Pues bien, regresa. Debe estar ahí, dejando
que el viejo que tiene por esposo la bese con esa asquerosa boc…
—
¡Suficiente! — bramó. Algunas personas se
nos quedaron viendo—. ¡A veces no hay quién te soporte!
—
No te necesito, si quieres largarte,
vamos, ¡vete!
Valak me lanzó una última mirada llena de
resentimiento y después se perdió entre la gente que caminaba. Lo último que vi
fue su cabeza rubia antes de que torciera por la siguiente esquina.
En fin, ni siquiera me entretenía su
compañía.
Giré y decidí ir a cambiar de una vez por todas los estropeados
guantes. Escogí unos de encaje que combinaban con el vestido color hueso que
llevaba el día de hoy. Y mientras me los probaba, no pude evitar observar mi
reflejo en el espejo.
»—Pero qué
bonita eres.
Claro
que soy bonita. Muy, muy bonita… no, hermosa. Muy hermosa.
»—… nunca te irás, ¿verdad?
»— Soy real, bonita. Y siempre voy a estar contigo.
Siempre.
¿Qué
significado tiene la palabra “siempre”? ¿Toda esta vida? ¿Todas sus vidas? ¿O
acaso la…?
¿La
eternidad?
No, claro que no. Una
creación tan bella no podía pasarse toda su existencia solo cuidando de una
maldita mocosa que al fin y al cabo ni siquiera era humana.
—
Clarisa, hija, ven aquí — oí. Observé de
reojo: una humana llamaba a una chiquilla que se observaba maravillada frente a
otro de los espejos.
—
¿Por qué será que todas las niñas son así
de vanidosas?— comentó el hombre que las acompañaba.
Así
de vanidosas, caprichosas…
Posesivas.
Esa niña, la tal Albania,
parecía una niña bastante complicada a decir verdad. En medio del rostro infantil
tenía una mirada posesiva; las risitas explosivas, las sonrisas llenas de
alegría…
Todos y cada uno de esos
gestos iban dirigidos a alguien en particular.
—
¿Y eso qué?— me repliqué a mí misma al
salir del establecimiento. Los niños humanos suelen deslumbrarse con facilidad
ante algo que llama su atención. La Original en este momento tenía esa
condición: era una niña, así que evidentemente una figura como su ángel
custodio definitivamente iba a maravillarla.
Claro,
era de lo más normal.
Las campanillas de
cristal que colgaban de la puerta resonaron: la pareja y la niña de antes
salieron de la tienda que yo acababa de dejar. La última sonreía, llena de
felicidad, por el nuevo sombrero que había obtenido.
—
Los niños crecen— oí al lado—. Y cuando lo
hacen, sus sentimientos mutan. Más si se trata de una niña.
¿Qué?
Giré y me topé cara a cara con un sujeto
de apariencia muy elegante, sumamente elegante a decir verdad. Los ropajes eran
exquisitos y ni qué decir del cabello oscuro perfectamente peinado hacia atrás,
bajo el sombrero de copa. La cadena del reloj de bolsillo que colgaba a su
izquierda completaban todo el cuadro repleto de sobriedad.
Sonreí
fascinada: qué estupenda manera de tener estilo.
—
Evidentemente tienes buen gusto — comenté
reconociendo su esencia.
Ningún humano podía tener
esa aura distinguida de manera tan natural.
—
Es un placer. Mi nombre es Berith. — Tomó
mi mano y depositó un beso. Era un estúpido protocolo humano pero me encantaba
que lo hicieran—. Si no he de equivocarme, tú debes ser Nhyna.
—
¿Berith? — repetí elevando una ceja.
¿Dónde he oído ese nombre?—. ¿Predicciones?—tanteé.
—
Así es, estimada colega: pasado, presente,
futuro. Todo completo aquí mismo —me respondió golpeándose la frente con
delicadeza.
—
Un segundo, ¿cómo sabías mi nombre?
—indagué—. ¿Acaso estabas buscando algún servicio o…?
—
No, en lo absoluto. Simplemente vi que nos
conoceríamos el día de hoy y ahí lo supe. — Me sonrió sutilmente y volvió a
golpearse la frente con suavidad—. A veces mi especialidad me revela datos
sencillos como ése.
Era
la primera vez que me encontraba con un demonio de las filas de Balam. La
especialidad de leer todo intervalo de tiempo era una muy reconocida entre los
nuestros por lo complicado que resultaba llevar a cabo los pactos, pero nunca
conocí a uno en persona.
Ah…no,
me equivoco. Claro que conocía a una, pero no se comparaba en lo más mínimo con
el demonio que tenía en frente. Gremory parecía más una tonta humana con
poderes demoníacos que andaba correteando de aquí para allá, que un verdadero
demonio.
—
¿Dijiste algo sobre los niños? — pregunté
cuando se ofreció a acompañarme en mi caminata—. ¿Que cuando crecen, sus
sentimientos…?
—
Mutan — completó con seguridad. Se acomodó
el sombrero y observó al frente—. La forma de amar de un niño es diferente a la
de una niña. Muchos dirán que me equivoco, pero cuando una niña “ama” de
verdad, el mundo entero puede olvidarse de hacerla desistir de su amor porque
no lo conseguirá, ni con la fuerza de mil hombres.
Cuando
una niña ama de verdad…
—
¿Por qué me estás diciendo esto?— pregunté
y algo de desconfianza se reveló dentro de mí.
¿Por qué justamente me
salía con algo semejante?
—
Va a resultar sumamente fascinante ver
cómo la pequeña Albania cambia con el paso de los años: sus afectos,
preferencias, su aspecto físico. — Me pareció estúpido el tono casi idólatra—.
Aún no puedo dejar de asombrarme al ver a semejante creación convertida en una
indefensa niña humana.
—
¿Cómo sabías que estaba pensando en La
Original?
Yo
no había dicho absolutamente nada y ningún ser, a parte de los Aliter, podían leer mentes.
—
Ya te dije que había visto que nos
conoceríamos el día de hoy: sabía exactamente sobre qué charlaríamos. — Ah.
Sacó una pequeña caja
metálica del bolsillo interior de su chaqueta, la abrió y me ofreció un
cigarrillo.
Una mujer me observó
escandalizada desde la acera de enfrente. No era muy devota de los cigarrillos,
pero solo por ver su rostro desencajado lo acepté de buena manera.
Lo puse entre mis labios
y su encendedor de plata con grabados en oro hicieron lo suyo.
—
¿No te parece un tema de lo más
interesante?
—
¿Qué cosa? — pregunté expulsando el humo
por la boca.
—
Su existencia. — Elevé una ceja, sin
comprender—. La Original ha sido una de las creaciones más fascinantes de las
que he oído hasta ahora; y créeme, sé de lo que hablo. Gracias a mi
especialidad he visto la barbaridad de cosas que han de crear los humanos en
algunos siglos más adelante. Ninguno se compara al ser casi perfecto que
lograron hacer los hermanos rebeldes.
—
No deberías ser tan imprudente. Si para mí
suenas como un próximo rebelde en potencia, imagina lo que pensarán los altos
mandos angelicales, que andan borrando recuerdos y esas cosas, si llegan a
escucharte.
—
Oh, digamos que me es un tema interesante
pero no como para transformarlo en una causa por la que luchar — me respondió
indiferente—. Es una pena, la verdad, que supriman un hecho de esa magnitud de
nuestras memorias, pero en fin…
Por la esquina siguiente
distinguí a un sujeto caminando encorvado. Vi claramente el objeto que escondía
con tanto recelo en su bolsillo: un cuchillo.
