NOCHE II


 

 

¡Te estoy hablando, Joan! ¡Joan!

He ahí Gisell.

¡WARF!

He ahí Petardo.

 Y yo te estoy escuchando así que deja de gritar tanto.

Y he ahí, obviamente, mi hermano.

 ¡Joan! ¡JOAN!

Pasos, pasos, más gritos, y aquí viene el típico...

¡BROM!

Sí, portazo, y ahora el suspiro lleno de furia:

    ¡Un día de estos va a terminar matándome! — oí, y distinguí la alarma de emergencia extrema.

Termina el desayuno pronto. ¡Termina el desayuno pronto!

Prácticamente me metí toda la tostada con mermelada a la boca y me ahogué con lo que quedaba de leche en el vaso. Corín me miró ceñuda, ya trayendo puesto el uniforme color verde oscuro de su nueva escuela; la mía no pedía uniforme.

Gracias a Dios no estábamos en la misma y no teníamos que irnos juntas.

Se puso de pie y salió casi al mismo tiempo que yo corrí al lavabo.

   ¡No sé qué problema tiene conmigo! — decía Gisell desde la sala.

Fregué con violencia mi plato y el vaso ya sin leche.

   No le hagas caso, mamá. Es un idiota desconsiderado — dijo ahora Corín.

Hui al segundo piso a la mayor velocidad posible, entré al sanitario del final del pasillo y me cepillé los dientes con fuerza.

¡Rápido! ¡Rápido!

   ¡Todo es por ella! — Caramba, ya empezó.

Tomé mi mochila, el estuche con mi violín y salí corriendo de mi habitación. Bajé las escaleras de dos en dos y visualicé la puerta principal.

Ya casi, ¡ya casi…!

   ¡¿A dónde te vas con tanta prisa?!

   ¡Llegaré tarde a la escuela! — grité desesperada. Crucé el umbral y cerré la puerta justo después de oír el tono fastidiado de Gisell, que claramente se quedó con ganas de lanzarme un par de gritos adicionales —. Vaya, apenas es lunes y ya empezamos así.

Me colgué en un hombro la mochila y en el otro el estuche del violín. Mmm, a ver, acabo de salir a velocidad luz de casa rumbo a la escuela. El problema es que…

   ¿Dónde queda?

Intenté ubicar entre las cosas que tenía en mi mochila el horario que Gisell me dio ayer: bien, aquí está la dirección así que no va a ser difícil llegar… Espero.

Dios, ¿por qué no puedo tener un primer día de clases normal? No sé, tal vez pensar en si le caeré bien a mis compañeros o algo así, y no estar huyendo de casa para evitar una retahíla de gritos.

Aunque si analizamos el asunto, creo que en esta ocasión Gisell tenía todo el derecho de estar como perro con rabia porque ayer, mientras acomodábamos las cosas, Joan no tuvo mejor idea que soltarle sin un anticipo que ya tenía una buena cantidad de dinero ahorrado para costearse la universidad. Y hasta ahí todo pintaba normal, sino fuera porque mencionó que la universidad a la que había postulado (y en la que ya había sido admitido) quedaba en Asiri.

Por lo visto el hecho de estudiar en Lirau, tal y como todos pensábamos, estaba muy lejos de sus planes.

»— ¿Qué? — A Gisell el rostro se le desencajó. Corín traía el mismo gesto y la verdad es que si hubiera podido verme a mí misma, a lo mejor las tres hubiésemos coincidido.

»— La mejor escuela de Medicina está en Asiri, así que supongo que volveré a vivir con el abuelo — sentenció en tono relajado.

»— ¿Qué cosa? — repitió Gisell que aún no procesaba la información.

Me acerqué a él y le quité la caja que traía en brazos para que por lo menos intentara mostrarse atento a la conversación. Forcejeamos un tanto (yo más seria porque él andaba riendo entre dientes) y finalmente Gisell se puso en frente, con las manos en la cintura y esperando que todo no se tratara más que de una muy mala broma de parte de su hijo mayor.

»— ¿Qué acabas de decir, jovencito?

»— Ya está todo hecho — agregó él con tranquilidad—. Ya me dieron los resultados: me aceptaron. Estoy adentro.

»— ¿Te aceptaron? ¡¿En serio?! — exclamé contentísima.

Iba lanzarme a abrazarlo, pero la mirada homicida de Gisell me detuvo.

Sí, no era momento para elogiarlo.

»— Joan… — le advirtió.

»— Lo siento: ya tenía planeado esto desde un principio. Es por eso que te pedí que no tomaras decisiones precipitadas — explicó muy suelto de huesos, y quise arrojarle la caja para que por lo menos quitara el gesto risueño de su rostro—. Las clases inician el próximo mes así que…

»— ¡Joan Maleri! ¡¿Puedes explicarme qué es todo esto?! — exclamó Gisell hecha una furia y no era para menos. Digo, la casa y toda la mudanza había sido más que nada para que él pudiera vivir con nosotras, y solo se concentrara en estudiar para el examen de acceso a la Universidad Principal de Lirau. Examen que recién se llevaría a cabo en tres meses.

»— No tengo nada que explicar. Creo que fui lo suficientemente claro.

