NOCHE VII


 

  ¿Sisa?

  ¡SISA!

¿Eh?

¡POM!

Auch, ¿qué fue eso?

Enfoqué la mirada: varios rostros aparecieron formando un círculo alrededor de mí que, acabo de darme cuenta, estoy sobre el piso del gimnasio.

  Daquel, ¿estás bien?

El rostro de la profesora de Educación Física también apareció:

  La pelota te ha dado de lleno en la cabeza. — Etel me ayudó a ponerme de pie; la coronilla me ardía como nunca—. Tal vez debas ir a la enfermería…

  ¡Yo la llevaré! — reconocí la voz de Tomas.

Etel lo golpeó con el codo y se ofreció en su lugar.

  Oye, Bellota, esto ya es grave— me reprendió rumbo a la dichosa enfermería. Nunca se me había pasado por la cabeza que las pelotas de voleibol eran realmente duras —. Estás sumamente distraída. Vamos, dime ¿qué tienes?

Fruncí los labios sin dejar de sobarme la parte vulnerada: « ¿qué tengo?», mmm bueno, esa es una pregunta que yo misma me llevo haciendo desde el miércoles y la respuesta es muy sencilla: creo que estoy volviéndome loca y eso, obviamente, me asusta un poco.

Aún no estaba del todo segura de lo que había sucedido después de salir del museo. O bueno, lo que sucedió “supuestamente” en mi sueño. Y si fue un sueño, ¿cómo demonios reconocí situaciones antes de que sucedieran como toda la charla con Loi y Etel? Además de incluir a una persona a la que no había visto jamás: ¡la chica de rojo!

Aquel día llegué a casa sumamente confundida así que decidí hacer lo mismo que la abuela Marlene hacía cuando sentía que pasaban cosas extrañas a su alrededor: escribirlo. Escribí todo lo que recordaba sobre el extraño suceso, y después me puse a analizar cada pasaje con cuidado. A eso de las doce de la noche, cuando ya estaba cansada de romperme la cabeza con el asunto, resolví el buscar mañana al causante de toda mi confusión mental: Alen Forgeso, y preguntarle de manera directa qué era su amiga y qué era el mismo.

Sonaba descabellado, sí… Eso mismo pensé a la mañana siguiente, cuando desperté.

Recuerdo que tomé la hoja con todo lo que había escrito y me pareció tan ridículo que arrugué el papel sin contemplaciones. Era más que obvio que había sido un sueño; el pensar siquiera en otra respuesta era de lo más ilógico.

Es más, ahora que intento recordar mejor, sé que había una chica en mi sueño, pero ya ni siquiera distingo su rostro, y tampoco estoy tan segura de que hubiera estado vestida de rojo. Todos los pasajes me parecían incoherentes y borrosos, a excepción de lo último: estaba casi segura de haber oído a la tal Auriel decirme por la espalda algo de que “pudo ser pasado”. Así que si me la volvía a encontrar, iba a preguntarle de frente a qué se refería con eso para comprobar si estoy loca o sorda, o tal vez ambas cosas.

Lo más raro de todo era que estaba sintiendo lo mismo de aquella vez en el bosque Izhi: que estaba olvidando eventos importantes. Ahora, por ejemplo, cuando evoco aquel día, a mi mente solo viene el hecho de encontrarme con Zara Lagares; y después me veo a mí misma en la playa, tocando el violín. Él, Alen Forgeso, apareció un par de minutos después y creo que tuvimos una breve charla sobre los gritos de las leyendas de Izhi. Sí… ¿verdad? Porque no logro rememorar más.

Además, analizando mejor el asunto, si el suceso después de lo del museo hubiese sido real no me sentiría tan calmada como me siento con respecto a ello. Es decir, si esos dos hombres y la mujer me hubiesen atacado, creo que por lo menos me sentiría llena de temor ante la idea de salir. No es un pasaje que se supere inmediatamente. A menos, claro, que alguien tuviera el poder suficiente como para manejar mis emociones o algo así; y de paso para retroceder el tiempo. Cosa que sonaba completamente a película de ciencia ficción y le daba una invalidez completa.

Mmm, tal vez deba ir a hacerme un chequeo médico o algo.

  Ponte esto sobre la cabeza — me dijo la enfermera y me pasó una bolsa con hielo. Se lo agradecí muchísimo —. No ha sido nada. Dentro de un par de minutos creo que ya podrán regresar a clase. — Nos sonrió y se fue para la otra habitación, en donde iba registrando a los alumnos que ingresaban a la enfermería.

  Sisa…— me llamó Etel cuando nos quedamos solas.

  ¿Mmm?

  Oye… ¿es que acaso estás así de distraída po-por...? — La miré con curiosidad por el balbuceo nervioso—. Ok, ¿es que acaso te has deprimido por lo de la novia de aquel chico, Alen? — ¿Ah? — Sé… ¡Sé que Loi y yo te repetíamos insistentemente que tendrían un maravilloso futuro juntos! — Elevé una ceja, divertida—. ¡Que se escaparían en una motocicleta y que después alguien se encargaría de escribir su historia como una de las más grandes novelas de romance de los últimos tiempos! ¡Pero si al final él no es el indicado, después llegará uno más apuesto, que valdrá la pena y…! 

Etel me miraba tan apenada que comprobé lo que Loi me había dicho una vez:

»— Ella es tan enamoradiza que, si pudiera, su vida sería una novela romántica. Con tragedia y todo eso incluido.

No pude evitarlo y rompí a reír con fuerza. La cabeza me dolió así que me detuve:

  No es eso, Etel — volteé la bolsa de hielo sobre mi cabello —; es solo cansancio, y... también está lo de Joan. Ya sabes...

Mi hermano partiría a Asiri pronto; Corín y Gisell serían las únicas personas con las que estaría en casa, y eso me estaba desquiciando un poco.

Y con respecto a Alen Forgeso. La verdad es que más allá de que se me haya aparecido en un sueño de lo más raro, no me interesaba absolutamente nada. Si tenía novia o no era algo que me tenía sin cuidado.

  Me parece muy extraño que la loca de Loi no haya venido a clases — comentó Tomas a la hora de salida.

  Mmm, seguro mañana nos cuenta — añadió Etel pensativa —. Acaba de enviarme un mensaje al celular diciendo que mañana vayamos a buscarla a su ensayo.

  Lo más probable es que la muy malvada vaya a restregarme en la cara que ya le llegó el álbum de JOBEY — se quejó él fastidiado.

Quedamos en encontrarnos mañana, sábado, en un centro comercial conocido. Me despedí de ambos y más tarde ya estaba caminando rumbo a casa porque no me sentía con ánimos de practicar con el violín.

  Ya llegu… ¿mmm? — Cerré la puerta desconcertada por tanto silencio. Dejé la mochila en mi habitación y en el recorrido comprendí que no había nadie en casa.

Cuando volví al primer piso, Petardo se me acercó con la lengua afuera y algunos rastros de croquetas en el hocico: supuse que había terminado de almorzar hace poco. Seguramente Joan le dio de comer y después salió. O Gisell, que para esta hora ya debió salir de la oficina; o Corín que volvió de la escuela y también salió. Quién sabe.

Aproveché para llamarle al abuelo; me respondió muy contento. Le conté de manera veloz la salida del miércoles y después me preguntó si estaba bien.

  ¿Eh? Sí, abuelo, todo bien.

  ¿En serio, Cachorra? — Lo oí algo preocupado; le pregunté por qué—. Mmm, bueno, como te quedaste en silencio…

  Lo que pasa es que no recordaba bien qué hicimos ese día y…

  ¿Cómo? ¿Pero eso es posible, hija? ¡Tu cabeza es la de una saludable chiquilla de diecisiete años!

  Creo que es cansancio. Aún no me acostumbro a mi nueva habitación, ya sabes. No, no pasa nada — le resté importancia. Me pidió que intentara relajarme y dormir las tan recomendadas ocho horas completas; charlamos un poco sobre Joan que ya estaría muy pronto por allá, y después me despedí de él.

Ahora sí, en serio, realmente siento que estoy olvidando pasajes y me da miedo decírselo al abuelo porque podría preocuparlo. Y si se lo cuento a Joan tal vez solo consiga que posponga su viaje a Asiri, cosa que me alegraría por un lado pero por el otro resultaría fastidioso, porque tiene que ir a hacer todos los trámites de Admisión, así que mejor no.

  ¿Paseo? — le pregunté a Petardo que ya había empezado a caminar alrededor de mí con esos andares de “sácame a pasear o morderé todo lo que pueda”. De paso salía a despejar la mente un poco.

Es odioso sentir que hay cosas que no recuerdas, y es aún más odioso el pensar que los eventos que estoy olvidando han pasado esta misma semana, así que ni siquiera tengo como excusa el “tiempo” para mi falta de memoria.

Tal vez podría contárselo a Loi, o a Etel; y tal vez incluir también lo del extraño “sueño” que tuve en el muse...

¡WARF!

Salí de mi letargo ante el ladrido de Petardo y sus movimientos frenéticos.

¡Ay, no!

  Petardo, ¡Petardo, no! — mascullé intentando detener su avance—. ¡Petardo!

Ya, ok, esto es una especie de conspiración en mi contra o algo así. Quería evitar a toda costa cualquier cosa que se relacionara con el extraño de Alen Forgeso, pero si lo primero que hace mi perro es soltarse la correa y lanzarse rumbo a su casa, no me quedan muchas opciones para hacerlo.

Troté un poco en lo que seguía la curva, rogando que no hubiera nadie afuera. Para mi buena suerte solo estaba la pequeñita que vi la vez pasada, abrazando el peludo cuello de Petardo mientras él meneaba la cola, muy contento.

  Parece que le caes muy bien — comenté al llegar. Ella abrió los ojos y de un salto se puso frente a mí, con una enorme sonrisa. El vestidito color marfil y las onditas de su cabello me enternecieron.

