ACTO XII - Acto de contrición
PER-DÓ-NEN-ME
Quiero empezar con lo principal: millones de disculpas de rodillas y con cabeza baja incluida. Este capítulo ha demorado meses, ¡lo sé! Y me siento enormemente mal por haberlos hecho esperar tanto. Estoy a un ciclo de decirle adiós para siempre a la universidad, y ando metida en todas esas cosas que transforman a un estudiante en una especie de malabarista de actividades: prácticas, cursos hardcore finales, y sí, la tesis del mal. Todo se me ha juntado y me ha dejado espacios cortísimos para escribir, y no podía darles un capítulo mal redactado uno por respeto a ustedes, y otro por respeto a mí misma y a mis personajes, porque igual yo escribo porque me gusta hacerlo y me encanta que cada capi salga como lo había imaginado porque sino no hay chiste en escribir. Ya con mis disculpas expresadas, vámonos a lo usual (los quiero, no me odien).
Solo quiero anunciar que a partir del capítulo anterior, la dinámica de actualización de capis va a ser así: primero lo subiré aquí, al blog, y después de un par de días a PDF. Solo por una cuestión de tiempo: el PDF requiere de más preparación por todo el formato, así que demora un poquito más.
Como ya saben, en cada introducción hablo de alguna canción en particular, y en esta ocasión hablaré de una de las canciones que, para mí, representan a Nhyna: es Fuori dalla notte, de Ludovico Einaudi. Va a sonar súper raro lo que les voy a comentar, pero es como una especie de complemento de una de las canciones que me evocan a Alen: Fuori dal mondo (el que usé para el book tráiler de NDI). Ambos vienen en el álbum de Eden Roc, ambos tienen este inicio en el título “fuori” y el primero me habla de este “fuera de este mundo” que mi Alen/Aniel siente con respecto a lo que Sisa/Albania provoca en él, ya que de algún modo ella lo hace sentirse fuera de “su mundo” al cuestionar su propia existencia incapaz de enamorarse (los ángeles no aman) y a la vez en el sentido más romántico de la expresión: “ella lo hace sentirse fuera de este mundo, ajeno a todo excepto ella”. Y Nhyna, vaya, con Nhyna el Fuori dalla note es como una puñalada en el pecho, porque ella "está fuera de la noche", en el sentido de que no forma parte de lo que Albania y Aniel comparten (es un mero espectador); y lo que es más feo, ¡ella misma lo sabe! porque en el fondo Nhyna (más adelante) se siente así: fuera de batalla, porque en NDI ella misma admite que Aniel y Albania tuvieron un amor que solo podía considerarse "verdadero". De ese tipo que ella envidió y a la vez admiró.
Solo voy a decir que este capi ha resultado increíble para mí. Amo a todos mis personajes, y este me ha mostrado tantas facetas de varios, que he sentido que cada uno merecería un final feliz (aunque la realidad no siempre es así :'( )
ACTO XII
MARION
—
Diviértete, hija.
— ¡Sí, papá!
Me acerqué a darle
un beso en la mejilla y casi corrí a la puerta. Tuve mucho cuidado de no
parecer demasiado ansiosa: la abuela estaba sentada en la sala, tomando el té,
y podría salirme con que llevara a Matilde conmigo. Y hoy, de todos los días,
sería el menos indicado para tenerla al lado si los planes de Albania terminaban
llevándose a cabo.
Ni bien crucé el
umbral sentí algo de la suave llovizna nocturna. Nereo me cubrió rápidamente
con el paraguas para llevarme hasta el coche, tan amable como siempre, y cuando
me abrió la puerta…
—
¡Loi! ¡Pero qué
hermosa estás hoy!
No pude con la sorpresa: ¡Albania estaba bellísima! Me
miraba con sus enormes ojos repletos de juguetones planes, el cabello en el
bonito moño con las ondas dispersas, los guantes de encaje y el cuello adornado
por la gargantilla ajustada de encaje y terciopelo que si no me equivoco le
envió Alexia hace unos meses atrás. Todo bajo la bonita capa perla que
dejaríamos en el coche al llegar.
—
Hoy las estoy
viendo muy animadas, señoritas — comentó el señor Alcides al oírnos cuchichear emocionadas
—. Hija, no sé qué esté pasando pero espero que no estés tramando alguna diablura.
—
¡Abuelo! ¿Cómo
puedes decir eso? — le reclamó ella con aparente indignación —. Cualquiera
pensaría que voy por doquier, causando revuelos. Ese es el estilo de Luca
Liberia, no el mío — declaró y me guiño un ojo maliciosamente.
No te ruborices,
¡no te ruborices!
—
¡Por cierto! Vamos, abuelo, ¡coméntale a mi Loi querida lo
de nuestros planes!
¿Mmm?
El señor Alcides
me sonrió:
—
La próxima semana
saldremos de viaje a Ampelio, hija. Tengo un par de negocios con la familia Duman
y debo inspeccionar algunos asuntos de producción. — Albania me sonreía muy
entusiasmada; me pregunté qué estaría planeando ahora —. Mi nieta pensó que a
lo mejor te gustaría venir con nosotros. Partiremos en el primer tren y
pasaremos unos cuántos días en la hacienda de los Duman. Podría ser un viaje
agradable, si gustas acompañarnos, claro.
¡Ampelio!
—
¡Vamos, Loi, di
que sí! Hace muchísimo tiempo que quería viajar allá, y como el abuelo y Joan estarán
enfrascados en sus “asuntos de negocios” voy a estar muy sola. ¡Vamos juntas a
contemplar todos esos viñedos! El clima parece estar muy bueno, y ¡la próxima
semana iniciarán las festividades de la cosecha de vid, y por lo que me contó
la tía Morgana hay rituales interesantísimos para la recolección de las uvas!
No tuve ni que detenerme a pensarlo: Albania siempre
ha sido fácil de encantar si se trata de conocer cosas nuevas y yo de seguir
sus planes. Aparte, no creo que papá ponga peros de por medio.
—
Si deseas mañana
puedo pasar a charlar con Gustav para solicitarle el permiso.
—
¡Sí, muchísimas
gracias, señor Alcides! Ni bien regrese a casa se lo comentaré para que esté al
tanto de su visita de mañana.
No pasaron
demasiados minutos para que llegáramos al Teller. El señor Formerio nos ayudó a
bajar a cada una mientras Nereo dejaba en la recepción el violín que Albania
usaría tal y como se lo habían solicitado.
—
Este teatro
siempre va a ser mi consentido — nos comentó afectuosamente—. A Marlene solía
gustarle tanto…
El teatro Teller es
una infraestructura de tamaño mediano y en mármol al completo. Los escalones de
la entrada conducen a un amplio pasadizo que termina en una sala de estar que
une las puertas de ingreso para las distintas zonas frente al escenario y otras
áreas del lugar (entre ellas los salones de recepción y los jardines de allá al
fondo). Por años he compartido el palco del señor Alcides, así que ya me sé de
memoria todo el camino por la hilera de escaleras alfombradas de la mano
derecha, el giro en el último tramo rumbo a la izquierda y el cruce del umbral
final.
El cóctel se
llevaría a cabo en uno de los salones del tercer piso del ala adyacente,
perteneciente al club del Teller, por motivo del estreno de la obra. La
organizadora era una conocida del señor Formerio y le había pedido de favor que
el “violín de su nieta” estuviera presente en la velada.
Albania era un
prodigio musical reconocido por muchos en Lirau y hasta me atrevería a decir
que en otras ciudades. Para mí, el único violín capaz de superar al suyo podría
ser el del tío de Ipek, allá en Lavehda. Y a lo mejor ni tanto porque en
realidad eran estilos completamente diferentes.
—
La primera vez que
vinimos se presentaba el Cascanueces, ambas no tendrían más de doce años y
estaban muy emocionadas porque había decidido traerlas conmigo — evocó el señor
Alcides y reaccioné de mi letargo. Nos detuvimos frente al gran mural de espejos
adornados con piedrecillas rojizas por toda la temática de Carmen, y nos sonrió
a través del reflejo —: En unos años serán ustedes las que me traigan a mí. Y a
lo mejor tendrán que lidiar con una molesta silla de ruedas y soportar mi
lentitud; por lo menos hasta que la muerte me recoja — concluyó con una
carcajada.
Iba a decirle que
yo aún lo veía muy joven, pero...
—
Abuelo, deja de
decir tonterías — repuso Albania disgustada —. Y si continúas con el absurdo tema
de tus años, no volveré a llevarte ni una sola taza de chocolate a tu estudio.
¡Y olvídate de cualquier tipo de galletas porque le diré a Bejle que no te
prepare ni una más!
—
¿De cuándo aquí
las órdenes las dejé de dar yo? — rebatió el señor Alcides conteniendo una
risa.
—
Pues lamento
decirte que en la casa todos están de mi lado.
El señor Formerio
rompió a reír y le dijo que estaba demasiado bonita como para enfadarse.
Albania torció el gesto y se hizo la difícil por unos minutos; pero después lo
besó amorosamente en la mejilla y le dijo en bajito que no sabría que hacer sin
él, así que dejara de decir esas cosas.
Pasamos por el
vestíbulo y nos encontramos a varios conocidos. El señor Gerdau se acercó y
mientras charlaba brevemente con el señor Alcides, le murmuré a Albania que a
lo lejos estaba el señor Traugott. Reaccionó como ya me esperaba: se cubrió con
el abanico de manera discreta y le pidió permiso al señor Alcides para ir
subiendo al palco conmigo. Nos despedimos del señor Gerdau y prácticamente
volamos a las escaleras alfombradas, justo segundos antes de que el señor
Demetrio Leda se acercara a saludar. Por lo que sabía era un amigo muy cercano
del señor Alcides. Incluso el señor David, el papá de Corín y Joan, había
asistido a la misma universidad que el señor Louis, el hijo menor de los Leda.
—
No quiero ni verle
la cara al señor Erasmo — oí de Albania mientras subíamos—. ¡Estoy tan cansada
de sus tontos juegos de palabras!
—
A veces es
demasiado insistente, sí.
—
¡Insistente es
poco, Loi! Estoy harta de escucharlo decir que “cualquier mujer querría casarse
con Darío”. — Lo imitó perfectamente, incluyendo el bamboleo del bigote de morsa
(apodo otorgado por Nuna) —. No sé de dónde saco la fuerza de voluntad para no
terminar diciéndole que ni en mil años me casaría con su hijo. ¡Es tan pedante…!
¡Y Joan piensa lo mismo!
En cierto modo era
mejor no decirle nada: el señor Traugott parecía de esos hombres que harían
todo un escándalo si una chica de quince años se atreviera a darle la contra.
—
¿Esa no es Corín?
— curioseé de pronto.
Iba por el último
tramo de escalones, envuelta en un hermoso vestido vaporoso y siguiendo a su
madre, Gisell Formerio. Elevó una ceja, y después de la profunda mirada de pies
a cabeza que nos lanzó, se volteó con el mentón muy arriba para ingresar a su
propio palco.
—
Sigo preguntándome
cómo es que Corín consigue enfadarse fácilmente y sin motivo alguno.
—
Yo creo que es por
ti — respondí, conteniéndome las risitas.
Me miró espantada:
—
¡Pero si no me ha
dado ni tiempo para decirle nada!
—
Es por cómo vas
hoy: probablemente se está muriendo de los celos. — Y me miró aun más
desconcertada—. ¡Estás preciosa, Albania! Tan preciosa que no sé qué tan creíble
sea el plan si tú vas así de hermosa y estás a mi lado — bromeé.
—
¡Loi, no me digas
eso! — exclamó acongojada—. ¡Tú también estás preciosa! Yo…bueno, yo…yo solo… ¡Yo
no quería….!
Me divirtió oírla
tan angustiada, porque era obvio que trataba de explicarme algo que yo ya sabía
sin necesidad de que me lo detallara:
Ella no había
venido así de esplendorosa con la intención de opacarme…
…lo había hecho
porque quería deslumbrar a “alguien” en particular.
»— ¡Aniel va a
ayudarnos! ¿Verdad que sí? — recuerdo
que exclamó Amber en medio del extrañísimo plan que Albania había trazado para
molestar a Anastasia. Y cuando el susodicho apareció, el gesto de nerviosismo
en el rostro de mi amiga fue tan evidente, que no había manera de engañar a mis
ojos.
Hasta ahora sigo
sin comprender todas las cosas extrañas que parecen rodearla, porque reconstruir
jarrones rotos y tener amigos capaces de viajar de un lado a otro en cuestión
de segundos o tomar diferentes apariencias sin dificultad no son prácticas cotidianas.
He aprendido a convivir con aquello que parece no tener explicación lógica
alguna, ya que a fin de cuentas forma parte de lo que es ella y no es necesario
saberlo todo para ser feliz y valorar a una persona.
Además, si hay
algo de lo que puedo dar fe sin temor a equivocarme, es que cada vez que
Albania habla sobre el famoso “Aniel” (el amigo imaginario que resultó “no tan
imaginario”) los ojos le brillan de la emoción y sonríe como si todo en el
mundo fuera perfecto.
Lo he visto ya un
par de veces, sin cruzar demasiadas palabras con él, claro está. Es muy bien
parecido y Amber suele describirlo como alguien muy amable y bondadoso. Y no sé
si sea yo, pero hasta ahora no dejo de pensar que mi amiga tiene cierto interés
en él que sobrepasa ampliamente la línea de buenos amig…
—
¿Loi? ¡Loi!
¡Vamos! ¡Ya hicieron la primera llamada!
—
¿Eh? Ah, ¡sí!
Ingresamos por la puerta forrada en terciopelo y nos
acomodamos en nuestros respectivos asientos. El señor Alcides llegó unos
minutos más tarde pero se entretuvo conversando con el señor Leda, al que había
invitado a compartir nuestro palco junto a su esposa, ya que solo éramos tres
personas en uno que era para siete.
Fue en ese momento que noté un breve destello
proveniente de algún lugar en frente.
—
¡Loi! ¡Es Luca!
El corazón me golpeó
con fuerza ante el susurro de Albania. Desde el palco del frente, los hermanos
Liberia nos saludaban muy animados.
Apreté las manos sobre
mi regazo.
—
Loi, ¡vamos! ¡No
seas descortés! — me sermoneó
juguetonamente y me pasó los binoculares que nos habían entregado junto con el
programa —. Luca se ha tomado la
molestia de enviarnos una señal así que deberíamos corresponder a su saludo,
¡es lo que la señorita Bona siempre repite! ¿O no?
Tomé algo de aire
y lo saludé con toda la naturalidad que pude. Golpeó a Naum como pidiéndole que
nos saludara también, y después elevó una mano y me dibujó algo que parecía ser
una sonrisa para después señalar sus propios ojos.
Estoy… ¿feliz de
verte? ¿Significaría eso?
—
¡Presiento que el
plan de hoy irá por buen camino, Loi! — oí de Albania que reía, encantada—. Si
Luca no reacciona al verte tan “solicitada”, supongo que no me quedará más
remedio que darle un buen puntapié y decirle que ya se deje jugueteos.
Sentí sus manos
cubiertas de encaje rodear las mías. No pude evitar apretárselas con cariño.
—
Te gusta muchísimo,
¿verdad, mi Loi querida? — Asentí algo ruborizada—. Nunca me contaste cuando
empezó.
Luca Liberia…
En realidad ni yo sabía bien el “cuándo”, pero sí que recordaba
el “cómo”. Mi madre me llevó a una de las reuniones de la beneficencia y ahí la
señora Liberia me los presentó: ellos tenían siete años y yo apenas cinco.
Pensé que era sumamente lindo ver a dos personitas tan parecidas a dos gotas de
agua. Era la primera vez que conocía a gemelos.
Un
año más tarde, en la fiesta por el cumpleaños de la nieta de los Lagares, mamá volvió
a regañarme como siempre hacía. Cuando era más pequeña solía temerle muchísimo;
no podía parar de temblar y rogaba para que no se me escapara ninguna lágrima
porque eso la enfadaba más. En esa época aún no conocía a Albania y no tenía
ningún amigo: era terrible oírla decir que no parecía hija suya y que me
quedaría sola si no empezaba a hablar más.
Aquel
día sus regaños ante mis pocos esfuerzos por socializar fueron demasiado duros.
Ya no resistí más y me vencieron las ganas de llorar.
Entonces
ahí pasó: la menor de las gotitas de agua apareció, y de la nada se transformó
en un aguacero infernal.
»—
¡Usted no debería hablarle así a su hija! — le dijo seriamente con un dedo en
alto y acusándola sin contemplaciones. Mi madre lo observó estupefacta, sin
comprender cómo un niño de apenas ocho años y corbata mal puesta le hablaba
como a su igual—. Papá me trata igual que usted, pero ella es una niña; ¡y a
las niñas se les trata con delicadeza!
Nunca
le dije directamente lo agradecida que estaba por eso.
—
¿Ese será el
famoso Roy del que tanto nos ha hablado Anastasia? — oí de Albania.
Giré discretamente
los binoculares: en el palco adyacente al de los Liberia, Anastasia y sus
padres iban acomodándose y junto a ellos un joven al que nunca había visto en
mi vida. Parecía algo adormilado por los movimientos suaves de su cuerpo, y se ponía
muy rígido cada vez que el padre de Anastasia le dirigía la palabra.
—
Abuelo, el
muchacho que está junto a los Liwen…
—
¿Mmm? Oh, es el primogénito
de los Quimet, hija: Roy o Ray, no recuerdo exactamente cómo se llama el
muchacho. Fue compañero de Joan en la escuela; aunque creo que no eran cercanos.
—
Nunca lo había
visto antes — añadió y me lanzó una mirada de complicidad—. ¿Sabes si está
comprometido o algo?
—
Que yo sepa no.
Pero la verdad es que los temas referidos a compromisos nupciales no suelen
ventilarse más que en los círculos más íntimos de la familia; y yo no soy
íntimo de los Quimet, hija.
—
Ya veo.
—
¿Por qué? ¿Acaso
ha llamado tu atención? — preguntó amablemente el señor Alcides.
Albania elevó una
ceja y se abanicó, divertida:
—
¡El único hombre
capaz de llamar mi atención en esta sala completa eres tú, abuelo hermoso! —
dijo y le plantó un amoroso beso en la mejilla.
Los esposos Leda rieron, encantados.
—
Tu nieta es como
una preciosa muñeca, Alcides — la halagó la señora Ágata y el señor Demetrio la
apoyó.
—
Si les contara
cómo es de consentida a veces... ¡Todos en casa se desviven por complacerla!
—
¡Abuelo, no digas
eso! ¿Qué van a pensar los señores Leda de mí? — protestó y después bajó la
voz—: En realidad el único consentido en casa es él, pero como parece “tan serio”
nadie me cree — añadió y los señores Leda celebraron divertidos la ocurrencia.
Las luces tintinearon y bajaron de intensidad. El
telón rojo vino se elevó poco a poco y dejó al descubierto el escenario. Los
aplausos estallaron y casi todos en el público ahogaron una exclamación cuando
la joven de elegante postura apareció, flotando en medio de los otros
bailarines y con una rosa roja adornando su cabello: era la protagonista, la
hermosa y seductora Carmen.
Aproveché y volteé
discretamente los binoculares. Luca elevó la mirada…y tuve que desviar
violentamente la mía, porque me sonrió sabiendo que lo observaba.
Pensé que me
moriría de la vergüenza.
Disfruto muchísimo
del ballet, pero en esta ocasión no me concentré en lo más mínimo en ningún acto.
No podía dejar de observarlo: el cabello mal peinado, las pocas ganas de
estarse quieto. En ocasiones solo cerraba los ojos y se golpeaba discretamente
una rodilla, como siguiendo el ritmo de la música, hasta que su padre notaba el
jugueteo y lo obligaba a comportarse con pequeños manotazos sobre la cabeza.
Ahora que lo
pienso…si Luca me gusta tanto, ¿por qué hasta ahora no he tratado de acercarme
más a él? Después de todo, Albania siempre dice que siente como si los gemelos
hablaran observándome, como compartiendo entre ellos algo sobre mí. Y también
está el porqué Anastasia siempre tiene que involucrarme en temas que los tienen
de punto central; como aquella vez que
comentó que “yo no era lo suficientemente guapa” para ninguno de ellos,
o lo de Luca y su famoso “papel de gran besad…”
—
¡Loi! ¡Loi!
—
¿Eh?
Todo el público estaba ya movilizándose de sus butacas
en la zona inferior: ¡¿en qué momento se
acabó todo?!
Volteé a ver a Albania que me observaba divertida:
—
¡Vamos! ¡El abuelo
ya bajó con los señores Leda! — Y me tomó por la muñeca. Reconocimos de lejos a
Darío Traugott que por poco y nos ve, así que nos metimos al tocador de la
cuarta planta.
Cerramos la puerta
tras nosotras; la oí soltar un enorme suspiro:
—
¿A dónde te fuiste a volar durante toda la
función? — me preguntó divertida. Le respondí que me había puesto a pensar en
algunas cosas y rompió a reír. Noté que se irguió suavemente y se observó en el
espejo frente a nosotras—. Loi… ¿de verdad crees que me veo bien?
—
¿Es en serio,
Albania Formerio? — repetí sin creerlo —. ¿“Tú” me estás preguntando eso?
—
No te rías por
favor. Solo… solo quería saber si me veía bien para la ocasión. — Fingí no comprender
para que fuera más explícita —. Lo…lo digo porque es la primera vez que tocaré
aquí, ¡y no quiero que la señora Aldabella se decepcione! De-después de todo se
lo pidió con muchas ganas al abuelo.
—
¿Segura que solo
es eso?
—
S-sí, ¿qué…? ¿Qué
más podría ser?
—
No lo sé. A lo
mejor estamos esperando… ¿ver a alguien “importante” esta noche?
—
¿I-importante? —
balbuceó y para mi sorpresa se sonrojó bruscamente: vaya, ¿qué está sucediendo
aquí? —. ¡Loi! ¡No…! ¡No es lo que tú crees!
—
Yo no he dicho
nada — disimulé —. Y mejor bajemos ya
que el señor Alcides podría preocuparse.
La tomé de la mano y salimos rumbo al salón. La noté
aturdida, como nerviosa y apenada.
—
S-sí.
Mmm, a ver, sé que
Albania tiene en claro que no va a casarse por negocios y he ahí el número
extenso de pretendientes rechazados. Pero ahora que lo pienso, no será que…
¿No será que ella “ya
tiene a un candidato”?
» Lo hablé ayer con el abuelo, Loi. He decidido
rechazar la propuesta de Tomas Gerdau y todas las que vengan; si es que vienen
más, claro.
Recuerdo la enorme
conmoción que se desató cuando Albania recibió su primera pedida de mano. Corín
estaba de tan mal humor que se convirtió en un martirio compartir las clases
con ella; y ni qué decir de Anastasia porque por obra y gracia de algún
“pajarito” se terminó enterando y con ella por lo menos quince personas más.
También recuerdo
claramente la tarde en la que la señorita Bona decidió hablarnos de los deberes
que una adquiría al casarse. La verdad no le estaba tomando la atención necesaria,
hasta que escuché un tembloroso “Nuna”, y después un estruendo: de ahí solo
alcancé a ver el lazo granate que recogía todo el cabello de Albania, que
desapareció completamente horrorizada por la puerta.
»— Oh, pierdan cuidado, niñas.
Es normal sentir algo de temor al principio; después una ya lo toma con más
calma — nos aseguró la señorita Bona
pero al final no fue así, porque Albania nunca se calmó y sencillamente optó
por rechazar la propuesta de Tomas Gerdau y todas las que vinieron.
Se armó un pequeño escándalo
entre los círculos más conservadores y cercanos al señor Alcides a propósito de
eso; y Albania se ganó un buen par de miradas entre acusatorias y repletas de
admiración de parte de varias chicas de nuestra edad.
Igual no le importó. Ni a
ella ni al señor Formerio, por lo que la noticia pasó de ser un escandaloso
suceso a uno sumamente interesante.
»— No cualquiera
se da el lujo de rechazar tantas propuestas de matrimonio — había comentado mi
abuela con una expresión difícil de interpretar —. Y son familias de buenos
apellidos... Esa niña o debe estar loca o debe saber lo que vale y busca algo
más. A lo mejor es influencia de su tía: todo el mundo sabe lo excéntrica que es
Morgana Privato.