Sonreí
sin proponérmelo: probablemente había asesinado a alguien o estaba en camino a
hacerlo.
—
También viste a los dos custodios,
¿verdad? — oí de Berith. Desperté de la fascinación que me había producido ver
al tipo y asentí—. Nanael y Aniel… — resopló con algo de desgana. Sacó el reloj
de su bolsillo y lo observó—. Aun no entiendo por qué se habla tanto de ellos.
El pelirrojo parece poderoso, pero el otro mmm... — Me observó como si
reprobara algo—. Si fuera tú lo reconsideraría y escogería al primero.
¿Qué ha dicho?
Detuve mis pasos y lo
observé con seriedad:
—
¿Quieres algo en particular de mí?— lancé
con hosquedad. No soy tan idiota como para no darme cuenta de la jugarreta:
casi hubiera jurado que lanzó a propósito el último comentario.
Berith
elevó las cejas y me tomó por el brazo con delicadeza:
—
No fue mi intención perturbarte, cariño. —
Avanzó y me jaló con él con suavidad—. Solo buscaba un tema de conversación y
ése fue el único que vino a mí tomando como referencia lo que había visto sobre
ti.
—
¿Lo que habías visto sobre mí? — repetí
confundida. Berith volvió a observar su reloj, como tanteando la hora, para
después guardarlo con agilidad y acomodarse el sombrero.
—
Bueno, debo irme…— anunció.
—
¡Espera! ¿A qué te refieres con que debo
escoger al primero? ¿Qué debo reconsiderar?
Me
sonrió y pasó junto a mí, dispuesto a irse de frente.
—
¡Berith!— reclamé. Algunos transeúntes me
observaron con discreta sorpresa—. ¡Berith!
Uno, dos, tres pasos por
delante. Le seguí el absurdo juego de persecución; dobló por una esquina y…
¡No sé de dónde han
salido tantos humanos caminando!
Distinguí
la chaqueta de vestir rojo vino; aceleré el paso.
—
¡Óyeme! — exclamé cuando llegué a
capturarlo por el codo. Giró y me observó sumamente relajado—. ¡Vas a decirme
de qué va todo esto o sino…!
—
Hasta para mí ha resultado asombroso — me
interrumpió en un tonito de falsa sorpresa. Iba a decirle que dejara los
estúpidos trucos de intriga pero me sonrió retorcidamente—. Ver que un ángel de
su rango termine enamorándose de una demonio no es noticia de todos los días.
¿Qué ha dicho?
Lo observé pasmada, casi
hasta pude sentir los latidos de ese estúpido órgano que tenía cuando adquiría
forma humana y que todos llamaban corazón. El muy maldito se perdió por la
puerta de una tienda de habanos y cuando reaccioné y corrí dispuesta a exigirle
más respuestas, solo me encontré con algunos hombres contemplando las vitrinas
repletas de cajas pequeñas con tabaco en ellas.
El anciano tras el
mostrador me observó con curiosidad:
—
Buenas noches, señorita. ¿Puedo servirle
en algo?
Pasé en silencio,
buscando la maldita chaqueta rojo vino: nada.
La mano con la que
sostenía el cigarrillo me temblaba con violencia.
¡Maldita sea!
—
¿Señorita?
¡Demonio de mierda! ¿Acaso cree que no sé
lo que acababa de hacer? Ha lanzado a posta una carnada, esperando que yo acuda
a él para confirmar si lo que me ha dicho es verdad.
»…un
ángel de su rango termine enamorándose de una demonio.
No, cálmate. No puedes ser tan imbécil
como para caer en un juego tan barato como ése. No es novedad que entre los
nuestros se lancen trampas, esperando que uno pida un servicio y lo pague con
parte de sus tropas, sus poderes o quién sabe qué cosas más.
»…cuando
una niña “ama” de verdad, el mundo entero puede olvidarse de hacerla desistir.
No, yo no iba a ser tan idiota. No
necesito ningún tipo de servicio y nunca acudiría a él.
Nunca.
Nunca.
¨°*°*°*°¨
NANAEL
Había sido descuidado de mi parte dejarme
atraer por el maligno aroma a café. Olía bien…bastante bien a decir verdad,
pero no era apropiado que algo me resultara agradable porque podría ser
empleado en mi contra si alguien sabía de ello.
Así que después de la batalla que tuve conmigo
mismo decidí retornar a Izhi, a buscar algo en lo que enfocarme porque de
energía ya tenía mucho: el humano, Antoine Francois, había hecho demasiado. Su
acordeón me había alimentado para por lo menos dos semanas más. Me asombró
muchísimo el grandísimo poder de la música bien interpretada.
Acababa de volver a la mansión: lo único
que se escuchaba alrededor a parte del sonido de los árboles meciéndose por
detrás, eran las voces de los humanos que solían trabajar en las cocinas y nada
más.
Aparecí en el salón; el viejo sabueso,
Maltés, bostezaba junto a la chimenea. ¿Mmm? ¿Y ahora qué pasó aquí?
Observé todo el lugar con algo de
desconfianza. Hay algo raro, algo sumamente rar…
Claro: no
hay bulla.
No
hay ningún gritito ni risa ni pasos correteando por toda la casa.
Me
sorprendió un poco comprobar que la niña prácticamente era la que le daba vida
a todo alrededor. Sin ella, toda la casa parecía mucho más tranquila. También
mucho más apagada, a decir verdad.
—
Bien, si Aniel me oye decir esto se
pondría a saltar en un pie — resoplé fastidiado.
—
Ojalá que todo esté bien por allá — oí por
el corredor. De reojo vi a la humana cocinera, Bejle, pasar junto al hombre que
respondía al nombre de Sorel—. Últimamente siempre tiene que pasar algo en el
cumpleaños de la niña Corín —agregó en tono cansado.
Así
que a eso se debía el silencio: todos estaban en la celebración.
No suelo coincidir con posturas humanas
pero la mujer tiene razón: ojalá todo esté bien. En cada cumpleaños que se le
celebra a la niña llamada Corín, siempre tiene que pasar algo con Albania. Es
casi ya una costumbre.
El año pasado la enorme torta de
cumpleaños terminó cayendo estrepitosamente sobre el césped del jardín, después
de que la mesa sobre la que reposaba se tambaleara. La otra niña terminó
gritando que había sido Albania, pero el mismo Aniel y yo sabíamos que eso era
completamente imposible: ambos habíamos estado con ella mientras observaba con
curiosidad a los músicos que habían traído para animar la fiesta. No obstante
el hombre, David Formerio, salió en defensa de la niña ya que él también la
había visto junto a la orquesta. La madre de la otra niña, Gisell, le restó
importancia al suceso diciendo que a esa edad todo niño comete errores y confunde
las cosas, y rápidamente ordenó que trajeran otro pastel.
El año anterior a ése sucedió algo
parecido: uno de los regalos más grandes terminó siendo abierto por Albania y
Corín reclamó que no era justo que alguien más que ella abriera sus presentes.
Debo admitir que la niña se ganó una fuerte reprimenda de parte de Gisell
Formerio, cuando el mismo Aniel y yo habíamos oído a Corín decirle que podía
abrirlo un par de minutos antes.
