ACTO
XIII
VALAK
— ¿Manu...?
¡¿Mío?!
¡GRAAORR!
Mi fiel compañero soltó un gruñido, compartiendo
mi respuesta:
— Claro
que sí. Manu es tuyo, amiguito — confirmé y los enormes ojos me observaron,
repletos de felicidad—. Todo lo que quieras…será tuyo.
Los niños
siempre me parecieron la versión más débil y, por ende, más insignificante de
los humanos: sin habilidad para comunicarse de la manera adecuada, sin tener
pensamientos concisos, y chillando cuando se les viniera en gana solo para
obtener lo que deseaban.
Sin embargo
ahora las cosas eran diferentes, porque observaba los ojos de este pequeño, que
cobijaban la dulzura de aquel perfecto pasado que tanto me costaba reencontrar,
y automáticamente todos mis pesares desaparecían.
Cuando
lo miraba a él, su madre era la que me devolvía la mirada.
Cuando lo miraba a él, del miedo que veía en
los ojos de la portadora original, no quedaba nada.
~x~
»— ¿Estás hablando en serio?
»— ¿Por qué no lo haría?
»— Tu hermana lo dijo; ya sabes…podrías tener a
la mujer que quisieras.
»— Ya te dije que Nhyna no es mi hermana; y
solo está algo celosa, no le prestes atención.
»— Insisto. Podrías tener a la mujer que
quisieras, ¿por qué…? ¿Por qué precisamente yo?
»— Todas las mujeres humanas son igual de
molestosas. ¿Es necesario confirmar lo que ya te he repetido tantas veces?
»— Yo…no soy guapa, ni interesante, y si somos
más meticulosos, ni siquiera tengo las habilidades mágicas que tú sí tienes.
Solo…solo soy una humana más, y de las más simples, a decir verdad.
»— Me ofendes. ¿Crees que yo escogería a
cualquier simple humana?
Los labios le temblaron, oí el latir de su
corazón.
»— No sé qué mierda significa amor…pero si implica
el desear permanecer al lado de una persona por lo que le queda de existencia a
uno, entonces sí, es lo que siento. ¿Y simple? ¡Hazme el favor! Tengo gustos
muy especiales, mi señora: si la he escogido, por algo será.
»— Yo…
»— ¿O qué? ¿Es que Nhyna siempre tuvo razón y
no aceptarás casarte conmigo?
»— ¡Quiero hacerlo! ¡Claro que quiero hacerlo!
»— ¿Entonces?
»— Lo que temo es que tú algún día despiertes,
y te des cuenta de lo poco que obtendrás conmigo a tu lado.
»— Estás ciega, completamente ciega…Georgia
Vidor.
~x~
—
Ma-nu… Maa…nuuu.
—
Así es amiguito, su nombre es Manu.
—
¡Manu! — Y aplaudió, resplandeciente—. ¡Manu!
¡Manu!
¡GRAAOOO!
— Mira qué
feliz lo has puesto.
Ésta fue su tercera palabra. Lo sé porque le
comenté a Nhyna acerca de las otras dos: se enfadó, como siempre sucedía cuando
hablaba de lo rápido que crecía Alen, pero no me importó.
Su segunda palabra fue mamá. La primera fue…
—
¡Papá!
—
¿Sí?
Me
estiró los brazos:
— ¡Arriba!
¡Arriba!
Ven
aquí, luz de mi vida.
~x~
»— ¡Pero
qué pareja de esposos más tierna! ¿Cuántos años llevan juntos?
»—
¿Cuántos? ¿Cinco? — respondo, fingiendo no recordar.
»— Siete — me corrige ella, enfadándose. Frunce
la boca, pequeña como el piquito de algún gracioso pajarito, y después rueda
los ojos, llena de indiferencia—. Al parecer soy la única que lleva la cuenta.
»— ¿Siete años? ¿Y aún no tienen algún pequeñín
dándoles dolores de cabeza? — La mujer nos mira asombrada; Georgia ríe
nerviosamente, a lo mejor porque en el fondo sabe que es un tema que no me
gusta tocar —. Deberían encargar a la cigüeña. Son jóvenes, pero mientras más
tarden, más difícil será más adelante.
»— Preferimos disfrutar de nuestra vida
conyugal por ahora — responde ella, tan diplomática como siempre—. Además,
yo…aún no sé si realmente quiero convertirme en madre.
»— ¡¿QUÉ?! — El escándalo se revela en las
facciones de nuestra chismosa vecina: no tiene nada más qué hacer que meterse
en la vida de otros—. Pero hija, ¡¿cómo dices eso?! Siendo tan jóvenes ustedes,
y con un esposo tan bien parecido… Vamos, encarga un niño pronto, ¡y si se
parece a tu marido, muchísimo mejor! — Esta vieja cada vez me simpatiza menos—.
¡Es decir…! Tú también eres linda pero… ¡ya sabes lo que dicen! Si puedes
mejorar la familia…
»— Usted por lo visto no tuvo con quien mejorar
nada, ¿verdad?
»— ¡¿Qué?! — berreó la vieja. Sus gritos indignados
me tuvieron sin cuidado; Georgia no hacía más que disculparse por las palabras
que no dejaban de brotar de mi boca.
No pude evitarlo, lo odiaba…
Odiaba que todo el maldito mundo no viera lo perfectamente
hermosa que ella era.
~x~
Las campanas del reloj retumbaron desde la
sala: las siete de la noche.
— Ya
debería irme… — musité. Nhyna retornaría en cualquier momento, y para colmo de
males Somak había anunciado que pasaría a vernos.
No es
que su presencia me incomode, pero en estas circunstancias la verdad hubiera
preferido que nuestro reencuentro se pospusiera un tiempo. Después de que Nhyna
tuvo la indiscreta decisión de ponerlo al tanto de mi situación, no había
hecho más que rondar tras de mí, repitiendo y repitiendo que yo estaba
perdiendo mi tiempo; que le avergonzaba verme en este estado.
Las
tropas ya ni siquiera me importaban. Si Zamai quería más, no dudaría en
entregarle todas las que deseara: a fin de cuentas, era mucho más valiosa la
información que recibía a cambio de ellas.
Me
incliné para despedirme de mi preciado amiguito.
— ¡No! —
exclamó y me atrapó por la pierna. Sentí la fuerza de sus brazos pequeños; incluso
tuvo el descaro de usar mi calzado como asiento—. ¡No irte!
— ¿Así que
eres igual de testaruda que ella?
— ¡No
irte! ¡Papá! ¡Papá! ¡No! ¡No! ¡NO!
La estúpida nana seguía desmayada sobre la
alfombra; debía despertarla cuanto antes.
Lo tomé entre mis brazos; sentí su rostro
refugiarse entre mi hombro y mi cuello:
—
No…no vayas. No…degues.
—
Es tarde. Pero mañana también vendré, como
siempre. Sabes que nunca te he fallado.
Sentí su
pecho vibrando, el llanto a punto de estallar.
— Llévame…llévame.
Tal vez
más adelante, amiguito…
Tal vez
más adelante decida llevarte conmigo.
~x~
»— ¿Qué
pasa? ¿Por qué me estás mirando así?
»— No
sé, se me antojó hacerlo.
»— ¿Se te antojó mirarme mientras duermo? —
Tomó los cobertores y se ocultó bajo ellos: nunca comprendí por qué se
avergonzaba con tanta facilidad.
Sentí los pequeños pies rozando los míos, y el
castañeo de dientes se asomó a pesar de que trató de disimularlo.
»— No deberías pegarte demasiado, la chimenea
no está abrigando la habitación tanto como debería…
»— Tú me observas dormir porque “se te antojó
hacerlo”, ¿y yo no puedo simplemente querer estar más cerca de ti?
»— Sabes que mi cuerpo tiene la temperatura extremadamente
baja — apunté por milésima vez—. Estamos en invierno, no querrás enfermarte.
»— ¿Lo
dices porque estoy a punto de cumplir setenta?
»— Yo
nunca dije nada sobre eso.
»— ¡Pero
lo pensaste!
»—
Vamos, mujer, no seas latosa.
»—
Latoso tú, demonio arrogante. ¡Claro, como el señor es aún un jovencito! ¡Teme
por la seguridad de su anciana esposa!
»—
Discúlpame pero ¿has visto esta cara? ¿Sientes esto? ¡Se llaman arrugas, vieja
loca! ¡Y estos pelos de aquí son canas! ¡Canaaaas!
»— Puede
que te veas más viejo que yo, pero ambos sabemos que no es más que una careta.
Tú no tienes setenta…
»— No,
claro que no. Yo tengo más de mil años de existencia, así que el mayor sigo
siendo yo.
»— No
hablo de eso. Tu apariencia…esta no es tu verdadera apariencia. Ambos lo
sabemos bien.
»— ¿Y
eso qué? A mí me gusta, me siento bien así…
»— Yo…a
veces me siento extraña.
»— ¿Qué?
¿Por qué dices eso?
»— Soy
una anciana…compartiendo la cama con un hombre que parece ser un muchacho en su
apariencia original.
»— Un
muchacho con un lagarto de compañía, si me permites agregar.
»— Había
olvidado a Manu. — Oí sus carcajadas, sentí que se pegó más; el castañeo de
dientes aumentó —. Ummm…
»—
¿Ahora qué?
»— Te
amo…
Maldita
mujer loca.
Yo
también te amaba…
~x~
— Señora,
¡buenas noches!
La mucama abre la puerta principal. Escucho la
tenue ráfaga de viento que ingresa con la recién llegada: seguramente ha vuelto
con miles de cajas, repletas de trajecitos para niños de tres años. Cada día
que vengo a ver a Alen, siempre lo encuentro con dos o tres mudas más de ropa;
es como si su madre se desviviera por atiborrarlo de cosas.
»— No
molestes, mujer. Si estoy fuera de casa es porque tengo mucho trabajo. En vez
de quejarte tanto, ¿por qué no haces como cualquier esposa normal y vas de
compras? A lo mejor así también aprendes a arreglarte mejor… — se atrevió a
decir en una oportunidad el sujeto ese, olvidando su figura fofa, calvicie y
poca gracia—. A veces me pregunto cómo es
que terminé casándome contigo.
Quise matarlo.
Quise matarlo pero antes echarle en cara todo
lo repugnante que él resultaba. Todo lo repulsivo que su ser entero era.
Eres afortunado, malnacido.
Eres
afortunado al tenerla a ella.
— La nana
está con el pequeño Alen, como siempre — prosiguió la mucama. Deposité a mi
amiguito en su cuna, envíe a Manu a nuestro hogar, me desmaterialicé y quebré
el martirio de sueño.
La
estúpida nana abrió los ojos, confundida, y se puso inmediatamente de pie, ante
el llanto atroz que se desató.
— Dios,
otra vez… — la oí susurrar preocupada, a propósito de su desmayo—. ¿Y ahora por
qué lloras tú?
Tomó a
mi amiguito por la cintura para sacarlo de la cuna y mecerlo como si se tratara
de un paquete.
Él soltó un berrido y empezó a retorcerse,
estirando los brazos hacia mí. Aun desmaterializado igual podía verme: a fin de
cuentas, aún era un niño.
— ¡Papá!
¡Papá! ¡PAPÁ NO IRTE! ¡PAPÁ!
— Santo
Dios ¿y ahora qué tienes tú? El señor Vasco no está aquí.
— ¡Papá!
¡PAPÁ! ¡PAPÁ!
—
¡Ya déjate de berrinches, Alen! ¡¿Por qué
lloras tanto?!
La perra le lanzó una nalgada, y si la puerta
no se abría en ese instante, yo mismo le hubiera arrancado la mano.
—
¡MAMI! — gritó él…
»— Te
amo…
…y me
encontré cara a cara con ella, la de los ojos caídos y piquito de ruiseñor.
— ¡Señora
Georgia, buenas noches! No…esperaba que volviera tan pronto de la reunión con
sus amigas — balbuceó la nana idiota, evidentemente nerviosa ante la idea de
ver descubiertas sus técnicas de “corrección”—. El pequeño Alen no dejaba de
llorar y por eso…
— Sí,
muchas gracias, Olidia. Volví antes de lo esperado porque la reunión resultó un
tanto aburrida, y preferí pasar a comprarle algunas cosas. — Sonreí ante las
bolsas que dos de los empleados dejaron junto al armario —. ¿Cómo se portó?
— Ba-bastante
bien, a decir verdad — respondió la humana, mintiendo como siempre.
Ella nunca
cuidaba de mi amiguito. Ni ahora, que quedaba desmayada después del martirio de
sueño que solía lanzarle para que no fastidiara; ni antes, cuando lo único que
hacía era limarse las uñas y leer esas estúpidas revistas a pesar de oír el
llanto del niño.
—
¿Mi esposo aún no ha retornad…?
—
Aquí estoy, Georgia. Acabo de llegar, el día
estuvo hecho una reverenda mierda.
La figura del horrible sujeto apareció por el
umbral. Apestaba ligeramente a alcohol, y estaba tratando de desanudarse la
corbata.
Georgia tomó a mi pequeño amiguito en brazos y
lo colmó de besos. Narró brevemente su travesía por algunas tiendas de ropa,
evidentemente emocionada por las nuevas prendas.
— Ehh,
bien, yo…me retiro, señores. Como les dije, estaré fuera de la ciudad por un
par de días a partir de hoy, si no es mucha molestia.
— Oh, no
te preocupes, Olidia. Ya encontré una nana sustituta mientras estés fuera;
además, creo que aprovecharé que la junta de damas anda más ajetreada por el
Baile de las luciérnagas que por otra cosa, y pasaré más tiempo con mi pequeño
bebé.
— Imagino
cómo han de estar todas las familias de las debutantes, señora.
— Sí, qué
bueno que por ahora no tenemos que pensar en ninguno de esos eventos, ¿verdad,
cariño? — aludió a su horrible esposo, pero el sujeto solo asintió, de malas
formas. A veces me preguntaba cómo es que no le daba una buena bofetada.
Conmigo lo hacía: cuando me ponía insolente, como ella solía decir, siempre me
ganaba un buen golpe en la mejilla.
Aunque claro, esa fue la Georgia de vidas
pasadas.
La Georgia que fue mi esposa.
— Con
permiso, señora Georgia, señor Vasco. Ya debo retirarme — se despidió la humana
idiota y pasó entre ambos.
Pero qué
infeliz.
Hasta yo
noté la mirada lasciva que el sujeto le lanzó a la mujer al perderse por la
puerta del salón.
— Tal vez
deberías ser más discreto. Guardar un poco las apariencias, ¿no crees?
Elevé la
mirada ante su voz. Ahora que lo pienso, hace tanto que no he pasado a verla a
ella. Usualmente estoy junto a Alen, por lo que ya no estoy al tanto de la
relación entre Georgia y su horrible esposo humano.
¿En qué
momento ella empezó a increparle cosas?
— ¿Ya vas
a empezar? — ladró el sujeto—. ¿Ser más discreto para qué?
— ¿Cómo
que para qué? — repitió ella, indiferente—. Olidia: prácticamente te la comes
con la mirada. Y lo más ofensivo es que yo estoy presente.
— ¿Otra
vez con tus alucinaciones, esposa
mía? — Georgia frunció la pequeña boca, violentada por las palabras: maldito bastardo —. Primero me sales con
que no quieres mudarte a Nueva Ihara por el clima; ¡ahora con esto! — resopló—.
Ya me habían advertido tus padres que estabas algo mal de la cabeza, pero no
creí que tant…
— ¡Cállate!
¡No vuelvas a decir eso!
— ¡¿A
DECIR QUÉ?! — Y fui testigo de la mutación: de cómo la careta civilizada se
perdía en el abismo de la ira —. ¡¿Qué no vuelva a decir qué, mujer idiota?!
La tomó
por el cuello, y mi pequeño amiguito soltó un berrido, despavorido por la
rudeza, aún en brazos de su madre a punto de ser vulnerada.
Di un
paso hacia adelante: no, no puede ser que
siempre que me vaya sucedan estas cosas.
— ¡A mí vas
a respetarme, loca de mierda! Toda esa ropa y tonterías que compras, toda la
comida que tragas y los lujos con los que vives son gracias a mí… ¡¿Y aun así
te atreves a faltarme el respeto?!
Me quedé congelado: ¡cómo se atrevía!
— ¡Papá!
¡Papá! ¡PAPÁ!
Los ojos aterrados de Alen me miraban
fijamente: ayúdame, ¡ayuda a mamá!
— Vasco,
Vasco, por favor... — No… tú nunca has
suplicado, amor—. Estás…estás asustando al niño.
— ¿Asustando
al niño? ¡¿Cómo voy a asustar a mi propio hijo, estúpida?! — La zarandeó, aún con
sus dedos alrededor del delicado cuello—. ¡Con un carajo, estás criando a un
niño débil! ¡Vamos, dámelo!
— ¡No! ¡No
quiere ir contigo!
El
forcejeo inició; los gritos de niño rellenaron todo. Las súplicas de su madre
retumbaban en toda la habitación.
Georgia,
¿con qué clase de sujeto lidias todos los días?
— ¡Que me
lo des, estúpida!
— ¡Vasco,
aún es pequeño y…!
— ¡Es mi
hijo, y es un hombre! ¡DÁMELO! ¡Va a aprender lo que es no llorar! Cómo va a
llorar si su padre lo quiere tant…
— ¡PAPÁ!
¡PAPÁ! ¡PAPÁ!
Alen, mi
Alen.
— ¡DÉJALO,
VASCO, LO ESTÁS ASUSTANDO!
— ¡DÁMELO,
MUJER IDIOTA!
No lo
toques, humano asqueroso.
No con
tus manos inmundas.
—
¡PAPÁ! ¡PAPÁ! ¡PAPÁ!
—
¡CÁLLATE, MOCOSO! ¡AQUÍ ESTÁ TU PADR…!
¡BROM!
— ¡AHH!
Las puertas del armario temblaron cuando el
cuerpo enorme impactó contra ellas. Iba a enseñarle al infeliz ese el
significado de una verdadera golpiza, cuando de pronto sentí que me tomaron por
el pecho.
¡No!
¡Déjenme!
Vi al sujeto poniéndose de pie, a los empleados
ingresando preocupados por el estruendo. Georgia a un lado, lívida por
completo, con mi hijo en sus brazos, retorciéndose y suplicándome a gritos que
lo llevara conmigo.
Claro
que sí. ¡Claro que nos iremos, Alen!
Pero todo se transformó en una mancha borrosa…
— ¡NO!
…y mi
cuerpo fue transportado.
—
¡DÉJAME, SOMAK! ¡VOY A MATAR A ESE BASTARDO!
— ¡ESTÁ
PROHIBIDO TOCAR A LOS HUMANOS, IMBÉCIL! ¡¿QUÉ DEMONIOS SUCEDE CONTIGO?!
— ¡Se
atrevió a tocarla! ¡A ASUSTAR A MI HIJO!
— ¡MIERDA,
VALAK, NO SE PUEDE! ¡ENTIENDE! ¡NO PODEMOS TOCAR A LOS HUMANOS! ¡¿Qué carajos
pasa contigo?! ¡Vi claramente cómo lo aventaste contra ese armario! ¡Si no
llego a tiempo para reducir la fuerza del impacto, podrías haberlo desnucado!
— ¡Esa era
la intención inicial, idiota!
— ¡¿Pero
es que acaso te has convertido en un perfecto imbécil?! ¡Matarlo hubiera
significado la presencia de los khari
para saldar cuentas!
— ¡Esos
son cuentos, maldita sea! ¡Nadie ha visto en toda su vida a un khari!
— Valak,
¡con un cuerno! ¡Todo demonio sabe que está prohibido matar a los humanos!
¡Dicen que la pena es inapelable, y que es tremendamente atroz! — Traté de
zafarme, pero Somak me tomó por el cuello y me obligó a verlo a los ojos—.
¡Carajo, Valak, escúchame! ¡Ese humano no lo vale!
— ¡Tú…no…entiendes!
— Quise mandarlo lejos, exigirle que dejara de meterse en mis asuntos, pero me
sostuvo con muchísima más fuerza—. ¡Ese infeliz es un cobarde! ¡¿Cómo pudo atreverse
a tocarla?! ¡Y Alen…!