Llegamos al salón.
Al vernos, el señor Alcides nos hizo un gesto que significaba un “aquí estoy,
no se alejen demasiado”. Saludamos a algunos invitados, y comprobé que a unos
metros Luca charlaba con la señora Minerva, su tía abue…
—
Buenas noches,
señorita Albania, señorita Amira — oímos a nuestras espaldas.
Albania me miró de reojo, angustiada, y resopló
discretamente antes de voltear.
¿No dicen que de quién más huye uno…?
—
¡Joven Darío! —
exclamó con una sonrisa que le costó mantener—. No sabía…que vendría. Qué gusto
verlo.
—
Mi madre es devota
de estas funciones, así que mi padre y yo decidimos acompañarla — nos explicó.
Albania asintió rápidamente, tal vez pensando en usar la típica salida de
“olvidé algo en el tocador, ya regreso”—. La vez que pasamos por su casa,
señorita Albania, su abuelo nos comentó que a lo mejor no acudirían, así que la
sorpresa es mía.
—
Sí, es que…bueno,
a veces…uno…no sabe que… ¡que inconvenientes podrían surgir!
—
¡Fue por mí! — me
apresuré a decir porque su vacilación se había notado muchísimo; Albania
asintió, agradecida—. Yo aún no había decidido si vendría o no, y como siempre
venimos juntas…
—
Pero usted va a
tocar algo en esta velada, ¿no es así? — insistió Darío Traugott, pasándome por
alto al completo: bueeno… —. Es extraño que su abuelo la comprometa para
algunos eventos y después diga que no va a acudir. Tal vez debería darle más
espacio para decidir sus actividades. Es lo malo de ser tan joven; a lo mejor
abusa un poco de su autoridad.
El tono bromista
fue excesivamente acusador: era como si esperara escuchar de Albania un “¡tiene
toda la razón, mi abuelo es un dolor de cabeza!”.
Cosa realmente
mala si se trataba de ella.
—
Pues yo no veo
nada de raro en que mi abuelo prefiera no dar detalles de lo que hago o dejo de
hacer — respondió sin poder contenerse —. No tengo más de quince años, joven
Darío, ¿cómo podría yo someter a juicio las decisiones de mi abuelo?
—
No, es decir… Solo
pensé que…debía ser algo agotador que siempre la esté comprometiendo para este
tipo de presentaciones — se apresuró a justificar ante el tono áspero.
—
Mi abuelo sabe
perfectamente que amo tocar el violín, así que mientras se trate de eso yo
puedo cumplir con todos los compromisos que él desee — aclaró y el ambiente se
tornó sumamente tenso, porque cuando Albania se sentía a gusto, no dejaba de
hablar y sonreír; pero de lo contrario…
Como nadie decía
nada, el joven Darío se atrevió a comentar lo bella que estaba esta noche. Ella
se lo agradeció escuetamente, tal vez algo incómoda por la larga mirada que le
dio a su cuello.
—
Si me disculpan —
tomé lo primero que se me ocurrió después de la pedida silenciosa de “auxilio”
que me lanzó discretamente —, siento que me he sofocado un poco y quisiera algo
de beber.
—
¡Te acompaño! — exclamó
Albania y la horrible mirada que Darío Traugott me lanzó podría haberme
arrojado lejos de haber podido. A lo mejor fue mi imaginación porque duró
apenas un instante, pero fue como si lo hubiera ofendido de sobremanera—. Ha
sido bueno verlo, joven Darío. Espero que se divierta.
—
¿Es necesario que
vayan ambas? — terció irritado.
De acuerdo, acabo de caerle antipatiquísima.
—
Completamente
necesario — respondió Albania con brusquedad. Le lancé una mirada fugaz,
esperando que comprendiera que no debía molestarse por eso—: Acompañaré a la
señorita Marion porque hemos venido juntas, y es bueno moverse un poco después
de estar tanto tiempo reposando sobre una butaca; fue un gusto saludarlo.
Nos despedimos
cordialmente y atravesamos el espacio para llegar al pasillo que conectaba este
salón con el otro. Al interior de ese había un piano y algunas personas
observando admiradas la mesa que sostenía una torre de copas de cristal, con lo
que parecía ser champán y fresas dentro.
—
Dios, creo que
acabo de convertirme en la peor enemiga de Darío Traugott — resoplé agotada.
—
¡¿Has visto lo
poco considerado que es?! “¿Es necesario que vayan ambas?” — lo imitó indignada—.
¡Odio a ese tipo de sujetos! Te juro que un día voy a perder los papeles y le
diré que ni se me acerque, Loi. Encima no sé si le gustó la gargantilla o qué
pero no dejaba de verme el cuello.
Yo también noté eso.
—
¡Joan y Nunita
tienen muchísima razón al decir que es un…!
—
¿Puedo saber de
quién hablan con tanto ardor? — la interrumpieron de pronto—. Porque hace un buen rato las veo
correteando de aquí para allá y sin parar de cuchichear.
Bien, no sé si la
noche no está saliendo tan estupenda como esperábamos o qué, porque las
personas que menos queríamos cerca están apareciendo demasiado rápido.
Observé a Albania
de reojo y me la encontré resoplando aún más disgustada por la reciente voz.
—
Si están buscando
a mis primos, están por allá, charlando con mi madre. — Las mejillas se me
encendieron violentamente; Anastasia nos sonrió bajo el abanico rosa palo que
llevaba a juego con el vestido. ¿Por qué los
ha mencionado? ¿Habríamos sido demasiado obvias? — ¡Y qué milagro! Ninguna
ha traído a su nana. ¡Ah, es verdad! Ya tienen quince, ¿no es así? Es que a
veces se me olvida por la forma tan infantil en la que se ven a pesar de los
vestidos que usen. — Nos observó de pies a cabeza y después soltó una
carcajada—. Es como ver a una niña disfrazada de su madre.
Albania elevó una
ceja y le sonrió ampliamente.
—
En realidad
andábamos correteando de aquí para allá, como mencionas, para justamente evitar
esto: “encontrarnos contigo” — reconoció en tono risueño, y el gesto de
indignación en el rostro de Anastasia fue colosal —. Lastimosamente parece que
algunas personas no comprenden rápidamente los “no te acerques” y aún así
¡insisten e insisten!
— Sigo preguntándome
cómo es que la gente puede permanecer a tu lado — replicó violentamente—. Eres
una completa grosera.
—
Tal vez tú tienes
la respuesta para eso — concedió —, porque si soy “tan insolente” como
mencionas, no sé por qué sigues aquí, con nosotras.
—
¡Eres tan…!
Ya había una
ganadora en esta discusión así que iba a pedirle que nos fuéramos al balcón de
la otra sala, pero…
—
Ya te he dicho que
es imposible tener una charla coherente con ella — dijeron y para nuestra mala
suerte a Anastasia le llegaron sus “infaltables refuerzos” —. Mi abuelo se desvive
por ella, aun pasando por alto que es una completa majadera y solicita hasta
los obsequios más imposibles. Me pregunto cuánto habrá costado cumplirle el
capricho de ese horrible vestido.
— A mí también me da
gusto verte por aquí, Corín — inició Albania sin inmutarse—. Mi “horrible
vestido” y yo te agradecemos que le pusieras tanta atención como para traerlo a
colación.
Santo Dios, ¿las
chicas podemos llegar a ser tan odiosas por cosas tan minúsculas? Porque era
evidente que toda la escena que le estaban haciendo a Albania era a causa de su
apariencia.
Ella no tenía la
culpa de que todo el mundo volteara de tanto en tanto a verla.
—
¿Hoy también le
pediste al abuelo que te dejaran tocar aquí? — preguntó Corín en tono áspero
pero sin dejar de sonreír, casi como una viva representación de mi madre y su
“compostura frente al público” —. ¿O serás un tanto menos ostentosa y pasarás
la velada como una mortal más?
A lo lejos vi al
famoso Roy Quimet, parpadeando con algo de interés y con la mirada puesta hacia
aquí.
Oh-oh.
—
La verdad es que no
me perdería por nada del universo ser el centro de atención así que sí, hoy
también se lo he solicitado — le respondió tranquilamente—. Y para mi colección
de “obsequios imposibles”, como mencionas, ¡esta mañana he pedido un unicornio!
Ya le he dicho al abuelo que si no lo consigue dejaré de respirar hasta que me
ponga morada del disgusto: tal y como tú hiciste cuando no conseguiste el poni que tanto pedías.
—
¡Eres una completa
majadera! — la acusó Corín ofendidísima—. ¡Eso es lo que eres, Albania; y usas
a mi abuelo solo para que te cumpla todos los antojos que se te vienen en gana!
Iba a pedirle que
ya dejara de molestarnos, pero Albania me atrapó por la muñeca con suavidad y
me sonrió, restándole importancia.
—
No he conocido a
nadie más caprichosa que tú — continuó Corín—. Pides perfumes que nadie más
puede conseguir, y ahora vestidos como… ¡como este horrible que traes! —
Albania se abanicó con indiferencia y se entretuvo observando sus guantes, como
pidiéndole que no se olvidara de ellos—. No sé con qué cara te atreves a
solicitar tanto, aun sabiendo que ni siquiera eres de la fami…
—
No me culpes del
poco afecto que recibes en casa, Corín — la interrumpió con más seriedad antes
de que yo terminara metiéndome: ¡odiaba que emplearan ese truco tan bajo!
¡Albania era una Formerio más! ¡El señor Alcides siempre lo ha repetido! —. Y
no sé si tus notas en Lenguaje sean tan malas como las de Matemáticas, pero
déjame asegurarte que la definición de “caprichosa” se aplica más para los
casos de “Bejle, me rehúso a tomar té porque sencillamente ya se me quitaron
las ganas”.
—
¡Yo nunca he dicho
eso! — replicó con el rostro colorado.
—
¿Alguien está
hablando de Anastasia? — preguntó alguien más—. Porque si se trata de
caprichosas, mi prima se lleva la corona, ¡y por mucho!
Luca acababa de
aparecer silenciosamente y parecía haber escuchado parte de la discusión.
Oh-oh.
—
¡Voy a decírselo
al tío Mariano! — explotó Anastasia que estaba disfrutando toda la escena que
Corín le estaba haciendo a Albania hasta que Luca intervino. Naum apareció como
por arte de magia —. ¡No puedo concebir que tengas diecisiete años y sigas
maltratándome de esta manera! ¡Naum! ¡Qué bueno que estás aquí! ¡Tienes que
hacer algo porque tu tonto hermano nuevamente está fastidiándome!
—
¡Eso no es cierto!
— me atreví a decir, y la mirada de todo el grupo cayó sobre mí—. Es...es
decir…
—
¡Tú lo conoces! ¡Sabes
perfectamente lo molestoso que es conmigo! — replicó y Luca rodó los ojos,
alterándola aún más—. ¡Voy a decírselo a tus padres, Luca Liberia!
—
¿Ah sí? ¿Y qué
crees que puedan hacerme? — lanzó desafiante.
—
¡Tal vez enviarte
a ese maldito internado del que parece no aprendes nada!
—
Como te explico,
querida prima, que vivo acostumbrado a esa basura de lug…
—
¡Luca, ya! — lo
detuvo Naum que se puso entre ambos, no sin antes lanzarle una mirada de
advertencia. Pero todo el asunto se tuvo que apaciguar casi a fuerza, porque el
joven que había llegado con Anastasia se acercó a nosotros y nos saludó muy
animado. A lo mejor de lejos todo no parecía más que una charla muy divertida.
Albania le lanzó
una mirada discreta de pies a cabeza, y después me miró a mí como diciendo “no
es la gran cosa”.
Anastasia, por
otro lado, pareció olvidar todo el lío y adoptó su postura más encantadora. Fue
algo perturbador porque sonrió ampliamente y presentó a Luca y a Naum como sus queridos
primos, y a Corín, a Albania y a mí como sus grandes amigas.
Cuando dijo que
compartíamos secretos desde pequeñas, Albania casi no lo resistió. Tuvo que abanicarse
con fuerza para disimular la risa.
—
Usted es Albania
Formerio, nieta de Alcides Formerio — comentó el famoso Roy Quimet y Anastasia
no pudo disimular su expresión horrorizada —. He oído muchísimo de usted.
—
No sé por qué
siento que no es la primera vez que me dicen eso — replicó mi amiga divertida.
—
Me pregunto por
qué hablaran “tanto” de ti, querida Albania — lanzó Anastasia sin poder contenerse
—. Después de todo, no sé qué tan agradable resulte el convertirse en un “cotidiano”
tema de conversación. A mí personalmente me espantaría estar en “boca de todo
el mundo”.
Albania elevó una
ceja, a punto de lanzar una respuesta evidentemente arrolladora.
—
En realidad no es
nada malo — se adelantó Roy Quimet, nada enterado de la tensión en el ambiente —.
Suelen hablar muchísimo de lo extraordinaria que es con el violín; y de las
pocas veces que sale de casa.
—
A lo mejor me
tomen por una aburrida, pero la verdad es que sí, no salgo mucho — admitió más
tranquila, y me lanzó una sonrisita que interpreté inmediatamente:
La gente cree que
Albania raras veces pone los pies lejos de su mansión…pero lo más probable era
que conocíamos más lugares que cualquier chica de nuestra edad gracias a Amber,
que nos llevaba con ella a cualquier lugar que le pidiéramos.
Anastasia empezó a
mostrarse nada contenta por tener que compartir la atención de Roy Quimet. En
un momento incluso se atrevió a pedirle que mejor fueran a buscar a sus padres,
y él pidió cortésmente que se quedaran un poco más porque se estaba divirtiendo
muchísimo con los comentarios de Luca a propósito de Dominic Pascal (después de
todo, Roy ya era un exalumno).
El tema ahora era
el bibliotecario, un tal hermano Rupert. Por lo visto tenía el sueño tan profundo
que todos los alumnos a veces no sabían si estaba dormido o muerto.
—
Ese hombre tiene
el sueño tan pesado que ni con miles de trompetas podríamos despertarlo. ¡Ah,
pero si hablamos de sus propios ronquidos…! — añadió Luca con acritud y Roy
Quimet no aguantó más: rompió a reír tanto que tuvo que limpiarse algunas
lágrimas.
Anastasia volteó a verlo con odio y Luca le hizo un mohín
que Naum tuvo que detener:
—
No la provoques.
—
Es mi pasatiempo
favorito — oí que le susurró—. No me pidas que abandone lo que más amo, Naum.
Casi se me escapa
una risita: me animó enormemente que mi mejor amiga y el chico que me atraía tuvieran
puntos en común.
—
¡Querida mía! —
oímos de repente —. ¡Llevo buscándote hace mucho!
Giramos y una
mujer casi del vuelo de mi madre nos observó, aliviada.
—
¡Señora Aldabella!
— exclamó Albania alarmada —. ¡Ay, por Dios! ¡Discúlpeme! Se me olvidó por
completo acercarme a presentarle mis saludos.
—
Ni te apures — concedió
comprensivamente. Albania le pregunto si ya era el momento para que se
presentara como su abuelo le había solicitado, y la señora preguntó si no era
un mal momento ya que se veía muy animada entre nosotros.
—
¡Claro que no! Mi
abuelo me comentó que quería que la acompañara con el violín, y para mí será un
honor. Llevo toda la velada esperándolo.
Algo que me
encantaba de Albania era esa manera tan natural que tenía para congeniar con
las personas. Si no le simpatizabas, definitivamente se convertía en un incordio
(como ella misma decía), pero de ser lo contrario, era la persona más dulce y
amable del mundo entero.
Anastasia torció
el gesto burlonamente.
—
¡Señora Aldabella!
No sé si lo sepa, pero nuestra amiga, Anastasia, tiene una voz espectacular —
lanzó Corín con asombro sobreactuado—. A lo mejor le gustaría incluirla en…
—
¡Es verdad! —
exclamó la mujer entusiasmada —. ¡Pero si eres la pequeña hija de los Liwen,
Anastasia! — Ella asintió, repleta de satisfacción: Roy Quimet preguntó con
curiosidad a propósito de ello—. Oh querido, déjame decirte que esta niña tiene
una voz preciosa. Recuerdo que cuando pasaba por casa de sus padres siempre la
oía cantar como un pequeño pajarito por la mañana.
—
Es que mis
sesiones de práctica son intensas — comentó complacida—. Siempre he pensado que
el talento debe cultivarse. La música no es solo un “pasatiempo”.
Albania asentía,
sin tomarse en serio ninguna de sus palabras; pero la señora Aldabella dijo que
tenía muchísima razón y le preguntó si no le gustaría prestar su voz para una
que otra canción.
—
¡¿Por qué, Dios?!
¿Es acaso porque me burlé de los ronquidos de trompeta del hermano Rupert? — oí
de Luca en bajito y Naum lo reprendió. La señora Aldabella preguntó qué tema
sería el mejor para interpretar y Anastasia sugirió títulos que yo en mi vida
había escuchado.
Uno de los tantos empleados
que deambulaban de aquí para allá se acercó a Albania para entregarle el
estuche con su violín. Sacó el color perla, obtenido hace poco, y la señora
Aldabella la alabó por su excelentísimo gusto para combinar accesorios. Roy
Quimet tuvo la mala suerte de comentar que estaba emocionado por escuchar en
vivo el famoso violín del que tanto le habían hablado, y Anastasia lo miró tan
contrariada que él se apresuró a recalcar que también ansiaba escucharla a
ella.
—
Buenas noches a
todos — inició la señora Aldabella cuando todos los invitados nos encontrábamos
ya en el salón que tenía al piano en medio —. Como le comentaba a mi esposo,
uno de mis sueños siempre fue traer a Lirau el maravilloso espectáculo que
significa un ballet tan majestuoso como el de Carmen, así que espero que el
estreno haya dejado boquiabiertos a más de uno. — El señor Alcides nos
observaba tranquilamente desde el frente, y más al fondo Darío Traugott charlaba
discretamente con su padre (me pregunto qué estarán diciendo ahora). La primera
actriz, la que interpretaba a Carmen, ingresó junto a los que interpretaron a Don
José y al Torero y en medio de ramos de flores, obsequios y aplausos
interminables agradecieron la gran acogida. Y cuando el momento del brindis
concluyó, la señora Aldabella anunció el pequeño número a su cargo.
Agradeció profundamente a Albania y a Anastasia por
aceptar tocar junto a ella.
—
Espero que no
vayas arruinarlo con tu horrible violín — murmuró Anastasia. Albania ahogó una
risa, justo antes de tomarme por la muñeca porque inconscientemente había dado
un paso en su dirección.
—
Déjalo así, Loi —
me susurró divertida—. Si Anastasia no quiere que arruine su momento con mi
violín, voy a comportarme y trataré de “complacerla”.
No llegué a
comprender del todo; pero tuve que aguantarme la curiosidad porque la señora
Aldabella inició con la melodía en el piano, y acto seguido la voz se presentó.
No voy a negar que
Anastasia no me simpatiza, pero aun así es imposible no reconocer que tiene una
voz particularmente bella. Los invitados contuvieron la respiración,
emocionados por la suavidad del tema; y Roy Quimet al lado parpadeaba tan
sorprendido que a lo mejor tampoco había tenido la oportunidad de escucharla
hasta ese momento. La señora Aldabella estaba tan contenta con el acompañamiento
vocal, que no dejaba de sonreír mientras sus dedos manipulaban velozmente las
teclas del piano.
Entonces los
minutos empezaron a correr…
…y las palabras de
Albania a cobrar sentido.
—
Esa niña se está
ahogando — oí en bajito de uno de los invitados más longevos, y a pesar de que
su esposa lo regañara con un “¡Te van a escuchar!”, tenía muchísima razón.
Anastasia
tenía un hermoso tono soprano, de eso no había duda, pero por mucho que
alardeara de sus sesiones de práctica intensiva no tenía una pulida técnica
vocálica. En medio de todos los invitados su mirada chocó contra la de Albania:
“¿a qué hora entrarás con tu violín? ¡Me estoy quedando sin aire!”, fue lo que
yo alcancé a interpretar.
Mi amiga
se dedicó a observar en otra dirección, como no percatándose del llamado de
auxilio y disfrutando de la melodía. Anastasia empezaba a forzar sus cuerdas
vocales; tanto que la señora Aldabella elevó la mirada del piano, perturbada
por lo diferente que empezaba a sonar la tonada.
Entonces
la voz empezó a salir temblorosa, algunos invitados a cuchichear entre ellos
por la evidente situación de emergencia…
…hasta
que el arco se elevó con destreza...
— ¡Oh,
pero si es tan maravillosa! — dijo alguien.
…y la melodía en violín dominó toda la
estancia.
— ¡Es la
pequeña Albania, no podía esperar menos! — exclamó la señora Aldabella sin poder
contenerse y todos rompieron en aplausos, maravillados ante el sonido; porque
era como si el violín acabara de despertar de un profundo sueño y anunciara su
entrada, risueño y repleto de coquetería.
Anastasia
tomó aire discretamente y se tuvo que resignar a aplaudir como los demás,
porque Albania ya se había apoderado de toda la atención y no había manera de
opacar a su violín. Todos la observaban como era usual: encantados por lo hábil
que era para ejecutar los movimientos y disfrutar la melodía ella misma sin
descuidar el sonido. Y cuando la presentación concluyó los aplausos no bastaron,
y ni qué decir de los miles de cumplidos que empezaron a lloverle. Me sonrió encantada,
y se dedicó a responder los insistentes “una canción más, por favor” que le pedían
a toda voz. Se me escapó una risita cuando vi a Anastasia con el ceño muy
fruncido.
Entonces
otra melodía en violín inicio a pedido de los asistentes; y todo estaba muy
tranquilo hasta que oímos las puertas abrirse, y de pronto los cuchicheos se hicieron
aun mayores, frente a los tres invitados más que aparecieron acompañados por
uno de los mayordomos.
¿Acaso ellos…?
Inspeccionando
todo a su alrededor, una mujer de bastón caminaba indiferente y enfundada en un
vestido que mi abuela hubiera alabado y envidiado de estar aquí. Iba escoltada
por dos jóvenes…dos jóvenes que parecían salidos de alguna especie de libro de
Literatura romántica, ya que provocaron una conmoción difícil de ignorar entre
todos los invitados, sobre todo en las chicas más jóvenes. Albania elevó la
mirada, y solo yo me di cuenta de la enorme ansiedad que la abrumó: tomó una discreta
bocanada de aire, como para que nadie la viera, y fingió mirar a otro lado al
mismo tiempo que volvía a enfocarse en el violín, como si ella no hubiera visto
nada, como si ella no estuviera igual de asombrada que todos los demás por esa magistral entrada.
El rubio me sonrió a lo lejos: recordé bruscamente
todo el asunto del plan que habíamos trazado pero ni así pude evitar
ruborizarme. Y cuando estuvieron a pocos metros de donde estábamos, comprobé a
todas luces mis conjeturas:
El que respondía al nombre de Aniel tenía un
aura de niño/hombre que conseguía deslumbrar a cualquiera; tanto que cuando se
detuvo frente a nosotros mi amiga se irguió en todo su esplendor, como
esperando que él la notara, y el violín se volvió loco de amor.
No me quedaba ninguna duda al respecto: mi querida
amiga, mi Albania adorada…
…acababa de revelarme su más profundo secreto con
una sola mirada.
¨°*°*°*°¨
ANIEL
No
conocía el significado de la expresión “sentirse nervioso”…
— Bueno,
¡es hora, niños!
…hasta ahora.
»—
Promete que vas a darle un buen provecho a toda mi labor — me había dicho Nhyna
cuando estábamos a punto de salir, rumbo al dichoso teatro en el que se
llevaría a cabo el cóctel del que tanto había escuchado—. A lo mejor me provoca
y les doy una pequeña visita más tarde.
»—
¡Aniel! ¡Aniel, ven aquí! ¡Es decir…! ¡Alen, hijo, vámonos!
Sonó muy
extraño no ser llamado por mi nombre original.
»— Nos
vemos, Nhyna.
»— Adiós…ángel
idiota — me dijo y se elevó para darme un beso en la mejilla. Gremory me tomó
por la muñeca, impaciente, y aparecimos en Lirau. Para cuando lo comprendí,
Seir ya estaba empujándome hacia a lo que parecía ser un coche con conductor
incluido.