No pude evitarlo y me agaché para saludarla como correspondía:

  Naina, ¿verdad? — le pregunté y ella asintió con energía.

En la acera había un set de juguete de artículos para el cabello (horquillas, ligas, peines, cepillos; e inclusive una simpática secadora de cabello color rosa). Probablemente estaba jugando a la peluquerí…

  Solo encontré esto — oí por detrás y automáticamente el cuerpo se me puso rígido.

Alen Forgeso acababa de salir de la casa y llevaba en una mano algo que parecía ser una botella que botaba agua a chorros por presión:

  ¿Esto está bien? — le preguntó a Naina que asintió ávidamente. Deduje que la sesión de peluquería lo había involucrado a él también, ya que traía algunos mechones sujetos por una horquilla para el cabello en la parte frontal.

No iba a reírme, lo juro. Pero se me escapó la risa tonta ante la imagen: parecía que tenía una pequeña palmera sobre la cabeza.

Él elevó una ceja con humor y después se sentó sobre la acera:

  Oh, así que ya tiene más clientes — comentó al verme —. Bueno, pero primero termine conmigo o me iré muy insatisfecho con el servicio — añadió fingiendo un tono de voz sofisticado.

Naina asintió, pero antes de que iniciara me tomó de la muñeca y me jaló hacia él, al que también obligó a ponerse de pie otra vez.

Nos señaló el uno al otro, insistentemente.

  ¿Mmm? ¿Quieres que nos presentemos? — sugirió él y ella lanzó una palmadita—. Pero ya nos conocemos, ¿verdad?

  Eh, sí — respondí vacilante.

Naina frunció el ceño y lo jaló por el brazo impetuosamente.

  Ah, claro, pero tú no la conoces — reflexionó —. Naina, Bellota… — inició con una sonrisita.

La pequeña me miró con curiosidad; automáticamente cerré un puño:

  No me llamo Bellota — protesté.

Naina lo miró con mala cara.

  De acuerdo, de acuerdo, no se llama Bellota — concedió—, pero es un apodo muy adorable, ¿no crees? — Bien, no sé si es el clima o algo pero las mejillas me están ardiendo con violencia. Naina lo pensó un tanto y después asintió, convencida—. Su nombre es Sisa Daquel, ¿verdad?

Asentí, algo sorprendida por el recuerdo de mi nombre al completo. Me sonrió satisfecho y se sentó nuevamente en la acera.

  ¿Ahora sí puede terminar conmigo, mi estimada señorita? Tengo una reunión urgente y quiero verme presentable. — Naina asintió con gesto elegante, se puso detrás de él velozmente y fingió cortarle el cabello con unas tijeras de juguete.

Me quedé en silencio, observándolo mientras Petardo le lamía las manos y Naina jugueteaba con su cabello. Algo de viento cruzó y despeinó con suavidad la cómica palmera que tenía en la cabeza. Lo vi sonreír como si disfrutara del solo contacto con el aire y no pude evitar traer a mi mente el recuerdo de él bajo la lluvia, nada empapado y con los ojos violeta brillante.

¿Por qué tuve ese sueño tan extraño?

Alen Forgeso elevó la mirada exactamente después de que pensé aquello, casi como si me hubiese oído “pensarlo”. Parpadeé nerviosa y volví a sentirme algo extraña en medio de tantas cosas que no podía ordenar bien en la cabeza.

Tomé la correa de Petardo y decidí emprender el retorno a casa para poder hablar más tranquila con mi alborotada mente.

¿Por qué pienso tanto en este chico? Además, sé que es estúpido, ¿sí?, pero la charla inusual que habíamos tenido con su amiguita Auriel, Ariel, Gabriel, como fuera, me había dejado algo confundida…

«Mentira, fue el beso»

...así que ya no quería saber más ni de él ni de ella.

Y también estaba, aunque algo borroso, aquel sueño extraño en donde sus ojos miel eran color violet…

  Espera — oí la voz armoniosa en medio de mi confusión mental. ¡Alto! ¡Estaba pensando en…!—: Eres su próximo cliente, no puedes irte. Además, prometiste dejarla jugar con tu perro…

¿Qué…?

¡Aquí viene! Nuevamente la sensación de olvido.

¡No, no, no!

Me resistí de una manera increíble, pero casi todos los hilos que estaba uniendo empezaron a dispersarse.

  ...y Naina no lo ha visto desde la semana pasada, ¿verdad? — concluyó; ella negó algo entristecida.

Parpadeé, intentando recuperarme del reciente ataque mental.

  ¿Estás bien? — volví a oír; lo miré aturdida.

¿En…? ¿En qué estaba pensando?

Estoy tan confundida que hasta me estoy planteando la idea de que él puede manejar mis pensamientos a su antoj...

Pensamientos ¿qué…?

Alto…acabo de volver a olvidar lo último.

  Sí, es solo que…estaba pensando en algo más y bueno… — me excusé.

  ¿Puedo preguntar “en qué”? — me insistió él.

  Ehh, la verdad es que acabo de olvidarlo — confesé con sinceridad y me sonrió jovial:

  Cuando uno olvida cosas es porque no son importantes.

Iba a decirle que no siempre es así pero me interrumpió un sonido estridente: una motocicleta se acercaba por el lado izquierdo a una velocidad temeraria.

  Ahora no — lo oí mascullar de mala gana. Me desconcertó el tono cargado de fastidio.

La motocicleta se detuvo con brusquedad a un par de metros en frente de nosotros; y cuando estaba por preguntar qué sucedía, el conductor se bajó con agilidad y se quitó el casco para después agitar suavemente la cabeza. Casi hasta evoqué el comercial de una conocida marca de champú.

La verdad no fue necesario tanto meneo porque tenía el cabello rubio sumamente corto.

Oí un golpe sordo al lado: Naina había soltado las tijeras de plástico y ahora corría en dirección al rubio de comercial de champú que sonrió enormemente y la tomó entre sus brazos para dar un par de vueltas con ella.

  ¡Alen! — exclamó sonriente cuando se acercó a nosotros —. Acabo de ver a Copo de nieve y al escuadrón; me han dado la reprimenda del año por la moto, pero les he dicho que sé manejarla así que no voy a sufrir ningún accidente. — Bueeeno, por la manera en la que frena yo lo pensaría dos veces—. Y… ¿eh? — Nos observó, sumamente asombrado (sus ojos eran de un azul clarísimo, casi celeste), y después rompió a reír—: ¡Pero qué guapo te ves con esa simpática palmera en la cabeza!

  ¿Has venido solo a decir idioteces? — le preguntó cansinamente.

  ¡¿Hethos me ha enviado un mensaje para ti, y me recibes de esta forma?!—exclamó en tono dramático—. Cualquiera pensaría que no me amas...

  No lo hago.

  ¡...como el mejor amigo que siempre te he profesado ser!

  ¿Dijiste que Hethos te ha enviado un mensaje para mí? — Ignorado olímpicamente. El recién llegado abrió la boca, ofendido, pero antes de que pudiera decir algo más se dio cuenta de mi presencia.

  Eh…hola… — dije para no parecer descortés.

Me miró fijamente, casi con sospecha. Fue inevitable no evocar la imagen de Loi cuando la conocí en la entrada de la escuela.

Petardo se entretenía siguiendo una mariposa en los arbustos de en frente. Naina aprovechó para acercarse y jugar con él.

Empecé a ponerme rígida ante la penetrante observación del chico rubio, pero de un momento a otro sus ojos se abrieron de par en par:

  ¡¿Es en serio?! — soltó animado —. ¿Así que me ausento un par de días y por fin le das una oportunidad a eso llamado "socializar"? Y encima has empezado con los seres más fascinantes del universo: las chicas. ¡Aplaudo eso!

  Deja de decir tantas tonterí...

  ¡Hola! Soy Tarek Rye — se presentó velozmente con una enorme sonrisa —.  ¿Y tú eres…?

  Bellota — lanzó Alen indiferente antes de que pudiera responder.

Lo miré con mala cara solo para obtener una risa burlona.

  Soy Sisa Daquel — aclaré.

  ¿Sisa? Qué bonito nombre. — Los ojos azules me miraron entusiasmados—. Y dime, Sisa, ¿cuántos años tienes?

  Diecisiete.

  ¿Diecisiete? ¡Hermano, pero qué robacunas me has resultado! — exclamó divertido.

Alen torció el gesto aburrido:

  ¿Por qué tengo la ligera impresión de que esa boca tuya solo se abre para decir tonterías?

  ¿Pues cuántos años tienen ustedes? — indagué con curiosidad.

  ¿Nosotros? Bueno, la verdad es que vamos por ahí — me respondió Tarek cabeceando de lado. Alen soltó una leve risa, como si estuvieran hablando en código, y automáticamente se me frunció el ceño: me están tomando el pelo —. Dieciocho, ¿verdad?— le preguntó con una sonrisa cómplice.

  Así es, dieciocho años — confirmó Alen, con un inusual suspiro.

  ¿Y por qué lo de "robacunas"? Solo es un año de diferencia — tercié.

  Créeme, definitivamente soy muchísimo mayor que tú.

  ¿Qué…? — Lo miré indignada por el tonito arrogante—: ¡Pues para tu información, si estás hablando del lado psicológico o emocional, no puedes decir con certeza si soy menor o mayor porque ni siquiera me conoc...!

  Soy mayor, Bellota. Así de sencillo — replicó tranquilo.

  ¡Pero…!

  Mayor, muuuucho mayor — me lanzó en tono juguetón.

¡Pero qué imbécil!

  Ya, ya, basta de peleas. ¿De dónde se conocen? De la universidad no creo porque ya te hubiera visto — me dijo Tarek.

