ACTO XI - Acto de contrición
La canción de la que hablaré brevemente en esta ocasión es The Danish Girl, de Alexandre Desplat. Tema principal de la película La chica danesa (de la cual ya hablaré
en algún momento porque se ha convertido en una de mis películas favoritas).
Sé que muchos asociarán el tema a la película, pero lo increíble de la
música es que cuando la separas del producto audiovisual sigue funcionando.
Cuando vi La chica danesa juré
buscar el OST porque me pareció maravilloso. Y este tema me resulta sumamente
indicado, porque siento que me transmite todo lo que Albania está sintiendo en
este momento. La música delicada, lenta, triste, pero de ahí “floreciendo”. Me
gusta emplear esa palabra, porque siento que ella, como una de los personajes
principales está teniendo muchísimo cambios que a lo mejor solo algunas
personas notan (Nuna, Aniel, a lo mejor Loi también). Y pongo este tema de los
cambios, ya no solo físicos, sino también emocionales, porque después del
capítulo anterior, creo que los factores claves de la personalidad de Albania
ya empiezan a notarse. No sé si lo sientan como yo lo siento…pero siempre que
escribo desde su perspectiva, y viendo por donde va el asunto ahora, hay un
punto fuertemente marcado, y tiene mucho que ver con lo que descubrió con el vaisiux: que no es humana. Su
“necesidad” de confirmar eso que tanto la agobia, más que por el aspecto
físico…creo que va por el lado interno: después de todo, solo ella ha podido
ver a la “cosa horrible que le habla” desde las sombras.
ACTO XI
DARIO
No podía dejar de mirarla…
La voz de mi padre, la de Mariano Liberia y la de
Alcides Formerio resonaban en medio del extenso estudio. Estaban debatiendo
sobre las futuras obras de construcción para la ciudad, pero yo no podía
apartar la mirada de los ventanales que daban para el jardín, porque mi
principal distracción estaba ahí, afuera, dejándose acariciar por los tenues
rayos del sol.
Bajo la luz brillante de los exteriores, con el viento
soplando sutilmente y cerca de la fuente de agua, estaba ella, Albania Formerio,
sentada sobre el verde animoso del césped mientras Marion Amira la empleaba de modelo
para lo que parecía ser una lección de pintura.
Su institutriz, Bona Montano, se movía de aquí para
allá dando indicaciones, mientras la primera no dejaba de trazar con el carboncillo
sobre el lienzo. Y ella, la musa, reía
divertida cada vez que el pequeño conejo que llevaba en brazos se erguía,
tratando de llegar a su rostro.
— Hemos estado
pensando que la remodelación del consejo municipal… — inició Mariano Liberia.
— ¿Es necesaria esa
remodelación? — oí la voz de Alcides Formerio—. Esos fondos podrían ir
destinados a rubros más sustanciales.
— La fachada es
importante, Alcides. Si nosotros no cuidamos de nuestra imagen, ¿quién lo hará?
— dijo mi padre, pero dejé de oírlo cuando algo de viento sopló y desordenó las
ondas marrones.
Albania
Formerio tiene sonrisa de traviesa princesa, porte de reina, ojos de ensueño,
boca de melocotón, y juro que desde que tiene doce años me trae como un
desquiciado, soñando con ella.
Aún
recuerdo claramente el momento en el que la vi
por primera vez. Es decir, ya había tenido la oportunidad de verla en una
de las reuniones que David Formerio había organizado en su residencia; pero
ella no tendría más de cinco años de edad y yo en ese entonces era un muchacho
de quince años que observaba todo con indiferencia. Solía oír de ella con
frecuencia: la nieta adoptada de Alcides que, burlando cualquier tipo de
pronósticos, había conseguido ganarse un lugar en la familia.
Es
bien sabido que los niños adoptados podrían venir con algún tipo de malos hábitos
de sus familias congéneres; después de todo no se puede pelear contra la
genética: uno nace trayendo sobre sus hombros una herencia social que o bien lo
enaltece o lo subordina frente a los demás (no conozco personalmente al hermano
adoptado de Alcides, Aman Formerio, pero mi padre dice que su comportamiento
dista mucho del apellido que legalmente porta).
Pero
Albania Formerio era una cosa muy aparte, porque a pesar de que todos
ignorábamos el origen de su ascendencia, su sola presencia era la de una
auténtica mujer de clase alta. He visto a chicas de apellidos ilustres
comportarse como deplorables sirvientas a diferencia de ella, que hasta para
reír o corretear (como hacía cuando más pequeña), tenía toda la elegancia que
solo alguien de un auténtico linaje real podría poseer.
Mi
padre solía llevarle obsequios para congraciarse con Alcides (después de todo
es un hombre extremadamente rico y con el que convenía mantener las mejores
relaciones); y en una de esas excursiones a su mansión, me tocó a mí entregar
los dulces de frambuesa que me habían encargado traer en mi viaje a tierras
extranjeras exclusivamente para ella. Ahí fue cuando la vi, con doce años
plantados… La vi y comprendí inmediatamente que yo no tenía por qué seguir
buscando esposa. ¿Por qué debía buscar más? Ya la tenía frente a mis ojos.
Estaba
leyendo apaciblemente, sentada en uno de los cómodos sofás del estudio de su
abuelo. Los ojos seductores se despegaron de las hojas cuando su mayordomo me anunció,
y después la boca de melocotón se torció en una sonrisa encantadora.
»—
Creo que no he tenido la oportunidad de presentártela, Darío: es mi nieta — me
dijo Alcides mientras se arremangaba los brazos de la camisa: al parecer estaba
revisando algo de papeleo—. Albania, él es el hijo menor de Erasmo: Darío
Traugott.
»—
Es un placer, joven Darío — escuché de la pequeña boca; pero reaccioné
demasiado tarde: Alcides ya la había enviado a su habitación. Lo último que vi
fue el vestido perlado perderse por la puerta y las ondas despedirse
coquetamente.
No
escuché absolutamente nada de lo que me dijo Alcides Formerio en esa ocasión,
porque mi mente deambulaba más pendiente de otros asuntos. Sabía que era
adoptada, que su apellido no tenía nada que ver con la sangre que corría por
sus venas. A lo mejor era poco prudente de mi parte fijarme en una niña como
ésa: después de todo no era una Formerio verdadera, y mi apellido y futura
estirpe jamás toleraría a una mujer con costumbres abyectas que difirieran de
las mías.
Pero
no pasó mucho para confirmarme a mí mismo que ella era mejor que cualquier
mujer que había conocido. En las oportunidades que pude visitar la casa de
Alcides, comprobé que tenía la educación de una dama de sociedad, y los gestos
de una mujer de bien. Era lo que cualquier hombre buscaría en una esposa:
instruida, decorosa, honorable; y para ponerle la cereza al pastel, su nombre
portaba un apellido digno de reconocimiento. Mis padres siempre me pidieron
tener buena cabeza para escoger esposa, y cuando les comente que mi principal y
única candidata era la nieta de Alcides Formerio, ambos aplaudieron mi perfecta
elección.
Era
hermosa…muy hermosa. Tan hermosa que
el hombre que consiguiera desposarla sería considerado el más afortunado de la
ciudad, del país, del mundo entero. Santo Cielo, si yo pudiera ser ese hombre…
A
veces me imaginaba ingresando con ella de mi brazo a todos los eventos sociales
a los que mi familia solía acudir: no es nada inusual que los matrimonios
concertados se den en nuestros círculos más cercanos; y tampoco es nada inusual
que la mayoría de hombres tengan que soportar a muchachas feas y sin gracia
alguna como consortes solo porque sus padres lo crean conveniente.
Albania
Formerio era de esas mujeres que rara vez encontrabas: de buen apellido, buenos
modales y además de eso era enteramente bella, la musa codiciada. Estaba
preparado para casarme con cualquier muchacha fofa mientras su apellido no
denigrara al mío, pero con la princesa Formerio las cosas eran diferentes. Ella
era el premio mayor, el trofeo de oro, la mujer que cualquier hombre querría
llevar al altar. Cuando se supo de su secuestro, varias de las familias más
importantes acudieron prontamente para ayudar en su búsqueda. Y los días
siguientes empezó a recibir miles de visitas, todos dispuestos a preguntar devotamente
si ya se sentía mejor después de la horrible experiencia vivida.
Aunque
su desaparición hubiese durado poco menos de tres horas, el suceso la dotó de
una especie de fama de “doncella esperando ser rescatada”. A partir de ese
suceso, Albania Formerio reafirmó su sobrenombre: todos sabían de la nieta de
Alcides, la niña de sus ojos, la princesa
Formerio.
En
ese momento comprendí que tendría muchos rivales con los que batallar; porque
muchos empezaron a verla como yo la veía: la candidata ideal, la esposa
perfecta.
Y
cuántas veces ya se lo había propuesto…
Bueno,
no directamente a ella pero sí a su abuelo. Desde que tiene doce mi padre ha
tratado de arreglar algún tipo de relación entre nosotros, pero el desdichado
de Alcides se negaba rotundamente. Y cuando se lo propusimos formalmente,
aludió que ella misma había tomado la decisión de no tomar en cuenta ninguna
propuesta de matrimonio hasta que cumpla, por lo menos, dieciocho años. En
otras circunstancias habría ejercido más presión (después de todo, una mujer
que no se casa prontamente se marchita y sus candidatos a esposo podrían
desanimarse); pero con ella el asunto era diferente porque yo no era el único
en la fila: éramos muchísimos, vaya que sí, pero solo cinco más a parte de mí
se habían atrevido a solicitar la mano para recibir la misma anterior
respuesta.
La
última vez que mi padre le habló a Alcides Formerio sobre mis planes de boda
con su nieta, fue hace cinco meses más o menos. Y después de obtener esa
respuesta preferí desistir en lo que pasaba el tiempo, porque tampoco quería
aburrirla con mis persistentes insistencias.
Podría
esperar…claro que sí. Después de todo, ella parece ponerse aún más hermosa cada
vez que pasan los años. Recuerdo que cuando tenía trece poseía la hermosa
figura de una pequeña hada: delicada, engreída y con ojos de ensueño. Deseé con
todas mis fuerzas casarme con ella para enseñarle tantas cosas… pero Alcides
Formerio nuevamente puso demasiados peros de por medio: “es pequeña, no está
lista, aún juega con muñecas”. Habían mujeres que habían hecho sus votos a esa
edad: mi propia madre se casó a los quince años; pero ni con esos argumentos
dio su brazo a torcer. Maldito viejo, a lo mejor lo único que quiere es
asegurarse de no quedarse solo. ¡Y eso sería tan cruel de su parte! Obligar a
su nieta a permanecer a su lado solo porque le teme a la soledad no sería muy
justo; después de todo ella merecía gozar de los placeres que les proporciona a
todas las mujeres el matrimonio.
Tal
vez suene extraño, pero aún tengo de manera muy vívida su imagen en mis
memorias: con los cabellos verdes y rosas cayendo junto al semblante repleto de
inocencia solo quebrado por la sonrisa ligeramente presuntuosa: un aura de
maliciosa ingenuidad. Estaba preciosa con ese disfraz de hada, tan
despampanante que todos los chiquillos que habían sido invitados se quedaron
prendados de ella. Recordé bruscamente las palabras que mi padre solía repetir:
“esto es un secreto entre hombres, hijo
mío. Cuando uno se casa, adquiere un valioso tesoro: una frágil y abnegada esposa.
No voy a mentirte diciéndote que todos los hombres se casan enamorados; pero lo
que sí voy a decirte es que mientras escojas a una que esté a tu altura no
tienes de qué preocuparte. Es más, si no te resulta atractiva mejor aún, porque
a una mujer de casa no puedes vulnerarla: tocarla ya de por sí implica cierta injuria
contra su persona. Si tu esposa no te despierta esos “apetitos comunes entre
nosotros, los hombres” (recuerdo claramente la risa socarrona), ¡será aún mejor! A ella la respetarás como
se lo merece, y ya si deseas tirarte alguna canita al aire, pues puedes buscar
a alguna a la que sí puedas hacerle todo lo que a veces a uno se le antoja”.
Nunca
olvidé sus palabras: me las dijo a los diecisiete años. Y ahora que lo pienso,
en cierto modo tiene razón. Una buena esposa no es cualquier mujer, así que
había que tratarla con el respeto merecido; pensar en ella de manera lujuriosa
podría considerarse hasta ofensivo. Recuerdo que papá solía repetir que nunca
se atrevería a tocar a mi madre fuera de los límites convencionales; ella era tal
santuario de pureza que la idea de satisfacer cualquier tipo de deseo
desenfrenado con su persona era inadmisible. No, a una esposa no se le hace
eso: para eso estaban las putas.
Lo
único dificultoso en mi caso era que si yo llegaba a desposar a la princesa
Formerio…
Ni
siquiera sé cómo exponerlo en palabras sencillas. La vez que la vi bajar con
ese vestido de hada lo sentí, sentí que quería desposarla a como dé lugar; y no
precisamente por la ceremonia nupcial o la unión de familias.
Quería
casarme con ella para desflorarla antes que ninguno. Los labios de fresa, los
hombros descubiertos... Debía respetarla si quería que fuera mi esposa pero no
dejaba de soñar con ella; y cuando cumplió catorce, cuando cumplió quince…los
sueños se intensificaron: no me cansaba de imaginar el cuerpo desnudo, de
imaginar los murmullos, la respiración entrecortada. El capullo suave e intacto
siendo invadido y explorado.
Si
llegara a casarme con ella, le diría adiós por completo a los burdeles porque
tendría a la mujer perfecta en mi lecho. El asunto es que no estoy seguro de si
el querer con tantas ansias desvirgarla sea prudente tomando en cuenta que es
una mujer respetabl...
— ¡Darío!
— ¿Padre?
— Santo Dios, ¿en
qué piensas tanto? Ya es hora de irnos. — Parpadeé, algo avergonzado por mi
comportamiento distante en medio de la reunión—. Por cierto, ¿asistirán al
brindis después de lo de Carmen?
— ¿Hablas del cóctel
después de la presentación de Carmen? — preguntó Mariano Liberia. Mi padre
asintió: la verdad yo detesto toda esa onda “artística” que dicen encontrar en
el ballet, la ópera o la música. Tolero que la princesa Formerio toque el
violín, pero de casarnos tendrá que ocuparse de otros asuntos domésticos y en
el mejor de los casos tal vez termine dejándolo—. Sí, claro que sí. Mi esposa
es ferviente admiradora de la compañía de ballet que se está presentando, y
como los chicos están de vacaciones Luca y Naum vendrán con nosotros. Tú
también asistirás, ¿verdad, Alcides?
Formerio elevó la mirada de los papeles y parpadeó,
nervioso:
—
Ehh…no… Aún no lo
sé.
—
Lo más probable es
que nosotros sí acudamos. Mi esposa se vuelve loca con todo el asunto de la
ópera. — ¿Pero qué cosas está diciendo mi
padre? ¡Mi madre detesta salir de casa!—. Y Darío disfruta muchísimo de las
puestas en escena que los artistas realizan…
Traté de no verme muy incrédulo porque todo lo que mi
padre estaba diciendo sonaba completamente incoherente. Prefería la cacería,
sin dudarlo ni un ápice, a sentarme a contemplar a un par de ridículos bailarines
ataviados en mallas y tutús.
—
Padre, ¿qué
rayos…? — susurré después de despedirnos de Alcides Formerio.
—
Shh, te lo diré
después — me dijo del mismo modo.
Mariano Liberia dio un respetuoso cabeceo en nuestra
dirección y salió presuroso por el pasillo, rumbo a su coche.
El mayordomo nos acompañó hasta la entrada principal,
y justo cuando nos abrió la puerta…
—
¡Ah, Sorel!
El
hada, la musa, apareció como
invocada. Parecía que había rodeado la mansión, desde la parte del jardín
posterior, y planeaba ingresar por la puerta principal. Traía las mejillas arreboladas
y el pecho le subía y le bajaba por la rapidez con la que había venido.
El
conejo blanco con manchas grises y sin una pata posterior, olisqueaba a su
alrededor con la maldita nariz pegada sobre el inicio de su seno derecho.
Estúpido animalejo...
Traté
de detener cualquier tipo de violentos pensamientos cuando la noté tan agitada,
exhausta.
—
Señorita Albania,
¿otra vez haciendo corretear a Nuna? — la reprendió el desdichado anciano y me
trajo de vuelta al presente. El tono fue bromista (cualquier otro hubiera
merecido un bofetón, mínimo), pero bastó para enfurecerme. ¡Qué se creía! Podía
ser el mayordomo principal, sí, pero su condición de servidumbre en la casa le
prohibía hablarle con semejante cercanía.
Iba a poner orden en todo este asunto, pero la oí reír
muy animada:
—
No se lo digas,
¿sí, Sorel? — le respondió con complicidad y después se dio cuenta de nuestras
presencias—. ¡Oh, señor Erasmo, joven Darío! ¡Muy buenas tardes, disculpen la
intromisión!
Quise
decir algo más pero después de una rápida reverencia, de manera muy respetuosa,
se perdió por uno de los pasillos rumbo al estudio de su abuelo, riendo y con
la hermosa trenza bamboleándose de un lado a otro.
Me
quedé hipnotizado, casi como siempre sucedía hasta cuando la veía de lejos.
—
Muchas gracias,
Sorel. Adiós — oí de mi padre.
—
Adiós, señores.
Vayan con cuidado — se despidió cuando ingresamos al coche.
Vi la mansión hacerse cada vez más pequeña a medida
que nos alejábamos. Me desanudé la corbata ante el recuerdo de las mejillas sonrosadas
y el pequeño pecho subiendo y bajando.
—
No sé por qué has
salido repentinamente con eso de que a madre le gusta la ópera y que yo tengo
cierta inclinación por el teatro — resoplé.
—
Hijo, es evidente
que no tienes ni la más mínima idea de cómo conseguir algo cuando lo deseas
tanto. — Lo miré, repleto de confusión—. Alcides ha dicho que no acudirá, pero
si fueras más observador ya te habrías dado cuenta de que no hay evento de esa
naturaleza a la que no asista y con la nieta de su brazo. Además, por ahí
escuché que la esposa de uno de los organizadores le había pedido con muchísimo
esmero que por favor tocara el violín en la velada.
Vaya, eso…eso era algo que evidentemente había pasado
por alto.
Mi padre tiene razón: la princesa Formerio siempre
acude a reuniones de ese tipo. Es de ahí que ha obtenido tantos admiradores que
la observan en secreto, porque ella pocas veces sale de su mansión.
A veces siento que es su abuelo quien la tiene tan
vigilada. Pero para terminar con semejante control ya faltaba poco; cuando nos
casáramos ella podría salir a dónde quisiera (con mi debida compañía y permiso,
claro está); y de paso le aconsejaría que dejara de hablar de manera tan
cercana con los criados. Una dama de su altura no tendría ni por qué sonreírle
al viejo mayordomo.
—
Alcides no ha
querido decir que asistirá porque Mariano Liberia estaba con nosotros. Y bien
sabemos ya que ese necio también quiere a la nieta de Alcides para alguno de
sus mocosos.
Claro,
Naum Liberia había sido ofrecido como candidato; e igual que conmigo, Alcides
se había negado cortésmente aludiendo lo de que su nieta había decidido
considerar las propuestas de matrimonio a partir de los dieciocho años.
—
Mientras tu
presencia en el buffet de Libiak no sea indispensable, vas a tratar de quedarte
aquí, en Lirau, y acudir a cuanto evento artístico sea posible. En unos meses la
niña cumplirá dieciséis, así que esa tontera del Baile de las Luciérnagas será
un buen momento para abordarla de la manera más adecuada. S Esa
noche todos los muchachos ansiosos que sueñan con ella van a hacer lo mismo,
pero…
—
Si yo he tratado
de acercarme más a ella… — lancé, comprendiendo sus planes.
—
¡Exacto! ¡Tendrás
más posibilidades, Darío! — Mi padre lanzó una carcajada que retumbó en las
paredes interiores—. Demonios, si esa chica no fuera la nieta de Alcides ya
hubiera hablado yo mismo con ella para ponerla en su sitio y que se deje de
caprichos. ¡¿Esperar hasta los dieciocho?! ¡Qué clase de ridícula resolución es
ésa! Gracias al Señor no tuve hijas mujeres porque ya les hubiera dado un par
de buenos bofetones si se ponían así de antojadizas.
—
Padre… — advertí.
Me observó con la mandíbula temblándole de la cólera y
después resopló:
—
Sí, sí, voy a
medir mis palabras. Es que… ¡me enfada tanto esta situación! Es como si
tuviéramos que rogarle a Alcides que nos entregue a su nieta, ¡cuando debería
ser al revés! La chica no tiene ni quince años y ya está poniendo condiciones
para todo lo que se le pida.
—
No por nada la
llaman “princesa”, padre.
—
¡Lo que sea!
Una
princesa puede pedir lo que se le antoje, porque a fin de cuentas es dueña y
señora de todo a su alrededor…
…hasta
que conozca al indicado.
El
indicado ya se encargaría de seguir cumpliéndole todos los caprichos, pero con
límites. Porque eso es lo que ella necesitaba, límites.