— ¿Qué es
esto? — curioseé ante los constantes “¡entra de una vez!”.
— Se llama
“coche”, hermano: tiene ruedas, una pequeña cabina, y es manejado por…
— Sé qué
es un coche, Seir. Yo me refería a…
— ¡Apresúrense!
— bramó Gremory y nos obligó a ingresar. El interior estaba completamente
forrado y acolchado, y a través de la pequeña ventana corrediza distinguí a un
hombre en el volante
— Son
tropas, ni te apures — añadió Seir con una gran sonrisa—. No hemos traído a
ningún humano en contra de su voluntad y tampoco hemos robado ningún coche, si
es lo que estabas pensando.
— ¿Tropas?
— indagué confundido.
— Uno
puede usar sus tropas de la manera que más le plazca. Algunos las usan como
soldados o como armas en batalla; yo, en cambio, prefiero darles formas más
artísticas y productivas: tal vez como una lujosa mansión, un coche estupendo o
un complaciente conductor.
Me
acerqué a la pequeña ventana y comprobé que el susodicho respiraba con algo de
dificultad.
— Seir, él
no está…
— E-es-toy…bien
— respondió el hombre con voz apenas audible. Se veía sumamente delgado y
terriblemente agotado—. De…ver-dad. Más…que bien.
Y me
sonrió a pesar de que le costó muchísimo hacerlo.
— A ellos
les gusta salir, Aniel. Acostumbrarse a la atmósfera humana es complicado y por
eso les cuesta respirar, pero dales unos minutos y estarán como si nada.
Cerró el
compartimiento y se recostó sobre el respaldar.
— Eso
demanda muchísima energía, Seir — le advirtió Gremory con la voz de su nueva
apariencia—. Podría pasarte factura más adelante, y no quiero andar recogiendo
demonios desmayados.
— Son
pequeños gustos que me doy de vez en cuando — le restó importancia.
— Us-usted…es…es
a-ma-ble — añadieron desde el otro lado, y nunca pude estar más de acuerdo.
Seir desvió
la mirada: sabía lo difícil que le resultaba lidiar con el asunto de sus
tropas.
— ¿Y bien,
Gremory? — lanzó para cambiar de tema —. ¿Qué sugieres para esta noche tan
especial?
— Primero
lo primero: no más Gremory por hoy, solo “abuela Magda”. — Ambos asentimos—. Lo
único que quiero es que se comporten como ya quedamos: sonrientes, misteriosos
y caballerosos. Yo me encargaré de los invitados más longevos, y de los
detalles más formales por si preguntan cosas como parientes o negocios. Todo lo
referente a la familia Forgeso recaerá en mis manos.
— ¿Quiénes?
— Los
Forgeso. — ¿Qué?—. ¡Nosotros, Aniel! — Ah, sí.
Seir había encontrado el apellido en un sobre de
extranjera procedencia entre los documentos de la sastrería de la que habíamos
tomado prestados los trajes. Nhyna lo escuchó y comentó que sonaba bien, y
Gremory añadió que era una ventaja que fuera una familia sin residencia en
lugares cercanos a Lirau, porque así habría menos necesidad de excesiva
manipulación mental en caso de que por azares del destino nos encontráramos con
humanos que sí reconocieran el apellido.
— Ustedes se
encargarán de los jóvenes; ¡ah, y no olviden que el objetivo principal es
tratar de obtener la atención de la preciosa Loi! El plan es mostrarse
sumamente interesados en ella, lo cual no va a ser nada dificultoso porque es
una preciosura de niña. — Seir sonrió tan maliciosamente que tuve que
recordarle que yo la conocía y estaría vigilando que no se pasara de listo—. Ni
bien crucemos la puerta, les indicaré el círculo de amigos de las pequeñas.
Sobre todo a ti Seir, que solo conoces a la encantadora Albania.
— Creo
recordar que las vi a ambas cuando eran pequeñas…
— Claro
que sí, cuando fingiste ser un pícaro potrillo solo para jugar con ellas —
terció Gremory, y la sonrisa retorcida reapareció.
¡Pom!
— ¡Auch!
Hermano, ¿me has golpeado? ¡¿A mí?! ¡Que te estimo tanto!
— Deja de
poner esa cara porque te juro que realmente vas a sentir lo que es que te
golpee.
— ¡Y yo
que pensé que realmente me extrañaste! —
Ahora entiendo a Gremory con todo eso de “rey del drama”—. La próxima
vez me iré un tiempo tan prolongado que saldrás a buscarme, ¡ya verás!
Seir se
había enfrascado en un viaje que duró casi un año; apenas había vuelto hace
unos días y por eso le entusiasmaba de sobremanera todo el plan que había
trazado Albania. Un día desapareció de la nada y cuando pregunté por él,
Gremory me respondió que a lo mejor se había aburrido de Lirau y decidió darse
un paseo por otros lares.
No se lo
he dicho, pero en algunos momentos sentí demasiado su ausencia. Ya me había
acostumbrado a que se apareciera de tanto en tanto para solicitarme apaciguar a
sus tropas.
»— Era
momento de cambiar de aires, hermano — me respondió cuando retornó. Sentí algo
muy curioso cuando me materialicé para estrecharle la mano, porque me alegré enormemente
al verlo—. Y no sé por qué te cuento estas cosas a ti…pero la verdad es que he
descubierto que hay más errantes de los que uno espera en el mundo terrenal —
agregó en voz baja, y recordé que hace un buen tiempo anda dándole vueltas a
ese asunto.
Los
errantes eran demonios que habían renunciado a su naturaleza original: podían
vivir entre los humanos sin ningún problema, exceptuando que se les privaban de
la mayoría de sus poderes originales…
Y claro,
todo eso si es que seguían con vida después de la tan conocida Anunciación.
»— Te
diría que no es más que una costumbre demoníaca sanguinaria — me había
comentado Nanael cuando le hablé de ello—, pero la verdad es que forma parte de
sus protocolos y yo respeto eso. Supongo que consideran altamente ofensivo el
renegar sus naturalezas, o tal vez es una forma de evitar que abandonen a su
comunidad: pura y simple lealtad.
»— ¿Pero
eso no sería ejercer de manera más auténtica…su derecho al libre albedrío?
»— La
libertad no sirve de nada si no se emplea de la manera adecuada, Aniel. Existen
reglas, y deben cumplirse. Es lo mismo que sucede con los nuestros: si bien los
métodos que se aplican en las Audiencias a los llamados Desertores no son tan
letales como las Anunciaciones de los demonios, en cierto modo se les aplican
pruebas insoportables con la intención de hacerlos desistir. ¿Un antiguo ángel
entre los humanos? ¡Por El Todo! O naces ángel o naces humano: la sabiduría del
Creador no debería cuestionarse. Y eso es lo que uno hace cuando decide ser
algo que, en primer lugar, nunca fue.
Nanael tenía
una afanosa inclinación por las reglas y la disciplina, así que ponerse a
discutir con él era en vano.
— Recuerden
que el plan debe salir a la perfección, porque sino todo esto habría sido una
pérdida de tiempo — añadió Gremory y recordé a Albania pidiéndonos con
muchísimo fervor que tratáramos al máximo de llevar a cabo todo lo planeado:
»—Es por
Loi — nos dijo a Seir y a mí—, ella
es tan bonita pero le cuesta tanto trabajo aceptarlo… ¡Y aún más por culpa del
horrible pastel de navidad que se la pasa molestándola siempre que tiene
oportunidad!
Sé lo importante que es Loi para ella, así que
dentro de mis posibilidades trataría de hacerlo bien.
—
Estamos a minutos
de llegar — anunció Gremory—, y yo sigo pensando que no deberías emplear el
nombre de Tarek, Seir.
—
¡Vamos, vieja
abuela! Me han trasquilado buena parte de la melena y me han dado barba; eso
sin contar que me han obligado a verme unos años más viejo de lo que suelo
verme. ¡Nadie va a reconocerme! Y ya lo dije: en caso de que lo hagan, dudo
mucho que alguien diga algo, porque eso significaría admitir que son parte de las
festividades algo “libertinas” del Zahir.
No terminaba de
comprender ese asunto. Nhyna me había explicado brevemente que Seir, con el
nombre de Tarek Rye, solía pasearse por las celebraciones que se hacían en el
pueblo por el Zahir.
»— Ningún humano
de los que verán hoy pondría en juego su reputación admitiendo que asisten a
ese tipo de celebraciones — me dijo tranquilamente —. El Zahir en el pueblo es
de ese tipo de fiestas en las que las más bajas pasiones se desatan sin control
alguno. Los humanos “de buenas familias” repudian la inmoralidad, Aniel; pero
que la repudien no significa que no “la practiquen”. — Me sonrió y después
rompió a reír, tal vez por mi gesto de confusión: ¿qué? ¿Por qué practicar algo que repudias? —. Es lo que ya
mencioné, la tan conocida “imagen”: los humanos valoran muchísimo el cómo se
ven frente a otros humanos. — Sí, eso lo sabía gracias a las charlas que Nuna
no dejaba de darle a Albania —. Los jóvenes suelen escaparse a esas
celebraciones y en ellos es normal por la curiosidad de su edad. Pero te puedo
apostar que también acuden miles de humanos maduros: ya casados, ya con hijos,
tal vez buscando encontrar ese tipo de placer que dicen aborrecer pero que en
el fondo anhelan.
No dejo de pensar
que la naturaleza humana es increíblemente compleja.
— ¡Ay,
cómo me encanta esta parte de la ciudad! — exclamó Gremory de la nada.
Volteé
con curiosidad, y me encontré con una calle repleta de florerías.
» ¡Mira todas las flores que me han llegado,
Aniel!
Maldita
sea: otra vez.
— Sería
tan lindo que Nanael me obsequiara aunque sea una sola — continuó Gremory y
Seir mencionó lo sencillo que era deslumbrarla—. Las flores poseen un lenguaje
romántico para los terrenales. ¿No has visto la cantidad de tipos que existen y
todos los arreglos que se elaboran con ellas?
Lenguaje
romántico...
La
imagen de Albania al pie de las escaleras se arrojó en mi contra. Estaba
repleta de alegría, observando todos los ramos que Bejle y Nuna tuvieron que acomodar
entre la entrada, las escaleras y el pasadizo que daba para el estudio
principal.
»—
¡Santo Dios! ¡Pero si la casa ya parece un jardín de tanta flor por aquí y por
allá! ¡Vamos, niña! Va a tener que ser más concienzuda con lo que dice, porque
ya me da miedo con qué pueda encontrarme cada vez que abra la puerta.
»— ¡Pero
yo ni siquiera se los pedí, Bejle! — respondió ella con la sonrisa oculta que
todos, incluyéndome, notamos —. No sé por qué ha sucedido esto. Tomas Gerdau,
¡como nunca!, se atrevió a hablarme y solo le respondí que me gustaban mucho
las flores cuando me preguntó por ello. ¡No entiendo de dónde han salido todos
estos ramos!
»—
Evidentemente de todos esos admiradores que usted tiene y que andan muy
pendientes por complacerla — explicó Nuna.
»— No
vaya a decir que también le gustan los elefantes o algo así, ¡que en cualquier
momento llegarán por docenas! — añadió Bejle conteniendo una carcajada—. Vamos
por algunos jarrones, Nuna, que me da una pena tremenda dejar que todas estas
flores se mueran al mismo tiempo.
»—
¡Gracias, Bejle preciosa! — le dijo y la besó en la mejilla.
»— ¡Es
imposible no enamorarse de esta niña! — añadió en tono jocoso para Nuna.
Rosas
rojas, rosas blancas, margaritas, azucenas, claveles, jazmines y otras más.
Algunas en arreglos enormes, otras en ramos sencillos. Cintas por aquí,
tarjetas por allá; incluso distinguí algunos poemas redactados con caligrafías
meticulosamente curveadas y pequeños dibujos en acuarela adornándolos.
»— ¿Ves
esto, Aniel? Si siguen así, ¡podría hasta abrir mi propia floristería! —
exclamó al encontrarnos a solas. Me costó demasiado trabajo responder así que
solo asentí —. Mi abuelo ya ha dejado en claro que no planeo aceptar ninguna
propuesta de matrimonio ¡pero aun así insisten con los obsequios! — declaró
agotada—. La insistencia me pone de los nervios…pero si van a incluir este tipo
de detalles tal vez no deba quejarme — añadió y sacudió uno de los ramos que
traía unos pequeños pajaritos de madera adheridos, y que simulaban silbar por
las campanillas que llevaban en el cuello.
Entonces
se dio media vuelta para perderse por los escalones, con el cabello flotándole
y las risas resonando entre sus labios. Y yo me quedé ahí, rodeado de flores,
de aromas, de cintas, de tarjetas, de poemas, de emociones; porque cada uno de esos presentes materiales estaban
repletos de ellas: anhelo, esperanza, admiración, fascinación, y otras tantas
más que ni siquiera me molesté en analizar.
»— ¡¿A
quién se le ocurre regalar rosas blancas si hay interés amoroso?! — Oí a Bejle
por el pasillo.
»— Las
rosas blancas son sinónimo de respeto y pureza, Bejle, ¿cuál es el problema? —
le respondió Nuna.
Fue
inevitable, lo admito. Sin planearlo ya había recordado aquella rosa que le
entregué como obsequio en uno de sus cumpleaños.
»— El
problema es que esos muchachos parecen no darse cuenta de lo avispada que es la
niña, Nuna. Ella es vivaz como un colibrí, como un pequeño potrillo que corre
libre y no quiere ser domado. ¡Te apuesto mi vida entera que ella aceptará al
primer hombre que le demuestre estar verdaderamente interesado en ella! Y
cuando digo “verdaderamente”, hablo de uno con más agallas que solo enviar
“rosas blancas”.
Ni
siquiera terminé de escuchar la respuesta de Nuna. Salí rumbo a Izhi completamente
frenético, trastornado, huyendo de todos esos arreglos que corrían peligro bajo
mis manos; porque no era normal lo que estaba sintiendo…
…no era
normal querer vulnerar creaciones del Todo.
Atravesé
los árboles y terminé materializándome. El viento frío me golpeaba el rostro,
el olor a tierra húmeda me llenaba los sentidos. Bejle tiene razón: Albania es
así, vivaz como un colibrí, pero sobre todo libre… libre de los protocolos que
le inculcan y que se niega a cumplir.
¿Por qué
siento que nunca debí obsequiarle una maldita
rosa blanca? ¿Por qué debo luchar con las ganas irrefrenables de volver al
vestíbulo e incinerar todos esos absurdos arreglos? Las flores no habían sido
concebidas para quemarse, ¿por qué querría hacer algo semejante?
Quemarlas,
pisarlas, arrojarlas lejos de ella; porque todas esas flores no contenían más
que mentiras. Porque al final, todas esas flores no habían sido obsequiadas más
que para intentar cautivarla, embelesarla…
Enamorarla…
No entendí el desconcierto, la molestia, el
fastidio…
¡SPLASH!
…porque
eso fue todo lo que sentí antes de arrojarme al vacío. Lo último que vi fueron
las estrellas en el cielo nocturno de Izhi, antes de ser opacadas por las
brumas del mar.
¿Qué está pasando conmigo?
Está
frío… Siento frío porque estoy materializado.
Siento
frío porque materializado todo se siente más.
Así sienten los humanos…
¿Cuándo
empezó esto?
» ¿Albania? ¿Estás llorando?
» ¿Qué haré, Aniel? El abuelo acaba de decirme…
¡que Tomas Gerdau ha pedido mi mano en matrimonio!
Fue ahí:
todo empezó en ese momento. Recuerdo que la encontré llorando sobre la
alfombra en la que solía reposar junto a Godón. Pensé que había pasado algo muy
malo, así que me materialicé y al darse cuenta de mi presencia me rodeó el
cuello con fuerza. No pasaron ni dos segundos y las palabras brotaron una a una;
mi cabeza trabajando a toda velocidad: pedida de mano, matrimonio, quince años,
compromiso…
…Tomas
Gerdau.
Traté de
ubicar el rostro. Sí, claro: los cumpleaños a los que ella solía acudir, el
niño de la corbata azul. Ahondé más profundo y de repente lo encontré ahí,
escondido entre los adultos, observándola de lejos, con el brillo en los ojos y
la sonrisa desbordando de anhelo.
Tomas Gerdau.
Esa vez no
dije nada: no pude. Solo la escuché hablar y fue tan miserable de mi parte
porque por primera vez, en todos mis años en este mundo, dejé de escucharla.
No la
escuchaba. Veía los labios moverse y yo asentía, fingiendo comprender; con la
imagen del niño Gerdau nublándome la visión. Como una especie de ser escondido
entre las sombras pero siempre presente: estando pero a la vez no.
»—…casarme
con él — alcancé a escuchar y todo se disparó sin control. Las lágrimas rodando
por las mejillas, los sollozos resonando en mis oídos. Quería decirle tantas
cosas pero a la vez no sabía cómo iniciar: ¿por qué lloras, Albania? ¿Es porque
la felicidad no cabe en ti y estás reaccionando como cualquier humano ante
noticias que lo entusiasman demasiado? ¿O es acaso porque estás aterrada,
asustada, confundida…frente a la
inminente presentación del que podría ser tu futuro esposo?
Podía leer emociones, y a lo mejor si ponía
más atención podría haber descubierto la respuesta sin necesidad de
interrogarme tanto. Pero ni yo mismo lo comprendía, aún no lo hago, porque todo lo que traía en mente era a mi
custodiada llorando sobre mi hombro…
…y una
extraña y fastidiosa carga oprimiéndome el pecho.
»— No
quiero, ¡no quiero! — exclamó y los sonidos empezaron a notarse, la visión a
aclararse. Parpadeé, reaccionando ante las palabras, y yo mismo no puede
contenerme:
»— No
pueden obligarte — resumí con los labios tiesos. Los ojos me miraron, sus ojos me miraron —. Nadie puede
obligarte a hacer algo que no quieres, Albania. Tú, como cualquier ser de este
y todos los universos, posees el don del “libre albedrío”.
»—
Libre… — murmuró y asentí, luchando por comprenderme a mí mismo.
Tranquilo, es normal. Verla así te ha puesto a
la defensiva…ya sabes que no soportas verla llorar.
Fue lo
que me dije, lo que algo me dijo, ya no sé.
»— Te
juro que no voy a casarme con Tomas Gerdau, Aniel — fue todo lo que oí días
después. Me observó segura, repleta de determinación…
…y una traicionera
sensación se asomó sin mi permiso.
»— Estás
en todo tu derecho de expresar tu negativa frente a una decisión tan importante
— me atreví a responder con toda la entereza que pude, porque la perversa
calidez en el pecho me aturdía enormemente: ¿qué te pasa? ¿Por qué te sientes así?
No es lógico, no es normal, querer gritar y decirle que todo está muy bien. Así todo está muy bien: que se quede así —.
Podrías comentárselo a tu abuelo, después de todo él te puso al tanto del
asunto para que tuvieras conocimiento de ello, y podría hasta jurar que ha sido
para pedir tu opinión al respecto.
Y lo
hizo, y también todo empeoró. Ella charlaba con su abuelo en el estudio,
explicando el porqué de su rotunda negativa…mientras yo lo observaba todo bajo
un elaborado gozo de camuflaje que ni Nanael podría haber descubierto: puse
muchísimo empeño en hacerlo. Empeño que después me descuadró: ¿qué te pasa, Aniel? ¿Qué haces aquí
observando a hurtadillas? ¿Por qué es tan importante ver por ti mismo cómo ella
no considera “digno” a ninguno?
Lo
entendí, ligeramente lo entendí: era obvio, claro que sí. Ella debía casarse
feliz y no aterrada: ella debía escoger por decisión propia al humano con el
que compartiría un rito tan importante como lo era el matrimonio, y no por una
cuestión de imposición. Desposar a alguien implica, para los terrenales, un
cuidado y respeto mutuo: no podía escogerse de la noche a la mañana con quién
hacerlo.
Tomas
Gerdau desapareció como un soplido en el silencio; pero fue como si el rechazo
llamara a la puerta de la atracción. Tras él vinieron uno, dos, tres, cuatro…cinco
más: Naum Liberia, Kim Massud, Darío Traugott, Honorato Lanceti, Edgard Ramatt.
Me sabía cada maldito nombre, memoricé cada rostro. No es que sea demasiado
dificultoso por mi misma naturaleza, pero era extraño…era muy extraño porque
sus figuras al completo me acechaban: Gerdau, Liberia, Massud, Traugott,
Lanceti, Ramatt; Gerdau, Liberia, Massud, Traugott, Lanceti, Ramatt; Gerdau, Liberia, Massud, Traugott, Lanceti,
Ramatt. Basta, ya sé que son ellos. ¡Basta, ya sé cómo se ven! Y entonces,
“Aniel, he recibido mi segunda pedida de mano, ¿no te parece raro?”. Y ella ríe
y yo sonrío, sonrío tanto como los malditos labios tiesos me permiten. “Aniel,
no vas a creerlo, ¡el abuelo dice que nuevamente ha sucedido!”; y ella vuelve a
reír y yo sonrío, ordenándole a mis ojos no delatar la extraña irritación que
empieza dominarme sin control. “Aniel, la tercera; Aniel, la cuarta, Aniel, la
quinta, la sexta”. Aniel, Aniel,
Aniel…y ella ríe nuevamente y yo ya no puedo hacerlo con la facilidad de la
primera vez porque siento que hay un maldito nudo en mi garganta. No soy
humano, no soy humano, pero juro que seis veces sentí una extraña rabia en el
pecho; seis veces reí fingiendo que el sonido salía natural…
…y esas
mismas seis veces rogué oír los mismos “no
planeo hacerlo”.
Terminé
flotando sobre las olas hasta que Nanael me ubicó y tuve que inventarme un
falso deseo de sentir el agua salada para explicar mi extraño comportamiento.
¿Qué
pasa? ¿Qué está sucediendo conmig…?
— ¡Hermano!
— Volví en mí; Seir me observaba divertido —. Te has quedado mirando por la
ventana con el ceño tan fruncido que parecía haberte ofendido de la peor manera.
— Le dije que no era nada y soltó una carcajada—: Vamos, no estés tan tenso: ¡solo
es cuestión de que lo disfrutes! Relájate un poco y sígueme la corriente, ¿de
acuerdo?
— Hijos,
ya llegamos — anunció Gremory—. Vamos: Tarek, Alen…
Alen…
— ¡Sí,
abuela Magda!
— ¡No
grites, mocoso malcriado!
Gremory
y Seir avanzaron raudamente hacia el enorme edificio. El hombre de la entrada pareció
verse algo desconcertado pero después de algunas palabras de parte de ellos, y
de ver la invitación que llevaban consigo, sonrió y les dio una cordial bienvenida.
— ¡Alen,
apresúrate!
Alen…
Me costó
comprender que Gremory se dirigía a mí. Di un par de pasos sin dejar de
contemplar lo alta e imponente que se veía la construcción desde aquí abajo.
Los
humanos no vuelan, no tienen la fuerza que alguien como Seir o yo tenemos. No
leen emociones ni sueños, tampoco pueden sanar a otros y mucho menos tienen la
capacidad para usar martirios o gozos.
No
tienen nada de eso, pero a la vez pueden construir monumentos como este.
— Lo están
esperando — me dijo el cochero amablemente. Ya tenía las mejillas sonrosadas,
parecía más corpulento que hace unos minutos y sonreía ampliamente—.
¡Apresúrese, joven Alen!
Alen…
Mi
reflejo me devolvió la mirada a través de las ventanas del coche; me quedé
estático, tieso.
Seir se acercó
resplandeciente:
—
¿Puedo preguntar que le sucede a “mi primo
favorito”?
—
No tengo ni la menor idea de cómo actuar —
confesé.
No le
había encontrado ningún sentido a toda esa charla sobre “accesible pero
inalcanzable” que tuvieron Nhyna y Gremory en la sastrería, así que
literalmente estaba a punto de ingresar a un lugar repleto de humanos sin la
más remota idea de qué hacer.
— Ya sabía
que andabas pensando en eso. — Abrió la puerta del coche, se inclinó y abrió
una especie de trampilla en el piso alfombrado. Rebuscó entre el espacio y
finalmente sacó una pequeña botella de metal —. Esto va a relajarte un poco,
así que...
— No pienso embriagarme si es lo que estás sugiriendo.