  Somos vecinos — le respondí aún algo tocada por lo de "mucho mayor".

  ¿Eh? ¿Vecinos? — repitió y sus ojos azules se vieron enormes—. Entonces vives por el campus universitario.

  ¿Qué? ¿Es que acaso tú no vives aquí? — le pregunté extrañada.

Alen parpadeó con suma tranquilidad y negó con la cabeza:

  Vivo por el centro de la ciudad, con él — me explicó señalando a Tarek. No pude contenerme y le pregunté directamente entonces qué rayos hacía aquí—. Vaya, no sabía que tenía que rendir cuentas por la casa de mis padres, pero bueno…

¿Eh…?

Claro, si analizo el asunto, si bien las madrugadas en las que lo veía caminar eran seguidas, no es como si lo haya estado viendo a diario por las mañanas o las tardes.

Viene a visitar a sus papás.

  Las clases en la Universidad Principal de Lirau empezarán en dos semanas, pero ya nos hemos mudado desde febrero, ¿verdad, Alen?

Asintió y entonces poco a poco empecé a trazar borradores en mi cabeza.

  Entonces… ¿por qué vuelves a las tres de la mañana a la casa de tus padres? — me atreví a preguntar.

 Tarek elevó las cejas y soltó un silbido, impresionado:

  ¡Pero qué observadora eres, Sisa! Quiero ver cómo explicas eso — le dijo con humor; Alen torció el gesto y lo golpeó con su puño sobre la cabeza—. ¡Ouch!

  Si vuelvo a la casa de mis padres a las tres de la mañana o a las cinco de la tarde no tendría por qué explicártelo — me respondió mordazmente—: ¿La pregunta no debería ser “qué hace una bellota siguiéndome los pasos hasta tan tarde"?

  ¡Yo no te sigo nada! — exclamé acalorada—. ¡Y no soy una bellota!

  No le hagas caso, Sisa— le restó importancia Tarek—. Suele ser de los idiotas a la hora de socializar. Por cierto, es obvio que lo oyes seguido, pero no puedo evitar decirte cuán bonitos tienes los ojos.

  ¿Eh? Gra-gracias. Aunque a mí me parece que los tuyos son los bonitos.

  No, no, mis ojos son comunes, pero los tuyos…mmm, no creo que exista una palabra para definir el color. ¿Alen? — lo llamó.

  No son verdes, tampoco pardos…parecen grises, pero tienen un brillo particular. — Se acercó y se inclinó para quedar a mi altura y verme a los ojos. No te pongas nerviosa, no te pongas nerviosa —. ¡Vaya, tienes razón, Tarek! — le dijo sin dejar de observarme —. Tienes unos ojos hermosos, Bellota.

  N-no me llamo…Bellota — repetí, tratando de no deslumbrarme por los suyos.

Era casi como ver directamente al sol sin lastimarse los ojos.

  ¿Están adentro? — preguntó Tarek.

Alen se enderezó.

  Marissa está revisando unos diseños en su estudio, y Santiago aún no regresa del trabajo.

  Oye, ¿qué te cuesta hacer un pequeño esfuerzo y llamarlos “papá y mam…”? Ok, ok, no es mi asunto — se interrumpió a sí mismo ante la mirada seria que recibió—. Bueno, pasaré a saludarla. Y después vuelvo a darte el recado de Hethos. ¿Vamos adentro, hermosa? No veo a tu guapa madre desde hace tiempo y quisiera saludarla. De paso le vuelvo a preguntar si podemos casarnos cuando seas más grande. — Naina soltó una risita y asintió—. Fue un placer conocerte, Bellota — me dijo con una sonrisa enorme. Alen soltó una carcajada cuando me vio fruncir el ceño —.  Oh, es un apodo de lo más adorable así que no reniegues de él. Por cierto, te traje esto, amigo ingrato. — Y sacó del bolsillo interior de su chaqueta una larga barra de chocolate.

Alen abrió los ojos (me dio la impresión de que le gustaban mucho por la ligera emoción en ellos), y lo atrapó en el aire cuando Tarek se lo lanzó antes de tomar a Naina de la mano y llevársela adentro.

  Eres algo complicado, ¿verdad? — le comenté cuando nos quedamos solos.

  ¿Lo dices por el asunto de mis padres? — me preguntó amablemente, sin dejar de inspeccionar su barra de chocolate con detenimiento.

Me sentía algo disgustada porque parecían ser buenas personas y no merecían ese trato.

  No te voy a decir que no pienses mal de mí. Adelante, hazlo si quieres. No puedo darte más explicaciones. — Y volvió a sentarse sobre la acera para tomar la horquilla y quitársela: el cabello le cayó desordenado; la sonrisa parecía de resignación—. Hay cosas que son demasiado difíciles de explicar y las palabras insuficientes. El lenguaje es infinito, pero al mismo tiempo a veces resulta algo restrictivo.

Volví a perderme en el juego de palabras. Soltó un suspiro y después se quedó observando el cielo. Por inercia volteé a ver en la misma dirección y me encontré con la luna, dejándose ver a pesar de que aún fuera de día.

Solté un fuerte silbido y Petardo volvió a mí.

  Ya me voy. Adiós — me despedí.

  Adiós, Sisa. — Y me sonrió.

Qué estupidez esto de sentir que algo dentro del pecho se te infla solo por escuchar que alguien en particular dice tu nombre.

« ¡Bellota tonta!»

Sí, ya lo sé.

 

»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«

 

 

  Sí, sí, sí, mi amor, ¡estás preciosa! Una más, ¡una más!

¡Flash!

Ok, esta, si no me equivoco, es la décima foto que Gisell le ha sacado a Corín. Pero bueno, no puedo reprochárselo porque ella realmente está muy guapa con su vestido blanco sin mangas y sus tacones plateados.

Cuando regresé de la escuela no encontré a ninguna de las dos en casa porque habían salido de compras. Un vestido para Corín que tenía la fiesta de cumpleaños de uno de sus nuevos amigos, y otro para Gisell que tenía la fiesta de bienvenida en la empresa de diseño de interiores para la que trabajaba.

Y ahora, exactamente a las nueve y cuarenta y cinco de la noche, Joan y yo estábamos en la sala presenciando la sesión fotográfica de Corín dirigida por Gisell que repetía, muy entusiasmada, que su pequeñita estaba creciendo.

  Ya, mamá, no me beses. Me estropearás el maquillaje — le dijo después del último beso en la frente.

  ¿Estás segura de que no quieres que yo te lleve? Dije que no llevaría el auto, pero puedo pedirle al conductor del taxi que primero pasemos por la casa de tu amiguito.

  Se llama Esteban, y ¡no!, gracias, mamá. Llegarás tarde a tu reunión, así que no te preocupes.

  Bellota, ¿qué dices? Pasamos por unas hamburguesas antes de sentarnos a ver "tu" película — me preguntó Joan. Mis dedos se cerraron en torno a su hombro más cercano —. ¡Ay ay ay ay, ayyy! ¡Ya, ya, no es “tu” película!

Habíamos quedado en ver El Exorcista; recordé a la niña protagonista y cómo de maltrecha terminaba, ¡y definitivamente no era amable de su parte decir algo así!

  Pero tú si me llevarás, ¿verdad, Joan? — pidió Corín de la nada y ambos volteamos a verla—. Es que tengo que pasar por la casa de Marcia para recogerla. Solo de ida y...

Gisell había subido a retocarse el maquillaje.

  ¿Yo? — repitió mi hermano, Corín asintió con una sonrisa.

 Ah, ya sé lo que está pasando: probablemente le ha prometido a sus amigas presentarles a Joan. No por nada había vivido lo mismo con Loi, Etel, y la mayoría de amigas que tuve en primaria y secundaria.

Es el precio que cargamos las que tenemos en casa a ese espécimen llamado “hermano mayor popular”.

  Ok, yo te llevo. Deja que traiga mi chaqueta y la de Bellota para salir...

  Espera, en ningún momento la mencioné a ella — terció Corín con mala cara.

«Tiene razón: no lo hizo», pensé con humor.

  Bueno, entonces puedes irte con mamá.

  ¡Joan! ¡Eres mi hermano mayor! ¡Supuestamente es tu deber, ¿no?!

  ¿Y eso qué? —replicó—. Tú eres mi hermanita menor y tu deber es ser adorable, pero no veo progresos.

Iba a decirle que fuera por las hamburguesas él solo, pero Corín frunció los labios y aceptó a regañadientes.

  ¿Por qué la torturas de esa manera? — le pregunté divertida mientras sacábamos el auto de la cochera—. Ya sabes que no me incomoda que me quiera lejos de sus amigos.

  Puede que a ti no te incomode, pero a mí sí. — Me acomodé en el asiento posterior—. Voy a dejarte en unos de días con ese par; quiero que por lo menos aprendan a ser más amables contigo, Bellota.

Joan encendió el motor, Corín se instaló a su lado y emprendimos la marcha. Algo de veinte minutos después llegamos a una casa en la que nos esperaban tres chicas más, igual de relucientes. Tuve que cambiarme de asiento para que las cuatro entraran en el posterior mientras gritaban entusiasmadas después de que Joan encendiera la radio.

  ¡Es una de las nuevas de JOBEY! — chillaron.

Vaya, realmente el tal JOBEY es muy conocido: ¿es que acaso yo he vivido bajo una piedra o qué?

  Esa es de las buenas —comentó mi hermano y empezó a cantarla. Las amigas de Corín soltaron varios grititos, emocionadas.

Joan me lanzó una sonrisita, evidentemente satisfecho con la reacción.

  Presumido— le dije moviendo los labios y rompió a reír.

  Aquí, ¡es aquí! — anunció una de las chicas quince minutos después.

Nos detuvimos frente a una casa de la que salía música estridente, y varios chicos conversaban en el césped de la entrada.