¡Maldita
sea, no tenía ni tres años!
— La rubia
tiene razón, estás demente. — Nhyna me importaba una mierda, ¡él mismo me
importaba una mierda! —. Ese aliter tiene
la culpa, ¿no es así? Zamai, con las tonterías que te ha ido diciendo, no ha
hecho más que confundirte, alterarte. ¡Ese niño humano no es tuyo, Valak!
— Cállate…
— musité.
— Valak,
escucha. Por las tropas de Belial, ¡escucha! ¡Nosotros NO-NOS-REPRODUCIMOS! ¡No
lo hacemos! ¡Todo lo que Zamai te ha dicho no son más que mentiras! ¡Los
demonios no procrean! ¡No creamos vida, maldita sea! ¡Ese niño humano no te
pertenece! ¡Estás viendo cosas en donde no las hay!
— ¡Tú no
entiendes! ¡Nadie me entiende! ¡Solo te pido que me dejes en paz!
— ¡Carajo,
Valak! ¡Entiende! ¡Esa mujer horrenda, ese niño…!
— ¡NO TE
ATREVAS A HABLAR ASÍ DE ELLOS!
— ¡ESCUCHA,
NO SON NADA TUYO! — explotó agitado, casi como aquella vez en la que me exigió
que huyera de la batalla si no salíamos de ésa. Yo solía disfrutar los
desafíos, las pruebas de poder, pero esos tiempos ya estaban olvidados.
Yo ahora solo quería algo muy simple: a ella…a
ella y a nuestro pequeño niño.
— Esa
humana no recuerda nada acerca de lo que vivieron en la vida que compartieron
juntos, Valak. Ya lo sabías, ¡todos somos conscientes de ello!: los humanos
olvidan, tienen la memoria frágil. Nada garantizaría que si te amó en una vida,
volvería a hacerlo en las siguientes: por favor, comprende. Esto ya no es divertido.
— ¿Divertido?
— repliqué, sin creerlo—. ¿Crees que todo no es más que un maldito puto juego
para mí? — Exigí que me soltara pero no se movió ni un ápice—. Escucha, Somak:
sabes que te aprecio, en serio; pero en este momento te estas convirtiendo en
un estorbo. Estás interfiriendo en mis asuntos, y sabes bien que los demonios
de mi especialidad detestamos eso.
— Tú no
estás bien, colega. Nada bien — indicó aturdido. Iba a pedirle que se largara
de una vez, pero apretó el agarre y me miró seriamente—: Creí que la rubia
exageraba, pero después de esto la comprendo completamente. Hasta ese absurdo
deseo de conversión a errante empieza a sonar creíble.
— No ha
sido ningún deseo absurdo — aclaré y los ojos se le abrieron de par en par—. ¡Y
ahora te voy a pedir que me dejes en paz de una buena vez!
— ¡¿Pero
es que acaso tú estás loco?! — me espetó furioso—. ¡No puedes ir por la vida
diciendo esos disparates, imbécil! ¡Cualquier otro demonio lo consideraría
altamente ofensivo! ¡Ya de por sí yo me siento insultad…!
— ¡Déjame,
Somak! ¡Déjame!
— ¡No!
¡Iremos ahora mismo a ver a ese aliter y
aclararemos las cosas!
— ¡MANU! —
lo invoqué y cayó pesadamente junto a nosotros. Sin embargo no se atrevió a
atacarlo, como solía suceder cuando se trataba de él.
Fue
tanta mi rabia que conseguí deshacerme del agarre, pero cuando estaba a punto
de retornar a la casa de Georgia, me tomó por las solapas del chaleco,
completamente descontrolado.
—
¡Suéltame!
— ¡No vas
a ir a hacer más estupideces por hoy, Valak! ¡Nos iremos directamente a ver a
Zamai, y si veo que no está dispuesto a colaborar, supongo que ya va siendo mi
hora de matar por primera vez a un aliter!
— ¡Suéltame!
¡Suéltame!
— ¡QUE NO!
¡¿QUÉ COSA DEBO HACER PARA QUE ENTIENDAS?!
— ¡NADA! —
grité encolerizado—. ¡NO DEBES HACER NADA PORQUE SON MIS PROBLEMAS, ¿DE ACUERDO?!
— ¡NO VOY
A PERMITIR QUE SIGAS ASÍ, VALAK!
— ¡DÉJAME
EN PAZ, SOMAK! ¡A QUIÉN MIERDA LE IMPORTA LO QUE YO HAG…!
— ¡A MÍ!
¡A MÍ, IMBÉCIL, A MÍ! — bramó y me sacudió con violencia—. ¡Me importa a mí
porque has sido mi compañero por vidas! ¡Por muchísimas vidas! Nhyna está muy
preocupada, y tiene razones, ¡claro que las tiene! Hoy yo mismo comprobé con
mis ojos que estuviste dispuesto a arriesgar tu vida por la puta humana ésa.
— ¡Qué no
la llames as…!
— ¡YO LA
LLAMO COMO SE ME DÉ LA GANA, IMBÉCIL! ¡YO LA LLAMO PUTA, O HUMANA, O PERRA O
COMO SE ME ANTOJE PORQUE ESO ES LO QUE ES!
— Radom morta portisa — anuncié
el martirio de ofensa. Ya estoy harto de oírlos repudiarla.
Ya suficiente con su inseguridad.
Ya suficiente con ese marido gordo, calvo y con
problemas de alcohol en su vida.
— ¡Ni se
te ocurra atacarme, porque sabes que no eres rival para mí! — advirtió—. Iremos
a ver a Zamai, para que de una vez termine con esta insana obsesión tuya.
—
¡No es una obsesión!
—
¡¿Entonces cómo le llamas tú a vivir pendiente
de una sola persona por tantos años?!
—
Puedo esperar… Puedo seguir esperand…
— ¡Esperando
y un carajo! ¡La humana no lo vale! ¡Lo tienes todo, Valak! ¡TODO! ¡¿CÓMO
MIERDA PUEDES SER TAN…?!
— ¡DEJA DE
METERTE EN MIS ASUNT…!
Pero la
oración no la terminé de decir, porque misteriosamente un zumbido agudo penetró
la habitación de manera repentina…
¡POM!
...y un rayo de luz extremadamente brillante
cayó en frente de mí.
¡GRAAAOOO!
— ¡Somak!
— exclamé cuando Manu soltó un alarido, igual de asombrado que yo, ante la luz
que acababa de aterrizar en la alfombra, pero que en su viaje había encerrado a
Somak en una especie de tubo luminoso.
¡GRAAAOOO!
¡GRAAAOOO!
— ¡Cállate,
Manu! — proferí alterado. ¡¿Qué demonios era aquel respland…?!
No pude
continuar: de la nada, todo alrededor quedó sumido en una oscuridad absoluta,
solo quebrada por el tubo luminoso.
Al
frente, Somak abrió los ojos violentamente: estaban completamente blancos.
¿Pero
qué…?
— La cámara de evocaciones ha sido solicitada — dijo una
voz rasposa, proveniente de algún lugar. Manu, desesperado, trataba en vano de
atravesar la luz que mantenía cautivo a Somak que seguía con la mirada en
blanco y sin decir absolutamente nada—. Sus
puertas están siendo abiertas para, tal y como dictaminan nuestras costumbres, darle
el beneficio de la “toma de decisión” a aquel que ha osado invocarla.
¿Cámara de evocaciones?
— Viggo, duque demonio, poseedor del pasado, el
presente y el futuro; con una legión de demonios bajo su mando y 150 tropas,
acaba de aclamar su deseo por iniciar el proceso, por lo que a partir de este
momento será denominado “el testimoniante”.
¿Testimoniante?
No me digan que…
— Somak, con un título de Señor Comandante,
poseedor de la gloria y la fama para quién se lo solicite, 329 legiones de
demonios bajo su mando y 408 tropas; ha sido designado, de manera
aleatoria, para llevar a cabo la pregunta base, y por ende se le otorga el
cargo de Magistrado de la Anunciación.
¡¿Qué?!
En ese
momento el tubo de luz salió despedido hacia arriba. Había oído de los rituales
de designación de cargo, pero nunca había sido testigo de uno: Somak soltó un
bramido, a modo de conformidad, y adquirió su forma original para abrir los
ojos, fulgurando de rojo, y desapareció casi al instante.
La usual
invitación que recibíamos todos los demonios cuando iba a darse una Anunciación
apareció: la llama verde brillante con la pluma roja flotó frente a mis ojos y
se desvaneció tal y como apareció.
Retorné
rápidamente a la casa de Georgia, y me encontré con una calma absoluta: ella estaba
cenando con mi pequeño amiguito, y el humano despreciable ya dormía en su
habitación. Sus prolongados ronquidos eran lo único que vibraba alrededor.
Me quedé
observando como alimentaba a Alen. Las marcas rojizas que la mano asquerosa de
su marido había dejado en su cuello me enfadaron.
Sin
embargo no pude pensar en nada más, porque de repente me tomaron por la muñeca:
— ¡¿Acaso
no lo sabes?! — exclamó Nhyna emocionada—. ¡Acaban de designar al ególatra de
Somak como el magistrado de la Anunciación de un tal Viggo!
Iba a
decirle que yo mismo había sido testigo de la designación aleatoria, pero ni me
dejó responderle. Solo soltó una risa burlona y me transportó con ella.
La
verdad a mí estos asuntos ya no me emocionan como antes, pero no tuve tiempo
para decirle nada: ya estaba aquí, en el salón central de la Cámara de
evocaciones, en medio de los millones de espectadores que gritaban, eufóricos.
— ¡Había
olvidado lo amplio que es este lugar! — comentó Nhyna, y tenía muchísima razón.
En medio
se abría la enorme arena en la que el testimoniante y el magistrado se
encontraban cara a cara, y toda ella rodeada por las miles de tribunas que
formaban sendos círculos que iban de mayor a menor proporción.
En las
zonas más altas se ubicaban los palcos para los demonios de mayor rango de las
diferentes especialidades que acudían a ver el espectáculo.
— ¡Ahí hay
lugar! ¡Vamos!
— Nhyna,
¡esper…!
Aparecimos
en la tribuna inicial, prácticamente al frente de la misma arena de batalla.
Elevé la mirada y observé alrededor: habían cientos de los nuestros ya gritando
entre emocionados y furiosos, algunos en sus formas originales, otros con
aspecto de humanos para mayor comodidad.
Al
frente, cruzando todo el campo, distinguí a Berith sentado en el espacio
designado para todos los demonios de la especialidad a la que pertenecía el
testimoniante. En medio de la enorme cantidad de espectadores, se elevaba
imponente el trono en el que se ubicaba el rey de todos ellos, y a los costados
los otros doce tronos, seis a cada lado, ordenados de manera descendente en
relación al trono principal; en el que se ubicaban los doce príncipes regentes
que sucedían al rey por orden de nacimiento.
Incluso
desde aquí era posible distinguir la enorme indignación y disgusto que
significaba para ellos encontrarse en esa ubicación: charlaban embravecidos,
algunos agitaban los miembros, furiosos. A fin de cuentas, que un demonio de tu
especialidad exprese su deseo por declararse errante, era considerado altamente
ofensivo.
— ¡Allí
arriba! — gritó alguien, y entonces del techo abierto algo enormemente pesado
cayó brutalmente.
¡BROM!
La jaula
de oro aterrizó sobre la arena botando polvo por el impacto. Los abucheos y
gritos se desataron como interminables zumbidos, cuando dentro de ella
distinguimos al tristemente ahora famoso “testimoniante”.
— Se está
meando del miedo — oímos por detrás.
Y era
cierto: con los ojos abiertos de par en par, y con los grilletes dorados
manteniendo sus brazos y piernas unidos, Viggo observaba alrededor, de pie, y temblando
por completo. No estaba en su forma original, ya que es bien sabido que toda
Anunciación permite al Magistrado luchar de la manera en la que le apetezca,
pero no sucede igual con el testimoniante: este, al renunciar a su naturaleza
de demonio, aceptaba entregar sus tropas y poderes, incluyendo la facilidad de adquirir
su forma original para las batallas. Era una manera de decirle “acostúmbrate, a
partir de ahora será así si logras salir vivo de ésta”.
“Deshonra”,
“aniquílenlo” y “maldito renegado” eran algunas de las frases que recorrían
toda la estancia. Lo demás eran bramidos ininteligibles: Viggo tembló
violentamente cuando empezaron a lloverle piedras a diestra y siniestra.
—
¡MÁTENLO! — gritó alguien, y toda la multitud
lo aclamó.
— No
quisiera estar en su lugar — musitó Nhyna.
La
Anunciación era un ritual exclusivamente demoníaco; de los más solemnes que
poseíamos. En primer lugar, el testimoniante pronunciaba la petición de abandono, añadiendo un martirio inacabado, para
invocar la sala de evocaciones y en ese mismo instante, sin ningún espacio de
tiempo, la misma petición elegía aleatoriamente a un magistrado para el
proceso. Esta vez, con Somak, fue la primera que vi con mis propios ojos la
designación de tal cargo.
Posteriormente,
todos éramos invitados al espectáculo, y siempre sucedía lo que acababa de
acontecer: el testimoniante era exhibido en una jaula, completamente
encadenado, para que se le hiciera la pregunta que confirmaría su resolución o,
en todo caso, se arrepintiera y cambiara de opinión. Todo esto frente al rey de
las filas de su especialidad y sus doce príncipes regentes, quiénes en cierto
modo fiscalizaban toda la sesión.
Hace
muchísimo que no presencio una, pero todo está llevándose a cabo con la
normalidad usual. Lo único diferente es que el asunto parece estar demorando un
poco, ya que el trono sobre el que va sentado el rey de la especialidad, en
este caso Balam, sigue completamente vacío; a pesar de que los supremos
regentes suelen ser los más interesados frente a situaciones como ésta.
Repentinamente
las cadenas sonaron, dejando eco: por lo visto Viggo había empezado a sentir
eso que denominaban Le phaniké. Decían
que al estar frente a la multitud, los deseos por escapar se hacían
insoportables. El mismo cuerpo material sentía que se despojaría de parte de su
naturaleza original, y eso provocaba que el testimoniante perdiera los papeles:
algunos gritaban, lanzaban maldiciones y otros se laceraban. Era por esto que
los errantes que salían airosos eran escasos: si no te mataba tu magistrado,
podías terminar tan demente que terminabas suicidándote antes de conseguir
escapar.
¡FRUUUM!
—
¡Ohhh!
Elevamos la mirada ante el sonido agudo. Al
segundo siguiente, junto al trono vacío, una figura delicada y de piel
translucida, color verde agua, apareció; portaba la cadena con la que solía
arrastrar a esa enorme criatura de colores que parecía una de esas aves que los
humanos llamaban “pavos”, y a la que él mismo denominaba “mascota”.
— ¡Saludos,
colegas! — exclamó con voz risueña y todos alrededor se quedaron mudos—. Mi nombre
es Bhad, como muchos ya sabrán; y sí, no soy estrictamente un demonio — agregó
melosamente. Los doce príncipes regentes lo miraron como si su presencia los
indignara—, pero soy el acompañante más cercano de su majestad, el rey Balam, y
traigo conmigo un majestuoso recado de su majestuosa parte; pero este les será
transmitido solo después, y no antes, de que el testimoniante reafirme su
conversión a errante.
— ¿Ah?
Todos
alrededor murmuraron, inseguros.
Nhyna volteó a verme, igual de confundida que la
multitud.
— Yo que
sé — le respondí —. Los genios son seres que jamás he llegado a comprender.
Viggo
elevó la mirada, tan desconcertado como todos los espectadores; pero casi al
instante la devolvió al frente, cuando una ráfaga de fuego cruzó toda la arena,
se detuvo frente a él y adquirió la forma de una esfera rojiza.
El
magistrado: Somak.
— Viggo, duque demonio, poseedor del pasado, el
presente y el futuro; con una legión de demonios bajo tu mando y 50 tropas — dijo con
una voz completamente diferente a la suya—.
Yo, designado como magistrado de tu Anunciación, hago la pregunta de
confirmación.
— Si
supiera que es él, te apuesto que desistiría — murmuró alguien por atrás.
Todos
sabíamos de quién se trataba el magistrado excepto el testimoniante, justamente
por esto: para que el futuro errante no desistiera solo por temor a ser
exterminado sin contemplaciones.
— ¿Hiciste la petición de abandono? — preguntó
tranquilamente la esfera, flotando frente a él.
— S-sí — respondió Viggo.
— ¿Entonces tú…?
— A-anuncio
mi…mi deseo de… ¡de convertirme en errante! — lanzó con toda la valentía que
pudo.
La
multitud soltó un berrido al unísono. Cinco de los doce príncipes se pusieron
de pie, furiosos. Otro pidió que se calmaran, alegando que era la primera
respuesta.
Bhad,
por otro lado, alimentaba a la criatura que llevaba consigo lanzándole pedazos
de algo que no distinguí bien y que eran atrapados por ella en el aire. Uno de
los príncipes exigió más atención de su parte, y obtuvo un “disculpa, pero yo
puedo hacer más de dos cosas a la vez”.
—
Solo
para cerciorarnos, ¿cuál es el motivo de tu deseo de conversión?
Viggo
apretó los barrotes con las manos encadenadas y negó con la cabeza.
— ¿Estás seguro de que no quieres explicar tus
motivos? — insistió la esfera rojiza. Por encima de
nosotros empezaron a lanzar frases como “¡mátenlo!”, “¡no tiene honra!”—. Todos tienen derecho a una justificación.
— Yo…yo
simplemente…quiero ser un errante. Los…los motivos no…no son importantes.
— ¡CLARO
QUE SÍ! — berreó alguien de la tribuna de su especialidad—. ¡VIGGO ES UN
MALDITO INFELIZ QUE SIMPLEMENTE NO QUIERE ACCEDER A TOMAR MÁS PACTOS!
— ¡¿QUÉ
COSA?! — reaccionó la sala completa. Sin querer noté que en otra de las
tribunas, una figura se puso de pie, interesado.
Seir.
— ¡Viggo
siempre ha sido una deshonra! — continuó el anterior—. ¡Yo mismo he sido
testigo de su negativa a realizar pactos! ¡Dice que le parecen un incordio!
¡QUE ES DEMASIADO TRABAJO!
— ¡Quiero
convertirme en errante, nada más! ¡Tengo derecho a exponer mis motivos, pe-pero
también tengo derecho a guardar silencio! — se atrevió a responder y la multitud
lo repudió.
La tribuna de la especialidad de predicción
gritaba, insultada.
— Te formulo la pregunta nuevamente, como dicta
el protocolo: Viggo, duque demonio, poseedor del pasado, el presente y el futuro;
con una legión de demonios bajo tu mando y 150 tropas, ¿hiciste la petición de
abandono?
— ¡S-sí! —
repitió y la multitud no pudo más—. ¡Sí lo hice!
— ¡DESTRÓZENLO!
— bramó alguien y los reclamos subieron como una marea de voces—. ¡DESHONRA!
¡EXIJAN SU CABEZA!
— ¡EXIJAN
SU CABEZA!
Uno de
los príncipes regentes estuvo a punto de lanzarse hacia la arena sino fuera por
Bhad que dejó de alimentar a su mascota y exigió que ahora le prestaran
atención a él:
— ¡Bueno,
bueno, es hora del recado! — anunció animoso; a su alrededor se desataron
cuchicheos indignados—. Su majestad, el venerable y admirable rey Balam, a
quien yo sirvo lealmente; me ha pedido de favor repetir exactamente las
palabras que diré a continuación. — Su criatura plumífera soltó un chillido y
aleteó las alas, como exigiendo atención. Bhad le pidió que se calmara con un
“vamos, chiquitín, no te enfades”.
Los doce príncipes, a ambos lados, empezaron a
murmurar contrariados.
— Algo no
va bien — murmuró Nhyna a mi oído.
Y me
señaló a Berith que traía un gesto de fastidio en el rostro.
— “Sé que
las Anunciaciones son ritos que perpetúan nuestras tradiciones como demonios, y
es por eso que… ¡Ah, con un cuerno, ¿a dónde se escapa ese pollo?!” — bramó teatralmente.