Ya sabía de las aficiones de Seir y no, gracias.
— Sería épico verte en ese estado— se excusó con una carcajada—. Lo siento, tenía que intentarlo.
— No pienso embriagarme si es lo que estás sugiriendo.
Ya sabía de las aficiones de Seir y no, gracias.
— Sería épico verte en ese estado— se excusó con una carcajada—. Lo siento, tenía que intentarlo.
Gremory golpeó
el bastón contra el piso, exigiendo que aceleráramos el paso. El hombre a su
lado se encogió, amilanado.
— Escucha,
hermano: todo será como cualquier día. Saludar a la gente, bromear con ella,
reír, opinar: todo es exactamente igual a tener una charla conmigo, con Nanael,
Gremory ¡o tu misma custodiada! Te he visto platicar con ella, se la pasan muy
bien. Olvídate de todas las tonterías que te han dicho Nhyna y Gremory, y vamos
enfocarnos en el plan inicial: conseguir que esta noche la famosa Loi Amira se
sienta como una reina. Y claro, si mentir te resulta muy complicado,
simplemente evitemos dar demasiada información para no recurrir a ella.
— ¡Niños!
— insistió Gremory.
Seir se
despidió del cochero que nos deseó animosamente una gran noche, y finalmente
subimos las escalinatas. Casi las contabilicé, aún algo inquieto.
— Bienvenido,
joven Forgeso — me dijo el hombre de la entrada con demasiada solemnidad—. Que
pase una agradable velada.
— Gra…gracias.
Crucé el
umbral y todo empezó a entremezclarse. Fui bautizado por el Todo ni bien mi
existencia dio inicio, y sé que el que camina soy yo: Aniel; sin embargo siento
el peso de quien en este momento sería Alen: un paso, dos, uno, dos. Gremory y Seir suben, riendo entre ellos, y
de la nada los oigo: «Alen, apresúrate». «Hijo, no tenemos todo el día».
Acelero y entonces comprendo que soy Aniel, pero para los humanos que nos
observen ingresar seré Alen, Alen Forgeso.
Dos
siendo uno… ¿cómo es posible eso? Soy Aniel y a la vez seré aquel que hoy nombren
Alen, alguien que en realidad no existe pero a la vez sí: acaban de crearlo. Y ya solo al nombrarlo reafirmo la existencia de
este que soy y a la vez no, porque tiene un rostro, tiene un nombre y ahora
será presentado frente a seres que no cuestionarán su existencia.
— Vamos,
hermano — me dice Seir antes de llegar al salón del que provienen las voces —.
Por unas horas…solo serás un humano más.
El hombre que custodia la última entrada empuja
las puertas y la música estalla en mis oídos…
El
mágico violín.
— Pero
¿quiénes son esos? — capto brutalmente. Aun materializado, mis sentidos están
mucho más desarrollados que el de cualquier humano, así que todos y cada uno de
los murmullos que se desatan los recibo sin ninguna dificultad. A Seir y a
Gremory les debe pasar igual, solo que ellos parecen estar disfrutándolos.
Los miles
de ojos se clavan sobre nosotros, de pies a cabeza; una joven ahoga una
exclamación al vernos pasar. Siento que está mal, que todo está saliendo mal.
Percibo las emociones alrededor, la música resonando en mis oídos, y estoy
expuesto a tantos estímulos que materializado es imposible reconocerlos todos.
La sorpresa, la intriga, el inexplicable interés, la sospecha, la admiración,
la desconfianza, el nerviosismo, el deslumbramiento, la curiosidad, todo
revuelto en decenas de mini escenarios llamados “humanos”.
«El de
cabello marrón es tan guapo», alcanzo a escuchar en medio de tantos murmullos y
Seir me lanza una mirada divertida. No sé cómo responder a eso, así que observo
al frente y me encuentro con los cabellos grises de Gremory que va a un paso
por delante de nosotros y es más pequeña de lo acostumbrado. Seir vuelve a
sonreírme mientras va saludando a todo el mundo con asentimientos de cabeza.
Decido hacer lo mismo y una chica, no más joven que Albania, eleva su abanico y
lo sacude intensamente después de regalarme un guiño veloz.
— Una de
las tantas "interesadas” — me susurra Seir en tono bromista. Decido
ignorarlo, observo al frente, y…
Cielos.
Me
arrepiento de inmediato, el aire deja de pasar. Por primera vez siento eso que
algunos llaman “quedarse sin aliento”.
Una
maldita sensación aparece insolentemente,
asomándose sin solicitar mi permiso, y como un asistente tremendamente
indeseado.
¿Qué es?
¿Acaso…?
Fascinación…
— Ahí
están — añade Seir y lo escucho lejano.
Sí, ahí
están.
Ahí está.
Fascinación,
maldita fascinación.
Al
frente, rodeada por casi todos los invitados, con la traviesa sonrisa y el
violín en brazos, reconocí a la única persona en la estancia que sabía
verdaderamente quién era yo. Seir murmuró algo de “¿ella es Loi, la que está
junto a tu custodiada?”, pero ni siquiera pude responderle porque la
traicionera sensación iba expandiéndose con lentitud, otra vez, golpeando
insistentemente y sin explicar el porqué de su presencia.
Y esta
vez no hubo rabia, no hubo frenesí. Solo fascinación: pura, dura e insensata
fascinación.
»— No es anormal que la niña reciba tantas
pedidas de mano, mujer. Mírale nomás los ojos: ¡todos se le arrojarían a los
pies si ella se los pidiera! — le dijo una vez Bejle a Nuna —. A veces pone carita soñadora y no hay quien
pueda contra eso. La señora Morgana lo predijo ni bien la vio cuando era ¡chiquitita,
chiquitita!: “esa niña va a ser hermosa”. — Y yo también lo sabía, claro
que lo sabía: Albania era hermosa, no había duda de ello. Yo mismo se lo he
repetido a Nanael desde que la vimos llegar con el amanecer y en brazos de
Rumilat. Ella era igual de hermosa que todas las creaciones del Todo.
La única
diferencia era que antes…
…esa belleza
no solía agobiarme.
Fascinación,
oscura fascinación.
« ¿Qué sucede contigo,
maldita sea? ¡No hay nada lógico en todo lo que estás pensando!»
Es el
estar materializado, sí. Debe ser eso.
La
melodía en violín concluyó y la estancia se llenó de aplausos. La mirada
risueña de la que Bejle tanto hablaba apareció, y me abrumó por completo.
Fascinación,
fascinación.
Condenada
fascinación.
¡Basta!
— Te has
quedado perplejo — oí de Seir mientras las palmadas continuaban—. Supongo que
es normal; después de todo están muy guapas.
Aflojé
un tanto esta cosa llamada corbata, pero comprendí que el nudo no tenía nada
que ver con la sensación de asfixia.
— Los ojos
se han hecho para contemplar, hermano. — ¿Contemplar?
—. No tendría nada de malo que encontraras atractiva a tu custodiada.
— ¿Qué? — objeté
bruscamente, pero mi protesta se perdió en medio de los saludos que se desataron
a diestra y siniestra después de la evidente manipulación mental a la que
fueron sometidos algunos de los invitados. Oí a Gremory presentarnos frente a
una mujer que respondía al nombre de Aldabella, y decenas de ojos humanos
iniciaron con la inspección. «Ah, señora Magda, claro que la recuerdo»,
escucho. «Por supuesto, sus nietos menores: Alen y Tarek, ¡pero qué grandes ya
están!». «¿Y cómo están las cosas por casa?, oí que había decidido iniciar una
travesía por todo el mundo». «Qué orgullosa debe estar de tener a unos nietos
tan apuestos que hayan decidido acompañar a su querida abuela».
Trato de
no marearme frente a las respuestas que van brotando por todos lados. Gremory
sonríe enigmáticamente y resuelve sin titubeos todas las interrogantes que se
lanzan por doquier. Seir suelta una carcajada, y hace alarde de su gran
capacidad de socialización cuando se disculpa a propósito de mi mutismo y
aparente timidez.
— Mi primo
es algo reservado. Usted debe recordarlo en las tardes de té, siempre escondido
entre los arbustos — suelta y la mujer llamada Aldabella asiente plenamente
encantada, sin saber que está bajo un martirio de recuerdos falsos lanzado a
posta por Gremory.
Observé
alrededor, buscando relajarme, cuando de pronto lo oí:
— Yo que
tú ni estaría por aquí — le susurraron a alguien más, muy bajo pero perfectamente
audible para mis oídos, y cargado de crueldad —. Ese horrible vestido le quitan
a cualquiera las ganas de mirarte.
La frase
me pareció de lo más curiosa, pero la conmoción que se desplegó alrededor me afectó
más: ese alguien más, en este momento, acaba de sentirse excesivamente acongojada.
Giré,
buscando el lugar del que había provenido el susurro, cuando de repente noté el
próximo incidente. Los dedos de una joven dejaron caer la copa que traía sujeta,
tal vez abrumada por el agravio que acababa de recibir. Soltó un pequeño grito,
como anticipando el impacto contra la alfombra…
— ¡Ah!
…y no pude
evitarlo.
Mi brazo
automáticamente se alargó, el cristal liso rozó mis dedos y lo atrapé casi por
instinto. Noté el malestar que había quedado impregnado en él, porque los
objetos son muy buenos almacenando las emociones y sensaciones que los humanos
que los portaban llevaban consigo. Y no fue hasta que observé fijamente los sorprendidos
ojos marrones, que comprendí que la dueña de la copa casi abatida se trataba de
más ni menos que de Loi.
De Loi
que se encontraba igual de abrumada que Albania cuando, más pequeña, Corín
solía burlarse de ella.
» Yo que
tú ni estaría por aquí.
¿Quién había sido? ¿Por qué le dirían eso a una
persona tan amable como ella?
— Tranquila,
aquí está — dije al ofrecérsela. Me miró, algo asustada…
— ¡Vaya,
vaya! ¿Cómo es posible esto, primo? Digo frente a todos que eres el tímido de
la familia, ¡cuando en realidad estabas esperando impresionar a la señorita más
bella del lugar! —…y el mejor sujeto para situaciones como ésta decidió
intervenir.
Loi
parpadea, algo aturdida, mientras alrededor todos rompen a reír por las
palabras de Seir que, parece, está tomándole el pelo a su muy “callado primo”.
— Lo mejor
que ha podido hacer nuestra abuela es traernos con ella a esta reunión — agregó
—. Está plagada de jóvenes hermosas y tú, primo mío, pareces estar tan
interesado en hablar que hasta podría considerarse como una terapia para tu
usual mutismo.
Me
sorprendo ante la naturalidad de Seir porque hasta casi yo me he creído toda la
historia. Loi me observa fijamente, con algo de curiosidad, y ahora que lo
pienso detenidamente, la verdad es que nunca hemos sido presentados de manera
oficial.
— Mi
nombre, aquí, es Alen Forgeso — le
explico y me sonríe —. Y este de aquí es mi primo Tarek.
— A su
completa disposición — añade él con un guiño que la ruboriza de sobremanera.
— ¡No he
visto a nadie más veloz en toda mi vida! — oímos y reconozco la voz de hace un
rato —. Mi nombre es Anastasia Liwen, ¡y estoy encantada de conocerlos! ¿Es su
primera vez en Lirau?
Volteo y
por fin doy con la dueña de la voz anterior, la que acababa de intimidar a Loi.
»— ¡Es culpa de Anastasia que a veces mi Loi no
hable en las reuniones! ¡Ay, ese horrible pastel de navidad!
Así que
es ella…
— Realmente
es extremadamente rápido — continúa—. ¡Me atrevería hasta a asegurar que
practica algún tipo de deporte como la esgrima o la equitación!
Intento
decir algo, pero…
— Vaya, alguien
parece tener muy buenos reflejos —…su voz
surge de algún lado, y de repente me encuentro con el par de ojos divertidos y la sonrisa tratando de ser
disimulada —. Me pregunto… si todas dejáramos caer nuestras copas al mismo
tiempo, ¿usted podría atraparlas todas?
Albania aparece
ya sin el violín y me mira, sonriendo y agitando ese abanico que reconozco: es
uno de los últimos obsequios de Alexia.
— Qué
bromista es usted, señorita Albania — dice alguien más, y un rostro conocido
aparece a su lado: el hijo de Erasmo Traugott, el de las flores, el de los poemas —. Es evidente que el joven
Forgeso ha resultado algo… “llamativo” para todas las damas de este salón; pero
dudo que su atractivo incluya hasta “poderes sobrenaturales” para atrapar
tantas copas juntas.
— Quién
sabe; a lo mejor sí. Tal vez podríamos intentarlo — insinúo, y Seir me mira tan
atónito que rompe a reír; tal vez tan asombrado como yo por semejante
respuesta.
¿De-dónde-demonios-salió-eso?
Darío
Traugott eleva una ceja y noto que instintivamente se acerca más a Albania.
Ella,
sin embargo, avanza un paso y rompe la cercanía.
— Si no es
una osadía de mi parte, ¿puedo preguntarle su nombre, señorita? — escucho de
Seir que está interpretando su papel al cien por ciento —. Tal vez así también pueda
obtener el de su preciosa acompañante, que parece no desea complacerme con el
sonido de su voz.
Escucho
con fuerza los latidos del corazón de Loi. Gremory, más allá, me lanza una
mirada de aprobación.
— Mi
nombre es Albania Formerio, y ella es mi mejor amiga, Marion Amira. Es un
placer conocerlos — dice y compruebo que le está costando muchísimo trabajo no
lanzarse a reír—. Y su primo, “tan callado”, ¿querría complacerme a mí repitiéndome
su nombre?
Está
jugando conmigo, pensando que va a ganar; pero no va a hacerlo porque me
encanta ganarle, porque verla enfadarse o sorprenderse es de mis pasatiempos
favoritos. Como cuando cae al arroyo después de transportarse y se enfurruña
como si fuera mi culpa el reírme de lo graciosa que se ve; o cuando le digo que
Nuna tiene razón cuando repite que ella aún es una niña y por eso resulta tan
sencillo complacerla o disgustarla.
— Es un
placer, señorita Formerio. Mi nombre es Alen Forgeso, y como bien recalcó mi
primo con su querida amiga, estoy aquí para servirle.
Y los
ojos se le abren. ¿Repletos de qué? No lo sé,
a ella nunca la comprendo del todo.
— Es u-un
placer…joven Forgeso. — Se agitó un
poco, lo sentí, pero supuse que porque la presencia de Darío Traugott tan cerca
de ella la estaba incomodando demasiado.
Una
pieza en piano inició de manos de la anfitriona de la reunión, y las charlas entre
pequeños grupos se reiniciaron. Seir sonríe cuando cinco jóvenes lo rodean solo
para interrogarlo a propósito del curioso tema de “si está comprometido”; y
Albania se aleja llamada por su abuelo.
Loi está
tan o más nerviosa que yo mismo, que me inclino un tanto y le comento que
estamos en las mismas condiciones.
Me mira
más animada y entonces suelta una risita:
— Ahora
comprendo porque a Albania le pareces tan... — La miro confundido, pero no me dice
más —. Ya que estás aquí, no permitas que Darío Traugott se le acerque
demasiado — añade y la observamos riendo con su abuelo y, los tan mencionados
en casa, señores Leda —: No lo aguanta y él parece demasiado insistente.
— Gracias
— se me escapa. Me pregunta con curiosidad por qué, y no sé cómo hacer breve
todo lo que guardo por ella desde hace tiempo. Recuerdo a Albania llorando
cuando Corín renunció a ser su compañera de juegos por decisión propia, y aún
más el frenesí y la alegría intensa que la colmaron cuando su abuelo aceptó que
recibiera las clases en casa junto a “su nueva amiga”.
Por
mucho que Nanael diga que fue una mala idea inmiscuir a Loi en todo este
asunto, yo seguiré pensando que fue bueno que Albania conociera eso que los
humanos llaman “amistad” gracias a ella.
Observé
de reojo y Seir me sonrió mientras terminaba con la enorme curiosidad de todas
las jóvenes que lo rodeaban. Loi también miró en su dirección y se ganó otro
guiño de su parte.
— Tranquila,
no es de temer — aclaré al verla encogerse sutilmente —. Es muy amable: algo
juguetón, pero inofensivo. Puedo dar fe de ello.
— ¿Son
amigos?
— Mmm, no
sé si el término se aplique igual pero…creo que sí.
Albania observó
en nuestra dirección y nos sonrió.
Iba a
comentarle a Loi lo bien que me estaba resultando desenvolverme con ella frente
a tantos humanos, cuando percibí una enorme cantidad de emociones acercándose.
Alguien
no está muy a gusto por aquí; parece como si se sintiera amenazad…
— Qué
extraño, nunca había oído de usted ni de su familia — dijeron. Loi elevó la
mirada y los latidos de su corazón resonaron en mis oídos: se ha puesto muy
nerviosa —. Igual no es tarde para un par de presentaciones, creo yo.
Giré y
me encontré con un rostro del que se hablaba mucho en casa. Y a su lado, la
misma reproducción de facciones…
— Soy Luca
Liberia, y él es mi hermano Naum. Es un placer conocerlo.
La
sensación de amenaza provenía de ambos.
¨°*°*°*°¨
NHYNA
Siempre
me he preguntado qué de hermoso encuentran en la luna. Llevo aquí como dos
horas, observándola desde la rama de este árbol, y sigo pensando que es una
roca blanca con demasiadas imperfecciones como para ser considera bella.
Y
hablando de cosas bellas…
»—
¡Aniel! ¡Aniel, ven aquí! ¡Es decir…! ¡Alen, hijo, vámonos!
»— Nos
vemos, Nhyna — se despidió con la maldita sonrisa amable y no aguanté más.
»— Adiós…ángel
idiota — repuse y deposité un casto beso en su mejilla.
Seir y Gremory fueron los que más se demoraron con
todo el asunto de la indumentaria para el maquiavélico plan de la mocosa y el
cóctel que tenía programado: no dejaban de probarse prenda tras prenda,
buscando verse lo más perfectos posibles.
Y al otro lado de la habitación, sentado con los codos
apoyados sobre las rodillas y expresión pensativa…
…el humano soñado, de traje y con los perfectos
cabellos peinados. Vestido y asesorado pulcramente por mí.
Los ropajes formales le habían otorgado una apariencia
más audaz, incluso misteriosa. Era innegable, lo acepto: Aniel, como nuestro
recién inventado Alen, era terriblemente apuesto.
»— ¿Qué sucede? — le pregunté.
Sus ojos se elevaron, intranquilos:
»— No es nada.
Pero claro que era
todo. Era obvio: como ángel, no encontraba el placer que nosotros, demonios,
hallábamos en interpretar papeles que provocaran admiración entre los humanos. Por
ello no era inaudito encontrar a algunos de los nuestros como figuras magistralmente
reconocidas en su mundo. Es parte de nuestra naturaleza: nos gusta ser
contemplados, endiosados, incluso venerados.
»— No lo pienses demasiado — comenté al aire.
»— No puedo hacerlo— me
respondió con sinceridad. Mis ojos recorrieron su cabello, sus mejillas, sus
labios. Cuello, brazos, pecho, manos...
Estúpido ángel, ¿cómo puedes ser tan jodidamente
atractivo y no notarlo?
Seir apareció, ya con la
barba rala que lo habíamos obligado a usar y aguardando fervoroso la
prometedora puesta en escena. No se parecen en nada, pero me recordó tanto al
Valak de antaño; con el cabello rubio y los ojos azules brillándole de puro
jugueteo.
»—
Vamos, preciosa. ¿Vez a la humana de
allá? Dicen que ha consagrado su vida a ese dios del que muchos hablan pero al
que pocos entienden. ¿Qué dices? ¿Apostamos? Porque te juro que en una hora va
a cantar plegarias de alabanza, pero hacia mí.
Fue
hace tanto… Aquella tarde, el infeliz de Valak se presentó como un joven
perdido y hambriento a una pobre novicia de apenas dieciséis años. Traté de no
reírme cada vez que lo oía usar el tono indefenso con el que solía embaucar a
los humanos que se dejaban llevar por su apariencia adolescente. Sin embargo cuando
empezó a acariciar el virgen pecho con gesto decidido al ver a la presa ya
pescada, cerré los ojos y decidí esperarlo en una taberna más o menos decente.
Apareció dos horas más tarde, con el cabello alborotado y riéndose a
carcajadas; contándome con lujo de detalles lo pudorosa (y gritona) que resultó aquella humana.
Recordé con algo de humor que algunos de los nuestros
solían decir que Valak era perverso, y sí, lo era. Remordimientos, escrúpulos u
honor eran palabras que le horrorizaban. Podía ir por la vida, junto a mí, burlando a millones de
humanos y después poner gesto ingenuo y retirarse sin decir ni una palabra. Sé
que Seir es así, igual de voluble y perro jugador, pero la diferencia es que mi
pequeño hermano llevaba en su esencia más pura una especie de don para divertirse
de manera magistral con los humanos.
Ese
era el Valak que extrañaba; el Valak que solía divertirse sin miramientos. Ese
Valak que no tenía clavado en la cabeza el maldito nombre de la humana insípida
de Georgia Vidor…
¡Fssss!
Giré
confundida: los arbustos de allá atrás se habían removido con una fuerza peculiar,
como ocultando a algún pésimo fugitivo. Salté de la rama y me desmaterialicé
por si las dudas; no tenía ganas de andar esquivando humanos o algún tipo de
criatur…
¡Fssss!
— ¿Y ahora qué?
Salí
hasta el claro del bosque porque el sonido esta vez provino de los arbustos de
en frente, y me encontré con el arroyo dirigiendo sus aguas tranquilas hacia el
mar. Volteé una vez más, y percibí una presencia muy semejante a la mía.
Demonio.
Me
sentí amenazada; Izhi repentinamente se vio extremadamente peligroso. A lo
lejos, por los árboles del fondo que tan oscuros se notaban, algo fulguró bajo
la luz de las estrellas.
Parecían
ser cuchillas, completamente desenvainad…
Bravata.
— ¡No!
Cerré
los ojos y aparecí a orillas del mar, ya lejos de la espesura del bosque: evidentemente
acababa de sentir la presencia de un demonio al que no conocía y que estaba armado
al completo. Y todo demonio sabe perfectamente que traer armas desenvainadas
frente a uno desconocido, es claramente un anuncio de bravata: un desafío entre demonios con el único propósito de apoderarse
de algunas tropas (por no decir todas) del otro.
¡Fssss!
Las
olas del mar estallaron estrepitosamente contra las rocas; el mismo silbido de
hace un rato resonó.
¡Maldita
sea!
¡Fssss!
—
De acuerdo, voy a
decirlo de frente — advertí en medio de la orilla, evitando a toda costa que se
notara mi temblorosa voz—. ¡No soy guerrera! No soy devota de las reyertas de
cuerpo a cuerpo, así que declino de la propuesta.
Mi anuncio resonó en la nada: el eco de respuesta me
tensó un tanto
¡Fssss!
Observé alrededor,
buscando algún punto que me diera la ubicación del retador: árboles al fondo,
rocas en medio de la orilla. Olas, olas y más olas.
—
¡Hablo en serio! —
reafirmé—. ¡No pienso luchar contigo así que estás perdiendo tu tiempo!
Me
acomodé el cabello, algo insegura, y decidí alejarme con toda la tranquilidad
posible. La huida suele estimular aún más a los demonios guerreros; y si el que
estaba rondando por aquí realmente buscaba una bravata y me veía huir por segunda vez, trataría de atacarme sin
miramientos y estaría perdida.
Maldita
sea, Valak. Tú eras el encargado de alejar a todos los idiotas conflictivos.
Después de todo a ti sí te gustaban estas cosas.
¡Fssss!, izquierda, ¡fssss!,
derecha, ¡fssss!, ¡con un
cuerno!
—
¡Ya basta! — bramé
perdiendo la paciencia—. ¡Ya dije que no acepto! — Pero por la zona en la que
concluían los árboles, distinguí un par de ojos escarlata destellando. Oí más
de dos pisadas y comprobé que no estaba en su forma humana. El nivel de energía
que desplegó me espantó por completo.
¡No, no hay forma! ¡No
pienso pelear con alguien así!
—
¡Raus dehor! —
invoqué rápidamente y el martirio de ocultamiento se expandió. Lo único que
necesito en este momento es huir y no dejar ningún tipo de huellas para ser
perseguida.