Me sorprendió muchísimo verla escuchar
cada reprimenda con total entereza. No se inmutó y ni siquiera mencionó a Corín
para defenderse. Solo se quedó escuchando cada palabra y de las ganas de llorar
no vimos absolutamente nada.
Solo cuando retornamos a casa y después de
que Nuna la arropara y le dijera que no prestara atención a regaños como ése,
la oímos murmurar bajito:
»—
No me gustan los cumpleaños de Corín. — Y Aniel se pasó toda la
noche tratando de consolarla y vigilando su sueño. Yo, por mi lado, no creí que
fuera necesario.
La Original era más fuerte de lo que parecía:
un par de tontos comentarios infantiles no tenían por qué incomodarla.
En fin, supongo que tendré que pasar por
allá: total, mi deber era estar pendiente de ella y vigilar sus cambios.
Cerré los ojos y cuando me transporté, no
pude evitar fruncir el ceño, ya cansado ante el panorama.
El jardín trasero de la pequeña mansión
estaba repleto de mujeres sentadas alrededor de pequeñas mesitas blancas de
madera mientras tomaban el té. En el salón adjunto que conectaba los exteriores
con el interior se encontraban algunos hombres que fumaban y charlaban sobre
negocios. El aroma del café me golpeó con brusquedad. Traté de despejarme y
volví a enfocarme en el jardín.
Bien, es un patrón algo extraño el que
observo siempre que se celebra el cumpleaños de algún niño: las madres están
afuera, charlando entre ellas y claro, observando de reojo a sus hijos (que en
realidad están siendo aún más observados por sus nanas); y los padres suelen
quedarse en los salones interiores, charlando de lo duro que es el “trabajo” aun
cuando podrían usar el día para relajarse, pasar tiempo con su familia y dejar
de hablar de “trabajo”.
El trabajo los agobia, pero disfrutan
hablar de más trabajo: es un rasgo que realmente no comprendo.
Aunque Alcides Formerio no suele ingresar
en mi exhaustivo análisis: él suele estar adentro o afuera, como le sea más
entretenido. Ahora, por ejemplo, está sentado junto a los músicos que están
interpretando una melodía repleta de notas suaves. Tal vez sea porque su amigo,
Antoine Francois, se ha animado a acompañar al violinista y al violonchelista
con su acordeón.
En medio del jardín, algunos niños están
comiendo todo lo que encuentran en la mesa repleta de botanas, mientras otros
corretean por la pequeña alberca perfectamente cercada para que ninguno termine
dándose un chapuzón involuntario. Todo está decorado con cintas y listones
rosados y blancos, y sobre la mesa más grande reposan las cajas de regalo
formando una pirámide algo irregular. A un lado, una mujer y un hombre con
maquillaje blanco sobre el rostro y trajes coloridos (supuse que serían esos
artistas denominados “payasos”) parecían estar ensayando su próximo número.
Bien, ¿y ahora en dónde…?
—
Maldita sea, no debí preguntar— murmuré
cansado.
Una mujer de edad mediana había dado una
palmada para llamar la atención de todos los niños que, entusiasmados, se
habían ubicado en medio del jardín y ahora se movían con algo de torpeza, de un
lado a otro, riendo y saltando, bajo la nueva melodía que habían iniciado los
músicos.
A un lado Albania giraba y reía tan
contenta que algunos niños se le quedaron viendo, tal vez preguntándose porque
parecía estar muy entretenida bailando “sola”.
—
¡¿Qué demonios sucede contigo?! — exclamé
atravesando a media decena de niños que, a lo máximo, habrán sentido algo de viento.
Aniel
volteó a verme y elevó una ceja.
—
Ah, ya vuelves a hablarme — sentenció sin
ni una pizca de culpa.
—
¡Aniel, pero qué demonios…!
—
¿Qué sucede? — me preguntó en un perfecto
tono de inocencia. Vi que tomó la mano de Albania (sin tomarla en realidad) y
la hizo girar con suavidad. Ella volvió a reír, emocionada.
—
¡¿Puedo saber qué estás haciendo?!
—
Mmm… ¿bailando? — me preguntó. Volvió a
inclinarse ante ella que dio varios brinquitos, y mientras se mecía de un lado
a otro me observó con desconcierto—. ¿Qué sucede, Nanael?
—
¡¿Bailando?! —repliqué severamente—.
Aniel, maldita sea, ¡hasta cuándo voy a repetírtelo!
—
Nanael, solo estoy bailando con ella, ¡y
ni siquiera me he materializado!
¿Qué cosa?
—
¡¿Acaso pensabas hacerlo?! — grité y creo
que perdí un poco los estribos porque la música se detuvo violentamente. Mi voz
había salido con tanta fuerza que el viento que suele escucharse en vez de
ella, se había transformado en una ráfaga algo molestosa.
La música reinició; Albania dijo “¡Aniel!”
sumamente ansiosa y el muy idiota volvió a inclinarse, solicitando una pieza.
Ella volvió a brincar entusiasmada.
—
Aniel, deja eso de una vez. — Albania me
lanzó su mejor puchero; la ignoré por completo—. ¡Aniel, estoy hablando en
serio!
—
Nanael, estás siendo muy descortés. Estoy
bailando con esta señorita, y sería maleducado de mi parte dejarla sola,
¿verdad? — dijo observándola con diversión y ella asintió, plenamente segura—.
¿Lo ves?
De acuerdo, ¡me importa un reverendo
rábano lo que haga con su estúpida existencia! Y en realidad ni siquiera estaba
bailando, ¡solo estaba meciéndose de un lado a otro como un imbécil porque ella
era muchísimo más baja que él!
Me di media vuelta y me ubiqué junto a las
puertas que conducían al salón donde estaban todas esas tazas repletas de café.
Preferí cerrar los ojos a ver lo absurdo de la situación y dejé que la música
del acordeón de Antoine Francois me calmara o sino terminaría golpeando a mi
insensato hermano de nacimiento.
—
Relájate — oí en un rato. Abrí los ojos y
lo encontré sentándose junto a mí. Al frente, Albania conversaba con la mujer,
Morgana, que le acariciaba el cabello con afecto: la música se había detenido—.
Te has puesto así por nada.
—
¿Así cómo?
—
Así: todo alterado y nervioooso. — La
sonrisita divertida me irritó aún más, y el que me imitara como si hubiera
tenido un ataque tembloroso también—. Realmente no llego a comprender qué te
molesta tanto.
—
Aniel, la cosa es muy simple: estamos aquí
para vigilar los cambios del ente — noté que el rostro se le endureció cuando
la llamé así, pero no me importó. En el fondo él sabía que era eso—, y tú estás
ahí, mimándola y concediéndole cada capricho como si fuera…
—
Como si fuera una niña — me interrumpió
con calma. No pude evitar poner los ojos en blanco—. Nanael, solo ha sido un
pequeño pedido: quería bailar, estaba algo aburrida y ni siquiera me
materialicé. No deberías enfadarte tanto.
—
Haz lo que quieras — resoplé cansado—.
Saltar, volar… ¡bailar si quieres! A lo mejor enloquezco tanto como tú y
termino haciéndolo también.
—
¡¿Alguien dijo bailar?! — gritaron.
Reconocí el tono de voz pero antes de que pudiera hacer más, sentí que algo
cayó sobre mi espalda. Un par de brazos me capturaron por el cuello y las
piernas se aferraron con la fuerza de un elefante a mi cintura—. ¡¿Quieres
bailar?! ¡¿En serio?! Porque aquí estoy yo para…
—
¡Bájate, demonio! — bramé pero solo
conseguí que sus piernas y brazos se comprimieran con más fuerza—. ¡GREMORY,
CON UN CUERNO, BÁJATE!