  Ok, Co-co, te daré las reglas — le dijo Joan antes de que bajara del auto con las demás —. Son algo de las diez así que vendré por ti a las once.

  ¡¿Qué?! — gritó Corín pasmada.

  Jajajaja, casi te mueres. — Ambas lo golpeamos—. ¡Auch, ya!  Era una broma. Bien, Co-co, tu toque de queda se expande hasta las dos de la mañana — Corín lanzó un chillido, agradecida—, pero si quieres irte antes solo me das una marcada y estaré aquí, ¿de acuerdo?

  ¡De acuerdo! ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Eres el mejor, Joan!

Y lo llenó de besos desde el asiento posterior.

  Por cierto, ¡nada de bebida ni cigarrillos! ¿entendido? Así tu grupo de amigos te presione o no sé qué excusas baratas más. — Corín asintió sin chistar—. Ok, cuídate, Coquito. ¿Hamburguesas y litros de helado, Bellota? — me preguntó cuando nos quedamos solos en el auto.

Iba a decirle que sí, pero su celular sonó.

  ¿Bueno? ¿Paul? ¡Caray, hermano, todos los chicos están que te buscan…!

Estaba sacándome el suéter porque aquí adentro hacía algo de calor, cuando de repente noté un brillo plateado en el asiento posterior.

La cartera.

  Corín olvidó su bolso… y el celular está aquí — apunté al abrirlo. Joan me dijo que él se lo llevaría, pero como parecía que su charla con el tal Paul tenía para rato, no tuve más remedio que llevársela yo misma.

Bajé del coche, crucé todo el camino hasta la entrada y cuando toqué la puerta nadie se molestó en abrir. Tomé el picaporte y decidí entrar a buscarla de una buena vez: un ambiente un tanto brumoso me recibió, olía a humo de cigarrillo y la música sonaba con fuerza.

Ok, parece que los padres del cumpleañero no están en casa.

  ¿Y ahora en dónde está?

A lo lejos distinguí una luz amarilla en medio de todos los chicos que bailaban. Me acerqué raudamente, atravesé a la enorme masa de gente y comprobé que se trataba de la cocina.

¡Por Dios, no pensé que cupieran tantas personas en esta casa!

Giré, dispuesta a volver a sumergirme en el mar humano y encontrar a Corín, pero retrocedí espantada porque un chico apareció en frente de mí de la nada.

  ¡Ah, cielos! ¿Te asusté?

  Un poco — le respondí observando alrededor por si acaso.

  Ehh, disculpa, ¿te conozco?

  Mmm, no creo — dije de manera escueta. Quería encontrar a Corín para salir de una buena vez pero el chico me cerró el paso y me ofreció un vaso con lo que parecía ser jugo de naranja. Lo acepté por cortesía, pero al acercarlo a mi rostro sentí el aroma penetrante del vodka.

No, gracias. De entre todas las bebidas, el vodka es al que menos estima le tengo. Recuerdo que tenía quince años cuando bebí por primera vez y al día siguiente solo quería arrancarme la cabeza por la resaca.

  ¿Puedo saber tu nombre? Tienes unos ojos matadores, encanto. — ¿Ah?

Ok, no me reiré por el tono seductor: Joan debe estar esperándome.

  Ehh, estoy buscando a Corín Maleri, ¿la conoces?

  Oh, hablas de Male. Sí, la conozco.

  ¿Sabes por dónde puede...?

  ¿Qué-haces-aquí? — oí detrás de mí. Giré y me encontré a Corín mirándome ceñuda.

Bueno, hagámoslo rápido para evitar peleas.

  Olvidaste tu bolso. Tu celular está ahí — expliqué velozmente, se lo entregué y me despedí. Me sumergí en la piscina humana nuevamente y salí de la fiesta. Joan me preguntó por la demora, me contó algo sobre su amigo Paul y una huida de casa mal planeada, y después fuimos por esas hamburguesas

Dos horas después se me contrajo el estómago al ver el espectáculo de la televisión. No entiendo muy bien en dónde está el punto terrorífico de ver a una niña devolver todo lo que parecía ser un desayuno no muy apetecible.

   ¡Oh, por Dios, Bellota!— exclamó mi hermano—. ¡Es una de tus actuaciones mejor logradas!

  ¡Joan, una más y…! — advertí en medio de sus carcajadas. No sé si sea yo porque estoy en compañía de alguien al que le gusta bromear mucho con el asunto, o esta película en realidad no da nada de miedo.

Los créditos aparecieron en la pantalla; le dije a Joan que lo acompañaría a recoger a Corín para que no condujera solo hasta allá, pero aprovechando que aún faltaba como que media hora me enrollé sobre el sofá con una de las mantas que habíamos traído y terminé recostada como un rollito de canela.

Un par de minutos después abrí los ojos violentamente porque oí la cerradura de la puerta ceder, y cuando me puse de pie algo adormilada me encontré a Corín entrando muy emocionada a la casa junto a Joan.

  ¿En qué momento pasó esto? — pregunté confundida—. Si solo he dormido…

Ah, bien, según el reloj de la pared he dormido aproximadamente cuarenta minutos.

Corín pasó junto a mí: estaba descalza y llevaba los zapatos en una mano. Se notaba a leguas que se había divertido mucho.

  ¡Hola! — me saludó con energía: ¿Eh, qué pasó aquí? ¿Es ella?—. ¿Mamá ya volvió?

  Mamá volverá por la mañana, Co-co — le respondió Joan.

  Ah, sí. Bueno, ya me voy a dormir — nos dijo con voz risueña y pasó a las escaleras.

  ¿Ha bebido? — le pregunté divertida a Joan.

  No, ya lo verifiqué. Eso sí, parece que la ha pasado estupendo. Ha venido hablando de un tal Esteban durante todo el recorrido. — Recogí mi manta y yo también me fui a mi habitación.

Cerré la puerta tras de mí después de decirle buenas noches a Joan, y me quedé parada observando mi ventana. Según el reloj del pasillo ya van a dar las tres de la mañana.

Lo pensé un tanto y después de vacilar entre “sí-s” y “no-s”, me acerqué suavemente a la ventana: no había nadie en la calle.

Me quedé en silencio, solo escuchando a Corín tararear en su habitación, y entonces las abrí de un solo golpe: el viento frío me erizó la piel de los brazos.

  No vive aquí; tal vez esté durmiendo tranquilo en… bueno, en donde sea que viva con su amigo Tarek.

Creo que yo también debería salir a divertirme, como Corín. Así por lo menos tendría la mente más ocupada y dejaría de pensar en Alen Forgeso y su extraña manera de ver la vida.

»— Hay cosas que son demasiado difíciles de explicar y las palabras insuficientes. El lenguaje es infinito, pero al mismo tiempo a veces resulta algo restrictivo.

Lenguaje restrictivo…

Bueno, en algo tiene razón, ¿no? Recuerdo que el año pasado vimos a un pensador en la clase de Filosofía que repetía lo mismo: el lenguaje tiene una cantidad increíble de maneras de enlazarse, de crear nuevos “lenguajes”; pero a la vez no puede permitirnos hablar por completo de cosas más extensas como el universo y demás. Después de todo, el lenguaje es un invento humano, y los “humanos” no podemos explicarlo tod…

» No vas a dejarme, ¿verdad? A pesar de que los años pasen.

» Ya te he dicho que no lo haré.

» ¡Júramelo!

» Sabes que si tuviera algo por lo que jurar, lo haría.

» Entonces jura por mí.

» ¿Por ti?

» Sí...porque soy lo que más quieres en la vida…

¿Qué…?

¿Qué había sido eso? Claramente había tenido una imagen mental con voces incluidas. Eran dos personas ¿charlando en un bosque? Atardecía, porque todo se veía como de tonos sepia. También había una niña...no, una chica...como de la edad de Corín, ¿vestida de blanco?

Tomé una gran bocanada de aire: ¿qué está sucediendo? Es demasiado extraño tener pasajes borrosos a modo de recuerd…

» Entonces te lo juro…Albania.

Me quedé estática: ¿Albania? ¿Acaso conozco a alguien que se llame así?

No, claro que no.

  Basta, Sisa, vas a volverte loca.

Y cerré la ventana con fuerza.

 

 

»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«

 

 

  ¡No sé por qué he aceptado venir! — se quejó Tomas mientras caminábamos rumbo al estudio de ballet en el que practicaba Loi—. Tengo práctica de tenis a las cinco y media, y seguramente esa mala mujer solo va a mostrarme su disco y a decirme cuán genial es cada canción. ¡¿Por qué me inflige este dolorrrrr?!

  La que va a infligirte más dolor voy a ser yo si no te callas — lo amenazó Etel mientras entrábamos a un edificio enorme.

Dejamos nuestros carnets de la escuela a cambio de unas credenciales de “visitantes” en el recibidor, y avanzamos al ascensor.

  ¿Qué es esto? — pregunté con curiosidad.

  Es uno de los edificios donde se dictan los talleres del Museo Principal de Lirau, Bellota. Desde que conozco a Loi siempre la he visto metida aquí. Si muere probablemente su alma penará acá de tanto que ha estado por estos lares — me respondió Etel riendo.

Bajamos en el cuarto piso; varias chicas salían de un salón que tenía una enorme pared de cristal en frente y espejos a modo de muros interiores. No fue hasta que llegamos que pude ver a Loi apareciendo por el otro pasillo de manera distraída. Llevaba el cabello mojado y una mochila sobre un hombro:

  ¡Loi! — la llamó Etel.

Ella elevó la mirada y sus ojos se iluminaron. Me pregunté por qué motiv...

  ¡Sisa! — gritó y prácticamente sentí su cuerpo colisionar contra el mío.

¡POM!

¡Ouch! No sé cómo interpretar este gesto.

  ¿Qué pasó? —le pregunté con voz ahogada en medio de su estrangulador abrazo.