»— ¡Por supuesto que tienes mucho que explicar! Me estás diciendo que no te importará ni un poco el esfuerzo que ha hecho tu madre para darte un techo en Lirau, ¡¿y aun así te regresarás a vivir con Alcides?!

Ahí recién comprendí a qué se refería mi hermano cuando me dijo que el abuelo no estaría solo por mucho tiempo.

Dejé la caja sobre uno de los sofás ya desempacados y corrí a la cocina a traer un vaso con agua. Gisell tiene una facilidad increíble para exasperarse, y sin agua va a terminar diciendo que colapsará por un ataque de nervios.

»— Déjalo, yo lo llevaré — me dijo Corín que me arrebató la botella de agua que acababa de sacar del refrigerador—. Eres tan hipócrita.

Me encogí de hombros, sin ganas de pelear con ella porque mañana era lunes y esos había que empezarlos de buena manera.

»— No me salgas con eso ahora, mamá, que tú más que nadie sabes que si compraste esta casa fue para restregarle al abuelo que no lo necesitabas más.

»— ¡Pero qué tonterías dices…!

»— Esta casa es lo suficientemente grande como para que vivan por lo menos tres personas más. El abuelo ya está viejo, y ni por eso pensaste en ofrecerle venirse con nosotros.

»— ¡Alcides está muy bien en donde está!

Me mordí los labios con fuerza porque Joan estaba diciendo todo lo que yo no me había atrevido a decir. Sé que el abuelo no quería dejar su casa en Asiri, pero tal vez si se lo pedíamos con amabilidad hubiera aceptado. De por sí la sonrisa altiva que traía Gisell cuando habló de los planes de mudanza, ya exponía directamente lo feliz que estaba por dejar su casa.

Y la verdad era que yo había tenido que entrar en el "equipaje" porque ella era mi tutora legal. De no ser por ley, yo también me habría quedado en Asiri.

Cosa que realmente hubiera preferido.

»— ¡No me hables en ese tono! Todo esto es por ella, ¿verdad? —  Corín apareció por el pasillo con un vaso en mano—. ¡Poniéndose a llorar como si Alcides fuera a morirse de tristeza! ¡No puedes echar tu futuro por la borda por ella!

»— ¡No metas a Sisa en esto! — refutó Joan. Me hubiera encantado decirle que no era necesario exasperarse por algo que a mí ya no me afectaba, pero hubiera empeorado la situación —. Yo también quiero al abuelo. Y, en primer lugar, el asunto es que quiero estudiar en Asiri porque como ya dije una de las mejores facultades de Pediatría funciona allá.

»— ¡Aquí hay universidades mejores así que ni me salgas con eso! ¡¿Por qué una estatal si puedes estudiar aquí en una particular?!

»— ¡Porque la que quiero está allá! — exclamó ofuscado. Me sorprendió oírlo de esa manera porque Joan rara vez perdía los estribos—. Escucha, mamá, ya tengo diecinueve años; soy mayor de edad así que...

»— No quiero que vuelvas a dirigirme la palabra. Eres igual a tu padre: ¡sin molestarse en pedir mi opinión jamás!

En fin, el asunto terminó así. Y creo que para hoy todo hubiera estado mejor, de no ser por Joan que no habló en todo el desayuno con nadie más que conmigo; y después, cuando Gisell le preguntó por su mutismo, él respondió que solo estaba cumpliendo su deseo de "no volver a hablarle jamás".

Gisell no es precisamente mi persona favorita en el mundo, pero tampoco puedo negar que mi hermano tiene casi un don innato para alterar a la gente cuando se lo propone.

   ¿Y tú, Bellota? — oí y me encontré con el causante de todo el alboroto. Petardo estaba a su lado con la correa puesta y la lengua afuera —. ¿Sabes dónde queda tu escuela?

   Salí corriendo de casa — le respondí agotada y con el horario en mano. Me preguntó que por qué y lo miré con mala cara—: ¿Es en serio, Joan?

Se encogió de hombros, aún de buen humor:

   Lo siento, Sisa. Por mi culpa seguro casi te atragantas con el desayuno. Siento muchísimo que el ambiente en casa sea tan tenso.

   ¡Santo Dios! ¡¿Joan Maleri con sentimientos de culpa?! ¡¿Quién eres tú…?! ¡Ayy!

Me aplastó la cabeza, como diciendo “suficiente”.

   Por cierto, ¡el abuelo Cides se pondrá muy contento cuando lo sepa! — añadí.

   Oh, ya lo sabe — ¡Pero qué sinvergüenza! —. Ayer, después de que mamá se pusiera a gritar como cabra loca, le hablé a la casa y se lo conté. Me respondió que era un maldito desconsiderado que mataría de un disgusto a su madre. — Mira tú, yo también estoy pensando algo parecido…  —. Pero después se lanzó a reír y dijo que arreglaría mi habitación; que era una pena porque ya había empezado a hacerle unos cambios para usarla como “almacén” pero bueno.

   No le creo. Ni siquiera cuando te fuiste el año pasado aceptó que remodeláramos tu habitación y guardáramos tus cosas.

   Bueno, sí, así es el viejo Cides. Dime, ¿tienes la dirección de la escuela? ¿O por lo menos el nombre?

   ¡Sí! Aquí lo tengo.

Le pasé mi horario y lo leyó con cuidado.