Que
corretee todo lo que quiera ahora, mientras se mantenga virgen y resguardada de
cualquier hombre yo puedo esperar el tiempo que sea.
Lo
que sea.
¨°*°*°*°¨
ALBANIA
Loi
terminó de contármelo todo y ya no pude más:
— ¡Pero
qué se ha creído la majadera de Anastasia!
— Albania,
vamos. No te he contado todo esto para que termines poniéndote de mal humor.
— ¡¿Qué no
me ponga de mal humor?! — exploté con más fuerza de la necesaria—. Loi, la loca
de Anastasia no ha tenido ni una propuesta de matrimonio, así que no sé con qué
cara viene a decirte algo así. ¡Además, tampoco es como si recibir pedidas de
mano fuera lo único que nos queda por aspirar en la vida! ¡La misma tía Morgana
dice que es como estar en un escaparate, siendo exhibida para que el mejor
“postor” saque la billetera y realice la transacción!
El
horrible pastel de Navidad se había atrevido a decirle a mi Loi que era tan
poco atractiva que solo un ciego podría casarse con ella. ¡Cómo se atreve! ¡Loi
es una de las chicas más guapas que he conocido en mis quince años de vida! Y
sí, a lo mejor es algo tímida y suele hablar muy poco, ¡pero eso no quita que
su cabello negro como una noche sin estrellas, y sus ojos marrones como dos
bombones del mejor chocolate sean los más hermosos que haya visto nunca! ¡Y
sumándole a todo eso, bailaba prodigiosamente! (aunque ésa era una de sus
cualidades menos exhibidas).
¡Anastasia
ni en un millón de años podría llegar a ser como ella!
Además,
si quería ingresar al horrible tema de las pedidas de mano, ¡pues Loi había
tenido ya dos! A diferencia de ella que ni una había conseguido. Nunita me lo
había contado en secreto porque ella solía escuchar ese tipo de cosas de las
nanas de otras chicas.
— Como
quisiera que se atreva a decir algo así cuando yo estoy presente. ¡No tendría
más ganas de seguir siendo un agrio pastel de navidad!
— En el
fondo, Anastasia te considera como su rival — me dijo Loi meditándolo un poco —.
Después de todo, eres una de las chicas que conocemos que ha recibido más de cuatro
pedidas de mano y se ha dado el lujo de rechazarlas todas.
— Pues no
creo que sea la gran cosa. A fin de cuentas, ninguno de “los candidatos” se ha
tomado ni la mínima molestia de acercarse a mí. Deberían proponerle matrimonio
al abuelo, después de todo parece que les importa más su opinión que la mía.
— ¡Pero
qué cosas dices! ¡¿Pedirle la mano al señor Alcides?! — La miré y ambas
rompimos a reír al imaginar el rostro de pocos amigos de mi abuelo.
Nunca le
había prestado demasiada atención a las palabras de la tía Morgana ni a sus
constantes comparaciones del matrimonio con un contrato de negocios; pero
cuando el abuelo me llamó por primera vez a su estudio y me comentó de los
planes del padre de Tomas Gerdau, automáticamente las recordé.
Es
decir, conozco a Tomas pero él nunca se ha acercado a entablar una conversación
conmigo que dure más que un respetuoso saludo. ¿En qué momento se le ocurrió
que podríamos casarnos? Digo, ¡ni siquiera sabe cuáles son mis flores favoritas
o mis libros preferidos!
»— Mi
niña, a lo mejor eso suene muy “romántico”, pero el matrimonio es más que los
romances que nos narran los libros. Mientras el hombre que solicite su mano sea
uno respetable, entonces no hay nada que temer. Para conocerse ya tendrán
tiempo — me había dicho Nunita cuando se lo comenté. Le respondí que yo no era
de esas chicas bobas que solo anhelaban casarse con el “príncipe de sus
sueños”, pero que aun así me parecía muy importante que tanto la “novia como el
novio” ¡por lo menos se conocieran más!
»— “Se
llama atractivo visual”, prima — me dijo Alexia cuando estuvo de visita hace un
par de meses, después de que recibiera mi quinta pedida de mano—. A los hombres
no les interesa saber qué libro te gusta más, o si te gusta pintar o si en
realidad solo lo haces porque una “dama bien educada” sabe hacerlo. — Soltó una
carcajada que la tía Morgana acompañó divertida —. Mientras seas “presumible”,
ellos te considerarán ya como una opción. Y mientras hables menos, mucho mejor.
»—
¿Presumible? — No comprendí el adjetivo.
»—
Querida, los hombres que vengan a solicitar tu mano sin haberte conocido
personalmente tienen un punto en común: te encuentran hermosa, “bella”, pero de
la misma forma en la que yo puedo encontrar valiosa cualquiera de mis pulseras.
— La tía Morgana abrió el cofre mediano que tenía en la cómoda y revolvió las
joyas que estaban dentro —. ¿Por qué compras algo, princesa?
»—Pues…porque
me gusta o lo encuentro bonito — respondí confundida porque ésa era la
respuesta más lógica.
»—
Exacto.
»—
Entonces… ¿es como…si buscaran…comprarme?
»—
No has podido decirlo mejor— añadió Alexia. Parpadeé, sin comprender—. He
recibido más de quince pedidas de mano y te juro que de todas ellas, habré
conocido personalmente solo a tres o cuatro pretendientes a lo mucho. Y a lo
mejor me equivoque, pero puedo apostar que solo me querían para exhibirme
frente a sus colegas. O en el peor de los casos, solo por el apellido de mis
padres; sobre todo por el de mi madre — indicó con burla—. La palabra Formerio
ya se vende por sí sola, Alby.
»—
Pero a Iago, el hermano de Loi, lo conocías — puntualicé.
»—
Sí, pero Iago Amira era el hombre que mi madre deseaba a toda costa como yerno
— me respondió Alexia mientras mordía una de las fresas con chocolate que
siempre pedía que le trajeran a la habitación—. Y justamente eso lo convertía
en el último hombre sobre la Tierra con el que podría haber tenido algo.
»—
Iago es amable… — comenté dubitativa.
»—
No voy a negarte eso; simplemente digamos que no era mi tipo — me respondió muy
suelta de huesos.
Alexia
hablaba siempre así, como si volara en vez de caminar. Completamente dueña y
señora de sus decisiones y las consecuencias que acarreaban éstas.
Me
miró y soltó una pequeña carcajada, para después añadir: “sino mira a la tía
Morgana”.
»—
Yo conocí a Vincent dos meses antes de nuestra boda — me respondió como si
hablara del clima, y en ese momento comprendí por qué siempre había un tono
distante en ella cada vez que se mencionaba al tío Vincent: nunca lo quiso.
¿Entonces
por qué se casaron?
“Negocios”,
resumió tranquilamente.
»—
Pero es que… ¡es decir! ¿Cómo planeas pasar la vida entera con alguien a quién
no conoces?
»—
La respuesta que vas a obtener siempre que preguntes eso, estará en la misma
pregunta, princesa — me respondió la tía Morgana y Alexia soltó una carcajada y
añadió “triste, pero cierto”.
En
ese momento no entendí de qué se reían, pero cuando le pregunté a Nuna a
propósito de ello, me respondió muy campante que una “tenía la vida entera”
para conocer a su marido.
Sí,
tal y como me lo dijeron: “la vida entera” ingresaba tanto en la pregunta como
en la respuesta.
Entonces…
¿una debía casarse “a la deriva”, por decirlo de algún modo? ¿Con los ojos
vendados y esperando romper esa ceguera con el paso de los años? ¿Y qué tal si
en el proceso comprendes que él no te gusta nada, que tiene actitudes que nunca
vas a tolerar? ¿Y qué si descubres que siempre quisiste casarte con otro?
¡No
lo entiendo! ¡Nunca voy a entenderlo, y qué bueno que el abuelo haya decidido
apoyarme en mi decisión de no considerar ninguna propuesta de matrimonio hasta
por lo menos los dieciocho porque no quería andar pensando en si iba compartir
mi vida con un hombre o no! Porque si me preguntaran, yo diría
“románticamente”, como suele repetir Nuna, que quería casarme por amor y no
solo por lo que “me convenía”, como solía aconsejarme siempre que hablábamos de
ello. Diría que querría a una persona que me conociera y supiera exactamente
como era yo, con todos los pesares y dudas que me agobiaban; con todas las
cosas extrañas que giraban a mi alrededor y que no podía comentarle al resto.
Quería a una persona que estuviera dispuesta a ver más allá del contenedor
físico, porque desde que cumplí trece años…yo ya tengo plena conciencia de que disto
mucho de ser un humano completo.
No
soy como cualquier chica de quince años, porque por dentro algo horroroso
habitaba a sus anchas y a veces asomaba la perversa sonrisa en medio de sueños
que terminaban conmigo despertando aturdida, preguntándome por qué los muebles
estaban volcados, porque traía rasguños en los brazos, y qué cosa habría hecho
ahora en medio de esa especie de trance en la que caía repentinamente. Y era
por todo ese camino repleto de sombras y turbaciones, que quería a alguien que
se acercara a mí y me conociera más a fondo; y no simplemente hablara con mi
abuelo para “negociar” un matrimonio.
Además
no sería justo…no sería nada justo aceptar desposarme con alguien, sin decirle
la verdad sobre mi condición. Sería como entregar un libro con una cubierta…con
un contenido completamente distinto.
Y
si me dieran a escoger, a lo mejor… a lo mejor nos ahorraríamos el ajetreo de
analizar propuestas; porque a veces sentía que yo ya tenía al candidato ideal,
a la opción perfecta, al hombre soñado…
…así él no lo supiera.
— ¿Albania?
— Parpadeé bruscamente y me encontré con los ojos marrones de Loi que me
observaban, curiosos—. ¿Qué pasa? Te quedaste muda y observando la nada.
— ¡Es
que…! ¡Estaba pensando cuánto odio a ese horrible pastel de Navidad! — repuse y
caminé alrededor de la habitación a ver si lo calientes que sentía las mejillas
se disipaba un poco —. ¡Loi, por lo que más quieras! ¡No dejes que sus palabras
te afecten!
Me miró
fijamente, y después rompió a reír:
— Albania,
tú sabes que pienso exactamente igual que tú; y aunque mi abuela insista en que
a la tercera pedida de mano yo ya debería dar el sí, igual no quiero hacerlo
aún. — Torció el gesto y el rostro se le descompuso, tal y como a mí me pasaba
cada vez que hablábamos del tema—. No…no me siento preparada para llevar las
riendas de un hogar y mucho menos para dejar a papá.
Resoplé,
agotada, cuando recordé las palabras de la señorita Bona. Hace años que Corín,
Loi y yo llevamos las clases juntas, y como la primera pedida de mano la recibí
yo, ella preparó una tarde completa para una “supuesta charla” de lo que
significaba ser una buena esposa.
»—
Hacerse cargo del nuevo hogar será parte de sus nuevas labores, señoritas —
dijo y sentí que el cuerpo se me escarapeló porque la señorita Bona hacía
énfasis en sus palabras cada vez que me observaba—. Serán las dueñas totales de
sus futuras casas y, por ende, deberán poner en orden todos los asuntos
domésticos. Evidentemente no estoy dando a entender que tendrán que fregar la
ropa o hacer la comida. — Corín soltó un suspiro, sumamente aliviada—. Pero sí
tendrán que administrar a toda la comitiva de sirvientes de la que dispongan
para que todo en casa marche de maravillas.
Sentí
que la habitación empezaba a hacerse más y más extensa cada vez que la señorita
Montano añadía más cosas: organizar bailes, acudir a las tertulias de las damas
de la beneficencia, ofrecer tardes de té para conocer a otras esposas jóvenes.
Habló también de cómo nuestro deber era el de ser el apoyo de nuestro futuro
esposo, y que los niños vendrían pronto y para darnos cuenta los días de
correteos innecesarios y pensamientos infantiles se perderían. Tragué despacio
cuando la idea de abandonar al abuelo iba tomando forma en medio de todos los
consejos que escuchaba sobre “nueva casa, nuevos aires…nueva vida”.
»— Nuna…
— recuerdo que balbuceé sin proponérmelo.
Corín,
Loi y la misma señorita Montano voltearon a verme.
»— Nuna
podría acompañarte, querida. Después de todo, varias damas optan por llevar a
sus nanas a sus nuevas casas.
»— Nuna…
Nunita — repetí, y la verdad es que no ubico bien qué pasó, porque para darme
cuenta yo ya estaba corriendo rumbo a mi habitación, completamente espantada.
Reaccioné
cuando conseguí ubicarla: estaba ahí, cerrando mi guardarropa.
»— ¿Niña
Albania?
»— No quiero
casarme con Tomas Gerdau — aseguré algo turbada—. ¡No voy a casarme con él ni
con nadie, Nunita!
»—
¿Niña? ¿Pero por qué está diciendo estas cosas?
»— ¡No
lo haré! ¡No lo haré!
No bajé
de mi alcoba ni para despedirme de Loi cuando vinieron por ella. Pensé que todo
ya había acabado cuando vi el coche de Corín alejarse por el sendero; pero
llamaron a la puerta, y si pensé que la charla de la tarde fue algo horrendo,
la que inició en ese momento fue peor.
Observé
a todos lados, angustiadísima: gracias al cielo Aniel no estaba por ningún
lado, Nanael tampoco. Desde que cumplí catorce pasaban el menor tiempo posible
en mi habitación; según Gremory “porque ya era una señorita y necesitaba
espacio para mí misma”.
La
señorita Bona seguía hablando, y como el tema empezó a tornarse sumamente
vergonzoso, susurré un salmo de silencio extremadamente discreto para que nadie
fuera de la habitación escuchara nada, ni siquiera ellos. Nanael jura que soy
pésima en las lecciones de salmos y gozos, pero aunque él no lo sepa, la verdad
es que soy bastante buena.
»—
Escucha, Albania — continuó la señorita Bona. Observé a todos lados, temiendo
que pudieran aparecer y se preguntaran por qué no se oía nada alrededor—. Sé que
a lo mejor el asunto te ha impresionado un poco, pero la verdad es que es una
situación de lo más común. Toda mujer debe casarse.
»— Usted
no lo ha hecho — respondí automáticamente. Nunita al lado abrió los ojos,
exaltada—. Mi prima Alexia tampoco lo ha hecho.
»— La
situación es completamente diferente, Albania — me respondió carraspeando un
poco—. Tú estás siendo educada de la mejor manera para ser entregada a un buen
hombre.
»— No
soy un paquete — respondí tensísima. No me gustaba como sonaba “para ser entregada”.
»— Es
una forma figurativa para hablar de la futura transición por la que pasarás. De
manos de tu abuelo, pasarás a las de tu futuro esposo: él se encargará de velar
por tu bienestar y protección…
»— Yo
puedo cuidarme sola, y bastante bien — añadí al instante. La cosa horrible,
dentro de mí, asintió.
La
señorita Bona resopló, empezando a enfadarse:
»— Albania,
querida, escucha, creo que no estás comprendiendo el asunto. Si la familia
Gerdau ha mostrado interés en ti como futura esposa del menor de sus hijos, es
porque eres una señorita respetable y ejemplar. No tienes por qué mostrarte tan
a la defensiva, ¡al contrario!, deberías estar saltando de alegría.
Intenté
por todos los medios de posponer la charla, pero a medida que avanzaba poco a
poco la garganta empezó a secárseme. La señorita Bona dijo que los temas que
estaba tocando conmigo solo les correspondían a las señoritas a punto de
desposarse, para evitar futuros sobresaltos y malinterpretaciones, y por eso
había optado por esperar que Loi y Corín se retiraran a sus casas.
Escuché
exaltada las palabras saliendo cuidadosamente. Nunita me sobaba el dorso de la
mano, como dándome apoyo, pero en ese momento yo no podía hacer más que abrir
los ojos, preguntándome incesantemente de qué cosas estaban hablándome ¡y por
qué era la primera vez que tocaban algo tan delicado conmigo!
Cuando comprendí
el significado de “desflorar”, sentí que el rostro me ardió muchísimo. Volteé a
todos lados, rogándole a todos los cielos que ni Nanael ni muchos menos Aniel
aparecieran en ese momento.
»— Es
normal que duela, querida; pero mientras más pronto mejor. Y tal vez suene algo
violento, tomando en cuenta que es la primera vez que oyes de esto, pero si
quedas embarazada prontamente, menos serán las veces que se repita.
Eso fue
más de lo que pude tolerar. Traté de evadir la imagen, pero lo único que venía
a mi mente era un hombre desnudo tratando de acercarse a mí y, evidentemente,
¡me dio muchísima vergüenza el solo imaginarlo!
»—
Señorita Bona, realmente me apena muchísimo decirle esto, pero está perdiendo
su tiempo con toda esta charla — repliqué bruscamente—. ¡No-me-casaré-con-Tomas-Gerdau!
¡No lo haré! ¡No lo haré!
»—
Albania, escucha…
»— Niña
Albania...
»— ¡No!
¡No y no! — chillé y salí de mi habitación. Nunca le había hecho semejante
desplante ni a Nunita ni a la señorita Montano, pero estaba profundamente abochornada
y además de eso enfadadísima, ¡porque yo nunca iba a casarme con Tomas Gerdau y
muchos menos dejarlo tocarme cuando ni siquiera me había dirigido la palabra!
Bajé y
me encontré a Godón saltando animosamente por el pasillo. Siempre lo llevaba
conmigo, así que cuando salí corriendo rumbo a mi habitación lo había dejado
olvidado en la sala.
Lo tomé
entre mis brazos y sentí su suave nariz presionando contra mi pecho. Sus
profundos ojitos oscuros me observaron como diciendo “¿qué sucede?”, y entonces
se me escapó un suspiro tan prolongado que sentí como si la vida se me hubiese
ido en él.
»—
¿Albania? — oí repentinamente, y se sintió como un fresco soplido en medio del
desierto. Giré y me encontré a Aniel observándome preocupado—. ¿Estás bien?
Llegamos a tu habitación y había un cántico de silencio alrededor.
Los ojos
miel me acongojaron muchísimo, porque a lo mejor estaba mal, pero en ese
momento tuve unas ganas irrefrenables de pedirle que se materializara y solo me
abrazara.
»—
Solo…estaba practicando un poco — me excusé.
»— No me
mientas — me dijo y no sé si fue por lo último, pero me conmovió muchísimo que
se diera cuenta de que no me encontraba en las mejores condiciones y sin que le
dijera nada—. ¿Ha sucedido algo? ¿La familia del muchacho que ha venido a
hablar con tu abuelo dijo algo que te haya incomodado?
Traté de
verme lo más serena posible, pero solo conseguí morderme los labios con fuerza
porque me entraron unos enormes deseos de llorar. Conseguí balbucear algo de
que no me sentía muy bien, y para cuando me di cuenta se materializó, me tomó
por la muñeca, y aparecimos en el saloncito en el que solía practicar con el
profesor Holmes. Como era el ambiente en el que me dedicaba a ensayar solo
estaba el piano, algunos atriles, mi diván con las miles de partituras que ya
tenía hasta ahora y el violín color verde agua que había dejado ayer aquí.
»—
¿Aniel?
Lo vi
muy concentrado, cerrando las cortinas que daban para el jardín y movilizándose
rápidamente para cerrar las puertas. Oí que susurró algo que me sonó a un gozo
de sonido, y para cuando me di cuenta la estancia se llenó con la voz de mi
violín, porque era una de las canciones que había compuesto hace mucho. La
única diferencia era que yo no lo estaba tocando y el violín, por otro lado,
estaba estático en su sitio.
La
melodía que sonaba alrededor literalmente provenía de la nada.
»—
Podemos charlar aquí mientras todos en casa creen que estás ensayando. No suena
ni la mitad de bien de lo que suena en tus manos, pero no se me ocurrió otra
manera — me respondió, se puso frente a mí y la sonrisa amable me estremeció.
»—
Aniel… este salmo de sonido…
»— Tiene
un emblema de recuerdo y memoria — me respondió de lo más tranquilo—. Es por
eso que te digo que no suena ni la mitad de bien que la versión original. La
melodía que estás escuchando es solo la pieza que yo creo haber memorizado de
las veces que te he escuchado interpretarla.
¿Que no
sonaba ni la mitad de bien? ¡Pero si sonaba inclusive mejor! Habían puentes que
yo ni recordaba haber tocado, lo que significaba…¿que Aniel me oía así cuando
tocaba para él? ¿Así de perfecta?
El
corazón se me abrumó intempestivamente. Tal vez no fue el mejor movimiento,
pero terminé lanzándome sobre su cuerpo, completamente trastocada. Lo oí reír
bajito, con una de sus manos palmeándome el cabello, y la cómoda sensación
cálida que desprendía su pecho.
»— Creo
que Godón no está muy a gusto — me dijo en tono juguetón. Bajé la mirada, y
comprobé que el pobre estaba prácticamente aplastado entre mi pecho y el pecho
de Aniel.
»— ¡Ay,
no! — Retrocedí, algo abochornada por mi reacción. La sonrisa se le hizo
divertida, y entonces yo ya no pude más.
Lo tomé por
la mano, me observó con curiosidad, y después cerré los ojos con fuerza.