— ¡¿Pero
qué…?!
Tres de
los príncipes regentes se pusieron de pie, exigiendo explicaciones por lo
último. Bhad soltó un suspiro melindroso, y aclaró que a él se le había
ordenado repetir todo tal y como lo había escuchado, y que en ese momento Cavadrio,
su mascota, había salido corriendo tras un ser que había visto merodeando cerca
a los aposentos de su majestad, y éste último había exclamado aquello.
— ¡Al
grano, genio! — le increparon.
— En
primer lugar a mí no me hablan tan feo, ¿entendido, queriditos? — reclamó estrambóticamente
—. Y en segundo, ¡vamos, no se pongan tan ansiosos que ya termino!
— Lo hace
por molestarlos — oímos murmurar a alguien por detrás—. Bhad es extremadamente
poderoso, y de Balam ni qué decir. Toda esta escena no es más que para burlarse
de todos nosotros.
Nhyna me
miró con una ceja en alto.
Me
encogí de hombros: yo, la verdad, sé muy poco sobre la especialidad de Ver el
pasado, el presente y el futuro; y de genios, mucho peor.
Lo que
sí sabía era que Balam era conocido como el rey ausente; y creí entender los
motivos.
— ¡¿QUÉ?!
— bramó uno de los príncipes regentes y se puso de pie, al igual que toda la
tribuna que albergaba a su especialidad —. ¡Balam no puede haber dicho eso!
— Bueno,
ya que parecen ser algo lentos voy a repetirlo — musitó Bhad quejumbroso—. “Yo,
Balam, rey supremo de las filas de la especialidad de predicción y respuestas
relacionadas a cualquier intervalo de tiempo, comprendo que es la primera vez
que un miembro de mis filas solicita una Anunciación, y notifico desde ya que no
participaré de dicha convocatoria por lo que no tengo planeado exigir la cabeza
de quien ha anunciado su conversión a errante”. — La multitud se puso de pie,
enardecida; Viggo cayó de rodillas, aliviado. Después de todo, la batalla de
Anunciación iniciaba cuando el rey de las filas del testimoniante exigía
recuperar la honra del agravio a través del exterminio de ese mismo—. “Ya que
mi presencia será nula, y no tengo ni tendré ningún tipo de exigencias con
respecto a eso llamado «traición a la estirpe», — los murmullos se elevaron, ya
anticipando la noticia—, opto porque se le deje ir en paz.
— ¡NO ES
JUSTO! — gritó alguien y todos lo apoyaron.
Los doce
príncipes regentes se pusieron de pie, indignados. Bhad elevó los brazos, indiferente,
y alegó que él solo era un servidor y que no tenía la culpa de que “su majestad
fuera majestuosamente perezoso”.
— ¡SILENCIO!
— vociferó uno de los doce sucesores y toda la multitud quedó muda—. Puede que
Balam, nuestro maldito rey ausente, haya decidido no acudir a un rito tan
importante para nosotros como este— lanzó amargamente—. Pero yo, como Primer
Príncipe Regente de la especialidad y sucesor directo al trono, me opongo por
completo a la decisión y…
Los
silbidos de apoyo se desataron, los gritos, los aullidos…
Viggo se
puso de pie, observando todo completamente pasmado.
— … ¡EXIGO
SU CABEZA!
— ¡NO! —
gritó él; pero su voz fue cubierta por los gritos eufóricos de todos los
espectadores.
— ¿Asumirás
las consecuencias? ¿Recuerda que estás desafiando la resolución del rey de tus
filas? — lanzó Bhad suspicazmente.
— Las
asumo todas — respondió el primer sucesor, y la multitud explotó, extasiada—.
¡Y lo repito! ¡EXIJO SU CABEZA!
— ¡ESOOO!
— Como magistrado, dejo constancia ante todos los
hermanos que la pregunta fue formulada y la respuesta confirmada. — La esfera
rojiza empezó a hacerse más y más grande, hasta dejar vislumbrar qué cosa, o mejor
dicho, “quién” estaba dentro de ella—. Sin
más preámbulos, yo, el designado para el cargo de manera aleatoria…
El enorme antílope fue apareciendo lentamente
en el centro mismo de la arena.
Viggo abrió los ojos, lívido.
— …doy inicio a tu Anunciación.
— ¡NO!
¡NO! ¡BALAM DIJO QUE NO! ¡QUE PODÍA IRME! — gritó desesperado —. ¡ME
ARREPIENTO! ¡ME ARREPIENTO! ¡RENIEGO DE MI DECISIÓN! ¡YA NO QUIERO SER UN
ERRANTE!
— Demasiado
tarde… — pude leer los labios de Somak; la sonrisa sangrienta se le amplió.
— ¡NOOOOO!
Y la cacería dio inicio.
¨°*°*°*°¨
NHYNA
Lo que
estaba sucediendo ahí al frente no era una batalla, era una masacre.
— ¡DESPEDÁZALO,
SOMAK!
La
multitud vociferaba completamente enloquecida. Solo Viggo podía comparársele,
aunque él gritaba más del pavor que de la euforia. Somak había iniciado su
ataque hace apenas unos instantes pero su oponente estaba casi acabado: se
había lanzado contra la jaula de oro con una fuerza descomunal, y después de
quebrarla había adquirido su forma humana solo para tomar por la cabeza a Viggo
y lanzarlo con furia contra las paredes de las tribunas.
¡BROM!
El
impacto resonó en toda la cámara. El cuerpo caía debilitado por el golpe
nefasto, pero Somak apareció velozmente ante él y le clavó los dedos en el
cuello.
— ¡10 TROPAS! — anunció y tironeó salvajemente con la otra, sacándolas casi a la
fuerza en medio de los espasmos violentos del cuerpo de Viggo. Franjas negras salieron
expulsadas de su boca, acompañadas de chillidos agudos. Somak elevó el brazo
triunfal y lanzó el grupo de almas hacia la tribuna de predicción que las
recibieron eufóricos.
Viggo
aprovechó el momento de celebración y se transportó hasta la parte superior de
una de las paredes limítrofes. La única salida que había dentro de la arena de
batalla era el enorme agujero que se vislumbraba en el techo: si conseguía
llegar hasta allá, estaba salvado.
—
¡¿A dónde vas?!
Pero
Somak se dio cuenta de sus intenciones y se movilizó como una mancha borrosa, surcando
las paredes como si no fueran más que un par de pasos para él. Viggo soltó un
grito, trató de escapar, pero Somak lo atrapó por las cadenas que sujetaban sus
piernas, y lo lanzó por los aires. Iba a impactar contra una de las tribunas,
pero todos los espectadores gritaron y la barrera translúcida que invocaron
solo consiguió devolverlo hacia su oponente que interceptó el trayecto con un golpe
directo que lo mandó en otra dirección, y nuevamente otra tribuna lo devolvió,
para repetir el mismo proceso.
Sentí
algo de lástima por él. Somak ya de por sí era reconocido por sus habilidades
de batalla, sobre todo de cuerpo a cuerpo: no iba a salir vivo de ningún modo.
“Diez
tropas”, “treinta tropas”, “cincuenta tropas”, era todo lo que gritaba cada vez
que conseguía atraparlo por la boca y extraerle todas las almas que podía.
Había
olvidado que decían que una de las partes más dolorosas de la conversión era
ésa: despojarse de las tropas.
— ¡RENIEGO!
¡RENIEGO DE MI DECISIÓN! ¡RENIEGO! ¡RENIEGO! — suplicó Viggo en un momento de
tregua, completamente destrozado.
Somak volvió a transformarse en antílope y se
lanzó a todo galope contra él.
—
¡DILO MÁS FUERTE! ¡A LO MEJOR ASÍ ME DA PENA Y
TE MATO MÁS RÁPIDO!
Una enorme llamarada de fuego despegó de la
boca de Somak hacia Viggo que consiguió esquivarla pero no del todo. Su pierna
izquierda estaba completamente ensangrentada, y ahora con quemaduras que habían
dejado la piel abierta, casi cocida.
—
¡POR FAVOR, NO! ¡BALAM DIJO QUE…!
— ¡UN
BRAZO PARA EL REY AUSENTE! ¡EL OTRO PARA LOS DUQUES Y MARQUESES! ¡DOS PIERNAS
PARA LOS PRESIDENTES! ¡Y EL TORSO PARA LOS PRÍNCIPES REGENTES! — bramaron y
Somak dio un salto, casi poético, y aterrizó en su forma humana. Elevó los dos
brazos y en sus manos aparecieron dos enormes espadas curveadas y repletas de irregularidades
en los filos.
Era
evidente: ese idiota es fanático de las armas humanas. No iba a perderse la
oportunidad de emplearlas.
— ¡NO!
¡SOMAK! ¡SOMAK, NO…!
— ¡¿Qué
pasa?! ¡A dónde se fue toda esa basura de querer convertirse en errante! —
ladró descontrolado. Viggo observó a todos lados, inquieto, buscando alguna
manera de escapar—. No sé qué es peor: si un declarado errante, o una mierdilla
de cobarde que reniega a último momento de su decisión.
— ¡Yo…!
¡Yo no sabía lo que…!
— ¡LA
CABEZA! — bramaron desde la tribuna.
— Lo
siento. Al público… — Y la carrera se desató—. Lo que reclama.
— ¡NOOOO!
Somak
apareció velozmente ante Viggo y elevó las espadas sin ningún esfuerzo para
hundirlas ferozmente en el mismo lugar en el que se encontraba. Viggo dio un
salto pero soltó un alarido y dejó un enorme charco de líquido oscuro: Somak
había conseguido clavarle ambas espadas en los pies, pero por el terror había
huido desgarrándose parte de ellos.
— No es
tan divertido — comentaron por detrás. Valak y yo intercambiamos miradas, con
curiosidad—. Somak es un señor comandante y pelea como los antiguos demonios
guerreros: es casi una oda a los nuestros verlo batallar. Viggo no es más que
basura.
— ¡PELEA,
PEDAZO DE MIERDA! ¡¿NO QUE QUERÍAS LARGARTE DE AQUÍ?! ¡¿NO QUE QUERÍAS SER UN MALDITO
ERRANTE?! — bramó Somak y la multitud lo aclamó. Uno de los doce príncipes
regentes elevó una copa, brindando en su nombre—. ¡LÁRGATE CON HONOR,
MISERABLE! ¡YA SEA MUERTO PERO CON HONOR! — Y se lanzó sobre él.
¡BROM!
El golpe
que hubiera partido en dos a Viggo no logró su cometido, ya que este consiguió
escabullirse antes de que la rodilla de Somak impactara contra su abdomen. Sin
embargo su velocidad fue casi deprimente frente a la de Somak que sonrió y se
dio el lujo de dar un salto, una voltereta y propinarle una patada directamente
en la cabeza.
La
multitud quedó sumida en silencio cuando Viggo botó una enorme cantidad de
sangre por la boca (su cuerpo empezaba a parecerse más al de los humanos, la
sangre ya corría por sus venas), y trató de ponerse de pie, algo grogui después
del golpe. Somak elevó un brazo a modo de victoria, y la especialidad de
predicción soltó un grito al unísono.
— Un brazo
para el rey ausente, el otro para los duques y marqueses. Dos piernas para los
presidentes — canturreó Somak, avanzando a paso lento hacia Viggo que ya no
podía ni ponerse en pie—. Y el torso para los príncipes regentes.
— N-no…no,
por fa-favor…
— ¿Puedo
quedarme con el cuello? — preguntó Somak a la tribuna de predicción que lo observó,
maravillada. Yo misma quedé algo deslumbrada ante el porte de guerrero,
manchado pero por la sangre del oponente y casi nada agotado.
De reojo ubiqué a Gremory: es cierto, ella
también formaba parte de la especialidad de predicción.
Sin
embargo no parecía estar disfrutando de la escena. Observaba a cualquier lado
menos al frente, y cada vez que toda su tribuna gritaba eufórica, ella solo
guardaba silencio.
— Somak es
un imbécil arrogante — comentó Valak a mi lado—. Parece que no ha tenido una
batalla en siglos. Podía haber acabado con Viggo de un solo golpe, pero ha
prolongado el asunto.
— ¡Puede
quedarse con lo que desee, estimado señor Comandante! — respondió uno de los
príncipes regentes y toda la tribuna lo apoyó. Berith, a un lado, reía a
carcajadas, maravillado y bebiendo más de su copa de plata—. Me disculpo por el
penoso oponente, pero le agradezco el maravilloso espectáculo.
— Bueno,
me quedo con tu cuello — anunció y lanzó las espadas a un lado, solo para
elevar los brazos e invocar lo que parecía ser un largo alambre repleto de
púas—. Un gusto conocerlo, duque Viggo. Sus 50 miserables tropas no
significaron nada: tu historial como demonio es realmente ridículo.
Y de un
movimiento lanzó el alambre hacia delante y enroscó el cuello de Viggo con él,
empezando a ahogarlo lentamente, de pie frente a él, como para no perderse ni
un detalle de los gestos de desesperación en su rostro.
— ¡N-no!
¡P-por fa…vor!
La
multitud empezó a tomarse con más calma el asunto. Los gritos bajaron, pero los
brindis y las risas se desataron en medio de la contemplación de la ya cercana
exterminación. Valak volvió a comentar lo rimbombante que podía llegar a ser
Somak, alargando más un proceso que por hacerse lento resultaba mucho más
doloroso.
Estaba a
punto de retirarme ya que mi misión estaba cumplida. Yo no había venido a ver
luchar a ese ególatra, a fin de cuentas ya sabía de sobra lo bueno que era.
Solo había querido traer a Valak conmigo, para que comprendiera lo delicado que
era hablar sobre conversiones a errante y demás estupideces.
Sin
embargo oí un murmullo colectivo de confusión: elevé la mirada y me encontré a
Somak, aún tirando del alambre por ambos lados, pero…
¿Qué…?
Arrodillado
y casi desfalleciente, Viggo se mantenía algo erguido, con los ojos brillándole
de rojo escarlata y su cuerpo emanando una tenue luz rojiza, mientras movía los
labios lentamente y asentía con debilidad. Somak lo observaba fijamente: del
gesto sangriento en su rostro ya no quedaba rastro alguno.
¿Qué cosa le estaría diciend…?
— ¡MÁTALO!
— bramó alguien y todo sucedió a velocidad máxima. Viggo dejó de hablar y Somak
abrió los ojos, sorprendido, y volteó violentamente a ver en nuestra dirección.
El choque de miradas fue tan brusco que me sobresalté, pero ahí comprendí que
en realidad no me observaba a mí…
…observaba a Valak.
Con el rostro repleto de espanto.
— ¡SE
ESCAPAAAAAAA! — bramaron y reaccioné del letargo solo para ver a Viggo
adquiriendo su forma original por última vez, un peludo zorro, y perdiéndose
por las paredes, a toda velocidad.
Somak
demoró en ubicarse; los gritos del público lo obligaron a reaccionar. Intentó
atraparlo pero la distracción había durado apenas un parpadeo pero eso ya había
sido suficiente para una perfecta huida. Trató de cubrir el techo con su cuerpo,
pero la criatura se escabulló con lo último que le quedaba de fuerzas, casi
rozando su costado, y desapareció.
¡No
puedo creerlo! ¡Se le había escapado! ¡A él! ¡A Somak!
Viggo ya
era un demonio convertido a errante.
La
multitud empezó a berrear, indignada. Los doce príncipes regentes lanzaron sus
copas, completamente airados. Los abucheos ahora fueron contra Somak que en
otras ocasiones hubiera reaccionado como un desquiciado, golpeando a todos,
pero ahora lo único que hacía era mirar a Valak, que trataba de calmar a unos
cuantos de nuestra tribuna.
— ¡YA LO
TENÍAS! ¡¿CÓMO SE TE PUDO ESCAPAR?! — gritaban varios. Berith, a un lado,
escupía furioso pero a la vez le murmuraba algo velozmente a otro sujeto de
piel de leopardo en la tribuna de al lado que asentía con seguridad.
Seir,
por la tribuna de en frente, se acercó a Gremory que le sonrió, agradecida, y
ambos desaparecieron.
Volteé a
mirar a Somak: seguía sin reaccionar, en medio de la arena, y ahora con un gesto
de frustración en el rostro.
¿Qué
podría haberle dicho Viggo para que terminara distrayéndose a tal magnitud?
¿Qué podría haberle dicho para que ahora ni siquiera le importara estar siendo
insultado por toda la cámara de evocaciones y solo estuviera ahí, flotando como
si todo hubiera sido irrelevante para él?
Volvió a
lanzarle una mirada a Valak y claramente vi el fastidio mezclado con angustia.
Eso no
me gustó, no me gustó nada.
Por un
momento sentí un horrible agujero en el pecho: ¿por qué lo miras así, Somak? ¿Por qué?
¿Qué te
dijo Viggo antes de que escapara?
¨°*°*°*°¨
NAUM
—
Ite Missa est — anunció el padre al frente.
— Deo
gratias — respondimos todos y el coro inició el tema final. Al fondo, el
hermano Casimiro coreaba muy contento el Salve Regina.
La hora
que duró la liturgia tuvo una especie de efecto relajante en mí: no solo por el
acompañamiento en piano que solía quedar en manos de Marcus Leda, sino por todo
en general. Los chicos suelen quejarse de lo aburrido que resulta acudir a las
misas de la siete de la noche de los jueves y a la de la siete de la mañana de
los domingos; sin embargo a mí me resultan bastante interesantes. No sé si sea
un pasatiempo extraño, pero me gusta observar el rol que cada participante
cumple en toda la ceremonia: el sacerdote, los acólitos, incluso aquellos
estudiantes que solo leían las peticiones o llevaban las ofrendas. Luca dice
que suena idiota, pero la idea de la misa como una representación de la pasión,
muerte y resurrección del “Hijo de Dios” siempre me pareció tan extraña como curiosa:
que una copa de vino y un pedazo de pan simbolicen la sangre y la carne de un
personaje tan interesante como Jesucristo, era casi como ver a la metáfora en persona.
— Se ha
pasado toda la hora golpeteando los dedos contra la madera, señor Liberia — oí
repentinamente. Por un momento pensé que me hablaban a mí, pero recordé que yo
había estado muy quieto.
No, otra vez esta semana…
— Tu
hermano va conseguir que lo expulsen en cualquier momento — me susurró Tomas al
oído, cuando el maestro León obligó a Luca a ponerse de pie y a salir con él de
la capilla. El coro seguía entonando el tema de salida; a través del umbral vi
a mi hermano con las manos en los bolsillos y la típica mirada indiferente,
casi retadora.
Entonces
pasó lo de siempre: el maestro sacó la vara que llevaba consigo a todos lados y
después movió los labios, exigiendo algo que ya sabía de memoria. El coro llegó
a la nota más elevada, y después sentí el latigazo casi imperceptible en las
palmas de las manos.
— ¿Naum? —
oí de Tomas. Apreté los puños discretamente: no me dolía, era obvio; pero así
nadie me creyera, juraba que había sentido levemente el impacto de la vara
contra la piel.
El
maestro León ingresó de nuevo a la capilla: Luca se quedó con las manos en los
bolsillos, afuera, observando el cielo ya oscuro, y con dos golpes recién
ganados.
— Luca
debe estar loco. Este mes lo han amonestado más de diez veces — añadió Norman
Diuca, con el pelo rubio rojizo oculto bajo la venda que cubría parte de su
cráneo después de la caída que tuvo hace una semana —. Naum, no es por ser
entrometido, pero deberías intentar hablar con él.
¿Crees
que no lo he intentado?
— Hoy el
cuervo aterriza en el sótano — oí a mis espaldas. Giré de reojo; Jude sonrió.
Las reuniones en el sótano solíamos tenerlas
los viernes, y hoy era jueves. Qué extraño.
— Parece
que el idiota de Kim quiere contarnos algo — añadió ante nuestro gesto confuso.
Fila por
fila la capilla empezó a vaciarse. Jude pasó a paso veloz, mientras repetía en
murmullos “hoy el cuervo aterriza en el sótano”.
La
invitación obviamente iba dirigida solo a los miembros del club que Kim bautizó
como “Los cuervos noctámbulos”, pero había una secreta satisfacción en anunciar
a todas voces alguna reunión a la que solo algunos tenían permitido acudir.