   Mmm, ah, ya; he pasado por ahí varias veces. Queda cerca a uno de mis antiguos puestos de trabajo.

   ¿La librería?

   Nop, cerca de la cafetería. — Ahh. Me quitó la mochila y la echó sobre su hombro—. Era un buen lugar. A la salida de clases muchas de las chicas venían a menudo: no está muy lejos. Al terminar todo el vecindario de Barbie — bromeó sobre nuestro nuevo vecindario —, estaremos en una zona más céntrica y no nos tomará más de veinte minutos llegar a pie. Después ya puedes irte en bicicleta si quieres, o en autobús. Ahora no creo que nos dejen subir con Petardo de compañía.

Caminamos de largo por toda la acera mientras me contaba todos los planes que tenía para cuando empezara la universidad: realmente estaba muy emocionado, aunque intentara fingir que no le interesaba demasiado.

Como había salido prácticamente a la fuga, había ahorrado varios minutos. Apenas eran las siete y media, y en el horario decía claramente que la puerta principal de la escuela se cerraba a las ocho de la mañana.

   Recién me doy cuenta: ¿el violín? — Asentí y le expliqué que a la salida me quedaría por ahí para afinarlo y de paso practicar un poco—. Sabes que no soy un hermano sobreprotector, pero ¿no sería mejor hacerlo en casa? Digo, aún no conoces toda la ciudad y…

   Bueno sí, pero…

“Gisell”, “enfadada”, y “tocar el violín”, no eran palabras que se unieran para producir algo precisamente agradable. Siempre que estaba disgustada me reprochaba que yo no tuviera consideración por sus dolores de cabeza.

   Sisa, eres mi hermana y ahora vives en esa casa, por lo tanto, también es “tu” casa. No le haces daño a nadie tocando el violín. No es lógico que no puedas hacer lo que más te gusta estando en casa. Deberías decírselo.

   ¡Sí, claro! Después también podría decirle que quiero el cuarto de Corín y que exijo su afecto como madre sustituta. Ah, y también que me pague la universidad más cara del país porque me lo merezco.

Joan soltó una risa y negó con la cabeza, mitad divertido, mitad en serio. Él sabía bien cómo eran las cosas entre Gisell y yo: no había forma de hacer lo que me sugería sin iniciar un altercado en el que yo llevaba todas las de perder. Después de todo, Gisell podría ser mi tutora, pero no tenía la obligación de darme un afecto que no sentía.

   Ah, Bellota. No es justo, nada justo.

   Cuando cumpla dieciocho volveré con el abuelo — sentencié con seguridad—. Y él no podrá decir nada porque ya seré mayor de edad, ¡y tampoco podrá echarme porque le daré pena!

   A quién no le daría pena tirar a la calle a una pobre bellota desvalida — bromeó y se ganó un empujón.

A medida que íbamos recorriendo la curvilínea hilera de casas, comprobaba cuánta razón Joan tenía: ¡el dichoso vecindario era tan perfecto como el de algún catálogo de inmobiliaria! En Asiri las casas eran igual de hermosas, pero aquí los jardines estaban meticulosamente cuidados y las cercas que delimitaban cada propiedad perfectamente pintadas: ¡todo tenía un aspecto tan impecable que ya hasta asustaba!

El sendero concluyó en una división: derecha e izquierda. Joan giró a la derecha mientras me comentaba lo grande que era la casa del final, al frente: un par de rejas negras la cercaban y la separaban de las demás. Jardín perfecto, dos árboles perfectos a modo de columnas, y una perfecta puerta principal de roble brillante en medio de las paredes perladas igual de perfectas. Al lado había una pequeña cochera ocupada por un auto negro, y por la parte superior dos pisos con volado exterior.

Oí que abrieron la puerta y no pude evitar voltear de reojo. Una pequeña niña que traía la típica vestimenta que usan las bailarinas de ballet (enterizo, tutú rosa y zapatillas del mismo color) salió dando brinquitos. Segundos después una mujer le siguió los pasos y ahí mismo un chico con gorra pasó velozmente junto a ella, casi sin mirarla y a toda prisa; no pude verlo bien porque salió en dirección contraria. Solo vi parte de su espalda mientras se alejaba; parecía algo enfadado por la fuerza con la que cerró la reja principal.

El auto negro que había visto pasó junto a nosotros: la pequeña niña que había visto iba sentada en el asiento del copiloto mientras la mujer maniobraba el volante con gesto decidido.

Vaya…

Es en serio, vuelvo a preguntarme cómo rayos Gisell ha conseguido una casa tan grande y a un buen precio en un vecindario como este.

   Bueno, Bellota, ¡llegamos!

Nos detuvimos frente a un edificio algo tradicional. Aquí, a diferencia del "vecindario de Barbie", se escuchaban las bocinas de los autos y la cantidad de personas se había, por lo menos, triplicado. Distinguí varios grupos de chicos y chicas conversando frente a los escalones de la entrada de la escuela, esperando que sonara la campana.

Joan me devolvió la mochila y me desordenó el cabello como siempre hacía (le lancé un manotazo a propósito de eso). Me agaché a acariciarle las orejas a Petardo que intentó darme de lengüetazos y pasó algo muy extraño, porque después de la carcajada que soltó mi hermano, juré que oí un par de chillidos ahogados provenientes de algún lugar cercano a la puerta de la escuela.