Vámonos…
¡SPLASH!
Bajé la
mirada y para mi horror comprobé que había conseguido mi cometido de
transportarnos a Izhi para que charláramos más a gusto; pero como siempre desde
que me enseñaron a hacerlo, terminé sumergida en el arroyo hasta las rodillas.
Y claro,
como Aniel estaba a mi lado y planeé traerlo conmigo, evidentemente también
había terminado empapado.
»— ¡¿Por
qué me resulta tan difícil si es de lo más sencillo que Nanael me ha enseñado?!
— resoplé agotada. Estaba tanteando las probables fallas al momento de
concentración, cuando oí un breve carraspeo que poco a poco se transformó en
carcajadas.
Giré,
algo ofendida, y me lo encontré riéndose muy a gusto.
»— ¡No
es gracioso! — proferí tratando de no sucumbir ante la boca animosa y las ojos
repletos de buen humor —. ¡Aniel!
Me lanzó
una mirada juguetona y después me quitó a Godón de las manos.
»— El
agua lo está poniendo un poco nervioso — me dijo y se acercó lo suficiente a la
orilla como para depositarlo sobre la hierba. Las orejas se le pusieron en
punta, y casi pude escuchar un tímido “gracias” de su parte. Aniel volteó a
verme —: ¿Planeas quedarte ahí?
Lo miré,
indignada por el tonito burlón, y cuando traté de avanzar lo más rápido posible
para darle un buen manotazo por descortés, oí claramente la voz de Drol Yaccu
pidiéndome que fuera más lento pero fue demasiado tarde; el condenado vestido
pesaba muchísimo y más aún con las enaguas que llevaba debajo.
Solté un
gritito y al instante todo el cuerpo se me empapó porque tropecé…
¡SPLASH!
…y
terminé sentada, prácticamente con el arroyo atravesándome hasta buena parte de
la cintura.
Y eso
fue todo, porque el muy tonto empezó a reír con muchísima más fuerza.
»— Sí, sí, ríete todo lo que quieras — bufé.
Condenado
vestido, ¡por qué pesas tanto!
»— No es
mi culpa que pongas gestos tan graciosos cuando andas malhumorada — me dijo
acercándose: el ceño se me frunció aún más. Me extendió la mano —: Ven aquí.
»— Te
has vuelto tan pesado conmigo desde que cumplí catorce años… — Acepté su ayuda
porque sino no habría forma de ponerme en pie—. Podrías haber impedido que
cayera, como cuando era pequeña, ¡pero nooo! El señorito prefirió ver el
espectáculo y ahogarse de la risa, ¿no?
Lo que le
estaba reclamando era completamente cierto, porque Aniel seguía siendo mi mejor
defensor en algunas ocasiones (por ejemplo cuando Nanael me soltaba miles de
reprimendas a propósito de cualquier cosa), pero para otros asuntos se había
convertido en un completo burlón. Se reía de mí y no dejaba de emplear un tonito
bromista que quién sabe cuándo aprendió.
Gremory
solía decir que era por el tiempo que había pasado en este mundo. “Es normal
que después de tanto tiempo aquí, uno aprenda a bromear como humano”.
»— No es
bueno ser excesivamente protector — me respondió, cerró los ojos y aparecimos
en la orilla, junto a Godón que saltaba de aquí para allá, olisqueando todo a
su alrededor—. Solo estoy dejando que vayas por la vida como cualquier chica de
tu edad.
»— Te
prefería cuando era más cuidadoso conmigo; ahora siento que me tratas como si
fuera cualquier persona.
»— Pues
no haría esto por “cualquier persona” — rebatió con suficiencia y puso una mano
sobre mi cabeza. Sentí el suave soplido alrededor y segundos más tarde estuve
completamente seca, sin ningún rastro de haber pasado por el arroyo—. ¿Ya estás
mejor?
Lo miré,
fingiendo algo de indiferencia, pero cuando se inclinó y me miró directamente a
los ojos perdí por completo.
»— Y…¿vas
a decirme qué te puso tan afligida?
Solté un
suspiro y me senté sobre la hierba, recostada sobre el árbol que sujetaba el
columpio de Joan.
»—
Comprendo si no quieres hablar — añadió amablemente y solo se sentó junto a mí.
Oí el
arroyo cantando suavemente, las hojas de los árboles susurrando quedadamente.
Por una milésima de segundo la cosa horrenda me sonrió desde adentro.
¿Cómo casarme con alguien que
no la conoce?
Elevé la
mirada y me encontré con el cielo estrellado. Fue inevitable, no pude hacer
nada con mi mente, porque ya había volado dos años atrás, cuando en este mismo
prado, frente a este mismo columpio, me atreví a besar a Aniel por tercera vez
(así él ignorara una de esas veces).
Sentí un
intenso calor expandiéndose por mi cuello hasta llegar a mis mejillas.
Entrelacé los dedos con nerviosismo, tratando de pedirme a mí misma no verme
muy aturdida; porque si él había decidido no tocar aquel tema nunca más, yo no
tenía el valor para hacer lo contrario.
Sentí un
apretón en el pecho como siempre: nunca
hablamos de aquel beso. Nunca hubo otro más…
Godón se
acercó a mí, exigiendo que lo tomara en brazos. Verlo me relajó muchísimo,
tanto que terminé acariciándolo sobre mi regazo y recordé la absurda charla que
había tenía hace unos momentos.
»—
¿Albania? — oí de Aniel.
»—
Hoy…tuve una charla extraña.
»—
¿Acerca de tu pedida de mano?
Giré
bruscamente al sentir un tono vagamente alicaído; pero al hacerlo, solo me lo
encontré observando al frente, sonriendo con tranquilidad. Como siempre.
Tranquilidad.
Lo único que encuentro en Aniel con estos temas siempre es tranquilidad.
¿Quieres
algo más, verdad?, la oí, a ella,
a la horrible cosa, y apreté fuertemente los labios, dispuesta a pensar en
otra cosa porque como usualmente me pasaba, empezaba a ponerme extremadamente
nerviosa cuando estábamos solos y tan cerca.
»— La
señorita Montano nos dio una charla sobre lo que significa ser una “buena
esposa” — lancé, y al recordarlo sentí que mi disgusto inicial reapareció.
Aniel me miró curioso, con un atento: te escucho.
Me costó
algo de trabajo iniciar el tema porque habían demasiadas cosas con las que
estaba en completo desacuerdo, pero para cuando lo comprendí ya le había compartido
toda mi postura con respecto a Tomas Gerdau y su pedida de mano.
»— ¿Cómo
lo hacen, Aniel? ¡No lo comprendo! Digo…no estoy muy enterada del tema pero… ¡¿cómo
podrías aceptar vivir con alguien a quien no conoces?!
Solo le
había comentado lo de la charla con Corín y Loi presentes. De ninguna manera
tocaría la charla que después había recibido yo sola. Mucho menos con todo ese
asunto de “noche de bodas” y “embarazo”.
Aniel lo
pensó un tanto, y después suspiró:
»— A lo
mejor suene poco alentador, pero uno nunca termina de conocer a una persona,
Albania. Creer que sabrás todo de otro ser es excesivamente idealista.
»— Ya,
pero si vas a casarte con alguien por lo menos deberías haber cruzado con esa
persona más palabras que solo “buenos días, señorita Formerio”, ¿no te parece?
»—
Bueno, si lo pones así… — aceptó divertido ante mi imitación del saludo de
Tomas, que era para lo único que había escuchado su voz hasta ahora.
»— Sigo
sin comprender por qué la noticia ha animado tanto a la señorita Bona y a
Nunita. Yo…la verdad es que yo hubiera preferido que no me dijeran nada.
»— Eso
sería peor, ¿no lo crees? — me sugirió atentamente.
Elevé
las cejas y entonces lo comprendí:
»—
¡Santo Dios! ¡Enterarme el mismo día de la boda! — exclamé espantada y Aniel
rompió a reír.
»— Es
bueno que toquen estos temas contigo, Albania. Parte de crecer es empezar a
involucrarse en los temas que a uno lo atañen, y no simplemente observar o
hacer berrinches, como se hace de niño — me explicó y comprendí que en cierto
modo tenía razón.
Godón se bajó de mi regazo y se apoyó sobre
una de las piernas de Aniel. Varios solían repetir que mi hermoso conejo
parecía un pequeño perrito esponjoso por su manera tan cercana de ser con las
personas: le gustaba que le acariciaran las orejas y a veces hasta exigía que
lo tomaran en brazos, como un cachorrito. Inclusive no le temía a Maltés,
aunque a lo mejor eso era porque él ya estaba muy, muy viejito y se la pasaba
todo el día reposando bajo la tibieza del sol.
»— Estás
enorme, bola de algodón — oí que le dijo cariñosamente y lo tomó en brazos, riendo
en voz bajita cuando se irguió, pidiendo que lo cargara.
»— Te
juro que no voy a casarme con Tomas Gerdau, Aniel — sentencié de la nada,
porque tenía la urgencia de confirmárselo. Sentí un pequeño temblor en la
columna al comprender lo extraño que debió haberse oído la declaración.
Los ojos
miel voltearon a verme con tranquilidad:
»— Estás
en todo tu derecho de expresar tu negativa frente a una decisión tan importante
— añadió pero no vi ninguna otra reacción—. Podrías comentárselo a tu abuelo,
después de todo él te puso al tanto del asunto para que tuvieras conciencia de
ello, y podría hasta jurar que ha sido para pedir tu opinión al respecto.
Sé que
sonará tonto, pero me hubiera encantado verlo más animado, tal vez hasta
contento por mi resolución. Pero solo me sonrió, y continuó diciendo que yo era
libre de tomar mis decisiones, que el abuelo sabría comprenderlas y me
desordenó el cabello, como solía hacer cuando era más pequeña. Y el movimiento,
por muy delicado que fue, me lastimó; porque a veces…solo a veces…sentía que él seguía viendo a la niña de ocho años que
le pedía que jugara con ella en el prado de flores. Y no era así, claro que no.
Han
habido cambios en mí… ¿por qué no los
nota?
Decidí
no esperar más: estaba decidido. Al momento siguiente ya estaba otra vez en
casa, saliendo de mi salón de ensayos rumbo al estudio del abuelo, y minutos
más tarde subí satisfecha a mi habitación.
Ni
Nunita ni la señorita Bona, por muy horrorizadas que estuvieran, consiguieron
hacerme desistir porque yo estaba muy segura y el abuelo había tomado de buena
manera mi decisión: “si no quieres evaluar propuestas de matrimonio hasta los
dieciocho, no te molestaré más con ello, hija. Eso sí, te mantendré al tanto de
las que lleguen, porque hay varios candidatos, no puedo negártelo, y si decides
cambiar de opinión igual siempre estaré dispuesto a apoyarte en todo lo que
pidas”.
Fue
mejor así, muchísimo mejor; porque cuando llegaron las otras propuestas no me
sentí ni incómoda ni presionada. Nunita no dejaba de hablarme de las familias
que se habían presentado ante el abuelo, pero yo escuchaba solo en silencio.
Al fin y
al cabo ninguna me interesaba.
Lo único
que me traía un poco histérica era el hecho de comprobar que Aniel no tenía
ningún otro tipo de reacción con respecto a todo el asunto de mis pedidas de
mano. Es más, creo que secretamente esperaba que él fuera comprendiendo poco a
poco que si tenía tantos pretendientes debía ser por algo, ¿no?
Pero no,
él nunca mostró ningún tipo de respuesta más allá de la tranquilidad y la comprensión
cuando le hablaba al respecto.
Como si no le importara nad…
— ¡ALBANIA!
— ¡Ayy!
Giré
violentamente y me encontré a Loi observándome confusa:
— Otra vez
te quedaste mirando la nada, ¿qué te pasa? — Parpadeé, algo nerviosa —. Amber
ya me lo había dicho: a veces te quedas mirando las musarañas y suspiras
muchísimo, y que si a ella le preguntaran, hasta diría que estás enamorada.
— ¡¿QUE
QUÉÉÉÉ?! — repliqué coloradísima. Loi elevó una ceja y rompió a reír:
— Es
extraño verte así, después de todo la que suele ruborizarse soy yo.
— ¿Qué
pasa con todo el mundo, eh? Aniel burlándose de mí, ahora tú también, ¡es que
acaso están conspirando en mi contra!
Mi mejor
amiga, antaño tan tímida, ¡ahora se carcajeaba de lo lindo solo porque me veía
un poco abochornada!
— Ya, no
te enfades.
— Pues no
me enfado, pero ya no voy a decirte el plan que estaba ideando para cerrarle la
boca a ese horrible pastel de navidad — jugueteé un tanto y Loi entrecerró la
mirada, divertida.
— La
verdad es que antes me daba miedo cuando decías la palabra “plan”, pero ya
tantos años contigo me han enseñado que así no quiera, igual esa cabeza loca
que tienes nunca va a dejar de idear cosas extrañas.
— No sé si
me estás halagando u ofendiendo, Marion Amira — sentencié fingiendo enfado, y
rompió a reír.
Algo que
me encantaba de la habitación de Loi era que había pedido que acondicionaran
una de las esquinas con varios cojines de terciopelo y una pulcra alfombra,
para que pudiéramos sentarnos en el suelo, sin zapatos, y con una pequeña
mesita cuadrada en medio. Matilde, su nana, le preguntó insistentemente que de
dónde se le vino la idea de semejante espacio, y Loi tuvo que responderle que
de uno de los libros que yo le había prestado.
Si
supiera que es porque el lugar en donde ensaya la mayoría de fines de semana,
en Lavehda, es así, seguro le daba un paro cardiaco.
— ¿Y bien?
— oí de Loi. Fingí no prestarle atención y bebí más del rico jugo de arándanos que
nos habían traído —. ¡Albania!
— Pensé
que de las dos, tú eras las que siempre se negaba a que pusiera en marcha mis
ideas de “venganza” — solté divertida.
— Bueno,
la vez que sugeriste enviarle un ratón a Corín como regalo de cumpleaños fue un
poco extremo, la verdad.
— Tienes
razón — acepté —. Ningún ratón merece ser enviado a sus manos.
— ¡Albania!
— ¡Dijo
que Godón parecía un ratón gigante! No tengo nada en contra de los ratones,
pero si ella realmente quería ver a uno, solo tenía que pedírmelo. Yo se lo
hubiera enviado encantada.
— Ya, ¿y
la vez que te compraste el mismo vestido que Anastasia tanto quería presumir en
la fiesta de Candela Diuca?
— ¡Fue
porque no dejaba de parlotear sobre lo “bonita que se vería”! — respondí muy
segura—. Además, ese día se atrevió a decir que no eras lo suficientemente
guapa para ninguno de sus primos, ¡y eso es completamente falso! ¡Eres
preciosa, Loi! ¡La más hermosa de todas las hermosas del mundo entero!
— Ya sabes
que sus palabras no me afectan como antes.
— Ah, pues
a mí sí me afectan. Si me molestara a mí me daría igual: total, las palabras se
toman de quiénes vienen, y Anastasia Liwen es tan importante para mí como la
luna para el día. ¡Pero siempre se mete contigo, y ya estoy hasta la coronilla
de eso!
Resoplé
disgustada hasta que me di cuenta de que Loi reía en voz bajita.
— ¿Qué
pasa?
— Eres muy
graciosa cuando te enfadas.
— ¡¿Tú
también?!
Si no
era Aniel, ¡¿ahora era Loi?!
— Vamos,
no te enfades porque me da más risa. — La miré indignada y me ofreció un pedazo
más del pastel de fresas que teníamos para picar—. A ver, dime cuál es el “famoso
plan” que se te ha ocurrido esta vez.
Acepté a
regañadientes el platito con más pastel, pero como me miró animada me ganó por
completo:
— Bueno: a
ver, Loi, tú y yo, que conocemos a Anastasia desde que tenemos ocho años más o
menos…
— ¿Sí?
— Dime,
¿qué es lo que no soporta más en el mundo entero?
— Mmm,
pues… — Lo meditó un tanto y después vaciló—: No ser…¿el centro de atención?
— ¡Exacto!
— aprobé segurísima—. Anastasia odia que alguien la opaque, es por eso que me
compré su horrible vestido de lazos aquella vez. No sé qué fascinación tiene
por los lazos pero bueno. — Loi negó con la cabeza, divertida, y me pidió que continuara—.
Así que si tanto anda presumiendo a “su posible prometido abogado” que anda
prendado de ella y es guapísimo, ¡vamos a darle un poco de lo mismo!
— ¿Eh? ¿A
qué te refieres?
En las
últimas semanas Anastasia no ha dejado de hablar del famoso hijo mayor de los
Quimet que parecía estar interesado en ella. No lo conocía pero de tanto que
nos ha hablado de él ya sabía de memoria que tenía unos “preciosos ojos verde jade”,
y que sea cual fuera la prenda que se pusiera, le quedaba estupendamente bien,
según ella.
— Hablo de
que si Anastasia está alardeando taaanto de ese pretendiente que tiene, no
aguantaría que lleváramos a uno muchísimo más interesante, más guapo y que
además de eso, no le haga caso a ella, ¡sino a ti! ¡Podemos aprovechar el
coctel después del ballet de pasado mañana! ¡Es la fecha ideal!
— ¿Qué? — Noté
la sonrisa juguetona que trataba de disimular—. Albania, espera, no te estoy
comprendiendo…
— ¡Además
de eso, también podríamos ejercer cierta “presión” en alguien más! — lancé
suspicazmente. Me miró desconcertada —. Loi, es imposible que Anastasia sepa
que estás interesada en Luca.
— ¡Shhhh!
— protestó observando a todos lados. Me dio muchísima risa que se pusiera así
de nerviosa cuando era obvio que nadie podría escucharnos aquí.
— Bueno,
como te digo, es imposible que lo sepa — reiteré bajando la voz—. Así que si
ella te molesta tanto mencionando a los gemelos debe ser por algo, ¿no? Por
ejemplo, ese comentario que soltó en la fiesta de la hija de los Diuca, eso de
que “no eres lo suficientemente guapa para ellos” tiene que haber tenido un
origen, ¿no te parece?
— Albania,
disculpa pero acabo de perderme — me dijo algo desorientada.
— Ay,
boba. Pues que si Anastasia te molesta tanto con ellos, y no sabe que a ti te…
bueno, “eso” — me contuve cuando ella me hizo “shhh” muy exaltada—. Es evidente
que ella debe saber algo de ellos que te involucra a ti, ¿no crees?
Los ojos
de Loi se abrieron un tanto.
Claro,
¡era obvio! Probablemente los gemelos hablaban de ella en casa. ¿Y eso qué
significaba? ¡Pues que a lo mejor estaban interesados en mi Loi adorada!
O sea,
se notaba a todas luces que Naum era extremadamente amable con ella; pero a lo
mejor Luca…
¡No pude
evitar removerme sobre mi cojín, emocionada!
— ¿Qué
sucede?
— ¡Loi, te
imaginas lo que sucedería si le gustaras a ambos hermanos! — exclamé y se
sonrojó bruscamente—. Una vez Gremory se puso a leer en voz alta una de esas
novelas acarameladas que tanto le gustan, y no dejaba de repetir lo genial que
debe sentirse que peleen por una. ¡¿Te imaginas lo que sería una disputa entre
los gemelos por ver quién obtiene tu atención?!
— Ya… ¡ya
estás diciendo incoherencias otra vez, Albania!
— ¡Claro
que no! — refuté muy convencida; Loi rodó los ojos, tercamente—. Como te decía:
si llevamos a alguien muchísimo más interesante que el famoso abogado de
Anastasia, podría enfurecerla de la ira y además, podríamos ejercer cierta
presión en los gemelos. Se darían cuenta de que hay alguien “muy peligroso”
rondándote, y ¡boom! Decidirían dar un paso más serio. — La observé con una
sonrisita—. Porque no vas a negarme que si Luca Liberia solicita tu mano, le
dirías a tu padre que lo aceptas sin dudarlo, ¿o no?
Loi me
miró profundamente exaltada. No pude evitar reír al verla tan sonrojada y
haciendo enormes esfuerzos por mostrarse indiferente.
— Pe-pero…
¿a quién llevaríamos? — me dijo cambiando de tema bruscamente—. Todos los
chicos que conocemos son los mismos que conoce Anastasia. — Empecé a canturrear
animada, porque yo ya había pensado en eso—. Espero que no vayas a salirme con
lo de Como gustéis, porque eso de disfrazar a una chica de chico solo sucede en
los libros.
— Bueno,
debo admitir que Shakespeare es muy creativo. — Loi me lanzó una mirada de “¡ni
se te ocurra…!”—, pero no. No planeo disfrazarme de algún caballero que trate
de atraer su atención, señorita Amira. La verdad es que creo que me vería
bastante guapo, pero no, no pensaba en eso.
— ¿Entonces?
Me puse
de pie y empecé a juguetear con las cortinas de su ventana. Me encanta saber
que todo lo que he planeado está perfectamente organizado.
— ¿Cómo
llegas a Lavehda todos los fines de semana, Loi querida?
— Pu-pues…
La verdad sigo sin comprenderlo del todo, pero es porque Amber me ayuda a…
bueno, aparecer y desaparecer aquí y allá.