Crucé toda la playa a la
mayor velocidad posible. La única vez que fui testigo de una bravata fue cuando Valak fue desafiado
por un demonio de rango inferior: se arrepintió enormemente porque mi estúpido
hermano no se tomaba nada a broma. Ni bien vio la lanza apuntando a su corazón,
invocó a Manu y consiguió 1000 soldados más para sus tropas sin dificultad alguna. Aún recuerdo
los chillidos del retador, que se dio cuenta de su error demasiado tarde: Valak
ya tenía consigo a sus tropas y no se conformó hasta arrancarle las dos
piernas.
»— Vagar por la vida
arrastrándote va a ser una buena manera de recordarte que no hay peor error que
desafiarme — le comentó tranquilamente—. Y agradece que los bozales ya estén
muy pasados de moda, o sino me encargaría de ponerte uno tan imposible de
quitar, que toda tu miserable existencia sería una completa deshonra.
—
¡Ah! — Me detuve
en la entrada de la ciudad y cerré los ojos para transportarme. Aparecí en el
pequeño salón junto al balcón de nuestra morada. Chasqueé los dedos para
encender a la vez todas las lámparas…
…cuando sentí algo aún peor que el reciente estúpido
anuncio de bravata.
—
¡Valak! — proferí
furiosa—. ¡VALAK!
No recibí ninguna
respuesta y de su presencia nada: no estaba. Lo único era el olor que pululaba
alrededor y que me produjo arcadas.
¡Por el Todo! ¡¿Cómo se
ha atrevido a hacerlo?!
—
¿Nhyna? — oí de
pronto.
—
¡Tú…! — lancé al
voltear y encontrármelo cara a cara.
Parecía haber regresado de la casa de la humana idiota;
y eso solo significaba una cosa.
—
¿Yo qué? — se
atrevió a preguntarme inocentemente.
—
¡Valak, maldita
sea! ¡¿Dime a qué mierda está apestando toda la habitación?!
—
¿Qué? ¿Pero qué te
pasa? — me recriminó ofendido—. Acabo de regresar y todo lo que haces es
ponerte a gritar como una loc…
—
¡No me cambies de
tema! — protesté enfadada—. ¡Vamos, responde! ¡¿Qué es ese maldito olor?!
—
No sé de qué me
hab…
—
¡No te hagas al
imbécil porque lo sabes perfectamente! — Por el Todo, una cosa era visitar al
engendro humano en su casa, ¡pero traerlo hasta acá era muy diferente! —.
¡Valak, ya te he dicho que…!
—
¡Por Foreas, deja
de gritar! ¡Haces un drama por ridiculeces, Nhyna!
—
¡¿Ridiculeces?! —
repliqué irritada —. Valak, lo único que deseo es tener algo de paz cuando
regreso a la que se supone es mi morada en esta vida, ¡y me encuentro con el
asqueroso olor de ese hediondo mocoso! ¡¿Acabas de llevarlo a casa después de haberlo
tenido aquí, verdad?!
—
¡¿Y qué si lo
hice?! ¡Después de todo también es mi morada! ¡Y no te expreses así de él!
—
¡Yo hablo como se
me dé la gana, imbécil! — No lo mates, no
lo mates—. Mierda, ¡primero la estúpida bravata
y ahora esto…!
—
Espera, ¿qué has
dicho? — repitió turbado —. ¿Bravata? ¿Acaso te han desafiado?
—
Acabo de huir de
una, sí — respondí agotada. La pestilencia ya me daba igual; me dejé caer sobre
el sofá más cercano.
Demonios, seguramente Seir y la idiota de Gremory la
están pasando mejor que yo.
—
Tú no eres
precisamente una rival poderosa, Nhyna. — ¿Ah
sí? Elevé una ceja, ofendida —. De lo que hablo es que no entras en la
categoría de “contendiente codiciado”. Retarte a una bravata sería hasta humillante para alguien que si lucha, porque tú
no eres una guerrera.
—
Bueno, anda a
decírselo al idiota que andaba desenvainando sus armas frente a mí en Izhi. A
lo mejor quería tropas de golpe y buscaba una batalla fácil, quién sabe.
—
Qué extraño —
comentó dubitativo—. El principal objetivo de las bravatas no son las tropas, sino el cotejo de destrezas. Y para
medir las habilidades de uno, solo se busca a demonios luchadores reconocidos
como tales.
Bueno, sí. Más allá de que
sonara muy mal eso de “no estar a la altura”, Valak tenía mucha razón. Las bravatas son rituales no practicados por
todos los demonios. Sé que soy perfecta en muchos sentidos, pero nunca me he
engañado con respecto a mis habilidades de batalla.
¿Por qué habrían
intentado inmiscuirme en una lucha si no era lo suficientemente poderosa para
ello?
A menos, claro, que no quisieran retarme a mí; sino a…
¡BROM!
—
¡Valak!
De la nada las ventanas
de nuestra morada se azotaron entre sí con fuerza. Todas las lámparas de la
habitación se apagaron al mismo tiempo.
—
Estoy aquí, Nhyna.
¡No te muevas!
Apagar las luces en
nuestro caso era innecesario, después de todo nuestro campo de visión no se
ajusta a las características humanas. Sin embargo el gesto parecía más por un
asunto de “intimidación”, que por simplemente dejarnos a oscuras.
—
¿Qué está pasando?
— murmuré aturdida. Valak se agazapó sutilmente, tal vez llegando a la misma
conclusión que yo.
No me querían a mí. Lo querían a é…
— ¡CUIDADO! — grité
pero fue demasiado tarde. Algo extremadamente rápido pasó casi rozándome y se lanzó
directamente hacia él.
Sentí la enorme cantidad
de poder rellenando todo el espacio de la habitación. Valak intentó esquivarlo
pero no lo consiguió.
—
¡¿Quién eres?! —
bramó e invocó rápidamente a Manu que cayó delante de nosotros, a modo de
escudo, y lanzó un gruñido ensordecedor:
¡GROOAAARR!
La mancha borrosa le
había dejado un profundo tajo en el hombro. La camisa de lino que Valak usaba para
su falsa careta humana, ahora colgaba desgarrada por el brazo.
— ¡Ya no lucho, si es
lo que buscas! — aclaró sin dejar de observar a todos lados.
Una inhalación profunda, casi indignada, nos llegó de
algún lugar:
—
Que ya…¿no luchas?
Un momento…esa voz.
—
Así es, estoy
retirado — confirmó Valak y era verdad. Con su nivel actual no había forma de pensar
si quiera en enfrentarse al loco que andaba escondido por algún lad…
—
¡NO! — grité
cuando la sombra reapareció y se arrojó sobre nosotros. Manu abrió la boca,
desenrolló la enorme lengua dispuesto a atacar, al mismo tiempo que Valak se
movilizó rápidamente, invocó un martirio de defensa y…
¡POM!
…su cuerpo impactó con
otro igual de férreo. El sonido del descomunal choque resonó en medio de la
oscuridad.
—
¡Ya te dijo que no
lucha, animal! — exploté, y comprobé que Valak sostenía algo, impidiendo su
avance. Parecían ser dos cuchillas tan pulidas que tintineaban con la poca luz
que ingresaba del exterior. La sangre empapó sus manos al aferrarse a las hojas
afiladas y estar materializado.
Empecé a plantearme el llamar a Berith para que nos
ayudara un poc…
—
¿Es en serio? ¿Ésta
es la manera más atenta que tienen para recibir a sus invitados?
La
voz me descuadró; los ojos de Valak se abrieron sorprendidos. Incluso Manu
soltó un gruñido que sonó a “¿mmm?”, a pesar de tener la lengua enroscada
fuertemente en uno de los miembros del atacante.
Y
ahí, al observar con más detenimiento la figura, distinguí al monumental antílope,
de facciones suaves, pelaje brillante y porte elegante. Las cuchillas que Valak
sostenía entre sus manos no eran más que sus cuernos.
No
necesité de más presentaciones.
—
¿Somak? — balbuceó
Valak incrédulo. El antílope elevó las cejas y se retorció ágilmente para
deshacerse del agarre del que era víctima, solo para dar unos cuantos pasos
elegantes e inspeccionar toda la estancia.
Maldita
sea, justamente de todos los seres en el universo, tenía que ser precisamente
él.
—
Qué humilde es su morada…
Parece una pocilga — casi nos escupió.
—
¡Somak! — exclamó
radiante el otro dueño de “la pocilga”.
Conozco a Valak desde
hace una cantidad inimaginable de tiempo, y justamente por eso sé que yo nunca
fui su primera compañera de travesía. El primero había sido él, este demonio
que acababa de aparecerse en nuestra morada y que era uno de esos seres
insufribles con los que no podía lidiar.
Somak era un maldito
demonio tan respetado en nuestra comunidad como ese famoso Naberius al que
hasta ahora no he tenido el placer de conocer.
Placer del que me pueden
privar eternamente, porque para ególatras ya suficiente conmigo misma.
—
Te dejo un par de
siglos, ¿y ahora te encuentro convertido en un vulgar demonio cualquiera? — lanzó
burlonamente y elevó la cabeza de manera pomposa, típico en él. Manu soltó un
berrido tan emocionado que me ofendió un poco.
Estúpido animalejo, a mí
nunca me has recibido con ese tipo de celebración.
—
Pero… ¡¿pero qué
estás haciendo aquí?! — exigió Valak alborozado: la visita lo había animado muchísimo
—. ¡No sé de ti hace…! ¿Cuánto? ¿Cinco vidas, Nhyna?
—
Más o menos —
respondí fastidiada: ojalá hubiesen sido más.
El aludido dio un salto (excesivamente
elegante), y adquirió su forma humana solo para estrechar a Valak con esa
rudeza que en su lenguaje significaba estima.
Lo observé con más detenimiento y solo pude pensar
algo:
¡Jo-di-do bastardo!
Es imposible que alguien
que ha visto por lo menos una vez a este imbécil, lo olvide. Pero después de
tanto tiempo sin saber de su paradero, como que la imagen que tenía de él había
sido una muy mala referencia. El cabello oscuro mantenía su usual estilo: corto
casi al ras por los lados laterales, pero extremadamente voluminoso en medio. Parecía
haberse quedado con la moda de otra época porque los pantalones hasta las
rodillas ya no se usaban en ésta hace mucho; eso sin mencionar el chaleco con
bordados en hilos brillantes, el saco oscuro de corte largo y el pendiente en
forma de espada que llevaba colgando en la oreja derecha.
Sin embargo se trataba de
él, así que podía hasta ponerse una mugrosa sábana, combinarla con los objetos
más estrambóticos (casi su sello personal) y aun así verse completamente
fabuloso.
Recordé el equipo que
conformó con Valak antes de mi llegada y su repentina desaparición; y comprendí
por milésima vez por qué decían que juntos eran una dupla extremadamente
asombrosa. Valak solía disfrutar de los desafíos, y Somak era increíblemente
bueno para hacerse enemigos que lo odiaran y a la vez lo veneraran.
Traté de no verme
demasiado sorprendida al volver a ver su aspecto humano después de tanto; pero el
muy idiota se dio cuenta y rompió a reír, complacido:
—
Puedes
contemplarme, rubia; no muerdo — ladró y se relamió los labios insolentemente.
Imbécil.
Su especialidad era
brindar gloria y fama a todo aquel que la pidiera y le pagara, claro está. Era
uno de los pocos entre los nuestros que podía escoger con quiénes hacer pactos
y con quiénes no, lo que le daba cierta “categoría” como él mismo repetía, ya
que solo accedía a cumplir pedidos a seres que él considerara dignos. Poseía un
título de Comandante que solo unos cuantos llevaban consigo, y se comentaba que
era de esos contados que habían conseguido follarse ángeles sin problema alguno.
—
La moda de esta
parte del mundo terrenal es un asco — comentó después de observar a Valak de
pies a cabeza.
—
A mí y a Nhyna nos
agrada — alegó él decepcionado —. Tiene un aire elegante.
— ¿Elegante? —
resopló divertido y nos examinó casi con pena—. Siento diferir contigo, compañero,
pero toda me resulta monótona. Por lo menos en Nueva Ihara han experimentado
con telas menos corrientes que por esta zona.
—
Sabemos de Nueva
Ihara — respondí irritada—. Y también que la mayoría viste con paños de seda,
pero paños a fin de cuentas.
—
Muñeca… ¡Mi
preciosa y rubia muñeca! — me dijo con zalamería —. Tú tienes un problema de
percepción con el que no podría lidiar. Tendrías que nacer de nuevo y pedirle
al Todo algo de buen gusto.
—
¡¿Qué?!
—
¿Pero qué estás
haciendo aquí? — quiso saber Valak, que me atrapó por la cintura antes de que
me lanzara sobre su “amiguito”.
Manu se encontraba tras
él: daba un paso, como buscando acercarse a Somak, pero instantáneamente se
encogía y ocultaba la cara tras la larga cola.
—
Y tú, ¿acaso ya no
saludas? — El ridículo reptil lo miró con los amarillentos ojos cargados de anhelo—.
Recuerdo claramente que el que te alimentaba con más dedicación era yo, bolsa
de escamas — le reprochó divertido, y el muy traidor soltó un berrido,
emocionado, para arrojarse hacia él como un cachorro de sabueso.
Valak también se acercó riendo.
Ya, estupendo. ¿Así que ahora me he convertido en la
invitada relegada en mi propia morada?
—
¿Y qué hago por
aquí? Bueno, no es demasiado complicado: me aburrí y quise probar algo nuevo — simplificó
de cuclillas y acariciando la enorme mandíbula de la bestia que gruñía
satisfecha —. Ando sopesando algunos negocios, y como me comentaron que te
habían visto por esta época tan peculiar, decidí aprovechar y comprobar por mí
mismo qué tal te iba sin mí.
—
¿Negocios? —
repetí —. ¿Qué clase de negocios podrían traerte a un período tan poco
conflictivo como este?
—
Digamos que estoy
incursionando en placeres más selectos — me respondió altaneramente —. Las
guerras ya no son lo mío, rubia. Los humanos en algún momento dejarán de luchar
cuerpo a cuerpo, usarán armas más letales que abreviarán los ataques, y eso va
a quitarle algo de diversión al asunto. Así que para evitarme el amargo sabor
de las decepciones futuras, he decidido buscar otro tipo de entretenimiento.
Somak amaba las épocas
repletas de trifulcas y batallas entre humanos. Lo recuerdo gozar enormemente
en aquellas expediciones denominadas conquistas y revoluciones. Literalmente se
excitaba solo estando sentado en algún punto estratégico y observando a humanos
matándose unos a otros.
Este tiempo no es totalmente
pacífico, pero a diferencia de otras eras, todo parece marchar muy tranquilo.
—
Eso sí, no voy a
negar que de todos los inventos que he encontrado en mi camino, ¡hasta ahora
este se lleva el premio! — exclamó eufórico, se llevó la mano a uno de los
bolsillos, tan rápido que apenas pude verlo y…
¡PAM, PAM, PAM!
—
¡Ah!
Casi di un brinco después
de los tres balazos que atinó a lanzar contra los floreros situados a espaldas de
Valak.
—
¡¿Pero qué mierda
te pasa?! — reclamé.
—
Así que ya
conociste al famoso revólver — comentó el agraviado como si nada.
—
¡Quién fue el
jodido iluminado que creó esta cosa! — Y admiró el artefacto casi extasiado;
Valak soltó una risa y comentó que había olvidado su afición por las armas
humanas—. Es una puñetera maravilla, infeliz. ¡Y cómo canta…!
¡PAM, PAM, PA…!
—
¡Basta! ¡Los
humanos de cerca pensarán que están asesinando a alguien, imbécil!
—
Que vengan, rubia
— me respondió con fiereza—. Tengo ganas de practicar mi puntería.
—
No digas
estupideces; no podemos tocarlos, animal. A menos que quieras conocer a los khari en persona.
—
¿Qué? ¿No me digas
que te has convertido en uno de esos “humano-fanáticos” que no dejan de
defenderlos? — me acusó burlonamente—. ¿Es por eso que toda su morada apesta a
ellos?
¡Pero miren con qué ironías vengo a encontrarme!
—
Tal vez deberías
preguntarle eso a “alguien más” — repuse. Valak me lanzó una mirada de
advertencia pero al carajo.
Somak nos observó, con la sonrisa divertida
congelándose del desconcierto:
—
No comprendo.
¿Acaso el olor de humano…?
—
Tu amiguito anda
trayendo bebés humanos a nuestra morada y sin mi consentimiento.
—
¿Qué? ¿Bebés
humanos? ¿Acaso me he perdido de alguna especie de nueva afición o…?
—
A lo mejor tú, que
lo conoces de más tiempo, consigues entenderlo — concluí y los ojos verdes de
Somak tintinearon, aún más confundidos.
—
¿Valak?
—
Yo…es una historia
algo larga…
—
¿Ah sí? — replicó
suspicazmente—. ¡Pues qué coincidencia! Yo no tengo nada que hacer esta noche.
Decidí dejar a ese par en
lo que iba por un vestido nuevo. A lo mejor me entraban ganas de ir a darle una
ojeada a la famosa fiesta esa en dónde Aniel interpretaría al recién creado Alen
Forgeso, y no quería ir con los mismos ropajes con los que me vio por la tarde.
Regresé cuando tuve
puesto un increíble vestido negro bordado con cuentas y piedrecillas brillantes.
La charla no habrá durado más de dos horas a lo mucho. Hipnoticé a una humana
para que me hiciera el favor de peinarme, y cuando estuve lista la ordené que
se retirara de mi habitación y saliera por la puerta trasera.
Justo cuando la sentí muy
lejos e iba poniéndome los guantes satinados en tonos perla, lo oí
estruendosamente:
—
¡¿DE UNA PUTA
HUMANA?!
Retorné al salón. Por el grito ya debe estar al tanto
de todo.
—
Somak, querido, ¿fue
tu dulce voz la que escuché resonar por todo Lirau?
El aroma a leche materna ya se estaba disipando.
— ¡¿Cómo pudiste
permitir esto?! — me recriminó embravecido. Extendí el abanico y lo bamboleé
suavemente contra mi rostro —. ¡Rubia, maldita sea!
—
Tú, mejor que
nadie, sabes lo jodidamente terco que es — expuse con tranquilidad. Somak
resopló y se desordenó el cabello, ofuscado—. ¿O no, Valak?
—
No tenías por qué mencionarlo
— me espetó enfadado.
—
¿Que no tenía…?
¡Claro que tenía! — bramó Somak —. ¡¿Acaso
has perdido la razón?! ¡¿Y encima por una inmunda humana?!
—
¡No le digas inmund…!
—
Oh, vamos, ¡solo cierra
la puta boca!
¡PAM!
El cuerpo de Valak salió
despedido hacia atrás después del disparo que le estalló en el pecho. Se
estrelló contra los adornos de la repisa del fondo.
Manu soltó un berrido,
angustiado, y fue tras su amo.
—
¿Por qué lo
permitiste, rubia? ¡Podría haberlo esperado de cualquiera menos de él! ¡Posee
un título de presidente, decenas de tropas y una reputación inigualable! ¡¿Qué
más podía pedir?!
—
Hice de todo,
Somak. Pero él es demasiado testarudo, o imbécil. Ya no sé.
— ¿Es cierto que ya
no lo ama? — me preguntó consternado—. ¿Que lo vio en esta vida y prácticamente
lo despreció?
Sí, había sido así. Juro que
quise matarla cuando la vi gritar de ese modo. ¡Cómo si Valak no fuera ya
suficientemente digno solo tratándose de él!
Somak
apretó los puños, contrariado. La noticia lo había tocado más de lo que pensé.
— De una humana… Me dan náuseas de solo imaginarme
subyugado por uno de su clase. Y eso de “amor”… ¡qué reverenda estupidez! A
veces no sé ni para qué carajos sirve tu especialidad — me espetó enfadado.
No
pasaron más de algunos minutos para que el estúpido recobrara la conciencia. Se
puso de pie y los vestigios de la bala en su pecho se cerraron lentamente.
—
Eso no fue muy cortés,
viniendo del que se supone fue un gran compañero.
— Que te hayas
fijado en una humana ha ofendido nuestras vidas de camaradería — objetó
fríamente. Iba a servirme algo de ginebra de la repisa de bebidas, pero Somak
me quitó la botella y se la bebió completa de un solo trago.
—
Miren al que
alardea de “buenos modales” — satiricé.
—
Por lo menos dime
que es bonita.
Solté
una carcajada y negué rotundamente. Valak iba a protestar pero Somak cerró los
ojos y desapareció.
No pasó mucho para
que retornara con expresión indignada:
—
Mierda, ¡habiendo
tantas humanas guapas y me sales con ésa!— resopló, y el comentario ofendió
tanto a Valak que intentó arreglar el asunto con violencia; pero violencia fue
lo que obtuvo cuando Somak desapareció de su alcance y rápidamente lo atrapó
por el brazo. Lo estrelló contra una de las paredes, casi hundiendo su rostro
contra el tapiz.
El movimiento fue tan brusco que, supuse, era a modo
de escarmiento.
—
¡No vuelvas a
hablar así de ella!
—
¡No te las des de
“flamante caballero” si ni siquiera puedes defenderte de un movimiento tan
minúsculo como este! — le reprochó enfadado. Valak le gritó a Manu que lo
ayudara, pero Somak solo lo miró y el reptil se encogió, amedrentado —. Ese
costal de escamas sabe muy bien lo que es la lealtad, pedazo de mierda. Lo he
alimentado mejor que tú, he curado sus heridas cuando te largabas a fornicar
con putas humanas, y hasta ha dormido a mi lado. Nunca me traicionaría, ¡a
diferencia de otros!
—
¡¿De qué rayos
estás hablando?! ¡No te he traicionado!
—
¡Eres una deshonra
para los nuestros, imbécil! ¡Dejé a un presidente admirado por muchos, y ahora
que regreso, más ilusionado que nunca por el reencuentro, me topo con un esperpento
de demonio deprimido, infeliz, y apestando a engendro humano!
—
¡NO HABLES ASÍ DE
ÉL! — vociferó. Somak lo soltó, solo para ganarse una mirada repleta de odio—. ¡Nhyna
y tú me tienen harto, buscando meterse en mis asuntos y controlar mis
decisiones! ¡¿Y qué si amo a una humana?! ¡¿Y qué si amo a su hijo?!
—
¡Eso es lo más
repugnante que he podido oír…! — musitó Somak ofendido.
—
¡¿Y qué si decido
quedarme a esperarla cuántas vidas quiera?! ¡¿Eh?! ¡No les concierne! ¡Son MIS jodidos
problemas!
—
Te lo dije, no
escucha — reafirmé. Somak hizo un ademán y de la nada sacó un enorme mazo con
púas que estrelló sobre la pequeña mesa de en medio, fastidiado —. Te rogaría
que no destruyeras mis muebles.
—
Haz lo que se te
dé la gana — concluyó lanzando el mazo a un lado. Manu berreó, acongojado —. No
estoy aquí para reprocharte tu actitud, porque como bien dices son tus asuntos.
A la mierda si quieres llorar tras una humana y su asquerosa prole. Ya se te
pasará, no por nada tenemos la eternidad para corregir nuestros errores.
—
Ella no fue un error
— rebatió—. Ni ella ni Alen lo fueron.
El tono resignado volvió
a inquietarme. Siempre sucedía cuando se ponía a hablar de la asquerosa humana
y sonaba tan diferente a como solemos ser los demonios.
» Tal vez… Tal vez debí renunciar a mi título, Nhyna…
Maldita sea, eso del
errante es solo un capricho, ¿verdad? Él jamás se atrevería…
—
Sabes que la
existencia del engendro en cierto modo la une al hombre que la preñó, ¿no es
así? — lanzó Somak.
Yo ya se lo había dicho pero…
—
Alen es mío —…sí,
no escuchaba—. El infeliz lo
concibió, pero solo fue un instrumento del Todo para permitir la perpetuación
del amor entre Georgia y yo. Me pertenece más a mí que a él.