   Por cierto, ¿has cargado la batería del celular? — Iba a decir que “por supuesto”, pero recordé que desde nuestra llegada a Lirau ni siquiera lo había encendido. Joan negó con la cabeza—: Sisa, ¿qué te cuesta cargar el maldito teléfono?

   ¡Ya lo sé! — repuse fastidiada.

   No, no lo sabes. En caso de alguna emergencia, traer el celular encendido y con la batería “llena” es crucial. — Rodé los ojos, ya sabiéndome de memoria todo ese sermón —. Y no me pongas esa cara que soy tu hermano mayor — exclamó y me jaló las mejillas. Me deshice del agarre (ya ni sé para qué me peino porque el muy tonto volvió a desordenármelo todo), y cruzó la pista con Petardo que iba meneando la cola. Volvió a girar hacia la escuela y me gritó: "Cuídate, Bellota loca", y se fue.

Bueno, he llegado algo de veinte minutos antes, pero supongo que puedo entrar. Por lo que veo hoy el sol no va a salir, está demasiado nublado como para que se deje ver.

Me ajusté la mochila, el estuche del violín, y me dispuse a ingresar cuando...

   ¡Momento!

   ¡Ay!

Retrocedí casi por inercia ante las dos chicas que aparecieron como invocadas y me cerraron el camino: una dio un paso al frente y me observó fijamente. El cabello negro le caía a ambos lados del rostro a modo de cascada y solo un poco más arriba de la cintura.  Tenía la piel de un dorado hermoso, y sus ojos oscuros resaltaban bajo las enormes pestañas que le darían cierto aire coqueto, de no ser por la mirada de asesina en serie que traía.

No, Dios, ¿y ahora qué?, pensé de mala gana.

   ¿Lo conoces?  — me lanzó seriamente. Tragué despacio, recordando las palabras de Joan sobre el balance adecuado que uno debe aplicar para iniciar de la mejor manera la escuela: ni muy fácil de amedrentar ni muy difícil de tratar.

Aunque no sé muy bien cuál es el camino adecuado, si ni bien llego ya aparece una chica que me está mirando como si hubiese matado a un cachorrito y exigiera mi ejecución inmediata.

   ¿Di-disculpa? — repetí intentando sonar amistosa, pero las condenadas cuerdas vocales se me tensaron y solo salió algo parecido a una voz de pito.

   Joan — indicó: me pregunté por qué el tono tan severo—. ¿Lo conoces?

   ¿Eh? ¿Lo conoces? — repetí la pregunta como un loro.  La desconocida elevó una ceja, obviamente pensando que estaba burlándome de ella—. ¡Lo digo porque yo no conozco a sus amigos de Lirau! — expliqué rápidamente.

   Ya déjalo, Loi — añadió la otra: traía el cabello rubio oscuro sumamente corto y un par de enormes gafas cubriendo sus ojos azules. Los jeans desteñidos y la camiseta ancha le daban un look muy a lo estrella de rock—. Con lo último acaba de confirmárnoslo.

   ¿En serio lo crees? — se cercioró la que por lo visto se llamaba Loi, y me perdí en el espacio cuando se abrazaron mientras fingían un llanto exagerado—. ¡Debí hablarle el año pasado en vez de solo ir a tragar todos esos kilos de carne y papas fritas!

   Pues sí, y ahora que lo mencionas, realmente me pregunto cómo rayos sigues con esa cintura. De ser tú, yo ya estaría hecha una bola.

   Ah, no te hagas, Etel. Sabes bien que con las sesiones de práctica de Inés, “la loca”, lo raro sería que estuviera de otra forma. — Suspiró con cansancio y después se acomodó el cabello —. A veces pienso que es un androide, nunca se cansa... ¿Mmm? — Se me quedó viendo con curiosidad, como si nunca me hubiera encarado de manera tan sorpresiva, y me puso una mano sobre el hombro en gesto de resignación —: Bueno, ya no se puede hacer nada. Cuídalo mucho: es un gran chico.

   ¿Ah?

Estas...estas chicas...

¡Estas chicas piensan que salgo con Joan!

   Oye, no ha dicho nada gracioso — me reprochó la otra (Etel si no me equivoco), cuando me entró la risa loca.

   Déjala, así debe sentirse el sabor de la victoria — añadió Loi melodramáticamente—. Está riendo porque sabe que ha ganado y...

   ¡Ay, ay! — Me encogí un poco, tratando de recuperar el aire después del condenado ataque de risa—. No, no...no es eso. Él y yo no salimos. ¡Es mi hermano!

   ¡¿Tu hermano?! — gritaron y después me arrepentí porque empezaron a zarandearme con fuerza mientras chillaban emocionadas.

El estuche del violín y mi mochila chocaban entre sí por el movimiento.

   ¿Estudiarás aquí? — me preguntó Etel entusiasmada.

   Ehh, s-sí.

   ¿Cómo te llamas? — ahora fue Loi.

   Sisa, Sisa Daquel — respondí mientras prácticamente me llevaban con ellas a la entrada de la escuela.

   Eso significa que él es Joan Daquel, ¿verdad?

   Eh…bueno, hay ciertas cosas… — Era complicado explicar todo así que…—. Es mi hermano, pero tenemos apellidos diferentes. Él es Maleri, Joan Maleri.