  ¡No sabes cuánto te debo! ¡Gracias, gracias, gracias! — ¿Eh?

  Hueles a miel — le comentó Tomas después de que me soltara y lo saludara a él y a Etel.

  Oh, sí, es que acabo de tomar una ducha. No hubieran querido encontrarme con todos los litros de sudor del ensayo. Por otro lado: ¡Sisa, has hecho posible que me renueve emocional y físicamente! ¡Y que me llene de nuevos motivos por los que seguir esforzándome!

Me pregunté en qué momento pude haberle dado la charla de "renovación y cómo cambiar tu vida" por la que tan agradecida se sentía y que yo no recordaba; pero soltó una risa emocionada, y ya con eso no pude evitar mirarla con algo de miedo.

Etel comprendió mi gesto:

  Sí, Bellota, parece que ya la perdimos — me dijo en tono dramático.

  ¡No estoy loca! —reclamó Loi—. Lo que pasa es que mi audición para Gaib Art...

"Qué pasaba con su audición" es algo que no supimos porque Inés, la profesora de ballet con mirada de basilisco, apareció por la puerta del estudio de la pared de cristal, y su voz resonó con firmeza:

  Marion, ven aquí. ¡No he terminado contigo! — Miré hacia todos lados, buscando a la tal Marion, y entonces Loi se dirigió a ella con seguridad:

  Mi ensayo de hoy termina a las cinco, así que mi charla contigo también. Y te advierto que si vas a insistir con lo mismo, solo estás perdiendo tu tiempo.

¿Marion?

  Es su segundo nombre — me aclaró Etel en voz bajita.

  ¡¿Es que acaso estás loca?! — La profesora Inés se acercó a nosotros e instintivamente Tomas retrocedió un tanto. Etel nos tomó a ambos de la mano y nos jaló a unos cuantos centímetros lejos, como para darles privacidad.

Pero aun así podíamos escucharlas:

  Se lo diré a Gustav, ¡a él no va a gustarle nada esta decisión!

  Papá va a apoyarme porque sabe que las decisiones para mi audición me corresponden solo a mí — respondió Loi repleta de firmeza—. Después de todo la que postula soy yo.

  Marion, hemos venido ensayando la maldita coreografía inclusive desde antes de enviar el video para la preselección. Ya está casi acabada, solo es cuestión de practicarla. No puedes venir de la nada a pedir que hagamos otra ¡cuando tenemos otras cinco rutinas que practicar!

  Tenemos el tiempo suficiente. La coreografía obligatoria ya está acabada, así que podemos enfocarnos solo en la de estilo libre — refutó con tranquilidad.

La profesora Inés se masajeó las sienes, tal vez buscando relajarse:

  Marion, ya te he dicho… No es nada fijo hasta que no se publique la lista oficial en el portal. Tal vez a última hora el jurado escoge otra y tendremos que empezar de cero. No sé cuántas veces debo repetirte que mientras tú me sales con el capricho de querer cambiar la pista musical y por ende la rutina de estilo libre, los otros casi dos mil postulantes solo están RE-PA-SAN-DO, ¡no empezando de nuevo!

  No tengo tiempo para pensar en dos mil vidas más. Con pensar en la mía ya tengo suficiente — resolvió elegante.

Un hombre se acercó a ellas y le pasó un recado a la profesora Inés que lo miró con cara de “¡no es el momento!”.

  Esta charla no ha acabado — le advirtió a Loi que asintió elevando el mentón, muy convencida—. El lunes hablaremos seriamente. Gustav debe estar presente.

  De acuerdo, le diré que venga. — Se despidieron en medio de un ambiente algo tenso, y segundos más tarde el delicado cuerpo de bailarina desapareció por el ascensor.

Loi se acercó a nosotros y lanzó un fuerte suspiro.

  ¿Qué pasó? — le preguntó Etel consternada.

  Oye, ¿cómo es eso de que cambiarás de coreografía? — le preguntó Tomas con seriedad —. Vimos la que estabas ensayando y era muy buena.

  Bueno, sí. Lo que pasa es que quiero cambiar la canción y por eso parte de la coreografía tiene que cambiarse.

Ya estaba enterada de todo con respecto a la postulación de Loi a Gaib Art: a finales de febrero había subido un video al portal oficial del conservatorio, con una rutina que constaba de ciertos movimientos requisito para los postulantes a la Facultad de Danza. Los resultados de la preselección aún se emitirían a finales de mayo, pero Loi estaba tan segura de haber pasado que ya estaba preparándose para la audición oficial en enero del próximo año.

»— La prueba de ingreso a Gaib Art siempre consta de dos partes — me había comentado la vez que visité su casa—. Todas las facultades siempre piden una presentación fija para todos los postulantes y una de estilo libre. Recién sabré qué rutina me pedirán cuando salgan los resultados. Como la de estilo libre es… bueno, “libre”, esa la escojo yo y ya la estoy practicando.

En la página web estaban publicados cinco títulos de los que solo se anunciaría uno para la audición final.

»— Inés me dijo que de todos los títulos, el único que no se ha repetido en los últimos tres años es el fragmento del Lago de los cisnes, así que todo apunta a que probablemente ese sea el fijo.

  Oye, aún no nos has dicho por qué demonios quieres cambiar de canción — consultó Tomas desconcertado. Volví al presente—. Y como estás hablando de “cambiarla”, supongo que te refieres a la presentación de estilo libre porque de las otras ni siquiera sabes cuál es la fija.

Loi asintió llena de emoción.

  ¡Pero si la que tenías era buena! — terció Etel.

  Ahí entras tú — me dijo Loi resplandeciente—. ¡Sisa, es gracias a ti que encontré la canción perfecta! ¡El CD que me obsequiaste la tenía! ¡Estaba ahí! ¡Como aguardando por mí!

  ¿Eso significa que soy la culpable? — pregunté pasmada.

  ¡¿Culpable?! ¡Me has dado un motivo para practicar con más ganas! — lanzó un gritito y me abrazó con fuerza—. La canción anterior la había escogido Inés así que no era como si me sintiera plenamente realizada.

Llegamos al primer piso y en medio de toda la euforia de Loi comprendimos que había escogido Love is a battlefield, de Pat Benatar.

  Fue casi cósmico — nos decía mientras caminábamos por los centros comerciales cercanos—. Estaba escuchando todas las canciones mientras ordenaba mis libros y de repente ¡PAM! ¡Apareció! ¡Es genial! ¡Genial! ¡Ni bien la oí sentí que el cuerpo me pedía usarla! Gracias, Sisa, no sé cómo voy a pagártelo.

  ¿Es en serio? — le pregunté con humor—. Fue de casualidad, Loi. Pero si quieres darme las gracias, pues simplemente prométeme que te presentarás con una coreografía digna de la canción.

  ¡Te lo juro! — exclamó con una mano en el pecho.

¡Listo! ¡Deuda saldada!

  Chicas, lo lamento; ya las dejo — dijo Tomas de repente—. Tengo práctica de tenis en media hora así que ya debo irme para la escuela.

  ¿Ya te vas? — le preguntó Loi. Él asintió y ella soltó un suspiro que sonó muuuuy dramático.

Etel me miró divertida, como vaticinando lo que vendría a continuación:

  Bueno, supongo que ya no podré mostrártelo — dijo con fingida tristeza.

  No… ¡no lo hagas, Loi!— exclamó Tomas al borde del colapso, cuando la vio sacar lentamente algo que parecía ser una pequeña caja de su mochila—. No, ¡noooo!

  ¡Cinco sílabas! — soltó con malicia—. ¡In-des-crip-ti-ble! ¡In-com-pa-ra-ble! ¡Ma-ra-vi-llo-so! — Tomas pidió que se detuviera; el entusiasmo de Loi se triplicó—: ¡Está buenísimo! JOBEY se ha lucido con este álbum, ¡es el mejor de toda su carrera! Bueno, es su tercer disco pero ¡maldita sea! ¡Qué bueno está!

  ¡Ya basta! ¡Me lastimas!

Etel y yo nos manteníamos al margen, tratando de no vernos muy divertidas.

  Bueno, yo iba a prestártelo — añadió con voz de niña buena.

Los ojos de Tomas se iluminaron:

  ¿En serio?

  Claro que no.

  Te odio, mujer desalmada…

  No será necesario que te lo preste — respondió Loi relajadamente—. Después de todo, podrías escuchar el tuyo en casa esta misma noche.

  ¿Qué…? — Del bolso de Loi una cajita más emergió, y los ojos de Tomas se abrieron tanto que pensé que tendría que atraparlos antes de que impactaran contra el pavimento —. ¡No…! ¡No me digas…!

  Síps, aquí está el tuyo— anunció con una gran sonrisa.

Tomas literalmente soltó un aullido de emoción:

  ¡MIERDA, MUJER, TE AMOOOOO! — La cargó en brazos y giró con ella algo de cinco vueltas. Se detuvo solo cuando Loi empezó a golpearlo porque la estaba ahogando—. ¡Te amo, Loi Marion Amira! ¡Te amo, te amo, te amo!

  ¡Tomas, mis…! ¡Mis costillas, animal!

  ¡Te juro que algún día te lo pagaré!

  Si juras no volver a abrazarme así, ya me doy por servida — aprobó agotada.

Como ya iban a ser casi las cinco y diez entre las tres le exigimos que se apresurara: un par de minutos después lo vimos correr eufórico por la otra acera.

  Casi lo matas de la alegría — comentó Etel divertida.

  Sí, y para que no digan que soy una amiga con favoritismos… — nos dijo cuando Tomas ya había desaparecido por completo—. Aquí están los de ustedes.