—
¡Uy! Alguien ya empezó a usar las feas
expresiones del vocabulario humano— comentó con desaprobación, pero después los
ojos le brillaron—: ¡y ya me llamaste por mi nombre! — Me puse de pie y traté
de quitármela sacudiéndome; supuse que el asunto debió verse muy cómico porque
el idiota de Aniel empezó a reír a carcajadas—. ¿Por qué no quieres bailar una
pieza conmigo?
—
¡Te digo que te bajes!
—
¡Y yo te digo que no!
—
¡Bájate!
—
¡Ño!
Ah,
¿por qué a mí?
¨°*°*°*°¨
ALBANIA
—
¡Hay que empezar con la niña de acá! —
gritó el niño que llevaba el moño azul en el cuello de la camisa y me señaló. Miré
a todos lados, sin entender nada, pero la tía Morgana me sonrió y entonces la
payasita del pelo amarillo se acercó...
—
¡¿Eh?! —…y me puso un pañuelo sobre los
ojitos.
—
Y ahora, pequeña, vamos a darte… ¿cuántos
añitos tienes?
—
Si-siete. — ¿Qué pasa?
—
¡Entonces serán siete vueltas! — ¿Mmm?
—
Tranquila, princesa — oí la voz de la
tía—. Solo están jugando.
¿Eh?
¿Pero…?
Una, dos, tres…
Vi
varios puntitos de colores, cuatro,
cinco, seis, siete…
—
¡Ahora debes buscar quién tiene la
pelotita morada! — gritó el niño de antes.
Retrocedí
y casi me tropiezo porque las vueltitas me habían mareado un poco.
—
Tranquila, no vas a caerte, solo sigue
adelante. Yo iré tras de ti — dijeron y reconocí la voz de la payasita de pelo
amarillo. Asentí fuertemente.
Alcé los brazos y seguí de largo. Escuché
la voz de la tía Morgana: « ¡de frente, de frente, princesa!». Caminé
despacito, para no caerme, y de repente llegué a tocar algo. Cerré las manitas,
era algo muy suave.
Escuché varias risitas. No pude evitarlo y
levanté un poco el pañuelo.
¡Ay, no!
Apreté los labios con fuerza porque le
había estado tocando la carita a un niño que me miraba como diciendo “no te
preocupes”. Las mejillas me ardieron muchísimo cuando vi sus ojos grises debajo
de los anteojos como de abuelito que llevaba.
—
Ahí no está la pelotita— me dijo la
payasita y volvió a bajar el pañuelo.
Ay,
¿y ahora por dónde?
Seguí caminando lento, lento. Escuchaba:
“¡derecha, derecha!” ¿Cuál es mi derecha? Con la que puedo escribir… mmm,
escribo con ésta pero creo que con la de acá sería más fácil.
¡Ayyy!
—
¡Al otro lado! ¡Al otro lado!
Elevé
los brazos. Ojalá no vuelva a tocar la carita de ningún niño porque me da
muchísima vergüenza.
Un
pasito, dos pasitos… tres…
—
¡Abajo! ¡Abajo!
Me
agaché un poquito. Pelota, pelota, pelot…
—
¡Aquí está! — grité y me saqué el pañuelo
¡Ahí
estaba! ¡La pelotita morada! La tenía la niña que estaba sentada frente a mí.
—
¡Ahora le toca a ella! — gritaron varios,
yo misma aplaudí. La payasita del pelito amarillo se acercó pero la niña negó
con la cabeza. Todos insistimos un tanto más pero ella se encogió en el
asiento, soltó la pelota y dijo que no quería.
—
¡Bueno, entonces por aquí!— gritó Corín y
la payasita dijo que lo que la dueña del santo pidiera, se cumplía.
Me dio mucha risa ver al niño del moño azul
chocándose contra todas las cosas, pero la niña de mi lado ni siquiera alzaba
la carita.
—
¿Mmm? — Me le quedé mirando pero ella se
encogía más y más—. ¿Mmm? ¿Te pasó algo malo?
Escuchamos las risitas de todos porque el
niño del moño azul se había chocado contra el payasito del pelo rojo.
—
¿Niña?— repetí pero ella se hizo aún más
chiquita.
Tenía el pelito en un moñito que me
parecía muy apretado: era muy lindo y brillaba como si fuese muy suave. Me ganó
más la curiosidad y me incliné un tantito:
—
¿Por qué no hablas? ¿Te han prohibido
hablar?
Negó
con la cabeza de nuevo.
—
Entonces… ¿no te gusta hablar? — Apretó
más la boca y no me dijo nada.
—
¿Por qué no respondes, Marion?— dijo una
señora muy joven que apareció detrás. Tenía el mismo pelito negro brillante de
la niña, solo que parecía tener más onditas, como en el mío—. Ah, cielos. Lo
siento mucho, pequeña, mi hija no es muy dada a hablar, por lo visto.
¿Eh?
—
No seas irrespetuosa, niña. ¡Responde! —
le ordenó sin gritar pero su voz me dio algo de miedo—. Dios, no sé qué vamos a
hacer contigo.
—
Lo…lo siento, ma-mamá.
La
niña del pelo bonito se encogió más. Apretaba la falda de su vestidito rosa con
muchísima fuerza.
—
Lorain, querida, ven un momento por favor
—dijo otra señora desde una de las mesas del fondo—. Queremos saber tu opinión
con respecto a los preparativos de la cena del Comité.
—
Oh, discúlpenme — les respondió y después
bajó mucho la voz pero yo pude escucharla muy clarito—: Si vas a estar así de
silenciosa, la próxima vez no vendremos, Marion.
—
S-sí.
La
señora se volteó y regresó hacia la mesa del fondo, con las otras señoras.
—
¿Te llamas Marion? — le pregunté cuando el
juego de las sillas empezó; me dijo que sí moviendo la cabeza. Tenía muchas
ganas de ir pero me daba pena dejarla tan solita—. Suena muy bonito, yo me
llamo Albania, como la mamá de mi abuelito. ¡Es un placer!
Estiré la mano; pensé que me quedaría así
toda la vida pero al final la niña elevó la mirada y me la apretó sin muchas
fuerzas.
—
Vaya, ¡tienes las pestañas larguísimas!— Me
acerqué un poquito más y comprobé que eran casi tan grandes como las de Aniel,
y su carita era como en tono acanelado—. ¡Qué bonita eres!
—
¿Q-qué? — Me dio risa que me mirara con
muchísima sorpresa.
¿Que
acaso no se había dado cuenta?
—
¿Por qué no quieres hablar?— le pregunté.
Por un momento me dio algo de celos: era muy bonita—. ¿Estás aburrida?
—
¡N-no! — me dijo muy asustada—. La…la
fiesta está muy linda, y…y…
—
¿Entonces por qué no has jugado a lo de la
pelotita? Y tampoco a las sillas. — Volvió a encogerse y escuché en bajito algo
sobre que le estaba yendo mal en las clases con su institutriz y estaban algo
enfadados con ella en casa—. ¿Todos?
—
Bu-bueno, mi…mi hermano y mi papá no
tanto. Es más… mi mamá.
—
Ah…
Al
frente, el niño del moño azul se había caído sobre el césped por intentar
sentarse sobre una de las sillas. El niño de los ojos grises, al que le había
tocado la carita, ayudaba a otra niña a sentarse con cuidado.