Todo
había empezado hace tres años, cuando Kim descubrió aquella trampilla debajo de
la alfombra de piel de oso, en la esquina derecha de las cocinas. Solía
escaparse por las noches a explorar los espacios del internado, y una vez
retornó con un entusiasmo raro en él: Kim era de esos chicos que ya no se
asombraban con nada, por lo que cuando nos comentó del pasadizo que había
descubierto a todos nos atrapó una insana curiosidad por conocerlo.
Después
de un par de visitas más, comprobaron que aquel pasaje no era usado por los
hermanos de la comunidad, y por los kilos de polvo y telarañas que lo invadían,
a lo mejor ni sabían de su existencia. Así que después de un par de noches en
vela dejamos limpio aquel pasadizo que conducía a lo que parecía ser una mini
sala de reuniones muy antigua, y se convirtió en una especie de “casita club”
para nosotros. Hasta los de primer año ya han oído de ella; bueno, en realidad
todo el mundo lo ha hecho excepto la hermandad y los maestros: es como un
secreto a voces. En algunas de las últimas reuniones se había tocado el tema de
quiénes serían los legítimos sucesores de los Cuervos Noctámbulos, ya que
nosotros acabábamos a mediados del próximo año, y dejar la sala sin ningún tipo
de uso sería un desperdicio. Además, Kim repite que no habrá nada más increíble
que haber sido fundadores de algo, así sea un estúpido club de estudiantes
(palabras suyas), dentro del internado en el que hemos permanecido casi diez
años y del que pronto tendríamos que despedirnos.
La sala había iniciado con una mesa armable
que Tomas Gerdau robó de su casa, y para ahora ya hasta teníamos una pequeña
cocina para preparar té, un estante con las historietas y libros para adultos
que Jude compraba de una librería en lo más recóndito de Libiak, y otras cosas
que los miembros del club habían ido donando para rellenar la sala y hacerla
más “nuestra”.
Inclusive
Marcus, que era tan poco participativo para este tipo de asuntos como yo, se
atrevió a traer un reloj mediano de los que diseña la empresa de su abuelo; y
hasta un juego de ajedrez tallado en madera (que si no me equivoco le había
enviado su hermana mayor, Abigail, del extranjero).
—
Ssss, qué frío… — oí de Tomas que iba saliendo
delante de mí.
Me
encogí un poco: la capilla estaba muy cálida a diferencia de los exteriores.
Teníamos que cruzar toda la cancha de deportes para llegar hasta la entrada al
edificio y de ahí ya podríamos ir a nuestras habitaciones. Las clases siempre
acababan antes de las siete, por lo que después de la misa de hoy, ya no
quedaban más que horas libres hasta las diez, que era la hora en la que cinco
campanadas bien dadas anunciaban que ya nadie podía andar deambulando por los
pasillos.
Eso, sin
embargo, no significaba ningún impedimento para darse un paseo nocturno. No soy
muy devoto de saltearme las reglas, pero debido a que Luca sí lo es, la mayoría
de veces que le ha apetecido darse una escapada por los lugares más
insospechados de Dominic Pascal, yo he terminado siguiéndole los pasos.
— Gerdau,
Itamar, Massud, Diuca… — escuchamos la voz del hermano Rupert, siempre con ese
bostezo a medio acabar. Traía consigo un papel del que iba leyendo los apellidos:
después de cuatro nombres más, lo oí —. Y Liberia, ambos — recalcó en alusión a
Luca y a mí—. Se quedarán en el pasillo hasta que el maestro Martellini les dé
el alcance.
— ¡¿Qué?!
— exclamó Luca. Dios, por qué no puede
quedarse callado —. Hermano Rupert, ¡son más de las ocho de la noche!
Debemos ir a cenar para ya retirarnos a nuestras habitacio…
— Son
órdenes del superior Zacarías, Liberia.
— ¡Pero…!
El
hermano Rupert se encogió de hombros y se perdió por la entrada, rumbo al ala
este del edificio. Un trueno por algún lugar del cielo nos obligó a
apresurarnos.
— Qué
fiasco — masculló Norman aburrido—. Oigan, si nos quedamos demasiado tiempo con
el maestro Martellini creo que yo paso de la reunión de hoy. ¡Y ni me miren
así! Todos saben perfectamente que mañana tenemos esa porquería de la prueba de
Trigonometría, y si regresamos tarde, cenaremos tarde y salir más de las doce
al sótano me va a dejar completamente destruido.
La
verdad creo que yo también pasaré de la reunión de hoy. Además, ni siquiera era
en horario oficial; era solo por ese asunto de lo que quería contarnos Kim.
— Bueno,
allá ustedes si no quieren — dijo él como leyéndome el pensamiento—. Pero tengo
una noticia bomba, así que…
Lo
que Kim pueda decirnos a mí sinceramente me tiene sin cuidado. Si me siento
igual de cansado, creo que yo también desistiré como Norman.
—
¡Maldita sea, pero qué frío está haciendo!
—
Ya deje de quejarse, Gerdau. Cualquiera
que lo escuchara pensaría que es una niñita llorona.
Giramos ante la voz y nos encontramos con
la postura recta y el uniforme gris, casi militar, del alguacil Zoltán: era el
jefe auxiliar de la clase de último año. Es costumbre en Dominic Pascal que a
los encargados de vigilar el comportamiento de los estudiantes fuera de las aulas
se les llame “alguaciles”; y de todos los que hay en el internado, Zoltán era
de los más letales.
—
Pero es que hace frío…
— Ni
una palabra más, Gerdau — concluyó con esa voz extremadamente gruesa,
inconfundible en su hablar. Solo por él, Dominic Pascal a veces parecía más un
colegio militarizado que un internado de hermanos religiosos—. A ver, ¿están
los diez que ordenó el superior Zacarías? Sí, parece que sí. De acuerdo,
síganme. Martellini ha tenido un percance pero nos dará el alcance en el salón.
Atravesamos
los pasillos tanto curiosos como agotados: la verdad, yo también solo quiero
irme a la cama. La semana de exámenes bimestrales nos ha dejado a todos así de
exhaustos.
— Alguacil
Zoltááán — exclamó Norman pero fue ignorado. Rodó los ojos y suspiró, solo para
engruesar la voz; tal y como a Zoltán le gustaba escucharnos—. ¡Alguacil
Zoltán, señor!
— Dígame,
Diuca.
— ¿A
dónde nos está llevando?
— Estamos
dirigiéndonos al salón Maxime — respondió y todos protestaron, comprendiendo
mejor el asunto—. El maestro Martellini nos dará el alcance allá después de que
encuentre las partituras del vals…
— ¡Zoltán,
¿acaso nos están llevando a bailar?! — reclamó Kim ofuscado: era el único que
se atrevía, después de Luca, a llamarlo sin el título de alguacil—. ¡Mañana
tenemos una prueba importante, por Dios! ¡¿Qué clase de tontería es ést…?!
— Massud,
le pediré que baje la voz si no quiere pasar todas las tardes que quedan del
mes limpiando los retretes de cada sección — advirtió y Kim rodó los ojos—. El
superior Zacarías ha recibido órdenes estrictas de parte de sus familias, así
que es deber de la institución colaborar con todas las actividades que reflejen
la clase de educación que ustedes están recibiendo.
— Mierda,
esto es por el estúpido Baile de la Luciérnagas — escupió Jude cuando llegamos
al salón Maxime, que era el aula en el que todas las secciones tomaban las
clases de Baile y etiqueta de gala —. Se lo oí decir a mi madre, así que seguramente
es eso.
Yo también había
escuchado algo similar, pero…la verdad a mí no me parecía algo estúpido.
Creo
que recibir apoyo de parte de personas expertas en el tema, nos ayudarán
muchísimo. Después de todo, el Baile de las luciérnagas es un evento importante
y además…la señorita Marion definitivamente acudiría.
Y
ésa era la oportunidad perfecta para darle indicios sobre mis intenciones para
con ella.
— Bueno,
señores, voy a explicarles brevemente que haremos a partir de este día en lo
que va llegando la persona que me ayudará con esto — exclamó el señor Martellini
cuando llegó cargado de partituras y algunos libros voluminosos—. Todos los
jueves, después de la Liturgia, nos encontraremos en el salón Maxime — Las
protestas empezaron a oírse—, para sus clases de vals.
— ¡¿Quéééé?!
— ¡Silencio,
jóvenes! — bramó el alguacil Zoltán—. No se les está preguntando, se les está notificando
lo que se hará a partir de hoy.
— ¡Pero,
señor, si ya tenemos las clases de los miércoles…!
— ¡Basta!
Volteé
de reojo y me encontré con los rostros furiosos y fastidiados de la mayoría de
mis compañeros; de todos, en realidad. El único que parecía tomárselo con más
calma era Marcus Leda, que ni había parpadeado ante la noticia.
— Como
bien saben, ustedes han recibido con anterioridad clases de baile y etiqueta de
salón — añadió el maestro Martellini—. Desde el séptimo año se les ha
proporcionado todo tipo de conocimientos para eventos que requieran de ese tipo
de aptitudes. Todos aquí saben bailar, eso no es discutible. Sin embargo,
estamos próximos a un acontecimiento sumamente importante para familias como
las suyas. — Kim masculló en voz baja: “estúpido apellido”—. Sus padres nos han
solicitado con anticipación algunas clases extra curriculares para el evento
que se dará en un par de meses; y evidentemente hemos aceptado de buen agrado,
ya que la institución promueve la tradición familiar y las buenas costumbres.
— ¡Buenas
costumbres y un carajo! — susurró Jude hastiado.
— Como
ya sabrán, el Baile de las Luciérnagas es un evento que se repite cada año,
pero para las damas es solo una vez en la vida. Las familias más selectas de
cada ciudad suelen considerarlo una tradición extremadamente importante: en
Libiak, en Asiri, en Lirau, en Ampelio, y en las demás ciudades del país se
realiza el baile, y desde hace muchísimo tiempo atrás.
— Señor
Martellini, disculpe, pero nosotros no somos el foco de atención de ese baile —
acotó Norman displicentemente —. Así que no veo cuál es el punto de estas
clases.
— Usted
está en un error, señor Diuca. Claro que son parte importante de este evento —
respondió el señor Martellini—. Si bien es cierto que las damas más jóvenes de
determinadas familias serán las que sean presentadas en sociedad, no pueden
olvidar que no cualquier jovenzuelo acude a este evento. Son los jóvenes
solteros de las familias más tradicionales los que tienen una invitación y, por
ende, algún tipo de oportunidad de crear los cimientos para alguna relación
futura con alguna de las familias presentes.
— ¿Por
qué no lo dice con las palabras exactas? — lanzó Luca mordazmente —. Es una
fiesta para escoger esposa.
— ¡Luca!
— lo reprendí.
— ¡¿Qué?!
¡Pero es cierto! — repitió y el aguacil Zoltán llevó una mano a la vara que
llevaba colgando de su cinturón—. El Baile de las Luciérnagas es una fiesta en
donde las familias presentan a las mujeres más jóvenes pero también ya
disponibles a ser desposadas. Como dijo Norman, no entiendo el punto de ensayar
para un evento en el que las que van a estar más ocupadas exhibiéndose son las
chicas.
— Liberia,
hoy no hay cena para ti — apuntó el alguacil Zoltán duramente.
— Estás
completamente equivocado, muchacho — oímos de repente. Una mujer de aspecto
severo acababa de ingresar al salón: traía el cabello atado en un moño
extremadamente apretado y una postura perfectamente erguida. Tras ella, tres
chicas aparecieron. Todas con vestidos oscuros y sin ningún tipo de gestos en
el rostro. Varios de mis compañeros soltaron risitas, emocionados, ante las
recién llegadas.
— ¡Oh,
señorita Inés, buenas noches! Qué alegría que nos acompañe en esta sesión.
— Buenas
noches, profesor Martellini — respondió la aludida casi indiferente—. En cuanto
a ti, muchacho, permite que te aclare un poco el panorama: El Baile de las
Luciérnagas es una fiesta, es verdad, en donde se busca construir relaciones
sociales, que si están bien encaminadas, podrían terminar en matrimonio.
— Es
lo que dije… — respondió Luca atrevidamente.
— Básicamente
es eso, sí, pero no es como que sea un evento en el que las chicas simplemente
se “exhiben a sí mismas para buscar marido”. Cada una de esas chicas provienen
de familias que han venido cultivando la tradición que implicar tener un
apellido reconocido. No van a escoger a cualquier mocoso malcriado que por
dárselas de rebelde quiera romper el protocolo o desmerecerlo. El Baile de las
Luciérnagas lleva ese nombre por el rito principal que se lleva a cabo en él:
las debutantes llevan consigo luces de bengala, y acceden a encender con ellas
solo las de aquellos que consideran dignos para otorgarles un baile de los
tantos que se interpretan en la noche. Y con esto trato de decir, que no es una
simple reserva de baile como sucede en cualquier otra fiesta: las debutantes
están siendo instruidas para escoger al mejor postor, y al referirme a esto
hablo no solo de simpatía. Buenos modales, respeto, encanto, e inclusive un
buen desempeño en el baile, son factores que condicionan estas cosas. ¿Y por
qué? Porque no solo se está escogiendo a un “novio”, se está escogiendo a un
posible nuevo miembro de la familia. La decisión no radica solo en la dama,
sino también en sus padres. Si van con esa actitud, no podrán obtener el último
baile de la que elijan: ya que si bien ustedes tienen la potestad para
invitarlas a bailar, ellas tienen la potestad para negarse a aceptarlos.
Todos
se quedaron mudos antes la explicación. Yo, personalmente, le encontré
muchísimo sentido a sus palabras.
Realmente
quiero ser el que baile el último tema de la noche con la señorita Marion.
Realmente quiero que esa noche sea especial para ella.
Realmente
quiero conseguir valor para decirle que me encantaría conocerla más, visitarla
en su casa, y hasta poder mandarle algunas cartas.
— A
lo mejor no todos estamos interesados en bailar con alguien en particular ese
día — reanudó Luca —. A lo mejor solo acudiremos como meros espectadores.
— Eso
díganselo a sus padres personalmente, a mí se me llamó para un objetivo en
particular: convertirlos en caballeros que abran la boca más que solo para
decir disparates; y para que comprendan que no solo sus palabras comunican. Un
gesto, una sonrisa, ese tipo de cosas pueden definirlos como ganadores o
perdedores. Vamos, empezaremos ahora con la postura y la forma adecuada de
solicitar un primer baile.
La
mujer dio un par de palmadas después de presentarse como señorita Inés Florencia,
y nos explicó rápidamente que las tres chicas junto a ella serían nuestras
parejas de baile durante todas las sesiones.
— Esto… ¿no
suena un poco calculador? — comentó Tomas mientras el maestro Martellini
charlaba con la señorita Inés sobre el tema más adecuado para iniciar—. Digo,
que nos den clases para simpatizarle a una chica es un poco…
— ¿Acaso
no quieres? — rebatió Kim—. Porque ese día, la princesa Formerio va a tener por
lo menos a quince candidatos buscando obtener el último baile de la noche con
ella.
Tomas abrió los ojos
violentamente: parecía que no había pensado en eso.
— Me sigue
sonando calculador y hasta cínico — arremetió Luca.
— Liberia,
no seas ingenuo. Sabes perfectamente que todo en la vida es así. No espero
asistir a ese baile y encontrar a la mujer de mi vida; pero mi padre se moriría
de la felicidad si consigo acercarme por lo menos un poco a Albania Formerio. A
fin de cuentas, ha rechazado como que seis pedidas de mano. — Tomas carraspeó
un poco; Kim torció el gesto—: Oh, lo siento, colega. No quería abrir viejas
heridas.
— ¿Acudirás
al de Lirau? — le preguntó Jude.
— Sí, mi
padre ya lo habló con mi madre: han hecho de todo para que mi tío obtenga una
invitación. Después de todo, a mí me han invitado al de aquí. Comentaban que lo
más probable es que este año el baile en Lirau esté repleto: después de todo,
dos de las nietas de Alcides Formerio acudirán a ese.
— El de
aquí, en Libiak, no tiene a ninguna debutante así de solicitada — reflexionó
Jude—. A lo mejor va a estar muy aburrido. Tal vez deba decirle a mis padres
que quiero asistir al de Lirau. ¿Qué dices, Marcus? ¿Vamos? Porque aquí las
chicas no parecen muy prometedoras.
— Lo siento,
pero yo asistiré al que se llevará a cabo aquí, en Libiak — respondió
inmutable.
— Pero
solo estaremos nosotros dos del grupo…
— No
acudiré al baile por el grupo — concluyó y se alejó de nosotros.
Jude
frunció el ceño:
—
¿Y ahora qué le pasa?
— Técnicamente
has insultado a su “chica” — susurró Norman—. Lo más probable es que Marcus se
encuentre en el baile con la chica a la que tanto le escribe, ¿no crees?
Jude asintió, comprendiendo el punto.
— Bueno,
muchachos, ¡comenzaremos con la primera lección! ¡Postura y mirada! — anunció
la señorita Inés.
— Por
cierto, ¿cuánto tiempo durará la clase? — preguntó Tomas.
— Dos
horas, cada jueves.
— ¡¿Quééééé?!
— gritaron todos.
— Ustedes
cenarán a las 10:00 p.m.
Los chicos se miraron entre sí. Pensé en el
examen de Trigonometría de mañana.
— Por
favor, que el cuervo no aterrice esta noche — suplicó Norman.
Kim resopló:
— Profesor
Martellini, ¿puedo ir antes a los servicios?
— Adelante,
señor Massud.
— Iré a
decirle a los demás que se suspende la reunión de hoy — nos masculló desganado.
¨°*°*°*°¨
ANIEL
»—
Aniel, tenemos una citación para la Sala Magna en algunos días. Te aviso porque
sé cuánto te debilita pasar de un lado al otro, así que aliméntate lo mejor que
puedas.
— Sempte quitte etza, nel azperanto vitte luta.
Rassta mega evidentzia, je suis implerato vehrsa.
»— ¿Es en serio, hermano? ¿Acaso estás pensando en
ocultarte todo lo que le resta de vida a tu custodiada? No puedes vivir
esquivándola.
— Sempte quitte etza, nel azperanto vitte luta.
Rassta mega evidentzia, je suis implerato vehrsa.
»—
¿A…Aniel? ¿Aniel, me…me escuchas? — Sí…claro
que sí. Así no quiera, mi ser entero te escucha —. No…no sé si
lo recuerdes, pero…Loi y yo partiremos a Ampelio, con el abuelo. Ya sabes, por
lo del consorcio que la familia está planeando firmar con los Duman. Estaré
fuera más o menos una semana. Yo…yo solo quería saber si… — Y baja la voz; suena apenada—. Yo solo quería confirmar que estás bien.
— Sempte quitte etza, nel azperanto vitte luta.
Rassta mega evidentzia, ¡je suis implerato vehrsa!
»— Estoy dejando una caja de bombones en el
armario en el que guardo mis violines. Si…si te apetece…puedes comerlos. A…a
fin de cuentas…los traje para ti.
— ¡Sempte quitte etza, nel azperanto vitte luta!
¡Rassta mega evidentzia, je suis implerato vehrsa! ¡Je suis implerato vhersa!
¡JE SUIS IMPLERATO VHERSA!
¡BROM!
Abrí los ojos con violencia. Frente a mí, uno
de los árboles más viejos de Izhi acababa de desplomarse violentamente a causa
de la energía que había despedido de mí mismo.
— ¿Qué fue
eso? — reconocí la voz de Nereo—. ¿Acaso será posible? ¡Parece que un árbol se
ha venido abajo!
¡Corre!
Salí a
todo escape, pasando por alto que desmaterializándome sería imposible ser
descubierto a ojos humanos. Pero es que estaba tan ofuscado, ¡tan aturdido…!, que
ya ni podía ordenar bien las ideas.
»—
Ojalá…podamos hablar cuando regrese.
Mierda.