  ¿Eh? — Loi me tendió una cajita blanca igual a la que le había dado a Tomas y no pude evitar asombrarme muchísimo—. No, no, no es necesario, Loi. Grac…

  Nada de “gracias, así nomás”, porque es una muestra de mi agradecimiento, Bellota — me dijo con sinceridad—. Ándale, recíbelo, por favor.

  Pero…

Etel se había puesto igual de loca que Tomas y chillaba emocionada al lado. Algunas personas pasaban mirándonos atemorizados. 

  Por fis, ¿sí, Bellota? — Me alargó la mano con la cajita y no pude evitar sonreírle —. Puede que tú pienses que no has hecho nada importante, pero darme un motivo más fuerte para seguir bailando, es casi como si me regalaras aire en una zona en la que no existe.

  Ok, muchísimas gracias — acepté y Loi me abrazó con fuerza.

El cuerpo de Etel nos cayó encima:

  Demonios, me casaría con ambas si no me gustaran los chicos tanto como me gustan — comentó llena de euforia. Loi dijo que de “eso no había duda”—. ¡Las quiero tanto!

  ¡Yo también las quiero! — exclamé contagiada por todo el jolgorio.

  Oww, Bellota, qué ternurita— me dijo Loi con ganas de molestar. Le saqué la lengua.

  ¿Eso significa que somos como el trío de oro? — añadió Etel entusiasmada—. ¿Algo así como Harry, Ron y Hermione?

  ¿Quién era el más guapo? — soltó Loi mientras íbamos por un helado—. Ese soy yo.

  ¿Y Tomas? — pregunté divertida.

  Oh, no importa. Él puede ser Frodo.

  Loi, Frodo es de El Señor de los anillos — la corrigió Etel con mala cara.

  Pero el caso es que tenga un papel importante, ¿no?

  ¡Aysh, contigo no se puede!

A eso de las ocho me despedí de ellas mientras subía al autobús y llegué a casa muy animada. Petardo me recibió con alegría y después me siguió meneando la cola a mi habitación. Aproveché que no había nadie para practicar con el violín, y justo cuando terminé oí la puerta principal abrirse: Corín y Gisell ya habían regresado y trayendo pizza para todos. Joan llegó quince minutos más tarde, y la cena transcurrió de manera muy tranquila y acogedora. Creo que el hecho de que mi hermano iba a irse en unos días y lo ideal era despedirlo de buena manera, nos había dado algo de armonía. 

Al terminar la cena subí a mi habitación después de dar las buenas noches, me aseé y me recosté sobre la cama; pero al momento de hacerlo sentí que algo duro y puntiagudo se me clavó en la cadera. Me reincorporé y quité mi bolso de debajo.

El disco que Loi me había obsequiado estaba en su estuche, impecable.

  Mmm, JOBEY. Bueno, veamos qué es eso que todo el mundo alaba.

Rompí con delicadeza el delgado plástico que la cubría. La caja era gruesa y completamente blanca; en la esquina superior estaba escrito JOBEY con letras muy sencillas. En la parte posterior había un ave volando en medio de todo lo blanco del fondo, y cuando lo giré para ver la portada con más detenimiento...

  ¿Pero qué…?

No entendí por qué misteriosa razón la portada del disco me desconcertó. En ella se apreciaba el rostro de un chico (supuse que sería el tal JOBEY) observando fijamente hacia el frente, y con sus labios cubiertos por una flor abierta. Su rostro estaba dividido en dos: el lado izquierdo era de color ámbar, excepto por el ojo de esa parte del rostro y la parte de la flor que cubría la boca, que fulguraban de color violeta. Con el derecho sucedía la misma combinación: todo el fondo era violeta excepto por el ojo y la otra mitad de la flor, ambos de color ámbar.

No sé por qué pensé inmediatamente en el extraño sueño que había tenido saliendo del museo.

Abrí el disco y lo puse en la laptop para escucharlo y olvidarme de tantas cosas raras relacionadas a sensaciones de olvido y al nombre de Alen Forgeso.

  Myself — leí en voz alta el título del álbum mientras conectaba los audífonos. Tenía veinte canciones divididas en dos grupos de diez. El primero eran colaboraciones con otros artistas; las otras diez eran composiciones en solitario.

Me pasé exactamente dos horas y diez minutos escuchando todas las canciones sin poner pausa. Sentí que los ojos me brillaron de la emoción cuando la última terminó.

¡Por Dios! ¡Todos tenían razón con respecto a su música! ¡Es increíble!

No pude evitarlo y aproveché que la laptop estaba encendida para navegar en la red y buscar algo de información sobre él. Myself era su tercer álbum de estudio, pero la diferencia con los anteriores era que en este había más canciones en solitario. Las primeras diez canciones, como había comprobado, estaban cantadas mientras que las otras diez eran puramente instrumentales: pistas electrónicas rudas, otras suaves, nostálgicas, movidas.  ¡Wow! ¡Es un buen disco! ¡Y lo tengo!

A eso de las doce y media me empezaron a arder los ojos por el brillo de la pantalla. Apagué la laptop, las luces y me refugié en la cama. Tirité un poco porque las sábanas estaban heladas. Me hice bolita y cuando cerré los ojos después de ver las típicas lucecitas de colores que uno ve cuando los aprieta con demasiada fuerza, una mirada color violeta brillante se me apareció mentalmente.

  Está muerto, Albania — me oí decir en voz baja.

Se me abrieron los ojos con violencia.

¿Pero…?

¿Quién demonios es Albania? Y… ¿y por qué rayos acabo de decir eso?

Me froté los ojos para aclarar la vista y volví a acurrucarme, algo desconcertada.

  Hoy sí voy a dormir así no quiera — me dije con seguridad: esto del insomnio empezaba provocarme alucinaciones así que había que frenarlo ya.

Y me envolví con los cobertores.


 

»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«

 

 

El lunes, cuando llegué a clase por la mañana, me encontré a Tomas mostrándoles el disco a su grupo de amigos que lo miraban entre admirados y fastidiados por su buena suerte.

Me acerqué a Etel que observaba la escena desde una esquina y soltando varias risitas.

  ¿Y Loi? ¿Aún no llega?

Quería agradecerle por el disco con una porción de los famosos “panqués de la felicidad” que preparaba Joan. Se había levantado de buen humor y nos había hecho el desayuno a todos en casa.

  Nop, Bellota. Me dijo que faltaría porque tenía un par de asuntos. Probablemente con la profesora Inés y todo lo de su audición — me explicó.

Saqué el recipiente en el que tenía los panqués. Etel me miró con emoción cuando le dije que Joan los había preparado y que había traído tres porciones, pero como Loi no estaba podía comerse los suyos.

  ¡¿Cómo te atreviste?! — le reprochó Tomas a propósito de eso, a la salida—. ¡¿También te comiste los míos?!

  Bueno, tú estabas muy ocupado mostrándoles el disco a tus amigos — se excusó indiferente—. Por cierto, ¿me trajiste tu mp4, Bellota?

  ¿Eh? ¡Ah, sí! Aquí está. — El sábado me había dicho que tenía muchas canciones que me encantarían así que le pedí que me las copiara.

Se lo pasé y lo guardó en su bolso.

  ¿Está vacío?

  Ah, olvidé vaciarlo. Pero si necesitas espacio bórralas todas.

Nos quedamos charlando un rato, y después me despedí porque tenía planeado salir a comprar algo para Joan antes de que partiera a Asiri.

  ¡Ya llegué! — exclamé cuando abrí la puerta, pero no noté ningún ruido en casa; solo Petardo salió a recibirme meneando la cola.

Subí los escalones y de pronto escuché algunos sonidos. Me acerqué con discreción por el pasillo: provenían de mi habitación.

  ¿Mmm? ¿Corín? — la llamé cuando me la encontré parada frente a mi pupitre.

  ¿Qué es esto? — me dijo en tono serio.

Se giró, con el disco de JOBEY en la mano.

  Mmm, ¿un disco?

Ok, no quería sonar sarcástica. Lo que pasa es que yo siempre suelo dar las respuestas más obvias y eso es algo que debo corregir porque la gente me malinterpreta.

  ¡Ya sé que es un disco! — Se ha molestado —. ¡Lo que pregunto es cómo lo tienes!

  Me lo regaló una amiga — le resté importancia.

Dejé la mochila sobre mi cama y me acerqué a la cómoda a buscar mis ahorros para lo que le compraría a Joan.

Mmm, espero encontrar lo que he pensado obsequiarl…

  ¿Una amiga? ¿Y qué clase de amigos tienes tú que pueden conseguir la edición limitada de un disco que no saldrá hasta la próxima semana?

  Corín, ¿qué te pasa? — Es decir, sé que suele hablarme con ese tono cuando se enfada, pero un disco no lo merecía.

  ¿Qué me pasa? — repitió. Cerré el cajón de la cómoda y volteé con paciencia —. ¡Pasa que no te soporto!

  Ok, entiendo — respondí. Pasé junto a ella para salir pero me tomó por el brazo—. ¿Y ahora?

  ¡¿Cómo demonios lo haces?! — me gritó exasperada—. ¡Amigos que te regalan esta clase de cosas…! Lo que yo quiero…— Se mordió los labios con tanta fuerza que por un momento pensé que se estaba lastimando —. ¡Lo que yo quiero siempre te lo tienes que llevar tú!

  Corín, si es por el disco, úsalo si quieres. ¡No vamos a pelear por algo tan tonto como…!

  ¿Qué le dijiste a Esteban el viernes? — lanzó de repente.

  ¿Qué? ¿De qué hablas? — pregunté confundida.

  ¡¿Qué le dijiste?! ¡¿Qué le dijiste?! — casi gritó.

Me quedé completamente aturdida, sin entender absolutamente nada.

  ¿Quién es Esteban?

  ¡No te hagas! — Me asusté un poco cuando vi que sus ojos se pusieron brillantes —. Todo estaba bien: charlamos, bailamos, ¡nos divertimos muchísimo el día de su cumpleaños…! — Ah, es el chico del cumpleaños.