—
Si matemáticas te resulta muy difícil,
puedes venir a mi casa y yo te ayudo — le dije intentando que se animara. Yo
también quería jugar en la segunda ronda pero si ella seguía así de triste, no
sería amable dejarla sola. ¡Nuna siempre dice eso! Aniel también.
—
¿A…a tu casa?
—
Sí, está por las afueras pero de seguro
llegas. Siempre dicen que es muy fácil verla porque está cerca al bosque Izhi.
—
¿De verdad puedo?— Volvió a darme risa su
voz sorprendida: ¿por qué no me creía si le estaba diciendo que sí podía?—. ¿Y
eres…tan buena en matemáticas?
—
No tanto, pero tengo alguien que me ayuda
con los temas que no entiendo. — Me mordí los labios, feliz de tener a Aniel
conmigo—. Y si quieres le puedo decir que te ayude a ti también. Así ya no
estarás triste, ¿verdad? Y si quieres, ¡también podemos jugar! La verdad es que
no tengo muchos amigos.
Bejle, Nereo y Sorel eran mis amigos,
Maltés también, pero ninguno tenía mi edad. Maltés hasta era muchísimo mayor
que todos juntos. Según Joan cada uno de sus años perrunos valen más tiempo que
años humanos.
Mmm, olvidé preguntarle a Aniel si eso era
cierto.
—
Yo…yo tampoco tengo amigos — me respondió la
niña y volvió a bajar la voz—. ¿De verdad puedo ir?
—
¡Sí! Si quieres después le digo a Nuna que
te diga cómo llegar, ¡y ahora vamos, ¿sí?! — le pedí. La tomé por la mano y la
jalé hasta las sillas. El payasito del pelo rojo nos saludó contento y pudimos
jugar con todos.
Pero al final ni Marion ni yo ganamos, la
niña que había visto antes fue la última que quedó en la última silla. Se movía
lentamente pero el niño de los lentes de abuelito, que iba de aquí para allá con
ella, siempre guardaba un sitio para ella y al final, cuando quedaron los dos
frente a una silla, el muy tontito le dijo que podía sentarse.
—
¡Y aquí tenemos a un caballerito que ha
cedido el premio de la victoria! ¿Cuál es tu nombre, precioso? — preguntó la
payasita de pelo amarillo. El niño respondió que Marcus y todos aplaudimos
cuando también se llevó una de las bonitas cajas de sorpresa.
Los señores músicos volvieron a tocar.
Aproveché que el señor Zuá estaba ahí, con Donatello, y le dije a Marion que se
lo presentaría. Vi que se puso muy contenta cuando lo vio moverse cada vez que
sonaba esa cajita con teclas que el abuelo llamaba acordeón.
De lejos vi a Aniel sentado junto a Nanael
y Gremory que bailaba solita, moviéndose de aquí para allá. Estaba molesta con
ella porque le había dado ese horrible beso a Aniel pero ya se me había pasado.
El cielo se puso algo oscuro y las luces
del patio se prendieron. En algunos árboles habían lamparitas colgadas e
iluminaban todo.
La verdad es que nunca me ha gustado mucho
venir a los cumpleaños de Corín porque siempre pasa algo feo pero por hoy creo
que está bien.
Además Marion me simpatiza aunque no hable
mucho.
—
El…el pastel está muy rico — me dijo con
voz quedita cuando nos sirvieron un pedazo después de cantarle Feliz Cumpleaños
a Corín.
Los payasitos se despidieron y después nos
quedamos en la larga mesa con mantel rosa solo los niños. Iba a decirle a
Marion que me gustaba más como sonaba su segundo nombre, Loi, cuando de repente
escuché a una niña llamarme.
Corín estaba sentada junto a ella.
—
Niña, ¿por qué dices que el abuelo de
Corín es tu abuelo? — me preguntó.
De
repente sentí miles de ojos sobre mí.
¡Qué
pregunta tan tonta!
—
Porque también es mi abuelo— respondí muy
segura. Marion asintió a mi lado.
Tomé
la cuchara y la hundí sobre mi pedazo de pastel: qué suavecito estab…
—
¿Y es verdad que su hermano es tu hermano?
— escuché de otro niño.
¿Joan?
¡Ay,
pues claro que sí!
—
Sí — respondí. Y ojalá ya pararan con las
preguntas obvias porque quería darle la primera probada a mi past...
—
¿Ehhh? ¿Y cómo es posible eso? — dijo
alguien más—. Si su hermano es tu hermano…
—
…eso significa que ustedes dos son
hermanas — dijo otra niña con voz de ser muy inteligente.
¿Mmm? ¿Hermanas?
No…
No
lo había pensado así.
—
¡Claro que no! — protestó Corín ceñuda. Me
sobresalté ante su voz tan fuerte y porque me miró como si yo hubiera hecho
algo muy malo.
—
¿Cómo que no? — dijo el niño que estaba
frente a mí—. Si alguien es tu hermano, y ese hermano tiene otro hermano,
entonces también son hermanos.
Si alguien es tu hermano…
El tío Aman, el tío Aníbal y la tía Alana
son hermanos del abuelo. El tío David y la tía Ruth también lo son. Hasta
Alexia tiene a Vladimir, a quien no conozco pero siempre llama “mi aburrido
hermano mayor”.
La señorita Bona también tiene una
hermana: suele hablarnos de ella cuando nos dicta las clases.
Y si Joan y Corín son hermanos, ¿entonces
Corín y yo…?
—
¡No es cierto! — gritó Corín como
respondiéndome. Volteé a verla: ¿entonces
por qué…?
—
Claro que sí — le respondió alguien más.
De
repente todos parecían querer saber muchas cosas, y ni siquiera yo entendía
bien algunas.
—
¿Y tus papás? — dijo alguien. Escuché la
voz casi como si estuviéramos en una gran cueva y dejara eco.
Todos voltearon a mirarme,
esperando una respuesta.
—
Pu…pues…
¿Mis…mis
papás?
—
Si Joan es tu hermano, eso significa que
sus papás son tus papás— alguien explicó. Corín volvió a gritar que no, que no
era así. Yo no supe qué hacer.
El
tío David y la tía Ruth son hermanitos… ¿y por qué? Pues porque tienen a los
mismos…
Tienen
a los mismos papás.
De repente las mejillas me ardieron tanto
que quemaban. Ojalá pudiera encogerme muchísimo, como hacía Marion…
…tal vez así dejaban de mirarme.
—
Yo…
—
Eso no es cierto — dijo el niño del moño
azul—. Yo mismo escuché a mis papás. Ella no tiene papás pero aún así el abuelo
de Corín es su abuelo por muchos papeles firmados. —El niño me sonrió—: Yo
también quiero trabajar en todas esas cosas que hace mi papá cuando sea grande.
¿Qué
dijo? ¿Papeles firmados?
—
Tomas, ni siquiera sabes lo que dices así
que mejor cállate — lo molestó la niña
de su costado—. ¿Cómo alguien no va a tener papás?
—
¡Pero es verdad! Esa niña no tiene papás.
Volteé a ver a todos lados, tal vez
alguien se reía y seguiríamos comiendo el pastel; tal vez uno de los payasitos
venía a hacer más juegos.
Pero más preguntas venían, más miradas
curiosas, más ojitos sorprendidos. Algunos hasta gritaban.