Me detuve frente a los peñascos que últimamente se habían
convertido en mi mejor compañía. Ellos eran los únicos que contemplaban todo el
caos de emociones que se desataba en mi contra, y que terminaban estallando en
un solo acto: avanzaba raudamente, a veces casi sin planearlo, y caía, solo
caía. Caía tratando de despojarme de todo aquello que se había liberado sin
control alguno aquel día que yo no debí acompañarla a esa reunión.
Aquel día que fingí ser otro…
El día que Alen Forgeso
nació.
No...
» ¿Qué sucede, hermano ángel?
— oí con fuerza. Las olas me observaban desde lo más profundo del abismo—. ¿Por qué te he visto atormentándote día y
noche, noche y día? Bajo el hermano sol, bajo la hermana lluvia, casi como
cargando sobre tus hombros la angustia en su forma más pura, casi al instante
de ser creada y, por ende, más dolorosa.
Angustia…
¡BROOM!
Un trueno estalló por algún lugar del firmamento: sonó a carcajada.
Era como si Drol Dev se burlara de mi estado.
» Aniel… ¿qué sucede, Aniel?
— volví a oír de Drol Yaccu—. ¿Por
qué te ves tan atormentado, siendo tú uno de los hijos más amados del creador?
— Sempte quitte etza, nel azperanto vitte luta.
Rassta mega evidentzia, je suis implerato vehrsa.
» Sabes que repetir gozos de bloqueo no servirá
en este caso, ¿verdad? — Esta vez fue Drol Asirb, que se presentó como
un intenso soplido de brisa—. Huir nunca
ha sido la mejor decisión, sea cual sea la circunstancia.
» Él no está huyendo, mi querido Drol Asirb — respondió
el mar, danzando furiosamente bajo la tormenta que Drol Dev en cualquier
momento desataría—. Él solo…está
confundido.
No…no es
eso.
Con todo
el respeto que se merece, Drol Yaccu, no es eso.
» Claro que está huyendo, mi señora. Evadir es
lo mismo que evitar. Evitar es lo mismo que esquivar. Esquivar es lo mismo que
escapar…
Escapar…
¿pero de quién?
De ella…
— Sempte quitte etza, nel azperanto vitte luta.
Rassta mega evidentzia, je suis implerato vehrsa.
No,
miento. No trato de escapar de ella.
Trato de
escapar de mí mismo. De todo lo que mi ser manifiesta…
De todo lo que mi cuerpo des…
— Y si tu
mano derecha te hace pecar…córtala y tírala — oí de pronto.
¿Cómo?
Giré: un
sujeto que no había visto nunca me observaba desde los árboles. Se acercaba
lentamente, contemplando todo a su alrededor y con las manos en los bolsillos,
muy seguro de sí mismo.
— ¿Qué dijiste?
— Si tu
mano derecha te hace pecar, córtala y tírala — repitió y los ojos se le
encendieron de rojo escarlata —, porque te es mejor que se pierda uno de tus
miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno.
Y sonrió de una manera un tanto perturbadora:
cinismo, burla…
¿Quién…?
—
¿Quién eres? — exigí sin comprender su
presencia.
— Mateo,
capítulo 5, versículo 30 — me respondió tranquilamente, y un rayo aterrizó tan
cerca de él que si no era porque avanzaba hacia mí, le hubiera dado directo
sobre la cabeza.
Elevó la mirada, como tratando de ubicar al
responsable, y después soltó una carcajada:
— Es el
pasaje de un libro escrito por los humanos; le llaman las Sagradas escrituras.
Debo admitir que tiene cosas interesantes en su interior.
» Vete, Aniel… Él no es de confianza — susurró
Drol Yaccu para que solo yo pudiera escuchar la advertencia.
Drol Asirb también me lo dijo.
— ¿Quién
eres? — repetí a la defensiva. Tal vez debía retirarme, como acababan de
sugerirme, pero me preocupaba que se tratara de algún forastero buscando
encontrar a Albania.
Ya había sucedido con el vaisiux, pero también con otros seres: enolas, aliters y otros
que al no ser ángeles ni demonios, aún sabían de la existencia de la Original
ya que sus recuerdos no habían sido tomados. Albania no lo sabía, pero Nanael y
yo habíamos ahuyentado a varios que trataron de acercarse a ella, no solo con
fines de contemplación.
Algunos querían llevársela…otros simplemente
matarla.
Después de lo del vaisiux, un ataque semejante la dejaría muy lastimada. Tanto física
como emocionalmente.
No iba a permitirlo.
— ¡Vamos,
responde! ¿Quién eres y qué quieres?
— Pensé
que eras un poco más gentil de lo que pareces en esta oportunidad. — Sacó un
cigarrillo y trató de encenderlo—. Mierda, con este clima no se puede ni fumar
bien.
— No voy a
repetirlo más, así que de una buena vez responde: ¿quién eres y qué quieres?
— ¡Oh,
vamos! No tienes por qué ponerte tan a la defensiva. Pasaba cerca de aquí, y en
una visión que tuve…vislumbré que nos conoceríamos. En realidad no te conozco
ni sé nada de ti, más que estabas susurrando gozos de bloqueo con una
insistencia bastante inusual.
¿Visión?
Recién
percibí su esencia: traía ropajes humanos pero se trataba de un demonio.
— Mi
nombre es…Berith — se presentó y lanzó el cigarrillo a un lado, sin conseguir
encenderlo —. Y como te dije, solo se me reveló que te conocería este día. Mi
especialidad es la Predicción y responder preguntas de cualquier intervalo de
tiempo. Es algo engorrosa mi situación, ya que como ha sucedido ahora, a veces
las visiones aparecen y me revelan ciertos eventos que al fin y al cabo no son
extremadamente importantes. — Chasqueó los dedos y un paraguas apareció en sus
manos: lo abrió en el preciso momento en el que la lluvia que se avecinaba
estalló—. Detesto mojarme si no lo he planeado con anterioridad, ¿tú no? Eso de
no tener el control absoluto de lo que suceda conmigo me pone de los nervios.
Traté de
no verme demasiado receloso: Gremory también tiene la habilidad de ver el
Pasado, Presente y Futuro; pero jamás había mencionado que tuviera visiones
espontáneas. Siempre repetía que ella decidía cuándo y dónde tenerlas.
¿Quién es
este sujeto y qué planea?
— Mmm,
parece que he llegado en mal momento, ¿verdad? — dijo ante mi silencio—.
Disculpa que te interrumpiera. Creo que estabas teniendo alguna especie de
charla íntima con algunos Drols. — Un trueno volvió a resonar, esta vez como un
rugido amedrentador—. No conozco en persona a Drol Dev, pero parece un tanto
malhumorado.
» Vete… —
repitió Drol Yaccu para mí—. Vete, Aniel,
hijo más amado. Vete…
Hice un ademán de avanzar en sentido contrario,
pero me cerró el paso velozmente.
Me sonrió
y los ojos se le volvieron a poner rojos. Por un momento sentí como si
estuviera analizándome.
— Reconozco
cuando no soy un invitado deseado — aclaró de buen humor—, así que pasaré a
retirarme, no te preocupes. — Giró; Drol Yaccu suspiró, aliviada—. Por cierto,
no sé mucho de Caelum, la lengua exclusivamente angelical, pero debo admitir
que me ha sonado un tanto peculiar el gozo…si es que no oí mal.
Las olas
estallaron con fuerza contra los peñascos de abajo. El agua de lluvia iba
empapándome de pies a cabeza.
— Sempte quitte etza, nel azperanto vitte luta.
Rassta mega evidentzia, je suis implerato vehrsa — recitó y
me sonrió con burla—: “Agua que todo lo quitas, elimina la huella, del indicio
asomando, transformado en prueba”. Es un gozo de bloqueo, ¿no es así?
No supe
qué responderle. Ya de por sí resultaba inusual tener esta charla con alguien a
quien apenas conozco.
— No sé
mucho de gozos…pero los martirios de bloqueo sirven para aislar objetos, entes,
inclusive sonidos y…sentires, ¿no es así? — Sacó otro cigarrillo y esta vez sí
consiguió encenderlo—. ¿Tratando de bloquear alguna especie de sensación…?
Lo observé sin ningún gesto. ¿Por qué parece
que busca información?
— De
acuerdo, de acuerdo, resulto sospechoso, ¿verdad? Tranquilo, ya me voy — indicó
divertido—. Ese libro tiene tantas buenas cosas… Muy buenas, ¡en verdad! — canturreó
para sí mismo, mientras se alejaba con su paraguas y su cigarrillo—. Si tu mano
desea algo, córtala, tírala lejos, porque puede contaminar todo lo demás.
¡Mutílala, cercénala! porque puede desear tocar más…
Sentí un vacío en el abdomen. Oí su risa alejándose
entre el bosque.
— …porque
puede desear corromperse más. — Las olas estallaron con fuerza, pero su voz me
traspasó por completo —: porque puede desear corromperla…a ella…más.
¿Qué ha dicho?
— ¡Espera!
» ¡NO,
ANIEL!
¡BROOM!
Mi voz fue cubierta por un ensordecedor trueno.
El sujeto, Berith, se transportó y desapareció.
» Drol Dev tiene razón, Aniel. No es necesario
hacer preguntas. Déjalo así…déjalo así.
Pero… ¡pero
es que lo que acaba de decirme…!
»
Sabemos que te ha desconcertado, pero ese demonio se caracteriza por ser
especialmente diestro en generar incertidumbre e intrigas. No lo tomes en cuenta,
no importa, olvídalo ya.
Escuché los soplidos amables de Drol Yaccu y
Drol Asirb. Drol Dev pareció estar de acuerdo porque pronto dejó de escucharse
y se retiró, convirtiendo el aguacero en una lluvia silenciosa. Prometí no
seguir a ese demonio y retorné a Izhi, con
el maldito problema que aún tenía conmigo.
»—
Aniel, tenemos una citación para la Sala Magna en algunos días. Te aviso porque
sé cuánto te debilita pasar de un lado al otro, así que aliméntate lo mejor que
puedas.
Nanael
me había dicho aquello ayer por la noche. Hace muchísimo tiempo que no teníamos
una reunión parecida, ya que últimamente solo acudíamos a la Estancia Alba a
rendir declaraciones sobre el comportamiento y los cambios de Albania. La Sala
Magna era empleada cuando nos ponían bajo el Li-kay, esto con el fin de comprobar que no estuviéramos mezclando
recuerdos; y a ella no acudíamos hace mucho, uno por lo desgastante que
resultaba tanto para los que lo inducían como para Nanael y para mí, que éramos
los sujetos inducidos, y dos porque después del ataque del vaisiux, varios vigías pasaban a visitarnos frecuentemente por si
había alguna novedad, y ellos terminaban dando informes tan objetivos que ya no
requerían de ningún tipo de confirmación.
Y si hay
algo que se ve cuando a uno lo ponen bajo los efectos del Li-kay, son los recuerdos y también las emociones. Y en estos
momentos lo último que deseo es abrirle mis pensamientos a un comité que no
hará más que analizar el porqué de todas las cosas de las que serán testigos.
La ira, el frenesí, la angustia, el alivio…
Todo, todo eso.
No es
algo reciente todo aquello, viene desde hace un tiempo, latiendo descontrolado.
Primero los pretendientes, después los obsequios, y lo que fue aún peor…
Lo que
pasó en aquella bodega hace unos días.
Los nueve besos…
No.
No, no
puedo permitir que vean todo eso. Nos concernía a ambos, solo a ambos. Y además, conociendo a Nanael, conociendo como son
los nuestros, probablemente iban a culparla…iban a culparla aludiendo que había
sido obra de la Original, cuando en realidad el culpable era yo.
Quería
desterrar el recuerdo, sacarlo de mí, porque ahora, cada vez que cerraba los
ojos, veía ondas marrones y una copa a medio terminar. Percibía el aroma a
dulzura, el aroma duraznos, y después la textura de una boca de fresa, la seda
de un vestido color ocre bajo las manos. Escuchaba sonidos que provenían desde
dentro de mí mismo, y también de la boca que retenía entre los labios. Los
dedos enroscándose en mi cabello, el pecho subiendo y bajando; y todo
explotaba, porque lo único que escuchaba era “Aniel, Aniel” pero con su voz
desfalleciendo. Recordaba la piel desnuda de su cuello, la suavidad de sus
manos, y entonces me repugné, porque en ese momento pasó algo que nunca había
sentido en toda mi maldita existencia.
Mis
manos quisieron explorar, mi boca quiso marcar. Todo aquello fue lo que sentí
en unos miserables minutos, y a costa de ella, que probablemente no se daba
cuenta de todo lo que producía en mí. Y me odié más que a nada en la vida,
porque por un breve instante la deseé de una manera prohibida y a la vez
desconocida. Sabía que es el deseo, pero no lo había sentido jamás. Y si soy
plenamente sincero…la verdad es que ni siquiera comprendía bien cómo todo
aquello que se sentía de manera tan intensa, podría hacerse palpable de algún
modo físico.
El
demonio de hace rato tenía razón. Cuando algo está contaminado se debe
cercenar, se debe extirpar, porque sino se corre con el riesgo de corromperse
más. De corromperla más…
Mis manos…. ¡mis malditas man…!
— ¡¿Pero
qué estás haciendo?! — oí de pronto y me asieron con fuerza. Me topé con los ojos de Seir que me observaba desconcertado—.
Hermano, ¡caray! Los salmos de disección no son para aplicarlos en uno mismo, ¡¿es
que acaso quieres quedarte sin brazo o qué?!
Comprobé que una de mis manos había invocado el salmo que había
mencionado, y había estado a punto de golpearme el otro brazo sin
contemplaciones.
— Te dejo
unas horas y ya te encuentro nuevamente todo loco y ofuscado — me regañó
divertido. Echó un vistazo en todas las direcciones, intrigado, y después torció
el gesto—: Qué extraño es verte en este lugar. ¿Planeabas hacer algo?
Observé
alrededor: había llegado, sin planearlo, hasta la cabaña en la que Aura vivió
con Albania en sus primeros meses de vida. El agujero que había hecho el vaisiux había sido cerrado por los
Abdals hace mucho, y al frente había un camastro repleto de pétalos y hojas
secas.
Seir suspiró
y se recostó sobre el camastro, un tanto pensativo.
— Si te
soy sincero…la verdad es que comprendí porque no asisto a una Anunciación hace
mucho — me comentó después de ponerme al tanto de su último paradero—. Gremory
se impresionó muchísimo. Ella, en particular, era una de las pocos demonios que
jamás había asistido a una Anunciación.
Traté de asentir, porque en el fondo no estaba
prestándole demasiada atención.
— Ya veo—
comenté para no ser descortés.
— ¿Qué
sucedió? ¿Por qué parece que tu cuerpo está aquí y tu mente anda divagando por
otros lares?
No escuché bien lo que dijo, así que me limité
a asentir.
Cielos,
¿qué voy a hacer con la Sala Magna? Drol Asirb tiene razón: los gozos de
bloqueo no funcionarían bajo los efectos del Li-kay.
Seir me
observó fijamente y sonrió:
— ¿Y sabes
qué más? Fui a tomar algo de té a la morada de Drol Qinaya. ¡Si supieras…! Me
dijo que ya se cansó de suministrarle el sueño a los humanos, así que ha
decidido abdicar y dejar al mundo entero en un insomnio eterno para que así
aprecien las bondades de dormir.
— Mmm, qué
bueno — respondí sin seguirle el hilo verdaderamente.
— Ah,
también tuve una entrevista con El Todo. Me ha comentado que quiere abandonar
su puesto así que me ofrecí de voluntario, y aceptó. A partir de ahora soy el
nuevo creador. Alábame e híncate, ser inferior.
— Mmm, quién
lo diría.
— Y
aprovechando todo esto, quiero decirte que en el fondo estoy un poco enamorado
de ti, pero probablemente no vas a hacerme caso porque andas con otras cosas en
la cabeza. Vamos, ¿aceptarías ser mi compañero de todas las vidas? No eres mi
tipo del todo, pero creo que puedo tolerarlo.
— Mmm, sí,
¿por qué no?
Y
escuché una carcajada prolongada. Elevé la mirada y me lo encontré rodando por el
suelo de la cabaña, divertido.
— ¡Hermano,
te he dicho una sarta de disparates y ni te has percatado! — ¿Eh? —. ¡Por
Decarabia! ¿Qué sucede contigo? ¿Sigues así por lo del cóctel?
Desvié la mirada. Él no lo entendía… No
entendía lo que había provocado.
Yo, ese día…
— ¿Era por
eso que estabas tratando de amputarte la mano? — me acusó suspicazmente. No le
respondí pero parece que vio algo en mi gesto—. ¡Por los pelos de Balám! ¡¿Es
en serio?! Aniel, ¿qué clase de estupidez estabas pensando?
Le conté
brevemente lo del encuentro que había tenido hace unos instantes. Me escuchó
atentamente y después quedó pensativo, tal vez igual de intrigado que yo por la
aparición.
— Berith… Me
parece que Gremory ha hablado de él, pero no lo conozco personalmente. — Se
rascó la barbilla y después me reprendió—: Aniel, ¿acaso ibas a hacerlo?
— Ya te
dije que ni siquiera me di cuenta de que había invocado el salmo de disección.
— Vaya…qué
extraño. Me pregunto si no te habrá lanzado alguna especie de martirio de
inducción—. Lo miré, sin comprender—. Si
no me equivoco ustedes usan gozos de Persuasión cuando desean que algunos hagan
ciertas cosas no a voluntad. — Bueno, existen esos gozos pero la mayoría cree
que es poco aceptable usarlos—. Ya, sí, sí, es que ustedes son los “buenos”.
Para nosotros existe algo similar, solo que se llaman martirios de Inducción:
podemos literalmente obligar a que cualquiera haga lo que deseamos así él no desee
hacerlo. Supongo que podrías haber caído en uno de ellos estando tan distraído
como pareces estar.
Martirio de inducción…
— ¿Por qué
alguien que apenas te conoce, querría que te quedes sin un brazo? — musité.
Seir elevó una ceja y rompió a reír:
— Hermano,
tú nadas en el mar de la ingenuidad y la pureza extrema. — Nunca me había
ofendido tanto que mencionaran mi especialidad de esa manera—. Hay demonios que
gozan solo viendo cosas como ésa. Te cercenas un brazo, te mutilas una pierna...
Es por eso que varios juegan muchísimo con los humanos.
— Tu
comunidad es algo extraña — comenté fastidiado.
— Por
cierto, si ibas a cortarte algo debido a la culpa de lo que pasó con tu
custodiada, creo que había algo más condenable que tu brazo.
Me observó hacia abajo, y volvió a estallar en
carcajadas:
— En
cuerpos como los nuestros, lo primero que reacciona cuando hay contacto de ese
tipo es el…
— ¡Ya
entendí, cállate! — repliqué incómodo, pero solo conseguí que riera más.
— Eres
como el hermano pequeño que siempre deseé tener. A lo mejor podríamos tener
algunas charlas de sexualidad humana. — Me puse de pie y salí de la cabaña,
pero no se rindió—. Dime, Aniel, ¿sabes, siquiera, cómo se concreta el acto
sex…?
— ¡Ya,
Seir, lárgate! — bramé.
Atravesé el camino repleto de arbustos y
árboles, recordando violentamente sus palabras:
»— Estar
materializado significa “sentir” como humano, y tu cuerpo sencillamente ha
actuado como el de uno más.
¡Demonios!
— Me parece
que estás un pelín de alborotado con este asunto; pero si me permites
comentarte algo, solo quiero que sepas que nadie mejor que yo…tuvo un vistazo
en primera fila de lo que sucedió en esa bodega. Y mira que cuando digo primera
fila, es que estuve exactamente a tres pasos de ustedes y su escena lujuriosa.
Iba a pedirle que dejara ya ese tema por la
paz, pero elevó una mano, exigiendo que lo escuchara:
— Aniel, a
lo mejor creas que yo no soy tan pudoroso ni respetuoso por ciertos protocolos
a los que tú si les otorgas cierto valor. Pero déjame decirte algo: lo que yo
vi ahí, cuando aparecí, no tenía nada de malo.
— Tú…tú no
entiendes…
— Escucha,
hermano: sé que los tuyos creen que los míos simplemente revoloteamos por el
mundo humano con una filosofía hedonista que nos hace carecer de todo tipo de
pensamientos relacionados a la responsabilidad y el deber. — ¿Y no era así?—. De acuerdo, sí, es verdad, no voy a negártelo.