Como
llevamos años con la pequeña mentira sobre las clases de baile de Loi en
Lavehda, Gremory había sugerido que de preferencia Loi la llamara por algún
otro nombre que no resultara algo peligroso en sus labios. Después de todo, Loi
era humana por completo, y por lo que he llegado a comprender después de tanto
tiempo, es que muchísimas cosas que no son comunes en este mundo suelen afectar
a los humanos si están constantemente expuestos a ellas.
La
ayudamos a buscar un nombre falso, y cuando recordamos la piedra que se compró
en Lavehda la primera vez que nos llevó a las dos para allá, decidimos que ése
era el que mejor quedaba con ella.
— ¡Exacto!
— indiqué—. Amber es muy poderosa, Loi, y te apuesto a que va a querer formar
parte de nuestros planes después de que la pongamos al tanto de todo. Solo
habría que preguntarl…
— ¡PERO
POR SUPUESTO QUE SÍ! — oímos al instante y las ventanas se abrieron con
violencia.
Loi y yo
soltamos un grito, tan espantadas, que Matilde se apareció sumamente alarmada. Tuvimos
que decirle que el viento nos había asustado y volvió a dejarnos solas. Cuando
la puerta se cerró, Gremory reapareció y volvió a repetir que por supuesto que
nos ayudaría.
— Amber — inició
Loi, algo apenada—. Es decir… yo nunca he preguntado cómo es que tienes
esa…especie de magia para llevarme a Lavehda sin que nadie lo note. Y sí, yo
entiendo que es mejor no preguntar como me dijeron hace tiempo. — Gremory y yo
asentimos—. Pero…todos estos favores, ¿no te debilitan ni un poco?
Los ojos
de Gremory se abrieron un tanto conmovidos.
— ¡Te
preocupas por mí, pequeña Lo-lo! — Y la abrazó con fuerza, con ese gesto tan de
niña que nos encantaba a Loi y a mí —. ¡Pero tranquila! Transportarte de aquí a
Lavehda y sellar tu habitación para que nadie lo note es casi nada para mí. Y
como las conozco demasiado bien, sé que lo que van a pedirme no pasa de alguna
travesura de niñas, así que ni siquiera tendría que pestañar para ayudarlas.
Solo cuando los favores que me solicitan son extremadamente difíciles es que
invierto muchísima energía, y claro, es ahí cuando también tendría que
cobrarles de “algún modo”.
Recordé
que Gremory le había pedido estrictamente a Loi que nunca se le ocurriera
llamarla por su nombre real y pedirle ver algún tipo de acontecimiento futuro.
No le había dicho exactamente que era una demonio (decía que era bien sabido
que revelarle a un humano la naturaleza de un demonio podría ser perjudicial
tanto emocional como físicamente, después de todo no es común tener tanta
cercanía con ellos), pero sí le había advertido que, por favor, jamás se le
ocurriera pedir algo semejante.
Ahí fue
cuando comprendí mejor el significado de “pacto”.
— Me están
diciendo… — inició Gremory cuando terminamos de ponerla al tanto —…que quieren
que adquiera la forma de un muchacho, y me muestre interesado en la pequeña
Loi, ¿solo para darle una lección a la famosa Anastasia Liwen?
Asentí
fuertemente. Loi, a mi lado, aún estaba algo insegura.
Gremory
frunció los labios, lo pensó tanto que por un momento sentí que no había sido
tan buena idea después de tod…
— ¡¿Pero
por qué solo uno?! — chilló, y automáticamente me puse de pie.
— ¿Entonces
nos ayudarás?
— ¡Pero
por supuesto, preciosa! — exclamó dando un par de saltitos—. Escúchenme, lo que
les dije va en serio, ¿por qué solo un muchacho? Si realmente quieren que le
hierva la sangre a la niña ésa, lo que podrían hacer es llevar por lo menos a dos.
La idea
me pareció de lo más estupenda. Gremory empezó a murmurar que también sería extraño
que nuestro elegido llegara solo, sin ninguna otra figura que lo vinculara a
alguna familia.
— Es
verdad. Se necesitarían más personas para que no se vea tan sospechoso que
llegue solo — expuso Loi algo desanimada—. No sé de dónde podríamos sacar a
tanta gente.
Vaya, si
lo pone así, es cierto. Y si bien Gremory podría crear algunas quimeras con
forma de humanos, evidentemente eso sí requeriría de mayor energía.
— Con tres
bastarían — murmuró para sí misma.
— Aniel
dice que crear quimeras es muy complicado, que es una de tus habilidades más
asombrosas pero que también te quita muchísima energía, y más si son criaturas vivientes—
señalé preocupada. Loi me miró algo confundida pero no dijo nada —. Tres serían
demasiado, Gremory.
— Pero yo
no estoy hablando de quimeras, preciosa.
— ¿Eh? ¿Ah
no?
— ¡Claro
que no! Sé que es una buena opción, pero sí, sería algo complicado tomando en
cuenta que los tres tendrían que ser humanos — aceptó tranquilamente—. Lo que
yo estaba pensando es en usar a tres, contándome a mí. Tendríamos a dos
jovenzuelos muy, ¡muy atractivos! Y yo podría hacerme pasar por su dulce
abuela, o tía, o alguna figura materna que les brinde una imagen de confianza.
Después de todo, van a aparecer en una reunión en la que la mayoría de personas
se conocen, ¿no es así? Y la mayoría de humanos conservadores tienen una rara
afición de sentir confianza por las familias y los apellidos distinguidos.
— Pero…
¿entonces si no son quimeras…?
— Mmm, la verdad
es que tengo un par de colegas que nos ayudarían gustosos. El asunto es que me
preocupa que expongamos a Loi a sus presencias. Después de todo…
Supe al
instante que cuando hablaba de “colegas”, ella se refería a más demonios. Y que
varios demonios ronden a un humano podría resultar algo perjudicial. Después de
todo ellos tenían en la composición de su naturaleza algo que solía
atemorizarlos y más aún si venían en grupo.
Gremory
se quedó un par de minutos charlando consigo misma. Loi y yo tratamos de pensar
en algunos posibles candidatos. La verdad es que Joan tiene amigos que gustosos
accederían a formar parte de nuestros planes, pero lo malo es que la mayoría se
encuentra en Libiak.
— ¡Pero
claro! ¡Cómo no se me ocurrió antes! — oímos de pronto. Gremory dio una
palmada, entusiasmada—. Justo acaba de volver de viaje y estoy muy segura de
que aceptará ayudarnos gustosamente.
Loi nos
observó, perdida. Yo tampoco terminé de comprender:
— Gremory,
¿qué…?
— Preciosa,
¡Seir será uno de nuestros cómplices! — Recordé fugazmente al demonio rubio que
solía ver en Izhi—. Acaba de retornar de viaje pero no hay forma de que se
niegue; este tipo de cosas le gustan demasiado. Además, me debe un par y
suele
estar acostumbrado a estar rodeado de humanos. Ahora sí, el asunto creo que
será más complicado con el otro que tengo en mente; después de todo conseguir
que le permitan acudir con nosotras a lo mejor va a ponerse algo peliagudo.
Ni
siquiera tuve que preguntar a quién se refería con él, porque en ese momento pronunció su nombre…
— ¿Mmm? ¿Gremory,
Albania?
…y automáticamente apareció aquí, frente a
nosotras.
— ¡¿Qué?!
— chillé al comprenderlo.
Gremory
soltó una carcajada. Loi tenía los ojos abiertos de par en par, a lo mejor por
la repentina aparición. Y al lado, con el cabello hermosamente desordenado…
…Aniel nos
observaba, ligeramente desconcertado.
¨°*°*°*°¨
NANAEL
— No.
— ¡Pero
Nanael…! — repuso la niña. Le di la espalda para dar por concluida la
conversación, pero el demonio de ojos celestes y la molestosa de Gremory me
observaron incansablemente.
Por un
momento hasta me sentí como un padre humano negándose a dar un absurdo permiso.
— ¡Es solo
por una noche, Nanael!
— No estoy
hablando contigo, demonio. Además, ya dije que no, y no pienso cambiar de
opinión.
Había
salido a alimentarme y me quedé charlando con Caila unos momentos, ¿y con qué
me encuentro a mi retorno? Con la desatinada idea de querer llevar a mi hermano
de nacimiento, materializado y fingiendo ser un humano, ¡a una reunión repleta
de más humanos!
A veces
siento que Aniel olvida que nuestro deber es vigilar a esa niña, ¡no
entretenerla! ¡Deberíamos estar pensando en temas más importantes que un
absurdo coctel de humanos!
— ¡Nanael,
por favor! — oí de la niña nuevamente. Me puso la mirada dócil pero yo no era tan
fácil de manipular—. ¡Será la única vez que te pida algo semejante! ¡Aniel solo
debe acudir al coctel después del ballet de Carmen y hablar con Loi! ¡Te juro
que vamos a portarnos bien!
— Albania,
estás perdiendo tu tiempo. Ya di mi última palabra. — Trató de decir algo más
pero me apresuré a dejarle en claro el asunto—: Sabes que estoy completamente
en contra de involucrar a la chiquilla humana en todos estos asuntos, y ésta,
sin duda, es una de esas situaciones que JAMÁS se llevarán a cabo si puedo
evitarlo.
Los
labios se le fruncieron, por un momento vislumbré un atisbo de llanto venidero;
pero antes de que se pronunciara los ojos le brillaron de rabia y salió de la
habitación, dando un portazo furibundo.
— Se lo
dije — oí en un murmullo, y entonces comprobé que ahí, apoyado sobre una de las paredes, mi estúpido
hermano de nacimiento contemplaba toda la escena demasiado divertido para mi
gusto.
Iba a
decirle que ya estaba harto de su poca seriedad pero los otros no desistieron:
— ¡Nanael,
vamos, no seas aguafiestas! — me reclamó Gremory.
— Hermano,
no pasará nada. Solo estaremos unas cuantas horas materializados y ahí muere el
asunto — insistió el otro demonio, Seir, que había estado de viaje hace once
meses y seis días y quién sabe por qué motivo ya había retornado.
Por
todos los cielos, ¿acaso no tengo suficiente ya con soportar a Gremory como
para tener a este otro sujeto fastidiando al lado?
— Nanael,
por todas las creaciones, ¡no me arruines el plan! ¡Ya hasta tenía pensado qué
haríamos! Primero los llevaría a una estupenda tienda de moda masculina, ¡para
escoger los mejores trajes, evidentemente! ¡Y después…! — ¿Cómo hace ella para soltar tantos disparates sin cansarse?
— Lo único
que haremos será presentarnos en esa simpática reunión como dos “notables
caballeros”— continuó el otro, sonriente—. Te juro que ni siquiera dejaré que
tome ni una gota de alcohol. Va a perderse del grandioso efecto pero si no
quieres, ¡será debidamente vigilado!
— ¡Lo
ideal iba a ser una chaqueta negra con corbata de seda en tono suave! ¡Para que
combine con sus bonitos ojos miel! — ¿Cómo
demonios un solo ser puede hablar tanto? —. ¡Todas las niñas terminarían
tirándosele encima! ¡Sería la abuela más orgullosa de la vida! ¿Te conté que yo
haría de su abuela?
— Y si
alguna dama le echara el ojo y quisiera llevárselo a algún lugar más íntimo,
prometo fielmente que no lo permitiré. ¡Es más! A lo mejor el que termina
yéndose con ella sea yo, ¡jajajajajajaja! — ¿Qué
cosa le da tanta risa?
— ¡Obviamente
también habría incluido un chaleco! — ¡No
me digas!—. Ceñido al cuerpo para que se pueda admirar lo gallardo de su
postura, los brazos largos y la espalda recta.
— Hasta
puedo jurarte que ni siquiera me molestaré en enseñarle los trucos básicos para
que una dama acceda a entregar sus bondades corporales. — De acuerdo, esto es
demasiado para mí—. ¿Sabes que hay palabras que consiguen cosas “impensables”
si se pronuncian de la manera adecuada?
El
parloteo no cesaba, los oídos me zumbaban. Volteé a ver a Aniel que seguía
sereno, observando todo ligeramente divertido, y empecé a exasperarme.
— ¡Y
claro! El peinado sería una perfecta ocasión para presumir su bonito cabello…
— ¡Si
quieres estará aquí a las doce! Suena a efecto cenicienta, pero si así lo
quier…
— ¡SILENXO! — bramé ofuscado, y el gozo
se expandió a sus anchas y dejó a ese par sin voz alguna. Aniel elevó una ceja
y explotó en un ataque de carcajadas cuando los vio haciendo muecas y gestos a
pesar de su mutismo, todavía insistentes—. Y tú, ¡¿puedo saber por qué sigues
comportándote como un idiota?!
Mi reprimenda
perdió algo de fuerza, porque esos dos abrieron los ojos con exagerado asombro,
y se cubrieron la boca como si hubiera dicho algo extremadamente ofensivo.
Parecían esos artistas que los humanos llaman mimos.
— ¿Hasta
cuándo voy a tener que repetirte que nuestra misión es vigilar a la niña y no
convertirnos en juguetes para ella? —señalé con seriedad—. No sé de dónde has
podido sacar una idea semejante.
— Yo también
acabo de enterarme, Nanael — me respondió de buen humor—. Gremory me puso al
tanto de todo hace apenas unos momentos, en la casa de Loi. — ¡¿Qué cosa?!
— ¡¿En
casa de la chiquilla humana?!
¡Pero es
que acaso estoy pintado cuando digo que no debemos exponernos así ante ella!
La
demonio asintió reiteradas veces. Resoplé, disgustado:
— Maldita
sea, Aniel.
— No te
enfades. Si te opones a que vaya, pues sencillamente no iré— me dijo
tranquilamente, y ahí lo comprobé.
Aniel
había accedido a que se me platicara del tema no porque el plan le pareciera interesante a él. Lo estaba haciendo por ella…porque como siempre, una vez
más, mi hermano de nacimiento sucumbía a los caprichos de la Original.
¿Por qué lo haces, maldita
sea?
Aún me
resulta difícil de comprender por qué esa insistencia por concederle todo
cuanto pide. ¿Acaso sería por los años de extrema cercanía? ¿O acaso porque se
sentía en la obligación de hacerlo por su papel de custodio? Y la verdad es que
no me preocuparía si no conociera a Aniel tanto como lo conozco, y no supiera
perfectamente que así como peca de ingenuo, también lo hace de bondadoso.
Para los
terrenales, el concepto de “bondad” va estrictamente aplicado a nuestra
naturaleza: para ellos, los ángeles somos “buenos” y esa simple palabra tiñe nuestras existencias al completo… cuando no
podrían estar más equivocados.
Como
cualquier especie en general, lo que primaba en nosotros era la “supervivencia”.
Cualquier ángel daría prioridad a seguir existiendo, y Aniel a veces parecía
olvidar eso y se exponía demasiado aun sabiendo lo peligrosa que era ella. Un
claro ejemplo fue aquella vez con Sabnock y Kalmiya, cuando para protegerla usó parte de eso que algunas creaciones
del Todo poseíamos y denominábamos atributo
transcendental, y que en un futuro podría acarrearle problemas ya que era
como disponer parte de la reserva que uno conservaba de “inmortalidad”.
Aún
tenía muy presente el ataque del vaisiux,
porque en ese momento todos comprobamos algo que ya temíamos: la Original
era extremadamente poderosa, y cuando se sentía amenazada podía llegar a controlar
a su antojo a su contenedor físico y disparar frenéticamente toda esa locura
que advertíamos. Desde aquella vez las noches en las que la niña despertaba
gritando se hicieron más frecuentes, y a eso se le sumaron los ataques
inesperados que empezaron a agobiarla: los ojos se le abrían violentamente, uno
violeta y el otro escarlata, y al instante empezaba a destruir las cosas de la
habitación y a lacerarse a sí misma. Al día siguiente ella no recordaba nada, y
cuando empezó a hacerse inmune a los gozos tranquilizantes que le aplicábamos,
tuvimos que solicitarle a Drol Qinaya que viniera a adormilarla.
Y todo
bien, hasta que él mismo puntualizó que inducirle el sueño demasiadas veces
podría alterar su mente y afectarla…
…y Aniel
desarrolló su propio método para calmarla.
Cada
noche en la que los gritos iniciaban, el llanto se disparaba y los gozos de
silencio se expandían por todo el perímetro; mi hermano de nacimiento cerraba
los ojos, se materializaba y se acercaba a la niña dispuesto a apaciguarla. Las
primeras veces recibió ataques que dejaban marcas que demoraban en sanar:
rasguños, golpes y hasta mordidas. Inclusive en una ocasión quedó inconsciente,
cosa extraña en nosotros ya que no conocemos lo que es el sueño y, por lo
tanto, cualquier desconexión con la realidad es prácticamente imposible. Pero
así, poco a poco cada espasmo pasó a transformarse en lamentos ahogados, cada
explosión de locura en temblores asustados; hasta que lo único que debía hacer
Aniel para calmarla era acercarse a ella y rodearla con sus brazos.
En un
inicio lo comprendí, incluso me pareció una idea bastante productiva…pero a
medida que las noches avanzaban, a medida
que los años pasaban, repentinamente empezó a resultarme sumamente violento,
porque mientras me encargaba de restaurar cada objeto destruido, lo observaba
abrazándola bajo la penumbra de la habitación y susurrándole palabras al oído.
Los brazos que la rodeaban despedían protección, y la niña encontraba refugio
en ellos.
Ése era
uno de los temas que no podía quitar de mi mente, porque “protección” y
“refugio” en una caricia compartida…parecía ser eso que los humanos llaman
“atracción”.
En esos
momentos recordaba toda la travesía con el vaisiux
y la primera humana llamada Rudy: yo había visto claramente que la flor de
Sisa revelaba dos besos en los labios de la niña. Nunca ahondé más en el asunto
con Aniel…
A lo mejor porque me daba
algo de pavor oír una probable respuesta.
¡PAM!
Un
sonido estrepitoso llenó todo, y cuando giramos, nos encontramos con la niña
que había cerrado la puerta empujándola con el talón del zapato.
Acababa de retornar de la cocina. Lo supe
porque traía una bandeja entre las manos.
— ¡Mira lo
que traje para ti, Nanael! — sentenció cantarinamente.
La
porcelana emitiendo vapor me alertó.
— No — repuse
al comprender sus planes. La risa divertida de Aniel resonó con un eco de
traición—. Ni se te ocurra, niña.
El aroma me golpeó con brusquedad. Traté de
todas las maneras posibles de pensar en cualquier otra cosa, pero ella se
acercó muy sonriente, con la bendita taza sobre la bandeja.
— Bajé
hasta la cocina solo para pedirle a la linda Bejle que me prepare esta
deliciosa taza de café, aun sabiendo que no me permiten tomar café. — Distinguí
la sutil sonrisa victoriosa asomándose por su rostro; pero claro que no iba a
ganar. ¡No iba a vencerme!
¡Estoy
más que seguro que esto ha sido culpa de la demonio! ¡Desde que supo que tenía
cierta debilidad por el café se encargó de propagarlo a los cuatro vientos! ¡No
sé cuántas veces ha intentado hacerme probarlo pero nunca lo ha conseguido!
Excepto
por esa vez que mientras pasaba por los jardines vi que la mujer que solía
trabajar en las cocinas dejó una humeante taza servida. Me acerqué cauteloso, y
me venció el maldito aroma: me materialicé y elevé un dedo por sobre el vapor
que despedía. Lo llevé rápidamente a mis labios y sentí débilmente el sabor de
ese líquido llamado café y algo que parecía ser un cubo de azúcar disuelto en
el fondo.
Para mi
mala suerte, la demonio apareció gritando que jamás había visto tamaña ternura.
Casi vomito del asco cuando me comparó con un niño humano robando galletas de
la alacena.
— Sería
mejor que te lo tomes ya, porque de enfriarse pierde el sabor — añadió segura. No
mostré ningún gesto y por fin reveló su plan—: ¡Nanael, vamos, di que sí! Como
te dije, te prometo que no daremos motivos para enfadarte. — Aniel negó con la
cabeza, divertido; atrás, los dos demonios hacían gestos de ferviente súplica—.
¡Por favor! ¿Sí?
— No.
Observé
la taza humeante y me di media vuelta, dispuesto a poner en práctica eso
llamado “fuerza de voluntad”. Yo jamás iba a ingerir ninguna creación del Todo,
por muy vegetal que fuera, como hacían los humanos sin ningún tipo de
miramientos. Pasando por alto el hecho de que también eran creaciones
magistrales, como ellos, y debían guardarles cierto nivel de respeto.
— Aniel ya
me contó tu postura con respecto a la comida — oí la traviesa voz. No, no vas a convencerme niña—. Pero
escucha, si no aceptas esta taza de café, técnicamente estarías atentando
contra el “poder de creación” que tanto alabas — añadió convencida, y auguré
alguna futura triquiñuela.
No voy a
negar que la niña es caprichosa; pero tampoco puedo negar que es un rival del
que cuidarse porque sabe argumentar bastante bien sus posturas.