Y yo no sabía cómo responder nada.
—
¿Quiénes son tus papás?— oí. Volteé a ver
a la niña de cabellos rojos: yo…yo no…
—
¿Entonces no tienes familia? — dijo otro.
No pude evitarlo, los ojitos me ardieron un montón—. ¡¿Nadie, nadie?!
—
¿Cómo llegaste hasta aquí?
Me
mordí la boca con fuerza porque me estaba temblando muchísimo.
—
¿Tu mamá te abandonó? — Sentí una gotita
tibia cayendo por una mejilla. El niño de los ojos grises me observó desde el
otro extremo.
—
Mis papás dicen que esas cosas no se hacen.
— Otra gotita más; a lo lejos vi a Nunita acercándose. La tía Morgana se había
puesto de pie.
—
¿Y por qué te llamas Albania?— ¿Eh? Pues… ¡pues porque el sol…!—. A mí
me puso Candela mi mamá, ¿pero a ti?
Su
mamá…
¿Qué…?
Tres gotitas, cuatro, cinco, seis, siete, miles más. Intenté secarlas pero
empezaron a caer sin hacerme caso, ¿qué…? ¿Por qué…?
¿Por qué estoy llorando?
Porque duele… —
oí a la voz fea de siempre—.
Porque nos están lastimando.
¿Lastimando?
No… ¡pero no debo llorar! ¡A Nunita no le gustaría! ¡Aniel seguro me explicará
todo!
—
¿No te sientes triste?— oí al lado. La niña del pelo rojo me
observaba con tanta pena que hasta yo me sentí mal.
Triste…
Duele… duele
mucho.
Apreté los lazos azules de mi vestido: los
dedos me dolieron. Volteé a ver a Marion pero todo lo que escuchaba eran
preguntas, gritos, gritos y más gritos. Traté de secarme las mejillas antes de
que Nuna llegara, pero no se detenían.
¿Por
qué no dejo de llorar? Nunita se va a poner triste.
Escuché algunas voces a lo lejos: «Niños,
¿qué pasa?»
—
¿Por qué no vives con Corín si son
hermanas? — escuché al final. Elevé la mirada, sin entender nada, y de repente
alguien empujó su silla con fuerza, escuché el chirrido como miles de feas
voces. La mesa se movió.
—
¡Ella no es nada de mi familia! —oí a
Corín. El platito con pastel cayó al césped, su taza con jugo de arándano se
derramó sobre el bonito mantel. Aniel se puso de pie, sus ojitos me miraron
asustados—. Tamaya… ¡Tamaya dice que una vez se la encontraron en el bosque y
la recogieron! ¡Nada más! ¡NO ES MI HERMANA! — Volteó a verme, sentí algo feo
apretándome el pecho—. ¡Y MI ABUELO ES MI ABUELO! ¡¿ENTENDISTE?! ¡¿ENTENDISTE?!
Todos se quedaron callados. Vi la
cucharita brillar sobre mi plato. Las gotas del jugo de arándano chorreando por
el borde.
¿Cómo puedo tener un abuelito, un hermano,
una tía, una prima...?
»…se la encontraron en el bosque…
¿…pero no papás?
Más
gotitas tibias, muchas más.
El
pastel sabe feo, sabe feo.
Sabe feo…
¨°*°*°*°¨
ANIEL
—
A ti te gusta mucho cómo huele el café,
¿verdad?— escuché de Gremory. Al frente los niños habían dejado de jugar y
estaban acomodándose en la mesa después de cantar Feliz Cumpleaños.
Nanael
se sobresaltó y la observó como si le hubiera lanzado la peor de las
blasfemias.
—
No sé de qué hablas, demonio.
—
¿Ehhh? ¿No habíamos quedado ya en Gremory?
Que me digas “demonio-demonio-demonio” no suena muy encantador de tu parte —
comentó de mala gana.
—
Nunca ha estado en mis planes el ser
encantador y menos contigo, demonio —respondió Nanael secamente—. Así que deja
de revolotear alrededor mío.
—
¿Es en serio? ¿No te simpatizo ni un
poquit…? ¿Eh? — Se quedó muda repentinamente, después elevó las cejas y frunció
los labios—. Mmm, me parece ¿o las cosas por allá no van por buen camino?
—
¿Cómo dices?— Dirigí mi mirada en la misma
dirección y me encontré a todos los niños invitados sentados en la larga mesa
que habían acondicionado para que compartieran el pastel de cumpleaños. Y hasta
ahí todo era muy normal si no fuera porque todas las miradas estaban fijamente
enfocadas sobre Albania.
Había estado tan entretenido escuchando a
Gremory y a Nanael discutir, que mi oído había dejado de escucharla.
Morgana Privato pasó junto a mí con el
rostro muy serio. Nuna, por el otro lado, corría todo lo que podía alzando los
pliegues de su vestido con el rostro preocupado.
Corín se puso de pie completamente
disgustada: vi demasiada ira contenida.
—
¡Ella no es nada de mi familia!
El pastel se estrelló contra el césped, la
taza de al lado derramó su contenido; la voz salió llena de resentimiento.
Corín Formerio era pequeña pero sus palabras habían sonado muy concisas; y su destinatario, para mi pesar, las
había comprendido por completo.
Los ojos…sus ojos se abrieron bruscamente y adquirieron el claro indicio de
la primera verdadera herida.
No…
Me puse de pie: casi pude contemplar cómo
las emociones se desplegaban repletas de sufrimiento.
—
Tamaya… ¡Tamaya dice que una vez se la
encontraron en el bosque y la recogieron! ¡Nada más! ¡NO ES MI HERMANA! ¡Y MI
ABUELO ES MI ABUELO! ¡¿ENTENDISTE?! ¡¿ENTENDISTE?! —chilló obstinadamente.
Albania se mordió los labios, observó a todos lados como tratando de tomar el
comentario sin interés…
…pero
no pudo.
No más.
Bajó
la mirada y soltó un sollozo que todos alrededor sintieron.
—
Pero qué chiquilla más molestosa— repuso
Gremory—. Solo repite lo que escucha de su madre.
Todo quedó sumido en silencio; los mismos
músicos observaban con pasmo la escena. Una niña de ocho años acababa de lanzar
uno de los peores ataques en contra de una niña igual de vulnerable. Y ahora
ambas lloraban, después de una absurda pelea sin pies ni cabeza.
Esas palabras, evidentemente, eran obra de
un adulto.
Gisell, en su mesa, se puso de pie
completamente alborotada. Alcides Formerio le lanzó una mirada iracunda a ella
y a Tamaya, y después intentó llegar a su nieta. Igual que Nuna, completamente
devastada, igual que Morgana.
David Formerio apareció de buen humor por
la puerta que conducía al salón interior, y al ver todo el enorme silencio
preguntó discretamente qué había sucedido. Una mujer le susurró velozmente el
asunto; él parpadeó, sin comprender bien cómo había podido suceder algo
semejante, y después se acercó a Corín que aún lloraba, dispuesto a hablar
seriamente con ella.
El primero en llegar junto a Albania fue
Antoine Francois que se inclinó junto a ella, con Donatello observándola con
los botones verde esmeralda que tenía a modo de ojos. Joan Formerio llegó unos
segundos después; le dijo que no llorara en voz bajita, bajo la atenta mirada
de todos los invitados que se habían quedado mudos de la impresión y trató de
tomarla en brazos pero ella cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—
Albania, Alban…
—
¡No quiero! — gritó y se encogió más—. ¡No
eres mi hermano, y el abuelo no es mi abuelo! ¡Déjame! ¡Déjame! — Y rompió a
llorar con más fuerza.