Pero si hay algo que yo siempre he practicado en todos mis años de existencia,
es aquello llamado “la libertad de elección”.
¿Cómo…?
Seir se acercó a mí, y me lanzó un puñetazo
amistoso en el brazo.
— Yo, ese
día, no vi a un primero transformando en víctima a un segundo. Y puede que te
suene sorprendente, pero aunque algunos de los míos gocen con tomar las cosas
que desean por la fuerza, no hay nada que desprecie más en el mundo que no
tomar en cuenta la opinión del otro involucrado.
— No…no
comprend…
— Ese día
no te vi vulnerando a nadie, Aniel. Yo, ese
día…simplemente vi a una pareja descubriendo la curiosidad y la confianza que se apoderan de uno cuando hay una mutua atracción. Cuando se desea “explorar”
al otro, porque lo encuentra llamativo, bello, a sus ojos.
¿A...? ¿Alabanzas físicas?
— Que
podamos materializarnos es obra del Todo; que podamos sentir es algo que
desarrollamos por nosotros mismos, pero en teoría también es creación suya.
Dime por qué tú, que perteneces a esa comunidad que nunca cuestiona al creador,
¿te atreves a concebir el contacto como algo repudiable, cuando también es obra
suya?
Seir no tenía
y a la vez tenía mucho de razón.
— El deseo
no es algo repudiable cuando es bidireccional, Aniel. Y ese día, yo vi el mismo
ardor que vi en ti, en esa niñ…
¡No!
No, no podía continuar con esta charla; porque si aparecían
palabras relacionadas al “tal vez”, al “quizás”, probablemente mi estropeada
mente terminaría deseando cosas que no se me estaban permitidas. No fue un beso
como los que solía darle de pequeña, no fue un beso como el primero que le
entregué a sus trece años.
Fueron
nueve malditos besos que traían consigo otro tipo de emociones, de sensaciones.
— De
acuerdo, a lo mejor es demasiado pronto para hablar de estas cosas, tomando en
cuenta tu naturaleza y tu misma especialidad. No sé, tal vez deberías intentar
enfocar tu atención en otras cosas; viendo cómo te pones y eso que es solo
cuando te la mencionan.
— No…no me
pongo así porque menciones a Albania… — refuté en voz baja.
— No, en
realidad te pones así porque cuando la mencionan, piensas en ella, y cuando
piensas en ella, creo que la mente se te dispara por zonas a las que no
quisieras que llegara, ¿no es así?
No respondí. ¿En qué momento Seir se volvió tan
experto en comprenderme más que yo mismo?
— He
conocido casos parecidos al tuyo. Lo más recomendable cuando quieres evitar
pensar en cosas que te alteran de esa manera es enfocarte en otra cosa. Te
diría que pusieras especial interés en algo que te resulte complicado, pero me
da la ligera impresión de que eres bastante bueno en muchas cosas.
— Mmm…
— Yo
recuerdo que pasé una larga temporada intentando pensar en cualquier otra cosa
que no fueran mis tropas, y opté por iniciarme en el arte ceramista. La verdad
no me fue muy bien que digamos porque hay que tener una paciencia increíble y
eso no iba conmigo, pero me ayudó de algún modo.
¿Algo que me resultara complicado?
— Tal vez
podríamos entrenar juntos — me sugirió después de meditarlo un tiempo: ¿entrenar? —. Ya sabes, uno…debe estar
preparado ante cualquier eventualidad, y la verdad yo hace muchísimo tiempo que
no he puesto especial interés en mantenerme en forma.
Recordé lo
poco que sí había escuchado de lo que me dijo cuando llegó, y de pronto volvió
a mí bruscamente lo de la Anunciación a la que había asistido.
—
Entrenar… — musité con cuidado—. Seir, ¿no será
que tú realmente estás pensando en…?
— ¿Eres
bueno con las armas? — me lanzó de pronto. Negué con la cabeza —. Mmm, ¿y qué
tal las luchas cuerpo a cuerpo? — Negué por segunda vez.
La
verdad es que las pocas veces que Nanael y yo habíamos tenido que enfrentarnos
contra alguien, yo había luchado más por instinto que por técnica. A fin de
cuentas, yo nunca había sido adiestrado en las artes de batalla.
Nanael,
a diferencia de mí, tenía algunos conocimientos innatos de ello. El Todo
decidió otorgarle esa facultad en vez de a mí.
— Nunca está de más aprender a luchar, hermano.
Y no, no lo digo porque avale la violencia, sino porque en tu caso es
requerido. El vaisiux que se presentó
hace unos años pudo haber sido uno de los tantos seres que buscan acercarse a
tu niña; y nada garantiza que más adelante no aparezcan otros, muchísimo más
poderosos.
No…no lo había pensado de ese modo.
— Podríamos
intentarlo, ¿no crees? Así yo me pongo en forma y tú… Bueno, dejas de darle
vueltas a ese asunto que tan alterado te tiene.
Seir
tiene razón: puedo invocar salmos y luchar instintivamente, pero a lo mejor no
estaría de más dedicarse de forma más instruida a ello, solo por si las dudas. Solo
por si algunos otros seres buscaran acercarse a ella.
Y a lo
mejor como él mencionaba, eso también le daba un respiro a mi cabeza: tal vez
enfocándome en algo como un programa de entrenamiento, mis pensamientos no
estarían tan pendientes de Albania.
— Y
retomando ese tema… vamos, cuéntame qué es lo que te tiene tan meditabundo. ¿Es
acaso que no sabes cómo volver a ver a tu custodiada en cuanto regrese de
Ampelio?
Ése era otro detalle: no me atrevía a verla a
los ojos.
Antes de
que partiera, tuve la excusa de sentirme algo agotado por lo que permanecí en
nuestro lugar original, y por ello Nanael no sospechó nada. Pero en algún
momento yo tendría que enfrentarla, y honestamente no encontraba las palabras adecuadas
para tratar de dejar las cosas como estaban antes.
— Mmm,
entonces es eso — me respondió después de que terminé comentándole lo de la
Sala Magna—. Li-kay, el antiguo arte
angelical para ingresar al interior de cualquier ser — recalcó. Iba a decirle
que tal vez debía irme a pensar bien qué haría pero soltó una carcajada y me
dio un empujón tan fuerte que me lanzó contra los arbustos—. Uy, lo siento. Ven,
dame la mano. Bueno, escucha hermano: supongo que ya va siendo hora de que te
devuelva el favor de relajar a mis tropas. — ¿Eh?—. Probablemente te deje en un
estado algo ido, pero creo que un martirio de inducción podría resultar de
ayuda.
— ¿Cómo?
— No me
gusta cómo se oye, pero…puedo lanzarte un martirio. Sabes que no sería capaz de
atacarte, así que puedes confiar en mí— aclaró optimistamente—. Y al tratarse
de un martirio de inducción, lo que te obligaría a hacer es a pensar que no
pasó nada aquel día en la bodega, por el
tiempo que dura tu encuentro en esa famosa Sala Magna. De esa manera, si buscan
en tus recuerdos, no encontrarían nada, ya que técnicamente no sucedió nada.
— ¿En
serio puedes hacerlo? — exclamé demasiado sorprendido.
Seir elevó una ceja y me miró de mala gana:
— A veces
olvidas que tengo un título de príncipe regente, ¿verdad? Tengo ciertas
habilidades que cualquier demonio no tendría. Un par de Tronos induciendo Li-kay no serán nada para mí.
Sentí una especie de alivio interior. Seir me
observó y rompió a reír; pero después suspiró:
— Lo que
sí te voy a pedir…es que seas honesto conmigo. Porque si es todo un comité de
Tronos induciéndote el Li-kay, lo más
probable es que no solo vean tus recuerdos…sino también tus emociones.
Entendí a lo que se refería. Me inquietó la
idea de tener que hablar de ello.
— Tienes
que contarme desde cuándo pasó esto… — Tragué despacio ante el tono serio —.
Para así poder seleccionar todo esos recuerdos, esa sensaciones…y ocultarlas
por un momento
Desde
cuándo pasó esto…
No lo sé,
Seir.
A lo
mejor desde la primera pedida de mano.
A lo mejor desde siempre.
¨°*°*°*°¨
ALBANIA
Ya era de
noche, pero aún se sentía el bochorno de la tarde. Estaba terminando de hacerle
una linda trenza a mi Loi querida para que ya nos fuéramos a dormir.
— ¡Me
encanta Ampelio! — me dijo emocionada. Traía las mejillas sonrosadas, igual que
yo, debido al sol incandescente de la mañana. Matilde había insistido en que
lleváramos sombrillas para evitar tostarnos la piel, pero al final los rayos
nos habían dado directo en el rostro.
Y hablando de Matilde…
Ay, ¿por qué, Dios?
— Albania,
lo siento muchísimo. Te juro que hice de todo para que papá me dejara venir
sola, pero ella se puso tan insistente…
— Pierde
cuidado, mi Loi querida — le respondí sujetando el final de la trenza con el
lazo blanco, a juego con su camisón de dormir—. No te voy a negar que nos
hubiéramos divertido más sin ella al lado, pero son cosas que a veces no se
pueden evitar.
El señor
Gustav, el papá de Loi, había aceptado de buen agrado la invitación del abuelo,
así que Loi se vendría a Ampelio con nosotros. Sin embargo el día que partimos
ella llegó con su equipaje, y a su lado Matilde, su nana. En ese momento se me
desinfló el pecho de la frustración, porque Matilde es muchísimo más estricta
que Nunita, lo que en palabras simples era: no íbamos a poder hacer nada más
que contemplar.
Y así
fue: llegamos a Ampelio muy temprano por la mañana y Matilde estuvo casi pegada
a Loi y a mí todo el tiempo, susurrando cosas como “saluden apropiadamente,
párense derechas, no hablen con extraños, no compren nada que les ofrezcan”.
Fue un terrible martirio porque solo en la estación ya habían miles de cosas
que yo desconocía: por lo visto la festividad de la Vendimia era un evento que
se realizaba en toda la ciudad, y los mercaderes llevaban consigo dulces que
jamás había probado, hechos de higos y uvas.
Algunos
miembros de la familia Duman habían venido por nosotros, y nos llevaron con
ellos hasta la casa principal para que pudiéramos ponernos más cómodos. Durante
todo el trayecto no quise más que bajarme del coche, porque el paisaje era
hermosísimo. Había un sol intenso, casi cegador, y el ambiente no se sentía tan
húmedo como en Lirau o Libiak. Todo estaba repleto de zonas de cultivo y cosecha, y de
todas las personas que vi, la mayoría se movilizaban en ágiles caballos.
La casa
principal de la familia Duman era una preciosa mansión de mármol y caoba. Todo
se veía de un perla y marrón reluciente, y el interior se asemejaba a una
cabaña pero en dimensiones más extensas. Cinco perros enormes salieron a darnos
la bienvenida, y recordé lo vigoroso que solía ser Maltés antaño.
»— Es un
placer para mí recibirlos en mi hogar — anunció amablemente el señor Pietro
Duman. Era como de la edad del abuelo, solo que su porte entero inspiraba vida
a campo y a vitalidad. De reojo vi que mi abuelo lo observó de pies a cabeza,
tal vez por las botas y el sombrero, y sonrió maravillado.
La tía
Morgana me lo comentó una vez: el abuelo Cides siempre quiso vivir en el campo,
alejado del ajetreo de la ciudad. Era por eso que la casa allá se encontraba
casi en las afueras.
Ampelio
se parece un poco a Asiri, que es la ciudad que solemos visitar con el abuelo
cuando él quiere relajarse un poco y dejar atrás problemas de trabajo. Ambas
son ciudades que tienen partes céntricas repletas de movimiento y comercio,
pero también conservan muchas áreas campestres, solo cubiertas por
árboles, riachuelos y montañas. El
abuelo siempre dice que lo único que lo mantiene vivo en Lirau es el bosque
Izhi, que es una de las pocas partes en las que aún no se ha llevado a cabo
ningún tipo de urbanización.
»— Como
podrán ver, todos aquí están con la cabeza revuelta y sacando ocho pares de
brazos a fuerza por las actividades de la vendimia — nos explicó cuando salimos
a observar los viñedos. Quería tirar la absurda sombrilla y meterme entre los
ramos de vid, como Joan estaba haciendo, inspeccionando las uvas y aprendiendo
a sacarlas sin echarlas a perder. Pero Matilde no dejaba de susurrarnos miles
de prohibiciones e insistía e insistía en que debíamos mantener las fastidiosas
sombrillas cubriéndonos la mayor parte de piel.
Y encima
de todo eso, me estaba muriendo de calor porque incluso nos había obligado a
usar vestidos de manga larga para evitar quemaduras innecesarias. Mi viaje a
Ampelio se estaba arruinando, ¡y no podía decir nada porque Matilde podría
reprender a Loi al retornar, o incluso podría terminar diciendo que yo era una
mala influencia! Y a lo mejor lo era, pero si su principal cuidadora lo sabía,
podrían reducir las horas en las que nos veíamos. No tanto por el señor Gustav,
sino más por la señora Lorain o la abuela antipática de Loi.
Observé
con envidia a Joan, con las botas y el sombrero, ya viéndose tan ampeliano,
corriendo de lado a lado solo para comprobar la extensión del viñedo, cuando de
pronto sucedió lo impensado. Fue como si un fuerte soplido de viento proviniera
de algún lugar especial del mundo entero, porque escuchamos galopes, y a lo
lejos una figura en caballo se fue acercando a una velocidad temeraria hasta
donde nos encontrábamos.
El señor
Duman soltó una carcajada al reconocer al visitante. Matilde ahogó una
exclamación, ofendida por la imagen, y entonces yo sentí como si todo ese
maravilloso viento ingresara como olas de inspiración a cada parte de mí cuerpo.
A
caballo y sin ningún tipo de vacilaciones, una joven jinete venía gritando
“¡Alé! ¡Alé!”, como para que su compañero aumentara la velocidad. No llevaba
ninguna vara y se sujetaba de las riendas solo con una mano, porque la otra iba
acomodando su sombrero. Me deslumbré por completo cuando la vi, como flotando
en su caballo que parecía el viento, y al llegar frente a nosotros, terminé
plenamente hechizada por toda su figura.
Se bajó
del caballo de un salto y cayó frente a nosotros como si no pesara nada. Traía botas
y un vestido sencillo que no parecía ser ningún tipo de impedimento para que
montara. Se sacó el sombrero de cuero, solo para revelarnos un moño atando de
forma desordenada su cabello. Los ojos eran brillantes, y su piel estaba
completamente tostada por el sol y adornada por algunas simpáticas pecas. Nos
miró contentísima, pero antes de saludarnos se acercó al señor Duman y le lanzó
un puñetazo amistoso en el hombro.
»— Ouch,
hija, cada vez se te endurecen más las manos — se quejó divertido.
»— O a
lo mejor a ti los brazos se te están poniendo más débiles, abuelo — le
respondió y entonces lo comprendí.
Ella era
la nieta de la que el señor Duman nos había hablado tanto en el desayuno: Cloe
Duman, la única mujer de la familia que había decidido incursionar en los procesos
de producción.
Me quedé
sin aliento al observarla, casi como me sucedió la primera vez que Alexia llegó
a casa y me saludó. Cloe era de ese tipo de chicas que transmitían una
increíble seguridad solo con su sonrisa. Sacó un pañuelo de la pequeña bolsa de
cuero que llevaba atada a la cintura, y se secó las manos y el rostro antes de
saludarnos. Me dio un beso en la mejilla y todo lo que sentí fue aroma a menta
y a libertad.
Iba a
comentarle a Loi que ya la admiraba solo viéndola, pero comprendí que no era la
única que se sentía así.
Me
emocioné mucho, muchísimo en realidad, cuando comprobé que Cloe hablaba sobre
la producción de la vid con total destreza, y cierta persona en particular
parecía estar más ensimismado observándola que escuchándola.
¡Joan!
Solté
una carcajada discreta y le apreté el brazo a Loi. Observó en la misma
dirección, y me miró, igual de emocionada que yo. Soltamos un par de risitas, y
después escuchamos que iríamos al pueblo.
»— No
quisiera que lo tomen como una indiscreción, pero yo les sugeriría ponerse algo
más cómodo, jovencitas — nos dijo Cloe amablemente—. Apenas son las nueve ¡y
miren este sol! Al mediodía será insoportable; si desean puedo prestarles
algunos vestidos más confortables.
»— ¡Por
favor, sí! — casi grité, y todos rompieron a reír por la efusividad con la que
lo dije.
»— Y si
lo que desean es protegerse la piel, tenemos un ungüento de uvas que hemos
desarrollado para bloquear los rayos del sol — añadió y Matilde pareció muy
interesada en ello.
Cloe
elevó una ceja y se acercó a mí, muy sonriente:
»— Tengo
la ligera sospecha de que es culpa de la nana — me susurró mientras Matilde
observaba algunos racimos. Asentí con pesar y me dio dos besos en las mejillas.
»—
Comprendo eso, ¡vamos! Tengo unos vestidos que les van a encantar.
¡Y claro
que nos encantaron! Eran ligeros y muy prácticos. El corsé se llevaba por
encima y era de cuero, casi como la perfecta armadura de una princesa guerrera.
»— Si no
quieren no los lleven— nos sugirió—. Son muy cómodos pero creo que no es su
estil…
»— ¡Los
llevaremos! — exclamamos Loi y yo al mismo tiempo, y rompimos a reír al
comprender lo ansiosas que sonábamos.
Matilde
no tomó de buen humor el cambio de indumentaria, pero no dijo nada porque ella
también se estaba muriendo de calor. En el centro de la ciudad hubieron
comparsas y ferias coloridas. Los días en Ampelio me parecieron casi un sueño,
porque el abuelo y Joan se reunían con el señor Duman para ver asuntos
financieros y de gestión, y Cloe venía por nosotras en la tarde para que la acompañáramos
a ver la cosecha de los viñedos. Los trabajadores la saludaban amistosamente y
ella se sabía el nombre de cada uno de ellos, y se acercaba a supervisar la
labor, siempre con una sonrisa y una voz de mando que no denotaba superioridad
sino compañerismo. Una tarde descubrimos a Joan espiándonos entre los racimos,
y Cloe lo invitó a unírsenos en vez de “fingir ser un arbusto”. Él tomó de buen
agrado el chiste, y extrañamente sentí como si mi hermano, por primera vez en
la vida, pareciera conocer lo que era el verdadero interés por algo más que la
Astronomía.
La
miraba y sonreía embobado, y extrañamente se convirtió en un sujeto tan torpe,
que Cloe era la que terminaba rescatándolo de algún tropezón y futura caída.
Joan era un defensor apasionado sobre los derechos laborales, siempre lo había
sido desde la secundaria; y creo que en el fondo, la actitud de Cloe fue lo que
terminó de encantarlo.
»— Cada
botella de vino lleva en su interior la pureza de las mejores uvas; pero no
solo eso: también está impregnada de la labor de cada uno de los miembros de la
empresa y nosotros recompensamos eso con un salario que incentive el trabajo y
no la explotación. Desde el niño que trae los panes para el desayuno, hasta
aquel que embala la última caja reciben un pago justo a cambio — le respondió
cuando Joan le preguntó a propósito de su estrategia de producción.
La
familia Duman hacían vinos y espumantes, de la mejor calidad por lo que he
oído. Tenían una línea con botellas de vinos muy añejos, y otros con vinos
jóvenes. Cada botella tenía un diseño único y un nombre relacionado al año de
su cosecha. Hasta donde sé, el abuelo y el señor Duman planean una alianza para
sacar una línea que incluya bombones con un sabor especial, hechos a base de
chocolate negro, para un maridaje entre vino y chocolates.
Joan
escuchó a Cloe muy concentrado, y cuando los trabajadores la elevaron en
brazos, como una barra en su honor, lo vi sonreír más seguro que nunca.
— Si el
señor Duman y el abuelo firman la alianza, yo creo que Joan va a pedir ser el
encargado de las visitas a Ampelio — comenté cuando terminé de ponerle el lazo
a Loi.