— Traje
esta taza especialmente para ti. Si no te la tomas, nadie más lo hará, porque a
mí no me gusta el café, y no sé si alguien aquí quiera bebérselo. — Al lado,
Seir y Gremory negaron rotundamente con la cabeza—. Así que el precioso valor
de estos granos de café se desperdiciarán. ¿No crees que es peor hacer eso que
bebértelo?
Maldita sea. En cierto modo…
Observé
la taza humeante. Aniel, al lado, seguía riendo entre dientes. Lo oí murmurar
algo de: “no puedo creerlo”.
En cierto modo tiene…
— A cada
minuto que pasa el sabor va perdiéndose — canturreó la niña con pena fingida—.
Pobrecillos de estos granos. Todo el esfuerzo de sembrarlos, cosecharlos,
prepararlos, y al final para nada.
… tiene algo de razón.
¡Con un
cuerno!
— ¡Es la
única vez! — resoplé, quebré el gozo de silencio y tomé la bendita taza entre
las manos. Los ojos de Albania se iluminaron; los de los demonios también—. ¡Y
ya dejen de mirarme así!
— ¡¿Eso
significa que es un “sí”?!
— Sí, sí,
y ya déjenme en paz — farfullé y varios gritos emocionados se dispararon.
Dejé al
par de locos y me acerqué a los ventanales con el recipiente humeante.
— No pensé
que tuvieras tan poca fuerza de voluntad.
— Ya
cállate, Aniel. Todo esto es por tu condenada culpa.
Maldita
sea, derrotado por una jodida taza de café.
Una
jodida taza de café y una niña de quince años.
¨°*°*°*°¨
NHYNA
Ubiqué
la presencia y aparecí en este miserable balcón. Las cortinas son de color marfil
y ondean suavemente con el viento vespertino: deben dar ya las cinco…las seis
tal vez. Me quedo ahí, tras las cortinas que separan el balcón del espacio
interior. Oigo una risa, dos, tres y varias más. Hago un espacio entre los
pliegues de suave algodón, y entonces veo el mismo panorama que vengo viendo
desde hace dos años, más o menos.
La
habitación es medianamente grande. Una mecedora, un estand de libros en tonos
pasteles y una alfombra beige. En una de las esquinas está el pequeño mueble, la cuna, y al frente de ella reposa sin
ningún tipo de gracia el cuerpo desmayado de la insignificante humana.
Cuando
despierte, probablemente va a preguntarse lo mismo (lleva preguntándoselo hace
meses): “¿qué está pasando conmigo?
¿Acaso me encontraré enferma?”. E irá al doctor, como siempre, y nuevamente
obtendrá la intrigante respuesta de: “usted
no tiene nada, señorita. No tiene de qué preocuparse”.
Me
reiría en la cara de la humana si pudiera hacerlo, porque aunque la pobre jura
que a lo mejor tiene algún problema de salud, en realidad todo no es más que a
causa del martirio de sueño que el
estúpido suele lanzarle cuando viene de visita.
Oigo más
risas: una explosiva, inesperada, repleta de sonidos agudos y contentos, y
después una más sosegada, más adulta,
pero a la vez repleta de fascinación. Despego la mirada de la ridícula humana y
me encuentro con el cuadro que ya tengo acostumbrado: hay un niño riéndose
animado… no, miento, hay dos. Dos
niños riéndose animados. Un niño, un bebé
humano; y a su lado…mi estúpido hermano menor.
Ahí, con
el rostro infantil iluminado, Valak parecía un adolescente jugando con el
hermano que habían dejado a su cargo.
El
horrible reptil, Manu, dormitaba tranquilamente en una de las esquinas.
— ¿Quieres
verlo otra vez? — le escucho decir. Los ojos brillosos se abren repletos de
curiosidad, y Valak nuevamente sopla sobre su palma y forma un pequeño pájaro
con su aliento.
La
quimera se retuerce y emprende un vuelvo silbante por toda la habitación; el
niño ríe, aplaude encantado. Entonces el ave se estrella contra una de las
paredes y explota dejando un pequeño “ploc” en el espacio y algunas plumas esparciéndose.
El bebé humano ríe, Valak también lo hace.
— ¡A qué
es graciosísimo, ¿verdad?! — insiste él, maravillado. Quiero reprocharle su
actuar, su conducta imprudente, y hasta me entran ganas de lanzar a esa vil
criatura por la ventana. Estamos en la segunda planta, no se necesitaría más
para asesinarlo: un golpe profundo en la caída, su cráneo apenas endurecido
explotando y sus vísceras esparciéndose por la vereda de afuera. A lo mejor eso
bastaría para que la maldita humana que ha provocado esto en mi compañero de
toda la vida, termine por volverse loca de verdad y opte por el suicidio.
Quiero
hacerlo, lo he deseado muchísimas veces. He llegado incluso a plantearme el
buscar a un tercero capaz de hacerlo y evitar un futuro encuentro con los khari. Nunca he visto uno, pero dicen
que son los encargados de castigar a los seres que osan romper las reglas. Y es
bien sabido que una de las peores que pueden quebrantarse es asesinar
directamente a un humano.
Llevo
meses pensándolo, imaginando lo sencillo que sería asesinar a un bebé humano;
pero entonces la maldita criatura parece adivinar mis intenciones, porque cada
vez que vengo a verlo, hace exactamente lo que está haciendo en este momento.
— ¿Quieres
venir aquí? — pregunta Valak cuando la horrible criatura eleva sus brazos,
lanzando un maldito hechizo de ternura que hasta a mí me resulta difícil de
evadir. Los puños regordetes exigen que se le levante en brazos, el cuerpo se
mece de atrás hacia adelante, los ojos traen un “por favor” escondido.
Y mi
estúpido hermano sonríe.
Sonríe
tanto que cualquier idea de hacerle daño a aquel que provoca esa pequeña
alegría se desvanece.
— ¡Uff!
Pero si cada día estás más pesado — le dice fingiendo cansancio, y el niño se oculta entre su hombro y su
cuello. Veo los ojos de Valak entrecerrarse, enternecidos, mientras los brazos
pequeños intentan rodearlo.
Se me
cierran los puños; las uñas se clavan en mis palmas. Incluso siento un horrible
picor en los ojos.
— ¿Nhyna?
— Finjo observar los muñecos de felpa sobre el armario cuando se da cuenta de
mi presencia —. ¿Qué pasó? Creí que estabas con Berith.
— Y yo
pensé que estabas haciendo algo más productivo que solo venir a entretener al
mocoso humano. — Recobré la compostura: no sé por qué diantres ver al imbécil
de Valak sosteniendo en brazos al bebé de la humana idiota me pone en ese
estado.
— No le
digas así — objetó mientras lo arrullaba sobre su hombro—. Es muy listo para su
edad, pero se aburre fácilmente. La estúpida de su nana cree que solo es
cuestión de cambiarle los pañales y darle de comer.
— ¿Es por
eso que cuando le aplicas el martirio de sueño la dejas tirada en cualquier lado?
— rebatí burlonamente. Soltó una carcajada que el horrible ser acompañó—. Cada
vez que despierta piensa que ha sufrido un desmayo. Su cuerpo debe estar repleto
de moretones.
— Es lo
mínimo que se merece — me respondió indiferente—. Georgia le paga un sueldo
mensual para que haga bien su trabajo; no para que se siente a leer revistas de
moda mientras mi pequeño amiguito se la pasa buscando con qué divertirse.
— Su madre
daría el grito al cielo si llegara a enterarse de que su pequeño hijo ha
conseguido de amigo ni más ni menos que “a un demonio”.
Valak se
sentó sobre la alfombra. El pequeño se deshizo del agarre y empezó a corretear
a trompicones por toda la habitación. Manu abrió un ojo, como vigilando que no
tuviera ninguna caída, mientras el mocoso traía con algo de dificultad todos
los juguetes que encontraba alrededor.
Comprobé
con horror que se acercó a mí con un tren de madera (es difícil que un niño
humano no te vea así estés bajo el mejor salmo de camuflaje). Gracias al Todo
no estaba materializada o podría haberme tocado con sus asquerosas manos con
aroma a leche materna.
— Recíbeselo,
Nhyna. Solo quiere ser cortés.
— Yo no
soy como tú, Valak. Los niños, igual que cualquier humano, me repugnan.
El
maldito reptil, atrás, soltó un gruñido como reprobando mi respuesta.
— Él no es
“cualquier niño”, Nhyna. — Y recibió el tren que yo rechacé con un “qué pedazo
de maquinaria” que el mocoso celebró, contentísimo —. Él es, ni más ni menos,
¡el mejor niño de todos los universos!, ¿verdad que sí, amiguito?
¡AAHHRRR!
El feo
reptil celebró con un gruñido desentonado; el mocoso humano rio animado.
— No
aguanto verte en esta pose de nodriza insufrible. — Valak me miró y soltó una
profunda carcajada. Detesté aún más a ese pequeño ser que lo observó,
maravillado—. Ya ni siquiera quieres acompañarme a ningún baile por venir a
leerle absurdos cuentos.
— ¿Debo
tomar esto como una escena de celos?
— Eres un imbécil.
— Pero así
me quieres, preciosa. Además, él aún
no tiene ninguna absurda convención humana que dictamine su conducta. A veces,
cuando le muestro parte de mi esencia interior no se asusta, así que puedo
acercarme todo lo que quiera. ¿Y sabes por qué? Porque mi pequeño amiguito aún
no sabe qué es el miedo. Cada vez que le muestro las almas que habitan en mi
interior rompe a reír, divertido. ¿No es maravilloso? Lo he intentado en otros
niños: las imágenes suelen ponerlos algo nerviosos, a diferencia de él que sí
no me teme en lo absoluto.
Me quedé
en silencio, observando el jugueteo y oyendo las absurdas palabras que Valak le
dirigía, casi hablándole como a su igual. Celebrándole los torpes correteos y
las risas; abrazándolo cada vez que venía a su encuentro, con toda la fuerza
que un bebé humano tiene cuando quiere refugiarse en un pecho conocido; y el
horrible reptil gruñendo feliz, como ovacionando la escena.
— ¿“No
puedes comprenderlo”? — Elevé la mirada, saliendo de mi letargo al oírlo—. ¿Eso
es lo que estás pensando?
— Te diría
que no para evitar alguna discusión, pero la verdad es que sí — repliqué—. Sigo
sin comprender por qué demonios vienes casi a diario. Antes solías detestarlo, y
ahora eres como un arlequín, viniendo a “entretener al príncipe sin dudarlo”.
— ¿Oíste
eso? Nhyna acaba de decir que eres un príncipe. ¡Qué príncipe! Lo que tú eres
es un rey — dijo y el condenado bebe aplaudió, como entendiéndolo, y se lanzó
amorosamente a sus brazos.
Aún
recuerdo el tiempo que duró el jodido embarazo de la humana. Lo tengo muy
presente porque en esa época, por primera vez, detesté el efecto que el opio y
el cannabis tenían sobre nosotros.
Valak
terminaba eufórico, risueño, recordando a mi lado la gran cantidad de aventuras
que teníamos ya a modo de colección. Las fiestas, los revolcones con humanos,
el intento fallido de aquella taberna que quisimos abrir, y las incontables
escenas como hermanos biológicos. Hasta ahí todo era normal, lo típico al
ingreso de aquellas sustancias a nuestros cuerpos materializados… pero las
horas pasaban, las pipas se apagaban, los efectos mutaban y las figuras
coloridas que yo seguía viendo se transformaban en sombras para él. Las risas
adquirían tonalidades lastimeras, y los ojos brillaban pero ya no de deslumbramiento
sino de añoranza. Valak, ya basta, Valak,
es suficiente: pero él seguía, seguía tratando de capturar el mundo que las
inhalaciones y el humo recreaban para él. “Georgia, Georgia, te veo hermosa;
Georgia, nos vamos a casar. Georgia, seré un errante y a lo mejor, más adelante,
solo un humano más”.
Georgia,
Georgia, Georgia, todo era Georgia; y después venía la agonía, la melancolía,
desembocando en los ríos que iniciaban en sus ojos. En los ojos de mi pobre
hermano menor.
Lo
odiaba. Valak decía aborrecer la cosa que crecía en el vientre de Georgia.
Quise ofrecerle un obsequio: encargarnos de la futura vida y extinguirla con un
pequeño movimiento. Tal vez un empujón de parte de alguna empleada, tal vez
algún té de hierbas en la cena. Y lo oía reír, alborozado, diciendo que sería
el aborto más celebrado…pero de ahí lloraba, lloraba diciendo que jamás podría
hacerle algo así a ella, que con
tanta ilusión lo esperaba.
Entonces
nació: la cosa horrible que crecía en el vientre de la humana vio la luz. Traté
por todos los medios de impedirle estar en el momento, pero él se negó. Yo no
aguanté. Salí del lugar y me transporté a Frantzon, donde la vida solía ser
buena, donde antes solo éramos mi pequeño hermano y yo.
— Solía
aborrecerlo — oí de pronto —. Porque él era la prolongación de la unión de
Georgia y el infeliz de su marido, gordo, calvo y siempre ausente. — El bebé
humano se acercó y le puso las manos en el rostro, como adivinando su congoja—.
Te odiaba, amiguito. Te odiaba porque siempre vería en ti los rasgos de ambos fusionados.
Sí, no voy a negar que vas a tener las espantosas entradas de tu padre, y a lo
mejor las mejillas sin gracia… pero tienes los preciosos ojos de tu madre, y
también la peculiar boca que ella tanto odiaba. Solía decirme que odiaba lo
pequeño de sus labios, ¡pero cómo los amaba yo! Como los amaba…
— Valak,
déjate de poesías — sentencié al percibir la intromisión nostálgica—. En
cualquier momento llegarán sus padres y si encuentran a la nana ahí tirada, van
a saber realmente que nadie cuida a su engendro.
—
No le digas así, se llama…
—
Me importa poco, ya te lo dije — lo interrumpí
inmediatamente, porque el asunto con los nombres es que al conocerlos te acerca
un poco más, quieras o no, al dueño.
—
De acuerdo — resopló y se puso de pie,
tomándolo en brazos—. ¿Ves a esta guapa chica, amiguito? Parece que no terminas
de agradarle del todo.
—
Bua…paa — repitió la odiosa criatura.
—
¡Aleja a esa cosa de mí!— repuse cuando intentó
pasármelo.
—
Mira, ¿no te alegra que haya aprendido la
palabra que más te gusta escuchar de la gente?
—
Valak, no me jodas.
—
Vamos, Nhyna, no vas a negar que es simpático.
—
Me importa un carajo, deja al mocoso en su cuna
y vámonos.
—
De acuerdo. A veces te pones tan histérica…
—
¡No me hagas hablar de histéricos porque yo no
soy quien sale perdiendo!
—
Sí, sí.
Dejó al
niño en la cuna y depositó un ridículo beso sobre su frente. Tuvimos una
maldita escena porque el mocoso no quería que se fuera y empezó a protestar;
incluso tuvo el descaro de aferrarse a la cola del horrible reptil. Pasados
algunos minutos y después de una promesa de retorno, pudimos dejarlo en su cuna
y despertar a la humana que suspiró, aún más preocupada por sus desmayos; y aparecimos
en el campanario en el que solía encontrarlo, en Frantzon.
—
Podríamos haber ido a un lugar más ameno, ¿no
te parece?
—
Este lugar es perfecto para mí, Nhyna. Si
quieres puedes irte — me respondió y su tranquilidad me erizó los pelos de la
nuca. Odiaba a este nuevo Valak, tan pacífico después de ver al repugnante bebé
humano —. Eso sí, quisiera que mañana me acompañaras a Nueva Ihara. Oí al
infeliz del marido decir algo de una próxima mudanza. Quiero saber si el clima
de ese lugar será apto tanto para Georgia como para el bebé — ¿qué cosa?—, después de todo, está en el otro continente y
la adaptación podría resultar nociv…
—
¡Ya basta, Valak! ¡Cielos, estoy cansada de
todo esto!
—
¿Disculpa?
—
¡¿Hasta cuándo, idiota?! — bramé y el odioso
reptil protestó gruñendo ferozmente.
¡Tenía
que haber algún modo de alejarlo! Pensé que superaría a la humana después de
enterarse de su embarazo; y si bien en un momento lo detestó, ahora casi vivía
para esa cosa. Incluso aceptaba pasear conmigo alrededor de la ciudad, solo
para ver qué nuevo juguete podría robar para él.
¡Hasta
el horrible reptil se había encariñado con el mocoso humano!
—
Valak, no es sano que sigas viendo a ese niño.
Estás aferrándote a un lugar que no te corresponde.
—
¿Que no me corresponde? — repitió incrédulo.
—
Ese niño tiene padres. ¿Crees que no sé qué es
todo esto? Cuidando al mocoso, viendo por el bienestar de la madre. Valak, ya
es hora: han sido dos años en este plan. ¡Dos años! Eso sin contar los
anteriores, en los que solo te dedicabas a gimotear y a “añorar” las épocas
junto a ella.
—
Nhyna, estás excediendo mi pacienci…
—
¡Me importa una mierda! — Me sentía hirviendo, con tanto almacenado
dentro de mí. ¡Qué cosa había hecho esa humana en él! ¡Cómo había podido
hechizarlo hasta ese extremo!—. Valak, escucha, así hagas lo que hagas…ese niño
jamás va a decirte padre.
Los ojos
se le abrieron violentamente; Manu gimoteó como herido.
Ya, sí,
lo dije. Lo dije porque hace tiempo lo llevo atascado en la garganta.
—
Tú… ¡tú no sabes nada de mí!
—
¡Claro que lo sé, imbécil! ¡¿Crees que no sé
que sigues dándole vueltas a las absurdas palabras de Zamai?! ¡Valak, joder,
nosotros no nos reproducimos! ¡No hay forma! ¡Es imposible! ¡Ese niño no tiene
nada de ti!
—
¡Pero lo viste! ¡No se asusta! ¡No me teme! —
exclamó y perdió los estribos—. Zamai… ¡Zamai dijo que ese niño podría llevar
en su interior los recuerdos del amor que me tuvo Georgia! ¡Y…! ¡Y a lo mejor
sí! ¡Sí es así! ¡Porque ese niño no me teme, Nhyna! ¡NO ME TEME! Y
además…además… — Bajó la voz, los labios se le fruncieron: ¿hasta cuándo?—. ¡Su nombre es sumamente importante, Nhyna! Porque
ella…
—
¡No me interesa!
—
¡Es que no lo entiendes! ¡Ella lo bautizó con
el nombre que ambos escogimos! ¡Ella lo hizo! ¡Lo hizo!
Los ojos
se le apagaron; una breve y triste sonrisa se asomó por los labios:
—
Nhyna, cuando ella estaba en labor de parto…
—
¡No quiero saberlo!
—
¡Escúchame, por favor! ¡Tú…! ¡Tú eres
importante para mí! — Traté de no verme demasiado afectada pero el idiota lo
consiguió: sentí un apretujón en el pecho—. Y…y por eso quiero…siempre quise compartirte
esto. — Parpadeé violentamente, porque noté que él estaba a punto de romper a
llorar, y mis ojos, estúpidamente débiles, se sentían igual de vulnerados—.
Cuando estaba ayudándolo a venir al mundo, se lo susurré, Nhyna. Me acerqué a
su cabecera, en medio de los gritos de dolor y la ausencia del bastardo de su
marido…y le dije, se lo dije. Tal y como habíamos jurado en su vida pasada.
“Georgia, ya lo sabes: ambos juramos que se llamaría así, como el niño de
aquella leyenda. ¿Lo recuerdas, amor? ¿Lo recuerdas? Porque sería la luz que
iluminaría nuestras existencias. Porque si yo fuera capaz de engendrar a un
niño, significaría mi plena conversión: adiós, vida de demonio, adiós, pactos
con humanos. Si lo conseguíamos, lo bautizaríamos así”.
—
Valak, basta…
—
Si fuera niño…lo llamaríamos Alen.
Alen…
Los ojos
se le cristalizaron. La sonrisa repleta de esperanza me golpeó.
¡Cómo
odiaba a esa humana! ¡Realmente la odiaba!
—
No entiendo a qué quieres llegar — sentencié.
—
Nhyna, se lo susurré y ella me respondió. En
medio de su dolor, en medio de su labor como madre primeriza me dijo: “Es tuyo
y mío”.
—
Valak, las mujeres humanas a veces dicen
incoherencias en esas situaciones. Nada garantiza que haya sido en respuesta a…
—
¡Claro que sí! ¡Claro que sí, Nhyna! — replicó
demasiado exasperado—. ¡¿Acaso no lo ves?! Cuando el miserable de su marido
ordenó que lo llamaran como su abuelo, ¡ella rogó que se le bautizara así!
¡Alen! ¡Tenía que ser Alen! ¡Nuestro Alen! ¡¿Y sabes por qué?! ¡Porque en ese
momento ella me recordó! ¡Ese niño es fruto de lo que ambos sentimos por el
otro en otra vid…!
—
¡Ya estás diciendo disparates! Deja de hablar
con Zamai, Valak. Ese maldito aliter solo
te está enloqueciendo.
—
Nhyna, no lo vas a comprender. — Iba a decirle
que tampoco me apetecía hacerlo, pero bajó la mirada—: No vas a comprender
porque nunca has amado como yo.