Somak iba a protestar
pero discretamente le pedí que lo dejara así: Zamai le había metido demasiadas
cosas en la cabeza a Valak y era muy difícil hacerlo desistir. Era un aliter que conocíamos hace vidas;
actualmente se encontraba en este mundo, disfrutando de la morada que había
encontrado en un templo abandonado. Valak solía buscarlo para preguntarle
tonterías a cambio de algunas tropas que a él le servían como protección, ya
que los aliters son de por sí
demasiado débiles para defenderse.
Lo último que le había
dicho había sido que el mocoso podría contener parte de los recuerdos del amor
que la humana había sentido por él en su existencia pasada. Ese niño, para
Zamai, podría ser el hijo que Valak y la humana estúpida habían deseado tener y
que tantas veces se había negado a existir debido a nuestra incapacidad para
reproducirnos.
—
Y tú, rubia, ¿acaso
vas a algún lado? Pareces una muy mala imitación de noche estrellada.
Elevé las cejas,
ofendida. Valak rompió a reír:
—
¿Acaso planeas ir
a espiar al ángel ese?
—
Detestas que se
metan en “tus” asuntos, pero sí buscas fisgonear en los míos, ¿no?
Traté de evadir el tema,
pero Somak se instaló cómodamente en el sofá más amplio y Valak le comentó
detalles sobre mi aparente “deslumbramiento”.
—
Me he cenado a
varios ángeles — comentó con cinismo—.
No son la gran cosa, rubia. A lo mejor es más por curiosidad que por otra cosa
que andas tan alborotada por ese.
—
Ya lleva casi ocho
años humanos tras este — canturreó Valak. Tomé el florero de la mesa de al lado
y se lo aventé —. No es agradable que hablen de tus cosas, ¿no es así?
—
Cállate, idiota.
—
Mmm, pero si ha
llamado la atención de nuestra princesa de plata, debe ser un espécimen
inigualable — comentó Somak pensativo —. ¿A qué jerarquía pertenece? Si
hablamos de ti, he de suponer que debería ser, mínimo, un phaxsi.
—
Es un custodio — canturreó
Valak.
—
¡¿Un custodio?! — Y
se largó a reír—. Vaya, tus expectativas han decaído, Nhyna.
Preferí no rebatirle nada.
Después de todo, podría darle curiosidad conocerlo y Somak es de esos que no se
detienen cuando encuentran algo que les produce demasiado interés. En un
momento me encontró hermosa a mí y no dejaba de perseguirme como perro faldero.
Todo acabó cuando tuvimos un encontrón; épico, debo admitir, pero que no pasó
de eso.
Sería terrible que
encuentre a Aniel interesante y se transforme en un horrible obstáculo.
No, señor. Ya suficiente
con su odiosa custodiada.
—
¿Berith? — oí de
Valak y volví en mí—. ¿Y qué clase de negocios podrías estar haciendo con él,
Somak?
—
Armas, compañero —
le respondió satisfecho—. Digamos que están ofreciéndome un arma que no
cualquiera podría poseer, así que estoy considerando evaluar la propuesta.
—
Nunca me escuchas
pero igual voy a decírtelo: no bajes la guardia— le pidió Valak. Somak lo
observó desconcertado —. Berith…no me inspira confianza. Se hizo muy cercano a
Nhyna pero a mí no me termina de convencer.
—
No somos tan
cercanos — aclaré. Observé el reloj sobre la chimenea: casi las once.
¿Cómo andarán las cosas por allá?
—
Mmm, ¿Nhyna? ¿A
dónde vas?
—
Aún apesta a
leche. — Valak rodó los ojos; Somak le dijo que era cierto—. Iré a caminar un
poco.
Cerré los ojos y ambos se
perdieron de vista. Sentí el viento atravesando el enorme jardín del famoso
Teller.
Las luces de la tercera
planta estaban todas encendidas: supuse que el evento debía ser ahí. Me desmaterialicé
y aparecí en un pequeño balcón, solo para contemplar el dichoso coctel que
parecía estar en su máximo apogeo. Los humanos reían entre ellos, la melodía de
un par de músicos rellenaba toda la estancia y los sirvientes iban y venían de
aquí para allá.
No parece la gran cosa.
—
¿Han visto lo
guapo que es el nieto de la señora Forgeso? — Me quedé estática tras las
cortinas que ondeaban delicadamente. Observé a la muchacha que había hablado y
a sus dos acompañantes.
—
¿Cuál de los dos?
— preguntó otra.
—
Ambos son
apuestos, pero como dijo Corín, el menor tiene algo… — agregó la siguiente.
—
¡Pues yo pienso
que es más guapo el mayor! Aunque el asunto es ¡qué cosa ha hecho Marion Amira para
que no dejan de charlar con ella!
—
¡Anastasia acaba
de ir tras el menor! Parece que salió del salón a despejarse un poco, ¡me
pregunto si conseguirá algo! Parece tan reservado. — Y los abanicos se
agitaron, en las manos de chiquillas casi desfalleciendo.
Se me escapó la risa
tonta: “parece tan reservado”. Era obvio que estaban hablando de Aniel.
Salté al balcón de al
lado, y junto a una mesa repleta de torres de copas de cristal con fresas y
champán en su interior, distinguí a Seir charlando muy animado con la niña
humana con la que solía ver a la custodiada de Aniel. Traía el largo cabello
liso atado por un listón perla en una coleta alta, a juego con toda su
indumentaria, mientras dos humanos más, idénticos entre ellos, también intentaban
involucrarse en la conversación.
Qué raro. No ubico ni a
Aniel ni a la chiquill…
—
¡Qué tenemos por
aquí…!
—
¡Ah! — Giré violentamente
y las carcajadas de Somak estallaron.
Estaba sobre mí,
prácticamente adherido a la superficie del balcón de más arriba.
—
¡¿Qué rayos haces
aquí?!
—
Así que tu “iré a
caminar”, significaba venir a darle un vistazo a esta fiesta de humanos. — Dio
un salto y cayó junto a mí con ligereza—. Valak ya me comentó algo del raro
plan ese… A ver, ¿en dónde está el famoso ángel por el que andas colgada?
—
Yo no estoy
colgada por nadie — repliqué disgustada. Cuando
regrese, Valak va a oírme.
—
Es extraño esto de
ver a un custodio materializándose y paseando alrededor de humanos — comentó pensativo—.
A lo mejor por eso te llama la atención.
La verdad es un punto que
yo también vengo cuestionándome. No sé cuántas veces ya le he preguntado a
Aniel qué de especial tiene su custodiada para poder lanzar salmos y obtener
caprichos como el de esta noche; pero nunca he obtenido más que constantes “no
me preguntes más”.
—
¿Ése no es el
príncipe de la especialidad de sanación? ¿Seir? — Asentí ante su inspección burlona:
dijo que había oído algunos rumores extraños sobre él —. ¿Y bien?, ¿dónde está
tu famoso ángel seductor?
Le
respondí que no lo veía por ningún lado, esperando que se largara de una vez,
pero ni se movió.
En
fin.
Cerré
los ojos y me adentré entre los humanos, invisible a sus ojos. Me disgustó
haberme puesto este hermoso vestido para que al final nadie lo contemplase.
—
Sigo pensando que
la moda de este lugar es una reverenda porquería. ¡Y mira esos trajes tan aburridos!
— A medida que avanzábamos, Somak iba desechando cada indumentaria como si
fuera su pasarela privada—: No, asco, asco. Aún más asco…ese de allá… ¡el
triple de asco!
—
Eres tan
puntilloso — resoplé y entonces lo sentí.
Claro: está aquí, pero no en esta sala.
Atravesé la puerta de
roble del fondo de la estancia. Me adentré en los pasillos alfombrados del club
y para mi sorpresa alcancé a distinguir a la chiquilla humana, la custodiada de
Aniel, teniendo una conversación en otro de los salones. Parecía algo incómoda
frente al hombre que evidentemente buscaba mayor cercanía.
Qué raro: no está con
Aniel.
Pasé velozmente antes de
que me notara, porque por alguna misteriosa razón ella sí podía verme aún sin
estar materializada.
—
Un momento — oí de
Somak en mi caminata —. Esa chica…
—
Estoy harta de oír
lo “fascinante” que resulta, así que mejor trágate el comentario si es ése—
advertí, pero se quedó observándola tan concentrado que preferí adelantarme.
Volteé por la derecha y a
lo lejos vi una puerta blanca. La atravesé con la máxima discreción, para
encontrarme con un largo pasillo que se abría por ambos lados. Al frente había un
salón más, repleto de ventanales con vitrales de grabados tan finos que
cualquiera podía observar el interior sin la necesidad de ingresar.
Me
detuve frente a uno de ellos…
…solo
para por fin dar con él.
Iluminado
por la tenue luz de una araña de cristal, y junto a uno de los balcones que
daban para los jardines, ahí estaba, charlando
con una jovencita de cabellos rizados a la que prácticamente se le caía la baba
con solo mirarlo.
Sobre
ambos, una brillante mariposa rosa flotaba suavemente. Supuse que estaría
esperando que se quedase a solas para hablar con él.
—
Si su estadía en
Lirau se prolonga, podría pedirle a mi padre que les dé un tour por toda la
ciudad a usted, su primo y su abuela.
—
Mmm, sería…muy
amable de su parte — respondió Aniel con vacilación. Fue demasiado cómico verlo
sufrir, porque evidentemente le costaba muchísimo “mentirle” a aquella humana—.
Yo…eh…en seguida retornaré al salón principal. Muchas gracias por ofrecerse a
acompañarme.
—
Es normal que haya
querido algo de silencio. El ambiente está algo cargado por allá — insistió
ella demasiado acomedida—. Su primo y usted han…estado muy entretenidos con…la
señorita Amira.
—
¿Loi? — repitió él
y la chica lo observó sorprendida—. ¡Es decir!, la señorita Marion. Ehh, sí,
es…es una persona sumamente gentil. Es…es imposible no ver lo hermosa que es su
alma.
La chica demoró en
procesar las palabras. Atinó a asentir y después añadió un: “sí, es simpática”
sin verdadera convicción.
Aniel reiteró que
regresaría al salón en unos minutos. La niña por lo visto comprendió que deseaba
estar a solas, porque comentó torpemente que iría a ver cómo estaban las cosas
por el otro lado.
Cruzó la puerta sin
percatarse de mi presencia, y en ese momento la mariposa rosa revoloteó
alrededor de él.
Fue casi inconsciente,
porque terminé apoyando las manos sobre el cristal a través del que lo veía.
—
No se te ha podido
ocurrir mejor idea que escoger al más inalcanzable — oí de pronto.
Me sobresalté bruscamente.
—
No se trata de
cualquier custodio, rubia. — Somak me había alcanzado y ahora observaba al
frente, igual que yo—: No sé por qué le reprochas tanto a Valak su actitud si estás
en las mismas condiciones, princesa.
Iba a aclararle que nada de eso, pero me extrañó su
excesiva introspección.
—
¿Qué estás
buscando, Berith? — susurró.
—
¿Qué has dicho? —
reclamé. Somak se encogió de hombros —. Acabas de decir el nombre de Berith.
—
Acabo de recordar
que tengo unos asuntos que verificar con él — resolvió tranquilo. No sé por qué
no terminé de creerle —. Te dejaré a solas con tu cándido adonis, rubia.
Siempre he pensado que estás algo chiflada, pero no voy a negar que esta vez te
has lucido. Si consigues follarte a este sujeto, te juro que te convertirás en
mi única diosa a ser venerada. Y si no… a lo mejor yo intente darle una
probada.
—
¡Ni se te ocurra,
infeliz!
— ¡Jajajajaja, rubia
posesiva! — Me mordió el hombro que llevaba descubierto, e instantáneamente
desapareció.
¡Pero qué imbéc…!
—
¿Nhyna?
El
cuerpo se me erizó de pies a cabeza. Por un segundo me pregunté en qué momento
alguien consiguió provocarme todo esto solo con su voz.
Aniel
me miraba desde adentro, desconcertado. Elevé el mentón y me materialicé para
cruzar la puerta como cualquier humano más.
—
Pensé que toda mi
asesoría serviría más que para encontrarte a solas. ¿Qué pasó? ¿Eres tan
aburrido que ni por lo bien que te ves has conseguido compañía?
Soltó una carcajada y
después de una reverencia, la mariposa rosa se fue volando por el balcón.
—
Caila vino a darme
un recado de Nanael. — Ah, el pelirrojo malhumorado—. Me pidió un lugar
discreto así que…
—
¿Y qué tal todo?
¿Marchando bien?
—
Gremory dice que
sí, así que quiero creerle. — Se aflojó la corbata y se desordenó el cabello de
manera distraída. Somak no era nada a su
lado… —. Y Seir dijo que probablemente todo acabe en una hora a lo máximo,
así que voy a tomarlo como una victoria.
—
¿Demasiado
complicado?
—
Sí — admitió
agotado—. Hay demasiadas emociones alrededor, y materializado resulta una
odisea interpretarlas. Ahora entiendo por qué los humanos terminan cometiendo
tantos errores: es imposible saber exactamente cómo actuar con tantos estímulos
alrededor.
Salió y se apoyó sobre el
balcón, riendo divertido. Al lado había una escalinata de piedras que conectaba
este salón con el inmenso jardín de allá abajo y la primera planta. Algunas
enredaderas y arbustos lo decoraban casi sin querer.
Me acerqué y lo escuché
en silencio. Traté de no mostrarme excesivamente maravillada cada vez que hablaba
sorprendido de detalles tan minúsculos como que el corazón de los humanos sonaba
como un pausado tamborileo de dedos sobre tela estirada; o que el lenguaje de
los abanicos lo había mareado un tanto.
—
Seir repetía a
cada rato: si se agita rápido es esto, si es lento lo otro. Si se cubren el
rostro, si te sonríen, si lo cierran, ¡si lo abren! — Rompió a reír y la
melodía me hechizó—. Ahora entiendo por qué Albania practicaba tanto.
La sonrisa se me congeló.
—
No la veo por
aquí, ¿qué pasó? ¿Acaso pelearon? — lancé con indiferencia.
— No, la dejé
charlando con algunos amigos de su abuelo, y Gremory sugirió que… — Y se calló repentinamente.
El ceño se le frunció, como percatándose de algo —. Albania…
—
¿Qué pasa? —
indagué desconcertada, y aún más cuando estuvo a punto de dejar el balcón sin
decirme nada. Lo detuve por la muñeca—: ¿Aniel?
—
Disculpa, yo… Sentí
como si ella me llamara.
—
Es una fiesta —
sugerí —. Déjala. Debe estar divirtiéndose con sus amigos.
Acabo de verla con un sujeto en otro de los salones. Déjala, déjala…
Olvídate de ella.
—
Va a cumplir
dieciséis, ¿verdad? — fingí interés—. No sé si Gremory te lo ha dicho, pero a
esa edad a las niñas les gusta tener más independencia. Después de todo…ya
inician las tan conocidas pedidas de mano.
La mandíbula se le tensó: eso no me gustó en lo
absoluto.
—
Sí, ya…ya estoy al
tanto.
¿Por qué se ha puesto a la defensiva? ¿Qué…? ¿Qué
significa…?
—
¿Aniel?
— Yo…creo que
debería ir por ella — corroboró y la rigidez de su cuerpo me alarmó por
completo: ¿qué sucede? ¿Por qué el tema lo ha incomodado? —. Mi deber es estar
con ella, así que...
Inclinó un poco la
cabeza, imitando el saludo de los humanos, y me dio la espalda dispuesto a retirarse.
No, no te vas a ir
así.
—
¡Aniel! — lo
llamé.
Giró, servicial, y
los ojos claros me embrujaron.
Bendito seas, ángel maldito.
—
Buenas noches —
alcancé a decir porque ya no había forma de retenerlo. Me erguí lo más que
pude, apoyé una mano sobre su pecho…
…y alcancé su cuello.
El aroma de su piel me estremeció. Me hubiera encantado abrir los labios, pero ya sabía que él era
de los lentos.
Besos castos, roces sin
segundas intenciones. Así era él.
Me separé y me topé con
sus ojos sorprendidos. Pensé en jugarle alguna broma a propósito de su enorme
asombro pero…
¡PAAF!
…la furia estalló y
demoré en ubicar su procedencia.
—
¡No vuelvas a
hacerlo! — me increpó una voz dulce y a la vez llena de ira. Y no fue hasta que
sentí el ardor en la mejilla izquierda, que comprendí exactamente qué había
sucedido.
La mocosa, la tal Albania, había aparecido de la nada y
había osado abofetearme.
—
¡Tú…! — bramé
enardecida—. ¡¿Te has atrevido a golpearme, niñata estúpida?!
—
¡No soy ninguna
niñata!
Aniel la tomó por las muñecas y se puso entre ambas, exigiéndole
que se calmara:
—
¡Basta, Albania!
¡¿Pero qué sucede contigo?! ¿Por qué hiciste eso?
—
¡¿Que por qué lo
hice?! ¡Suéltame! ¡Suéltame, Aniel! — Iba a enseñarle a esa mocosa lo que
significaba una verdadera golpiza, pero él negó con la cabeza, rogando que no
respondiera—. ¡Suéltame, Aniel!
—
Nhyna… Nhyna, lo
lamento — me dijo apenado. Quise darle un buen par de bofetones a la insolente,
pero de repente oí un sollozo y los ojos cargados de odio se clavaron en mí.
Celos. La niña siente celos.
Celos de mí.
—
Nhyna… — oí de él,
y comprendí el “por favor, olvídalo”. La vi morderse los labios, impotente, humillada, y comprobé lo ventajoso de la
situación.
Esta era mi mejor carta a jugar: mostrarle que él ahí,
apenas tenía a una problemática y belicosa niña.
La sensatez supera a la
inmadurez. La sensatez no pelea, la sensatez “perdona”, porque la sensatez es
capaz de pensar con la cabeza.
Y obviamente, en esta
ocasión yo sería la sensatez.
Asentí, fingiendo comprensión, pero antes la observé
fijamente:
Mírame,
mocosa, graba mi rostro. Soy la que va a terminar arrebatándotelo, porque nunca
vas a ser lo suficientemente madura para él.
Desaparecí.
¨°*°*°*°¨
ALBANIA
»
Es un placer, señorita Formerio. Mi nombre es
Alen Forgeso, y como bien recalcó mi primo con su querida amiga, estoy aquí
para servirle.
Cuando Aniel ingresó al
salón toda la piel se me erizó. Me costó muchísimo guardar la compostura,
porque verlo así, tan parecido y a la vez diferente a los muchachos que solía
ver fue demasiado. Estaba de traje y perfectamente peinado: las ondas
desordenadas habían sido dominadas y lo habían transformado en alguien completamente
diferente, incluso distante, lejano…inalcanzable.
Cuando se presentó ante mí sentí un ligero cosquilleo, porque ese muchacho,
Alen Forgeso, era igual de atractivo y luminoso que mi Aniel, pero mis ojos ya
no eran los únicos que podían contemplarlo.
»— Realmente es extremadamente rápido. — Oí de
Anastasia mientras iba acercándome después de guardar el violín. A lo lejos ya las había visto, a todas, mirarlo como si se tratara de alguna especie de manjar a
punto de ser degustado—. ¡Me
atrevería hasta a asegurar que practica algún tipo de deporte como la esgrima o
la equitación!
El falso tono encantador me fastidió, como siempre. Ya la había
oído emplearlo con Roy Quimet, pero que lo empleara también con Aniel me irritó
aún más.
Era obvio: ella, igual que la mayoría de chicas del salón, se
morían por simpatizarle.
»— Qué bromista es usted,
señorita Albania — dijo Darío Traugott después del jugueteo que
se me escapó y que iba dirigido a Aniel más que a Alen —. Es evidente que el joven Forgeso ha resultado algo…“llamativo” para
todas las damas de este salón; pero dudo que su atractivo incluya hasta
“poderes sobrenaturales” para atrapar tantas copas juntas.
No me gustó el sarcasmo de sus palabras. Iba a responderle que “uno
nunca sabe”, pero lo siguiente me dejó perpleja:
»— Quién sabe; a lo mejor sí.
Tal vez podríamos intentarlo — oí de labios de él, lleno de seguridad y hasta
algo de arrogancia, y mi corazón enloqueció.
Aniel era parte de mis
días, de mis noches, de mis sueños, pero Alen…Alen Forgeso parecía ser alguien
al que apenas iba conociendo. Era mi Aniel, pero a fuerza de estar frente a otros,
estaba tratando de adaptar todas sus actitudes al ambiente: el lado tan burlón
que solía sacar solo para mí, repentinamente estaba siendo expuesto a más
personas. El demonio llamado Seir era tan natural, que por un segundo dudé de todo
lo que sabía: por un segundo realmente los imaginé como parte de aquella
misteriosa e interesante familia apellidada Forgeso. Por un segundo imaginé los
viajes que habían realizado con la señora Magda, su abuela, y la cantidad de
admiradoras que iban dejando por doquier. Y por un instante me sentí como una
más de esas tantas chicas que buscaban obtener la atención de alguno de ellos, tal vez la del de cabello marrón, y
pedirle al abuelo que invitara a su abuela para el té de la tarde. A lo mejor
así se podría iniciar alguna especie de plan sutil para conocerlo y que me
conociera más.
Boom-boom Boom-boom
El corazón me latió con
violencia. Fugazmente me imaginé ahí, al pie de las escaleras, esperando su llegada
y charlando con Nunita de lo emocionada que estaba. De lo feliz, de lo
encantada, lo maravillada y ansiosa que me sentía…
…por nuestro recién anunciado compromiso.
—
¿Hija? ¿Te sientes
bien?
—
S-sí, abuelo. No
me pasa nada — respondí abrumada.
En un momento los señores
Leda se acercaron a charlar conmigo, y en ese momento noté que Loi rompió a
reír en voz bajita, después de que Aniel le dijera algo de manera muy discreta.
La vi acomodándose el lazo del cabello y una de sus pulseras se enroscó en la
seda. Luca y Naum Liberia observaron a lo lejos el proceso de desenroscado, y
por su expresión, ellos estaban sintiendo lo mismo que yo.
Aniel se había inclinado
amablemente para soltarle la pulsera y ponérsela nuevamente en la muñeca. Mi
Loi querida sonrió y después asintió, agradecida.
El pecho se me contrajo
ante la escena: fue una idea tonta, lo sé, pero no pude evitarlo.
Sé que yo tracé el plan,
que yo misma le supliqué a Nanael que nos dejara traerlo; pero después de las
casi dos horas que él y el ocurrente “Tarek” estuvieron muy pendientes de Loi, algo
muy extraño empezó a golpetear insistentemente. Observé los ojos marrones y el
hermoso cabello negro azabache, y recordé lo bella que era Loi. Ella era
preciosa, lo sabía desde la primera vez que la vi. Mi Loi era la joven más hermosa
que conocía, y aunque Nunita repitiera que yo también lo era, sabía que no
había forma de competir con una belleza así de “real”.
Loi era tal y como todos
la veían: pura y simplemente Loi.
Loi no tenía algo amorfo,
descomunal y con miles de brazos y piernas habitando dentro de ella.
«
Algo que yo sí soy», reflexioné
horriblemente y la presión en el pecho se hizo insoportable.
Aniel soltó una carcajada,
el demonio Seir lo empujó de manera amistosa; miles de chicas los observaron fascinadas.
Y mi Loi querida ahí, en medio, más esplendorosa que nunca.
Instintivamente observé
mi reflejo en los ventanales completamente negros por la oscuridad del exterior:
no sé ni para qué me preparé tanto…
Saboreé el último bocado
de champán y me di con la sorpresa de que había terminado mi cuarta copa.
El abuelo, más allá,
conversaba animado con los esposos Leda.
Aniel ríe; me mira y
parece que va a acercarse, pero parpadea, como percatándose de algo, y entonces
se inclina levemente frente a Loi, a modo de disculpa, y se pierde rumbo a otra
de las puertas.
¿A
dónde vas?
Tomo otra copa y avanzo
distraídamente, pero Anastasia corre a cerrarle el paso mientras mueve insistentemente
el abanico y le dice algo. Quiero escuchar qué pero no lo consigo por la
distancia.
Sin embargo lo veo
asentir, no muy seguro de sí mismo, y entonces ambos se pierden por la puerta.
No,
¿a dónde vas con ella?
—
¡Oh, cariño! ¡No
te presenté mis saludos al llegar! Hace tiempo que… — El rostro de la señora
Liberia aparece e impide que avance. Trato de sonreírle sin escuchar
verdaderamente lo que me dice, y con una horrible angustia en el pecho—…y me
encantaría que tocaras en alguna de mis veladas.