— Así
parece — me respondió riendo un tanto.
Matilde
había salido a tomar un baño en su habitación. La verdad fue un alivio porque
la hemos tenido pegada a nosotras durante los cinco días que ya llevamos aquí.
—
Albania…
—
¿Sí, mi Loi querida?
Dejé el
cepillo a un lado y corrí a abrir las ventanas. A lo lejos se veían las luces y
se escuchaba el jolgorio del centro de la ciudad. Hoy había sido el último día
de la cosecha y por ende el día central de la vendimia. Parecía que habían
fiestas por todos lados, e inclusive la familia Duman había organizado una en
su segunda casa, pero Matilde dijo que una cosa era un cóctel y otra una fiesta
de esa magnitud; que no cumplíamos ni los 16, así que de modo alguno
acudiríamos.
Pensé
que rogárselo al abuelo nos daría una oportunidad de asistir, pero Matilde
mencionó que Nuna no aprobaría esto, y con eso me silenció por completo. Si
Nunita se enteraba se me armaría una buena.
Así que
sí, Loi y yo nos habíamos quedado con ella en la casa principal mientras todos
los demás andaban disfrutando de música y baile.
Como me
gustaría ser Joan.
— Nunca
terminaste de contarme qué pasó esa noche — oí de Loi de pronto—…con Aniel.
No…
Volví la
mirada a la enorme ventana. La visita a Ampelio había sido casi tan perfecta, que no había tenido tiempo
para pensar en nada más. Ver a Joan tan dispuesto a acercarse a Cloe me alegró
muchísimo, porque ella sería ideal para él; pero también me hizo pensar que a
veces, si algo te importa, en serio vas a poner todo el empeño necesario para
conseguirlo, para estar al tanto…para no dejarlo en un “¿y ahora qué sigue?”.
Aniel…Aniel
no se había comunicado conmigo desde lo que sucedió aquel día. Por momentos
recordaba la escena, cerraba los ojos y sentía su boca, y el cuerpo se me
escarapelaba. Todo había sido increíble, pero lo que vino después no me gustó
en lo absoluto.
Lo
llamé, e inclusive le pregunté a Nanael por él, pero no había obtenido ningún
tipo de respuesta. Al salir de viaje, cuando era más pequeña, ellos siempre me
acompañaban a donde fuera; pero en cierto momento decidieron que ya era hora de
darme algo de espacio. No me quejaba de eso, pero si había algo que siempre
pasaba era que Aniel nunca dejaba que me fuera sin despedirme de él.
Esta vez
no fue así. Partí a Ampelio hace cinco días, y él ni se molestó en decirme
adiós. Nanael comentó que probablemente estaba muy agotado por lo de pasar
demasiado tiempo rodeado de humanos, y que por eso seguía en su lugar de
nacimiento, pero eso no me bastó. Aniel…Aniel nunca vino a verme, y en cierto
modo eso me hacía pensar que probablemente lo que pasó en la bodega fue algo
que nunca debió suceder.
Cada vez
que pensaba en él, todo se aglomeraba en mi contra: recordaba los besos, cada
uno correspondido, y sentía que flotaba, que la piel me ardía. Pero de ahí
confirmaba que nunca hablamos de ellos, nunca me dijo nada al respecto, y me
daba algo de miedo pensar qué podía pasar cuando yo retornara a Lirau.
¿Nada volvería a ser como antes?
—
¿Albania?
Solté un
suspiro: cómo expresarte, mi Loi querida, que siento que entre él y yo nunca
pasará nada más.
Toc toc
— ¡Matilde,
pasa! — exclamó Loi.
Se me frunció el ceño: ay, seguro va a decir
que ya es hora de dormir.
¡Pero si apenas son las once!
Toc toc
¿Mmm?
Loi y yo intercambiamos miradas. Qué raro.
Me puse de pie y abrí la puerta:
— ¿Sí?
— Sabía
que no podían estar dormidas.
— ¡Cloe! —
Le pedí que pasara y cerré la puerta, entusiasmada.
¡Me encanta que venga a buscarnos porque
siempre se le ocurren cosas geniales!
Traía
unos botines de cuero marrón, una falda rojo vino y una blusa perla encarrujada
manga corta bajo un hermoso corpiño, también de cuero. Su cabello estaba atado
en una suave cola de caballo que dejaba todas las hebras desordenadas por
encima de su cabeza, y traía brazaletes tejidos en las muñecas.
¡Estaba preciosísima!
Alto, esperen un momento…
— Pensé
que estarías en la fiesta de la segunda casa — reflexioné.
— La
fiesta en la segunda casa es para los accionistas, los catadores y los
directivos de la empresa — nos comentó relajadamente—. Yo siempre asisto a la
que organizamos en las bodegas más antiguas, las que ya no se usan hace tiempo.
Bien, Joan va a morirse: él solo aceptó ir a la otra
fiesta porque pensó que ella acudiría.
— Bueno,
no sé si la invitación les parezca apropiada, pero pensaba llevarlas conmigo —
anunció resplandeciente—. No es justo para ustedes quedarse en la mansión solo
porque son chicas y encima menores de edad. Mientras estén conmigo, no pasará
nada malo.
¿Eh? ¿Qué…?
¿Qué dijo?
— Mmm,
bueno, tal vez no resultó tan emocionante como pensé que serí…
— ¡CLARO
QUE VAMOS! — chillamos Loi y yo.
Cloe rompió a reír cuando nos vio saltar y
correr de aquí para allá, buscando qué ponernos.
— Pe…pero,
¿y Matilde? — lanzó Loi y se detuvo abruptamente—. No hay forma de que nos deje
salir.
— Eh,
bien, aquí viene la parte oscura del plan, porque siempre ha de haber una. —
Ambas la observamos, expectantes—. Su nana dormirá profundamente con el té que
Renata le llevará a su habitación. Son hiervas relajantes que van a dejarla
completamente rendida, y tiene un sabor exquisito así que se lo beberá sin
problemas. — ¡¿Es en serio?! ¡Vamos a poner a dormir a Matilde! ¡Este plan no
puede gustarme más! —. Lo ideal sería que regresemos antes de las cuatro,
porque la segunda casa dará por finalizada la fiesta a las cinco. Retornamos,
se cambian rápidamente, se dan un baño veloz, y aquí no pasó nada. El baño lo
digo porque definitivamente van a volver con el olor del tabaco que fumen los
otros invitados impregnado en el cabello, y para que más tarde no se sientan
tan agotadas. Igual podrán descansar bien ya que mañana será un día tranquilo después
de la fiesta en la segunda casa, así que dudo que alguien se dé cuenta.
Loi me
miró, algo insegura, pero yo estaba completamente avocada a ir. ¡Unas horas sin
Matilde, y en una fiesta a la que Nunita nunca me dejaría acudir, era una
oportunidad única en la vida! No iba a dejarla pasar.
— Solo
unas cuantas reglas — dijo Cloe cuando salíamos por la puerta posterior.
Matilde se tomó el té sin problemas: ayudó muchísimo que Loi se sentara un rato
con ella a charlar sobre algunas inquietudes falsas que tenía sobre el Baile de
las Luciérnagas—. Primero: son menores de edad, así que no van a beber más que
vino de frutillas, ¿de acuerdo? Tal vez algo de cerveza, si es que les gusta,
¡pero mídanse, ¿de acuerdo?! No quiero tener que llevarlas a casa en hombros
porque va a ser muy difícil que consigamos pasar desapercibidas.
Loi y yo rompimos a reír: prometido.
— Segundo:
no se alejen mucho de mí. Confío en ustedes, pero sería terrible que se
perdieran porque ahí sí “adiós, alianza, adiós maridaje” — bromeó y asentimos.
Subimos a uno de los coches conducidos por un
muchacho de aspecto bonachón y sonrisa felina.
— Luiggi,
pobre de ti si abres la boca. Todos ya me prometieron que no dirían nada, pero
tú a veces tienes la mala costumbre de hablar demás.
— Pierde
cuidado, Cloe. Te juro que esta vez seré una tumba. Además, si el señor se
entera de que accedí a llevarlas, a mí también me caería una de las buenas.
Atravesamos
los viñedos, solo iluminados tenuemente por la luz de las estrellas
increíblemente brillantes en este cielo tan despejado. Abrí las ventanas del
coche y el viento me impactó en las mejillas: me encanta el clima de Ampelio. A
lo lejos distinguimos una bodega enorme, como una cabaña prominente, con varias
luces encendidas y algo de música resonando desde adentro.
—
Han empezado desde la tarde — comentó Luiggi,
conteniendo una risa.
—
Mmm, entonces ya estarán prontos a terminar —
agregó Loi algo desilusionada.
—
¡Para nada, señorita! Esa fiesta va a durar,
por lo menos, ¡hasta las nueve de la mañana!
Y era cierto. Cuando llegamos, el jolgorio
parecía estar en su pico más elevado. Habían sendas mesas repletas de platillos
y postres, decenas de jarras de metal pasando de mano en mano, y barriles
empotrados contra las paredes que tenían grifos de los que sacaban algo que
parecía ser vino.
— ¡MIREN
QUIÉN ACABA DE LLEGAR! — bramó un señor de largas barbas blancas, y todos
giraron y rompieron en aplausos cuando Cloe apareció con Loi y conmigo de
acompañantes.
— ¡Parece
que el asunto por aquí ya está muy animado! — exclamó con la voz en alto, y
varios la aclamaron. La música se detuvo por unos segundos—. Bueno, damas y
caballeros: como les comenté por la tarde, la cosecha de este año ha sido un
verdadero milagro. A pesar de la cantidad de problemas que se presentaron, y
las dificultades que tuvimos debido a los cambios bruscos del clima, es mi
deber comentarles que la producción de este año parece ser una de las mejores
que hemos tenido en décadas. — Varias voces se elevaron, repletas de
entusiasmo—. Me complace decir con orgullo que nuevamente lo hicimos, y
permítanme hacer un brindis por todos y cada uno de ustedes, ya que sin su
ayuda, ¡la familia Duman no sería absolutamente nada!
Los
invitados aplaudieron, agradecidos y emocionados. Yo misma sentí que las
palabras, al sonar tan sinceras, me llenaban de admiración.
— Esta
reunión es para ustedes y claro, ¡para mí! — aclaró y rieron con ella—. Mi
abuelo pasó hace un rato por aquí; pero como saben, tuvo que retirarse por
todos los protocolos de negocios y a ponerle una cara anfitriona a la reunión
de por allá. Pero como yo soy la que verdaderamente ama divertirse, en mi
nombre y en nombre de todos ustedes, ¡vamos a divertirnos como se debe en este
día tan especial!
Una
mujer le acercó una copa repleta de vino. Cloe la aceptó animosamente y se la
bebió de un largo trago:
— ¡POR LOS
VIÑEDOS DEL VALLE LA GOLONDRINA! — instó y todos elevaron sus copas.
— ¡POR LOS
VIÑEDOS! — respondieron con fuerza.
Una
señora muy amable nos pasó dos copas a Loi y a mí. Nos miramos entre sí, algo
divertidas, y ella nos guiñó un ojo, como diciéndonos que por una vez no había
problema.
— ¡Por la
familia Duman! — gritó alguien por atrás y todos elevaron la voz aún más que en
el primer brindis.
Sentí el sabor dulce palpando mi boca. ¡Dios,
qué rico está!
— ¡Y por
la señorita Cloe! — añadió alguien y todos aplaudieron y golpearon las mesas,
llenos de euforia —. ¡A ver si ya se casa conmigo! — concluyó el brindis y
todos rompieron a reír, incluida ella. Por un momento sentí que el futuro que
yo ya vislumbraba para ella y Joan se vio amenazado, pero al comprobar que el
grito lo había dado un señor muy ancianito, me sentí más aliviada.
— Por
cierto, como todos sabemos, la rifa de este semestre lo ganó Melchor — anunció
Cloe después de comerse algunos pedacitos del queso que iban pasando en
bandejas de plata—. Melchor, ¿dónde estás
hombre? ¡No te veo de lo pequeñito que eres!
— ¡Por
aquí, señorita Cloe! — gritó alguien desde muy atrás y Loi y yo no pudimos
evitar reír, junto a los demás, cuando cuatro señores más lo elevaron en
hombros para que se le viera.
— Hombre,
como ganador de la rifa semestral, te dije que obtendrías lo que pidieras. Los
dos caballos ya están esperándote allá, en los establos, y a ver si les compras
algo de heno del bueno ahora que ya no tendrás que pagar el alquiler de la
casita. Cómprale algo lindo a tu esposa, porque para aguantarte como aquí te
aguantamos, realmente es una santa.
— ¿Disculpe, señorita Cloe? — gritó el señor
Melchor, sin comprender bien.
Loi y yo también nos miramos, expectantes.
— ¿Cómo
que “disculpe, señorita Cloe”? — exclamó ella divertida—. Pero hombre, ¡¿acaso
no pediste la casa en la que viven tu esposa y tus hijos?! ¡No me vas a venir
ahora con que cambiaste de idea!
— ¿Có-cómo?
— Bueno,
los papeles ya los tiene mi abuelo. Mañana pasa a recogerlos a la casa, solo
necesitan tu firma.
— ¡¿Qué?!
¡Pero señorita Cloe…! — Vi al hombre emocionarse hasta las lágrimas, y no pude
evitar pensar que la alegría de una sola persona podía convertirse en la
alegría de toda una comunidad. Los demás invitados empezaron a golpearlo
amistosamente, mientras el señor trataba de limpiarse las lágrimas, diciendo
que jamás pensó que tal obsequio llegaría. Cloe soltó una risa y le dijo que
pensar ello era una ofensa; que las rifas que se llevan a cabo cada seis meses,
realmente cumplían lo que el ganador pedía si es que estaba en las
posibilidades de la familia.
— No
llores, hombre. Esto no es un obsequio; te lo has ganado. Solo tú, y algo de
buena suerte es lo que ha hecho posible esto.
Loi me
miró, tan conmovida como yo estaba, y para darnos cuenta ya estábamos
aplaudiendo, junto a todos, al señor Melchor que había sacado a Cloe a bailar a
modo de agradecimiento. La vimos girar y saltar de un lado para el otro,
disfrutando de la música, y entonces fue extrañísimo, porque deseé con todas
mis fuerzas que Joan estuviera aquí para que comprobara con sus propios ojos lo
increíblemente radiante que era ella.
El
tiempo se pasó veloz. Loi y yo probamos el queso más exquisito y el vino más
dulce que jamás habíamos bebido. En un momento nos pasaron una jarra de cerveza,
y sinceramente me dio una curiosidad tremenda el probarla ya que sería la única
oportunidad que tendría para hacerlo, sin que Nunita gritara cosas como que una
dama no bebía esas cosas. Miré a Cloe, suplicante, y ella asintió, pero me
advirtió que solo un trago.
El sabor
me pareció sumamente amargo. La gente a mi alrededor rompió a reír cuando hice
una mueca demasiado expresiva.
— Yo
supongo, por su edad, que están a punto de asistir al Baile de las Luciérnagas,
¿no es así? — nos preguntó una mujer de hermosas trenzas adornadas con cintas
de colores.
— Sí —
respondimos. Era tan engorroso ese asunto: llevamos preparándonos tantos meses
para ello, que trato de pensar lo menos posible en esa fecha.
— ¿Qué es
eso del Baile de las Luciérnagas? — nos preguntó Luiggi, desconcertado.
— El Baile
de las Luciérnagas es una tradición muy antigua, que se lleva a cabo en todas
las ciudades y a las que asisten familias muy selectas — le respondió la mujer
de antes—. La señorita Cloe también asistió a uno hace siete años, más o menos.
— ¿Qué
pasó? ¿Qué clase de puñal es ése de revelar mi edad? — bromeó Cloe risueña—.
Sí, mis padres me obligaron a asistir, pero fue en vano porque al final terminé
bailando con el abuelo.
— ¿Eh? ¿Y
eso por qué? — preguntó Luiggi.
— Ese
baile tiene todo un ritual de ejecución muy particular — comentó la mujer—.
Lleva por nombre De las Luciérnagas, debido a que las damas que son presentadas
aquel día llevan consigo luces de bengala. Son ellas las que abren el baile,
con las bengalas en sus manos, que son encendidas solo por sus padres o alguna
figura de autoridad de la familia principal. El primer baile es con ellos de
pareja: padres, tíos, abuelos, y después la fiesta se lleva a cabo como
cualquier otra fiesta. Las chicas pueden bailar con quienes les plazca, pero el
baile final, el que se da a medianoche, es sumamente importante. Para el último
baile, el vals final, los chicos se acercan a las debutantes con una bengala en
mano también, y las invitan a ser sus últimas parejas: si la chica accede,
estira la bengala para que sea encendida con la bengala del muchacho; pero si
no, simplemente se niega y espera a que se acerque el que ellas crean indicado.
— ¡Por
todos los Santos! ¡¿Qué clase de tradición dolorosamente destruye almas es
ésa?! — exclamó Luiggi horrorizado. Todos reímos ante su gesto repleto de
indignación—. ¿Significa que si yo invito a una linda chica, pero ella no me
encuentra igual de lindo, todos en el salón presencian mi rechazo?
— Y no
solo eso — agregó la mujer —. Si la muchacha te acepta, pero su familia no, su
padre o tío, o el que haya abierto el baile con ella, tiene la potestad de
acercarse y negarse rotundamente al baile.
— ¿Eso
pasó contigo? — le pregunté a Cloe que comía algo de fruta picada de un bonito
plato de porcelana.
— La
verdad mi caso fue más tranquilo: ningún muchacho me pareció atractivo. Mis
padres dieron el grito al cielo como me acerqué al abuelo y le pedí que cerrara
el baile conmigo. En fin, son cosas que pasan. Algunas encuentran al hombre
indicado con una mirada; otras, como yo, demoran más tiempo.
Había
sucedido tal y como con Alexia. Ella tampoco había accedido a bailar con nadie
por lo que me comentó la tía Morgana.
— ¿Y
ustedes ya tienen a algún candidato? — nos preguntó una ancianita de pelo
esponjoso cubierto por un brillante manto repleto de piedrecillas de colores —.
Podría jurar que tienen muchos pretendientes revoloteando alrededor.
Algún candidato…
Con él…
Con él quisiera bailar mi último vals.
Aniel…
— ¡Basta,
doña Jaidev, está ruborizándolas! — pidió Cloe, y recién comprendí que tanto
Loi como yo nos habíamos puesto coloradas—. O a lo mejor es tanto vino. Creo
que por ahora vamos a alejar esto de aquí — añadió y alejó la última jarra a
modo de broma.
Bailamos
unas piezas más: me encantaba el sonido de la guitarra, el acordeón y el arpa
mezclándose con el del violín de Luiggi. Me sorprendió muchísimo lo diferente
que sonaba en sus manos: era como si su violín fuera uno más pícaro, porque
conseguía que los pies se me movieran y las ganas de bailar aparecieran.
Los
temas que yo toco en las reuniones a las que asisto con el abuelo, no son ni la
mitad de animados que los que sonaban aquí.
— ¡¿De
Nueva Ihara?! — exclamó Loi emocionada. Doña Jaidev asintió, complacida por la
reacción ante su lugar de procedencia —. Pero eso está tan lejos…
— Sí,
emigré con mis hijos hace más de cuarenta años — nos explicó amablemente. Loi
le comentó que llevaba clases de baile en Lavehda, un vecindario repleto de
ciudadanos de Nueva Ihara allá, en Lirau, y Doña Jaidev le dio dos besos en las
mejillas, diciéndole que según sus costumbres, los bailarines eran enviados por
el mismo Khantati, su dios supremo, para mostrarle a los humanos parte de su
divinidad—. Que hayas decidido instruirte en un tipo de danza que te era ajena,
y por voluntad propia, es porque probablemente tu alma está conectada con el
creador. Sabes que la danza y el canto son las formas más plenas de alabanza
para nosotros, ¿verdad?
— Sí,
Janna me lo ha comentado, ¡y no puedo estar más de acuerdo! — respondió
orgullosa y entonces sentí que el pecho se me infló.
¿Quién
era esa joven de largo cabello azabache y ojos brillantes? ¿Era mi Loi querida?