Alcides Formerio abrió los ojos,
completamente trastocado por la declaración. Pasó junto a la esposa de su hijo,
y nadie más que Nanael, Gremory y yo oímos lo que le susurró:
—
En un momento vamos a charlar sobre la
clase de cosas que escucha Corín en esta casa.
—
Señor, es un asunto de niños… — se excusó
Tamaya nerviosamente.
—
Y sobre todo voy a hablar contigo — añadió
con frialdad—. “Así que se la encontraron en el bosque”, ¿no? Qué bonitas
palabras las que repite mi nieta.
—
¡No, señor, verá…!
Gisell la calló con una mirada, Tamaya
bajó la cabeza. Todos alrededor observaban cómo Alcides, Joan, inclusive
Morgana trataban de tocar a Albania pero ella se encogía más y más y no dejaba
de llorar.
Todo su mapa emocional estaba enfrentando
un caos de curvas y colores que se disparaban sin control alguno; pero entre
todos pude reconocer notoriamente el sentimiento de rechazo: se sentía
traicionada por su abuelo, su hermano, su tía, e inclusive los demás miembros
de la familia como Alexia o su tío David, porque ninguno le había explicado con
detalles tantas cosas que ella aún no comprendía.
—
Albania— le dije pasando por todos los
invitados. Me acuclillé frente a ella, tratando de ver sus ojos porque se
mantenía con la cabeza oculta entre los brazos—. Albania, tu abuelo está muy
triste. No le hagas esto.
—
Nu-Nuna… — murmuró y después el llanto retornó—.
Nu-Nunita…
Al lado derecho, Nuna no necesitó
demasiado esfuerzo para escuchar el llamado como si hubiera sido a gritos.
Volteó a ver a Alcides, cómo preguntándole si podía acercarse, y él asintió
ligeramente desilusionado.
—
Nunita — sollozó cuando la tomó en brazos
y después se ocultó en su cuello—. Nunita, vámonos a casa.
—
Sí, mi niña.
Nuna atravesó todo el jardín llevándola
junto su pecho. Algunos se mostraron sumamente conmovidos cuando la vieron
pasar tratando de limpiarse las lágrimas discretamente, porque cada vez que
Albania lloraba Nuna lloraba incluso más lastimada que ella.
Nanael la observó de reojo, claramente lo
oí decir: «esa humana está loca».
Como era evidente la fiesta concluyó. Nuna
se llevó a Albania a casa en el coche que aguardaba en las afueras. Alcides
Formerio tuvo una charla bastante seria con su hijo David, Gisell y la misma
Tamaya.
No sé por qué me ha dado la impresión de
que Corín no solo ha repetido las palabras de su nana.
»
Aniel… — oí de repente.
Me estaba llamando.
—
Ve — me dijo Nanael inmediatamente. Me
sorprendió un tanto su reacción serena—. Hasta yo he sentido el enorme caos
emocional. Ve con ella y… y trata de explicarle que todo está bien. Si es
necesario… materialízate. Es preferible mantenerla en calma.
Dejé a Nanael escuchando la conversación y
retorné a casa. Cerré los ojos y cuando reaparecí en su habitación me encontré
a Nuna saliendo, dispuesta a traer algo de té, y a ella sentada sobre el borde
de la pequeña cama ya con la ropa de dormir puesta.
—
¿Bonita? — la llamé pero ella observó la
alfombra y ni siquiera se inmutó.
Me
senté junto a ella y le acaricié la cabeza. Me miró sumamente sorprendida al
sentir mis dedos.
—
Aniel — murmuró, y después se reincorporó
y me abrazó con fuerza—. Aniel…
Sentí
que se ocultó en mi cuello…
…y
después el llanto se desató.
Ya no era suave ni trataba de ser
contenido. Era un llanto de verdad: repleto de dolor, de tristeza, a lo mejor
de dudas también, porque a su edad es complicado comprender por qué algunas
cosas hieren tanto.
—
¿Por qué no tengo papás, Aniel? — me
preguntó ansiosa—. ¿Por qué Joan es mi hermano si Corín no lo es? ¿O sí lo es?
¡Dímelo, Aniel!
—
Eso no me corresponde a mí, Albania — le
respondí; sentí que lloró más—. Pero escucha, Nanael y yo tampoco tenemos un padre
ni una madre…
—
¿Eh?
—
Y aun así somos hermanos.
Oí los pasos de Nuna y el tintineo de una
bandeja. La bajé con cuidado y me desmaterialicé antes de ser descubierto.
—
Y si hablamos de una mamá… — añadí. Me
miró como esperando una gran respuesta y no pude evitar sonreír—. Siempre la
has tenido.
—
¿Siempre la he tenido? — Parpadeó
confundida, entonces la puerta se abrió…
—
¿Niña Albania? ¡Mire lo que he traído para
usted! Una rica taza de leche con miel.
—
Nunita— exclamó con los ojos abiertos de
par en par.
Asentí.
¨°*°*°*°¨
ALBANIA
Me terminé la tacita con leche yo solita,
y después me senté con Nunita a leer el cuento del conejito que se perdía por
el bosque. Llegamos a la parte en la que mamá coneja lo reprendía por haberse
ido de casa pero después le daba pastel de mora.
Me acordé del abuelo.
—
Nunita, ¿ya habrá llegado el abuelo?
—
Mmm, me parece que aún no, niña.
Quería
pedirle disculpas a él y a Joan. No fue lindo de mi parte gritarles.
Aniel tenía razón: mientras Nunita me daba
de beber la leche de a poquitos, Aniel me explicó muchas cosas. A Bejle, a
Sorel, a Nereo, a Maltés, a ellos también los quiero y no tenemos ningún tipo
de relación familiar. Igual con Gremory, ella me cae muy bien y no es mi
hermana ni mi prima ni nada.
»— No se necesita de un lazo consanguíneo
para sentir afecto por los demás, Albania — me dijo. Lo escuchaba atentamente
mientras Nunita seguía dándome la leche por cucharadas—. Y tu abuelo te ha dado
tanto cariño que es poco amable de tu parte pensar que no es tu abuelo. Igual
tu hermano, y tu tía y toda la familia Formerio en sí.
Aún no entendía muy bien el asunto de
padres e hijos en mi caso, pero Aniel tenía mucha razón. Yo quiero al abuelo
muchísimo, y él me quiere igual… ¿cómo pude ser tan mala y gritarle?
Oí como voces en el jardín y después
sonidos como ploc-ploc-ploc,
inclusive escuché a Donatello, y algo más bonito que no supe qué era. Y cuando
abrí los ojos me di con la sorpresa de que todo estaba oscurito. ¿Eh? ¿En qué
momento me quedé dormida?
Bostecé un poco y después un par de ojos
rojos me observaron desde el frente. Parecían dos piedras brillantes, flotando
en la oscuridad.
Iba a llamar a Nuna pero en ese momento vi
dos ojitos violeta.
—
Aquí estoy— oí la voz de Aniel—. Duerme
tranquila, no pasa nada.
Los ojitos me pesaron y como Aniel estaba
aquí no pasaría nada porque él encendería la luz si algo feo aparecía. Cuando
los volví a abrir, algunos pajaritos cantaban y Maltés allá abajo soltó su
ladrido de “Buenos días”, como decía Sorel.