¿Qué?
Me quedé
tiesa, sin comprender por qué las palabras parecieron tener demasiada carga en
ellas. Valak se encogió de hombros y desapareció, llevándose a Manu consigo y
dejándome sola en esta estúpida iglesia y con la horrible sensación de haber
hecho algo muy malo.
Amado… ¿amado?
—
¡A LA MIERDA TU AMOR, VALAK! — exploté y la
inmensidad del cielo se tragó mis palabras—. ¡A LA MIERDA TU JODIDO AMOR, TU
MALDITA HUMANA Y SU MALDITO ENGENDRO!
Giré y
salí del estúpido campanario. Veía los escalones en espiral, siguiendo una ruta
que parecía infinita.
¡¿Cómo
se atreve?! ¡Haber amado! ¡¿Y de qué sirve amar?! ¡¿Acaso tiene algún propósito
productivo?! ¿Amar y para qué? ¡¿Para terminar como él?! ¡Así, muerto en vida!
Un par
de vasijas reposaban sobre uno de los escalones. ¡Mierda! ¡Por qué los humanos
son así de inútiles! ¿No se supone que este camino sirve para transitar? ¡¿Por
qué demonios dejan cosas estorbando?!
¡CRASH!
¡CRASH!
El
estruendo que dejaron cuando las aporreé resonó dejando eco. ¿Quién se ha
creído que es Valak? ¿Acaso una especie de “mártir enamorado”? ¡Hacer algo que
no da nada productivo es una pérdida de tiempo! ¡¿Amar?! ¡Cómo si quisiera
hacerlo! ¡Los humanos me adoran! ¡Podría tener a cualquiera porque cualquiera
desearía amarme! ¡Cualquiera! ¡Se sentirían honrados, bendecidos, agradecidos!,
si tuvieran a alguien de mi categoría amándolos.
Crucé la
pequeña puerta de roble y di con el interior: a mi lado, la estatua de una
mujer estaba repleta de flores y velas.
—
¿Por qué crees que te adoran tanto, eh? Porque
evidentemente te encuentran “hermosa”. Arcilla y pintura, moldeada para parecer
humana. Hecha por manos humanas pero adorada como si fueras el Todo. Eso es lo que
eres, hermosa pero artificial, hermosa pero “intencionada”…y aun así te adoran.
Así te adoran.
¡CRASH!
Cómete
tus flores, arcilla y pintura. Cómetelas todas.
— ¡Santo
Cristo, ¿qué fue ese sonido?! — oí desde la otra puerta. Cerré los ojos y me
transporté a Lirau con toda la rabia dentro. Solo alcancé a escuchar: “por los
clavos de nuestro Señor, alguien ha vulnerado a nuestra Santísima Señora”.
Estoy
harta de Valak. Si quiere tirarse al abandono y vivir de fantasías, no es mi
problema. Hasta aquí llegó mi paciencia, ¡no me interesa lo que haga o deje de
hacer con su condenada vid…!
— Deberías
ser más respetuosa, preciosa. — Se me cerraron los ojos: ahora no, por favor—. Dejaste a esos humanos en la más profunda
exasperación al encontrarse con su divinidad destruida y pisoteada en el suelo.
— Berith,
no estoy ni para ti, ni para nadie en este momento así que hazme el favor de retirarte.
— Últimamente
te estoy notando un poquito “histérica”, ¿no será que como a las hembras humanas,
la edad también te está afectan…?
¡CRASH!
— ¡LÁRGATE,
INFELIZ! — bramé lanzándole el jarrón que tuve más próximo.
— Si
sigues haciendo eso cada vez que vengo a verte, tu hogar va a quedarse sin
decorado — añadió con su estúpido tono burlón.
Me dejé
caer sobre el sofá junto a la ventana. Ya, si quiere que se quede o se largue,
no me importa. Estoy tan cansada de gritar…y de vivir así, pensando en tantas
cosas.
Antes la
vida solía ser divertida: sin humanas entrometidas ni bebés humanos acaparando
toda la atención del único ser, de todos los universos, en el que confiaba.
— ¿Qué te
tiene tan enfadada, hermosa?
— A lo
mejor tú, que no me dejas tranquila — resoplé—. Y Valak, que insiste con sus
tonterías.
— ¿Aún
mantiene comunicación con aquel aliter? — curioseó y percibí el tono repleto de
interés.
Valak me
ha repetido incesantemente que Berith no es de su confianza; y la verdad es que
empecé a pensar que tal vez no estaba tan equivocado desde aquella vez en la que
osó amedrentarme en mi propia morada. Aún recuerdo ese afán que tenía por
hablar de esa cosa llamada La Original, y como se había alterado cuando le
pregunté por ello.
Desde
esa vez me planteé no confiar demasiado. Berith tenía algo que yo resumiría en
una palabra: “estilo”. Su presencia me resultaba sumamente agradable ya que
tenía especial cuidado con su imagen tanto física como conductual, pero después
de aquello yo también empecé a desconfiar. A veces siento que me toma por una
demonio estúpida que solo es una cara bonita, cuando no puede estar más lejos
de la realidad.
— La
verdad no estoy segura. Es más, creo que Zamai ya cambió de morada — abrevié
sin entrar en detalles. Era preferible que Berith se mantuviera alejado de
nuestros asuntos.
— Qué
lástima que ayer se hayan perdido la anunciación de Orias — comentó arrastrando
las palabras—. El pobre salió digno, no voy a negarlo, y casi lo gritó:
“anuncio mi deseo de convertirme en errante”. — La mandíbula se me tensó, como
siempre que oía esa palabra porque automáticamente pensaba en Valak—: ¡Por el
Todo! ¡Hubieras visto la cara del rey de sus filas! Gritó: “¡deshonra, exijo su
cabeza!”. Algo que todos deseábamos, la verdad.
— ¿Y…qué
tal le fue? — tanteé para que no se me viera tan turbada.
— Lo
lógico, hermosa. El magistrado que le otorgaron a Orias fue ni más ni menos que
Gaap. Ese sujeto enorme simplemente lo atrapó por el cuello antes de que
escapara, y literalmente lo desmembró con sus dedos y sus dientes. La multitud
estaba extasiada. Pude agarrar la cabeza y llevarme unas cuantas tropas.
Espectáculo soberbio, si me permites comentarlo.
Honestamente
Valak y yo solo hemos acudido a cinco anunciaciones, y siempre como audiencia. Agradezco
infinitamente que hasta ahora no se me haya escogido como magistrada de ninguna
porque es todo un lío el asunto. Si el declarado errante se te escapa, se
convierte en tu perseguido de por vida. Eso sin contar que las burlas que caen
sobre uno son numerosas.
No me
gusta pelear, pero debo admitir que las anunciaciones son divertidas. Sin
embargo, después de oír al infeliz de Valak decir que “hubiera deseado
convertirse en errante”, como que les he agarrado algo de aversión. Sé que se
lo merecería si opta por renegar de nuestra naturaleza…pero aun así me resulta
algo difícil el imaginar que podrían acabar con ésta y todas sus vidas.
— Últimamente
no sé qué sucede con el mundo. Con ésta, ya son diecisiete anunciaciones las
que hemos tenido en el siglo.
— A lo
mejor está de moda — comenté a la ligera.
— ¿De moda
renegar de nuestra naturaleza? No, preciosa. De moda puede estar follarse a
humanos; de moda puede estar beber sangre mezclada con alcohol. Hasta tratar de
seducir a ángeles para revolcarse con ellos. — Me lanzó una mirada suspicaz—.
Pero pensar en la repugnante idea de convivir con los humanos de manera más
directa es una ofensa. Somos casi perfectos, lo sabes. ¿Quién en su sano juicio
abandonaría nuestra belleza y perfección para convivir con los asquerosos
terrenales?
— No…tengo
ni…la menor idea — respondí. Berith elevó una ceja:
— ¿Por qué
tan nerviosa, cariño?
Tragué
despacio y me puse de pie.
— ¿Sabes
qué es lo que sucede? Estoy cansada, Berith.
— ¿Cansada?
— Me miró prolongadamente—. ¿Por qué? ¿Acaso tu amiguito sigue dando vueltas
alrededor de la humana?
— Valak
está ocupado en otras cosas, ¿sí? — Martirio
de invisibilidad exclusiva. Eso es lo que voy a sugerirle al imbécil porque
otros demonios podrían estar tanteando sus pasos —. Yo…estoy…pensando en ir
a visitar a…a…¡a Aniel! Así que puedes quedarte o…o irte — sentencié lo más
segura que pude.
No se me
vino ningún otro nombre a la mente. Y fue tan extraño, porque solo pronunciarlo
me relajó por completo: nada va a pasar, el mundo está perfecto; después de
todo, él existe.
Estúpidos
pensamientos.
— Oh, así
que pasarás a ver al ángel ese. — Asentí rápidamente—. Te da curiosidad su
custodiada, ¿verdad?
La
mocosa me traía sin cuidado. Sabía que era un primer humano por la cantidad de
cosas extrañas que ya había visto a su alrededor, pero no me provocaba ni el
menor interés. Pero como a Berith ese tema parece agradarle demasiado, mentí.
— Sí, sigo
preguntándome cómo es que puede invocar salmos.
— Te
sorprenderías si ahondáramos en el tema; pero de preferencia no lo hagamos. —
Fingí asentir desalentada—. La niña ya tiene quince años; me pregunto si el tal
Aniel ya le habrá dado una probada.
— Claro
que no — respondí muy segura. Berith elevó una ceja—. Parece ser algo lento en
cuanto a contacto corporal.
Todas
las veces que he charlado con él, he tratado sutilmente de dejar al descubierto
algunas partes de mi cuerpo; pero nunca he conseguido más que sonrisas amables
o miradas sin ningún tipo de sentimientos ocultos. Por un momento pensé que a
lo mejor le atraían otro tipo de formas; pero cuando lo veía charlando con Seir
sucedía exactamente lo mismo: y eso me producía más enfado porque significaba
que me veía como a cualquier ser que se le presentara.
Había
oído decir que los ángeles son creados sin eso que los humanos llaman
“atracción sexual”. Nunca me interesó el asunto…hasta ahora; porque realmente
me parecía un desperdicio que el Todo lo haya creado así de bello, solo para ser
contemplado. Nunca tocado…nunca profanado.
— A lo
mejor aún no se ha dado cuenta de los cambios en ella.
— La
chiquilla no ha tenido ningún cambio.
Y eso lo
sabía de sobra tanto ella como yo. A veces conseguía verla en su habitación al
amanecer (desde afuera, claro, porque por algún extraño motivo los gozos de protección
habían sido reforzados), y la encontraba observándose frente al espejo con
expresión frustrada. Se ponía de perfil, se erguía y se miraba los pechos, la
cintura, las piernas y resoplaba, disgustada, ante la imagen que yo también
vislumbraba.
Esa niña
tenía quince años, tal vez el cabello más largo y los labios más pronunciados,
pero el cuerpo aún no era de mujer.
Y si mi
cuerpo no resultaba atractivo para él, aún menos sería el de ella.
— Eso no lo
sabes, preciosa — oí burlonamente de Berith—. No sabes qué pasa por su cabeza,
no eres él. Yo me reafirmo en lo que digo: a lo mejor el muy imbécil aún no se
ha percatado de que su custodiada está creciendo. No por nada ha recibido
tantas pedidas de mano.
— Pareces
muy pendiente de la vida de esa mocosa.
— Solo lo
necesario.
Me
despedí aludiendo que ya debía irme, cerré los ojos y llegué a Izhi. Quería
quedarme en casa, a ver si se me quitaba el mal humor, pero Berith parecía no
tener planes de irse; y yo tengo ganas de cualquier cosa menos de hablar con
él.
Avancé
entre los arbustos hasta el columpio junto al riachuelo, pero ni rastro de él. Me pregunto si estará con la
chiquilla.
Me
transporté hasta el jardín de la mansión y adquirí mi forma original para que
el viejo perro no ladrara. Me conoce con esta forma y ya no protesta cuando me
ve trepar por las enredaderas hasta el balcón.
— Mmm,
¿aquí tampoco?
Me asomé
ligeramente entre las cortinas y no encontré ni un rastro suyo. La habitación
tenía las luces encendidas pero todo estaba en silencio; excepto por el conejo
cojo que la chiquilla ha adoptado como mascota y que está ahí, engullendo una
zanahoria dentro de la cesta acolchonada que tiene solo para él.
Todo lo
que rodea a esa mocosa huele a aires de “niña mimada”. Hasta el absurdo conejo
tiene un collar en tono violeta suave abrazando su cuello, y su actitud
confiada evidentemente se debe a los prodigiosos cuidados con los que es
tratado.
Una
puerta se abrió; me oculté tras las cortinas, pegándome lo más que pude al
muro.
— Nanael,
¿estás aquí? — oí la voz suave. Quisiera creer que el tono dulce es falso pero
ya he comprobado que la chiquilla realmente habla así: no es una estrategia, es
simple y llanamente el tono original de su voz—. ¿Nanael?
Se asomó
de reojo por la puerta del sanitario, como para verificar la ausencia de
compañía, y después salió riendo. Con las ondas marrones completamente sueltas
y el largo camisón de mangas cortas.
— Tal vez
ha salido a alimentarse, o a buscar a Caila. ¿Debería ofrecerle más café? —
soltó en voz alta y se acercó al conejo para darle una caricia suave sobre la
cabeza y después romper a reír en voz bajita.
Me
pregunto qué la tiene tan contenta.
— ¡Es
verdad! ¿Qué crees que debería ponerme, Godón? — Chiquilla idiota, cómo si la
bola de pelos fuera a responderte—. Ya había pensado en usar el vestido azulino
que Alexia me envió; pero la verdad es que siento que debería ponerme algo más
ajustado.
Elevé
las cejas, cada vez más confundida por el tono pensativo. La vi correr a su
armario de ropa e inspeccionar con cuidado cada prenda.
La
verdad es que no puedo negarlo: la estúpida tiene buen gusto. Cada vestido que
le he visto es precioso. Eso sin contar que tiene una peculiar manera de
combinar accesorios que otras mujeres comúnmente no llevan. Los guantes de
satén me parecían una de las mejores prendas, pero desde que la vi con unos de
encaje y solo cubriendo el dedo de en medio, no solo yo sino todas las humanas
que la vieron con ellos los pusieron de moda.
— ¿Que por
qué estoy tan ansiosa? — nuevamente la oí responderse a sí misma. ¿O es que
acaso habría manera de que pudiera comprender al conejo ese?—. Pues la verdad
es que no tuve la oportunidad de contártelo, pero a lo mejor por primera vez
voy a ver a Aniel vestido de traje. — ¿Qué
cosa? —. ¡Y la verdad es que estoy muy emocionada! Aunque no se lo he dicho
ni a Loi ni a Gremory porque podrían…pensar cosas que…no son. — Y se sonrojó
bruscamente.
¿Qué
dijo? ¿De traje?
Esperé
que ahondara más en el asunto, pero la idiota empezó a observarse en el espejo
del tocador. Acomodándose y desordenándose el cabello, buscando la mejor manera
para llevarlo.
¿Por qué
ha dicho eso? ¿De qué estaba hablando?
¡Miaau!
Bajé del
balcón de un salto y corrí todo lo que pude a Izhi. ¿Qué significaba eso? ¿Por
qué Aniel accedería a ponerse un traje de humano? No lo comprendo.
Cerré
los ojos y traté de ubicarlo. Cuando ya estaba por rendirme, sentí su presencia
pero muy lejos del bosque.
— ¡No! ¡Ni
pensarlo! Tenemos que hacer algo contigo porque, de lo contrario, se darán
cuenta de que eres el maldito “poeta viajero” que anda cogiéndose a todas las
niñas humanas que puede.
— No lo
digas de ese modo: ¡haces que suene mal!
— ¡No
puedo concebir ser la abuela de un libertino!
Me quedé
de una pieza, observando en el cuarto adyacente a Gremory y a Seir discutir
entre las miles de camisas de lino y chaquetas de vestir.
Y ahí,
parado frente al espejo de cuerpo entero…
…con
expresión curiosa y aprendiendo a anudarse una corbata, el hombre perfecto.
¨°*°*°*°¨
GREMORY
— No sé si
esto sea tan buena idea, después de todo — comentó Aniel cuando encendí la luz.
— ¡Claro
que sí! Es la mejor sastrería masculina de Libiak, por no decir la mejor del
país — acoté muy segura.
Después
de todo, la moda de Lirau es buena pero la capital siempre está un paso más
adelante.
— No
hablaba precisamente de ese punt…
— ¡Esta
chaqueta se ve estupenda! — oí de Seir y corrí a verla.
Creí que
convencer a Nanael nos costaría, por lo menos, siete vidas completas. Pero la
pequeña lo consiguió así que ya todo estaba casi listo. El bendito coctel era
pasado mañana así que tenía aproximadamente algo de cuarenta horas humanas para
enseñarle a Aniel los protocolos humanos acostumbrados para este tipo de ocasiones.
Además,
tiene que interpretar el papel de un “perfecto partido”, como lo llamarían las
mujeres humanas. Creo que el asunto del aspecto ya está resuelto, pero no podía
dejar sueltos los cabos de la “actitud”. Esos tenían que ser los más trabajados.
— Seir,
Gremory, no es por ser aguafiestas, pero sinceramente la idea de robar no me
parece la más adecuada.
— Hermano,
no estamos robando nada — puntualizó Seir—. Solo tomaremos prestadas algunas
prendas, ¿verdad, Gremory?
— ¡Sísísísí!
— prometí. Aniel elevó una ceja—. Vamos, hombre, estoy hablando en serio. Ni
bien acabemos con todo el teatro, te juro que tú mismo vendrás a inspeccionar
que dejemos todo tal y como lo encontramos, ¿de acuerdo? — La ceja se arqueó
más—. ¡Te lo juro por todo mi amor e idolatría a Nanael! ¿Más convencido? — añadí
y después de la carcajada me dijo que “bueno”.
A ver,
veamos: tenía pensado que por lo joven que se ve, podríamos fingir que tiene diecisiete
años. Tal vez dieciocho para que responda que acude a la universidad por si
alguien pregunta.
— ¿Arquitectura?
— me preguntó con curiosidad mientras le medía los brazos para que Seir fuera
por las camisas de su talla—. ¿Y eso por qué?
— Me
encantaría decir que eres pintor, pero los humanos de esta época tienen cierto
desdén por los artistas. — Aniel me miró divertido y después se irguió cuando
le pedí que se pusiera de pie para ver su estatura —. Además, Arquitectura
mezclaría lo que yo llamaría “arte y estrategia”: perfecto para esas familias
tan conservadoras.
— No lo
comprendo — me respondió confuso—. ¿Es necesario decir tantas mentiras? Pensé
que solo nos presentaríamos y trataríamos de obtener la atención de Loi.
— Pues eso
es justamente lo que vamos a hacer, hermano — añadió Seir que andaba muy entusiasmado
porque decía que jamás había tenido un compañero de juegos—. Pero para lograr
el objetivo de tu pequeña custodiada (que es poner celosísima a la otra dama
humana), pues tenemos que ir acorde a la ocasión. Como dice Gremory, hay
ciertas convenciones entre los humanos que debemos respetar para que todo vaya
de acuerdo al plan.
—
¿Tenemos un plan? — me preguntó con esa
encantadora mirada curiosa.
—
¡Por supuesto! — respondí convencidísima—. A ver,
como le dije a Nanael: ya tenía todo casi planeado. — Seir y Aniel me
observaron atentamente—. Primero lo primero: como es una reunión de humanos
algo conservadores, y digo esto entre comillas porque me he topado con sinfines
de individuos que se dicen muy moralistas pero en realidaaad… ¡en fin!, el caso
es que necesitamos una entrada que no llame demasiado la atención pero que
tampoco pase desapercibida. Ustedes dos irán como mis dos guapos nietos, primos
entre sí, y si preguntan, simplemente responderán (sin dar demasiados detalles porque
es de mala educación alardear), que están de visita, acompañando a su vieja
abuela que tenía deseos de viajar por el mundo antes de llegar a la tumba.
Mmm, no,
este chaleco se ve demasiado rígido. A ver, si busco más al fondo…
—
Aniel, ve poniéndote esto mientras busco otras
opciones.
Le pasé
un conjunto de prendas con todo lo necesario y lo dejé a solas por si le
entraba algo de pudor
—
Creo que yo ya estoy listo. Puedes ponerme
cualquier prenda y me quedará estupendo — oí de Seir a mi lado.
—
¡No! ¡Ni pensarlo! — Me miró con rostro
ofendido—. Tenemos que hacer algo contigo porque, de lo contrario, se darán
cuenta de que eres el maldito “poeta viajero” que anda cogiéndose a todas las
niñas humanas que puede.
—
No lo digas de ese modo: ¡haces que suene mal!
—
¡No puedo concebir ser la abuela de un
libertino!
—
¿Por qué están peleando? — oímos de Aniel desde
la otra estancia.
—
¡Hermano, me han lastimado profundamente! — se
quejó Seir y corrió hacia allá—. Gremory cree que soy la deshonra de nuestra
familia.
—
¡No seas tan dramátic…!