¿Pero yo qué rayos hago entrando en esa situac…?

  ¿Sabes que me dijo hoy, a primera hora?— La miré, aún sin comprender su tono furioso—. Se acercó, me saludó y lo primero que me dijo fue: "¿quién era la chica de ojos bonitos que te llevó el bolso?". ¡¿Sabes lo que significa eso?!

  No, Corín, y ya deja de grit…

  ¡Le gustaste! ¡LE GUSTASTE! ¡LE GUSTASTE! — Intenté relajarme para apaciguar la situación, pero ella estaba demasiado exasperada—. ¡¿Qué le dijiste?!

  ¡No le dije nada! — exclamé perdiendo la paciencia—. Y ahora voy a hacer como si no hubiera escuchado nada de esto y…

  ¡No! — Me tomó por el brazo con fuerza, pero me deshice de su agarre de un tirón, sin creer que se pusiera así por algo de esa magnitud —. ¡Siempre haces lo mismo! ¡Siempre, siempre!

  ¡¿Hacer qué?! — repliqué alterada.

  ¡Me hiciste lo mismo con Rodrigo, y después con Sebastián!

  ¡¿Quién rayos es Sebastián?!

  ¡El chico que vino a traerte flores a la casa del abuelo el año pasado! ¿Lo recuerdas? ¡¿Ahora sí lo recuerdas?!

  Corín — empecé tomando algo de aire—, ese chico, por si “tú no lo recuerdas”, vino a traerme flores porque evité que se matara cuando rodaba por las escaleras de la escuela.

Claro que lo recordaba: segundo año de secundaria, estaba subiendo al tercer piso y de repente vi una masa corporal viniendo hacia mí sin control. Como lo primero que pensé fue: “va a matarse”, me planté y esperé su llegada con firmeza. Lo atrapé por la espalda y su caída se detuvo.

Era obvio que iba a traerme flores: ¡estaba agradecido!

  ¡Mentira! ¡Tú no sabes todo lo que me preguntaba en la escuela!: “¿y tú hermana, tiene novio?”, “¿a tu hermana le gusta ir al cine?”, “¿cuándo es su cumpleaños?” ¡Tu hermana, tu hermana, tu hermana! ¡Cuando ni siquiera lo eres!

  Permiso — pedí.

Lo mejor era salir porque era en vano tratar de hablar con ella.

  ¡No! ¡¿Y Rodrigo?! ¡Con él sucedió lo mismo! — Negué con la cabeza, agotada de tanto disparate—. ¡No sé cómo lo haces! ¡No lo entiendo!

  Voy a salir, Corín, ¡permiso!

  ¡Mamá tiene razón! — Elevé la mirada y me topé con los ojos llenos de resentimiento —. ¡Llegaste y me quitaste a papá, a los abuelos! ¡Hasta mi propio hermano te quiere más que a mí!

¿Qué?

  ¡Corín, eso no es cierto! ¿Cómo puedes decir…?

  ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio! — Me quedé en silencio, sin saber cómo responder ante eso —. ¡Siempre finges verte como una chica desvalida para tener la atención de todo el mundo! ¡El abuelo te ve como la niña de sus ojos y eso no es justo! ¡Debería ser yo! ¡Debería quererme así a mí!

  ¡Corín, estás equivocada!— rebatí. ¿En serio creía todo eso? —. El abuelo Cides nos quiere a todos: a Joan, ¡a ti…!

  ¡MENTIROSA! — La palabra salió con tanta carga emocional que la sentí como un latigazo —. ¿Pero sabes qué? Tal vez ellos no me tengan el mismo afecto que te tienen a ti, pero por lo menos no me quieren por lástima.

El rostro se me desencajó.

  ¡Claro! La pobre niña que llega sin padres, ¡qué tristeza! ¿Quién se hará cargo de ella ahora que no tiene a nadie? — La garganta se me secó, traté de que no me afectara, pero no funcionó —. Es triste, ¿no? Que llegues a una casa en la que YA hay una familia, y que vivas en una casa CON una familia, pero al final todos sabemos perfectamente que no es TU familia. ¡No somos tu familia! ¡NO LO SOMOS! ¡Que no se te olvide!

No lo son…

Sí, ya lo sé. Claro que lo sé.

Intenté pedirle a mis ojos que dejaran de sentirse tan vulnerables pero no pude hacerlo. Ya sé que ella suele ponerse así, pero esta vez me había tomado con la guardia baja.

  ¡No sabes cómo odio el día que llegaste a la casa del abuelo! — gritó, y algo dentro de mí se quebró. Y me dio muchísima rabia porque el asunto en sí no pasaba de una estúpida pelea provocada por un chico.

  Ni siquiera puedes recordarlo —murmuré en voz baja—. No tenías más de tres años.

  ¡Pero mamá sí recuerda todo, y muy bien! — Desvié la mirada, intentando enfocarme en otra cosa: las cortinas, el edredón, el hermoso regalo de agradecimiento de Loi moviéndose frenéticamente en sus manos llenas de ira…

Siempre había sido así, siempre sería así: habitantes de una misma morada en una lucha constante por tonterías.

¿Por qué no podemos ser una familia normal? Una en la que no se sienta esta horrible sensación de disputa.

«No es normal porque no es tú familia», oí de algún lugar.

Sí, tal vez era por eso…

  Desde que llegaste las cosas se complicaron. Papá y mamá peleaban — no…—, Joan y mamá pelean ahora de la misma manera por tu culpa. ¡SIEMPRE ES TU CULPA, TU CULPA!

¡PRAM!

Y mi disco salió despedido de sus manos repletas de rabia. Lo vi estrellarse contra el piso y rebotar un poco. Tal vez se había quebrado…igual que yo.

  ¡Ojalá te hubieras muerto tú también! — retumbó en la habitación. Los ojos se me abrieron bruscamente porque eso fue más de lo que pude soportar—. ¡Igual que tu horrible madre!

En ese momento algo más concreto se me rajó. Creo que fue el corazón, y si no, tal vez el lugar en el que se albergan los sentimientos.

No llores… No enfrente de ella.

Recogí mi disco con velocidad, tomé lo primero que tuve a mano y salí corriendo de la habitación. Oí a Petardo ladrar como diciendo “espera”, pero lo ignoré y abrí la puerta con violencia.

»— ¡Igual que tu horrible madre!

Veo el sol ocultándose al frente y corro. No tengo un punto fijo que seguir porque en realidad siempre estoy así: no sé a dónde voy, nunca lo he sabido. Solo sé que el viento frío me roza con fuerza y que lo que tengo en la mano derecha es el estuche de mi violín. En la izquierda tengo el disco que Loi me regaló; la prueba de un gracias sincero que para ahora ya debe estar deshecho.

¿Por qué no me fui contigo, mamá?

Giro por una esquina y esos enormes deseos de volar, de poder llegar a algún lugar alto y solo sentarme a ver el mundo desde allí, aparecen nuevamente. Los tengo desde pequeña, y siempre aparecían cuando me sentía triste, abrumada. Las palabras de Corín solo han sido eso: palabras de niña enfadada. Unión de vocales y consonantes lanzadas por una boca llena de resentimiento; pero así, tan simples como suenan, en realidad son más poderosas de lo que aparentan ser.

Pensé que llovía porque sentía el rostro húmedo, pero acabo de comprobar que si llueve pues las nubes están solo sobre mí. Nadie más se está mojando, solo yo…

Yo que me mojo con mis propias lágrimas.

»— Tal vez ellos no me tengan el mismo afecto que te tienen a ti, pero por lo menos no me quieren por lástima.

Papá, la abuela Marlene, Joan, el abuelo...

Claro que me he planteado esa hipótesis. Que todo el cariño que he recibido no haya sido más que una respuesta a la triste situación de la niña huérfana que se presentó y a la que nadie de su familia real quiso acoger. Claro que me la planteé después de oír a Gisell gritárselo a papá…

Después de oírla repetírselo durante los pocos años que lo tuve conmigo.

»— ¡Basta! Debes buscar a alguien que quiera tenerla. — Ahí estaba yo, parada frente a la entrada de la sala, preguntándome por milésima vez qué hice mal esta vez.

¿Por qué Gisell y papá peleaban de nuevo?

»— Ella no es Aura, ¿por qué te empeñas en verla como una enemiga? Apenas tiene siete años.

»— ¡Desde que llegó no ha hecho más que crear discordias entre nosotros! ¡Joan! Mi Joan debería jugar con Corín, con la que sí es su hermana, ¡pero no sé qué demonios le dijo tu padre que desde su llegada no se despega de ella!

»— ¡Son solo niños! Además, Corín también parece llevarse bien con Sisa.

»— ¡Lo que hubieras querido es que fuera tu hija, ¿verdad?! ¡Y que tu esposa fuera ella y no yo! ¡Ella, ella!

»— ¿Pero qué tonterías estás diciendo? ¡Basta, Gisell! ¡Por lo menos hazlo en respeto a su memori...!

»— ¡Nada de respeto! ¡No tendría por qué guardarle respeto al fantasma de una mujer que solo me atormenta!

»— Gisell, escúchate: ¡estás diciendo incoherencias!

»— ¡Tu maldita obra de caridad está destruyendo a la familia!

Entiendo que pelean por el tono disgustado de ambos, pero las palabras son difíciles de comprender: ¿caridad? ¿Eso soy?

»— Pero ¿qué haces aquí, Cachorra? — me dice el abuelo Cides que aparece de pronto y me toma entre sus brazos. Me refugio en su hombro y automáticamente empiezo a llorar; no sé muy bien por qué, pero lo hago. Él suspira y después me soba la espalda —. ¿Por qué lloras, hija?

»— ¿Soy tu obra de caridad, abuelo? — le pregunto cuando me saca al jardín.