—
Por supuesto, no
tiene por qué preguntármelo — respondo mecánicamente. Me besa en las mejillas y
distingue a un conocido; se despide y menciona algo de Naum. Asiento levemente,
porque sé que es otra vez el tema del compromiso que ya rechacé.
La señora Liberia se
aleja y me importa muy poco ser discreta o no. Loi me observa confundida desde
el fondo, pero solo niego y prácticamente salgo del salón. Cierro la puerta
tras de mí: el pasadizo alfombrado está completamente deshabitado.
No,
¿a dónde has ido? ¿A dónde te está llevando ese horrible pastel de navidad?
Voy algo desorientada,
sintiendo algunos músculos más suaves de lo normal y la extraña sensación de
que camino sobre plumas. “Niña Albania, usted no está acostumbrada a beber”—
recuerdo de Nunita—. “Además, atenta contra las buenas costumbres que una
jovencita de su edad beba más de dos copas de licor”.
Nunita, Nunita, cómo te
digo que no fue a propósito: ni siquiera me di cuenta.
Volteo por el lado
izquierdo y doy con otro pasillo igual de extenso. Avanzo raudamente, esperando
alcanzarlos; y si Anastasia dice algo, le diré que solo salí por aire. Aire,
aire, necesito aire.
Nunca más de dos copas.
¿Dónde
estás?
Giro la perilla de una
puerta blanca, y me encuentro con un salón mediano. El club del Teller es
enorme; tiene miles de áreas que aún ni conozco.
Me acerco al ventanal
para observar hacia el jardín, por si diviso algo; hasta que escucho un par de
pasos.
Giro, demasiado exaltada,
con la idea errónea de que puede tratarse de él.
—
¿Se siente usted
bien? La vi salir algo indispuesta.
Trato
de mantener el gesto neutro en mi rostro.
Dios,
toda la noche tratando de esquivarlo para que justamente ahora se aparezca.
—
¿Señorita Albania?
—
Me encuentro en
perfectas condiciones, joven Darío. Muchas gracias.
¡Lo odio! ¡¿Por qué no entiende que no me gusta que
esté tan pendiente de mí?!
Paso de largo, dispuesta a dejarlo solo, cuando siento
que me atrapan por el antebrazo.
—
Ha bebido más de
dos copas, mi señora. — Y su ira me aturde, la voz elevada también: observa la
copa en mis dedos como si fuera la peor de las ofensas—. ¡¿No puede pensar
acaso en lo que podría decir la gente de usted?!
¿Qué cosa?
Los ojos se me abren
desmesuradamente: el tono autoritario me ha tomado con la guardia baja.
—
¿Dónde quedaron
los modales que le exige su estatus? ¡Esto definitivamente es el resultado de
pasar tanto tiempo acompañada por la servidumbre! — ¿Qué…? —. Es obvio, en esa casa usted está sola, se aburre, ¡y no
le queda más que convivir con ellos!
No concibo ninguna de las
palabras que salen de su boca. Y es tanto mi pasmo por la sarta de
incoherencias que está enunciando, que no lo aguanto más y lo que Nunita
siempre me ha pedido que no haga, sucede:
La risa me gana la
batalla.
—
¿Está regañándome?
— replico divertida, porque todo esto debe ser una broma: ¡ni siquiera el
abuelo se ha atrevido a sermonearme de este modo! Darío Traugott me observa
seriamente; trato de deshacer el agarre de mi brazo pero siento que presiona
más—. Joven Darío, creo que el que ha bebido de más es “otra persona”, y está empezando
a resultar sumamente desagradable.
Tiro con toda la fuerza
que puedo y consigo zafarme: me ha dejado los dedos marcados y un horrible
escozor en la piel.
—
Está adquiriendo
costumbres abyectas que no van con su condición. Yo mismo fui testigo de ello
en una ocasión, al ver la confianza con la que su mayordomo se dirigía a usted.
Sus criados están influyendo en sus modal…
— Voy a dejarle en
claro un par de puntos, joven Darío — lo interrumpo porque ya fue suficiente.
Una cosa era oír las mismas tonterías de la madre de Corín, Gisell, porque en
fin, es esposa del tío David y madre de Joan y no tiene caso pelear con ella.
Pero Darío Traugott era diferente, no tenía por qué tenerle ningún tipo de
consideración—. No sé cuál será su modo de ver las cosas, pero no pienso
tolerar que se exprese de esa manera de las personas que considero “mi
familia”.
—
¡¿Qué está diciend…?!
—
Lo que oye. Esa
“servidumbre” de la que usted habla de manera tan despectiva, son parte de mis
días, parte de “mi vida”. Son tan importantes para mí como mi propio abuelo o
como mis tíos y primos.
— Mi padre tiene mucha
razón — escucho. La mandíbula le tiembla y noto que empieza a enfadarse más,
mucho más…
…pero no me importa.
Nunca me ha importado. Gisell, Corín,
Nanael…estoy acostumbrada a que se enfaden conmigo sin motivo aparente.
—
¡Usted está muy malcriada!
—
¿Disculpe? —
repito empezando a enfadarme yo también.
—
Detesto estas
tonterías del ballet, ¡pero he tratado de tragarme toda mi antipatía solo por
usted! — bramó iracundo —. ¿Y qué he recibido a cambio? ¡Absolutamente nada!
—
Joven Darío, usted
no está pensando bien las cosas — señalé algo perturbada: odiaba que me alzaran
la voz, pero el tono se tornaba algo amenazante. En contra de mi voluntad
recordé violentamente al vaisiux: sé
que Darío Traugott no es ni la mitad de peligroso, pero la inseguridad, la debilidad…todo lo estaba sintiendo
como aquella vez—. En ningún momento le pedí que acudiera por mí, así que no sé
por qué considera que yo debía retribuirle su presencia.
Me miró fijamente, como
buscando la respuesta más dura para “mi insolencia”, pero sus ojos bajaron a mi
cuello y su respiración se agitó. Tuve el impulso de cubrirme los hombros
porque un miedo que jamás había sentido me cubrió de pies a cabeza.
Expuesta y vulnerable.
¿Por qué? Jamás me he
sentido así.
Aniel…
Aniel….
—
Es una señorita
preciosa, Albania Formerio, pero me temo que está olvidando su posición como
mujer. — Elevé una ceja, esperando que continuara: no por nada Alexia ya me había
hablado de los de ese tipo —. Usted será entregada al hombre más conveniente, y
cuando eso suceda aprenderá a respetarlo a él y a respetarse a sí misma.
¡Espectáculos como el que acaba de dar esta noche no serán consentidos nunca
más!
—
¿De qué está
hablando? — repliqué irritada—. No he dado ningún espectáculo.
—
A lo mejor nadie
se ha dado cuenta, pero yo tengo muy buen ojo para estas cosas, mi señora. Las cuatro
copas de licor son altamente deshonrosas, ¡y ni qué decir de las miradas
prolongadas a ese infame sujeto recién llegado! — El corazón empezó a latirme
con violencia: se estaba acercando demasiado —. ¿Acaso no ha pensado en su
honra? ¡¿No ha pensado en qué dirían los demás al verla observar con tanta
insistencia a un hombre al que apenas conoce?!
No, no lo he pensado.
¡No lo he pensado y a él eso no le incumbe!
— Piense bien qué
hace — me advirtió —, porque aquellos que han pedido su mano podrían abandonar
la oferta.
Nunita siempre me pide
que razone antes de hablar: “a veces es
muy lengua suelta, mi niña preciosa”, pero en esta ocasión no había forma
de refrenarme.
Darío Traugott no era
nadie para decirme qué hacer o cómo comportarme.
—
El único que
podría preocuparse por todas las cosas que usted ha mencionado es mi abuelo,
joven Darío — expliqué con toda la entereza posible —. Y con respecto a “las
ofertas” que menciona: la verdad me tiene sin cuidado si las abandonan o no. —
Abrió los ojos, ofendido —. Y puede ahorrarse todo ese sermón de “la perfecta
esposa”, porque la afortunada que usted obtenga, no seré yo.
—
¡Señorita
Formerio, está sobrepasando los lím…!
—
¡No! ¡El que los
ha sobrepasado hace mucho es usted! — exploté—. Nunca quise ser grosera pero si
insiste se lo diré claramente: ¡no voy a casarme con usted! ¡Nunca! ¡NUNCA!
¡Prefiero que me maten a eso!
—
¡Es una…! — Lo
último que vi fue su rostro iracundo, porque aferré con más fuerza la copa que
había traído conmigo y pasé de largo. Trató de tomarme por la muñeca pero casi
le grité que ni se atreviera a tocarme. Oía los latidos de mi corazón muy cerca
a los oídos y el mareo del champán me hacía temblar un poco. Abrí la puerta y
prácticamente salí corriendo, con la horrible sensación de que Darío Traugott
podría salir y atraparme por la cintura. Recordé la presión sobre mi brazo y me
provocó escalofríos.
Llegué hacia un nuevo
pasillo, pero me di con la sorpresa de que no conducía al salón en el que
estaban todos los invitados. Traté de serenarme porque de nada servía perder
los papeles en una situación como ésta: Darío Traugott no era el vaisiux, él no podría hacerme daño.
Te ha dado asco — oí de
ella, que tan silenciosa había estado por tantas horas—, el cuerpo repele a aquellos que lo miran con lascivia cuando es una
cuestión unilateral.
¿Lascivia?
Avancé unos pasos más y
llegué a otro pasillo. Como no iba a arriesgarme a retornar por el pasillo en
el que había dejado a Darío Traugott, decidí continuar de largo. Vi los
perfectos vitrales exhibiendo el salón interior, y entonces distinguí la
presencia de dos personas que salieron al balcón. Me acerqué con cautela y las
ondas rubias me descuadraron.
Ella no era Anastasia.
Me quedé en silencio,
observándolos charlar tranquilamente, y entonces todo empezó a venir de golpe: ¿acaso Aniel habría salido del salón para
verla a ella? ¿Y, en primer lugar, qué hace ella aquí?
Traté de calmarme:
después de todo, a lo mejor había venido a traerle un recado. Sí, claro que s…
Ella no solo quiere “charlar”.
Lo último que oí fue su
voz repleta de una rabia que yo también compartí, porque sucedió lo impensado,
y todo estalló de manera irracional dentro de mí. Mente, cuerpo, razón,
emoción, todo se entremezcló. Recordé a Darío Traugott tomándome por el brazo,
sus ojos observando mi cuello, no,
observaba mi pecho, y la furia se desató, porque en ese momento ¡yo lo
llamé! ¡Lo llamé y él no acudió porque seguramente estaba muy entretenido con
la dueña de las ondas rubias!
Y la odié, la odié más
que a nada…
¡¿Quién se
cree que es?!
…porque la vi besando su
cuello, y ya no pude evitarlo.
¡PAFF!
—
¡No vuelvas a hacerlo!
— chillé y para cuando lo comprendí, ya había sentido el impacto de mi palma
contra su mejilla. A lo mejor fueron las cuatro copas, la rabia contenida, o el
miedo de hace un rato, porque ni siquiera recordaba cómo había llegado hasta
allí.
Probablemente empujé la
puerta y avancé vertiginosamente, dispuesta a alejarla de él.
Los ojos miel me
observaron estupefactos; ella, por otro lado, tuvo el atrevimiento de
indignarse:
—
¡Tú…! — me gritó y
los ojos se le pusieron rojos—. ¡¿Te has atrevido a golpearme, niñata estúpida?!
—
¡No soy ninguna
niñata!
—
¡Basta, Albania!
¡¿Pero qué sucede contigo?! — me reclamó el sol, traicionero sol —. ¿Por qué hiciste eso?
—
¡¿Que por qué lo
hice?! ¡Suéltame! ¡Suéltame, Aniel! — Traidor,
¡traidor! ¡Así que estabas con ella!—. ¡Suéltame, Aniel!
—
Nhyna… Nhyna, lo
lamento — se disculpó y la humillación me cubrió de pies a cabeza. ¿Por qué te
disculpas con ella? ¡¿Por qué?!
¡Soy yo la que te llamó y
no obtuvo respuesta!
¡Soy yo la que acaba de ver cómo te besó!
Los ojos me ardieron,
sentí los sollozos viniendo a mí, y lo último que quería hacer en este momento
era llorar.
—
Nhyna… — repitió
él y su súplica se me clavó en el pecho. La rubia de ondas me miró casi con
pena y asintió, solo para desaparecer, completamente indiferente.
Y yo me quedé ahí, como
una idiota, con Aniel negando con la cabeza, casi agotado.
— Volvemos a lo
mismo de siempre, Albania — inició y el tono cansino me lastimó —. No consigo
entender qué ha sucedido esta vez…
—
¡Nada! ¡No ha
sucedido nada! ¡Como siempre, tú nunca notas nada!
—
¡Albania!
No pude evitarlo. Salí
corriendo por los escalones del costado, destino al jardín, porque las
horribles ganas de llorar ya me estaban venciendo. Me mordí los labios
fuertemente, porque lo único que quería hacer era golpearlo: golpearlo por ser
tan idiota y a la vez tan perfecto. Tan perfecto como Alen, tan perfecto como
Aniel; porque uno iba encantando a chicas humanas y el otro a demonios y a…
Y a lo que sea que fuera
yo.
La aberración…
—
¡Albania!
¡Déjame
sola! ¡Déjame sola!
—
¡Nec mátia, nec sensus! — susurré y la burbuja de camuflaje me cubrió por
completo, antes de cerrar los ojos y transportarme.
Ya suficiente con
escucharlo defenderla. Ya suficiente con haberla visto tan cercana a él. Lo
único que me quedaba, por lo menos, era que no me viera llorar.
» ¿Mmm?
¿Sucede algo, bonita?
» Esto no puede seguir así, Albania. No consigo
entender qué ha sucedido esta vez…
“No consigo entender…”
Qué va a entender…si siempre nos habla como si aún
fueses una niña.
—
¡Ah!
Esta vez no aparecí
sumergida en ningún lado. Observé alrededor, algo mareada tal vez por haber
usado dos cánticos al mismo tiempo o por las cuatro copas que Nunita nunca
habría aprobado. Había llegado a una habitación iluminada por cuatro débiles lámparas
de gas en cada esquina, y repleta de estantes con botellas de vino. No estoy
muy lejos: si no me equivoco es el pequeño bodegón frente al jardín, casi al
finalizar el sendero que se abre al pie de la escalinata junto al balcón.
¿Esto es todo lo que vas a hacer? — la oí. Basta, no estoy de humor—. ¡Lo besó! ¡Ambas lo vimos! ¡LO BESÓ!
“Ambas” lo vimos. Ambas…ambas…porque yo, a diferencia de
Loi, a diferencia de Anastasia, e inclusive a diferencia de la tal Nhyna, no
era una, sino era dos…dos…
¿Como Alen, como Aniel?
No, claro que no. Porque él, como uno o como otro, nunca
terminaba siendo tan repulsivo como yo.
»— ¡SILENCIO, ABERRACIÓN!
Hace mucho que las pesadillas
ya dejaron de asustarme. Kalmiya, Sabnock, ellos ya no existían…
…pero todo lo que me
obligaron a ver nunca se borró.
No vale la pena
recordarlo. Fue hace mucho.
—
No es el mejor
consuelo — respondí desanimada.
Me buscaban a mí…
—
A ambas…
Sentí algo húmedo al
inicio del pecho: me encontré con algo de champán cubriendo mi piel y parte de
mi precioso vestido, y la copa casi vacía con la brillante fresa en su interior.
Probablemente fue cuando salí corriendo, o cuando le lancé la bofetada a la tal
Nhyna, o cuando Aniel me tomó por las muñecas para “protegerla” a ella.
—
Nunita va a
enfadarse al sentir el aroma — musité decaída. Me había dicho que no bebiera
más de dos copas, y yo también lo sabía perfectamente. Al inicio había sido
solo para probar, ya que la señora Aldabella suele ser muy creativa con todo el
asunto de la comida y la bebida, y las copas con fresas en su interior se veían
deliciosas.
No sé en qué momento terminé una y empecé con la otra
y así sucesivamente.
Dejé la copa sobre uno de
los estantes y me senté en una pequeña banquita que ubiqué, dispuesta a tratar
de quitar la horrible mancha y a relajarme un poco. Ojalá no hubiera dejado la
bolsita de mano con el abuelo: ahí llevaba un pañuelo y algo de perfume que me
hubiera servido.
Supongo que debería
retornar al salón en un par de minutos más. Después de todo, el abuelo dijo que
a medianoche debíamos retirarn...
—
Dasaim— oí
de algún lado. Me puse de pie, alarmada: salmo de revelación — loin figura.
¡No!
—
Nec mátia… —
inicié al ver mi barrera desvaneciéndose, pero…
—
Ya no, Albania. Ya
no.
…Aniel me atrapó por la muñeca con firmeza.
—
¡Ya te dije que…!
—
Lo escuché claramente:
“como siempre, nunca noto nada”. — El cuerpo me tembló al oírlo tan serio.
Traté de soltarme pero no lo conseguí—. Y ya que pareces tan enfadada por cosas
que “no noto”, vamos a sentarnos a charlar sobre eso.
—
Estás perdiendo el
tiempo, Aniel — sentencié indiferente. Recordé a la rubia, a su beso, y lo
“tranquilo” que él estuvo al recibirlo—. ¿O tal vez debería decir “Alen”? ¿Qué
haces aquí? A lo mejor todas tus admiradoras están sufriendo por no saber a
dónde fuiste.
—
¿De qué estás
hablando?
Los ojos miel le
brillaron tenuemente por la escasa iluminación del lugar: se está enfadando, lo
sé perfectamente; pero no me importa. Enfádate, ¡enfádate lo que quieras!
—
No soy yo al que
acaban de besar — declaré irónica.
—
No estoy
entendiendo absolutamente nada, Albania.
Primero con Corín, con
todas las chicas que lo miraban embelesadas. Después Anastasia, y la rubia de
ondas perfectas. E inclusive con mi Loi adorada.
Así era él, siempre lo ha
sido: un coqueto, un horrible coqueto. Un
horrible coqueto que andaba recibiendo halagos sin inmutarse; un horrible
coqueto que andaba sonriéndole a todo el mundo y después fingiendo no
comprender la conmoción que provocaba.
Un horrible coqueto que se
había llevado mis tres primeros y únicos besos…
…y nunca se había
atrevido a hablarme al respecto.
Fue inevitable: observé
su boca. Recordé mi cumpleaños número trece, frente al columpio de Joan, minutos
antes de que el vaisiux me llevara
consigo.
No se lo dije, nunca lo
mencioné; porque era obvio el porqué el
coqueto nunca volvió a tocar el tema.
Aquel día yo tuve una
especie de ataque del que solo recordaba algo mínimo; se lo oí decir a Nanael a
aquella mariposa rosa y a toda la comitiva que solía rodear mi habitación: “ella se encargó por sí sola del vaisiux”.
No recordaba nada de eso,
pero lo que sí tenía muy lúcida era la imagen de mis manos cubiertas de líquido
negro viscoso, y mis labios repletos de sangre…
De sangre de Aniel.
Yo, ese día, traté de
atacarlo.
Estúpido ángel de ojos de sol…
Yo, ese día…la exhibí a ella.
—
¿Qué sucedió? ¿Por
qué atacaste a Nhyna?
No me hables como si fuera una niña.
No me hables como
si fuera una bestia a la que hay que mantener tranquila.
—
Albania…
Desde ese día,
desde ese día…
Nunca tocamos el tema de aquel beso.
— Albania, ¡te estoy hablando!
Mi Loi querida…mi
Loi querida es tan hermosa…
— Albania, vas a hablar o sino…
Tan hermosa que a ella sí podrías besarla de nuevo.
— ¡Albania!
Te comprendo, sé lo que estás pensando…
—
Albania, acabas de
abofetear a alguien que no te había hecho nada. ¿No crees que merezco una
explicación?
Él vio la parte
más real de nosotras. Esa que todos llaman “aberración”….
Vio a la aberración…
¿Cómo querer besar
otra vez a algo tan horrendo?
—
Albania, sigo
esperando.
Espera…espera lo que
quieras, horrendo coqueto, porque no pienso hablar. No pienso hablar de lo
maravilloso que debe resultar ser besado por alguien tan hermosa como esa
demonio de ondas rubias…
…no pienso hablar de lo
terrible que ha de ser tener en tu memoria el haber besado a alguien como yo.
¨°*°*°*°¨
ANIEL
»— ¡No vuelvas a hacerlo!
— fue todo lo que alcancé a escuchar de la voz que tan bien conocía…
…porque al segundo Nhyna
estalló colérica. Y no era para menos, después de la bofetada que Albania le propinó
sin motivo alguno.
»— ¡Tú…! ¡¿Te has
atrevido a golpearme, niñata estúpida?!
Me quedé perplejo, no voy
a negarlo. Uno porque ni siquiera noté el momento en el que llegó junto a
nosotros, y dos porque ni yo mismo comprendía lo que acababa de suceder.
Nhyna aceptó retirarse
sin reclamos. Traté de obtener una explicación, por mínima que sea, para
comprender las razones que habían provocado todo eso.
Ella ya tiene casi
dieciséis años, maldita sea. No puede seguir comportándose como una niña
caprichosa porque es justamente lo que Nanael tanto le reprocha.
»— Volvemos a lo mismo de
siempre, Albania. No consigo entender qué ha sucedido esta vez…
»— ¡Nada! ¡No ha sucedido
nada! — me espetó airada—. ¡Como siempre, tú nunca notas nada!
¿Qué?
Y lo último que vi fue su
cabello desapareciendo por las escalinatas que se abrían paso en el balcón,
rumbo al inmenso jardín del edificio.
»— ¡Albania!
Traté de detenerla porque
no íbamos a terminar discutiendo por un sinsentido de esa magnitud. Sin embargo
la escuché claramente susurrarlo…
»— ¡Nec mátia, nec sensus!
»— ¡No!
…y desapareció antes de
que pudiera atraparla.
¡¿Qué demonios le
sucede?!
Llegué hasta la primera planta y observé todo
alrededor. ¡Me arrepiento enormemente de haberle enseñado ese maldito salmo de
camuflaje!
»
¡Como siempre, tú nunca notas nada!
Entonces habla, niña.
¡Habla y dime qué cosa es lo que no entiendo!
Cálmate,
cálmate, me pedí intranquilo. Ella
me hace perder los papeles, a veces batallo con eso llamado paciencia por su
culpa. Pero si ambos estamos así de ofuscados, nunca va a hablarse de la manera
adecuada.
¿Y a hora a dónde fue?
Me desmaterialicé y
retorné al salón. Los invitados seguían disfrutando la velada y Alcides
Formerio charlaba muy animado con los esposos Leda. Seir se dio cuenta de mi
presencia y me miró confundido:
—
¿Qué sucede,
hermano? ¿Por qué no estás materializado? — me preguntó al llegar a mí y fingir
tomar otra copa de la torre de cristal que adornaba la mesa principal.
—
Estoy buscando a
Albania.
—
¿Tu custodiada? —
repitió moviendo los labios sutilmente, supongo que para evitar que lo vieran
como un loco hablando solo—. Salió hace un rato, y tras ella el sujeto de allá
atrás. No sé si guardará relación, pero él regreso hace unos minutos y bastante
malhumorado.
Giré y di con Darío Traugott que efectivamente traía
mala cara.
— Si ves que Alcides
Formerio ya está por retirarse, avísame cuanto antes, ¿sí? — le pedí. Después
de todo, no parecía darse cuenta de la ausencia de Albania y eso no le traería
ningún problema a menos que ya fuera la hora de despedirse y no la hallara por
ningún lado.
—
Sí, no te
preocupes. Te avisaré con anticipación.
—
Gracias.
Se alejó bastante animado, rumbo a la zona en la que
Loi y los gemelos Liberia conversaban.
Bueno, ya comprobé que por aquí no está.
Regresé al jardín y no
sentí nada alrededor. Un salón, dos salones, tres, cuatro y varios pasillos
más: ¡por el Todo, este lugar está repleto de habitaciones!
Volví al salón del que la
vi huir y me concentré esmeradamente. No puede ser que no pueda ubicar a la que
se supone recién está aprendiendo a dominar salmos.