Ya amaneció.
Me senté aún con los ojos medio cerrados:
Aniel y Nanael estaban sentados junto al balcón. Iba a preguntarles si el
abuelo ya había regresado pero en ese momento la puerta se abrió.
—
¡Oh, buenos días, niña Albania! Venía a
despertarla pero veo que ya lo hizo — me dijo Nunita y la noté algo contenta—.
Parece que alguien va a recibir una sorpresa.
—
¿Una sorpresa, Nunita?
Iba a preguntarle más cosas, pero de
repente oí algo como burbujitas, igual que cuando dormía.
Mmm, ¿dónde he escuchado eso…? ¡Ah!
¡Claro! ¡Eran la botellitas del señor Zuá!
Miré a todos lados y de repente la puerta
se abrió y Joan entró empujando el carrito que usaba Bejle para llevar los
platos. Solo que esta vez no habían platos, sino estaban las botellitas del
señor Zuá moviéndose cada vez que él las tocaba.
¡Y traía una nariz roja de payasito!
—
¡Joan!— grité porque me dio mucha risa
cómo movía la cabeza, pero en ese momento entró el señor Zuá también con una
nariz roja y con Donatello bailando de aquí para allá.
—
¡Muy buenos días, pequeña señorita! —
exclamó con voz chistosa. Nuna aplaudió contenta, yo también aplaudí.
Escuché
a Donatello y a Joan tocar esa canción tan bonita, y de repente el señor Zuá
soltó una risa:
—
¡Y ahora, con ustedes…!
Volteé
a ver a la puerta y…
—
¡ABUELO! — grité cuando entró con otra
nariz roja, como payasito, pero con el violín de Joan sonando sobre su hombro.
—
Buenos días, mi preciosa damita.
¨°*°*°*°¨
ANIEL
Albania saltaba sobre la cama mientras
Joan, Antoine y Alcides Formerio interpretaban una canción repleta de ese
encanto que solo puede transmitir la música. Noté que Joan seguía las notas con
algo de dificultad, golpeando cada botella gracias al papel escrito junto a él;
a diferencia de Antoine Francois que se sabía la melodía de memoria, y Alcides
Formerio…
Alcides Formerio era otro asunto.
No sabía que el abuelo de Albania tenía
tanto talento con el violín, y si bien ayer por la noche Nanael y yo escuchamos
los ensayos de la canción en la primera planta de la mansión, aun así me
sorprendía verlo tocando con tanto sentimiento y precisión. El mismo violín
parecía tener vida propia en sus manos.
Morgana Privato apareció junto a la puerta
mientras observaba el espectáculo con una sonrisa en los labios. Sabía lo que
estaba pensando: Alcides Formerio quería tanto a su nieta como para atreverse a
tocar ese violín que no tocaba hace años solo para que el mal recuerdo del día
anterior quedara completamente borrado.
—
Aniel — me llamó Nanael, noté en su voz
algo de estupor—. ¿Lo sientes?
Enfoqué mi atención nuevamente en Albania.
Observaba a su abuelo repleta de admiración, asombro, completamente maravillada
por su manera de tocar, y con miles de sentimientos provocando el nacimiento de
uno nuevo y extremadamente intenso:
Anhelo.
El violín dio un último suspiro, entre
nostálgico y esperanzado, y la melodía concluyó suavemente. Nanael se
removió como atontado: a lo mejor había
recibido demasiada energía de un solo golpe.
—
Hija, Albania… — la llamó Alcides con algo
de inseguridad, tal vez temiendo un nuevo desplante.
Pero
ella se bajó de la cama y se aferró a sus rodillas con fuerza.
—
Abuelo… abuelo, ¡lo siento mucho!
Nanael y yo fuimos testigos de primera
mano cómo se le explica a una niña de siete años el significado de “adopción”.
Fuimos testigos de la reacción de una mente y un corazón infantil que pregunta
y siente muchísimo, pero que confía plenamente cuando alguien dice “te
queremos”.
Alcides Formerio no tuvo que emplear
demasiadas palabras para convencer a Albania de cuánto la querían, porque ella
misma se disculpó por haber sonado tan grosera el día de ayer con él y con su
hermano.
—
Y ya sé que no se necesita de un lazo
consanguíneo para sentir afecto por los demás — dijo, él la observó bastante
sorprendido y yo no pude evitar sonreír al comprobar que ella realmente me
escuchaba.
Durante siete años nuestra custodiada
había crecido sin necesidad de pensar en la presencia de un padre y una madre
en el sentido estricto de la palabra; pero en los que vinieron, el significado
se transformó y adoptó un sentimiento de gratitud inconmensurable que ella
misma se encargó de perpetuar.
Albania Formerio comprendió que amaba a su
abuelo como a un padre y le estaba agradecida por todo, dijeran lo que dijeran
los demás. La prueba rotunda fue la decisión que tomó ese día, cuando con siete
años juró aprender a tocar el violín tan bien o incluso mejor que Alcides
Formerio.
Nanael, como nunca, sonrió y dijo que era
bueno escucharla aferrarse a un objetivo. Yo, por mi parte, pensé que era
estupendo que creara un lazo así de inquebrantable con una persona tan
importante como su abuelo. Y en realidad el proceso resultó mejor de lo que se
esperaba, porque después de que un violín recién hecho llegara a casa, y que
Antoine Francois descubriera que ella se manejaba mejor con la mano izquierda
que con la derecha, los ensayos no pararon y el propio Alcides se vio bastante
sorprendido.
Su nieta, Albania Formerio, era una
extraordinaria violinista…
…y apenas tenía doce años.
¨°*°*°*°¨
Antoine Francois (apenas lo conocimos pero me pareció de lo más entrañable).Morgana, Morgana, ¡¡Morganaa!! Ya dije cuánto me interesa este
personaje, ¿verdad? Por la santa vida, creo que Alexia va a venir a darnos más
problemas en cuanto aparezca.
Este
capi es súper importante, porque uno de los rasgos que caracteriza a Bellota es
su amor por el violín, y en cierto modo ya vimos la conexión desde Albania. Y
Aniel…ahh, Aniel es mi hijo más bueno e inocente, cómo me encanta escribir
desde su perspectiva. Y la verdad es que Nanael y Gremory son un caso, aún sigo
preguntándome si ella realmente conseguirá algo (ya sabe que le gusta el café 😏). Albania ya tiene 12 años: qué edad tan encantadora.
»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«
Suuu!! Esta capi me encantooooo! *-* me voy rápidamente al siguiente! Ah así vino su amor por el violín, que bonito! Aniel es tan bonitoooooo, ya dije que quiero uno así?... asdfghjklñ!! Besos Suuuuuu <3
ResponderBorrarLuuuuuuuuuu, carambolaas, me has alcanzado muy rápido!! xDDD este capi me gustó a mí tambiéeeen! y si escuchas Gitans de Varekai, para el final, mutas por completoooo!! aksjdklajslkdjas, esa canción lo es todoooo!!
BorrarHAHAHAHAHA, todos quieren un aniel/alen: aniel se me hace tan tierno...creo q cuando empiece lo que tuvo con albania veremos algo más de alen, aunque en realidad estamos viendo mucho de alen pero como cuando solia tratar a naina *-* akjsdklajskdjas, quieren violentar a mi hijo (nhyna sobre todo xDD)
Gracias por leeermeee, Luuuuu <3 <3 <3