   ¿Eh? ¿Y eso cómo? — Claramente Etel iba a insistir con el asunto, pero Loi le lanzó un codazo que intentó hacer discreto: falló ante el chillido de dolor que lanzó la primera cuando le impactó las costillas—. ¡Ayayayy!

   No te preocupes, los líos entre padres, apellidos e hijos son bastante comunes en esta época — me dijo y miró con reproche a su amiga que le reclamó con un "¿Qué?"—. Mi nombre es Loi Amira y ella es Etel Franco. ¿El bachillerato lo llevas aquí? ¿Eres nueva?

Asentí, y repentinamente me vi ya dentro de la escuela, caminando por un largo pasillo repleto de estudiantes.

   La escuela no es nada del otro mundo, pero vas a sentirte bastante cómoda.

Ambas empezaron a lanzarme información sobre los clubes, eventos, profesores y también mencionaron que el primer día de clases la entrada solía ser hasta las nueve (genial, podía haber dormido una hora más); y al terminar me contaron brevemente que habían conocido a Joan el año pasado, cuando pasaron por la cafetería y lo vieron atendiendo una de las mesas.

   Bueno, la palabra “conocer” tal vez esté mal empleada — me explicó Etel —. Lo vimos, nos pareció guapísimo, así que decidimos...

   ¡...ir a verlo a la cafetería siempre que pudiéramos! — concluyó Loi, tan emocionada como si hablara de un artista famoso al que había podido ver en persona.

No me asombró demasiado porque de sobra sabía lo popular que Joan era con las chicas (él mismo se encargaba de repetirlo). En Asiri era igual: incluso algunos de mis compañeros de escuela tuvieron la desfachatez de pedirle que compartiera sus “acertados conocimientos sobre flirteo”.

   Hablábamos con él de la escuela mientras nos tomaba los pedidos: ¡y a veces hasta nos ayudaba con las tareas de Matemáticas y Biología! Pero nunca intentamos acercarnos más — añadió Etel desganada—. Y la verdad no sé por qué no lo hicimos. Parece bastante accesible a diferencia de…

Nunca supe a diferencia de “quién” porque alguien gritó por atrás “¡Oye, Franco!” y la interrumpió.

Nos detuvimos para que un hombre de camisa gris se acercara, negando con la cabeza:

   ¿Y ese corte de cabello?

   ¿No le gusta? — le preguntó Etel alegre.

   Bueno, por lo menos este año no está de color verde — admitió con las cejas en alto—. Ya sabes, las inscripciones para el club se abren mañana. Puedes traer a tu nueva amiga si quieres. Te diría que traigas a Amira, pero ya sé que está comprometida con la profesora Inés.

   Ok, no se preocupe. ¡Haré todo lo posible para capturar muchos peces gordos! — le respondió Etel con convicción. El hombre asintió, nos pidió que nos apresuráramos y después se perdió por el otro pasillo, mientras amonestaba a dos chicos por ingresar con un parlante a todo volumen.

   Es el profesor Ademar — me explicó Loi—. Es el encargado del club de Dibujo y pintura.

   Y cada año casi ruega para que le caigan más alumnos — añadió Etel con algo de congoja—. Es muy buen maestro. Estudia Medicina en la universidad y este es su trabajo a medio tiempo. — ¡Medicina! ¡Igual que lo que estudiaría Joan! —. Si tiene menos alumnos en cualquier momento van a cerrarle el club. Al principio me inscribí con él porque parecía el menos severo, pero después de dos años como que realmente me he enganchado con todo este asunto de la pintura.

   Ya veo…

   ¿No te gustaría inscribirte? — me preguntó emocionada.

La verdad era que había venido con la esperanza de encontrar un club de música al que poder unirme y practicar con el violín (y de paso encontrar una excusa para mantenerme fuera de casa), pero ambas me dijeron que solo existía un club de coro como lo más cercano así que finalmente acepté ir a inscribirme mañana.

Etel me agradeció profundamente que lo hiciera, y Loi me explicó que a ella también le gustaría unirse, pero que su estadía en el club de danza estaba casi “soldada” así que ni para poder escoger otro.

   Loi practica ballet con la misma profesora que enseña Danza aquí, así que…

Recordé fugazmente a la pequeña del tutú rosa que vi salir de la inmensa casa de mi vecindario.

   Dilo con todas las palabras, Etel: la loca de Inés me monopoliza, así de simple. — Le pregunté que por qué y se encogió de hombros —: La verdad es que soy bastante buena — puntualizó satisfecha, y nos indicó que subiéramos por las escaleras del costado ya que por lo visto también estábamos en la misma sección.

Loi tenía…bueno, no sé cómo explicarlo. Etel y ella se veían muy amigables, pero Loi… Loi me transmitía una sensación de familiaridad muy peculiar. Como cuando vez a una persona después de un largo tiempo, pero aún recuerdas a la perfección.

   Así que Asiri — me dijo con interés. Ya estaba dentro del salón que me correspondía y sentada junto a Etel; Loi estaba en el asiento de adelante —. Suelo ir con frecuencia allá a visitar a mis tíos favoritos. Es una ciudad muy bonita. Tiene una parte en las afueras que aún conserva mucho de campo.

Esa era la parte en la que se ubicaba la casa del abuelo.