Había
ido tras él pero sentí que los músculos se me tensaron. No acabé la frase
porque ni bien crucé el umbral me encontré a Seir, tan extrañado como yo,
viendo el vestido verde esmeralda y las ondas rubias de la recién llegada.
¿Qué
está haciendo aquí?
—
¿Nhyna? — la saludó Aniel.
La
verdad es que no soy muy cercana a esta demonio, y de ella solo puedo decir que
su especialidad es brindar amor forzado y que me simpatiza tanto como otro
demonio que conozco llamado Berith. Él también tenía por especialidad la
predicción, como yo, pero era tan perverso que hasta para mí, que también soy
una demonio, resultaba algo detestable.
No es
que Nhyna sea tan cruel como él, pero es tan meticulosa con todo el asunto de lo
que ella considera “belleza”, que a veces resulta odiosa. Eso sin contar que he
sabido de buenas fuentes que detesta a los humanos.
Me
pregunto…
—
¿Qué haces aquí? — Seir me ganó en
pronunciarlo. Noté que traía una expresión ligeramente deslumbrada pero después
parpadeó y puso los ojos en blanco.
—
¿Acaso tengo que darte detalles de mis paseos,
Seir?
—
Si apareces de la nada en un lugar en el que ya
estamos reunidos, pues evidentemente resultas ser una “invitada no anunciada”,
¿no crees? — se me escapó.
Volteó a
verme y después lanzó una fuerte carcajada:
—
Vaya, te veo bastante decente, Gremory. Tengo
muy presente el violeta intenso de tu cabello del último Zahir. — Se me frunció
el ceño—. Pero vamos, no voy a negar que eres muy osada para usar colores que
solo un payaso usaría.
¡¿Qué cosa?!
—
¡Heeey! De acuerdo, damas, vamos a relajarnos.
— Iba a decirle a Seir que yo estaba muy calmada pero me quitó de las manos las
tijeras que inconscientemente había tomado—. Cielos, las mujeres de cualquier
especie son de temer.
—
¡Cállate! — proferimos ambas y él rompió a
reír.
—
Y tú, ¿qué haces por aquí? — ladró Nhyna
dirigiéndose a Aniel —. Ya sé de sobra que es común en ellos esto de entrar a
hurtadillas a robar, pero ¿ahora tú también? ¿De qué me perdí?
Aniel
volteó a vernos muy seriamente.
—
Ya te dije que solo será un préstamo — aseguré;
Seir corroboró mis palabras:
—
Vamos, hermano, no te preocupes por eso y mejor
vamos viendo el asunto de cómo deberíamos presentarnos.
—
¿Presentarse? — fisgoneó ella. Iba a
responderle que no era de su incumbencia, pero Aniel le explicó tranquilamente
que se inmiscuirían en una reunión de humanos. Para cuando lo comprendí, entre
él y Seir ya le habían dado algunos detalles que yo hubiera preferido mantener
en secreto.
Nhyna es
un incordio. No sé cómo rayos Aniel puede soportarl…
—
Todo este conjunto te lo ha escogido Gremory,
¿verdad? — oí de pronto—. ¡No! ¡Está horrible! ¡No hay forma de que permita que
vayas con eso!
¿Ya dije
lo de incordio?
—
Estábamos muy bien hasta que llegaste, eh.
—
Estaban muy “perdidos”, querrás decir. Sus ojos
son extremadamente claros, no puedes desperdiciar su bonito color con esta
chaqueta de anciano.
¿Qué ha
dicho? ¿Bonito color?
Fue como
si comprendiera lo que acababa de decir porque parpadeó, avergonzada, y corrió a
la otra habitación, con expresión de concentración. Oímos el susurro de las
telas al chocar entre sí.
Dijo
“bonito color”, ¿verdad?
No sé
qué cara habré puesto que Seir me miró de reojo y asintió. Movió la boca sin
emitir sonido pero pude leer: “es su admiradora”.
Me
espanté por completo: ¡¿admiradora?!
—
No te creo.
—
Te lo juro.
—
¡¿Cómo lo sabes?!
—
Una vez se le presentó completamente desnuda.
¡Ay,
madre! ¡Tener a Nhyna de admiradora! ¡¿Acaso Aniel puede tener tan mala
suerte?! Todos sabemos lo loca que está. El único que se ha atrevido a entablar
una relación amical con ella es Valak, ¡y claro! ¡Porque justamente él está
igual de zafado que ella!
—
Vamos a probar qué tal te va con este — oímos a
su retorno —. Ponte esta camisa, estos zapatos y el chaleco. Si puedes anudarte
esta corbata, hazlo… Aunque cuando llegué te vi luchando con ella así que no
estoy segura de qué tan diestro seas.
—
¿Te estás burlando de mí? — acotó Aniel.
—
¿Tú que crees? — rebatió ella con una sonrisa y
la mandíbula se me cayó.
¿Acaso
estoy presenciando esto? ¡¿Nhyna realmente está bromeando con alguien sin ser
cruel y despiadada?!
Volteé a
ver a Seir que elevó las manos y se encogió de hombros, con un silencioso “yo
tampoco lo entiendo”.
—
Barba suave y cabello corto. Es lo que Seir
necesita para no parecer él mismo — sugirió Nhyna después de la hora y media
que nos pasamos vistiéndolos a ambos, buscando el conjunto adecuado y
aprovechando para ir conversando sobre los protocolos necesarios para la
ocasión—. Por cierto, eso de “poeta viajero” suena completamente ridículo.
—
¿Verdad que sí? — señalé y me dijo que era el
peor apodo de la historia—. ¡Te lo dije, Seir!
—
¡Silencio, par de damas chismosas! — exclamó él.
Su mirada ofendida nos dio más risa.
—
¿Aniel? ¿Qué tal vas con todo? — pregunté. Él
estaba tras el biombo que se usaba de vestidor, probándose la última muda de
ropa—. ¿El chaleco te queda?
—
Mmm, déjame ver. Creo…creo que sí — respondió
no muy seguro.
—
¿Y qué tal si sales para que te apreciemos? —
lanzó Nhyna que se había acomodado perfectamente en uno de los divanes de la
tienda.
Seir
terminó de anudarse la corbata azul oscuro y dio un giro frente a nosotras; ya
con el cabello cortísimo y la barba rala que Nhyna había sugerido.
De
acuerdo, no puedo negar que su ayuda ha resultado muy provechosa.
—
Sé que siempre me veo bien, pero creo que en
esta ocasión voy con potencial “matador” — comentó presuntuoso.
Iba a
decirle que su modestia era “impresionante”, pero los ojos de Nhyna se abrieron
enormemente y se puso de pie al instante, diciendo algo de que su “obra estaba
perfecta”.
Giré con
curiosidad, y entonces no pude con el grito que se me escapó.
¡Por
todas las creaciones! ¡Pero si está guapísimo!
—
¿Aún vas a negar mis dotes para la asesoría de
imagen, Gremory? — oí de ella en medio de mis carcajadas—. ¡Porque ni en mil
vidas podría verse mejor!
Habíamos
estado probando miles de prendas y conjuntos, y si bien todo lo que le
pusiéramos a Aniel le quedaba bien, definitivamente esta última puesta era
¡la-in-di-ca-da!
—
¿Qué sucede? — preguntó él de buen humor. Me
acerqué y alisé el chaleco de suaves tonos dorados ceñido a la cintura. Los
pantalones grises estaban impecables y los zapatos perfectamente brillantes.
Eso sin
comentar que el porte se veía entre audaz y refinado. Una especie de joven
fuerte pero de movimientos ágiles; lo que yo llamaría “arte y estrategia”.
—
Eres alto, pero en traje se nota más — comenté
orgullosa.
—
Déjame poner el último detalle. — Nhyna sacó
una de las corbatas exhibidas en el colgador y la estiró con una maniobra
veloz. Se puso frente a él, cerró el cuello de la camisa de seda hacia arriba,
y después elevó una ceja, como esperando algo obvio.
Aniel
frunció el ceño y lo comprendió. Se inclinó levemente, para que así ella
pudiera llegar a ponerle la corbata de lazo; y segundos después se irguió,
perfectamente listo para cualquier reunión humana.
—
De acuerdo, mi aire matador fue superado — comentó
Seir resignado.
¡Estoy
demasiado emocionada! ¡Las niñas van a dar el grito al cielo cuando llegue con
mis dos apuestos nietos!
—
No olviden que la mayoría de niñas que rodean a
la pequeña Albania no cumplen ni los dieciocho años — puntualicé mientras Seir
le enseñaba a Aniel cómo sacar el reloj de bolsillo —. Eso significa que nada
de ofrecerles copas de vino. Tengo entendido que las chicas no beben más de dos
copas hasta que cumplen la mayoría de edad. Y sean amables, ¡extremadamente
amables!
Eso
derretía a cualquiera.
—
No; la amabilidad extrema echaría a perder todo.
El ceño
se me frunció: ya, acepto que Nhyna nos ha ayudado bastante con la ropa, ¡pero
la cuestión de actitud quedaba en mis manos!
—
No, ni pensarl…
—
Escucha, si el plan que tienes entre manos es
hacerlo “deseable”, no puedes reducir todo su enorme potencial a un simple “sé
extremadamente amable”. Lo arruinarías por completo.
—
Ya, bien, ¿entonces qué sugiere la “gran
asesora”? — tercié irritada.
Le lanzó
una profunda mirada de inspección a Aniel y después sonrió:
—
“Accesible pero inalcanzable”: no hay nada más
deseable que eso.
Aniel
parpadeó confundido. Seir se mostró interesado:
—
Me gusta cómo suena eso. Continúa.
Me dejé
caer sobre el sofá: ¡ya! A ver, qué hable la supuesta “experta” en temas de
imagen.
—
¿Sabes qué hace deseable cualquier cosa en el
mundo humano? Que sea algo que otros desean, mejor si son numerosos. — Rodé los
ojos cuando Seir aseguró que eso era cierto—. Ahora, si a eso que se considera
“admirado” por muchos, le agregamos un pequeño toque de accesibilidad, la
trampa ya está echada.
—
No comprendo.
—
Aniel tiene razón. Yo tampoco entiendo na…
—
Es muy sencillo, Gremory — me interrumpió
petulante—. En palabras simples: un sujeto apuesto será deseado por varias, lo
que lo hará aún más deseable porque significa que es algo así como “el premio
mayor”: todas lo quieren. Ahora, si este sujeto en cuestión no es del todo
cerrado, sino que permite que se le conozca, eso le agrega un punto a favor: es
accesible, ¿es decir? No es jactancioso a pesar de saberse deseable. Los tipos
arrogantes al completo pueden resultar interesantes, y eso también les da
puntos; pero un sujeto que se sabe atractivo, y aun así es gentil, tiene el
doble de poderío porque provoca que las que lo desean alberguen una esperanza,
por mínima que sea, de obtener algo de su parte. — De acuerdo, no voy a pensar
por completo que tiene algo de razón—. “Inalcanzable pero accesible”: las
estrellas no resultarían tan hermosas si no pudiéramos verlas si quiera desde
lejos. Sabemos que nunca podremos tocarlas, pero podemos soñar con hacerlo ya que
tenemos una vaga idea de cómo se ven. Un tipo excesivamente cerrado resulta
pesado, y uno excesivamente amable resulta aburrido. Ni lo uno, ni lo otro: el
secreto está en el equilibrio adecuado. Una postura segura y atractiva, pero lo
necesariamente gentil, hará que todos a su alrededor quieren atraparlo.
Nhyna
terminó su análisis y Seir tuvo la estúpida idea de cerrarme la boca
empujándome el mentón hacia arriba.
Si
Nanael fuera un poco más accesible…yo…yo a lo mejor hasta besaría el piso por
el que camina; porque sentiría que es perfecto.
Bien,
tal vez Nhyna sí sabe de lo que habla.
—
¿Qué dices? ¿No me crees? — Traté de no verme
demasiado persuadida.
—
Bu-bueno…a lo mejor tienes algo de razón.
—
Tiene mucha razón. — Ya, genial: gracias, Seir—. Además, Aniel ya suele ser así.
—
¿Inalcanzable pero accesible? — repitió él,
incrédulo, y rompió a reír—. ¿Pero qué cosas dices?
—
¡Hermano, es la verdad!
—
No sé de dónde has sacado semejante tontería.
Nhyna
chasqueó los dedos y el espejo de cuerpo entero apareció frente a nosotros.
—
Solo…te faltaría algo más de arrogancia. No
excesiva, pero si lo suficiente como para demostrarle al mundo que sabes lo
atractivo que eres. — Se puso tras él y sonrió al ver su reflejo en el espejo.
Por un momento sentí algo inquietante, porque aunque Seir y Aniel no lo vieran,
yo sí lo vi. Vi el brillo repleto de
deslumbramiento en los ojos de Nhyna.
Y por un
momento extrañísimo sentí como si me viera a mí misma.
Seir
tomó un sombrero de copa y se lo puso a Aniel hasta cubrirle los ojos, en plan
de jugueteo. Los oí reír a ambos, completamente entretenidos.
—
Ah, es cierto. No podré presentarme como Tarek
Rye, ¿verdad?
—
Ni pensarlo, “poeta viajero”. Nuestra familia
no admite mujeriegos — sentencié—. Pensemos un buen nombre para cada uno…
—
Creo que yo tengo uno para él — oímos. Nhyna se
encogió de hombros y fingió desinterés—. A lo mejor les gusta…
Seir la
invitó a continuar. Dijo que después de todo, la mayor parte del trabajo bien
hecho el día de hoy había sido por ella.
¡Pero
que se olvide de acudir conmigo al Zahir de este año! ¡Traidor!
—
Iluminar… — murmuró Nhyna y con una tiza
escribió sobre el pedazo de tela extendida en la mesa de en frente, lista para
ser cortada—. El color de tus ojos me hace pensar en luz, no sé por qué.
Elevó el
lienzo y entonces…
—
¡El día de hoy has hecho muchos puntos! —
exclamó Seir, aprobándolo por completo. Aniel sonrió, y yo…
Bueno,
ya qué.
Debo
admitir que el nombre me gusta.
¨°*°*°*°¨
NUNA
— ¡No,
Nunita! ¡No voy a ponerme ese vestido por nada del mundo!
Bien,
aquí vamos. Es el décimo vestido que le muestro a mi niña y nuevamente me ha
puesto ese gesto de rechazo absoluto.
No lo
entiendo: ¡antes todos estos le gustaban muchísimo!
— A ver,
niña; si ninguno de los vestidos que le estoy sugiriendo le gustan, entonces no
sé qué vamos a hacer. Ya no hay tiempo para salir a buscar uno nuevo. ¡Vamos,
dígame qué es exactamente lo que está buscando!, porque todos los que le estoy
mostrando son los de su colección sin estrenar.
— Es que…
¡es que…! — Se mordió los labios y después se dejó caer sobre la cama, solo con
las enaguas, la camisa de lino interior y todo el cabello alborotado: Santo
Dios, aún falta peinarla—. Ay, Nunita, no sé. Siento…siento que ninguno es lo
suficientemente bonito. ¡Y hoy tengo que estar muy, muy presentable!
—
¡¿Qué cosa?! ¡Pero niña Albania, todos estos
vestidos están nuevos! ¡Son los que mandamos a hacer hace apenas dos meses
atrás!
—
Sí, pero… — Se puso de pie de un tirón, corrió
hasta el clóset y tomó uno —. ¡Por ejemplo! ¡Mira este de aquí!
Me
acomodé las gafas y observé el vestido rosa suave. Mmm…
—
Lo siento niña Albania, yo realmente no veo
ningún inconveniente con ése. Es perfecto: rosa suave, como cualquier niña de
buena famili…
—
¡Es que ese es el problema! ¡Tú misma acabas de
decirlo! — Por todos los Santos, ¿qué cosa he dicho que ni me he percatado?—.
¡Nunita, este vestido es muy…muy…! ¡Es muy de “niña”!
¿Cómo?
—
¡Anastasia Liwen usa este tipo de vestidos! ¡Y
lo último que quiero en este día es verme como ella! — replicó angustiada.
Bueno,
comparar los vestidos de mi niña con los de la hija de los Liwen también era
una exageración. Mi niña no usaba lazos extremadamente grandes ni volantes muy
pomposos.
—
Niña Albania, hace dos días usted ya tenía un
vestido escogido. Supuestamente iría con el melocotón, ¿o no?
—
Sí, pero antes de que subieras me lo probé y no
me queda bien.
¿Que no
lo queda bien?
Traté de
hacerla entrar en razón y la obligué a que se pusiera el bendito vestido que
ella misma había mandado a hacerse hace un par de semanas atrás. Le até el lazo
por la parte posterior y después la puse delante del espejo de cuerpo entero de
la habitación.
Ay,
Señor, ¡pero si está preciosa! ¿Por qué dice que el vestido no le queda bien?
—
Niña Albania, este vestido le queda mejor que
bien — aseguré al ver la perfecta costura entre la parte del corsé y la falda.
El cuello tenía unos bonitos bordados en perla y ni qué decir de las mangas,
que tenían algunos volantes discretos pero bien elaborados.
La vi a
través del espejo y comprobé que realmente no le gustaba en nada lo que veía. El
ceño se le frunció aún más y me hizo un tremendo puchero.
—
A ver, pequeña diablilla, ¿qué está pasando por
esa cabeza? Si me dice exactamente qué cosa es lo que quiere, a lo mejor pueda
ayudarla.
—
Lo que pasa…es que… — Esperé que me dijera más
pero resopló, se dejó caer sobre la cama y se hizo un ovillo. Me senté junto a
ella, incitándola a continuar—. Lo que pasa es que…
—
¿Sí?
—
Nunita, ¡quiero ponerme la gargantilla que me
envió Alexia y por eso tengo que ponerme un vestido que no me cubra por
completo el cuello! — concluyó y se me quedó viendo afligida.
La
observé por unos segundos…
…y
después no pude evitarlo.
—
¡Nunita, no te rías! ¡No es gracioso!
—
¡Ay, mi niña hermosa!— La atrapé por las
mejillas y se las besé con muchísimo afecto—. ¡Lo que usted quiere es un
vestido con más escote! ¿No es así? — Infló los mofletes para después ocultar
el rostro entre los almohadones mientras asentía fuertemente.
Ah, cómo
se me pudo pasar algo así. Si recuerdo que hace unos años pasó exactamente lo
mismo con la señorita Ruth.
Claro,
con lo de “vestido muy de niña”, mi niña Albania simplemente estaba buscando
uno más sobrio. Tal vez sin tantos lacitos y a lo mejor algo más ajustado. Más
de mujer, como dice ella misma.
No sabré
yo lo coquetas que pueden resultar las niñas cuando ya están creciendo.
—
¿Qué le parece el perla con ocre que le envió
la señora Morgana? — sugerí.
Mi niña
se quedó estática y después se reincorporó.
—
¿Perla con ocre? — preguntó curiosa.
—
¡Claro! Si usted misma me hizo guardarlo en el
clóset, aun con toda la cubierta protectora.
—
¿Qué? Pe-pero cuál…
—
Ay, niña. Usted recibe tantos vestidos que ya
hasta olvida los que tiene.
Me puse de pie y abrí la otra puerta del
clóset. Mmm, a ver, este…no, por aquí. Por aquí…
¡Sí! ¡Aquí lo tenemos!
—
Hablo de este, mi niña revoltosa — sentencié
satisfecha después de estirarlo en la cama y bajar el cierre de la capa
protectora.
Vaya,
ahora que lo veo bien, los hombros también quedan demasiado descubiert…
—
¡Nunita! ¡Es perfecto, perfecto, perfecto! —
chilló emocionadísima mientras me daba de besos por todo el rostro.
—
Niña Albania, espere, me parece que el vestido
es demasiado…
—
¡Hermoso! — me interrumpió—. No tiene lazos más
que el posterior y las cintas son delgadísimas. ¡Había olvidado por completo
que lo tenía! ¡La tía Morgana y tú son las mejores!
Traté de
hacerla cambiar de opinión; y no porque el vestido fuera escandaloso o algo
así, sino porque había olvidado que la señora Morgana tiene un particular
estilo y este vestido tenía muchísimo de ella.
La
cintura estaba perfectamente delineada por los ganchos que se cerraban en la
parte posterior, y las mangas por debajo de los hombros dejaban un escote
bastante pronunciado. Es un vestido repleto de elegancia, pero justamente por
eso resultaba algo violento para mí.
Mi niña
tiene quince años; y a esa reunión definitivamente va a acudir el molestoso
señor Traugott acompañado de su hijo. No se lo he querido decir al señor
Alcides pero a veces, cuando el joven Darío venía de visita a la casa, sentía
que la observaba con ojos algo indecorosos.
Si fuera
por mí, la llevaría completamente cubierta a cualquier lugar en el que pudiera
encontrarse con él.
—
¡Voy a ponerme este, Nunita! ¡Ayúdame que se
nos hará tarde y tenemos que ir por Loi!
—
De acuerdo— acepté ayudándola a ponérselo—.
Pero solo por si las dudas, recuerde no quedarse a solas con…
—
…Darío Traugott — me dijo con voz aburrida—. Sí,
claro que lo sé, Nunita querida. Además, no me apetece en nada pasar tiempo con
él. Ya suficiente con la pedida de mano que no planeo aceptar nunca.