Porque no recordaba haberla oído hablar con tanta seguridad como ahora.
— ¡Vamos,
doña Jaidev! Dígame si voy a casarme con una linda chica o voy a conseguir
fortuna de aquí a un par de años — pidió Luiggi.
— No
pienso leer esa palma jamás — replicó ella indignada —. La última vez que lo
hice vi toda la clase de fechorías que harías así que no pienso involucrarme
más. Tú eres de esos pícaros jovenzuelos, que van picando de flor en flor,
chupándoles el dulce néctar y después pasando a la siguiente sin remordimiento
alguno.
— ¡Óigame!
No lo diga así. ¿Qué van a pensar la señorita Albania y la señorita Loi de mí?
— Pues que
deben permanecer lejos, nada más — corroboró Cloe y las carcajadas se
desataron, incluyéndome.
— Pero si
deseas, puedo leer tu palma, pequeña — me ofreció Doña Jaidev. Recordé Lavehda
y a la mujer de espeso cabello oscuro que intentó leer el futuro de Gremory —.
Vamos, te prometo que si veo algo malo, no te lo diré.
Si ve algo malo…
En
realidad, lo que me preocupaba un poco era el hecho de que pudiera notar algo
extraño en mí, así como sucedió con Gremory. A fin de cuentas, yo era…
— Si no
quieres, no es necesario que accedas — me dijo Cloe con amabilidad—. Además,
aunque Doña Jaidev me mire mal, siempre insistiré con lo de que el destino nos
lo forjamos nosotros mismos. No hay forma de que ya esté escrito en palmas o en
cartas del tarot cosas que recién van a redactarse.
— En eso
tienes razón, mi pequeña — le respondió Doña Jaidev con ternura —. Pero la
lectura no es para que aceptes tu destino: el truco está en que si lo sabes, y
no te gusta lo que ves, entonces tienes la oportunidad de cambiarlo.
Loi me
miró y se ofreció en lugar de mí, pero la señora Jaidev me pareció tan
simpática que no quise rechazar su ofrecimiento.
— ¡Oh!
¡Pero qué veo aquí! — exclamó y soltó un par de carcajadas maternales—. Pero si
nuestra preciosa Albania está enamorada.
— ¡¿Qué?!
— chillé coloradísima y todos los que nos escucharon alzaron sus copas, como
celebrándolo.
— Mmm,
bueno, parece que es alguien apuesto y muy gallardo. Alguien cercano…bastante
cercano a decir verdad.
— ¿A-así?
— traté de sonar algo dubitativa.
— Creí que
leía el futuro y no el presente, Doña Jaidev — insinuó Luiggi con ganas de
fastidiar—. Vamos, ¡vea si al final no soy yo el futuro esposo de la gentil
señorita!
— ¡Usted,
chitón! — lo regañó un hombre y lo jaló de la oreja. No pude evitar reír.
— Mmm,
futuro… — Sentí algo de cosquillas cuando los dedos de Doña Jaidev recorrieron
las líneas de mi palma —. Vaya, ¿esto acaso…?
— ¿Doña
Jaidev….?
— ¡Pero
mire qué pícara me ha resultado, pequeña Albania! — Me dio una palmada suave y
rompió a reír—. Ahí dice que va a casarse dos veces, ¡y que las dos serán por
amor!
— ¡¿Qué
cosa?! — grité pasmada y los invitados rieron, igual de divertidos que Doña
Jaidev.
— Dos
matrimonios, ambos por amor. Dos hijos, aunque creo que lo último no lo estoy
viendo de manera adecuada. Supongo que es el vino.
— ¿A-a qué
se refiere? — pregunté entre curiosa y divertida.
— Yo veo
claramente dos hijos, cada uno portará ese título, pero ninguno provendrá de tu
vientre. Serán tuyos, pero no los llevarás en tu interior.
— ¿Ah?
¡Pero qué clase de vino le han dado a Doña Jaidev! — exclamó Luiggi —. Oigan,
¡le han dado vino adulterado a la anciana!
— ¡Cierra
la boca, muchacho del demonio!
Volteé a
ver a Loi, algo abochornada y divertida por lo último: ¡¿dos matrimonios y dos
hijos?! Vaya, es demasiada información.
— Tranquila,
Doña Jaidev nunca le atina — me dijo Cloe en tono bromista —. Para ella yo
estoy casada hace cinco años y ya tengo mil hijos, ¡y mira! Ni lo uno, ni lo
otro, así que…
Iba a
decirle que iría por algunas botanas, cuando de repente escuchamos las puertas
abrirse. Giré, aún riendo por lo último, cuando de repente Loi se quedó tan helada
como yo frente a la escena.
¡Ay, no!
¡Joan!
Traté de
encontrar un buen lugar para que Loi y yo pudiéramos ocultarnos prontamente,
pero lanzó un silbido, ese con el que solía detener a Maltés cuando parecía
irse corriendo, y entonces comprendí que era demasiado tarde: ya nos había
visto.
Miré a
Cloe, tratando de pedirle miles de disculpas con la mirada porque era obvio que
la habíamos metido en un lío tremendo.
Joan
pasó entre las mesas, saludando a algunos hombres que lo reconocieron, y a
medida que iba acercándose, notaba el gesto en su rostro excesivamente serio
para lo usual en él.
—
Nos van a castigar de por vida, Albania — me
susurró Loi aterrada y comprendí a qué se refería.
No solo nos habíamos salido de la casa sin
permiso, sino que estábamos en una fiesta en la que la mayoría fumaba y
habíamos bebido algo de vino (yo incluso cerveza), sin ser mayores de edad.
Cloe nos miró y le restó importancia:
«tranquilas, no va a pasar nada» fue lo que nos dijo con la voz más tierna que
jamás había oído.
— No sé si
estoy viendo mal, o es que estoy viendo a la señorita Marion y a mi pequeña
hermanita, la señorita Albania, en una fiesta ya entrada la noche cuando
deberían estar durmiendo en sus habitaciones — lanzó suspicazmente al llegar a
nosotras.
— ¡Joan,
escucha…! ¡Puedo…! ¡Puedo explicarlo! — supliqué inmediatamente.
— Albania,
voy a darte dos opciones porque si el abuelo y la señorita Matilde se enteran
de esto no quiero ni pensar cuántos meses pasarán castigadas ustedes dos
—inició muy serio—. La primera opción es que regresen a la casa principal ahora
mismo y así yo fingiré que no vi absolutamente nada.
Observé
a Loi: ¡sí, de acuerdo! ¡Volaríamos como sea! ¡Podría hasta usar un salmo de
transportación para ambas!
— O la
segunda — anunció y una sonrisa se le asomó por la comisura de la boca—: que la
señorita Cloe me obsequie cinco bailes en lo que resta la noche, y después yo
mismo las llevo a casa, y también finjo que no vi absolutamente nada.
¿Eh…?
Traté de procesar la información junto a Loi, y
entonces comprendimos lo que eso significaba:
— ¡JOAN,
ERES EL MEJOR! — chillé y me lancé a abrazarlo. Loi dio un par de brinquitos y
también se lanzó sobre nosotros.
— Bueno,
depende de la señorita Cloe cuál es la opción ganadora — lanzó él, plenamente
seguro.
Volteamos
a ver a Cloe que traía la mirada entrecerrada, como tratando de no reírse por
la inusual invitación.
—
¿Y bien? ¿En qué quedamos? — insistió él, muy
relajado.
Detrás
de ella, yo misma vi que varios de los invitados sonreían, como aceptando el
asunto.
— Supongo que
no me dejas otra opción — respondió y lo jaló a la pista de baile.
Loi y yo gritamos, emocionadas ante la escena.
¡Joan, tienes que casarte con esta chica!
¨°*°*°*°¨
MARION
De todas
las reuniones a las que había acudido, ésta no tenía comparación. Y lo que me
sorprendió aún más fue que cuando preguntamos la hora, y nos respondieron que
casi las tres de la mañana, Albania y yo sentimos como si apenas hubiéramos
bailado unos cuantos minutos.
La
música había bajado un poco, y los invitados se habían dividido por grupos para
charlar. «Es lo usual», nos explicó Cloe, «descansarán un rato conversando, y
después todos volverán al ruedo porque estas reuniones suelen acabar por la
mañana, casi al mediodía».
Evidentemente
nosotras tendríamos que irnos a las cuatro en punto, pero ya con las horas que
habíamos permanecido aquí, era suficiente: realmente nos habíamos divertido
muchísimo.
Ahora,
el joven Luiggi ya se encontraba recostado sobre una de las mesas de madera,
reposando un tanto después de las varias jarras de cerveza que se había bebido.
Y la señora Jaidev observaba todo con sosiego, riéndose en voz bajita cada vez
que veía a alguien tratando de bailar pero fallando por el cansancio o por el
mareo producido por el licor.
Cloe y
Joan conversaban muy atentos el uno con el otro en la mesa de al lado. Albania
no dejaba de mirarlos y después se reía sola, muy emocionada, y repitiendo que
si por ella fuera Cloe ya sería parte de la familia.
En un
momento los músicos interpretaron un tema un tanto más suave, incluso
melancólico. Estaban muy cerca de nosotros y ahora que la mayoría ya no bailaba
se les podía escuchar con mayor detalle. Un hombre desde el fondo gritó que por
qué lo lastimaban de esa manera con semejante tema, y algo de «Marietta, ¡por
favor, regresa!».
Observé
de reojo a Albania: se había quedado pensativa, escuchando el tema muy
concentrada y tamborileando los dedos sobre la mesa al ritmo lento de la
canción. “Si me amas, pruébalo”, cantó
la joven que acompañaba a la orquesta, y mi amiga soltó un suspiro que tiñó
todo su rostro de tristeza.
No hemos
tenido tiempo para charlar sobre esto. Lo único que sabía y de lo que estaba
plenamente segura era de que había sucedido algo con Aniel el día de la reunión
de la señora Aldabella. No recordaba haber visto a Albania “tan en las nubes”
como la vi ese día, ni tan triste como la encontré en días posteriores.
Pensaba
en tratar de averiguarlo en el viaje; más por preocupación que por curiosidad.
Pero Matilde había arruinado mis planes cuando anunció que vendría conmigo de
forma rotunda.
— Yo...sssolo
quiero… — exclamó el hombre anterior, el que extrañaba a “Marietta”, arrastrando
las palabras. Parecía estar algo ebrio—. Yo ssolo quiero que Kukuri me cante éssa…
Ésssa de la chica que ssse ahoga y nunca ssse casssa con sssu amor. ¿Me la
cantarásss, preciosa niña? Vamos, hazlo por este viejo zorro que nunca valoró
lo que tenía a su lado.
— Vaya,
eso es demasiado denso — comentó Luiggi con la cabeza clavada en la mesa—. El
licor saca las penas y a los románticos ocultos.
— ¿Qué es
eso de la chica que se ahoga y nunca se casa con su amor? — pregunté
interesada. La señorita Kukuri, la chica
que cantaba, me sonrió y aprovechó para sentarse a beber algo de jugo mientras
el hombre, por el fondo, insistía con Marietta.
— Es una
canción de amor — me respondió con amabilidad—. Pero ésa en particular no tiene
un final muy bonito.
— Sin
embargo de todas las canciones de Rode y Vinay, es la que más me gusta — agregó
Cloe enternecida.
Joan la miró, interesado:
—
¿Rode y Vinay?
— La
primera pareja, de donde brotó el amor — explicó la señorita Kukuri orgullosa—.
Para los míos, Rode y Vinay son los padres de todas las emociones. El gran
Padre creó las cosas, los árboles y los cielos, pero el amor es una creación
espontánea, algo que brotó por sí mismo, porque el amor no se crea ni se
construye, el amor simplemente aparece cuando decide hacerlo.
Aparece
cuando decide hacerlo…
Suena…suena tan razonable.
— Las historias
de Rode y Vinay han sido transmitidas de generación en generación,
tradicionalmente de manera oral. No solo aparecen en las narraciones de la
comunidad de Kukuri, también aparecen en los textos sagrados de mi religión —
añadió la señora Jaidev. Puse especial atención porque Janna nunca me había
hablado de ello—. Rode y Vinay aparecen en cualquier lugar del mundo, en
cualquier cultura o religión. Son obra de Khantati, pero a la vez se
transformaron en creadores, ya que gracias a ellos nacieron los sentimientos. —
Luiggi abrió los ojos y murmuró algo de “ya empiezan con sus historias
raras” —. Aparecen siempre como la primera pareja que se amó, y se han
creado cantos y narraciones con respecto a ellos. Debido a la naturaleza
cambiante del mundo, y a las constantes vidas por las que circulamos, ellos
siempre se presentan juntos pero con diferentes nombres. A veces como Rode y
Vinay, para los míos como Hakan y Liu, para otros como Praxila y Leonidas, y a
veces simplemente como Alen y Sisa.
A mi lado Albania empujó su copa de jugo de
granada, profundamente sorprendida.
— ¿Có-cómo
dijo? ¿Alen…?
— Así es,
Alen y Sisa. Son Hakan y Liu, o Rode y Vinay, solo que con nombres que se
adaptan a otra cultura, a otro credo. En todas las civilizaciones aparecen,
siempre con nombres diferentes, pero siempre buscándose el uno al otro.
— Hay
canciones que narran sus desventuras y su dicha cuando consiguen encontrarse —
añadió la señorita Kukuri, satisfecha ante la enorme curiosidad de todos—.
Siempre en diferentes escenarios, siempre con diferentes obstáculos, pero
siempre con la historia base de la creación de su amor.
— ¿Cuál es
esa historia base? — preguntó Joan y Albania asintió muy interesada.
— ¿Doña
Jaidev? — la invitó la señorita Kukuri, y ella asintió, maravillada:
— La
historia de Hakan y Liu es breve pero repleta de magia que encandila a
cualquiera que comprende que en la simpleza se encuentra lo complejo. Khantati
se hallaba en su plácido sueño, cuando sin querer, de él empezaron a brotar las
cosas que ahora conocemos: las estrellas, el firmamento, la tierra, las
plantas, los animales, el aire, el agua, el viento y el fuego.
— Para los
míos esa historia es algo diferente, pero al final tiene el mismo propósito: la
creación del mundo entero — agregó la
señorita Kukuri.
— Para
nosotros también hay otra versión — añadió Cloe—. En siete días Dios creó todo;
sin embargo a mí me gustan más estas otras versiones — comentó divertida y Joan
asintió, muy seguro de ello.
La señora Jaidev suspiró y esbozó una sonrisa:
— El gran Khantati vio toda la obra que había brotado sin su voluntad, y quedó tan sorprendido que dejó que todo siguiera tal y como ya se había creado. Sin embargo, se percató de que todas esas creaciones espontáneas necesitaban alimentarse para no perecer. Fue entonces que decidió llamar al Sol y pedirle que nos brindara su energía; o como nosotros lo conocemos: el soberano Hakan.
— El sol… — murmuró Albania.
— Al ser el hermoso Hakan el guardián de todas lascosas, Khantati decidió ponerlo sobre todas las demás creaciones, para iluminar todo el firmamento. Entonces dio un último vistazo a todo lo creado, y decidió dejarlo avanzar por sí solo.
Luiggi soltó un ronquido que nos distrajo por
un momento. La señora Jaidev sonrió y continuó:
— Los días
pasaron y los seres creados empezaron a desenvolverse en su nuevo hábitat:
animales, plantas, humanos, todos empezaron a vivir en armonía. El soberano
Hakan vivía solo, observando todo desde su lugar predilecto pero a fin de
cuentas solitario, por lo que Khantati decidió obsequiarle una hermana:
entonces creó a la Luna. No obstante el soberano Hakan continuaba en su
solitaria contemplación, ya que si bien la presencia de su hermana lo
acompañaba, aún había algo que no tenía.
— Aquí
viene mi parte favorita — agregó una joven que también se había sentado en una
de las mesas cercanas para escuchar la historia, tal y como otros más. La
señora Jaidev asintió:
— La
tierra observaba al soberano Hakan en su convivencia solitaria y de repente
sintió deseos de acompañarlo. Estos deseos, al ser tan fuertes, se convirtieron
en una pequeña semilla, y esta semilla, con el único propósito de convertirse
en su compañía, se transformó en Liu, la única flor que nació sin ser creación
de Khantati. La única flor que nació por voluntad propia, todo para acompañar a
Hakan en su eterna contemplación.
Sentí un ligero temblor al lado mío. Albania
aspiró algo de aire discretamente:
—
Entonces…esa flor… ¿nació solo para acompañar al solitario sol?
— Así es,
pequeña. Y eso es lo hermoso de la historia: el amor no fue creado, el amor
nació por sí mismo. El amor nació cuando un ser vio la necesidad de otro, y
quiso convertirse en el remedio de aquello que lo aquejaba.
La observé de reojo: los ojos se le habían
puesto llorosos.
¿Qué le
pasa? ¿Por qué está tan triste?
— Kukuriiii,
¿no vasss a cantarme la de la chica que
ssse ahoga? Esss mi favorita — insistió el hombre que seguía repitiendo el
nombre de “Marietta”.
— Bueno,
vamos a complacer al caballero — anunció ella animada.
— ¿La de
que la chica que se ahoga? — pregunté porque aún no había comprendido la
relación entre lo que nos habían contado y aquello.
— Como lo
mencioné, las historias de Hakan y Liu varían siempre: a veces contraen
matrimonio y tienen muchísimos hijos. A veces él nunca la encuentra, o ella no
llega a reconocerlo. En otras ocasiones se enamoran de otros, y no alcanzan la
felicidad.
— Porque
viven varias vidas — completó Albania y la señora Jaidev asintió.
El
violín de uno de los músicos inició un tema que desde la primera nota sonaba a
melancolía. Ahora que no había demasiada bulla, la voz de la señorita Kukuri
sonaba con mayor claridad. Tenía un tono soprano precioso, tan suave como
el de un ave cantando. Anastasia habría matado por llegar a las notas a
las que ella llegaba con tanta facilidad.
La
historia narraba las desventuras de un joven que solía pedirle matrimonio a la
chica que amaba. Ella, sin embargo, se negaba rotundamente debido a que deseaba
viajar a través del mar y explorar el mundo entero. El joven volvía a su casa
cientos de veces, con la esperanza de obtener un sí, hasta que ella le juró
aceptarlo después del último viaje que realizaría. “Iré a las costas, a ver a las sirenas, y cuando regrese, y mis ojos ya
hayan visto los últimos tesoros, al altar contigo llegaré”.
La
señorita Kukuri cantaba enfatizando las palabras con sus manos, como danzando
solo con los dedos: “ella decidió partir
al mar, él juró esperar. Espérame, amor mío, cuando la noche fallezca, mis ojos
volverán”.
Albania
escuchaba la canción tan atenta que por un segundo la vi con la mirada perdida,
casi como imaginando las escenas. Yo también lo hacía: veía a una hermosa joven
intrépida, trepándose a las velas de un enorme barco, y despidiéndose de la
orilla, rumbo al mar.
“La noche nunca acabó, de ella el mar se
enamoró. Duerme, amor mío, duerme bajo el mar. De ella el mar se enamoró, nunca
la quiso soltar”.
Sentí que
los ojos se me cristalizaron, pero a mi lado un sollozo se perdió. Elevé la
mirada cuando Joan se puso de pie y se sentó junto a Albania, la abrazó y soltó
una risa, pidiéndole que no llorara, que solo se trataba de una canción de
amor.
— Ya, tontita,
no llores — le pidió, y la besó en la cabeza. Albania soltó una pequeña
carcajada y dijo que era la canción más hermosa que había escuchado jamás. Se limpió
las lágrimas y se ruborizó al ver que todos la miraban. Cloe también
se acercó, y le dijo que al final, Hakan y Liu si se quedaban juntos, y le pidió
a la señorita Kukuri que cantara esa otra en la que tenían miles de hijos.
La señora Jaidev sonrió:
— Tu amiga
es una niña sensible — me comentó. Asentí: sé que Albania siempre se muestra
fuerte e indiferente, pero en el fondo siente las cosas con muchísima fuerza—. Y
además de todo eso…está muy enamorada.
Lo sabía. Está enamorada de él.
De Aniel.
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