   Nunca he ido — agregó Etel decepcionada. Le conté sobre los campos de trigo que terminaban en bosques inmensos, sobre el aroma a viento frío, los riachuelos tranquilos, y quedó maravillada.

Me dio algo de tristeza porque recordé que solía correr hacia allá cuando terminaban las clases. Era un buen lugar para practicar.

   Te gustan mucho los lugares tranquilos, ¿verdad, Sisa? Dime, ¿ya has pasado por el bosque Izhi? Está antes de llegar a la playa; muy cerca de la escuela. — Negué con la cabeza: la verdad lo único que conocía de Lirau era el vecindario al que nos habíamos mudado.

Que me hablaran de un bosque cerca al mar me produjo una curiosidad insana. Pregunté cómo podía llegar, pero Etel sugirió que de preferencia fuera con ellas porque cabía la posibilidad de que me perdiera o sufriera un accidente, ya que había ciertas zonas engañosas llenas de arbustos que terminaban en precipicios directos al océano.

Bueno, si me lo dicen así mejor espero.

   Tranquila, te prometo que iremos — me dijo Loi amablemente —. Pero esperemos a un día no tan nublado. Si llueve los caminos se llenan de lodo, se ponen resbalosos y...

   ¿A Izhi? — oí detrás de mí —.  ¿Es que acaso ya encontraron a un miembro más para el club del “famoso-anónimo-solitario-que-viendo-el-mar-se-ve-muy-profundo-y-genial”? 

Elevé la mirada y me encontré a un chico de gorra roja. Aventó su mochila sobre la carpeta junto a la de Loi, se desparramó sobre el asiento y después giró:

   Por Dios, Loi, Etel: ¡creí que este año serían más maduras y dejarían de andar acosando a chicos antisocia...! — Se quedó en silencio y me inspeccionó de pies a cabeza; solo para sonreír enormemente, completamente animado —: ¡Año nuevo...!

   Ay, no, cállate Tomas — bufó Etel.

   ¡...chicas nuevas! ¡Wuuhuuuu! ¡Y encima linda! ¡No pido más!

Me sobresalté bruscamente: el grito había sido tan fuerte que todos voltearon a vernos.

   ¿Quieres callarte, idiota? ¡La estás incomodando! — lo sermoneó Loi y le bajó la gorra hasta cubrirle los ojos: se lo agradecí porque no sabía cómo responder algo semejante —. No le hagas caso, Sisa. Es de esos que siempre buscan salir con las chicas nuevas.

   ¡¿Por qué le dices esas cosas?! — reclamó él —. Hola, soy Tomas Gerdau, y todo lo que te hayan dicho estas malas amigas sobre mí ¡es completamente falso!

   Ni siquiera te habíamos mencionado — añadió Etel en plan de burla.

   Soy Sisa…Daquel — me presenté algo indecisa. Estreché su mano y pude apreciar una gran variedad de brazaletes adornando su muñeca. Le sonreí, y se inclinó como si le doliera el pecho, solo para exclamar que mi sonrisa acababa de dispararle al corazón.

De acuerdo, no sé cómo responder un comentario así.

   ¡La asustas, animal! — le reprochó Loi y lo golpeó con el cuaderno que acaba de sacar de su alforja.

   Ehh, de... ¿a qué se refería con el club del "anónimo solitario"? — me apresuré a cambiar de tema cuando volvió a mirarme fijamente—. ¿Acaso mi hermano...?

   Oh, no, Sisa, no te preocupes. No se refería a él — me respondió Loi. Tomas exclamó: "¡¿su hermano?!" y ahora Etel le bajó la gorra, ignorándolo olímpicamente —. Lo que pasa es que hay un chico, no, no es Joan, y él...

   Ejem, ejem, clase, ¡buenos días!

 Todo el jolgorio en el aula se apagó, porque un hombre bajito y de mediana edad ingresó y se instaló al frente: era el director. Empezó con toda la charla esa de “apertura del año escolar”, “último año antes de iniciar la universidad”, y pidió que prestáramos atención.

   Más tarde te cuento — me susurró Loi girando. Saqué el block de notas que había traído y después Tomas volteó, me dejó un papelito en la carpeta y volvió a su postura correcta.

Etel me sonrió y después se enfocó en la pizarra.

Desplegué la notita doblada en cuatro y...


 

Mucho gusto, Sisa.

No sé si tus ojos son verdes o grises

el punto es que son hermosos.

 

"Enrojecimiento de rostro" en tres, dos, uno.

Vaya, así que así se siente una cuando se ruboriza en demasía.

 

 

»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«

 

 

   Bueno, chicos, nos vemos mañana. No olviden que dentro de unas semanas empezaremos con las pruebas de Orientación vocacional, así que vayan pensando qué cosa les gustaría hacer después de terminar el bachillerato.

Las clases concluyeron exactamente a las tres y cinco, y yo ya traía la batería del celular completamente llena gracias a Loi que me prestó su cargador. La tutora del aula hizo que los nuevos nos presentáramos antes de iniciar la jornada y para mi buena suerte no fui la única. Había un chico y una chica más en calidad de recién llegados así que el típico asunto de ser el punto de atención por la condición de "novedad" no se aplicó en este caso. Me despedí y salí del plantel muy contenta porque Etel, Tomas y Loi parecían muy amables y ya tenía con quien hablar los próximos días.