La
verdad es que no debería fomentar esto en ella…pero a mí tampoco me gusta para
nada el joven Darío.
—
¿Y puedo saber cuál es el motivo de tanta
preparación, pequeña bribona? — pregunté mientras la cepillaba. El sutil aroma
a flores de durazno me hizo recordar lo antipática que se había puesto Tamaya,
exigiendo que le diera la “fórmula” de mi niña para traer aromas tan exquisitos
porque la niña Corín se lo había ordenado.
No
llegué a decírselo ya que en realidad era un secreto. Mi niña Albania tiene un
diván repleto de frasquitos con lociones y aceites con aromas tan deliciosos
como extrañísimos. ¿La culpable? Pues la señora Morgana que se los enviaba en
medio de alguna travesía a algún exótico país, y la había acostumbrado a
ponerse perfumería que uno difícilmente podría hallar en cualquier lado, por
muy exclusivo que fuera.
—
Pu-pues…pues porque me han solicitado que toque
algo en medio de la velada, Nunita. ¿Por qué más, sino? — Entrecerré la mirada
ante el tonito balbuceante—. A-además…la loca de Anastasia también va, y no va
a desperdiciar oportunidad alguna para molestarme.
—
Bueno, niña, no sé si la expresión sea la
adecuada porque usualmente usted es la que termina enfadándola.
—
Nunita, ¡¿te estás poniendo de su parte?!
—
Niña Albania, ni me salga con esa postura
indignada que bien sabemos que es muy difícil que alguien consiga…“meterse con
usted” — resumí en palabras más sencillas—. No quiero ni recordar la absurda
idea de enviarle el ratón a la niña Corín. Ni lo del “encantador” apodo de
pastel de navidad.
—
Loi me dijo exactamente lo mismo — protestó
enfurruñada—. ¡De acuerdo! Acepto que puedo llegar a ser odiosa… ¡pero solo
cuando realmente llegan a enfadarme! Y Anastasia no deja de molestar a mi Loi.
—
Ah, niña…
Cuando
era más pequeña, mi niña resultaba muy frágil. Tan frágil que al menor
comentario sobre su condición de “adoptada”, los ojos se le ponían llorosos y
corría a refugiarse en mi pecho. A eso se le sumó la horrible experiencia de su
secuestro: suceso que no volvió a mencionarse en la casa.
Algo
cambió en ese momento. No sé cómo explicarlo pero sentí como si una parte de mi
niña creciera demasiado rápido: como si su fragilidad repentinamente se
esfumara. Cuando me dijo que “yo no tenía la culpa de nada”, al verme tan
devastada porque yo sentía que había sido la única tonta mentecata que había
creído en las palabras de Rudy, el tono en búsqueda de mimos que solía emplear
se perdió por completo. Me lo dijo repleta de sinceridad y con un aire tan
ausente, (típico de los adultos en momentos de sosegada resignación), que sentí
como si mi niña de trece años hubiera retornado con cuarenta años más.
Por
meses estuvo confinada en su habitación, a propia voluntad. Comía poco y
amanecía con los ojos hinchados, tal vez de tanto llorar. Entre el señor
Alcides, el señorito Joan, los demás empleados de la casa y yo tratábamos de animarla
a salir, como antes, pero pasó muchísimo tiempo para que accediera a hacerlo.
Entonces
gracias al cielo apareció el bendito conejo. La adquisición del esponjoso animalito
que mi niña bautizó como Godón ayudó muchísimo con su recuperación. Me resultó
un tanto grotesco verlo sin una pata trasera; pero cuando vi lo cuidadosa y
amorosa que era con él, empecé a agarrarle afecto yo también. Porque gracias a
él, mi niña volvió a corretear como solía hacer antes; excepto por un diminuto
detalle:
Angustia.
A lo
mejor soy la única que lo cree, pero mi niña hermosa de tanto en tanto, cuando
cree que nadie la ve, suspira acongojada. Al inicio pensé que era porque
recordaba el traumático suceso, pero después se hizo parte de ella. De vez en
cuando los ojos se le apagan y se queda viendo la nada; no como antes, en los
que parecía que soñaba pensando en cosas hermosas de las que se reía sola. Ahora
era como llevando una culpa silenciosa, de la que no me ha querido hablar.
Cierta
vez la niña Corín trató de asustarla comentando que “si dejas la ventana
abierta podrían ingresar seres que tratarían de llevarte con ellos”. Supe al
instante que era una manera de recordarle la horrible experiencia de sus trece
años; pero antes de que yo ingresara a la salita de té y pusiera en claro las
cosas, mi niña Albania habló:
»— Que
ingresen los que quieran. No creo que puedan hacerme daño, Corín.
Se lo
comenté a Bejle. Me dijo que esa frase no significaba nada, simplemente era una
respuesta arisca, como solía hacer mi niña cuando hablaba con personas que le eran
antipáticas; pero para mí no fue así, porque el tono estaba completamente lleno
de melancolía.
—
¡Nunita! ¡Ayúdame con la peineta!
Acomode
la peineta de plata a un costado de las ondas y terminamos.
Sentí
que me inflé de orgullo porque estaba igual de hermosa que siempre.
—
Creo que ya estamos listas. Tal vez ya
deberíamos ir bajando; el señor Alcides en cualquier momento subirá a
reprendernos por la demora. ¡Está hermosísima, mi niña preciosa! ¡No hay ser
más hermoso que usted en el mundo entero!
—
Ser más hermoso… — repitió en voz bajita—. ¿Tan
hermoso es el vestido, Nunita?
—
¡Lo digo por usted, tontuela! Así se ponga los
vestidos que quiera, lindos o feos, rosas u ocres, igual siempre va a ser mi
niña preciosa.
Se quedó
viendo en el espejo, algo nerviosa, y después giró y me abrazó fuertemente.
—
Te quiero, mi Nunita querida.
Ay,
Señor. ¡No hay niña más engreída!
¨°*°*°*°¨
LUCA
—
¡Más que listo! — anuncié al ingresar a la sal…
¡POM!
—
¡Ouch! ¿Y ahora eso por qué fue, papá? —
reclamé ante el manotazo.
—
¡Maldita sea, Luca! ¡Ese condenado cabello!
¡Parece que tuvieras un par de alambres saliéndote de la cabeza!
Iba a responder
algo como que esos alambres los había heredado de él, pero recordé que mañana era
el cumpleaños de mamá: “Quiero que
pasemos un fin de semana tranquilo, ¿de acuerdo? Háganlo por mí”, era lo
que nos había dicho a Naum y a mí ayer, cuando bajamos del tren.
Evidentemente
el pedido iba dirigido exclusivamente a mí, que siempre que venía de visita
tenía que tener algún altercado con papá.
Bueno, voy
a tratar de mantener la fiesta en paz. Después de todo, mamá y Naum aman toda
esta cosa del teatro y yo voy a ser el último en arruinarles la noche.
—
¿Es que tampoco sabes ponerte una corbata?
¡Maldita sea, toda la fortuna que le pago a Dominic Pascal no sirve ni para que
te enseñen a vestir adecuadamente!
Mierda,
realmente quiero llevar la fiesta en paz, pero Mariano Liberia me la tiene
jurada desde que estaba en el vientre de mi madre.
Cálmate, cálmate. Mamá ya va a bajar.
Ania
entró con el vaso de whisky que mi padre había pedido y me lanzó una mirada de
apoyo. Le guiñé un ojo para que supiera que por esta noche realmente no iba a
pelear.
Desde
que entramos a décimo año, son pocas las veces que venimos de visita a Lirau; y
si bien Naum disfruta de estos viajes porque extraña la casa (entre otras
cosas, como ver a Marion Amira), la verdad es que yo prefería quedarme en el
internado, con los muchachos.
A veces
siento que mi padre me manda llamar solo para usarme de pelotita…
—
¡El pelo, Luca! ¡Haz algo con ese pelo!
…desestresante.
De acuerdo, no puedo hacer nada si mi padre
insiste en llevar este pequeño conflicto cabelludo a niveles más elevados.
—
Bien, ¿sugieres algo? — pregunté maduramente.
A ver,
estoy abierto a evaluar alternativas para no molestar más a mi distinguido
progenitor.
—
¡Lo que sea…! — me respondió severo. De
acuerdo, está dando carta abierta— ¡…pero aplánalo, maldita sea!
¿Lo que sea?
Bueno.
Estoy dispuesto a arreglar el asunto con mi pelo para no enfadarlo más y “sacarle
más canas” como repite (aunque hasta ahora no le haya visto ninguna).
Observe
el estudio de izquierda a derecha y…
¡Estupendo!
¡Justo lo que necesitaba!
—
¿Y bien? ¿Ya pensaste como peinarte esa cabez…?
¡Pero no con las tijeras, muchacho idiot…!
—
¡No, joven Luca!
¡Cleck!
Vi uno
de los rizos caer. Casi pude sentir las enormes ganas de carcajearme vibrando en
mi pecho.
—
¡¿Pero qué está pasando aquí?! ¿Por qué gritan
tanto?
—
Vaya, qué guapa estás, mamá — sentencié cuando
entró al salón. Tanto ella como Naum observaron todo el cuadro: primero a Ania,
que traía la boca cubierta con las manos, espantada; después a mi padre con su
vaso siendo sostenido y a lo mejor a punto de quebrarse entre sus dedos…
Y bueno,
a mí con un mechón de pelo menos.
—
¡Pero qué…! — oí de Naum exaltado—. ¡¿Pero qué
te pasa, Luca?!
—
¡No sé qué voy a hacer contigo, muchacho del
demon…!
—
Cariño, tranquilo. No voy a preguntar qué
sucedió porque tú tampoco eres santo de mi devoción. Seguro dijiste algo para
molestarlo, ¡y está de vacaciones! ¡Por qué eres así! ¡No lo vemos seguido!
—
¡Le dije que se peinara y el muy bellaco cogió
las tijeras y se cortó un mechón de pelo!
—
Si quieres acabo con todo — ofrecí dócilmente.
—
¡YO TE VOY A…!
—
Cariño, tranquilo, tranquilo.
Naum se
acercó y me arrebató las tijeras con el ceño muy fruncido.
—
Me dijo que hiciera lo que sea para aplanarlo.
¿Qué más podía hacer? — le dije encogiéndome de hombros—. Era eso o hacerlo
enfadar más.
—
No intentes sonar inocente — me susurró y tuve
que poner mucho esfuerzo en evitar reírme, porque era muy gracioso verlo con el
ceño fruncido pero con la boca a punto de torcérsele en una sonrisa.
Naum
sabe lo insufrible que puede ser nuestro padre conmigo; y si bien no apoya que
me la pase peleando con él, varias veces me ha dicho que no sabe de dónde saco
tantas cosas para hacerlo enfadar más.
“Es una
habilidad natural”, le respondí, y me gané una mirada de pocos amigos.
—
¿Ya deberíamos ir saliendo? ¡El ballet empezará
a las ocho y ya van a dar las siete y media! A ver, arreglo ese cabello así, de
lado, y nadie notará el pequeño mechón que falta.
Mamá,
con ese aire tan fresco y juvenil, le dio dos pellizcos en la mejilla a mi
padre y nos pidió que saliéramos ya rumbo a los coches. Antes entrábamos los
cuatro en uno, pero cuando el tiempo pasó ella misma solicitó que se comprara
uno nuevo. Después de todo, según sus palabras, “ya no era tan sencillo ir con dos
muchachos de diecisiete años en el asiento posterior”.
Naum y
yo acabamos de cumplir diecisiete hace dos meses y mamá no deja de alardear por
eso. Intuyo, levemente, que se debe a que ya podemos hacer formal cualquier
tipo de alianza matrimonial. Y su mejor amiga tiene una hija a la que quiere
emparejar con uno de nosotros a como dé lugar.
Me temo
que ese “uno” soy yo, ya que papá aún mantiene cierta esperanza con respecto a
Naum y la princesa Formerio. Cosa poco probable en términos de corto plazo, ya
que el señor Formerio ya había dejado en claro que todas las propuestas de
matrimonio para su nieta serían tomadas en cuenta cuando ella recién cumpliera
dieciocho.
Punto
favorable ya que a pesar de que Albania Formerio fuera una de las damas casi
veneradas por nuestro círculo de amigos, Naum no podía verla más que como una simple
amiga. Y claro, eso porque mi aburrido hermano vivía enamorado de Marion Amira,
la hija de Gustav y Lorain Amira.
En fin, por
mi lado no es como que me apetezca comprometerme. El próximo año entraré a la
universidad y adiós, años de claustro. El internado se acaba por fin; así que
podré disponer de mi tiempo y mis espacios como se me dé la gana. Ya lo he
conversado con Naum, pero aún reprueba mis planes. Yo, por otro lado, creo que
todo irá mejor que bien porque mis padres no tienen por qué saberlo: estudiaré
la maldita carrera de Economía, como ellos quieren, pero buscaré algún lugar en
el que pueda hacer algo con todo esto que traigo entre manos.
Lo único
bueno de Dominic Pascal fue que necesitaron un apoyo con el pandero en las
liturgias. Marcus Leda era el encargado oficial del piano, y como necesitaban a
alguien que marcara el ritmo, me ofrecí al pensar que podría resultar
interesante.
Fue más
de lo que esperaba: primero el pandero, después el bombo de la banda. Uno podía
hacer música con lo que se le antojara, porque hasta con lápices y una
superficie obtenías sonido. Esto empezó cuando cumplí los trece años más o
menos, y papá no dejaba de repetir que yo jugueteaba haciendo ruido.
He
llevado cursos de música en la escuela, y nunca me había resultado atractivo
tocar algún instrumento. Pero el asunto
con la percusión era diferente: era intenso, poderoso, y tenía que continuar
con esto.
No iba a
casarme a los veintiuno, ni a los veintidós, ni a los veintitrés, como
imaginaba mamá, porque eso significaría atarme a una vida conyugal que no
estaba dispuesto a aceptar. Yo primero voy a hacer lo que siempre quise hacer:
manejar mi vida de la manera más conveniente, a mi modo. Ya después lo demás vendría.
Sentí un
escalofrío por la espalda cuando nos acomodamos en nuestras butacas. Mamá y
papá charlaban con la tía abuela, con la que acabábamos de encontrarnos.
Giré, y
entonces comprobé lo que ya me esperaba:
Exactamente
al frente de nuestro palco, el señor Formerio, la princesa Formerio y Marion
Amira iban ingresando al suyo.
Volteé a
ver a Naum.
El
escalofrío que sentí no había sido exactamente parte de mi reacción: había sido suya.
La gente
no suele creerse estas cosas, pero es verdad: cada vez que alguno está
nervioso, o asustado o tenso, el otro lo siente. En este caso, he sentido los
nervios de Naum al ver a su chica añorada.
—
¿Qué tal si la saludas? — sugerí a ver si se
animaba.
Cuando
le mencioné que podría intentar acercarse enviándole un par de cartas, como
Marcus Leda hacía con esa dama misteriosa que nadie en el internado conocía,
casi se muere del espanto.
—
¿Saludarla? Pero si estamos prácticamente
separados por todo el auditorio de allá abajo.
—
Qué poca imaginación tienes, hombre. —
Aproveché que mamá y papá estaban distraídos con la tía Minerva, y elevé los
pequeños binoculares que nos entregaron en recepción—. Se hace esto, querido
amigo, ¡y asunto solucionado!
Observé
fijamente hacia donde estaban ellas. Fue el momento adecuado porque el señor
Formerio se puso de pie para charlar con un conocido y les dio la espalda. Moví
los binoculares de tal manera que las luces del techo chocaran contra los
cristales y enviaran destellos que pudieran llamar su atenc…
¡Listo!
—
Esto es lo que yo llamo eficacia, hermano mío —
celebré cuando la princesa Formerio elevó sus binoculares y nos observó
fijamente, casi a modo de desafío—. Albania Formerio es increíble, ¿no te
parece?
Moví la
mano en símbolo de saludo y ambas me respondieron de igual manera. Casi pude
escuchar sus risas.
—
Papá quisiera que pensara eso — me dijo
desanimado—. Y claro que lo hago, pero no en la manera en la que él querría.
—
Papá no es dueño de tu vida, Naum — sentencié.
El señor Formerio se dio la vuelta, así que no me quedó más remedio que cambiar
bruscamente la dirección de los binoculares—. Somos sus hijos pero no le
pertenecemos. Si no quieres que insista con el tema de la princesa Formerio,
deberías decírselo.
—
Sí, pero…
—
Naum, tú no tienes por qué cumplir con todas
las expectativas que recaen sobre ti. — Los ojos de mi hermano se abrieron, mis ojos se abrieron—. Escucha, sé que
piensas, como todos, que me tomo todo a broma…
—
¿Y no lo haces?
—
Tal vez un poco…bueno, bah, lo que sea. Lo que
trato de decir…es que el matrimonio es un paso importante. Casarte con alguien
que no amas no debería estar permitido. — Papá nos observó de reojo; supe que
solo para cerciorarse de que no pasara nada porque si me hubiera escuchado ya
me habría lanzado del palco—. ¡Busca
a la que tú creas indicada, y listo! Esas estupideces que nos han metido de
buscar a “una buena mujer” solo porque nuestras familias lo creen conveniente,
no sirven para nada.
—
Para los negocios sí sirven, y mucho.
—
¿Toda tu vida junto a una mujer que no amas?
No, Naum, ni los mejores negocios podrían cubrir todo eso. Escucha, no sé qué
pienses tú, pero yo no estoy para aguantar a una chica presentada por mis
padres. Además, si hablamos de negocios… ¡la familia Amira también sería
perfecta para mamá y papá! No entiendo por qué no les dices de frente que
quieres pedir la mano de Marion Amira.
—
Porque sería descortés, Luca.
¿Qué?
¿Descortés?
—
¿Descortés para quién? ¿Para papá? ¡Ni en sus
sueños! ¡Gustav Amira significaría para papá una estupenda alianza con el campo
médico! Tienes todo para que se te dé el sí.
—
¡Descortés para ella! — me respondió elevando
un poco la voz. El cuello se le puso rojo, como siempre pasaba cuando se
enfadaba—. ¿Acaso no lo entiendes?
Traté de
no verme demasiado estúpido.
—
No, a ver si me iluminas porque no lo
comprendo.
—
Luca, nuestro padre tuvo la “genial” idea de
pedir la mano de la señorita Albania hace cinco meses, más o menos.
—
Ya, hasta ahí te sigo.
—
¡Las chicas se cuentan estas cosas, Luca! ¡Evidentemente
la señorita Albania se lo debe haber contado a la señorita Marion! — Parpadeé:
¿y?—. ¡¿Cómo que “y”?! ¡Son mejores amigas, so, idiota! ¡Cómo podría
ocurrírseme pedirle la mano a la señorita Amira después de que me rechazaron la
mano de la señorita Formerio!
—
No te la rechazaron a ti, porque en primer
lugar tú nunca la pediste.
—
¡Ah, Luca, no me salgas con tus “enfoques”
ahora! ¡Lo que trato de explicar es que, de hacerlo, podría interpretarse como
que considero a la señorita Amira como mi segunda opción!
—
¿Y eso tiene algo de malo?
—
¡Ah, para las damas por supuesto que sí! ¡Es
más, para cualquiera en el mundo! ¡Te ponías como loco cuando te decían
“segundón” en las prácticas de atletismo!
—
¡Pero es que Kim hacía tramp…!
Ahh, ya
entendí.
—
Es por eso que por ahora, quiero acercarme a
ella por mis medios. No a través de papá ni ninguno de esos protocolos. Quiero
que me conozca más, para que así se dé cuenta de que mis intenciones para con
ella son sinceras.
Volteé a
ver al palco de en frente, antes de que las luces se apagaran y mamá y papá se
sentaran junto a nosotros.
Marion
Amira miraba hacia aquí pero rápidamente desvió la mirada.
Bueno,
viéndolo así, creo que el plan de Naum suena lógico.
Lógico,
lógico. Eso fue lo que pensé durante toda la presentación, porque en el cóctel,
cuando apareció ese par…
…sentí
que si mi hermano no ponía manos a la obra, la doncella se le iba a escapar.
Me
pregunto quiénes serían; nunca había oído de ellos. La loca de Anastasia no
dejaba de tratar de llamar su atención, olvidándose por completo de sus
protocolos de etiqueta de “dama bien portada”. Marion Amira reía entre ambos,
algo alborozada, mientras yo trataba de decirle a Naum que si no actuaba, el
asunto podría ponerse peor.
Inclusive
noté ligeramente que la princesa Formerio, repleta siempre de ese aire
sutilmente coqueto, no dejaba de observarlos. Sobre todo a uno de ellos, al más
joven…
…al que,
decían, se llamaba Alen Forgeso.
¨°*°*°*°¨
Ahora que me doy cuenta, les pasé todos los avances del capítulo 12. Lo siento mucho!! Espero que aún así hayan disfrutado del capítulo. Igual ya saben más o menos que nos espera en el siguiente ;)
Nos vemos pronto en el Acto 12, en un coctel algo "movido".
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