Ella no va a ser tan
desconsiderada como para dejar a su abuelo sin vestigios de su presencia; así
que no debe andar muy lejos de aquí.
Deambulé por la estancia,
tratando de ubicarla y comprendí lo obvio. Claro: se ha ocultado con el salmo
de camuflaje y acto seguido se ha transportado. ¿Pero a dónde? ¿A dónde, niña revoltosa? ¿A dónde?
De un salto llegue al
jardín y vislumbré tenuemente la silueta verde agua que me indicaba exactamente
su ubicación. La distinguía borrosa y algo difusa por el nec mátia, nec sensus: está moviéndose, ahora acaba de sentarse. Escuché
el palpitar de su corazón, casi sabiéndomelo de memoria, y después el suspiro
que solía soltar cuando estaba enfadada y juraba que todo el mundo estaba equivocado menos ella.
Dieciséis malditos años…
Casi dieciséis años a su
lado y aún parece que no llego a comprenderla.
»
¡Como siempre, tú nunca notas nada!
Cómo voy a notarlo si no
me lo explicas.
Cuatro lámparas, botellas
por aquí y por allá. El lugar exacto está al frente, en la primera estancia…
…¡exactamente aquí!
—
Dasaim —
y la veo ponerse de pie, asustada, descubierta — loin figura.
La
silueta verde agua pierde lo difuso, el lugar se ilumina. La veo por completo,
distingo un olor dulzón alrededor: ¿fresas? y antes de que re invoque el salmo
quebrado, la detengo.
—
Ya no, Albania. Ya
no.
—
¡Ya te dije que…!
— inicia pero la callo porque el que va a hablar ahora soy yo.
—
Lo escuché
claramente: “como siempre, nunca noto nada”. Y ya que pareces tan enfadada por
cosas que “no noto”, vamos a sentarnos a charlar sobre eso.
No voy a perder los papeles, siempre evito hacerlo. ¡Pero
es que a veces con ella es tan difícil!
—
Estás perdiendo el
tiempo, Aniel —aclara altiva. Cálmate,
cálmate—. ¿O tal vez debería decir “Alen”? ¿Qué haces aquí? A lo mejor
todas tus admiradoras andan sufriendo por no saber a dónde fuiste.
¿Qué?
—
¿De qué estás
hablando? — repito sin tener ni la menor idea de sus palabras. Me observa, como
si tuviera la culpa de todo alrededor y poco a poco la paciencia empieza a
abandonarme.
—
No soy yo al que
acaban de besar — me lanzó fríamente.
—
No estoy
entendiendo absolutamente nada, Albania.
Seir vuela a mi mente: “¿Tu custodiada? Salió hace un rato, y tras ella el sujeto de allá atrás”.
Darío Traugott.
Todo esta escena… ¿toda esta escena tendría que ver
con él?
—
¿Qué sucedió? ¿Por
qué atacaste a Nhyna? — insisto.
Nanael dice que es
impredecible, que la Original a veces domina sus pensamientos. ¡Estoy harto de
decirle que no es así! ¡Harto de repetirle que Albania no es solo un
contenedor!
Harto de tratar de demostrarle que es más que eso.
Pero ella a veces
no ayuda comportándose de este modo.
—
Albania…
Los
ojos me observaron fijamente. Noté que se entrecerraron con enfado, tal vez
hasta con algo de rencor.
— Albania, ¡te estoy hablando!
No responde. Se
muerde los labios y aprieta los puños pero no dice más.
—
Albania, vas a
hablar o sino… — Me mira y a la vez no lo hace, como perdida en un mundo ajeno
a este. No pierdas la paciencia, no la
pierdas—. ¡Albania!
Las luces tintinean; ella parece retornar. Eleva las
cejas, aburrida, y entonces lo comprendo.
Está haciéndolo, ¡como siempre está haciendo lo que
Nuna ya le ha dicho que no haga!
Está, sencillamente, ignorando lo que no quiere
escuchar.
—
Albania, acabas de
abofetear a alguien que no te había hecho nada. ¿No crees que merezco una
explicación? — replico tenso, y por un momento las palabras de Nanael cobran
sentido: «es caprichosa a morir, Aniel, y tú solo estás alimentando esa faceta
suya»—. Albania, ¡maldita sea! ¡Me dices que nunca noto nada! ¡De acuerdo, lo
acepto! Y a lo mejor estás en lo cierto, ¡pero el asunto es que nunca voy a
terminar de comprenderte si no hablas!
—
¡¿Y qué quieres
que te diga?! — me grita colérica, explotando por completo —. ¡No puedo hacer
nada si te gusta andar seduciendo a la gente y yo no te importo nada!
—
¿Qué? ¿Has
escuchado la sarta de tonterías que acabas de decir?
—
Anastasia, Corín,
y hasta la tal Nhyna. ¡Y mira que no estoy contando a todas las chicas del
salón! ¡Y mucho menos a mi Loi querida!
—
¡¿Qué tiene que
ver Loi en todo esto?!
—
¡Estabas
coqueteando con ella! — ¿Qué está
diciendo? —. Y no pongas ese gesto de sorpresa porque yo misma vi lo
“atento” que estuviste con ella.
—
Solo por si las
dudas, te recuerdo que tú misma pediste eso. — Está loca, por el Todo, ¡está completamente loca! —. ¿No fue lo que
nos dijiste a Seir y a mí? ¡Gremory y tú lo planearon así!
—
¡JAMÁS TE PEDÍ QUE
FUERAS TAN SOCIABLE! — casi gritó —. Estabas sonriéndole a todo el mundo,
hablando con todo el mundo. ¡Todas las chicas estaban prácticamente
ofreciéndose en bandeja de plata para que las tomaras en cuenta!
No di crédito a ninguna
de sus palabras: por todas las creaciones, no hay lógica en todo lo que está
diciendo.
Entonces la veo tratar de
calmarse. Se acomoda el cabello y eleva el brazo hasta el estante junto a ella.
Sigo el recorrido de sus dedos hasta llegar a la copa que toma entre sí: está
casi vacía y una solitaria fresa reposa en el fondo. Recuerdo que llevaba una
cuando abofeteó a Nhyna.
El olor dulzón de hace un
rato…
—
Albania, ¿cuánto
has bebido?
—
No es de tu
incumbencia — me responde indiferente.
—
Nuna ya te ha
dicho…
—
Sé lo que Nunita
dice, no tienes que repetírmelo, ¡gracias! — Trato de arrebatársela pero se va
hacia atrás, tercamente, como siempre.
—
Albania, dame esa
maldita copa.
—
¡No estoy ebria si
estás tratando de decir eso!
—
¡Te has puesto a
pensar, si quiera, en lo que diría tu abuelo de verte en este estado!
—
¿En qué estado?
¡Aniel, estoy perfectamente bien! ¡Estoy harta de que piensen que no puedo
comportarme! ¡Se lo dije al molesto de Darío Traugott — el nombre me fastidia, me irrita—, y ahora te lo repito a ti!
—
¿Pasó algo con ese
sujeto?
—
Te hubieras
preocupado por eso antes.
—
Albania, dame esa
maldita copa. — Me mira, casi retándome, y se la lleva a los labios—. ¡Con un
cuerno, Albania, dame la maldita copa!
Eleva las cejas, casi sin creerlo y rompe a reír, muy
divertida:
—
¿Así que ahora
también te enfadas como cualquier humano? ¿Qué será lo siguiente? ¿Sacar a
bailar a todas las chicas que andan embobadas por ti?
—
Ya fue suficiente.
Vámonos. Volveremos al salón y tratarás de comportarte hasta que sea la hora de
despedirnos.
—
Vuelve a los
brazos de tus admiradoras, Alen Forgeso. — Paciencia,
paciencia—. Ya veré como regreso.
—
Albania, es la
última vez que…
—
No tengo nada que
hablar contigo, ¡volveré por mis propios medios! — responde y trata de irse.
¡Pero con un demonio, no va a dejarme así!
—
¡Estoy harto de
estas escenas! — estallo yo también. Y sé que está mal y que no tengo derecho a
hacerlo, porque no soy humano y solo ellos pueden dejarse dominar por eso que
denominan emociones—. ¡Tienes casi dieciséis años, maldita sea! ¡Hasta cuándo
vamos a seguir así!
—
¡Todo esto es por
la bofetada que le di a tu amiguita, ¿verdad?!
—
¡Claro que sí! —
bramo ya fuera de mí—. Nhyna no te había hecho nada. ¡No puedes atacar a
alguien así, de la nada! Y cuando te pido explicaciones, ¿qué obtengo?
¡Nuevamente, nada! ¡NADA!
—
¡Déjame sola!
¡Solo quiero que me dejes sola! — Y los ojos le brillan, y me odio tanto porque
lo que más detesto en el mundo es verla llorar—. ¡Así como lo hiciste cuando te
llamé pidiendo auxilio, y nunca viniste por estar con esa horrible amiga tuya!
Se agita, los ojos le
brillan más. Entonces noto el movimiento instintivo de su brazo derecho: está
enrojecido, como si hubiera sido cogido con rudeza. Es imposible no notarlo
porque casi vivo memorizándola día a día.
—
¿Sucedió algo con
el hijo de Erasmo Traugott? — repito tratando de calmarme. La imagen de Nhyna
retorna: ¿a dónde vas?
En ese momento yo la sentí: sentí que me llamaba.
—
¡Vete! ¡Ya te dije
que regresaré sola!
—
Me dices que “no
noto nada”, ¡bien! ¡¿Qué quieres que note, maldita sea?! ¡No leo mentes,
Albania!
Su brazo vulnerado, los
ojos brillosos. El rostro de aquel sujeto me ataca y entonces ya no me
contengo: ¿por qué grito? ¿Por ella que no habla? ¿Por mí que parece la he
descuidado en un momento de vulnerabilidad?
¿O
por Darío Traugott que anda muy pendiente de ella, y es uno de los que la
quieren como esposa?
—
¡No voy a
explicarte nada! ¡Déjame sola, Aniel! ¡Vete, lárgate con tu maldita amiga a la
que sí le recibes todos los besos que quiera darte!
—
¡¿Qué?!
Entonces los ojos
preciosos me miran, y una a una las palabras brotan. Yo mismo siento que me
hundo lentamente.
— ¡Hace dos años me
besaste! ¡Hace dos años, y nunca hablamos al respecto! ¡HACE DOS AÑOS Y NUNCA
VOLVISTE A HACERLO!
El pasmo, el
desconcierto: todo se desplegó en mi contra. Recuerdo la sensación que me atacó
cuando vi a la joven sobre el columpio; el estremecimiento que me provocó
comprobar de quién se trataba.
Y lo que fue aún peor: el
sabor de una boca que yo no merecía haber probado.
—
¡Vete! — me espetó
y sus puños trataron de empujarme —. ¡Vete y déjame sola! ¡Lárgate con la
demonio esa y bésala lo que quieras!
—
Albania…
—
¡Vete! ¡VETE,
VETE! ¡Déjame sola! — Y comprobé con horror que los labios le temblaban, que
los ojos habían abandonado el tono altivo y ahora solo revelaban angustia —. ¡Ya
lo entendí! ¡Ya lo comprendí! ¡Quién en su sano juicio besaría a alguien como
yo!
No digas eso…
—
No soy Loi, no soy
Anastasia, ¡no soy la rubia que te besó hoy! — No, claro que no. No eres ninguna —. ¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé!
Escucho el reclamo, el
manifiesto exteriorizado, y los ojos la vencen y empieza a llorar. Uno a uno
escucho los adjetivos brotando: aberración, repulsiva, horrorosa, y lo que más temo empieza a visibilizarse.
Cada una de las palabras
que más he odiado se presentan pero ahora en su propia boca. Los miedos, los
temores, todo lo que quise evitar para ella en realidad sí llegó a tocarla, a marcarla, porque la tengo aquí,
llorando, tratando de golpearme con puños que no lastiman; repitiendo que el vaisiux y Nanael tenían razón, y que no
era anormal que alguien como yo solo hubiera querido borrar aquel pasaje de mis
recuerdos.
Sí, claro que sí. Claro
que quise borrarlo, desterrarlo…
…pero no por los motivos
que ella creía.
La oí gritarme, odiarme, y entonces dejé de escucharla,
otra vez. Solo la veía hablarme, pero ya no procesaba nada. Escuché miles de
veces: “déjame, déjame”, y me topé con la horrible realidad de que no había
forma de hacerlo. Y justamente fue por esto que nunca hablé de aquel beso a sus
trece años…
…porque estaba sintiendo algo que se me estaba
prohibido conocer.
—
¡DÉJAME SOLA! — me
espetó y ya no pude más. Recordé cada uno de los rostros que la deseaban como
esposa y el sonido de su violín en las tardes en Izhi. La sonrisa, los ojos,
los gestos de enfado y engreimiento: todo, recordé todo lo que la convertía en
ella misma y no aguanté. La oí gritarme una vez más, diciendo algo de que
“podía hacer lo que se me viniera en gana con mi amiguita” y todo estalló con
violencia; porque ahí, tácitamente…
…reconocí a ese mal llamado “celos”.
Celos…
Por mí.
Lo siguiente que escuché
fue un quejido de su parte, su espalda chocando contra uno de los estantes.
Traté de controlarme y no lastimarla, pero ni siquiera podía reconocerme en ese
instante. Los besos no son rudos, los besos no son rudos...
Sin embargo ya la tenía
ahí, aprisionada entre mi cuerpo y miles de botellas de vino que temblaron ante
el choque.
¡Suéltala,
suéltala!, gritó mi parte más racional;
pero fue en vano, no la oí.
Ya estaba ahí, tratando de refrenar algo que
sencillamente era imposible.
Ya estaba ahí, reencontrándome con su boca.
¨°*°*°*°¨
ALBANIA
El recuerdo de todos los besos que tuve en mi
vida se ubicaban en mis trece años. El primero fue un “gracias” después de obsequiar
un chocolate, el segundo un roce que siempre guardé en secreto; y el tercero un
grito de alivio frente al columpio de mi hermano bajo la luz de una tímida
luna.
Mi cuarto beso se dio a los casi dieciséis. El cuarto,
el quinto, el sexto, el séptimo, el octavo y el noveno también. Todos separados
por apenas unos segundos e iniciados con una extraña rudeza que no me molestó
en lo absoluto. Cada uno era el preámbulo para el siguiente, mucho más largo,
más lento y también más profundo.
¿Qué
pasó? Aún no me ubico por completo.
El corazón me palpitaba loco y el cuerpo me
temblaba. En un momento dejé caer la copa que llevaba entre los dedos porque
necesitaba tocar su cabello, su rostro, sus dedos. Me erguí lo más que pude,
rogando que el contacto jamás se acabase, y cuando sentí sus manos aferrándose
a mi cintura me estremecí, plagada de algo que estaba sintiendo con demasiada
fuerza.
Me estoy hundiendo…me estoy hundiendo con él y algo tira con violencia de mí.
Rompimos el beso por unos segundos y me topé cara
a cara con los ojos miel. El aire casi dejó de pasar porque sentía que hacía
enormes esfuerzos por respirar. Me miró, algo consternado, y mi boca se
abalanzó sobre la suya, esperando que comprendiera que buscaba, quería, más.
Sentí la dureza del estante clavándose contra
mi espalda y se me escapó un quejido. El beso se rompió bruscamente, sus ojos
me miraron preocupados. Hasta ahora ninguno había dicho nada, absolutamente
nada, y sentí el miedo expandiéndose en sus pupilas. No, no me duele...no me duele…
Bajé la mirada a sus labios, a su cuello, y
ubiqué el lugar en el que ella lo
había besado. Cubrí la zona con mis dedos y froté, deseando borrar la horrible
marca invisible, y entonces no sé bien qué pasó, porque así como obtuve mi
quinto primer beso, también entregué el primero en el cuello.
Me puse de puntillas hasta alcanzar su altura y
me entregué de lleno al aroma a sol y estrellas. Sentí los dedos de Aniel
bajando a mi cintura, a mis caderas, y entonces mi sexto beso apareció. Él se
inclinó, frotó suavemente su mejilla contra la mía y de su boca la mejor
caricia brotó. Fue tanto lo que sentí que prácticamente me aferré a su cuello
mientras sus labios me contaban cosas que las palabras nunca hubieran podido
decir. Sentí la necesidad de pedirle que acelerara y a la vez fuera más lento,
porque empezaba a sentir demasiadas cosas en la piel, en el cuerpo…y a cada
nuevo beso la cercanía se me hacía cada vez más extensa.
Estábamos casi pegados el uno al otro, pero
necesitaba sentirlo más, más…
— No… — se
me escapó cuando trató de alejarse y el séptimo beso inició. Hundí los dedos en
su cabello y algo majestuoso sucedió: lo oí como agotado, débil, jadeante,
cuando me atreví a morder su labio inferior.
¿Qué es esto? ¿Por qué siento este dolor tan
placentero?
— ¿Qué
estoy…haciéndote? — murmuró y su voz me llenó de algo inexplicable. Me atreví a
romper el beso solo para mirarlo a los ojos y sentí un mareo intenso atacándome
de pies a cabeza. Recordé a Darío Traugott observándome, observando mi cuerpo, y entonces me pregunté algo muy curioso.
Aniel…¿Aniel
también podría mirarme así?
Me erguí
nuevamente y lo obligué a mirarme los ojos. Acaricié sus mejillas, sus labios,
y entonces yo misma bajé la mirada. Noté que él siguió la misma ruta de mis
ojos, y entonces la respiración se le agitó.
Sí…
Algo
tremendamente intenso se apoderó de mí. No sé si fue el champán o todo en sí,
pero me atreví a tomarlo por el cuello e iniciar el octavo beso. Una de mis
manos se deslizó por su pecho y entonces todo empezó a descontrolarse.
Sentí mi
cuerpo chocando contra el muro de al lado, el beso expandiéndose con más fuerza
que nunca…
…y una
calidez embriagante atacando por el frente.
Aniel
rompió el beso bruscamente, completamente agobiado. Quiso alejarse pero no lo
dejé…
¿Qué es?
Estoy sintiéndolo…estoy sintiéndote…
El
noveno beso inició: no se pareció en nada a los anteriores. Tal vez porque esta
vez sentí el cuerpo de Aniel chocando contra el mío; y porque misteriosamente
una parte de mí quería sentirlo dentro, tocando, explorando…
— ¡Herman…!
¡Ay, por Decarabia!
¡CRASH!
El
estruendo rellenó todo; yo misma solté un grito del susto.
Aniel me
soltó bruscamente y miró alrededor, casi espantado.
— Ehh…bueno,
yo solo venía… — El demonio que había venido con ellos, Seir (o Tarek, como lo
llamaban todos), acababa de aparecer y había empujado sin querer varias
botellas de vino que se estrellaron contra el piso.
Todo el
ambiente se sentía excesivamente caluroso, ahora que lo noto.
— Yo solo
vine a cumplir con mi parte, hermano: avisarte cuando Alcides Formerio
estuviera a punto de buscar a su nieta. — ¡Dios, el abuelo! —. Aún no ha dicho
que ya se va, pero lo vi bostezar así que probablemente en cualquier momento
diga que…
— Sí,
gracias, Seir — resumió él, incómodo.
— Nunca he
sido de los entrometidos, así que disculpen si interrump…
— ¡Ya,
gracias Seir! — repitió Aniel. Quise decir algo pero Gremory apareció, viéndose
como la abuela Forgeso, y repitiendo que mi abuelo había empezado a preguntar
discretamente por mí pero que ella le había dicho que me había visto en el
tocador de damas.
— ¡Pero
qué te pasó en el vestido, preciosa! — Se acercó y con un toque lo dejó como
nuevo. Se lo agradecí profundamente y me obligó a irme con ella para evitar
inconvenientes.
Regresé
al salón, algo aturdida y como en las nubes.
Aniel…Aniel y yo…
Loi me
miró con curiosidad. No pude evitar sentirme tan mal al haberme enfadado por un
plan que yo misma había trazado.
— Albania,
¿qué pasó? — me preguntó en voz bajita en el coche, pero no encontré las
palabras para responderle.
Esa
noche le di las buenas noches al abuelo y a Nunita, que dijo verme más risueña
de lo normal. Me acurruqué entre las sábanas y traté de no perderme en mis
propias sensaciones cada vez que recordaba lo que pasó en la bodega del Teller.
Quise
hablar con él, esta vez sí dejar las cosas claras en vez de dejarlo pasar como
cuando tenía trece años.
Sin
embargo no apareció: ni ese día, ni al siguiente, ni al posterior.
— Está
ocupado — me resumió Nanael al preguntárselo—. Creo que estar rodeado de tantos
humanos lo ha aturdido un poco. Está descansando en nuestro lugar de origen. Ya
les había advertido que no era una buena idea.
¿Eh?
Quise
comprenderlo, pero no había modo de hacerlo sin hablar con él.
¿Por qué
no practicas lo que tanto profesas? “Cómo entender al otro si no hablas…”.
Al sexto
día ya no había modo de esperar más explicaciones; el abuelo vino y dijo: «mañana
partimos a Ampelio. Espero que estés lista, hija».
Estaba
lista, abuelo.
Pero parecía que él no…
¨°*°*°*°¨
ANIEL
No había forma de verla. No podía plantarme
frente a ella y explicarle detalle a detalle las disculpas que tenía para
ofrecerle, porque ni yo mismo entendía cómo fue que me atreví a hacer todo lo
que hice en ese momento.
No me despedí de nadie. Yo simplemente
desaparecí de esa bodega y prácticamente volé a Izhi.
Seir se lo tomó a broma. Al regreso no paró de
reír, y si bien tuvo la cortesía de no mencionarle nada a Gremory, aun así no
dejó de parlotear al respecto cuando me vio salir chorreando de agua, después
de terminar arrojándome por los precipicios, rumbo al mar.
»— No sé por qué te asustas tanto, hermano. Lo
que te ha pasado es normal. — No, no era normal. No era nada normal—. Estar materializado
significa “sentir” como humano, y tu cuerpo sencillamente ha actuado como el de
uno más.
Es que ahí está el error. Yo no soy un humano
más.
»— El Todo es muy curioso con respecto a sus
decisiones. A algunos nos otorga una forma y a otros otra, y cuando decidimos
materializarnos éstas se adaptan a la naturaleza humana.
No, toda esta charla me tiene sin cuidado.
Estaba mal, lo que hice estuvo mal.
»— No tendrías por qué avergonzarte: es algo
muy natural. — Me dejé caer sobre la hierba, con la luna brillando intensamente
sobre mí y los ropajes que habíamos sacado prestados de aquella sastrería
completamente estropeados; pero en este momento no me importó. Era lo último
que me importaba—. Tranquilo, hermano. Lo que has tenido ha sido una simple y
muy inoportuna erección. Nada más.
¿Qué…?
»— Aunque no sé qué tan “inoportuna” haya sido,
porque el ambiente ahí estaba muy animado.
Me puse de pie, perplejo, y lo dejé hablando
solo. Sentí que el mundo empezó a resquebrajarse poco a poco, porque lo que
Seir había dicho tenía y a la vez no tenía sentido alguno.
Sé lo que significan cada una de sus palabras:
no soy humano pero tampoco un ángel que no conoce términos que se aplican a su
cotidianidad.
Lo que Seir acababa de decir se relacionaba
pura y llanamente al deseo…
…al deseo carnal…
Al deseo sexual.
No, Albania
¿Cómo me atreví a hacerlo?
¨°*°*°*°¨
JAJAJAJAJA NO SABEN CÓMO ME HE DIVERTIDO ESCRIBIENDO ESTE CAPÍTULO.
Puntos al aire porque sí y para ya no aburrirlos:
- Somak ES importante, really.
- Nhyna no solo quiere comerse a Aniel, a mí eso me huele a algo más…
- Valak no deja de romperme el corazón.
- Gremory es demasiado estupenda!
- Acabamos de ver una especie de indicio de la futura amistad de Alen y Tarek. Y sí, los diferencio porque Aniel y Seir no son exactamente ellos (aunque en términos prácticos sí, pero en experiencias y en vidas no, pero bueno…ojalá me entiendan).
- AMÉ este capítulo, no sé ustedes.
- Los quiero, prometo no demorar mucho para el 13 (porque el asunto ya se puso intenso ojojojo).
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