Estaba por cruzar rumbo al paradero de autobús que Joan me había indicado para volver a casa, cuando sentí que el estuche del violín me golpeó en la parte posterior.

Bueno, tal vez podría darme un pequeño paseo por la ciudad en lo que de paso busco algún lugar tranquilo para practicar un poco.

En medio de mi caminata di con la escuela de Corín. La distinguí en medio de un grupo de chicas y chicos: por lo visto ella también había hecho amigos con facilidad. Se dio cuenta de mi presencia, y me hizo un gesto con la cabeza.

Bien, ya comprendí: debo seguir caminando como si no la hubiera visto. No es extraño que no me quiera cerca de sus amigos; en Asiri era igual.

Seguí con mi recorrido: ¡Lirau era enorme! Había una gran cantidad de edificios inmensos y centros comerciales por doquier. También demasiado ruido provocado por las bocinas de los autos y la gran cantidad de gente que circulaba por las calles. Me di una larga caminata en lo que iba conociendo todo, y después de pasear sin rumbo aparente di con una calle larga que culminaba en un malecón.

Me acerqué entusiasmada porque era más que obvio qué producía ese panorama de inmensidad.

El mar.

   ¡Vaya!

Me apoyé sobre el muro de cemento y observé hacia abajo: la playa se veía al completo desde aquí. Estábamos por empezar el otoño, y a lo mejor para muchos el mar se aprecia mejor en verano, pero para mí los tonos grises que lo acompañaban lo hacían hermoso. Por el lado derecho, a lo lejos, distinguí una gran cantidad de árboles que formaban juntos una frondosa mancha verduzca antes de llegar al océano. Por lo que me dijeron las chicas, ha de ser el bosque Izhi.

Tirité un poco cuando la brisa me golpeó el rostro (estaba haciendo más frío que en la mañana). Esto de poder venir a diario a pararme aquí, a contemplar todo esto, como que me está emocionando un poco.

Saqué el celular y marqué el número de la casa del abuelo. Me contestó muy animado y aproveché para narrarle con lujo de detalles mi primer día en la escuela. Me felicitó por haber hecho amigos tan rápidamente, charlamos un poco sobre la repentina noticia de Joan y su retorno a Asiri, y después me despedí porque ya debía volver a casa.

Prometió llamarme mañana, y al final quedamos en que lo haríamos de manera intercalada.

   Adiós, abuelo. Cuídate muchísimo.

   Sí, Cachorra, igual tú.

Volví a casa a eso de las seis porque no había avisado que demoraría. No tuve tiempo para buscar algún lugar tranquilo así que al final no practiqué nada con el violín.

Al terminar la cena, tomé la correa de Petardo, como era costumbre, y se la puse para salir a dejar la basura en los cubos de afuera. Aprovecharíamos para darnos el paseo nocturno que solíamos tener con el abuelo Cides en Asiri.

Hay algo muy peculiar en el cielo de Lirau: no se distingue ni una condenada estrella; y como estamos con luna llena lo único que ilumina todo alrededor, a parte de los faroles que hay cada dos casas, es su luz blanquecina. Se ve enorme: parece un gran queso suspendido en el cielo.

Me acomodé la bufanda porque estaba corriendo muchísimo viento. Exhalé y contemplé el humo blanco en el que se convirtió mi aliento por el frío de alrededor. Petardo me contempló tan ensimismado que no pude evitar tomarlo por la cabeza y zarandearlo un poco. Intentó luchar dando brincos y finalmente, con su enorme cuerpo de perro policía, me derribó para darme de lengüetazos.

   ¡Ya, ya! ¡Petardo! ¡Basta! — reclamé empujándolo por la panza; me miró con la lengua afuera casi como burlándose de mí.

Así todo gordo y grande es precioso.

   Un par de cuadras más y retornamos, ¿de acuerdo?

Le quité la correa y lancé la pelotita que tenía en el otro bolsillo. Corrió velozmente, la atrapó y vino trotando con ella en el hocico. Tuvimos una lucha de aproximadamente diez minutos para que me la entregara. A veces creo que lo hace solo para molestarme, porque con Joan y al abuelo nunca batalla tanto como conmigo.  

Ya más tarde me incliné para ponerle la correa de nuevo; entonces escuché el sonido de una puerta abriéndose. Giré con curiosidad y recién me percaté de que estaba a un par de metros de la casa con rejas negras que vi por la mañana. Las luces del pórtico estaban encendidas, y una figura salió.

Algunas voces provenientes de adentro se dejaron oír, pero no logré captar lo que decían. La silueta que había visto cerró la puerta de golpe, sin importarle que las voces aún sonaran, y cruzó velozmente el pequeño sendero hasta la entrada principal de la casa.

Me reincorporé lentamente cuando lo vi abrir las rejas. Se trataba de un chico de complexión delgada, vestido completamente de negro, incluida la gorra ajustada que traía puesta, y que se quitó de manera brusca: al parecer era el mismo que había visto por la mañana.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al ver sus brazos desnudos: ¡cómo podía estar en camiseta en medio de este intenso frío!