No entiendo el significado de las palabras, pero Gisell las ha dicho tan enojada que me siento culpable.

»— ¿Obra de caridad? — repite y suelta una carcajada—. No hagas caso a las palabras de los torpes adultos, Cachorra. La mayoría de veces decimos muchas tonterías a pesar de supuestamente contar con más sabiduría por la edad. — Me deja con cuidado en el suelo y me sonríe —: ¿Ya te salió la canción que estábamos ensayando en el violín? — Niego con la cabeza y me frunce el ceño—. ¿Y entonces por qué pierdes el tiempo llorando por un par de palabras? Mejor dedíquese a ensayar, señorita. A ver, límpiese esas feas lágrimas y vamos a practicar, ¿de acuerdo?

Abuelo…

Mis piernas se detienen porque casi no me queda aire. Sin saber cómo acabo de llegar a este edificio a medio construir y que para mi buena suerte parece estar deshabitado. Ingreso por el espacio entre varias tablas de una puerta inacabada y me adentro en lo solitario y silencioso de algo que parece ser un inmenso estacionamiento.

Dejo el disco y el estuche en el suelo y lo saco, tal y como siempre hacía de pequeña cuando lloraba por todo: soporte, arco, violín; todo listo. Lo pongo sobre mi hombro izquierdo y dejo que hable, que me cante, que cantemos los dos. Que me ayude a olvidar por un momento porque sino solo va a dolerme más.

¿En realidad me duele tanto eso? ¿Pensar que el cariño que tengo haya nacido de la caridad, de la pena...?

No, en realidad no; porque no hay nada de malo en amar por compasión.

Hay algo más. Algo más... Algo que no sé cómo definir bien. Algo que siempre está latiendo, protestando, y que a pesar de contar con una familia tan estupenda como el abuelo y Joan, en realidad me obliga a pensar que yo no pertenezco del todo a ella.

¿A dónde pertenezco?

»— Tú eres mi nieta, Cachorra. Y Joan es tu hermano, nada más. Solo importa eso, lo demás es irrelevante — recuerdo que me dijo cuando llegué de la escuela después de que los compañeros de clase de Corín me preguntaran por qué vivía con su familia si ninguno de ellos era pariente mío. Tenía once años y no podía dejar de llorar cuando volví a casa.

Paso el arco varias veces y lo oigo, como siempre sucede desde que tengo memoria. Tal vez esté loca, tal vez sea mi imaginación, pero lo escucho. Juro que lo escucho:

 

“Ya no llores, Sisa"

 

Lo siento hablar. Y me apena enormemente tocarlo con toda esta desesperación, porque es la única manera de botar todo lo que llevo adentro.

 

"No lo vale. Ya no llores"

 

Es que no puedo…

 

"Sabes que siempre es así.

Corín es pequeña, está en una edad difícil: quince años.

Ya sabes cómo se ponen a esa edad..."

 

Lo sé, lo sé.

 

"Solo piensa que tienes más cosas por las que reír

que por las que llor..."

 

Su voz se apagó de improviso porque tuve que detener el arco de manera violenta. Me quedé en silencio, oyendo los pasos con eco en medio de todo el estacionamiento.

Alguien venía…

…y entonces lo tuve en frente, a él, otra vez.

  Vaya, vaya, ¿es que acaso estoy predispuesto a encontrarte siempre, Bellot...? — La voz de Alen Forgeso se detiene abruptamente cuando llega a estar frente a mí —: Estás llorando.

"No, estoy bailando", quise ironizar, pero no tenía ni fuerzas para pelear.

  ¿Por qué? — me preguntó. Negué con la cabeza, porque era demasiado complicado y no tenía ánimos para explicarlo todo; pero se inclinó hacia mí, y me observó fijamente —. Te han lastimado… — me dijo consternado.

Aprieto el mango y el arco con fuerza, porque me da una vergüenza tremenda encontrarme en estas condiciones; pero bajó la mirada hacia mis manos, solo para elevarla segundos después y...

Dios…

¿Cómo lo hace? ¿Cómo alguien puede deslumbrar solo con su mirada?

El sol… Estoy viendo al sol de cerca.

Y es realmente hermoso.

  Hazlo — me pide. Lo miro sin comprender la amable sonrisa—: Continúa.

Oigo al viento cruzar con fuerza por todos los espacios abiertos de la construcción y su eco alrededor. ¿Qué me ha dicho?

  Toca — me dice como si hubiera entendido mi desconcierto —. Toca para mí, Sisa.

Tengo diecisiete años y toco el violín desde los siete. El abuelo, Petardo y mi mp4 han sido mi mayor y único público hasta el momento. Y ahora, ¿tocar para él?

¿Por qué…?

 

¿Por qué no?

 

Como impulsado por una fuerza invisible, mi brazo automáticamente se eleva y lleva el arco a su encuentro inminente con las cuerdas. Una, dos, tres veces; y así infinitamente para interpretar este tema que me pertenece y que extrañamente quiero tocar para él, porque lo merece, solo él lo merece. Toco sin miedo y sin timidez porque por alguna misteriosa razón siento que no hago esto por primera vez; es como si antes ya hubiéramos estado en una situación similar, como si ya hubiera tenido sus ojos puestos sobre mí con ese tipo de añoranza. Es por ese mismo motivo que sé con certeza que es un público exigente, pero a la vez uno de los más halagadores.

Entonces las notas fluyen y nuevamente lo oigo hablarme, como siempre…

»— ¡Ojalá hubieras muerto tú también!  ¡Igual que tu horrible madre!

No…

»— ¡No tendría por qué guardarle respeto al fantasma de una mujer que solo me atormenta!

Claro...no lloro solo por las palabras de Corín, sino también por su recuerdo. Aura.

Mamá…

Es tan triste hablar de ella.

 

“No la recordamos”

 

Así es, no lo hacemos. Tengo una foto suya entre mis objetos preciados; nos parecemos mucho en el cabello y los ojos. David, papá, solía repetir que me amaba muchísimo, que lo único que le quitaba el sueño era ver con quién me quedaría en su ausencia. Me mostró un diario que le dejó; no era uno común porque en él no hablaba de sí misma sino hablaba de mí: de su pequeña gorda de ojos hermosos que camina torpemente hacia ella mientras le dice "mamá".

 

"Y aun así no la recordamos"

 

Así es...no tengo recuerdos, y me duele pensar que ella se fue y su única hija, su pequeña gorda de ojos hermosos, no tiene ni un vestigio de ella en la mente.

 

"Nos hubiera encantado tenerla con nosotros, ¿verdad?"

 

Muchísimo.

Más lluvia cae, y la verdad no me importa que él me esté observando; que su mirada penetrante no se despegue de mí. Hace tanto que no lloro así, que pensé que ya no dolía.

Pero no, no es así. Aún duele…aún es difícil lidiar con ello.

 

"Pero nos quieren"

 

Definitivamente.

 

"Y el cariño de mamá

lo recibimos multiplicado millones veces

gracias a papá, la abuela, Joan y el abuelo"

 

Sí, y tiene razón. Él es mi abuelo y Joan mi hermano, y eso...

 

"...eso es todo"

 

Porque lo que importa...

 

"...es que nos quieren"

 

Efectivamente.

"Ya no llores"

 

Tú tampoco.

“Por cierto…”

 

¿Sí?

“Nos observa”

 

Su voz se apagó suavemente cuando pasé el arco por última vez. Los ojos miel seguían observándome fijamente. Bajé el violín y comprendí que traía las mejillas completamente empapadas, la respiración agitada y las yemas de los dedos de la mano izquierda algo enrojecidas: había presionado con demasiada fuerza las cuerdas.

Sentía algo muy curioso, como si hubiese compartido algo muy privado; como si me hubiese desnudado frente a alguien a quien no conocía por completo. Pero no era vergüenza...era más bien como satisfacción.

El cabello desordenado flotó cuando algo de viento cruzó.

  Tu violín habla — me dijo y por un momento creí ver sus ojos destellando de color violeta —, canta. Y cuando estás triste...llora.

El viento volvió a pasar, pero esta vez me despeinó a mí. El pulso se me aceleró cuando lo vi elevar ambas manos, hasta posarlas sobre mis mejillas.

  Te han regalado unos ojos hermosos, Sisa Daquel. — Mi corazón empezó a latir con fuerza. Su voz… me gusta mucho su voz. Sentí la enorme calidez que desprendían sus dedos mientras secaban mi rostro con delicadeza —. Demasiado hermosos para verse tan tristes.

Entonces me sonrió…y algo abrumador estalló en mi pecho.

  Gracias — murmuré. Y no estoy segura de lo que pasó exactamente porque sus dedos me acariciaron con suavidad una mejilla, y una descarga eléctrica me recorrió la columna vertebral con brusquedad.

Se sobresaltó:

  Ya...ya debo irme — dijo de pronto, como reaccionando de un largo letargo, y sus manos soltaron mi rostro con delicadeza para quedarse estáticas a sus costados—. Vuelve a casa pronto — añadió y giró aturdido. Dio unos cuantos pasos, pero regresó—: No te metas a callejones oscuros, por favor — me pidió. Su advertencia me sonó algo conocida pero no entendí por qué.

Y después lo vi alejarse algo rígido. Como nervioso, tenso...asustado.

Casi como me sentía yo.

El corazón no dejaba de golpetearme el pecho; mi respiración había perdido el ritmo normal. Repentinamente, él ya no era solo el chico que veía constantemente caminar por las madrugadas…

Era Alen Forgeso, el chico de sonrisa hermosa y ojos claros llenos de ingenuidad. El primer chico que había escuchado una de mis canciones en el violín.

El primer chico que había provocado una descarga eléctrica difícil de describir en mi cuerpo.




»ɜ~ɛ~ɜ~ɛ«

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