Volteó hacia diferentes direcciones, como si alguien lo hubiese llamado, y después se enfocó en mí, que andaba mirándolo sin mucho recato que digamos. Petardo lanzó un ladrido y se puso a saltar como loco, queriendo ir en su dirección. Tuve que echarme hacia atrás, tirando de la correa, para evitar que me llevara a rastras consigo.

¿Y ahora qué…? pensé con algo de nerviosismo cuando el desconocido empezó a acercarse. Fingí buscar algo en el bolsillo de mi suéter para no tener que verlo, pero para mi mala suerte elevé la mirada cuando apenas iba pasando junto a mí. Era muchísimo más alto que yo, traía el cabello marrón algo desordenado por haberse quitado la gorra de manera brusca, y sus ojos tenían muchísima fuerza al enfocarse en un punto en particular.

Bien, sé qué expresión he de haber puesto en ese preciso momento: la de la típica chica deslumbrada que, por lo visto, nunca ha visto a un chico guapo.

Si no pareciera estar a punto de matar a alguien, hasta diría que tiene rostro angelical.

Me lanzó una mirada que me avergonzó muchísimo (casi pude oír el “¿qué miras?”), pero no me dio tiempo para más porque volteó hacia el frente y se pasó de largo. Petardo por otro lado continuaba sacudiéndose tan frenéticamente que provocó que cayera sentada contra el pavimento

¡BROM!

   ¡Ay!

Gracias a Dios el chico no volteó o no hubiese podido soportar la humillación.

Oí que la puerta de aquella casa volvió a abrirse: la mujer que también había visto por la mañana apareció, y se quedó observando la ruta que él había tomado.

Me quedé sin saber qué hacer porque el momento resultaba un tanto incómodo: era como si hubiese sido testigo de alguna especie de riña familiar. Un hombre apareció junto a la mujer y después de tomarla delicadamente por los hombros la obligó a ingresar a casa.

¡WARF!

Reaccioné ante el ladrido de Petardo y regresamos. Gisell me regañó por demorarme demasiado; no me había dado cuenta de que ya eran las once de la noche.

Oí a Corín charlando por su celular cuando pasé por el pasillo; Joan había salido con sus amigos. Ingresé a mi habitación y comprobé, extrañamente, que la escena que había presenciado allá afuera me había dejado un tanto intrigada.

¿A dónde habría ido aquel chico?

Si esto fuera una película o una serie de moda, él tenía toda la pinta del personaje rebelde que tiene una novia de portada de revista y es el líder de una banda. Y a lo mejor en este capítulo, que es la introducción a su vida “cotidianamente extraordinaria”, probablemente había salido a encontrarse con la susodicha, o a enfrentar al líder de la banda opuesta que también estaba interesado en ella.

Pensé en eso, y automáticamente comprendí que tenía un don innato para malos guiones de telenovelas.

Me aseé y me cambié ya para dormir. Ya recostada en la cama, me quedé un buen rato observando las fotos que ya había ido pegando en el techo.

Vaya, ahora que lo pienso… Tal vez era el mismo chico que vi caminando de madrugada: ¿es que acaso no duerme? Y los señores que vi en el pórtico, ¿serían sus padres?

Me reincorporé y saqué el violín para practicar un poco…pero repentinamente sentí un bajón emocional inexplicable. He visto en miles de películas y series el asunto ese de "padres vs hijos adolescentes"; incluso he sido testigo de varios ejemplos entre Joan y Gisell. Es muy normal que existan peleas en esa época por todo eso de choque de generaciones que suelen repetir los de apoyo psicológico en la escuela; pero…es la primera vez que siento que realmente hay casos en los que parece que las cosas van realmente mal. Gisell y yo no tenemos una relación precisamente afectuosa, pero nunca hemos llegado a un punto en el que la convivencia parezca insoportable.

Sé que está mal lanzar conclusiones a la ligera. Yo no conozco de nada a ese chico, pero recordarlo alejándose sin decir nada como que me ha dejado un tanto... ¿cuál es la palabra? ¿Aturdida?

Tomé el arco y lo pasé por una de las cuerd...

   ¡Mamá, debo dormir! — chilló Corín desde su habitación.

De acuerdo, la sesión se acaba.

   Ya, sí, es tarde. Lo guardaré — anuncié alto para que se escuchara hasta allá.

Me eché sobre la cama y me entretuve un par de minutos imaginando posibles respuestas para el comportamiento de aquel chico. Desde que sus padres no aprobaran a su novia y eso lo ponía así de furioso; hasta que era adoptado y no se sintiera del todo adaptado. Casi…

Casi como yo.

No sé en qué momento de mi "profunda" reflexión caí dormida, y a las tres de la mañana mis ojos se abrieron de golpe. Me encontré con las fotografías de mi techo, tal y como había sucedido ayer.

Me puse de pie y nuevamente descorrí un poco las cortinas de mi ventana. Creo que esta vez no fue para ver si me encontraba con algún duende en plena celebración; sino que inconscientemente quería comprobar si “alguien” andaba dando paseos nocturnos bajo la luz de la luna.

Pero nadie pasó.

La calle permaneció en completa soledad.



»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«


📖➡️SIGUIENTE NOCHE
O adquirir el libro completo.



¿UNA CERVEZA?🍺
Si te  gustó el contenido
siempre puedes invitarme una cerveza aquí💜

donaciones-fransuh


Comentarios

Entradas Populares